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espacio desastroso. Un objeto junto a otro en obsesiva simetría. Al llegar al Guernica -
claro- cumplía con su deber y le reordenaba todas las figuras en prolija disposición:
animales con animales, humanos junto a humanos todo en fila disciplinada. Cada vez
que escucho mentar a El Cuentito como forma excluyente de entender al teatro, siento
que a nuestra dramaturgia joven de hoy se le está exigiendo ponerse en orden el
Guernica.
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El cimbronazo de tener que compartir con el hermano menor fue demoledor. Con
tal de llamar la atención el teatro hizo las cosas más desmesuradas: Intentó parecerse
al otro, y por supuesto fracasó; se puso rabioso y gritó incoherencias, y al final, claro,
se enfermó. Pero como suele pasar, las desgracias nunca vienen solas: sobre que
éramos pocos, -literalmente- parió la abuela, y el nuevo integrante que se agregaba
ahora a la familia ya no solo contaba tan bien como el anterior, sino que lo hacía en la
intimidad misma de la casa del espectador, y gratis.
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ganaban por un campo, pero que en cambio, en este nuevo terreno que se le proponía
-en el terreno de lo poético- había encontrado una tierra fecunda como pocas, y casi
virgen. Como si fuera poco, la metáfora era una semilla fértil que se la revoleaba y
crecía como yuyo. Y no hacían falta más elementos que los que ya tenía. Por el
contrario, los que había le sobraban, ya que solo se trataba de asumir el poder de
condensación de lo escénico. Y se le hizo claro que la fórmula de la espectacularidad
no estaba en las maquinarias de despliegue, sino más sencillamente en un utensilio de
la retórica que había usado desde siempre. La fórmula se llamaba sinécdoque: la parte
por el todo.
Buena parte del teatro asumió este nuevo destino poético que se le ofrecía como
variante, y lo impuso incluso en la zona más reacia al cambio: la de la literatura
dramática. También la escritura comprobó el poder de esos tropos. Alguna los adoptó
decididamente. Otra le saqueó los mejores recursos (en esa me incluyo) para seguir
sosteniendo sus propias necesidades. Solo hizo falta una avanzada de autores que se
animaran más allá de las fronteras de la narración lineal. Y con el nuevo código de
emisión, tuvo que nacer también, claro, el nuevo código de recepción. El espectador no
podía confiar ahora en ese teatro que ya no lo llevaba paternalmente de la mano por
senderos plácidos, y que por el contrario lo obligaba a implicarse o quedar afuera.
Sucede que la actividad poética exige conectar un hemisferio cerebral que
habitualmente duerme inmaculado en el cajón, junto a la vajilla para las visitas. Baste
como ejemplo ver como la tevé, que en eso tiene la sabiduría del oráculo, le escapa a
la metáfora como a la peste: porque para ser receptor del discurso poético el
telespectador debería encender un electrodoméstico que no responde a ningún control
remoto: la imaginación.
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naturalmente, pero -basta verlos- la cuota en creatividad les está saliendo un ojo de la
cara. Tampoco se salvaron, claro, ni los autores ni los directores.
Y así llegamos a nuestros días. Con un público en estado de indecisión con una
pata en el viejo muelle y otra en el bote. Un público cada vez más impredecible que
abandona por ejemplo horarios centrales en salas tradicionales, y llena otras en
horarios insólitos. Un público con una generación incluida que no pisa una sala teatral
ni que la maten, pero es capaz de inventarse como espectador y reventar un estadio -
como sucede por ejemplo en cada nueva visita a Buenos Aires de La Fura del Baus-
en un acto de reverencia al teatro poético que ya lo hubieran querido para sí los
clásicos. Y un público también de un teatro más costumbrista que algunas veces sirve
solo de pretexto para que figuras de la tevé exploten su popularidad con ellos, que
pagan casi exclusivamente por verlos en vivo. Una de esas "excusas teatrales" como
las llamaba -y las aborrecía- Tennessee Williams.
Y en medio de este contexto tan complicado cuando el vacío de las salas deja
un tendal de lesionados; después de tanto avatar y batalla, se escucha allí reclamar
todavía por la vuelta a El Cuentito, a las formas tradicionales, como si el fenómeno
fuera resultado del empecinamiento de los inadaptados por generar sentido fuera del
discurso normativo hegemónico.
Mauricio Kartun