En la primitiva literatura cristiana Cristo sobresale a la vez
como humano y como divino.
Los ebionitas, debido a su monoteísmo, negaron la deidad de
Cristo. Lo consideraron sólo un hombre, que en el bautismo fue capacitado para ser el Mesías mediante el descenso del Espíritu Santo sobre él. Los alogistas, negaban que Jesús fuera el Logos. Negaron la doctrina del evangelio de Juan. Vieron en Jesús a un mero hombre nacido maravillosamente de una virgen, enseñaron que Cristo descendió sobre él (Jesús), en el bautismo, confiriéndole poderes sobrenaturales. Esta era la doctrina de los monarquianos dinámicos como Pablo de Samosata. Los gnósticos, consideraban la materia como inherentemente mala y contraria al espíritu. Rechazaron la idea de una encarnación y una manifestación de Dios en forma visible. Consideraban a Cristo como un espíritu consubstancial con el Padre. Cristo descendió sobre el hombre Jesús a la hora del bautismo, pero lo dejó de nuevo antes de la crucifixión; otros enseñaban que su cuerpo no era más que un fantasma. Los monarquianos modalistas, negaron la humanidad de Cristo, en parte para sostener su deidad y en parte para preservar la unidad del Ser divino. Vieron en Cristo solamente un modo o manifestación del Dios único en el cual no reconocieron ninguna distinción de personas. Los antignósticos y los padres alejandrinos Se encargaron de la defensa de la deidad de Cristo, pero como subordinado al Padre. Orígenes habló de una subordinación en cuanto a la esencia.
Esto dio origen al arrianismo, donde Cristo es presentado
como una criatura super humana y pre-temporal, la primera de las criaturas, que no es Dios y que no obstante, es más que hombre.
El Concilio de Nicea en el 325 defendió la doctrina de que el
Hijo es consustancial con, y de la misma esencia que el Padre. Sobre la relación de las dos naturalezas de Cristo
Apolinar, propuso el concepto tricotómico de los griegos
acerca del hombre, cuerpo, alma y espíritu. El Logos ocupa el lugar del espíritu en el hombre. Esta doctrina fue condenada por el Concilio de Constantinopla en 381. Teodoro de Mopsuestia y Nestorio, vieron en Cristo a un hombre en igualdad con Dios, en alianza con Dios, participante del propósito de Dios, pero no en unidad con Él, sino un Mediador como compuesto de dos personas.
Eutico y sus seguidores defendieron la posición de que la
naturaleza humana de Cristo fue absorbida por la divina, o de que las dos se fundieron en una sola naturaleza, posición que envolvía la negación de los dos naturalezas de Cristo. En el año 451 el Concilio de Calcedonia condenó estas dos doctrinas y mantuvo la unidad de la persona de Cristo en sus dos naturalezas Después del Concilio de Calcedonia
Juan de Damasco, decía que en Cristo hay una identificación
esencial de lo divino y de lo humano, una comunicación de los atributos divinos con la naturaleza humana, de tal manera que esta última se deifica y podemos decir también que Dios sufre en la carne. Enseñaba que hay una cooperación de las dos naturalezas y que una sola persona es la que actúa y quiere en cada una de las naturalezas aunque la voluntad humana queda siempre sujeta a la divina. Félix, obispo de Urgel, abogó por el adopcionismo. Consideró a Cristo en cuanto a su naturaleza divina, es decir, al Logos, como el unigénito Hijo de Dios en el sentido natural, pero consideró a Cristo en cuanto a su lado humano como Hijo de Dios únicamente por la adopción. Ésta no comenzó con el nacimiento natural de Cristo sino que principió en el tiempo de su bautismo y fue consumada en la resurrección. Fue un nacimiento espiritual el que hizo a Cristo el hijo adoptivo de Dios. Esta enseñanza fue condenada en el Sínodo de Frankfort en el año 794. La doctrina de Cristo durante la Edad Media
añadió muy poco a la doctrina de la persona de Cristo.
Debido a varias influencias, tales como la imitación de Cristo, las teorías de la expiación y del desarrollo de la doctrina de la misma, la iglesia retuvo un poderoso dominio sobre la completa humanidad de Cristo. La doctrina de Cristo después de la Reforma
La segunda confesión Helvética dice: “Reconocemos por tanto, que
hay en uno y el mismo Jesús nuestro Señor, dos naturalezas- la divina y la humana; y decimos que estas dos se encuentran tan enlazadas o unidas que no pueden absorberse, confundirse o mezclarse entre sí, sino que más bien se unen y se juntan en una persona (conservando cada una separadamente sus propiedades e identidad), de tal manera que adoramos a un Cristo, nuestro Señor, y no dos. Por lo tanto, no pensamos ni enseñamos que la naturaleza divina en Cristo sufrió, o que Cristo según su naturaleza humana está todavía en el mundo y de la misma manera en cada lugar. En el siglo XIX. A partir de la última parte del siglo XVIII se introdujo lo que se llama el segundo período Cristológico, con el estudio del Jesús histórico. El punto de vista fue antropológico y el resultado fue antropocéntrico. Schleiermacher, reconoció a Cristo como una nueva creación en la cual la naturaleza humana se eleva al plano de la perfección ideal. Lo singular de la persona es que posee un sentido de unión perfecta e inquebrantable con lo divino, y también cumple plenamente el destino del hombre en aquel carácter suyo de inmaculada perfección. Su dignidad suprema encuentra su explicación en una presencia especial de Dios en El y en la conciencia de Dios que singularmente tuvo. Albrecht Ritschl. Enseñaba que la obra de Cristo determina la dignidad de su persona. El era un mero hombre, pero en vista de la obra que ejecutó y el servicio que prestó, le atribuimos el correctamente el concepto de la divinidad. Desecha la preexistencia, la encarnación y el nacimiento virginal de Cristo, puesto que no se encuentra punto de contacto entre estas cosas y la conciencia creyente de la comunidad cristiana. Cristo fue el fundador del Reino de Dios, de este modo hizo suyo el propósito de Dios, y ahora, de alguna manera, induce a los hombre a entrar a la comunidad cristiana y a vivir una vida motivada enteramente por el amor. Redime al hombre por medio de su enseñanza, su ejemplo y su influencia incomparable, y por lo tanto, es digno de ser llamado Dios. Tomado de Teología Sistemática de Luis Berkhof.