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Aprendizaje social

Introducción
En el primer módulo de este curso, has visto cómo en el condicionamiento clásico
aprendemos en forma asociativa de las regularidades ambientales (estímulos y respuestas
condicionadas) y en el condicionamiento operante de las consecuencias de nuestros actos
(refuerzos y castigos). También has visto otros aprendizajes asociativos en este módulo,
las técnicas, que se aprenden por ejercitación, y el aprendizaje verbal literal, que se
aprende por repaso. Los aprendizajes asociativos se pueden explicar con referencia
exclusiva al ambiente: se trata de asociar estímulos exteriores entre sí, asociar conductas
con consecuencias, asociar secuencias de movimientos físicos o patrones verbales. Y listo.
No hace falta pensar ni regular nada. Para explicar los aprendizajes asociativos, entonces,
se puede hace caso omiso de la mente.

Pero la lección pasada has visto dos tipos de aprendizajes constructivos: las estrategias
(actuar de acuerdo con un plan) y los conceptos (incorporar conceptos nuevos a los
previos). Para explicar los aprendizajes constructivos, en cambio, se requiere que haya una
mente, algo que entienda, planifique y regule: no es posible armar una estrategia sin
representarse internamente un plan y regularlo, ni comprender un concepto sin
representarse internamente el mundo exterior. Esto de representarse internamente el
mundo exterior y realizar procesos con estas representaciones se llama cognición, y es el
concepto base de la psicología cognitiva.

También, en el camino del experto has visto cómo los aprendizajes pueden ser mediados
por maestros. En los aprendizajes procedimentales, otras personas pueden guiar nuestro
aprendizaje (los técnicos, los estrategas y los expertos). Lo mismo ocurre para los
aprendizajes declarativos: los docentes pueden ser proveedores, tutores y también
expertos que te ayuden a relacionar lo que sabes de antes con lo nuevo que quieres
comprender. No solo aprendes solo, ¡sino también de y con otros! Esto de aprender con y
de otros se llama aprendizaje social, y es el concepto base de la psicología social.

Verás, entonces, la teoría cognitiva social del aprendizaje, una de las primeras teorías
cognitivas que introdujeron el concepto de “mente” y de “aprendizaje social” a la
psicología del aprendizaje.

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Teoría social cognitiva
La primera formulación sistemática de esta teoría fue tal vez Aprendizaje social y
desarrollo de la personalidad (Bandura &Walters, 1963).

Esta teoría social cognitiva, de Albert Bandura, presenta dos ideas básicas: una, la de la
agenda cognitiva: que el ser humano aprende del mundo en forma mediada por la mente,
en forma constructiva. Esto lo verás como reciprocidad triádica. Y segunda, que no solo se
aprende de la experiencia propia (como las palomas), sino que también de otros. Esto lo
verás como aprendizaje por modelado.

Reciprocidad triádica

En el condicionamiento clásico, has visto que el ambiente, en tanto estímulo


incondicionado o condicionado, activa o gatilla la conducta, en tanto respuesta
incondicionada o condicionada. La causalidad es unidireccional.

Ambiente Conducta
EI RI
EC RC

Luego, has visto en el condicionamiento operante que el ambiente, en tanto antecedente,


gatilla la conducta. A su vez, la conducta afecta al ambiente, en tanto consecuencia
(refuerzos y castigos positivos y negativos). Y esta consecuencia (que es parte del
ambiente) es la que regula la conducta. Las flechas que marcan la causalidad van y vienen:
el ambiente y la conducta se condicionan mutuamente. Si uno cambia uno, se modifica el
otro (por eso la conducta en el conductismo se llama “operante”: opera sobre el
ambiente).

Ambiente Conducta
Antecedente Operante
Consecuencia

Pero en los dos casos anteriores no hay mente. La conducta es determinada, en última
instancia, por el ambiente. Esto es evidente en el condicionamiento clásico. En el
condicionamiento operante, los antecedentes determinan cuándo se ejecuta la conducta,
y las consecuencias seleccionan cuáles serán dichas conductas. El ser humano, desde esta
perspectiva, es un robot sin mente sujeto a las condiciones externas.

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Pero desde la perspectiva cognitiva esta la díada ambiente/conducta es incompleta. Como
hemos dicho en el punto anterior, esta teoría psicológica en vez de ver a la mente como
una central pasiva de conexiones la ve como un procesador de información. Además de
ambiente y conducta, está la mente. La mente, o la capacidad de procesar información,
puede interponerse entre el ambiente y la conducta. Bandura llama a esto “reciprocidad
triádica”, porque son tres entidades que se determinan recíprocamente: ambiente,
conducta y mente. Un esquema posible para ilustrarlo es el siguiente:

Ambiente Conducta
Antecedente Operante
Consecuencia

Mente
Factores
personales

Nótese que Bandura, siguiendo a la psicología cognitiva, no niega al condicionamiento


clásico ni al operante. Los subsume: los preserva como casos particulares y los incluye en
un esquema mayor. Hay instancias de condicionamiento clásico e instancias de
condicionamiento operante, pero son casos aislados en un esquema más grande. Pero hay
un contraste: en el condicionamiento clásico y operante el ambiente regula directamente
la conducta. En cambio, en la psicología cognitiva, el ambiente puede afectar a la mente
sin afectar a la conducta (puedo ver algo, recordarlo, pensarlo, pero no ejecutar acciones).
O la conducta puede ejecutarse sin ser activada por el ambiente (puedo imaginarme una
pelea con un amigo y empezar a enojarme y tener palpitaciones sin necesidad de su
presencia física). O puedo ver algo en el ambiente pero, mente mediante, que la conducta
no ocurra en el ambiente físico (¡me atrae una persona y en mi imaginación voy y le
charlo, pero por fuera no muevo un dedo!).

En definitiva, la psicología cognitiva y la psicología social cognitiva reintroducen la mente


como objeto de estudio científico válido. La mente así habilitada deja de ser considerada
un epifenómeno y pasa a tener valor causal propio (lo que, dicho sea de paso, creyeron los
religiosos y filósofos, salvo los más deterministas, por siglos).

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Procesos personales

Bandura era un cognitivo “blando”. Mientras para los cognitivos duros la mente es
software corriendo sobre el hardware del cerebro, y las teorías psicológicas deben
expresarse en términos precisos y programables, para los cognitivos blandos basta admitir
que hay procesos mentales entre estímulo y respuesta, entre ambiente y conducta, que se
pueden describir en lenguaje cotidiano poco formalizado (que luego, por supuesto,
investigan mediante el método científico empírico). Este es el caso de Bandura, que
hipotetizó e investigó lo que llamó procesos personales, cinco procesos o capacidades
mentales que no pueden ser reducidas a lo conductual.

Los defino brevemente:

1. Capacidad de simbolizar
Si para el condicionamiento clásico el perro salta mecánicamente cuando ve la correa
de paseo (estímulo → respuesta), para la psicología cognitiva la correa que tiene es
un símbolo que representa otra cosa: paseo. El perro ve la correa, le atribuye el
significado y es este significado lo que guía la acción de saltar de entusiasmo. Si para
el condicionamiento operante ante el antecedente de ver un patrullero en la ruta
hace que el conductor ejecute la conducta de bajar la velocidad porque tiene como
consecuencia el retiro del estímulo aversivo de miedo a una multa (refuerzo
negativo), y esto ocurre en forma mecánica; podría ser, diría la psicología cognitiva,
pero puede ser que el patrullero tenga un significado: peligro, multa, mal momento.
El conductor ve el patrullero, le atribuye el significado y es este significado lo que guía
su acción. Vivimos entonces, desde la psicología cognitiva, más allá de en un mundo
de estímulos, en un mundo de significados. Las cosas no son en tanto entran por los
sentidos, sino en tanto al significado que tienen para nosotros. No le tienes miedo a la
hoja de papel impresa con manchas de tinta que dicen “Evaluación”, sino a lo que esa
hoja significa: una instancia donde me juego la autoestima. Uno no se siente atraído
por un cuadrado de plástico negro: significa una tarjeta de crédito, que implica poder
económico y supuesta felicidad. El fóbico no le tiene miedo solamente a la forma
física del avión, eso es condicionamiento clásico y operante: le tiene miedo a lo que
significa: un encierro a miles de metros de altura.
Esta capacidad del ser humano lo incluye en un universo mucho más rico y complejo
que lo meramente perceptual. El sonido de tres palabras te puede entristecer
absolutamente, por lo que evocan (“Se murió Toby”), o hacer muy feliz (“¿Te casarías
conmigo?”) o indignarte (“Dios no existe”) o intrigarte (“Yo no soy”). ¡Hola lenguaje!

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La profunda diferencia entre la perspectiva cognitiva del lenguaje y la de aquella de
otras teorías psicológicas (digamos, la psicología psicoanalítica lacaniana) es que en
esta psicología se lo concibe como un proceso cognitivo altamente estructurado con
el mismo nivel de sistematización, claridad y formalidad que el de cualquier otro
fenómeno computacional.

2. Capacidad de prever
Otro factor personal, la capacidad de prever: el ser humano no vive en el presente,
sino en el futuro. Guiamos nuestra conducta actual anticipándonos a sus resultados,
simulándolos (simbólicamente) en la mente. Por ejemplo, no le tengo miedo al
examen, sino a que me vaya mal en el examen (cuando me lo corrijan en el futuro).
No le tengo miedo al patrullero, sino que me detenga por exceso de velocidad (en el
futuro). No me gusta la tarjeta de crédito: me gusta lo que puedo o voy a hacer con
ella. No estudio psicología porque el hecho de estudiar, en este momento, sea
gratificante; lo hago porque en el futuro tendré la materia aprobada y me recibiré y
así tendré una vida profesional exitosa y ¡seré feliz! Por eso, si me despierto a la
mañana y me quedé dormido y llego tarde al trabajo tengo pánico: una parte de mi
mente ya vio que me despidieron, que quedé en la calle pidiendo limosna. Me caso
para tener hijos, tomo el antibiótico para no enfermarme, viajo en avión para tener
vacaciones, hago dieta para estar sano, me compro ropa para conseguir halagos. No
vivimos en un mundo de solo estímulos y ni siquiera en un mundo de solo
significados: vivimos en un mundo de potencialidades. Y estas potencialidades guían
nuestras conductas.

3. Capacidad vicaria
Definición artificial (¡je!) de “vicario”: “Se denomina vicario a la persona que ejerce las
funciones de otra, en todo o en parte por delegación y nunca con carácter propio; la
sustituye por tiempo indefinido o determinado”. “Vicario” significa en el lugar de
otro. Esta capacidad fue la que más le interesó a Bandura, y estudiándola, armó su
teoría cognitiva social. La capacidad vicaria es la capacidad de aprender de otra
persona. Esto es el aprendizaje social por excelencia (o aprendizaje por modelado,
que verás más adelante).
Para que se entienda, haz un ejercicio de imaginación. ¿Cómo sería la vida sin
capacidad vicaria? Imagina que tenemos cuatro palomas y dos botones, uno rojo y
uno verde. Cada paloma puede ver al resto de las palomas, cada una con sus dos
botones de colores. La primera paloma picotea el botón rojo y muere electrocutada.
La segunda picotea el verde y le sale comida. Si las palomas no tienen capacidad

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vicaria (tal vez tengan algo, pero a los fines de este ejercicio de imaginación no), ¿qué
hacen las dos palomas que siguen, que vieron lo que ocurrió? Las dos que siguen,
aunque vieran lo que ocurrió, picotearían al azar. En cambio, el ser humano (y otros
animales) tienen alta capacidad vicaria. Si son cuatro seres humanos en la misma
situación (en una especie de juego del miedo de película de terror), luego de que el
primero fallece y el segundo recibe alimento, ¡los dos que siguen no tocarían el botón
rojo! No hace falta que uno aprenda de la propia experiencia, uno aprende de la
experiencia de otros. Esta es la capacidad de vicaria.

El mundo social vive en función de esta capacidad vicaria: miles juegan a la lotería
porque uno solo gana. Miles evitan robar porque se puede ir a la cárcel o le pueden
cortar la mano (en el caso de medio oriente, por ejemplo). Miles compran ropa
porque una modelo linda y joven la viste en Instagram. No solo eso, no aprendí a
hablar solo: lo aprendí de otros. Y con mi lenguaje, mi capacidad de simbolizar y tener
significados y toda la cultura humana. Por capacidad vicaria, la cultura humana, esa
experiencia acumulada de miles de generaciones, la aprendo cuando apenas he vivido
unos años. En tan solo un semestre de Psicología del Aprendizaje ustedes pueden
aprender lo que llevó a miles y miles de psicólogos durante décadas aprender. “¡Oye
conductismo!”, diría Bandura: “El ser humano no aprende principalmente de su
experiencia, ¡sino de la experiencia de otros!”. Esto es el aprendizaje social y esto es
el corazón de la teoría social cognitiva.

4. Capacidad autoreflexiva
Las capacidades anteriores combinadas nos dan un superpoder: todos tenemos en
nuestra mente una realidad virtual donde, mediante representaciones, que son
símbolos, ensayamos situaciones, que prevemos, en función de esquemas que
aprendimos de otros. Podemos pensarnos, autoreflexionarnos, en diversas situaciones
sin tener que ejecutarlas. Podemos evaluar distintos resultados sin tener que
exponernos a hacerlos.
Antes de cortar con su novio, una chica simuló mil veces en su cabeza diversas
alternativas. Antes de insultar a su jefe, el empleado simuló los resultados posibles,
desde los mejores a los peores. Antes de viajar al extranjero en turismo, simulo gastos,
consecuencias, recorridos, compañías, etcétera, etcétera. Mucha gente va al psicólogo
clínico sin otro motivo de que su mente armó escenarios tan horribles que sufre
muchísimo, aunque en el mundo exterior nada le ocurre. Estas simulaciones son tan
potentes, estas autoreflexiones, que sufrimos de baja y alta autoestima, tenemos
miedo a la vejez y al despido, nos alegra que en año iremos de viaje, nos preocupa

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tener un gen que posibilita una enfermedad. No vivimos solo en un mundo de
estímulos, ni de significados, ni de potencialidades: vivimos en una realidad virtual
permanente en nuestras mentes, de la que nosotros mismos (nuestra autoimagen)
somos parte.

5. Capacidad de autorregulación
Basándose en la capacidad anterior (y en todas las demás, por ende), la mente tiene
la capacidad de regular la conducta aun a pesar de estímulos ambientales. No eres un
robot que responde mecánicamente al ambiente: puedes ir en contra de todos los
condicionamientos ambientales y actuar en forma diversa.
Alguien con pánico a un examen puede presentarse igual, porque prevé que si no lo
hace quedará libre. Alguien con hambre de torta de chocolate puede no comerla,
porque prevé que no le entrará el vestido de novia. Alguien que odia una asignatura
de la facultad puede forzarse a estudiarla igual, alguien que ama la gimnasia puede
frenar un poco para no sobreentrenar, etcétera, etcétera. Esta capacidad hace que el
ser humano no sea esclavo del ambiente: hasta cierto punto, puede autorregular su
conducta. ¡Ay! Pero esta capacidad hay que cultivarla, trabajarla, varía con las
situaciones y muchas veces es costosa.

Estamos pues en una concepción de la aprendiz completamente distinta a la del


conductismo: el aprendiz es social, aprende de y con otros y tiene capacidad, hasta
cierto punto, de regular su propia conducta y aprendizaje.

Antes de cerrar esta sección, un comentario: así como el conductismo negaba la


mente y consideraba que el ser humano es un sujeto mecánico del ambiente, la
psicología cognitiva considera que la mente, en tanto proceso computacional, es
determinista, es decir, que no hay un sujeto consciente independiente de los
procesos mentales, no hay quién pueda decidir qué va a hacer o no. Uno cree que
decide, pero es la mente con sus procesos computacionales la que calcula
posibilidades en forma mecánica y determina el comportamiento. Del mismo modo
en que en la física newtoniana todo obedece a una causa y en la química una
molécula no decide nada, la mente humana es un montón de algoritmos que actúan
mecánica y ciegamente. El cerebro segrega químicos y activa redes y la mente, en
consecuencia, procesa información. Nuestra conciencia (es sensación de autonomía,
de agencia, de voluntad autónoma) sería para ellos una ilusión, funcional tal vez, pero
que no afecta en forma real a la conducta. La mente humana es un proceso
informático sujeto a las mismas leyes causales y deterministas de los procesos físicos.

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Así como la mente era epifenoménica en el conductismo, la conciencia es considerada
epifenoménica por la mayor parte de los psicólogos cognitivos.

Aprendizaje por modelado

Se ha dicho que el proceso personal que más le interesó a Bandura fue la capacidad
vicaria. Basándose en ella está aprendizaje vicario, es decir, la capacidad de aprender de
otros. En inglés, aprender de un modelo se dice modeling, de ahí el término “modelado”.
Un término en español más comprensible sería imitación: el aprendizaje por modelado
sería aprendizaje por imitación. Bandura y su equipo se pasaron horas observando a niños
interactuando entre sí y con adultos (utilizando cámaras Gesell), y viendo cómo estas
interacciones afectaban su conducta. Si buscan en la web hay muchos videos al respecto
(busquen “Bobo Doll Experiment”, vale la pena).

En sus investigaciones distinguió el modelado observacional, el verbal y el mixto.

El modelado observacional es cuando yo soy testigo de lo que alguien hace y lo copio. Es


la más clásica imitación. Si te parás, me paro. Si salís gritando, salgo gritando. Si insultás,
insulto. Aunque se llame “observacional”, no hace falta que lo “vea” con los ojos. Puede
ser que lo oiga e imito lo que oigo, o que lo sienta con el cuerpo. Si alguien dice: “¡Hola!” y
yo digo “¡Hola!” es modelado observacional, aunque sea algo que oí. Si alguien camina en
puntillas de pie en la habitación a oscuras en la noche, y lo noto por vibración del piso, y
hago lo mismo, sigue siendo modelado observacional. El modelo aquí es una persona con
la que no interactúo simbólicamente: es un objeto de percepción.

El modelado verbal es seguir instrucciones (yo lo llamaría “instruccional”). En vez de que


el modelo sea un objeto de percepción que imito, es alguien que me dice qué hacer.
“Caminá sin hacer ruido”, dice alguien, y yo camino en puntillas de pie, por ejemplo.
“Salúdame”, me dicen, y yo digo: “¡Hola!”. “Cerrá la puerta”, me dicen, y voy y la cierro.
Pero no siempre hace falta usar el lenguaje verbal para dar instrucciones: se puede usar
un lenguaje de señas. Si alguien señala la puerta y pone cara de enojo, en silencio, y yo
voy y la cierro, es un modelado verbal aunque no se hayan utilizado palabras (si copio su
gesto, sería observacional). Es más, cada vez que recibo una instrucción de alguien es un
modelado verbal. Jugando un deporte de equipo, estoy por hacer una jugada y veo la cara
de horror de un compañero ¡y no la hago! Es como si me hubiese dicho, con su cara “Pero
¡qué haces! ¡No! ¡No hagas eso!”, y sigo este modelo y no lo hago.

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“Haz como yo digo, no como yo hago” se podría formalizar con “sigue mi modelado
verbal, no me tomes como modelo observacional”.

El modelado mixto es un poco y un poco. Para las conductas más sencillas, o más básicas,
el modelado observacional basta. Uno copia lo que alguien hace sin que tengan que
aclararle nada. Por ejemplo, creo que se aprende a caminar así. Pero cuanto más compleja
la conducta, más hace falta el apoyo de instrucciones: y esto es el modelado mixto. A
tocar el piano, a jugar un deporte, a hablar un idioma extranjero, no basta con copiar a
alguien, sino que con modelado verbal nos digan qué hacer y cuándo y cómo sí y cómo no.
Usualmente cuando aprendemos con otros, que saben que son nuestros modelos,
recurrimos al modelado mixto: se nos muestra cómo hacer algo y también se nos dan
instrucciones.

Para complicar las cosas, los modelados pueden ser explícitos o implícitos. Repasando algo
que has visto en módulos anteriores, un aprendizaje explícito es consciente y deliberado,
uno implícito es inconsciente y no deliberado. Aplicado al modelado, el modelado
explícito es cuando imitamos a alguien a plena conciencia de que lo estamos haciendo, y
el modelado es implícito cuando estamos imitando a alguien sin darnos cuenta de que lo
estamos haciendo.

Por ejemplo, el modelado observacional. Puedo aprender a vestirme como mi hermano


porque lo copié conscientemente porque me gusta su estilo (explícito) o simplemente
porque así se visten en mi familia y lo hago sin darme cuenta ni elegir (implícito). En el
modelado implícito, lo tomo como modelo sin darme cuenta y copio sin darme cuenta que
estoy copiando. Creo que es la base de la moda: visto como todo el mundo viste, creyendo
que soy original, sin darme cuenta que copio lo que otros hacen.

Lo mismo pasa con el modelado verbal, y puede ser mucho más insidioso. Si el diario
dijera “Vaya y compre dólares” sería un modelado verbal explícito. Pero si dice “Todo el
mundo está comprando dólares” y vos vas y comprás, sin darte cuenta que el diario te dio
las instrucciones de hacerlo, es modelado verbal implícito. Te puedo decir “Cerrá la puerta
por favor, que hace frío, no seas descortés”, y eso es un modelado verbal explícito. Pero si
entrás, dejás la puerta abierta, te miro, tiemblo de frío, ponga cara de enojo, y vos cerrás
la puerta sin darte cuenta que de alguna forma te di las instrucciones yo, es un modelado
verbal implícito. ¡Aunque no medien palabras, siguen siendo instrucciones y es un
modelado verbal! Eso se llama “lenguaje paraverbal”, pero lo dejo para otra asignatura.
Otro ejemplo: si le digo a un amigo que voy a llamar a mi ex (que me trata mal y que
debería olvidar), y mi amigo me dice “No llames, quedas como un tonto”, y no llamo, es

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un modelado verbal explícito. Pero si ante mi frase se levanta de hombros, se muerde los
labios con sorna y mira de costado, y yo entiendo por contexto que me está insinuando
que soy un tonto si la llamo, y no llamo, ¡es modelado verbal implícito! ¡Es como si me lo
“dijera” sin decirlo! (No es observacional, no es que yo hago ese gesto).

Todo el tiempo, en la vida social, estamos siguiendo modelados implícitos de la gente que
nos rodea y tomando estas instrucciones para regular nuestra conducta (¡y nuestros
valores!). Con pequeños gestos, con inflexiones de voz, con silencios, estamos todo el
tiempo ofreciendo (o imponiendo) modelos de comportamiento y siguiendo modelos de
comportamiento, muchísimas veces, sin darnos cuenta. Y no es raro que los mismos
modelos que estamos siguiendo no sean conscientes de que nos están regulando, para
ellos también el proceso puede ser implícito

La educación formal es un modelado explícito, pero el aprendizaje, creo, es continuo y las


más de las veces, implícito. Creo que se aprende más por el roce con la gente que nos
rodea y la miríada de modelados implícitos (y explícitos) que ocurren allí que leyendo,
memorizando y rindiendo exámenes. Habría que tenerlo muy en claro como docentes, sí,
pero como padres y como líderes y como amigos: no solo lo que sabemos que decimos y
mostramos afecta a los otros, sino (para mí, principalmente) lo que no sabemos que
mostramos y decimos.

Somos altamente influenciables. Creo que hoy, en la era de las redes sociales y las
comunicaciones inmediatas, estamos constantemente expuestos a todo tipo de
aprendizaje por modelado. Desde los modelos más ilustres (como quienes arman acciones
sociales por causas nobles) hasta los más mezquinos (como quienes alientan al odio y a la
violencia). Tendríamos que tener mucha precaución de quienes tomamos como modelos.
Lamentablemente, en su mayoría son modelados implícitos y terminamos imitando la
conducta en forma implícita de quienes jamás tomaríamos como modelos en forma
explícita.

Aprendizajes sociales: tres tipos


Basándome en el texto de Pozo (1999), nuestro libro de cabecera, les doy tres tipos de
aprendizajes sociales posibles. Todos se realizan por modelado observacional, verbal,
mixto, explícitos e implícitos, lo que no quita que haya fenómenos de refuerzos y castigos,
positivos y negativos involucrados. Recuerden la psicología cognitiva no niega, sino
subsume, el aprendizaje por condicionamiento.

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Aprendizaje de habilidades sociales

Una habilidad social es saber comportarse en sociedad. Son los modales, claro, pero son
las distancias con las que nos paramos de otros mientras charlamos (eso se llama
proxemia y ¡se estudia!), la forma de vestirse, la forma de pedir comida en un restaurant,
como llamar a un taxi en la calle, cómo atender el teléfono… Toda interacción con otra
persona implica una habilidad social. Es particularmente notorio cuando uno viaja a otra
región donde las habilidades son distintas: en Argentina se saluda con un beso en la
mejilla, pero en Estados Unidos, un apretón de manos. En Buenos Aires el colectivo se
espera en una fila aproximadamente por orden de llegada, en Brasil (bue, ¡cuando fui!) no
hace falta respetar el orden de llegada. También es notorio cuando cambiamos de medio
de comunicación: en el grupo de Whatsapp de madres del colegio no hace falta poner
“Buen día”, pero no le pones “Buen día” a tu pareja y se ofende.

En su inmensísima mayoría las habilidades sociales se aprenden en forma implícita: el


modo de hablar con tus amigos, o con tus padres, o con pareja usualmente los
aprendemos en forma implícita. Los códigos de vestimenta los tomamos de otros, muchas
veces sin estar muy conscientes de qué hacemos. La elección del vocabulario, la prosodia
y la gestualidad tendemos a tomarlos implícitamente de la gente que nos rodea. Pero
muchas veces las habilidades sociales se aprenden en forma explícita. Es claro durante la
educación, en la primera infancia. Tus padres te dicen “come con la boca cerrada, no
hagas ruido”, “no puedes ir vestido así a la escuela”, “se dice por favor, gracias”, “saluda el
que llega y el que se va”. Tus amigos te pueden decir “No, no se te ocurra ir al boliche con
esa remera de Los Piojos, no le va a copar a la piba esa que te gusta. Ponte la camisa de tu
cumple, va mejor”. Muchas psicoterapias no son más que aprender habilidades sociales
en forma explícita (por ejemplo, cómo expresar desacuerdo con tu familia sin agresión, se
puede aprender por modelado verbal explícito en terapia).

¿De quién se aprenden las habilidades sociales? ¿Quiénes tomamos como modelos? No
somos muy selectivos usualmente. Los tomamos de aquellos que nos rodean: todos
aquellos que vemos pueden ser modelos para aprendizajes de habilidades sociales. Puedo
no tolerar a mis compañeros de clase, pero si entra el profesor y todos callan, yo imito esa
habilidad social y me callo. Lo importante en el caso de las habilidades sociales es que nos
sea útil, no que creamos en ella. Si un sargento del servicio militar me enseña a saludar, yo
lo puedo tomar como modelo, aunque en mi interior sea lo último que desee aprender y
esa persona alguien que francamente desprecie.

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Aprendizaje de actitudes

La definición formal de “actitud” es “la tendencia relativamente duradera a evaluar un


objeto, persona, suceso o situación y a actuar en consonancia con dicha evaluación”.

Dicho de otro modo, es lo que creemos, sentimos sobre las personas y las cosas y
situaciones y lo que hacemos en consecuencia. Tenemos actitudes con todo, todo, todo.
Desde el cambio climático (es real, me da miedo, separo mi basura) hasta lo más tonto,
como ser, un botón (son molestos, es para ropa de viejos, prefiero el velcro). No hay nada,
objeto, persona, suceso o situación, con la que no tengamos actitudes asociadas. Incluso si
no conocemos a algo o alguien, le endilgamos las actitudes que tenemos para categorías
más generales. Nunca vi a una persona, pero enseguida le atribuyo pertenencia a un
grupo y ya tengo actitudes hacia ella (“Meh, rubia. ¡Ya sabés cómo son las rubias!).

Que quede en claro: el mero hecho que una entidad esté en tu entorno genera una
actitud, más no sea de atracción, rechazo o neutra.

Nuestras actitudes pueden surgir de nuestra interacción con el ambiente, por aprendizaje
individual. Por ejemplo, un perro me muerde y creo que los perros son animales
peligrosos que no merecen mi confianza. Pero desde el punto de vista del aprendizaje
social, más interesantes son las adquirimos de otros: nunca me caí en un avión, pero le
tengo miedo a volar. Aun las que aprendí solo, se sostienen, modifican y transforman en
función de las actitudes que los otros de mi entorno tienen.

¿De quiénes aprendemos las actitudes? No de cualquiera, como las habilidades sociales.
No estamos ante secuencias de acciones útiles, sino que estamos adquiriendo nuestros
valores. La sumatoria de nuestras actitudes, de qué es importante para mí y qué no lo es,
de qué me gusta y qué no me gusta, de qué siento por mí, mi familia, mis amigos, mi
religión, mi país, mi ideología nos hace quienes somos. Las actitudes son una parte
fundamental de nuestra identidad. Y esta identidad no la tomamos de cualquiera, sino
que se adquiere de la gente que sentimos cercana, los llamados otros significativos:
cualquier persona que tiene una gran influencia en nuestro autoconcepto. Claramente la
familia, en los primeros años, los que nos acompañaron en la primera infancia, pero luego
los amigos y aquellos de los grupos a los cuales pertenecemos.

Por eso, muchas actitudes se adquieren por identificación con un modelo. Esto es un
proceso psicológico por el cual el individuo asimila un aspecto, propiedad o atributo del
otro y se transforma total o parcialmente por el modelo que otro proporciona. Por
ejemplo, soy de River, como papá; me gusta el rock, como a mi amigo Julián; y odio la

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milanesa, como mi hermano mayor. O también por oposición: soy nerd, como mi primo,
pero no deportista, como mi otro primo. Soy lo opuesto punto por punto a lo que es mi
papá, en forma consciente y deliberada (un modelado explícito bastante raro, pero puedo
suceder).

Si las actitudes son la base de mi identidad y las tomo de mis otros significativos, los
grupos tienden a compartir las mismas actitudes, lo que se llama conformidad. Es muy
difícil ser parte de un grupo cuando uno no comparte ninguna actitud importante, más no
sea en forma implícita. Si en un grupo a todas les gusta bailar y alguien odia bailar,
posiblemente se vaya del grupo. Pero si en ese grupo todas aman el fútbol, esa actitud
compartida, más profunda que el amor u odio por el baile, mantiene al grupo unido. Y si
pertenezco a un grupo muy íntimo que cambia de valores, muy posiblemente adopte los
valores que ellos tomaron. Por ejemplo, si mi grupo de amigos era muy sarcástico con
cierta persona y de pronto la mayoría cambia, posiblemente yo también cambie.

Estos elementos son utilizados manipulativamente para hacernos cambiar de actitud.


Piensen que a quienes votamos y qué consumimos es regulado por las actitudes que
tenemos. Es decir, ¡la democracia (a quiénes votamos) y el capitalismo (qué consumimos)
depende de las actitudes de los electores y los consumidores! Años de investigación en
propaganda política y marketing han desarrollado muy eficaces técnicas de cambio de
actitudes, que exceden esta clase (la psicología social cognitiva investiga específicamente
esto).

Desarrollar este punto plenamente requiere o una materia de grado o una maestría y nos
excede. Pero veamos brevemente algunas técnicas de cambio de actitudes.

Tradicionalmente el cambio de actitudes se buscaba por persuasión. La persuasión es un


proceso destinado a cambiar la actitud o el comportamiento de una persona (o grupo)
hacia algún evento, idea, objeto u otras personas, utilizando palabras escritas, habladas o
herramientas visuales para transmitir información, sentimientos, o razonamiento, o una
combinación de los mismos. En la bibliografía obligatoria hay un texto sobre técnicas de
persuasión, sugiero que se consulte en este momento.

Otras técnicas, más recientes y potentes, para cambiar las actitudes son los llamados
conflictos sociocognitivos. Su gran ventaja es que, a diferencia de la persuasión, que suele
ser un proceso bastante explícito, los conflictos sociocognitivos son implícitos. Dicho de
otro modo, cuando cambiamos de actitud por conflictos sociocognitivos no somos
conscientes de que estamos cambiando de actitud. Muchas veces, incluso, podemos llegar
a creer que siempre habíamos pensado igual.

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Ve un ejemplo. Dijimos que los grupos tienden a la conformidad y tomamos nuestra
identidad de los otros significativos. Si hay una incongruencia entre las propias actitudes y
las del grupo de referencia, uno tiende a asumir las del grupo de pertenencia. Por eso,
Facebook e Instagram procuran conocer a quienes son tus otros significativos. Si logran
seleccionar la información que vos tenés sobre las personas de estos grupos, y mostrarte
solo aquellas actitudes que quieren promover, es fácil hacerlo. Por eso TikTok te muestra
principalmente videos de gente de tu edad y de tu región: saben que te identificas más
con ellos y vas a tender a acordar con ellos. Por eso, Whatsapp encripta felizmente todos
los mensajes que mandamos entre nosotros, pero se queda con la información de quienes
están o no en tu grupo de contactos. De esa información (y de la frecuencia con que te
contactás con ellos) saca quiénes son tus otros significativos. Súmale a eso un poco de
geolocalización y podrán saber qué actitudes tienes tú y tus grupos, y de esa forma
predecir, controlar y modificar mediante propaganda y publicidad tus actitudes.

Otro ejemplo de conflicto sociocognitivo es el conflicto entre mi actitud y el conocimiento


social (este está muy ligado a las representaciones sociales, que veremos un poco más
adelante). Si estoy convencido de algo, pero todo mi entorno social está convencido de
otra cosa, es casi imposible no cambiar de actitud en forma implícita. Por ejemplo, si hay
una pandemia y yo comienzo estando tranquilo, pero todos los medios de información me
dicen que es peligrosa, cuesta mucho no creerlo. Si considero que la homosexualidad es
una enfermedad, pero todo mi entorno la vive como algo normal, cuesta mucho no
sumarme. Si considero que lo más importante es la honestidad, pero todo mi entorno
considera que lo más importante es el rédito económico, cuesta mucho no asumirlo. Ese
es el gran poder de los periódicos, en el siglo pasado, y de las redes sociales: decirte que
es lo que todos creemos, lo que todos sabemos y así regular tu mundo.

Finalmente, hablemos de la disonancia cognitiva, un tercer tipo de conflicto


sociocognitivo para el cambio de actitudes. La disonancia cognitiva ocurre cuando una
persona tiene dos o más actitudes contradictorias, o participa en una acción que va en
contra de una de estas. Esta contradicción provoca malestar, estrés y angustia: la
disonancia. Para evitar este malestar, las personas hacen todo lo posible para cambiarlas
hasta que se vuelvan consistentes para reducir su incomodidad. Dicho en otras palabras,
es más fácil justificarse que corregirse. Y este proceso tiende a ser implícito. Si bien uno
puede ser consciente de estar justificándose (sé que me estoy justificando), las más de las
veces el cambio se produce de manera implícita. En estos casos, el recuerdo de que alguna
vez tuve una actitud disonante puede desaparecer, y yo estar convencido que siempre
pensé igual.

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Un ejemplo fácil de reconocer de disonancia cognitiva se encuentra en los hábitos de
reciclado. La mayoría de las personas tienen una actitud de valorar el reciclaje y entienden
sus impactos positivos en el medio ambiente. Sin embargo, muchos no reciclan tanto
como deberían. La incomodidad por este conflicto de actitudes comúnmente lleva a las
personas a justificarse adoptando la creencia de que, por ejemplo, su falta individual de
reciclaje tiene un efecto negativo mínimo en el medio ambiente. O la gente que tiene la
actitud de querer cuidarse la salud, pero también la de no usar profiláctico, o fumar, o
comer comida grasosa, o tomar en exceso. Esta contradicción entre actitudes usualmente
se resuelve cambiando una actitud: o no es cierto que tal conducta haga mal a la salud o,
al fin y al cabo, solo se vive una vez. Es más fácil seguir intentando que funcione con tu
pareja, no cambiar de trabajo, no dejar de salir con tus amigos, que admitir que tu pareja,
tu trabajo y tus amigos te hacen daño.

La disonancia de sostener actitudes contradictorias hace que uno cambie aquella con
menor costo de cambiar. Lo que ya se hizo no se puede deshacer y uno tiende a cambiar
las actitudes para justificarlo. Y entre dos actitudes, uno tiende a cambiar la que tiene
menor costo (económico, personal, de esfuerzo) de cambiar.

En marketing se utiliza un montón. Si, por ejemplo, tienes un servicio de banda ancha y
estás por dejarlo porque la empresa no da buen servicio. Te cansaste, estás indignado,
sentís que te faltan el respeto y decidís darla de baja. Pero cuando llamas para la baja, te
ofrecen un descuento si permaneces. Es más fácil decir “le voy a dar otra oportunidad” o
que admitir que la empresa te sigue dando el mismo mal servicio de antes y te retiene y
sigue generando ganancia utilizando un protocolo de retención de clientes. No a todos le
pasa, pero la mayoría tenderá a quedarse y de algún modo justificar (cambiar la actitud)
para no sentirse mal consigo mismo. ¿No te pasó que cuando le das la segunda
oportunidad (a la empresa, a tu novia, trabajo, amigos) al principio tratas de decir “ahora
funciona mejor”?

Aprendizaje de representaciones sociales

Las representaciones sociales son representaciones culturalmente compartidas que nos


permiten predecir, controlar e interpretar la realidad de una manera acorde con las
personas que nos rodean. Son “mapas” del mundo.

¿Los alimentos transgénicos son sanos? ¿Las vacunas hacen daño? ¿Comer carne es poco
ético? Nada de esto nos consta personalmente. Ninguno personalmente estuvo allí o leyó

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la investigación o si la leyó, sabe de ciencia y de estadísticas. Básicamente creemos lo que
nuestro entorno cree: que Dios existe o no, que Boca es lo más grande que hay, que los
evangelistas o los mormones o los católicos o los agnósticos son peores que nosotros. Esto
vale para los prejuicios: que las mujeres son más sensibles, que los políticos son todos
corruptos, que la Tierra es redonda o no. “Eh, ¡pará ahí!”, me grita algún alumno, “¡la
tierra ES redonda!”, “Ah”, te digo yo: “¿te consta? ¿Diste personalmente la vuelta al
mundo en una nave espacial?”. “No”, me dirá, “pero ¿cómo puedo dudar de lo que todo
el mundo sabe?”. Si tu “todo el mundo” fuera un entorno social de gente convencida de
que la tierra es plana, me dirías exactamente lo opuesto. No se puede vivir en sociedad sin
representaciones sociales. ¿El trabajo es un derecho, una obligación, un privilegio, un
placer? ¿El amor es posesividad, cuidado, amor, necesidad, sexualidad? ¿Los chinos son
inteligentes, brutos, sucios, limpios? ¿Es mejor vivir en cualquier país menos en la
Argentina? ¿La Argentina es tu país y en otros se puede estar peor? La belleza, el bien, la
verdad, todas nuestras actitudes pueden estar mediadas por representaciones sociales.

¿Cómo se generan? ¿Cómo se adquieren? Hay muchísimas teorías. ¡Da para la carrera
entera de Sociología! Pero siguiendo a Pozo (1999), vamos a dar una teoría breve y
sencilla. La representación social se genera por objetivación y se adquiere por anclaje.

La objetivación es un proceso usualmente social y cuando es espontánea no ocurre en


ninguna mente en particular (aunque alguien puede particularmente generarlo con fines
de propaganda o publicidad). La objetivación es el proceso de convertir una idea posible
en un suceso real y tangible. Para ello, del conocimiento social disponible se seleccionan
ciertos rasgos. Luego, con estos rasgos, se hace una caricatura sencilla (un esquema
figurativo). Finalmente se lo naturaliza, se niega el proceso anterior y se lo atribuye al
orden de lo natural. Por ejemplo, digamos, las rubias son tontas. De todo lo que se sabe
de las mujeres rubias, tomo un subgrupo: jóvenes modelos adolescentes, teñidas de rubio
o rubias naturales, que privilegiando su carrera por encima de su formación académica
ignoran ciertos hechos culturales importantes. De ellas, selecciono a las tres o cuatro (o
una) que en una entrevista dijo algo tonto y quedó expuesta como inculta. Esto es la
selección. Luego, la gente habla sobre esto que pasó y se arma un esquema figurativo:
rubia, hueca, torpe. Se hacen chistes, se repiten, se distorsiona, se simplifica, hasta que la
imagen queda clara. Finalmente, el proceso anterior se niega y simplemente es así: las
rubias son huecas.

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O podría tomar “En Europa se vive mejor” (por supuesto, en el esquema figurativo excluyo
a todos los problemas europeos y a los problemas del destierro) o “La medicina
alternativa mata” o “La medicina alternativa es mejor que la científica”.

¿Cómo se incorpora? Cuando un experimenta una representación social personalmente,


se produce el anclaje. La representación social se incorpora al sistema cognitivo del
aprendiz, se reelabora lo abstracto en concreto, se relaciona con la realidad inmediata y
pasa a ser una actitud personal. Sin anclaje puedo hablar acerca de una representación
social sin que sea mi actitud, pero cuando se ancla se vuelve indubitable. Por ejemplo, si
no tengo un hijo autista, puedo decir que considero que atribuir a las vacunas la causa del
autismo es una tontería. Pero si tengo un hijo autista y ya no sé qué hacer, y mi entorno
de padres autistas cree que esa es la causa, esa representación social se ancla y deviene
actitud personal.

La presión social para que las representaciones sociales devengan actitudes es feroz. En
psicología social se habla de socialización primaria (en la primera infancia, donde se
adoptan implícitamente) y mecanismos de mantenimiento (mecanismos que se aplican
cuando hay desviaciones), pero eso excede esta introducción y esta asignatura.

Referencias bibliográficas
Bandura, A. & Walters, R. H. (1963). Social learning and personality development. New
York: Holt, Rinehart & Winston. (Edición Española, Aprendizaje social y desarrollo de la
personalidad, de Angel Rivière, Trans., Alianza Editorial, Madrid, 1974).

Pozo Municio, I. (1999). Aprendices y maestros: la nueva cultura del aprendizaje. Madrid:
Alianza. (pp. 243-261).

Riviere, A. (1998). “La teoría cognitiva social del aprendizaje: implicaciones educativas”. En
Coll, C.; Palacios, J.; Marchesi, A. (eds.). Desarrollo psicológico y educación. Madrid:
Alianza. (pp. 6-80).

Tolman, E. C.&Honzik, C. H. (1930). Introduction and removal of reward, and maze


performance in rats. University of California Publications in Psychology.

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