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Capítulo IV Desarrollo Dogmático 2023
Capítulo IV Desarrollo Dogmático 2023
1. Premisa
En otros ambientes, en los que el influjo judío se mezclaba con el helenista, otra
manera de presentar la trascendencia de Cristo fue mediante el concepto de
espíritu (pneuma); este término fue entendido no solo en el sentido (estoico) de
substrato, de substancia divina participada por el Padre, el Hijo y el Espíritu santo,
sino también como nombre personal de Cristo en cuanto Dios, identificado a veces
con el Espíritu Santo (Pastor de Hermas). Finalmente, en otros textos se considera a
Cristo sin más como Hijo real de Dios y se le atribuye esporádicamente el apelativo
de Logos (Pseudo-Bernabé, Ignacio). Entre el final del siglo I y los primeros decenios
del II todos estos temas nos parecen más bien esbozados que desarrollados
orgánicamente, e incluso a veces poco coherentemente entremezclados (Hermas).
No debemos, por lo demás, olvidar que no todo el NT era conocido por todas las
comunidades, lo que posibilitaba que muchas comunidades no tuvieran la visión
integral, requerida; o que en otros casos algunas comunidades apelaran solo a un
libro del NT.
Ignacio de Antioquía.
Un texto que ha sido fundamental en la naciente cristología en este de Ignacio
de Antioquía (Asia):
Uno solo es el médico.
carnal y espiritual,
creado e increado.
Dios aparecido en la carne,
en muerte, vida verdadera,
nacido de María y de Dios,
primero pasible y luego impasible,
Jesucristo, nuestro Señor”
(A los Magnesios VII,2).
2
La oposición sarkikos-pneumatikos o pneuma-sarx será poco a poco sustituido por Logos-sarx nos
recuerda Rom.1, 3-4. La oposición gennetos-agennetos, generado-no generado, hace alusión al hombre-Dios en
Cristo. A pesar que Ignacio no niega el alma, sin embargo, en la misma línea del IV Evangelio pone en relieve el
contraste entre la sarx y Dios.
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de Jesús y esto por el contexto fuertemente polémico, y es que él se enfrenta con las
tendencias del docetismo gnóstico, para el cual la humanidad de Cristo era solo
aparente, y el cuerpo algo despreciable. Hace ver por eso que la vida de Jesús no fue
un mito intemporal, sino una verdadera historia humana. A su vez, la corporeidad
no es una degradación de la persona, sino que lo corporal de Jesús es nuestra unión
con Dios. El que no confiesa a Jesús como “portador de carne” es un “portador de
cadáveres” (Esmirn 5,2; juego de palabras “sarcóforo” y “necróforo”).
d) Su cristología es en el fondo de imitación o mejor de seguimiento de Cristo.
El camino del Señor es también el camino de los cristianos. Queda así formulado por
Ignacio un tema, que va a ser decisivo en la cristología: lo que aconteció en Jesús,
aunque limitado histórica y localmente, es una realidad vivificante presente en toda
la historia: «Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Que si alguno lleva
a Dios en sí, entienda qué es lo que quiero, y se compadezca de mí al saber lo que
me angustia» [Rom 6,3].
En síntesis, para Ignacio, la humanidad de Cristo es en sí misma la
“autorrevelación” de Dios. Así, pues, el Jesús de Ignacio es verdaderamente hombre
(‘‘A trueque de sufrir juntamente con Él, todo lo soporto, como quiera que Él
mismo, que se hizo hombre perfecto, es quien me fortalece’’3, y más que hombre,
Dios, Hijo y Palabra de Dios. Lo paradójico de su visión está en que es precisamente
la limitación de la existencia humana de Jesús lo que para nosotros es la Palabra de
Dios. Este enfoque cristológico es el que llamamos cristología asiática
3
Ignacio de Antioquía, A los Esmirniotas, IV,2.
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La definición de Cristo en cuanto Dios como Logos de Dios, tan apreciada por los
gnósticos, fue recogida por varios teólogos católicos entre el 160 y el 200. Si Ireneo,
en función antignóstica, se abstiene expresamente de especulaciones peligrosas
sobre la divinidad, Justino, Taciano, Teófilo y Atenágoras no tienen este reparo y,
aunque se mantienen lejos de los excesos mitologizantes de los gnósticos, se
resienten como ellos del influjo del medioplatonismo de la época que colocaba una
(a veces varias) divinidad menor como intermedia entre el Dios sumo y
transcendente y el mundo. Ellos conciben el Logos divino (que es también Sabiduría
e Imagen de Dios: 1 Cor 1, 24; Prov 8, 22-25; Col 1, 15 [Ireneo y a veces Teófilo
identifican —como los gnósticos— a la Sabiduría con el Espíritu santo]) como ab
aeterno inmanente impersonalmente en Dios y engendrado por él ante tempus para
atender a la creación y al gobierno del mundo, Por proceder del Padre, es el Hijo de
Dios, Dios mismo aunque inferior al Padre, distinto personalmente de él (aunque
aún no se emplea en sentido técnico el término persona), pero no separado.
La posición de los Apologetas no significa una negación del Logos, qua homo.
Justino reconoce un papel salvífico a la pasión de Cristo. A este respecto, hay un
pasaje de Justino, donde previene por adelantado sin saberlo un equívoco, al cual
estará expuesta la cristología posterior: «Quiso el Padre que su propio Hijo pasara
verdaderamente por estos sufrimientos, y no vayamos a decir que, siendo como era
Hijo de Dios, no le afectaba nada de lo que ocurría» (Diál 105,8). La cristología
posterior precisará que la pasión tuvo lugar en la humanidad de Cristo, quedando
entre tanto la divinidad impasible, por ser imposible que Dios sufra. Hasta allí está
correcto el análisis; pero se ha olvidado continuar: pero el sujeto, que padece, es el
Hijo de Dios, por lo cual es correcto afirmar que el «Hijo de Dios sufrió y murió», no
precisamente en su divinidad, pero sí en su humanidad.
Con esto aparece el tema del intercambio: «La Palabra de Dios, Jesucristo nuestro
Señor…llevado de su amor infinito, se hizo lo que somos nosotros, a fin de hacernos
lo que Él es». Posteriormente, este motivo desempeñará un papel decisivo en la
cristología y soteriología, pero entonces se hablará más bien de “divinización” y de
la “naturaleza humana”. En Ireneo, estos conceptos son menos abstractos: el Hijo
asume no solo una naturaleza humana, sino también un destino y una vida
humana. El Hijo obediente se hace hombre para hacer de los hombres hijos
obedientes. La divinización es un “seguimiento de la Palabra”.
La cristología del Logos se fue desarrollando entre finales del siglo II y la primera
mitad del III (Hipólito, Tertuliano, Clemente, Orígenes) en polémica con los
monarquianos. Estos reprochaban a los adversarios que introducían salvaguardar la
concepción monoteísta de Dios o bien considerando a Cristo como mero hombre,
pero dotado de excepcionales poderes divinos, asumido como Hijo por Dios después
de su resurrección (adopcionistas), o bien considerándolo un modo de manifestarse
y obrar del Padre, que se había encarnado y había padecido en la cruz bajo las
apariencias del Hijo (patripasianos, sabelianos).
En polémica con estos adversarios Hipólito, Tertuliano y más tarde (mitad del
siglo III) Novaciano profundizaron en los términos de la cristología del Logos,
aclarando que la distinción entre Padre e Hijo no comprometía a la unidad divina,
concebida por Tertuliano como única substancia divina participada por el Padre
(tota substancia), el Hijo y el Espíritu Santo (portiones substantiae). La distinción
dentro de la unidad se pone de relieve por el uso del término prósopon (Hipólito) =
persona (Tertuliano, Novaciano), atribuido al Padre y al Hijo, y por Tertuliano
también al Espíritu.
Con todo, es dudoso lo que él haya querido expresar con el término «una
persona», la identidad de sujeto. No es que Tertuliano hubiera ignorado, dudado
negado esta realidad; pero sí es dudoso que se sirviera de dicha expresión para
afirmarlo. Tales fórmulas no se impusieron tan de repente. Es apenas con Agustín
cuando la formula «una persona en dos substancias o en dos naturalezas» llega a ser
la clave de la ortodoxia latina. A pesar de eso, hay que reconocer en Tertuliano el
más profundo en la penetración del problema de Jesús. El forjó expresiones y
elaboró conceptos, que posteriormente serán de gran utilidad.
Pero, al lado de esto, su visión de la obra salvadora es francamente
decepcionante. Se limita a repetir elementos tornados de Ireneo, pero sin la
amplitud de su visión. En este desplazamiento de perspectiva es significativa la
interpretación que adquieren las ideas del intercambio y del seguimiento: ya no se
trata de que el Hijo de Dios se haga hombre para hacernos hijos, sino de que Dios se
hace hombre para enseñarnos la vida divina.
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La tensión entre los monarquianos y los teólogos del Logos continuó hasta
comienzos del siglo IV en oriente, con predominio de estos últimos, que de todas
formas, por exigencias polémicas, se inclinaban a veces a acentuar la inferioridad
del Logos respecto al Padre. Esta acentuación se dio, como ha de suponerse en
ambientes de influencia origeniana. Amén de este énfasis, la afirmación de la
presencia en Cristo de un alma humana, otro punto origeniano, constituyó el
terreno propicio para la así llamada crisis arriana.
Malquión, para quien el Logos desempeña en Jesús las funciones del alma. Se inicia
el esquema Logos-Sarx. Además el concilio condena el uso de homoousios.
En este contexto, los antiarrianos de formación alejandrina (Alejandro, Atanasio)
compartían el planteamiento cristológico de Arrio aunque solo de modo implícito:
Atanasio no niega nunca formalmente la presencia de un alma humana en Cristo,
pero no le sabe asignar ninguna función y atribuye todas las características
humanas de Cristo solo al cuerpo, a la sarx.
2 La crisis arriana
4.1 Nicea
4
Creemos en un solo Dios
y en un solo Señor JC.
Hijo de Dios, engendrado
del Dios, unigénito del Padre
es decir, de la substancia del Padre
Dios de Dios, Luz de Luz
Dios verdadero de Dios verdadero.
engendrado, no creado,
consubstancial al Padre,
quien todo ha sido creado, tanto las cosas
que hay en el cielo como
las que hay en la tierra.
Y, en el Espíritu Santo.
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1. Atanasio († 373)
Señalamos tan solo que con Atanasio y Hilario de Poitiers se lograran importantes
avances para entender mejor el homoousios. De hecho para el primer autor,
acentúa el hecho que la Escritura reserva la palabra engendrar al Hijo (Ps.2,7;
109,3; Prov, 8,25; Jn.1,18) y la expresión hacer referido a las creaturas (Gn.1,1;
Jn.1,3); es a la luz de estas expresiones que es necesario juzgar la cita: ‘‘El me ha
creado’’ de Prov. 8,22 que Atanasio aclara con la ayuda de Col. 1,15: ‘‘Imagen de
Dios invisible, Primogénito de toda creatura’’. Permitiendo desde esta perspectiva
dos visiones teológicas:
5. La crisis apolinarista y
la formación de los esquemas cristológicos
Fue sobre todo Apolinar de Laodicea (últimos decenios del siglo IV) el que
advirtió este peligro, sacando sus implicaciones soteriológicas: al distinguir
demasiado tajantemente al hombre Jesús del Logos, hacemos a este último extraño a
la muerte en la cruz, es decir, al supremo acto redentor, mientras que contra los
arríanos Atanasio había sostenido que solo Dios podía redimir al hombre del pecado
de Adán. Para evitar los riesgos inherentes a esta cristología divisoria Apolinar
recogió y desarrolló la cristología del tipo Logos/sarx, reelaborada a la luz de la
filosofía aristotélica, de 1 Tes.5,23 : el Logos, al asumir una humanidad privada de
alma (mejor dicho, privada de nous, o sea, de la facultad racional del alma) y
sirviéndose de ella como de un instrumento inerte (organon), realizó una sola
naturaleza en la unión, o sea, un solo principio de querer y de obrar: la naturaleza
de Dios Logos encarnada es una sola. De este modo el Logos divino resulta
íntimamente unido al cuerpo humano en la pasión y en la muerte, a pesar de que es
de suyo incapaz de padecer y de morir.
En el mundo antioqueno, a finales del IV, fue sobre todo Teodoro de Mopsuestia
el que intentó profundizar en la cuestión distinguiendo claramente las dos
naturalezas de Cristo en contra de Apolinar, pero procurando formular su unidad
de forma más precisa que como se había hecho hasta entonces en su ambiente.
Habló entonces de dos naturalezas íntegras y completas que se unen sin confundirse
en un solo prósopon o persona (para valorar debidamente esta fórmula, recordemos
que el griego prósopon nunca perdió el significado o original de «forma o
apariencia externa»).
indicar que hay dos sujetos que corresponden a las dos naturalezas. De hecho, este
gran teólogo es el primer autor que habla de cosas “natura superantia”. Lo humano
en Jesús no es revelación de lo divino, sino en cuanto es “sobrenaturalizado”, tanto
que puede preguntarse si el hombre Jesús es la autorrevelación de Dios o se limita
simplemente a traer una doctrina sobre Dios. En realidad el esquema cristológico es
Logos-Anthropos.
Como Diodoro de Tarso, el hombre es el “otro” frente a la Palabra, y rechaza la
expresión “uno y el mismo” como apolinarismo. No ataca el título “Madre de Dios”,
pero dice que no es Dios, sino el hombre el que fue concebido y nació de María.
D-111a Pues, no decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero
tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino, más
bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne
animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue
llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la
asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad
son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de
las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad
constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia
inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar,
de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno
materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el
nacimiento e la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron
inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen.
la nuestra. Eutiques no quiere ser doceta: profesa que Cristo nació de la Virgen
María, pero en su pensamiento lo divino absorbe lo humano.
En el 448 Eutiques fue denunciado por su doctrina por Eusebio, obispo de
Dorilea, el mismo que, siendo todavía laico, habia protestado contra las
predicaciones de Nestorio hacia veinte años. El patriarca de Constaninopla,
Flaviano, convocó entonces a Eutiques a la reunión de un sínodo local que juzgase
su caso, se propuso que firmase esta fórmula: “Reconocemos que Cristo es de dos
naturalezas después de la encarnación, en una hipóstasis y un prósospon,
confesando un solo Cristo, un solo Hijo, un solo Señor”.
La expresión de «dos naturalezas» no es aún la de Calcedonia: «en dos
naturalezas». Es más aceptable para los monofisitas y, por otra parte, alimentara más
adelante sus protestas. Por otro lado, la fórmula de Flaviano plantea la equivalencia
entre persona (prÒswpon) e hypóstasis (ὑpÒstasij) lo cual supone una adquisición
indiscutible. Pero estos dos rasgos son ya demasiado para Eutiques, que se contenta
con repetir su propia fórmula. Viendo que era ya imposible el diálogo, el sínodo
depuso y excomulgó a Eutiques. Este se quejó a Roma ante el papa León (440 -
+461) y ante Dióscoro de Alejandría (444- +454), el sucesor de Cirilo, de quien
había heredado más bien los excesos de violencia que la inteligencia cristológica.
nuestra divinización.
León no pretende buscar un término medio entre alejandrinos y antioquenos. Él
es testigo de la tradición latina. Está perfectamente de acuerdo con la enseñanza de
Éfeso…sigue estando tan lejos de Nestorio como de Eutiques.
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***
El movimiento de la definición (uno-dos-uno-dos-uno) demuestra que el
pensamiento parte de la unidad concreta para volver a ella. En el marco de esta
perspectiva se analiza y se afirma la distinción. Por tanto, sería extraño a
Calcedonia resumir su fórmula resumida: «una persona o hipóstasis en dos
naturalezas», ya que esto suprimiría todo el movimiento de la definición y la
articulación de la unidad concreta con la distinción mantenida por el pensamiento.
El nervio de la definición de Calcedonia está en que respeta la plena
humanidad de Cristo, mantenida en su originalidad, creada en el corazón del
misterio de la Encarnación. Al defender la humanidad del Verbo, defiende también
la nuestra (cf Gaudium et Spes 22,2). La proximidad de Dios no es la muerte del
hombre, sino su promoción más perfecta. Sin embargo, la definición no es
CAP. IV: DESARROLLO DOGMÁTICO 177
***
Sin embargo, posee sus puntos débiles:
Con todo, el sínodo logró reunirse en Constantinopla el 5 de mayo del año 553.
Inicia con una propuesta del Emperador: condenar los tres capítulos (= una carta
de Ibas de Edesa, los escritos de Teodoreto de Ciro contra Cirilo, así como la
persona y la obra de Teodoro de Mopsuestia; aparece una declaración del Papa en
la que se rechazaban algunas afirmaciones de Teodoro de Mopsuestia, no la
condena a su persona.
El Concilio, finalmente, condenó los tres capítulos y promulgó 14 anatemas en
los que se excluía toda interpretación nestoriana de la fórmula de fe de Calcedonia.
Se recuperaba por completo a Cirilo.
El papa Vigilio se unió al veredicto sobre los tres capítulos, con la esperanza de
conseguir de esta manera la vuelta a Roma. Las pretensiones de Justiniano llevaron a
la Iglesia a un callejón sin salida. Tampoco Justiniano consiguió, mediante el
concilio la reconciliación con los monofisitas.
1. El monoenergismo
La preocupación principal de la Iglesia sigue siendo la de atraer a las diferentes
fracciones monofisitas que el II de Constantinopla no había sabido convencer.
Sergio, patriarca de Constantinopla (del 610-638), tuvo la idea del monoenergismo,
o sea, la doctrina que no pone más que una sola actividad en Cristo. Consultó sobre
CAP. IV: DESARROLLO DOGMÁTICO 180
2. El monotelismo
sin duda a uno solo (cf. Constantinopla II), pero según una de las dos
naturalezas. La unidad en Cristo sigue siendo una unidad diferenciada
2. Se da perfecto acuerdo entre ambas voluntades, por sumisión de la
humana a la divina. Así pues, a cada una de las dos voluntades se
aplican los cuatro adverbios de Calcedonia. No puede haber oposición
entre ellas, puesto que la una se somete a la otra, pero no como un sujeto
se somete a otro sujeto, sino en cuanto que el querer natural humano de
Cristo es el querer mismo del Dios Verbo, según el principio de la ley
hipostática, en virtud de la cual la naturaleza humana no quedó
suprimida, sino conservada en su propio estado (cf. Gaudium et Spes
22,1). Es interesante observar como mucho antes de esta disputa el papa
León había ya hablado expresamente de dos voluntades en Cristo a
propósito de su agonía: «La voluntad inferior cedió entonces a la
superior».
3. La voluntad humana, como la naturaleza humana, de la cual forma
parte, pertenecen a la _persona_ divina del Verbo.
4. La voluntad humana de Jesús conserva su autonomía, y por consiguiente
su libertad.
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