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2do Parcial Psicoanálisis II.

De Vita, Rocío Valeria.

Unidad 3: Complejo de Castración.


La organización genital infantil (Una interpolación en la teoría de la sexualidad. 1923) – Tomo XIX
Freud declara ya no estar de acuerdo con lo expuesto en Tres ensayos, donde se plantea el primado de
los genitales no se consuma en la primera infancia, o lo son de manera muy incompleta. La aproximación
de la vida sexual infantil a la del adulto llega mucho más allá, y no se circunscribe a la emergencia de una
elección de objeto.
Si bien no se alcanza una verdadera unificación de las pulsiones parciales bajo el primado de los
genitales, en el apogeo del proceso de desarrollo de la sexualidad infantil el interés por los genitales y el
quehacer genital cobran una significatividad dominante. El carácter principal de esta <<organización
genital infantil>> es, al mismo tiempo, su diferencia respecto de la organización genital definitiva del adulto.
Reside en que, para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital: el masculino. Por tanto, no hay un
primado genital, sino un primado del falo.
Sólo podemos describir estas constelaciones respecto del varón; carecemos de una intelección de los
procesos correspondientes en la niña.
El niño percibe la diferencia entre varones y mujeres, pero al comienzo no tiene forma de relacionarla con
una diversidad de sus genitales. Para él es natural presuponer en todos los otros seres vivos, humanos y
animales, un genital parecido al que él mismo posee.
Esta parte del cuerpo que se excita con facilidad, parte cambiante y tan rica en sensaciones, ocupa en alto
grado el interés del niño y de continuo plantea nuevas y nuevas tareas a su pulsión de investigación.
Querría verlo también en otras personas para compararlo con el suyo. La fuerza pulsionante que esta
parte desplegará más tarde en la pubertad se exterioriza en aquella época de la vida, como esfuerzo de
investigación, como curiosidad sexual.
En el curso de estas indagaciones el niño llega a descubrir que el pene no es un patrimonio común de
todos los seres semejantes a él. Da ocasión a ello la visión casual de los genitales de una hermanita, por
ejemplo; pero niños agudos ya tuvieron antes, por sus percepciones del orinar de las niñas, en quienes
veían otra posición y escuchaban otro ruido, la sospecha de que ahí había algo distinto. Es notoria su
reacción frente a las primeras impresiones de la falta del pene. Desconocen esa falta; creen ver un
miembro a pesar de todo, piensan que aún es pequeño y ya va a crecer, y después, poco a poco, llegan a
la conclusión de que sin duda estuvo presente y luego fue removido.
La falta del pene es entendida como resultado de una castración, y ahora se le plante aal niño la tarea de
habérselas con la referencia de la castración a su propia persona.
No es que el niño generaliza tan rápido la observación de que muchas personas del sexo femenino no
poseen pene: el niño cree que sólo personas despreciables del sexo femenino, probablemente culpables
de las mismas mociones prohibidas en que él mismo incurrió, habrían perdido el genital. Pero las personas
respetables, como su madre, siguen conservando el pene.
Para el niño, ser mujer, no coincide todavía con la falta del pene. Sólo más tarde, cuando aborde los
problemas de la génesis y el nacimiento de los hijos y ve que sólo las mujeres pueden parir hijos, también
la madre perderá el pene, y entretanto, se arman las teorías destinadas a explicar el trueque del pene a
cambio de un hijo. Así, tampoco se descubren los genitales femeninos  el niño vive en el vientre de la
madre y es pardo por el ano. Con estas últimas teorías sobrepasamos la frontera temporal del período
sexual infantil.
Durante el desarrollo sexual infantil, se experimentan mudanzas: Una primera oposición se introduce con
la elección de objeto, que presupone sujeto y objeto. En el estadio de la organización pregenital sádico-
anal no cabe hablar de masculino y femenino sino activo y pasivo; En el siguiente estadio hay algo
masculino, pero no algo femenino: genital masculino, o castrado. Sólo con la culminación del desarrollo en
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la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino y femenino. Lo masculino reúne el
sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino, el objeto y la pasividad. La vagina es apreciada
ahora como albergue del pene, recibe la herencia del vientre materno.
El Sepultamiento del complejo de Edipo: (1924)
El complejo de Edipo revela cada vez más su significación como fenómeno central del periodo sexual de la
primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión y es seguido por el periodo de latencia.
Se va a pique a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas. La niñita que quiere considerarse la
amada predilecta del padre, forzosamente tendrá que vivenciar alguna seria reprimenda. El varoncito que
considera a la madre como su propiedad, hace la experiencia de que ella le quita amor y cuidado para
entregárselos a un recién nacido.
Otra concepción dirá que el complejo de Edipo tiene que caer porque ha llegado el tiempo de su
disolución. Cuando el niño (varón) ha volcado su interés a los genitales, sobreviene la amenaza de que se
le arrebatará esta parte tan estimada por él. La organización genital fálica del niño se va al fundamento a
raíz de esta amenaza de castración.
La observación que por fin quiebra la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos. Alguna vez, el
varoncito, orgulloso de su posesión del pene, llega a ver la región genital de una niñita, y no puede menos
que convencerse de la falta de un pene en un ser tan semejante a él. Pero con ello se ha vuelto
representable la pérdida del propio pene, y la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad.
Durante un tiempo se consuela con la expectativa de que después, cuando crezcan, ella tendrá un
apéndice tan grande como el de un muchacho. Pero la niña, lo explica mediante el supuesto de que una
vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por castración. La niñita acepta la
castración como un hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su
consumación. Mucho más que en el varón, estas alteraciones parecen ser resultado de la educación, del
amedrentamiento externo, que amenaza con la pérdida de ser-amado.
Además, al excluir la angustia de castración, se ausenta el motivo para instituir el superyó e interrumpir la
organización genital. El complejo de Edipo de la niña es mucho más unívoco que el del niño, es raro que
vaya más allá de la sustitución de la madre y la actitud femenina hacia el padre. La renuncia al pene no se
soporta sin un intento de resarcimiento. La muchacha se desliza a lo largo de una ecuación simbólica del
pene al hijo; el complejo de Edipo culmina en el deseo de recibir como regalo un hijo del padre. Se
abandona poco a poco el Edipo porque el deseo nunca se cumple. Ambos deseos permanecen en lo
inconsciente, donde se conservan con fuerte investidura y contribuyen a preparar al ser femenino para su
papel sexual.
Neurosis y Psicosis: (1924)
La neurosis es el resultado de un conflicto entre el yo y su ello,
La psicosis es el desenlace análogo de una similar perturbación entre los vínculos entre el yo y el mundo
exterior.
Las neurosis de transferencia se generan porque el yo no quiere acoger ni dar trámite motor a una moción
pulsional pujante en el ello, o le impugna el objeto que tiene por meta. En esos casos, el yo se defiende de
aquella mediante el mecanismo de la represión; lo reprimido se revuelve contra ese destino y, siguiendo
caminos sobre los que el yo no tiene poder alguno, se procura una subrogación sustitutiva que se impone
al yo por la vía del compromiso: es el síntoma; el yo prosigue la lucha contra el síntoma tal como se había
defendido de la moción pulsional originaria, y todo esto da por resultado el cuadro de la neurosis.
El yo ha entrado en conflicto con el ello, al servicio del superyó y de la realidad.

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Por otro lado, en el caso de la psicosis, hay una perturbación del nexo entre el yo y el mundo exterior. Un
ejemplo que brinda es el de la amnetia (confusión alucinatoria aguda): el mundo exterior no es percibido
de ningún modo.
Normalmente, el mundo exterior gobierna al ello por dos caminos: por un lado, por las percepciones
actuales, de las que siempre es posible obtener nuevas, y, en segundo lugar, por el tesoro mnémico de
percepciones anteriores que forman, como <<mundo interior>>, un patrimonio y componente del yo.
Ahora bien, la amnetia no sólo se rehúsa admitir nuevas percepciones; también se resta el valor psíquico
(investidura) al mundo interior, que hasta entonces subrogaba al mundo exterior como su copia; el yo se
crea un nuevo mundo exterior e interior, y hay dos hechos indudables:
1. que este nuevo mundo se edifica en el sentido de las mociones de deseo del ello
2. que el motivo de esta ruptura con el mundo exterior fue una grave frustración (denegación) de un deseo
por parte de la realidad, una frustración que pareció insoportable.
Acerca de otras formas de psicosis, las esquizofrenias, se sabe que tienden a desembocar en la apatía
afectiva, es decir, la pérdida de toda participación en el mundo exterior.
Con relación a la génesis de las formaciones delirantes, algunos análisis muestran que el delirio se
presenta como un parche colocado en el lugar donde originariamente se produjo una desgarradura en el
vínculo del yo con el mundo exterior. Si esta condición no es mucho más patente de lo que ahora la
discernimos, ello se fundamenta en que el cuadro clínico de la psicosis los fenómenos del proceso
patógeno a menudo están ocultos por los de un intento de curación o de reconstrucción, que se les
superponen.
La etiología común para el estallido de una psicosis sigue siendo la frustración, el no cumplimiento de uno
de aquellos deseos de la infancia.
La neurosis de transferencia corresponde al conflicto entre el yo y el ello,
La neurosis narcisista al conflicto entre el yo y el superyó,
La psicosis al conflicto entre el yo y el mundo exterior.

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La pérdida de realidad en la Neurosis y la Psicosis (1924)


Tanto neurosis como psicosis expresan la rebelión del ello contra el mundo exterior; expresan su displacer
o, si se quiere, su incapacidad para adaptarse al apremio de la realidad.
En la psicosis a la huida inicial sigue una fase activa de reconstrucción; en la neurosis, la obediencia inicial
es seguida por un posterior intento de huida.
La neurosis no desmiente la realidad, se limita a no querer saber nada de ella; la psicosis la desmiente y
procura sustituirla.
Es probable que en la psicosis el fragmento de la realidad rechazado se vaya imponiendo cada vez más a
la vida anímica, tal como en la neurosis lo hacía la moción reprimida, y por eso las consecuencias son en
ambos casos las mismas.
El nuevo mundo exterior, fantástico, de la psicosis quiere reemplazar a la realidad exterior; en cambio el de
la neurosis gusta de apuntalarse en una fragmento de la realidad (diverso de aquel contra el cual fue
preciso defenderse) le presta un significado particular que lo llamamos simbólico. Así, para ambas
(neurosis y psicosis), no sólo cuenta el problema de la perdida de la realidad, sino el de un sustituto de la
realidad.
Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos:
El complejo de Edipo es la primera estación que discernimos en el varón. El niño retiene el mismo objeto al
que ya en el período precedente de lactancia y crianza había investido su libido no genital. La actitud
edípica del varón pertenece a la fase fálica y se va al fundamento por la angustia de castración – por el
interés narcisista hacia los genitales. En el varón, el complejo de Edipo es de sentido doble, activo y pasivo
en armonía con la disposición bisexual, también quiere sustituir a la madre como objeto de amor del padre
(actitud femenina).
Hay una identificación de naturaleza tierna con el padre, de la que todavía está ausente el sentido de
rivalidad hacia la madre. El quehacer masturbatorio de los genitales es el onanismo de la primera infancia,
cuya sofocación es más o menos violenta por parte de los cuidadores, que activa el complejo de
castración. Este onanismo es dependiente del complejo de Edipo y significa la descarga de su excitación
sexual. El hecho de que el niño siga mojándose en la cama sería el resultado del onanismo, y el varoncito
apreciaría su sofocación como una inhibición de la actividad genital y, por tanto, en el sentido de una
amenaza de castración. La acción de espiar con las orejas el coito de los progenitores a edad muy
temprana dé lugar a la primera excitación sexual, y por los efectos que trae con posterioridad pase a ser el
punto de partida para todo el desarrollo sexual. El onanismo, así como las dos actitudes del complejo de
Edipo, se anudarían después a esa impresión, subsiguientemente interpretada.
En la niña: inicialmente la madre fue para ambos el primer objeto. Muchas mujeres perseveran con
intensidad su ligazón-padre y el deseo de tener un hijo de él, y es esta fantasía la fuerza pulsional de su
onanismo infantil. La zona genital es descubierta y no se le atribuye un contenido psíquico a los primeros
quehaceres del niño con ella. El paso siguiente en la fase fálica es el descubrimiento circunscrito a la niña
pequeña: ella nota el pene de un hermano o compañerito, visible, y lo discierne como el correspondiente y
superior del suyo propio, pequeño – aparece la envidia del pene.
Cuando el varoncito ve la región genital de la niña, se muestra irresoluto, desmiente su percepción y busca
subterfugios para hacerla acordar con su expectativa. Solo más tarde, cuando cobra influencia la amenaza
de castración, la observación se vuelve significativa. Dos reacciones resultan de ese encuentro, que
pueden fijarse y luego determinarán la relación con la mujer: horror frente a la criatura mutilada, o
menosprecio triunfalista hacia ella.

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En la niña, nada de esto ocurre. Se forma un juicio y una decisión. Sabe que no lo tiene y quiere tenerlo.
Se bifurca el complejo de masculinidad, que si no logra superarlo, puede deparar dificultades en el
desarrollo hacia la feminidad. La esperanza de recibir alguna vez un pene puede conservarse o convertirse
en extrañas acciones. O bien puede sobrevenir también el proceso de la desmentida, que en el adulto
lleva a una psicosis. La niña se rehúsa a aceptar el hecho de la castración, se afirma con convicción que
posee un pene y se ve compelida a comportarse en lo sucesivo como si fuera un varón.
Las consecuencias psíquicas de la envidia del pene, en la medida en que ella no se agota en la formación
reactiva del complejo de masculinidad, son múltiples y de vasto alcance. Con la admisión de su herida
narcisista, se establece en la mujer un sentimiento de inferioridad. Superado el primer intento de explicar la
castración como un castigo personal, y tras aprehender la universalidad del carácter sexual, empieza a
compartir el menosprecio del varón por el sexo mutilado en un punto decisivo y se mantiene en paridad
con el varón.
Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto genuino, no deja de existir: pervive en el rasgo de
carácter de los celos, con leve desplazamiento. Los celos desempeñan un papel mucho mayor en la vida
anímica de la mujer porque reciben un refuerzo desde la fuente de la envidia del pene, desviada. Una
tercera consecuencia es el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto-madre. Se convence que al
final la madre, que echó al mundo a la niña con una dotación insuficiente es responsabilizada por la falta
de pene. Tras el descubrimiento de la desventaja de los genitales, afloran celos hacia otro niño a quien la
madre supuestamente ama más, con lo cual se adquiere una motivación para desasirse de la ligazón-
madre.
Otro efecto de la envidia del pene: en general la mujer soporta peor la masturbación y se revuelve contra
ella, aunque si hay excepciones puesto que todo sujeto es una mezcla de rasgos masculinos y femeninos.
No obstante, la naturaleza de la mujer está más alejada de la masturbación, y la masturbación del clítoris
sería una práctica masculina, y el despliegue de la feminidad tendría como condición la remoción de la
sexualidad clitorídea. En la niña sobreviene una intensa contracorriente opuesta al onanismo, que no
puede reconducirse exclusivamente al influjo pedagógico de las personas encargadas de la crianza. Esta
moción es manifiestamente un preanuncio de aquella oleada represiva que en la época de la pubertad
eliminará gran parte de la sexualidad masculina para dejar espacio al desarrollo de la feminidad. El factor
que anula el placer de esta práctica es la competencia con el varón, que no puede ganar por su
inferioridad, y la abandona. El conocimiento de la diferencia anatómica esfuerza a la niña a apartarse de la
masculinidad y a encaminarse por nuevas vías que llevan al despliegue de la feminidad.
La libido de la niña se desliza en la ecuación simbólica pene = hijo a una nueva posición. Resigna el deseo
del pene para reemplazarlo por el deseo del hijo, y con este propósito toma al padre como objeto de amor.
La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene una pequeña mujer. Si después la ligazón-
padre tiene que resignarse por malograda, puede atrincherarse en una identificación-padre con la cual la
niña regresa al complejo de masculinidad y se fija en él.
En la niña el complejo de Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo de
castración le preceden y lo preparan. Mientras que el complejo de Edipo del varón se va al fundamento
debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. El complejo de
castración produce en cada caso efectos diversos: inhibidores y limitadores de la masculinidad, y
promotores de la feminidad. En el caso normal, no queda rastro del complejo de Edipo ni siquiera en lo
inconsciente, el superyó deviene su heredero. Puesto que el pene debe su investidura narcisista a su
significación orgánica, se puede concebir la catástrofe en el niño del complejo de Edipo – el extrañamiento
del incesto, la institución de la conciencia moral y de la moral misma.
En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha producido antes su
efecto, y consistió en forzar a la niña a la situación del Edipo. Este complejo puede ser abandonado poco a
poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la

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mujer. El nivel de lo éticamente moral es otro en el caso de la mujer, el superyó nunca deviene tan
implacable, tan impersonal e independiente de los orígenes afectivos como en el varón.
La escisión del yo en el proceso defensivo – 1940/1938
El yo del niño se encuentra, pues, al servicio de una poderosa exigencia pulsional que está habituado a
satisfacer, y es de pronto aterrorizado por una vivencia que le enseña que proseguir con esa satisfacción
le traería por resultado un peligro real-objetivo difícil de soportar. Y entonces debe decidirse: reconocer el
peligro real, inclinarse ante él y renunciar a la satisfacción pulsional, o desmentir la realidad objetiva,
instilarse la creencia de que no hay razón alguna para tener miedo, a fin de preservar así en la
satisfacción. Es, por tanto, un conflicto entre la exigencia de la pulsión y el veto de la realidad objetiva.
Ahora bien, el niño no hace ninguna de esas dos cosas, o mejor dicho, las hace a las dos
simultáneamente. Responde al conflicto con dos reacciones contrapuestas. Por un lado, rechaza la
realidad objetiva con la ayuda de ciertos mecanismos, y no se deja prohibir nada; por el otro, reconoce el
peligro de la realidad objetiva, asume la angustia ante él como un síntoma de padecer y luego busca
defenderse de él.
El resultado se alcanzó a expensas de una desgarradura en el yo que nunca se reparará, sino que se
hará más grande con el tiempo. Las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto subsistirán como
núcleo de una escisión del yo.
Conferencia 33: La Feminidad
La mujer comparte con el hombre partes del aparato sexual masculino en un estado de atrofia, pero esto le
permite vislumbrar un indicio de bisexualidad.
Con respecto a la feminidad y la vida pulsional: su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar la
agresión, y la sociedad se lo impone; esto favorece que se plasmen en ella mociones masoquistas,
susceptibles de ligar eróticamente las tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es
entonces auténticamente femenino.
El desarrollo de la niña hasta la mujer incluye dos tareas adicionales que no tienen correlato con el
desarrollo del varón. Los genitales difieren y se acompaña por otras diferencias corporales. Las diferencias
en la disposición pulsional se basan en que la niña es menos agresiva y se basta menos a sí misma, tiene
más necesidad de que se le demuestre ternura y puede ser más dependiente y dócil. Es más inteligente
que el varoncito, y se muestra más solícita hacia el mundo exterior; incluso sus investiduras de objeto son
más intensas.
La etapa sádico-anal aparece con el mismo nivel de intensidad en la violencia y la agresión que en el
varoncito. En el ingreso de la fase fálica, es igual al varón y se procura placer con el clítoris como el otro lo
hace con el pene. La vagina no es descubierta en ninguno de los dos. En la fase fálica el clítoris es la zona
erógena rectora; con la vuelta hacia la feminidad el clítoris cede todo o parte de su sensibilidad a la vagina
y con ella su valor.
El primer objeto de amor del varón es la madre y se mantiene durante el complejo de Edipo. También para
la niña es la madre por apuntalamiento en la satisfacción de las necesidades, y la crianza es la misma
para los dos. En la situación edípica de la niña el padre deviene objeto de amor y por este camino se
genera la elección definitiva de objeto. Sin embargo, existe un estado previo de ligazón-madre que
significa tener al padre como rival; esta ligazón con la madre dura hasta más o menos el cuarto año. Lo
que se halla con el posterior vínculo con el padre es una transmudación de los vínculos con la madre
fálica.
Los vínculos libidinosos con la madre atraviesan tres fases del desarrollo infantil orales, sádico-anales y
fálicos. Estos deseos subrogan mociones activas y pasivas, son ambivalentes de naturaleza tierna y
agresiva simultáneamente. Uno de los principales deseos es el de hacerle un hijo a la madre, parirle un
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hijo, pertenecientes al período fálico. El extrañamiento de la ligazón-madre se produce bajo la hostilidad,


esta ligazón acaba en odio. Puede ser notable y perdurar toda la vida, o bien puede ser sobrecompensado
más tarde; generalmente una parte se supera y otra permanece.
Se dan una serie de acusaciones y cargos contra la madre destinados a justificar los sentimientos hostiles
del niño: el haber suministrado poca leche explicitado como una falta de amor, el quite de amor por la
aparición de otro hermano – en todos los reproches el niño se siente despojado y menoscabado en sus
derechos por la madre infiel. Se vuelve irritable, desobediente. Una fuente para estas mociones hostiles la
proporcionan los múltiples deseos sexuales, variables de acuerdo con la fase libidinal, y que no pueden
ser satisfechos. La más intensa de estas denegaciones se produce en el período fálico, cuando la madre
prohíbe el quehacer placentero de los genitales que ella misma había orientado.
También a la mujer se le atribuye el complejo de castración. Se inicia con la visión de los genitales del otro
sexo, nota la diferencia y su significación – se siente perjudicada, a menudo expresa que le gustaría tener
algo similar y cae presa de la envidia del pene. Que la niña admita la falta no significa que la acepte, sino
que se aferra al deseo de tener algo similar. El descubrimiento de la castración es un punto de viraje,
parten tres orientaciones de desarrollo: - inhibición sexual, - alteración del carácter en el sentido del
complejo de masculinidad, - feminidad normal.
La niña, que hasta ese entonces había vivido como varón, ve estropearse el goce de su sexualidad fálica
por el influjo de la envidia del pene. La comparación con el varón, mejor dotado, es una afrenta a su amor
propio; renuncia a la satisfacción masturbatoria en el clítoris, desestima su amor por la madre y no es raro
que reprima una buena parte de sus propias aspiraciones sexuales. Considera al principio su castración
como una desventura personal, pero luego lo extiende al resto del sexo femenino y, al final, a su madre.
Cuando la envidia del pene ha despertado un fuerte impulso contrario al onanismo clitorídeo y este no
quiere ceder, se entabla una lucha por liberarse; la niña asume el papel de la madre destituida y expresa
todo su descontento con el clítoris inferior en la repulsa a la satisfacción obtenida por él. Con el abandono
de la masturbación se renuncia a una porción de actividad. Ahora prevalece la pasividad, la vuelta hacia el
padre se consuma predominantemente con ayuda de mociones pulsionales pasivas.
El deseo con que la niña se vuelve hacia el padre es el deseo del pene que la madre le ha denegado y
ahora espera del padre. La situación femenina solo se establece cuando el deseo del pene se sustituye
por el deseo del hijo por ecuación simbólica. El hijo aparece en lugar del pene, hijo que antes se esperaba
de la madre que ahora se espera del padre, y comienza a constituir la meta de deseo femenina.
Con la transferencia del deseo hijo-pene al padre, la niña ha ingresado en la situación del complejo de
Edipo. La hostilidad a la madre experimenta ahora un gran refuerzo, pues deviene la rival que recibe del
padre todo lo que la niña anhela de él. El complejo de castración prepara al complejo de Edipo en vez de
destruirlo; por el influjo de la envidia del pene, la niña es expulsada de la ligazón-madre y desemboca en la
situación edípica. Ausente la angustia de castración, falta el motivo principal de había esforzado al
varoncito a superar el complejo de Edipo. La niña permanece dentro de él por un tiempo indefinido, sólo
después lo deconstruye y aún entonces lo hace de manera incompleta. Tiene que sufrir menoscabo la
formación del superyó, no puede alcanzar la fuerza y la independencia que le confieren su significatividad
cultural.
- COMPLEJO DE MASCULINIDAD: la niña se rehúsa a reconocer el hecho desagradable y mantiene su
quehacer clitorídeo, y busca refugio en una identificación con la madre fálica o con el padre. Lo decisivo
para este desenlace es un factor constitucional, una proporción de mayor actividad. Se evita la oleada que
inaugura el giro hacia la feminidad. Parece deberse a que estas niñas toman por objeto al padre durante
cierto lapso y se internan en la situación edípica, pero luego son esforzadas a regresar a su anterior
complejo de masculinidad en virtud de las infaltables desilusiones con el padre. Sin embargo, estas
desilusiones también aparecen con la niña destinada a la feminidad.

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El despliegue de la feminidad está expuesto a ser perturbado por los fenómenos residuales de la
prehistoria masculina. Las regresiones a las fijaciones de aquellas fases preedípicas son muy frecuentes;
en muchos ciclos de vida se llega a una repetida alternancia de épocas en que predominan la
masculinidad o feminidad.
Se adjudica a la feminidad alto grado de narcisismo, que influye también sobre su elección de objeto, de
suerte que para la mujer la necesidad de ser amada s más intensa que la de amar. En la vanidad corporal
de la mujer sigue participando el efecto de la envidia del pene como resarcimiento por la originaria
inferioridad sexual. La vergüenza se atribuye al propósito originario de ocultar el defecto de los genitales.
Las condiciones de la elección de objeto son afectadas por circunstancias sociales. Cuando puede
mostrarse libremente, se produce siguiendo el ideal narcisista del varón que la niña había deseado
devenir. Si ha permanecido dentro de la ligazón padre, elige dentro del tipo paterno. Puesto que en la
vuelta desde la madre hacia el padre la hostilidad del vínculo amoroso de sentimientos permaneció junto a
la madre, tal elección debería asegurar un matrimonio dichoso. La hostilidad que se dejó atrás alcanza a la
ligazón positiva y desborda sobre el nuevo objeto. El marido, que había heredado al padre, entra con el
tiempo en posesión de la herencia materna. Ocurre que se exprese lucha con el marido como lo hizo con
la madre; o incluso con el nacimiento del hijo se da una identificación con la madre propia y se atrae toda
la libido de matrimonio hacia el hijo.
Las reacciones si el hijo es varón o mujer son diversas; solo la relación con el hijo varón brinda a la madre
una satisfacción irrestricta porque puede transferir sobre el varón la ambición que debió sofocar sobre esa
misma.
Fetichismo
El fetiche es el sustituto del pene de la madre fálica, en el que el varoncito ha creído y al que no quiere
renunciar. El varón rehusó darse por enterado de un hecho de su percepción que la mujer no tiene pene,
porque su propia posesión del pene corre peligro, y se revuelve en contra el narcisismo que viene con ese
órgano. El varón “escotomiza” (el término que usa es desmentida) la percepción de la falta de pene en la
mujer. La represión se refiere a la separación de la representación y el afecto; la desmentida sería la
designación para el destino que sufre esta representación.
La percepción permanece y se emprendió una acción muy enérgica para sustentar su desmentida. No es
correcto que tras su observación el niño salve la creencia del falo, sino que la conserva y al mismo tiempo
la resigna. En el conflicto entre el peso de la percepción indeseada y la intensidad del deseo contrario se
llega a un compromiso: en lo psíquico la madre sigue teniendo este pene, pero ya no es el mismo que
antes. Algo lo ha reemplazado, fue designado un sustituto de gran interés. Trae consigo una enajenación
de los reales genitales femeninos, presta a la mujer el carácter por el cual se vuelve soportable como
objeto sexual, y así el fetichista ahorra el devenir homosexual. Además, los otros no disciernen la
significación del fetiche, y por eso no lo rehúsan, es accesible con facilidad y es fácil obtener la
satisfacción ligada con él.
En la instauración de fetiche lo importante es la suspensión de un proceso, semejante a la detención del
recuerdo en la amnesia traumática. El interés se detiene a mitad de camino, se retiene como fetiche la
última impresión anterior a la traumática, la ominosa. Entonces el pie o el zapato son la preferencia si el
niño fisgoneaba los genitales femeninos desde las piernas.
En este mecanismo, diferente de la neurosis y psicosis, el yo había desmentido un fragmento de la
realidad. Se crean, entonces, dos representaciones paralelas: una, en donde el pene sigue existiendo (el
fetiche mismo) y otra en donde ya no está (la madre castrada). Freud analiza este mecanismo con un caso
de dos hijos varones y su defensa ante el fallecimiento del padre: en una corriente de su vida anímica el
padre seguía con vida y funcionaba el cumplimiento de deseo, y en otra, el padre había fallecido,
correspondiente con la realidad. Su actitud entonces es bi-escindida.

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Los fetiches también pueden conjugar la desmentida con la aseveración de la castración: ejemplo de la
ropa interior, que muestra la falta de pene de la mujer pero sin embargo la toma como sustituto del mismo
a fin de “ocultarla”. La bi-escisión también se muestra en lo que el fetichista hace con su fetiche. Lo
venera, lo trata de una manera que equivale a una figuración de la castración. Acontece cuando se ha
desarrollado una fuerte identificación-padre; el fetichista entonces desempeña el papel del padre a quien el
niño había atribuido la castración de la mujer. La ternura y la hostilidad en el tratamiento del fetiche, que
corren en igual sentido que la desmentida y la admisión de la castración, se mezclan en diferentes casos
en proporciones desiguales.
El Problema Económico del Masoquismo:
El masoquismo aparece de tres formas: como una condición a la que se sujeta la excitación sexual, como
una expresión de la naturaleza femenina y como una norma de la conducta en la vida. Se distingue:
- Masoquismo erógeno: el placer de recibir dolor; tiene bases biológicas y constitucionales.
- Masoquismo femenino.
- Masoquismo moral: sentimiento de culpa inconsciente.
- MASOQUISMO FEMENINO: las escenificaciones reales de los perversos masoquistas responden a
fantasías de satisfacción sexual, ya sean ejecutadas como un fin en sí mismas o sirvan para producir la
potencia e iniciar el acto sexual. El contenido manifiesto es el mismo: ser amordazado, atado, golpeado.
La interpretación es que el masoquista quiere ser tratado como un niño desvalido y dependiente. Este
masoquismo pone a la persona en una situación característica de la feminidad, significa ser castrado, ser
poseído sexualmente o parir. En el contenido manifiesto de las fantasías masoquistas también se expresa
un sentimiento de culpa cuando se supone que la persona afectada ha infringido algo (indeterminado) que
debe expiarse mediante todos esos procedimientos dolorosos. Esto aparece como una racionalización
superficial de los contenidos masoquistas, pero esconde el nexo con la masturbación infantil.
- MASOQUISMO ERÓGENO: o masoquismo primario. En tres ensayos: “la excitación sexual se genera
como efecto colateral a raíz de una gran serie de procesos internos, para lo cual basta que la intensidad
de estos rebase ciertos límites cuantitativos”. También la excitación de dolor y de displacer tiene esta
consecuencia, hay una coexitación libidinosa provocada por una tensión dolorosa.
En el ser vivo pluricelular, la libido se enfrenta con la pulsión de destrucción o de muerte, esta querría
llevar a sus organismos elementales a la estabilidad inorgánica. La tarea de la libido es volver inocua esta
pulsión destructora; la desempeña desviándola hacia afuera mediante la pulsión de destrucción; y otro
sector es puesto directamente al servicio de la función sexual, donde tiene a su cargo la operación del
sadismo. Otro sector no obedece a este traslado hacia afuera, permanece en el interior del organismo y
ahí es ligado libidinosamente con ayuda de la coexitación sexual: masoquismo erógeno originario.
La pulsión de muerte en el interior del organismo es idéntica al masoquismo. Después que su parte fue
trasladada afuera sobre los objetos, en el interior permanece el masoquismo erógeno que en parte sigue
teniendo como objeto al ser propio.
El sadismo proyectado, vuelto hacia afuera, puede bajo ciertas constelaciones ser introyectado de nuevo,
vuelto hacia adentro regresando a su situación anterior – masoquismo secundario, que se añade al
originario.
El masoquismo erógeno se da en todas las fases del desarrollo. La angustia de ser devorado por el padre
(oral), el deseo de ser golpeado por él (sádico-anal) y la castración (fálico); y luego las situaciones de ser
poseído sexualmente propio de la organización genital definitiva.

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- MASOQUISMO MORAL: afloja el vínculo con la sexualidad. El padecer es lo que importa, no interesa
que lo inflija una persona amada o un tercero. La pulsión de destrucción fue vuelta de nuevo hacia adentro
y dirige su furia al propio yo.
En la forma patológica, la intensidad de la reacción terapéutica negativa (por el sentimiento de culpa
inconsciente) es una de las resistencias más graves para el éxito de la terapia. La satisfacción del
sentimiento inconsciente de culpa es una fuerte ganancia de la enfermedad. Es una necesidad de castigo
– el sentimiento de culpa se produce por una tensión entre el yo y el superyó. El yo reacciona con
sentimientos de culpa/angustia de conciencia moral ante la percepción de que no está a la altura del ideal.
Estas personas viven con una desmedida inhibición moral y bajo el imperio de la conciencia moral
susceptible. En la continuación inconsciente de moral el acento recae en el sadismo acrecentado del
superyó, al cual el yo se somete; en el masoquismo moral, el yo pide ser castigado por el superyó o por
cualquier otro externo y generalmente permanece inconsciente para la persona.
La conciencia moral y la moral nacieron por la superación, desexualización del complejo de Edipo.
Mediante el masoquismo moral, la moral es resexualizada, el complejo de Edipo es reanimado y se abre la
vía para la regresión moral hacia él. Este crea la tentación de un obrar pecaminoso que después es
expiado por los reproches de la conciencia moral sádica o con el castigo del destino. Para provocar el
castigo, el masoquista hace cosas inapropiadas, trabaja en contra de su propio beneficio e incluso aniquila
su existencia real.
Unidad 4: Inhibición, Síntoma y Angustia. Tomo XX.
Capítulo I: Diferenciación entre Inhibición y Síntoma.
Inhibición tiene un nexo particular con la función y no necesariamente designa algo patológico: se puede
dar ese nombre a una limitación normal de una función.
En cambio, Síntoma equivale a indicio de un proceso patológico.
Entonces, también una inhibición puede ser un síntoma. La terminología habla de inhibición donde está
presente una simple rebaja de función, y de síntoma donde se trata de una desacostumbrada variación de
ella o de una nueva operación.
Dado que la inhibición se liga conceptualmente a la función, uno puede indagar diferentes funciones del yo
para averiguar las formas en que se exterioriza su perturbación a raíz de c/u de las afecciones neuróticas:
a. La función sexual sufre diversas perturbaciones, la mayoría presentan el carácter de inhibiciones
simples. Son resumidas como impotencia psíquica (impotencia psíquica  el yo está inhibiendo o
perturbando a la función).
En el varón: el extrañamiento de la libido en el inicio del proceso (displacer psíquico), la falta de
preparación física (ausencia de erección), la abreviación del acto (eyaculación precoz) –que igualmente
puede describirse como síntoma positivo-, la detención el acto antes del desenlace natural (falta de
eyaculación), la no consumación del efecto psíquico (ausencia de sensación de placer del orgasmo). Otras
perturbaciones resultan del enlace de la función a condiciones particulares de naturaleza perversa o
fetichista.
Por otra parte, es necesario aclarar la existencia de un nexo entre la inhibición y la angustia: muchas
inhibiciones son una renuncia a cierta función porque a raíz de su ejercicio se desarrollaría angustia.
En la mujer, es frecuente una angustia frente a la función sexual; incluida en la histeria, lo mismo que al
síntoma defensivo del asco, que originariamente se instala como una reacción, sobrevenida con
posterioridad, frente al acto sexual vivenciado de manera pasiva y luego emerge a raíz de la
representación de este.

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También un número considerable de acciones obsesivas resultan ser precauciones y aseguramientos


contra el vivenciar sexual, y por tanto son de naturaleza fóbica.
b. La función nutricional: la perturbación más frecuente es el displacer frente al alimento por quite de la
libido ó un incremento del placer de comer (se ha investigado poco una compulsión a comer que tuviera
por motivo la angustia de morirse de hambre).
Como defensa histérica frente al acto de comer conocemos el síntoma del vómito. El rehusamiento de la
comida a consecuencia de angustia es propio de algunos estados psicóticos (delirio de envenenamiento).
c. La locomoción: es inhibida en muchos estados neuróticos por un displacer y una flojera en la marcha; la
traba histérica se sirve de la paralización del aparato del movimiento, o le produce una cancelación
especializada de esa sola función (abasia).
Particularmente característicos son los obstáculos puestos a la locomoción interpolando determinadas
condiciones, cuyo incumplimiento provoca angustia (fobia).
d. La inhibición del trabajo: placer disminuido, torpeza en la ejecución, o manifestaciones reactivas como
fatiga (vértigos, vómitos) cuando se es compelido a proseguir el trabajo. La histeria fuerza la interrupción
del trabajo produciendo parálisis de órgano y funcionales, cuya presencia es inconciliable con la ejecución
de aquel.
La neurosis obsesiva lo perturba mediante una distracción continua y la pérdida de tiempo que suponen
las demoras.
¿Por qué, cuál es la causa de que el yo inhiba?
Por lo tanto, el concepto de inhibición expresa una limitación funcional del yo, que a su vez puede tener
diversas causas.
Freud destaca dos:
1. En el caso de las inhibiciones especializadas/específicas la tendencia nombrada es más fácil de
discernir. Cuando se padece de inhibiciones neuróticas para tocar el piano, escribir o caminar, el análisis
nos muestra que la razón de ello es una erotización hipertensa de los órganos requeridos para esas
funciones: los dedos de la mano, o los pies. Es decir que, la función yoica de un órgano se deteriora
cuando aumenta su erogenidad, su significación sexual. Por ejemplo: no puede concentrarse en tocar el
piano específicamente, pero todo el resto de las actividades las realiza. Sucede porque esa zona del
cuerpo necesaria para la función (dedos) está erotizada, involucrada en la función, y para no frenar la
acción pulsional, evita la función y la culpa con el ello.
Es decir: el yo renuncia a estas funciones que le competen a fin de no verse precisado a emprender una
nueva represión, a fin de evitar un conflicto con el ello.
2. En el caso de las inhibiciones generalizadas del yo, obedecen a otro mecanismo, simple. Sí el yo es
requerido por una tarea psíquica particularmente gravosa, una enorme sofocación de afectos o la
necesidad de sofrenar fantasías sexuales que afloran de continuo, se empobrece tanto en su energía
disponible que se ve obligado a limitar su gasto de manera simultánea en muchos sitios.
Es decir que hay un empobrecimiento de energía debido a la presencia de varias funciones. Un ejemplo es
en el duelo, se restan otras funciones porque dicha función requiere de mucha energía.
Entonces: inhibiciones son limitaciones de las funciones yoicas, sea por precaución o a consecuencia de
un empobrecimiento de energía.
Por lo tanto, la diferencia entre la inhibición y el síntoma es que éste último ya no puede describirse como
un proceso que suceda dentro del yo, o que le suceda al yo.

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Capítulo II: Síntoma


El síntoma es indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del proceso
represivo. La represión parte del yo, que por encargo del superyó, no quiere acatar una investidura
pulsional incitada por el ello. Mediante la represión el yo consigue coartar el devenir consciente de la
representación que era portadora de la moción desagradable, y esta a menudo se conserva como
formación inconsciente.
Por esta represión, el placer de satisfacción se muda en displacer – el decurso excitatorio intentado en el
ello no se produce, el yo lo inhibe o desvía. El yo tiene la posibilidad de exteriorizar una gran influencia
sobre los procesos del ello. El yo adquiere este influjo a consecuencia de sus vínculos con el sistema
percepción que lo diferencian esencialmente del ello. La función del sistema P-cc se conecta con el
fenómeno de la conciencia, recibe excitaciones de afuera y de adentro, y por medio de las sensaciones
placer/displacer intenta guiar todos los decursos en el sentido del principio de placer. Cuando se revuelve
contra un proceso pulsional del ello, emite una señal de displacer para alcanzar su propósito con ayuda del
principio de placer.
La defensa frente a un proceso indeseado del interior acontece siguiendo el patrón de la defensa frente al
exterior. A raíz de un peligro, la represión equivale a un intento de huida. El yo quita la investidura
preconsciente de la agencia representante de la pulsión que es preciso reprimir, y la emplea para el
desprendimiento de displacer (de angustia). Esta angustia no es producida como algo nuevo a raíz de la
represión, sino que es reproducida como estado afectivo siguiendo una imagen mnémica preexistente. Los
estados afectivos están incorporados en la vida anímica como sedimentaciones de vivencias traumáticas
y, en situaciones similares, se despiertan. En el hombre, el acto de nacimiento presta rasgos
característicos a la expresión de la angustia.
La mayoría de las represiones son casos de “esfuerzos de dar caza”, represiones primordiales producidas
con anterioridad que ejercen su influjo de atracción sobre la situación reciente. Los primeros estallidos de
angustia se producen antes de la diferenciación del superyó, y entonces factores cuantitativos como la
intensidad de la excitación y la ruptura de la protección antiestímulo constituyen las ocasiones para las
represiones primordiales. Las represiones emergen en dos situaciones: cuando una percepción externa
evoca una moción pulsional desagradable, y cuando esta emerge en lo interior, de la cual el yo intenta
huir.
El síntoma se engendra desde la moción pulsional reprimida. A pesar de la represión, la pulsión encuentra
un sustituto, mutilado y desplazado. Ya no es reconocible como satisfacción, y si llega a consumarse no se
produce placer, sino que cobra el carácter de la compulsión. El proceso sustitutivo es mantenido lejos de
su descarga por la motilidad, y si esto no se logra, se ve forzado a agotarse en la alteración del cuerpo
propio y no se le permite desbordar sobre el mundo exterior, le está prohibido trasponerse en acción. En la
represión el yo trabaja bajo la influencia de la realidad externa, y por eso segrega de ella al resultado del
proceso sustitutivo.
Capítulo tres:
En el caso de la represión se vuelve claro el hecho de que el yo es una organización, pero el ello no lo es,
el yo es un sector organizado de este. Si el acto de represión demuestra la fuerza del yo, atestigua su
impotencia y el carácter no influible de la pulsión del ello. El proceso que ha devenido síntoma afirma su
existencia fuera de la organización del ello. La lucha contra la moción pulsional desagradable termina a
veces con la formación del síntoma – el primer acto de la represión no se termina nunca, porque continúa
en la lucha contra el síntoma.
El yo intenta cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma, tratando de ligarlo de algún modo e
incorporarlo en su organización. En cuanto cumplimientos de una exigencia del superyó, tales síntomas
participan por principio del yo, mientras que por otra tienen la significatividad de unas posiciones de lo
reprimido y puntos en la organización yoica: son estaciones fronterizas con investidura mezclada. El
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síntoma ya está ahí y no puede ser eliminado, al yo se le impone sacarle ventaja a la situación. Sobreviene
una adaptación al mundo interior ajeno representado por el síntoma. Puede ocurrir que el síntoma estorbe
la capacidad de rendimiento y así permita apaciguar una demanda del superyó o rechazar una exigencia
del mundo exterior. El síntoma es encargado de subrogar intereses y cobra valor, se fusiona con el yo.
Resulta una ganancia secundaria de la enfermedad.
Capítulo cuatro:
Caso del pequeño Hans: fobia ante el caballo. La angustia frente al caballo es el síntoma. La incapacidad
para andar por la calle es un fenómeno de inhibición para evitar el síntoma-angustia. Sin embargo no es
un angustia indeterminada frente al caballo, sino una expectativa de que lo morderá. Este contenido
procura sustraerse de la conciencia y sustituirse mediante la fobia.
El niño se encuentra en actitud edípica de celos y hostilidad al padre: conflicto de ambivalencia, un amor y
odio dirigidos a la misma persona; la fobia es un intento de solucionarlo. La moción pulsional reprimida es
el impulso hostil hacia un padre que amenaza con la castración, y a raíz de esta se sustituye al padre por
el caballo mediante un desplazamiento que permite tramitar esta ambivalencia.
La represión ocurre por un proceso de mudanza hacia lo contrario: en lugar de la agresión hacia el padre
se presenta la agresión hacia la persona propia. La desfiguración del síntoma no ocurre en la agencia
representante de la pulsión, sino que es una reacción frente a lo genuinamente desagradable. Se
descubre también que, en este caso, también se ha reprimido la moción pasiva tierna respecto del padre
(que no genera demasiado efecto), y también la investidura del objeto-madre tierna.
El afecto angustia de la fobia proviene de la angustia de castración.
Capítulo cinco:
La angustia predomina en el cuadro de las fobias (histerias de angustia), pero en numerosas neurosis no
presentan nada de angustia.
Los síntomas frecuentes de las histerias de conversión (parálisis, contractura, descarga involuntaria) son
procesos de investidura permanentes o intermitentes. Mediante el análisis se puede averiguar el decurso
excitatorio perturbado al que sustituyen: el dolor estuvo presente en la situación en que sobrevino la
represión, la alucinación fue una percepción del momento, la parálisis es la defensa frente a una acción
inhibida. La sensación de displacer que las acompaña varía. En síntomas físicos no existe, es como si el
yo no participara; en los síntomas intermitentes y sensoriales se registra nítido displacer. Tampoco
notamos la lucha del yo contra el síntoma en la histeria de conversión. Solo cuando la situación patógena
es activada por vía asociativa, el yo recurre a medidas precautorias para evitar despertar el síntoma.
Los síntomas de la neurosis obsesiva son de dos clases: prohibiciones, medidas precautorias, penitencias;
o bien satisfacciones sustitutivas con disfraz simbólico. El más antiguo es el negativo y punitivo, pero
cuando la enfermedad se prolonga prevalecen las satisfacciones que burlan toda defensa. Constituye un
triunfo de la formación de síntoma que se logre enlazar la prohibición con la satisfacción, y se recurre a
vías de conexión artificiosas. Puede que el síntoma sea en dos tiempos: la acción que ejecuta cierto
precepto sigue de una segunda que lo cancela o deshace.
Hay una lucha continuada contra lo reprimido, que se inclina más en perjuicio de las fuerzas represoras; y
el yo y el superyó participan considerablemente de la formación del síntoma. La situación inicial de esta
neurosis es la defensa contra exigencias libidinosas de complejo de Edipo. La configuración ulterior es
alterada por un factor constitucional: la organización genital de la libido desmuestra ser endeble y poco
resistente, cuando el yo da comienzo a su defensa, el primer éxito propuesto es rechazar en todo o en
parte la organización genital de la fase fálica hacia el estadio sádico-anal. El estadio fálico se ha alcanzado
en el momento del giro a la neurosis obsesiva, que estalla después del segundo período infantil, iniciada la
latencia.

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La explicación de la regresión es una desmezcla de pulsiones, en la segregación de los componentes


eróticos que se habían sumado a las investiduras destructivas de la fase sádica. El forzamiento de la
regresión es el primer éxito del yo en la lucha defensiva contra la exigencia de la libido. El complejo de
castración es el motor de la defensa, y esta defensa recae sobre las aspiraciones del complejo de Edipo.
Nos situamos en el comienzo del período de latencia caracterizado por el sepultamiento del Edipo, la
consolidación del superyó y la erección de las barreras éticas en el interior del yo. En la neurosis obsesiva
estos procesos rebasan la medida normal, a la destrucción del Edipo se agrega la degradación de la libido,
el superyó se vuelve severo, y el yo desarrolla formaciones reactivas de la conciencia moral, la compasión
y la limpieza.
Plantea entonces un nuevo mecanismo de defensa junto a la represión y regresión: las formaciones
reactivas que se producen dentro del yo del neurótico obsesivo. Además, el superyó no puede sustraerse
de la regresión y la desmezcla de pulsiones, y se vuelve más duro.
En la pubertad, la organización genital se reinstala. Vuelven a despertar las mociones agresivas iniciales, y
un sector más o menos grande de las mociones libidinosas se ve precisado a marchar por las vía de la
regresión y emerger en condición de propósitos agresivos. A consecuencia de estas formaciones reactivas
el yo se revuelve contra invitaciones crueles que le son enviadas del ello. El superyó severo se afirma en
la sofocación de la sexualidad. La neurosis se refuerza en dos direcciones: lo que defiende se ha devenido
más intolerable, y aquello de lo cual se defiende más insoportable.
La representación que emerge consciente en la neurosis obsesiva es un sustituto desfigurado, o bien se le
ha eliminado la moción pulsional agresiva y es un mero contenido de pensamiento. El afecto ahorrado sale
a la luz en otro lugar. El superyó se comporta como si no se hubiera producido ninguna represión, y trata al
yo acorde a esta premisa. El yo registra un sentimiento de culpa. Entonces, mediante la represión el yo se
ha clausurado frente al ello, pero permanece accesible a los influjos del superyó. Incluso el yo puede llegar
a realizar acciones de autopunición que le permitan no percibir la culpa, que al mismo tiempo satisfacen
pulsiones masoquistas de la regresión.
Capítulo seis:
Hay dos actividades de yo en la formación del síntoma.
1. Anular lo acontecido: mediante un simbolismo motor que quiere hacer desaparecer no las
consecuencias de un suceso, sino a este mismo. Los ceremoniales de la neurosis obsesiva tienen el
propósito de anular lo acontecido en segunda raíz. La primera raíz es prevenir, tomar precaución para que
no acontezca y no se repita. Las medidas precautorias son acordes a la ratio, mientras que las
cancelaciones son desacordes y de naturaleza mágica. Anular lo acontecido es un debilitamiento del
proceso normal en la decisión de tratar cierto suceso como “non arrivé”, pero no se emprende acción en
contrario.
2. Aislamiento: recae sobre la esfera motriz. Tras un suceso desagradable se interpola una pausa en la
que no está permitido que acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción. El fin es
mantener separado algo que asociativamente se copertenece, el aislamiento motriz está destinado a
garantizar la suspensión de ese nexo en el pensamiento.
El neurótico obsesivo halla dificultad en obedecer la regla analítica. Su yo es más vigilante y son más
tajantes los aislamientos que emprende, probablemente a consecuencia de la tensión de conflicto entre su
superyó y su ello. En el curso de pensamiento tiene cosas de la cual defenderse: fantasías inconscientes,
aspiraciones ambivalentes; si se dejara ir, perdería la lucha. Apoya su compulsión a concentrarse y aislar
mediante estas acciones mágicas y presentan el carácter del ceremonial.
Procura impedir asociaciones, conexiones de pensamientos, y el yo obedece al tabú del contacto. El
contacto físico es la meta inmediata tanto de la investidura de objeto tierna como de la agresiva, de Eros
que busca la unión y la pulsión de destrucción que busca destruir con las manos.
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Capítulo siete:
En las zoofobias infantiles, el yo debe proceder contra una investidura de objeto libidinosa del ello porque
ha comprendido que ceder a ella aparejaría el peligro de la castración. ¿La defensa es provocada por la
moción tierna hacia la madre o la agresiva al padre? Solo la corriente tierna hacia la madre es erótica pura.
La agresiva depende de la pulsión de destrucción, pero ahora esta investidura también se trata como
libidinosa y la moción agresiva hacia el padre puede ser también objeto de la represión.
Tan pronto como discierne el peligro de la castración, el yo da la señal de angustia e inhibe el proceso de
investidura amenazador en el ello. Se consuma la formación de la fobia, y la angustia de castración recibe
otro objeto y una expresión desfigurada, que es el objeto de la fobia misma en vez de ser castrado. La
formación sustitutiva esquiva un conflicto de ambivalencia, y permite al yo suspender el desarrollo de
angustia, que solo aparecerá si se está en frente del objeto.
La fobia tiene el carácter de una proyección, pues sustituye un peligro pulsional interior por un peligro de
percepción exterior. Uno puede protegerse del peligro exterior mediante la huida y la evitación de la
percepción, y esto intenta el yo cuando desplaza el objeto de la angustia. De todas formas, la exigencia
pulsional no es un peligro en sí misma, lo es sólo porque conlleva un auténtico peligro exterior, el de la
castración. La angustia de las zoofobias es, entonces, una reacción afectiva del yo frente al peligro de
castración, que provoca la señal de angustia. El contenido de la angustia permanece entonces
inconsciente, y sólo deviene consciente en una desfiguración.
La fobia se establece después de que en ciertas circunstancias se vivenció un primer ataque de angustia,
pero reaparece toda vez que no se puede observar la condición protectora. El motor de la posterior
formación de síntoma es la angustia. En la neurosis obsesiva, el motor es la angustia frente al superyó, en
donde el peligro está interiorizado, pero sigue siendo un castigo de castración que se ha trasmudado en
angustia social o de la conciencia moral. El yo se sustrae de esta angustia ejecutando los mandamientos,
preceptos y acciones expiatorias que le son impuestos. Si es impedido, emerge un malestar penoso.
La angustia es la reacción frente a la situación de peligro; se ahorra si el yo hace algo para evitar la
situación o sustraerse de ella. Los síntomas son creados para evitar la situación de peligro, que es
señalada mediante el desarrollo de la angustia.
La angustia de muerte también es un análogo a la angustia de castración, la situación frente a la cual el yo
reacciona es la de ser abandonado por el superyó protector. A raíz de las vivencias que llevan a la
neurosis traumática es quebrada la protección contra los estímulos exteriores y en el aparato anímico
ingresan volúmenes de excitación. Entonces puede que la angustia no se limite a ser una señal afecto,
sino que también sea producida como algo nuevo a partir de las condiciones económicas de la situación.
Capítulo ocho:
La angustia es algo sentido. Un estado afectivo. Como sensación tiene un carácter displacentero, diferente
de las tensiones, el dolor y el duelo. Este displacer en la angustia tiene una nota particular, y provoca
sensaciones corporales más determinadas que referimos a ciertos órganos – los pulmones y el corazón.
En la angustia participan procesos de descarga motrices percibidas. Entonces, en la angustia distinguimos
1) carácter displacentero específico 2) acciones de descarga 3) percepciones de estas.
En la base de la angustia hay un incremento de la excitación, que por una parte da lugar al carácter
displacentero y por la otra es aligerado mediante las descargas mencionadas. El estado de angustia es la
reproducción de una vivencia que reunió las condiciones para un incremento del estímulo y para la
descarga por determinadas vías, a raíz de lo cual el displacer de la angustia recibió su carácter específico:
el trauma de nacimiento. Esta angustia llena una función indispensable desde lo biológico como reacción
frente al estado de peligro.

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La angustia se generó como reacción frente a un estado de peligro, en lo sucesivo se la reproducirá


regularmente cuando un estado semejante vuelva a presentarse. Las inervaciones del estado de angustia
originario tuvieron pleno sentido y fueron adecuadas a su fin – en el curso del nacimiento la inervación
dirigida a los órganos de la respiración prepara la actividad de los pulmones.
Cuando un individuo cae en una nueva situación de peligro puede volverse inadecuado al fin que responda
con un estado de angustia, reacción frente a un peligro anterior en vez de emprender una reacción
adecuada ahora. Resalta y señala la situación de peligro inminente con el estallido de angustia.
En cuanto al peligro: en el acto del nacimiento amenaza un peligro objetivo para la conservación de la
vida, pero carece de todo contenido psíquico. Lo único que distingue es la enorme perturbación en la
economía de su libido narcisista. Irrumpen en él sensaciones de displacer con elevadas investiduras de
órgano. El neonato repetirá el afecto de angustia en todas las situaciones que le recuerden el suceso de
nacimiento. Hay casos de exteriorización infantil de angustia: cuando el niño está solo, cuando está en la
oscuridad y cuando hay una persona ajena a la familiar (la madre). Se reducen a una única condición –
echar de menos a la persona amada. La imagen mnémica de la persona añorada es investida
intensivamente, y la angustia aparece frente a la ausencia de objeto. También la angustia de castración
tiene por contenido la separación de un objeto estimado, y la angustia más originaria se engendra a partir
de la separación de la madre.
Cuando el niño añora la percepción de la madre, es porque ya sabe que ella satisface sus necesidades. La
situación que valora como peligrosa es la de insatisfacción, el aumento de necesidad. Lo común a esto y al
trauma de nacimiento es la perturbación económica por el incremento de las magnitudes de estímulo, el
núcleo del peligro. Con la presencia de un objeto exterior puede poner término a la situación peligrosa que
le recuerda al nacimiento. El lactante emite la señal antes de que sobrevenga la situación económica, tan
pronto como se produce la separación con el objeto.
La angustia también se repite en la angustia de castración. Al despersonalizarse la instancia parental en el
superyó, del cual se temía la castración, el peligro se vuelve más indeterminado. Se desarrolla como
angustia de conciencia moral y angustia social. Es la ira, el castigo del superyó, la pérdida de amor de su
parte aquello que el yo valora como peligro y a lo cual responde con la señal de angustia. Es la angustia
de muerte.
El ello no puede tener angustia por no apreciar el peligro, pero sí se consuman procesos dentro de él que
dan al yo ocasión para desarrollar la angustia; las represiones más tempranas, y la mayoría de las
posteriores, son motivadas por esa angustia del yo frente a procesos singulares sobrevenidos en el ello.
Puede ser entonces que: - en el ello suceda algo que active una de las situaciones de peligro para el yo y
lo mueva a dar la señal de angustia a fin de inhibirlo, o; - que en el ello se produzca una situación análoga
al trauma de nacimiento.
El exceso de libido no aplicada puede encontrar su descarga en el desarrollo de angustia en las neurosis
actuales. El yo intenta ahorrarse la angustia, que ha aprendido a mantener en suspenso por un lapso, y
ligarla mediante una formación de síntoma.
- En el caso de la mujer, la condición de angustia es la pérdida de amor del parte del objeto.
Capítulo nueve:
La angustia misma es el síntoma de la neurosis. Toda formación de síntoma de neurosis se emprende sólo
para escapar a la angustia; los síntomas ligan la energía psíquica que de otro modo se habría descargado
como angustia. También puede llamarse síntoma a toda inhibición que el yo se imponga. Si se obstaculiza
la formación de síntoma, el peligro se presenta efectivamente, o sea, produce aquella situación análoga al
nacimiento en el que el yo se encuentra desvalido. El desarrollo de angustia entonces induce la formación
de síntoma; si el yo no hubiera alertado a la instancia placer-displacer, no adquiriría el poder para atajar al
proceso amenazador en el ello. Entonces: el yo se limita solo a emitir la angustia como señal.
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La formación de síntoma tiene el efectivo resultado de cancelar la situación de peligro. Posee dos caras:
una que permanece oculta, que produce en el ello aquella modificación por medio del cual el yo se sustrae
de peligro; la otra cara muestra lo que ha creado en remplazo del proceso pulsional modificado: la
formación sustitutiva. Este proceso defensivo interviene en el decurso pulsional, lo sofoca y lo desvía de su
meta, volviéndolo inocuo.
Cada situación de peligro corresponde a cierta época de la vida o fase de desarrollo del aparato anímico.
En la primera infancia no se está pertrechado para dominar psíquicamente grandes sumas de excitación.
El interés será que las personas no le quiten el cuidado tierno. Cuando el varón siente a su padre como
rival y se percata de sus inclinaciones agresivas, esta justificado temer al padre y angustiarse ante el
castigo. Con la entrada en las relaciones sociales, la angustia frente al superyó, la conciencia moral,
adquiere el papel primordial.
Capítulo diez:
Cuando el yo consigue defenderse de una moción pulsional peligrosa inhibe y daña una parte del ello,
pero simultáneamente le concede una porción de independencia y renuncia a una porción de su propia
soberanía. Se desprende de la naturaleza de la represión, que es un intento de huida. Ahora lo reprimido
está proscrito y excluido de la organización del yo, en lo inconsciente. Las consecuencias de la limitación
del yo se vuelven manifiestas si luego la situación del peligro se altera de forma que el yo no tiene motivo
para defenderse de una moción pulsional nueva, análoga a la reprimida, que va a caer bajo la compulsión
de repetición, y recorre el mismo camino que la pulsión reprimida como si aún existiera el peligro.
Capítulo once:
A. Resistencia y contrainvestidura.
La represión no consiste en un proceso que se cumpla una vez, sino que reclama un gasto permanente. Si
faltara, la moción reprimida que recibe aflujos desde sus fuentes retomaría el mismo camino que fue
esforzada a desalojar, la represión no tendría éxito. La naturaleza continuada de la pulsión exige al yo
asegurar su acción defensiva mediante un gasto permanente. En el empeño terapéutico esto es la
resistencia, que presupone la contrainvestidura. Se manifiesta como alteración del yo, como formación
reactiva en el interior del yo, por refuerzo de la actitud opuesta a la orientación pulsional que ha de
reprimirse.
Otra clase es más acorde a la histeria: la moción pulsional reprimida puede ser activada (investida de
nuevo) desde dos lados; en primer lugar, desde adentro, por un refuerzo de la pulsión a partir de sus
fuentes internas de excitación, y en segundo, desde afuera por la percepción de un objeto que seria
deseable para la pulsión. La contrainvestidura histérica se dirige preferentemente hacia afuera con una
percepción peligrosa, cobra la forma de una vigilancia que evita, mediante las limitaciones del yo,
situaciones en que por fuerza emergería esa percepción y, en caso de que esta haya surgido no obstante,
consigue sustraer de ella la atención – escotomización.
La resistencia, que debemos superar en el análisis, es operada por el yo que se afirma en sus
contrainvestiduras. Hacemos consciente la resistencia toda vez que ella misma es inconsciente a raíz de
su nexo con lo reprimido. Se le deben prometer al yo ventajas y premios si abandona la resistecia. Tras
cancelar la resistencia yoica se debe superar la compulsión de repetición, la atracción de lo inconsciente
sobre la pulsión reprimida – una resistencia inconsciente.
En las resistencias yoicas encontramos: - resistencia de la represión.
- Resistencia de transferencia.
- Resistencia de ganancia de la enfermedad.

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La resistencia del ello es la necesidad de la reelaboración. La resistencia del superyó es la más oscura y
se pone a todo éxito.
C. Represión y defensa.
Los distintos mecanismos de defensa del yo son las técnicas de las que este se vale e sus conflictos.
Incluye la represión, el aislamiento y la anulación de lo acontecido.
D. Complemento sobre la angustia.
La angustia tiene un inequívoco vínculo con la expectativa; es angustia ante algo. Lleva adherido un
carácter de indeterminación y ausencia de objeto, y hasta el uso lingüístico correcto cambia el nombre
cuando ha hallado un objeto, sustituyéndolo por el de miedo.
Una situación de peligro es aquella que se convierte en condición de esa expectativa, se da la señal de
angustia en ella. La angustia es entonces una expectativa del trauma, y una repetición amenguada de él.
- Angustia realista: ante el peligro realista. Desarrolla dos reacciones: la afectiva, el estallido de angustia, y
la acción protectora.
- Angustia neurótica: ante un peligro neurótico/pulsional de que no tenemos noticia. Ocurre el mismo
proceso.
C. Angustia, dolor y duelo.
- Angustia: reacción frente al peligro de la pérdida percibida del objeto, que trae consigo.
- Duelo: carácter particularmente doliente por la necesidad de quitar investiduras del objeto. Se genera
bajo el influjo del examen de realidad, que exige separarse del objeto porque este ya no existe.
- Dolor: genuina reacción frente a la pérdida del objeto. Nace cuando un estímulo perfora la protección
antiestímulo. Genera una investidura elevada narcisista del lugar doliente.
Unidad 5: Sobre la técnica Psicoanalítica
Construcciones en el análisis:
Capítulo uno:
Freud trata de exponer cómo se toman en el tratamiento analítico el “si” y “no” que viene del paciente, su
expresión y contradicción. El propósito del trabajo analítico es mover al paciente a cancelar las represiones
de su desarrollo temprano, reemplazándolas por reacciones de un estado de madurez psíquica. Para esto,
debe volver a recordar ciertas vivencias y sus mociones de afecto, olvidadas. Sus síntomas e inhibiciones
son consecuencias de estas represiones, los sustitutos de la pulsión. Los materiales que nos ofrece son
los sueños desfigurados, ocurrencias de la asociación libre, repeticiones de afectos reprimidos en acciones
importantes o ínfimas de su vida. La relación de transferencia con el analista es apta para favorecer el
retorno de estos vínculos.
Lo que el terapeuta busca es una imagen confiable e íntegra en todas sus piezas; el trabajo analítico
consta de dos piezas. Por un lado, el analizado debe ser movido a recordar algo vivenciado y reprimido, y
las condiciones dinámicas de este proceso son tan interesantes que la operación del analista pasa a un
segundo plano. En analista tiene que colegir lo olvidado desde los indicios, debe construirlo, y para esto
extrae sus conclusiones a partir de unos jirones de recuerdo, asociaciones y exteriorizaciones activas del
analizado, y lo reconstruye mediante completamiento y ensambladura de los restos. Se sirve también de
repeticiones de reacciones que provienen de la edad temprana mostradas a través de la transferencia.
Todo lo esencial se ha conservado, aún lo que parece olvidado por completo está todavía presente.
Ninguna formación psíquica sufre una destrucción total.

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Capítulo dos:
En el tratamiento analítico el analista da una pieza de construcción y la comunica al analizado para que
ejerza efecto sobre él, y luego construye otra pieza a partir del nuevo material. Se realiza una construcción
a partir de interpretaciones de piezas individuales; el analista intentará construir piezas de la prehistoria
olvidada. No produce daño equivocarse y presentar una construcción incorrecta, porque estos errores son
inofensivos y no provocan ninguna reacción en el paciente. Cuando se presenta nuevo material y podemos
formular una construcción mejor, reconocemos el error y proseguimos como si nunca hubiese ocurrido.
No se acepta el valor directo al “sí” del paciente. Puede indicar que reconoce la construcción oída como
correcta, pero también puede carecer de significado y ser hipócrita, porque es más fácil para la resistencia
seguir escondiendo. El sí solo posee valor cuando es seguido por corroboraciones indirectas, acopladas
inmediatamente a otros “sí”, recuerdos nuevos que complementan y amplían la construcción.
El “no” tampoco es aceptado. Rara vez el paciente expresa una desautorización justificada, mucho más a
menudo exterioriza una resistencia provocada por el contenido de la construcción que se le ha
comunicado. Por lo tanto, el “no” no prueba nada sobre la justeza de la construcción, pero podemos
suponer que el analizado no desconoce propiamente lo que se le comunicó, sino que su contradicción
viene legitimada por el fragmento no descubierto. La única interpretación segura es aquella que no es
integral; la construcción no se lo ha dicho todo.
De las exteriorizaciones directas del paciente después de comunicarle una construcción, los puntos de
apoyo para saber si se ha acertado son: - variedades indirectas de corroboración, con juegos de palabras;
- que responda con una asociación análoga al contenido de la construcción; - confirmación a través de una
operación fallida.
Cuando el análisis está bajo reacciones terapéuticas negativas como conciencia de culpa, masoquismo,
revuelta contra el analista; la conducta del paciente después de comunicar la construcción nos facilita la
decisión buscada: reacciona con síntomas y un empeoramiento de su estado.
Capítulo tres:
El camino que parte de la construcción del analista culmina con el recuerdo del analizado, pero no siempre
se da. En su lugar, uno alcanza una convicción sobre la verdad de la construcción que funciona igual que
un recuerdo.
Con respecto a las alucinaciones: tras comunicar a algunos pacientes la construcción acuden vívidos
recuerdos, hipernítidos, pero no recordaban el episodio del que eran parte sino detalles próximos sin
relevancia, tanto en el sueño como en la vigilia, en estados parecidos al fantaseo. Esto corresponde a una
pulsión emergente de lo reprimido, puesta en movimiento al comunicarse la construcción, que pretendió
transportar hasta la conciencia las huellas mnémicas, y una resistencia no consiguió atajar el movimiento
pero pudo desplazarlo sobre objetos vecinos.
La alucinación, en general, significa un retorno de algo vivenciado en la edad temprana y luego olvidado,
que el niño vio u oyó, y que ahora esfuerza su ascenso a la conciencia, probablemente desfigurado y
desplazado por efecto de las fuerzas que contrarían ese retorno. Las formaciones delirantes articuladas
con las alucinaciones no son independientes: en el mecanismo de la formación delirante destacamos por
lo común dos factores: el extrañamiento respecto de la realidad y sus motivos; y el influjo del cumplimiento
de deseo sobre el contenido del delirio. La pulsión emergente de lo reprimido aprovecha este
extrañamiento de la realidad para imponer su contenido a la conciencia, y las resistencias excitadas por
este proceso y la tendencia al cumplimiento de deseo comparten la responsabilidad por la desfiguración
(dislocación) y desplazamiento de lo vuelto a recordar.
La locura, entonces, contiene un fragmento de verdad histórico-vivencial, y la creencia compulsiva que
haya el delirio cobra su fuerza de esa fuente infantil. El reconocimiento de ese núcleo de verdad puede

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llegar a librar el fragmento de verdad histórica de sus desfiguraciones y sus apuntalamientos en el


presente, y resituarlo en el pasado, a través del trabajo analítico.

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