Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Nadie le exige ya nada práctico. Y ahora por fin inservible –jubilado: en estado
de júbilo– puede volver a dedicarse a lo que mejor hace: reciclando los residuos
del habla coloquial, condensar el mundo poéticamente en un cuerpo iluminado y
en estado de emoción. Acabada su condición práctica, gana al fin –
literalmente– la mágica condición teórica (del griego «theoreo», contemplar; la
palabra “teoría” –nombre dado a las procesiones religiosas griegas– es la
auténtica hermana de sangre del «theáomai» del que deriva el teatro).
¿Y qué es lo que verdaderamente viene al caso de todo esto?: que cada uno de
esos nuevos soportes agrega a la vez renovados elementos a su poder
narrador que vuelven vetustos no sólo al soporte anterior sino a aquel sistema
narrativo. Así como da risa pensar en los reproductores de magazines tras usar
sonido en devedé, resulta ridículo pensar en editar en celuloide –por ejemplo–,
teniendo a la mano los extraordinarios programas digitales. En esa saga
patética de fracasos le exigimos cada vez más a cada nuevo lenguaje (insisto:
cada soporte genera el suyo) y nada novedoso que generen ya nos sorprende.
Y así sin sorpresa (sin ser-presa, por seguir entendiendo desde la raíz) le
exigimos a la ficción una perfección que, cuando finalmente la alcanza, ya no
nos alcanza a nosotros. Y es así como en esa condena a caducidad que han
instalado, el soporte original: el cuerpo vivo y emocionado emitiendo sentido
desde su inequívoca condición material, tocable, el viejo cuerpo del actor sobre
el escenario, vuelve a ser paradójicamente el material más preciado y
milagroso. El original. Aquel más allá del cual no hay nada.
Y ese honroso parque nacional que conserva con amor a ciertas especies
definitivamente berretas: la inefable temporada teatral de Mar del Plata).
¿Qué media para que todo este optimismo mío de vermut no resulte resaca?:
que los dramaturgos lo hagan músculo. Que así como el cine llegó a séptimo
arte cuando pudo dejar de mirarse a sí mismo como teatro filmado, el teatro
abandone definitivamente esa barata y resignada ambición de ser la
alternativa y se reencuentre simplemente con lo que fue: rito subversivo y vital.
Perturbadora poesía encarnada. Puesta en carne. La presentación más
sanguínea y más humana de la literatura.