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CLAVES DE LA ÉPOCA
1. FAUVISMO Y EXPRESIONISMO
Los artistas-fieras ("fauves")
En el Salón de Otoño de París de 1905, un grupo de pintores renovadores
expusieron juntos sus obras; la violencia de sus colores puros impresionó a un
crítico contemporáneo, que inventó para ellos el calificativo de fauves (fieras). El
punto de partida de aquellos trabajos estaba en Cézanne, de quien tomaron su
modo de descomponer las imágenes en planos de colores uniformes y
contornos imprecisos. También se inspiraron en los punteados cromáticos de
los neoimpresionistas. Las tonalidades de los fauves eran estridentes: un árbol
podía ser rojo; un cielo, amarillo, etc. El cuadro adquiría así una total autonomía
respecto a la supuesta realidad exterior, y por eso Matisse pudo afirmar: "A fin
de cuentas, yo no creo ninguna mujer, hago un cuadro".
Los fauves no constituyeron ninguna asociación coherente ni tuvieron un
programa estético definido. Aunque coincidieron durante unos años (entre 1903
y 1907 aproximadamente) haciendo un mismo tipo de pintura emocional,
intensamente colorista, hubo entre ellos algunas diferencias. Henri Matisse
(1869-1954), el más importante de todos, estuvo cerca de André Derain (1880-
1954) en su gusto por un arte decorativo, relativamente amable. Maurice
Vlaminck (1876-1958), en cambio, fue un pintor mucho más apasionado y
vehemente, que aplicaba la pincelada con una violencia inspirada en Van Gogh.
Sin embargo, no encontramos en sus obras ninguna de las obsesiones por la
subjetividad angustiada que son características de los expresionistas alemanes.
Unidad y variedad del expresionismo
El más difuso de todos los ismos se desarrolló principalmente en Alemania.
Tampoco tuvo el expresionismo un perfil cronológico preciso, por lo que se
suele hablar de varias oleadas o
generaciones expresionistas. Común a todos
estos artistas es el deseo de dar primacía a
lo subjetivo, sin excluir la representación de
sentimientos y pasiones extremas. Son fre-
cuentes los temas que aluden a la angustia,
la soledad, el misterio, el amor mercenario o
el alegre frenesí. Pero las técnicas
evolucionaron: si los primeros
expresionistas pudieron acusar la influencia
de las curvas sinuosas del art nouvcau, es
obvio el impacto de los fouves franceses sobre los expresionistas de la siguiente
generación.
El pintor noruego Edvard Munch (1863-1944) perteneció al primer grupo; su
obra más famosa es El grito (1895). Destaca también el belga James Ensor (1860-
1949) con un estilo más abrupto y caricaturesco.
Pero la eclosión del expresionismo se produjo en Alemania algo después por la
creación de dos grupos de artistas. El primero, formado en 1905, adoptó el
nombre de Die Brücke (El puente). Sus miembros pretendían servir de enlace
entre todos los elementos revolucionarios del arte de su tiempo, y por eso acu-
saron en seguida la influencia del colorido estridente de los fauves franceses.
Pero conservaron un gusto por las angulaciones atrevidas y por una estilización
que daba cierta apariencia "gótica" a lo
representado. El mejor representante de
aquel grupo fue Ernst Ludwig Kirchner
(1880-1938).
El segundo grupo expresionista, Der blaue
Reiter (El jinete azul), fue constituido en
Munich en 1911 por Wassily Kandinsky
(1866-1944) y Franz Marc (1880-1916), entre
otros. Sus preocupaciones eran menos psicológicas y sociales, interesándose
más por las posibilidades espirituales de la pintura pura. Parece lógico que
acabaran desembocando en la abstracción.
3. PABLO PICASSO
5. FUTURISMO Y DADAÍSMO
El dadaísmo
El movimiento más radicalmente negador de todo lo establecido fue el
dadaísmo, surgido en Zúrich durante la Primera Guerra Mundial. Suiza era un
país neutral donde se refugiaron muchos jóvenes durante la guerra.
Inmigrantes temporales fueron casi todos los primeros animadores del Cabaret
Voltaire de Zúrich, un café cultural donde se inició dada, en
1916, con las actividades de los poetas Hugo Ball (1886-1927)
y del rumano Tristan Tzara (1896-1963), o de artistas
plásticos como Marcel Janeo (1895-1984) y Hans Arp (1887-
1966). Este último declaró más tarde refiriéndose a las
intenciones de los primeros dadaístas: "Buscábamos un arte
elemental que curara a los hombres de la locura de la época,
un orden nuevo que restableciera el equilibrio entre el cielo y
el infierno".
Dada no significaba nada en especial ("sí, sí", en rumano, o
tal vez "caballito de madera"), pero fue una palabra mágica con la que se
justificaron cosas como la recuperación del azar en tanto que fuerza creadora, el
empleo programado del escándalo público o el uso de materiales heterogéneos
y de desecho para la creación.
Atraído por dada acudió a Zúrich Francis Picabia (1879-
1953). Se había interesado ya unos años antes por la
utilización manipulada de imágenes procedentes de
máquinas modernas, tal como puede verse en Retrato de
una muchacha americana en estado de desnudez (1915): con una bujía de automóvil
(lo que produce la chispa en el motor de explosión) alude a las peculiaridades
del erotismo femenino. Esta actitud irónica era la misma que tenían Marcel
Duchamp y todos los dadaístas neoyorkinos, como se aprecia en las obras de
Man Ray (1890-1977). También la iconografía mecánica fue adoptada tras la
contienda por los dadaístas berlineses. El acto público más importante del da-
daísmo en Alemania fue la Primera Feria Internacional Dada, organizada en
Berlín en 1920: la exposición de un maniquí de cerdo vestido con uniforme del
ejército alemán produjo la clausura de la sala y un proceso a algunos
organizadores del evento.
6. MARCEL DUCHAMP
Cubista y "futurista"
La otra gran figura del arte del siglo xx, equiparable por su importancia a Pablo Picasso,
fue Marcel Duchamp (1887-1968). Exploró una vía muy diferente a la del pintor
español, modificando nuestra percepción del objeto manufacturado e inaugurando
muchas de las corrientes "conceptuales" de la segunda postguerra. Este artista asimiló
rápidamente todos los descubrimientos de la vanguardia, desde el impresionismo al
fauvismo.
En 1912 pintó el Desnudo bajando una escalera, una obra cubista ortodoxa y al mismo
tiempo muy original: los colores apagados correspondían a alguien que seguía de cerca
el trabajo "analítico" de Picasso y Braque, sin embargo era nueva su pretensión de
captar el movimiento recurriendo
a la representación de un tema
académico como el desnudo.
Duchamp se inspiraba en las
cronofotografías, con la misma
imagen semirrepetida mostrando
las distintas fases de una acción.
Eso demuestra su afinidad, en
aquellos momentos, con los
futuristas italianos.
El final de la pintura y la fase
dadaísta
A partir de 1912 Duchamp
abandonó la pintura y se consa-
gró a especulaciones de difícil
clasificación. Convencido como
estaba de la muerte de las "bellas
artes" tradicionales, y de la
necesidad de tomar en
consideración la hermosura de
los objetos manufacturados
ofrecidos por la industria, decidió, en 1915, emigrar a Nueva York. Huía de la caduca
Europa y del patrioterismo sofocante provocado por la guerra mundial. Allí se rodeó de
amigos vanguardistas como Picabia o Man Ray, y de algunos mecenas locales,
consagrándose principalmente a dos tareas:
- La elaboración de una obra sobre cristal (el Gran vidrio) que él tituló La casada
desnudada por sus solteros, incluso (que se analizará más adelante).
- El montaje de unas cuantas obras reutilizando de varios modos objetos "ya
hechos". Llamó a estos trabajos ready-mades, jugando con el significado casi
equivalente de las dos palabras inglesas. Aquella fase de su vida coincidió con el
auge internacional de la revolución gestada en Zúrich, y no es una casualidad
que a Duchamp se le considere como la figura más importante del dadaísmo
neoyorkino.
A principios de los años veinte se inventó un alter ego femenino, al cual llamó Rrose
Sélavy (su lectura fonética en francés significa "el amor es la vida"), y con ese nombre
firmó en lo sucesivo muchas obras y fotografías. No se trataba de un simple fenómeno
de travestismo, sino de una manera de reflexionar artísticamente sobre la identidad y
sobre el género. Le sirvió también para desarrollar trabajos centrados en el erotismo,
una de sus preocupaciones más persistentes (junto al descrédito de la ciencia positiva).
Del surrealismo a "Etant donnés"
En los años treinta Duchamp se convirtió en un compañero de viaje de los surrealistas,
con los cuales colaboró en diversas exposiciones y actividades editoriales. Dio por
terminado entonces (en 1936) el Gran vidrio, y continuó con sus especulaciones ópticas
elaborando, entre otras cosas, los Rotorrelieves (1935), que eran discos con círculos
irregulares para colocar sobre el plato del tocadiscos. Durante las últimas décadas de su
vida trabajó en una instalación compleja a la cual tituló con las primeras palabras de una
nota relativa al Gran vidrio: Étant donnés ("Dados...") (1946-1966). Era una especie de
diorama de carácter erótico para ser visto por un único espectador a través de los
agujeros de un portalón. Duchamp dispuso que esta obra fuese mostrada sólo después de
su muerte, a modo de un testamento artístico cuyo asunto reitera el mensaje recurrente
de toda su obra: "el amor es la vida".
7. EL SURREALISMO
La fase del "automatismo"
El último de los grandes movimientos de la
vanguardia histórica apareció públicamente
en 1924 cuando el escritor francés André
Bretón (1896-1966) publicó el Primer
manifiesto del surrealismo. Se definía allí al
nuevo ismo como un "dictado verdadero en
ausencia de todo control ejercido por la
razón, y fuera de toda preocupación estética
o moral". Se presentaba, en realidad, como
un sistema de pensamiento encaminado a
cambiar toda la vida, pues los surrealistas
aspiraban a borrar las fronteras entre lo
racional y lo irracional, lo permitido y lo
prohibido.
La apelación a la inmediatez psíquica llevó a los escritores surrealistas hacia técnicas
como las de la escritura o el dibujo "automático".
Estos ejercicios instantáneos de autoexpresión permitieron a artistas como André
Masson (1896-1987) obtener, durante los años veinte, obras abstractas de gran fuerza
expresiva.
Próximo a ello, aunque sin practicar el automatismo en sentido estricto, estuvo el pintor
catalán Joan Miró (1893-1983), quien a mediados de los años veinte ya estaba
plenamente introducido en el universo ideológico surrealista, poblando sus cuadros con
seres fabulosos indescriptibles. Miró dejó que el inconsciente respirase siempre en su
obra. La luna y las estrellas, la mujer y el hombre, plantas y montañas: todo apareció
reducido a una especie de vocabulario de signos semiabstractos, mantenido casi inal-
terable hasta su muerte.
Pintores de lo onírico. La escultura surrealista
La vertiente "no automática" del surrealismo se deleitó en la representación de lo
insólito, lo extraño, lo maravilloso y lo onírico, sin desdeñar el erotismo o la extrema
crueldad. Por eso los surrealistas pudieron considerar como propios a artistas del pasado
tan característicos como El Bosco, Arcimboldo, Antoine Carón,
Füssli o Goya. Se apropiaron también de algunos
contemporáneos como Picasso y Giorgio de Chirico (1888-
1978). Las obras tempranas de este italiano, fundador de la
llamada pintura metafísica, impresionaron a los surrealistas por
la sensación de extrañamiento y angustiosa soledad que
producían. Podría hablarse, en realidad, de una especie de "senda
metafísica" dentro del surrealismo, en la cual encontramos a
muchas figuras capitales de este movimiento, como Ivés Tanguy
(1900-1955), Max Ernst (1891-1976), que había pertenecido al
dadaísmo alemán y de ahí deriva su gusto por el colage que él
aplicó recombinando viejos grabados populares, o Rene Magritte
(1898-1967), el mejor representante del surrealismo en Bélgica,
que pintó numerosas paradojas, haciéndonos dudar de la
estabilidad de nuestra percepción.
Pero el mejor artista de esta corriente fue el catalán Salvador Dalí (1904-1989). De
personalidad compleja, megalómano, genial publicista de sí mismo, puede ser
considerado también como un precursor de las performances de finales del siglo xx.
Creó el "método paranoico-crítico", y lo aplicó a la pintura, elaborando de modo sis-
temático cuadros con varias imágenes superpuestas. Su técnica relamida, de origen
académico, favoreció una evolución (desde los años cuarenta) hacia posiciones muy
conservadoras. Sin embargo, paradójico y genial siempre, no abandonó nunca una
refrescante capacidad de provocación que denota su adhesión permanente a las
vanguardias.
El surrealismo tuvo también grandes repercusiones en la escultura, como lo prueban las
obras maravillosas de Alberto Giacometti (1901-1966), o los elementos flotantes y seres
móviles del norteamericano Alexander Calder (1898-1976). Especialmente importante
es la obra del español Julio González (1876-1942), que colaboró primero con Picasso
antes de hacer por su cuenta prodigiosas figuras de hierro forjado en las cuales recupe-
raba elementos del lenguaje cubista, aunque poniéndolo al servicio de las hibridaciones
fantásticas peculiares del surrealismo.