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El último día
El toque de campana dobla al caer la tarde, En este sitio ausente, quizá puede que duerma
y el balar del rebaño cruza tranquilo el prado; algún alma insuflada de fuego celestial
vuelve a casa el labriego con su paso cansado, o unas manos que asieran el cetro del imperio,
dejándonos el mundo a la noche y a mí. o que a la eterna lira al éxtasis llamaran.
de la torre a lo lejos recubierta de hiedra Muchas piedras preciosas del más puro color
la afligida lechuza a la luna se queja soportan sombrías cuevas del insondable océano:
de los que merodean por sus íntimas ramas, muchas flores se abren sin que nadie las vea
perturbando su antiguo y desierto dominio. y malgastan su aroma en el aire desierto.
Bajo estos toscos olmos, a la sombra del tejo, Algún Hampden aldeano, que con corazón bravo
donde la hierba crece en sinuosos montones, soportó al tiranuelo que mandaba en sus campos;
yaciendo para siempre, en sus angostas celdas, algún callado Milton o algún Cromwell sin culpa
los sencillos ancestros de la aldea reposan. de la sangre en su tierra, puede que aquí descansen.
Ni el alegre reclamo del alba perfumada, Ordenar el aplauso del paciente senado,
el vencejo gorjeando sobre los cobertizos, despreciar la miseria y el reto del dolor,
el gallo cantarín o el eco de las cuernas distribuir la abundancia sobre risueñas tierras
podrán ya levantarlos de sus humildes lechos. y contar sus historias a ojos de la nación
Para ellos nunca más calentará ya el fuego, prohibióselo la suerte: no sólo limitando
ni la ajetreada esposa le ofrecerá sus mimos: sus crecientes virtudes sino también sus crímenes;
no habrá niños que corran gangueando a su regreso prohibióles alcanzar con masacres el trono
trepando a sus rodillas para el deseado beso. y cerrarles las puertas de la piedad a los hombres,
Con frecuencia a su hoz se rendían las cosechas ocultar las punzadas de la verdad consciente,
y su surco ya ha roto la endurecida tierra. sofocar los rubores de la ingenua vergüenza
¡Cuán felices guiaban sus yuntas por el campo! o colmar los altares del Orgullo y Lujuria
¡Cómo ante su firme hacha se rendían los bosques! con incienso prendido en llamas de la Musa.
Que la Ambición respete su provechoso esfuerzo, Lejos de las refriegas de las turbas febriles
sus gozos hogareños y su destino oscuro; sus sensatos deseos nunca fueron erróneos;
que la Grandeza escuche sin risa desdeñosa junto al frío y recluido páramo de la vida
las sencillas y simples historias de los pobres. transcurrió silencioso el curso de su viaje.
La gloria de la heráldica, la pompa del poder, Y así, por proteger estos huesos de ultrajes
y todo lo que aportan la riqueza y belleza muy cerca se erigieron frágiles monumentos
aguardan por igual la inevitable hora: adornados con toscas esculturas y versos,
los senderos de gloria conducen a la tumba. implorando al transeúnte la ofrenda de un suspiro.
Y vosotros, altivos, no los culpéis del hecho Sus nombres y sus años la inculta musa enuncia,
de que en sus tumbas no haya trofeos a la Memoria, la causa de su fama y la razón del poema:
mientras que en los pasillos largos, de rancias criptas, y siembra junto a ellos muchos textos sagrados
el sonoro motete aumenta la alabanza. que enseñan a morir al moralista aldeano.
¿Pueden urnas grabadas o bustos animados ¿Quién sintiéndose presa del estúpido olvido
hacer volver a casa el efímero hálito? renunció a una existencia ávida y agradable
¿Puede la voz altruista retar al mudo polvo dejando atrás lo cálido de los días felices,
o ablandar los halagos a la fría y sorda muerte? sin mirar hacia atrás con tenaz añoranza?
El alma que se marcha confía en un cuerpo amado, al lado de los brezos, junto a su árbol querido;
los ojos que se cierran requieren llanto amigo; y transcurrió otro día: mas ya no lo encontraron
desde la tumba incluso la Natura nos llama ni al lado del arroyo, en el bosque o el prado;
y hasta en nuestras cenizas sus anhelos habitan.
Al siguiente, con cánticos y vestidos de luto,
A ti, que te preocupas por los muertos anónimos lentamente a la iglesia vimos que lo llevaban.
estas líneas te narran sus sencillas historias; Acércate (tú puedes) y lee esta inscripción
si alguna vez guiada por su retraída vida grabada aquí en la lápida bajo el vetusto espino”.
se acercara algún alma a conocer tu sino,
Epitafio
podría un zagal granado decir alegremente: Aquí yacen los restos, en la tierra materna,
“Con frecuencia lo vimos al despuntar el alba de un joven ignorado por la Fama y Fortuna;
con paso presuroso evitando el rocío bien aceptó la Ciencia su humilde nacimiento,
para el sol descubrir en los prados del valle. Melancolía marcólo como si fuera suyo.
Allí, al pie de aquella combada y lejana haya Tan grande fue su entrega como su alma sincera,
que ascendiendo retuerce sus míticas raíces, por eso envióle el Cielo una gran recompensa:
su longitud indolente al mediodía alargaba su fortuna (una lágrima) se la dio a la Miseria,
y en sonoros arroyos fijaba la mirada. un amigo (su anhelo) arrebatóle al cielo.
Junto a aquel bosque estaba sonriendo desdeñoso, Para poder contarlos no examines sus méritos
vagaba murmurando veleidosas quimeras, ni saques sus flaquezas de su feroz morada:
cabizbajo, afligido, cual niño abandonado, allí también reposan con trémula esperanza
de preocupación loco o por amor herido. el seno de su Padre y el seno de su Dios.
Visión memorable
(De El matrimonio del Cielo y el Infierno -1790)
En la cámara primera había un Dragón-Hombre que barría la basura de la boca de una caverna. Adentro,
multitud de dragones ahondaban la caverna.
En la cámara segunda había una serpiente que se envolvía en torno a la roca de la caverna, y otras que la
adornaban con oro, plata y piedras preciosas.
En la cámara tercera un Aguila de alas y plumas de aire tornaba el interior de la caverna infinito. Había
también multitud de Hombres-Águilas que edificaban palacios en las rocas enormes.
En la cámara cuarta Leones de ardientes llamas caminaban furiosos y fundían los metales hasta tornarlos
en fluidos vivientes.
Allí eran recibidos por los Hombres que ocupaban la cámara sexta. Tomaban la forma de libros y eran
dispuestos en bibliotecas.
El tigre
(De Canciones de Inocencia y Experiencia -1794. Versión de Antonio Restrepo)
El deshollinador
¡Ah Girasol!
La rosa enferma
Versión de Màrie Montand
Londres
(Versión de Jordi Doce)
Augurios de inocencia
(versión de Silvia Cameroto)
La túnica del príncipe y los harapos del
Para ver un mundo en un grano de arena, mendigo
y un cielo en una flor silvestre, son hongos venosos en la bolsa del avaro.
sujeta el infinito en la palma de tu mano, Una verdad dicha con mala intención
y la eternidad en una hora. derrota todas las mentiras que puedas inventar.
Está bien, así debe ser;
Un petirrojo en una jaula el hombre fue hecho para la alegría y la tristeza;
despierta la furia de los cielos.
Un palomar repleto de palomas y pichones y cuando lo sabemos,
estremece cada región del infierno. caminamos seguros por el mundo.
Un perro hambriento en la puerta de su amo La alegría y la aflicción se entretejen sutilmente,
predice la ruina del Estado.
un vestido divino para el alma:
Un caballo maltratado en la carretera Debajo de cada dolor y tristeza
reclama al cielo sangre humana. se esconde una alegría hecha de seda.
Cada súplica de la liebre perseguida
desgarra una fibra del cerebro. Una criatura es algo más que una apretada faja:
Una alondra en el ala herida, en todas estas tierras humanas
un querubín deja de cantar. fueron creadas herramientas y nacidas las manos
El gallo de riña armado para la pelea que cada agricultor comprende.
asusta al sol naciente.
Cada aullido del lobo y del león Cada lágrima vertida en cada ojo
despierta un alma humana del infierno. se convierte en una criatura eterna;
Los ciervos salvajes, vagando aquí y allá, Esto es comprendido por la inteligencia
sustraen al alma humana del cuidado. femenina
El cordero sacrificado engendra luchas públicas, y se vuelve regocijo.
y sin embargo, perdona el cuchillo del carnicero. El balido, el ladrido, el bramido, y el rugido
El murciélago que revolotea al final de la víspera son olas que golpean en las costas del cielo.
abandona al cerebro incrédulo. La criatura que llora por la vara oculta
El búho que invoca la noche escribe Venganza en los reinos de la muerte.
pregona el temor del no creyente. Los andrajos del mendigo, agitándose en el aire,
Quien hiera al pequeño reyezuelo
jamás será amado por los hombres. desgarran al cielo en harapos.
Quien desate la ira del buey
jamás será amado por la mujer. El soldado armado con espada y pistola,
El perverso niño que mata a la mosca paralizado golpea contra el sol del verano.
sufrirá la enemistad de la araña. La moneda de un hombre pobre vale más
El que atormenta al espíritu del escarabajo que todo el oro de la costa africana.
teje una glorieta de noche eterna. Un ácaro arrancado de las manos del labrador
La oruga en la hoja comprará y venderá las tierras del avaro:
reitera el dolor de tu Madre. o, protegido desde lo alto,
No mates a la polilla ni la mariposa, venderá y comprara a la nación entera.
porque el Juicio Final se acerca.
Aquel que entrene al caballo para la guerra Quien se burle de la confianza del niño
nunca atravesará la franja Polar. será burlado en la vejez y en la muerte.
Alimenta al perro del mendigo y al gato Quien enseñe al niño a dudar
de la viuda, y engordarás. de la corrompida tumba nunca escapará.
El mosquito que canta su canción de verano Quien respeta la confianza del niño
obtiene veneno de la lengua del difamador. triunfa sobre el infierno y la muerte.
El veneno de la serpiente y del tritón Los juguetes del niño y las razones del anciano
es el sudor de los pies de la envidia. son los frutos de las dos estaciones.
El veneno de la abeja El inquisidor sentado astutamente,
es la envidia del artista. nunca sabrá cómo responder.
Aquel que responda a las dudas
apagará la luz del conocimiento.
El más fuerte veneno jamás conocido El grito del ganador, la maldición del perdedor
provino de los laureles del César. danzan ante la carroza fúnebre de Inglaterra.
Nada puede deformar la raza humana
tanto como el brazal de la armadura de hierro. Cada noche y cada mañana
Cuando el oro y piedras preciosas adornen el algunos nacen a la miseria,
arado, cada mañana y cada noche
se inclinará la envidia ante las Artes pacíficas . algunos nacen al dulce placer.
Un acertijo o el canto del grillo, Algunos nacen al dulce placer,
sirven para dudar de la respuesta correcta. algunos nacen a la interminable noche.
La pulgada de la hormiga y la milla del águila
hacen sonreír a la defectuosa filosofía. Somos conducidos a creer una mentira
El que duda de lo que ve cuando no vemos a través del ojo,
nunca creerá, haz lo que te plazca. que nació en una noche para perecer en una
Si el sol y la luna dudaran, noche,
Se apagarían de inmediato. mientras el alma dormía entre rayos de luz.
Harás bien en apasionarte
pero no es bueno que una pasión te domine. Dios aparece y Dios es luz
La puta y jugador, autorizados por para las pobres almas que moran en la noche,
el Estado, edifican el destino de esa nación. pero su forma humana se presenta
El grito de la ramera de calle en calle a aquellos que moran en los reinos del día.
tejerá la mortaja de la vieja Inglaterra.
Tengo que hacer un ruego a mis lectores: que al juzgar estos poemas decidan con sinceridad según sus
propias emociones, y no pensando en cuál será el probable juicio de otros […] he de decir al lector que se
atenga de forma independiente a sus propias emociones y que, si se encuentra personalmente conmovido,
no permita que dichas conjeturas interfieran en su placer.
Si un autor nos ha hecho sentir respeto por su talento con una sola de sus composiciones, es útil
considerar que esto nos permite presuponer que en otras ocasiones, en las cuales nos ha desagradado,
puede sin embargo que no haya escrito mal ni de manera absurda; más aún, darle tanto crédito por esta
sola composición que pudiera llevamos a analizar lo que no haya sido de nuestro agrado con más interés
del que, de no ser así, le habríamos concedido. Esto no es sólo un acto de justicia, sino que en nuestras
conclusiones, especialmente sobre la poesía, puede contribuir bastante a la mejora de nuestro propio
gusto: porque un gusto acertado en poesía, así como en todas las demás artes, es una cualidad adquirida
que sólo puede conseguirse a través de la reflexión y el contacto largo y continuado con los mejores
modelos de composición.
Versos escritos pocas millas más allá de la abadía de Tintern, al volver a las
orillas del Wye durante una excursión. Trece de julio de 1798
¡Cinco años han pasado y sus veranos como un paisaje a la vista de un ciego
largos como inviernos! Y oigo de nuevo sino que a veces, en frías estancias
estas aguas correr desde sus fuentes y entre el rumor de la ciudad, me han dado
con un suave murmullo. También veo en las horas de hastío la dulzura
estas altas colinas escarpadas que sentía en el pecho y en la sangre
cuya imagen salvaje y solitaria y alcanzaba el más puro pensamiento
propicia solitarios pensamientos con tranquilo reposo; sentimientos
y une el lugar con la quietud del cielo. de placer olvidado que tal vez
Por fin, hoy es el día en que descanso ejercen un influjo no pequeño
bajo este oscuro árbol y contemplo en la parte mejor del ser humano:
que ahora, con sus frutos inmaduros, sus secretas, anónimas acciones
visten un verde intenso y se abandonan de amor y de bondad.
entre soto y maleza. Al cabo miro
estos setos escasos, más bien líneas A ellos creo
de bosque asilvestrado, aquellas granjas deber un don de aspecto más sublime,
verdes hasta la puerta misma, el humo ese bendito estado en que el objeto
que asciende silencioso entre los árboles del misterio y la onerosa carga
como el incierto aviso de un errante que compone este mundo incomprensible
buhonero de los bosques despoblados se aligeran; estado más sereno
o cueva de ermitaño donde aguarda en el que los afectos nos conducen
alguien junto al hogar. con suavidad, hasta que el terco aliento
de este cerco corpóreo e incluso
Estas hermosas el movimiento de la sangre casi
formas, cuando era ausente, no me han sido parecen detenerse y llega el sueño
del cuerpo, la vigilia de las almas: y montañas, de todo cuanto vemos
cuando, el ojo calmado por el orden en esta verde tierra: el amplio mundo
yel poder de la alegría, contemplamo de oído y ojo, cuanto a medias crean
la vida de las cosas. o perciben, contento de tener
en la Naturaleza y los sentidos
Si ésta es vana el ancla de mis puros pensamientos,
creencia, sin embargo qué a menudo guardián, guía y nodriza de mi alma
en la penumbra o en las formas múltiples y de mi ser moral.
de una luz sin viveza o en la estéril
impaciencia y la fiebre de este mundo, Si hubiese sido
he sentido en mi pulso su dominio; instruido de otro modo, sufriría
¡qué a menudo, en espíritu, me he vuelto aún más la decadencia de mi espíritu;
hacia ti! ¡Wye silvestre, que entre bosques pero tú estás conmigo en esta orilla,
caminas, cuánto ha vuelto a ti mi espíritu! mi más amada, más querida Amiga,
Y ahora, con destellos de un agónico y en tu voz recupera aquel lenguaje
pensamiento y sus débiles recuerdos mi antiguo corazón y leo aquellos
y un algo de perpleja pesadumbre, placeres en la lumbre temblorosa
la imagen de la muerte resucita: de tus ojos. ¡Oh, sólo por un rato
no sólo mueve aquí mi pensamiento puedo ver en tus ojos al que fui,
el presente placer sino la idea querida hermana! Y rezo esta oración
de que este instante nutrirá los años sabiendo que jamás Naturaleza
por venir. Pues esto oso esperar traiciona al que la ama; es privilegio
aunque sea distinto del que fui suyo guiarnos siempre entre alegrías
cuando por vez primera visité a través de los años, darle forma
estas colinas, como un corzo anduve a la vida que bulle y expresarla
por montañas y arroyos solitarios, con quietud y belleza, alimentarla
donde Naturaleza me dictase: con claros pensamientos de tal modo
era más una huida que una búsqueda. que ni las malas lenguas, la calumnia,
Pues la Naturaleza entonces (idos la mofa o el saludo indiferente
mis salvajes placeres de la infancia, o el tedioso transcurso de la vida
sus alegres mociones animales) nos venzan o perturben nuestra alegre
lo era todo en mi seno; no sabría fe en que todo cuanto contemplamos
decir quién era yo: la catarata es bendito. Así, deja a la luna
suponía un hechizo; los peñascos, brillar en tu paseo solitario
las cumbres, el profundo, oscuro bosque, y soplar sobre ti los neblinosos
sus colores y formas, provocaban vientos; que al cabo de los años, cuando
una sed, un amor, un sentimiento este éxtasis madure en un placer
ajeno a los encantos más remotos más sobrio y tu cabeza dé cobijo
de la idea ya todo otro interés a toda forma hermosa que haya habido,
que el del mundo visible. Ya ha pasado tu memoria será perfecto albergue
ese tiempo y no viven su alegría de bellas armonías. Oh, entonces,
y su inquieto arrebato. Sin embargo, si miedo, soledad, dolor o angustia
no encuentro en mí lamento ni desmayo: te asedian, ¡qué consuelo, qué entrañable
otros dones compensan esta pérdida alegría podrá darte el recuerdo
pues hoy sé contemplar Naturaleza de estos consejos míos! Y si entonces
no con esa inconsciencia juvenil estoy donde no pueda ya escuchar
sino escuchando en ella la nostálgica tu voz ni ver tus ojos refulgentes
música de lo humano, que no es áspera con la vida pasada, tú podrás
pero tiene el poder de castigar recordar que en la orilla de este río
y procurar alivio. Y he sentido unidos estuvimos y que yo,
un algo que me aturde con la dicha adorador de la Naturaleza,
de claros pensamientos: la sublime llegué hasta aquí gozoso en tal servicio,
noción de una simpar omnipresencia incluso con mayor celo y amor
cuyo hogar es la luz del sol poniente santo. Y también recordarás
y el océano inmenso, el aire vivo, que tras los muchos viajes, muchos años
el cielo azul, el alma de los hombres; de ausencia estos peñascos y estos bosques
un rapto y un espíritu que empujan y esta escena bucólica me fueron
a todo cuanto piensa, a todo objeto amables por sí mismos y por ti.
y por todo discurren. De este modo, Versión de Gabriel Insausti
soy aún el amante de los bosques
La excursión
Prospecto
Los narcisos
[...]
¡Entonces canten pájaros, canten, canten un canto alegre
y salten corderos como al son de un tambor!
¡Nosotros en el pensamiento acompañamos al rebaño;
tocando la flauta y jugando vamos
con quienes sienten en su corazón
la alegría de este día de mayo!
Que aunque el resplandor que una vez brilló
para siempre haya desaparecido de mi vista;
aunque nada restituya la hora
de resplandor en la hierba, de gloria en las flores,
no me lamentaré, más bien
encontraré fuerza en lo que resta:
en la primordial simpatía,
la que habiendo existido debe existir siempre;
los reconfortantes pensamientos que apaciguan
el sufrimiento humano;
en la fe cuya mirada atraviesa la muerte;
en los años que traen reflexión a la mente.
¡Y ustedes, oh fuentes, prados, colinas y arboledas,
no permitieron que nuestros amores fueran separados!
En lo hondo del corazón yo siento su fuerza:
yo solo tengo un éxtasis, vivir bajo este habitual influjo.
Amo los arroyos que bajan inquietos por sus cauces,
más que cuando yo viajaba ligero como ellos;
la inocente claridad del día recién nacido
es dulce también;
las nubes que se congregan alrededor del sol poniente
y toman el sobrio colorido de un ojo
que vigila constante nuestra humana mortalidad.
Otra carrera ha terminado y tenemos nuevas palmas.
Gracias al corazón humano que nos da vida,
gracias a su ternura, su alegría y sus miedos,
la flor más vulgar al abrirse puede darme
pensamientos a menudo demasiado profundos para el llanto.
(Version de Jorge Aulicino)
Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)
Kubla Khan
Escarcha a medianoche
No volveremos a vagar
(Versión de Arturo Rizzi)
Así es, no volveremos a vagar
tan tarde en la noche,
aunque el corazón siga amando
y la luna conserve el mismo brillo.
Pues así como la espada gasta su vaina,
y el alma consume el pecho,
asimismo el corazón debe detenerse a respirar,
e incluso el amor debe descansar.
Aunque la noche fue hecha para amar,
y los días vuelven demasiado pronto,
aún así no volveremos a vagar
a la luz de la luna.
El rocío de la mañana
se hundió frío en mi frente
lo sentía como el aviso
de lo que ahora siento.
Todas las promesas están rotas
e inconstante es tu reputación;
oigo pronunciar tu nombre
y comparto su vergüenza.
Ante mí te nombran,
tañido de muerte que escucho;
un temblor me recorre:
¿por qué te quise tanto?
No saben que te conocía,
que te conocía muy bien:
mucho, mucho tiempo te lamentaré,
muy hondamente para expresarlo.
*Al celta Ned Ludd, legendario y probablemente imaginario, se le atribuye ascendencia troyana y la
fundación de Londres. Los obreros textiles que se oponían a la maquinaria en Nottinghamshire, entre
1811 y 1813, adoptaron burlonamente a Ludd como único líder. Catorce luddistas fueron ejecutados y
varios confinados bajo acusación de sabotaje, además de los que murieron en enfrentamientos con la
milicia. George Gordon propuso en la Cámara de los Lores una ley en su defensa. Desde Venecia, tres
años después, pregunta a Moore: "¿No te caen bien los luditas? ¡Válgame Dios, si hay alboroto, contad
conmigo! ¿Cómo siguen los tejedores -esos que destruyen los telares -los luteranos de la política -los
reformadores?"
Oscuridad
Soy
ENDYMIÓN [Fragmentos]
LIBRO I
Un poco de belleza es gozo para siempre:
su encanto aumenta: nunca pasará hacia la nada;
sino que guardará un rincón de verdor
en paz para nosotros, y un tiempo de dormir
lleno de dulces sueños, salud y aliento en paz.
Así, cada mañana, vamos entretejiendo
un vínculo de flores que nos ate a la tierra,
a pesar de tristezas, la inhumana escasez
de caracteres nobles, los días de tiniebla,
y todos los caminos oscuros y funestos
a nuestra busca abiertos: a pesar de esas cosas,
un toque de belleza quita el pesado velo
de nuestro oscuro espíritu: así es el sol, la luna,
viejos y nuevos árboles, brotando en don de sombra
para simples ovejas: así son los narcisos
con todo el verde mundo en que viven: barrancos
claros, que se procuran un techo de frescura
contra el calor del tiempo: la espesura del bosque
rica de un salpicado de rosas almizcladas;
y así es el esplendor de los destinos que hemos
imaginado para los poderosos muertos;
una fuente sin fin de bebida inmortal
que nos llega manando desde el borde del cielo.
Y no sentimos esas esencias meramente
en una hora fugaz: no, tal como los árboles
que susurran en torno de un templo, pronto se hacen
tan caros como el templo, tal pasa con la luna,
con la pasión poética, las glorias infinitas,
que nos siguen, haciéndose una luz de alegría
en nuestra alma, enlazada con nosotros tan firme:
tanto con sol brillante como con gris nublado,
han de estar con nosotros siempre, o si no, morimos.
Por tanto, con entera felicidad ahora
voy a contar la historia de Endymión. Aun la misma
música de su nombre se ha metido en mi ser;
y cada grata escena surge, fresca, ante mí,
como el verdor de nuestros valles: así comienzo,
hoy que no escucho el ruido de la ciudad: ahora
que las flores tempranas están nuevas y corren
formando laberintos del más joven matiz,
por viejos bosques; mientras el sauce balancea
su ámbar delicadísimo, y en cubos, los vaqueros
traen rebose a casa de leche. Y como el año
se complace en jugosos tallos, guiaré, suave,
mi barca, muchas horas de silencio, en arroyos
que con frescor se ahondan en verdes escondites.
Muchos versos espero poder escribir, antes
de que las margaritas áureas, de blanco borde,
se escondan en la hierba honda, y antes que zumben
las abejas en torno de guisantes de olor
espero tener casi la mitad de mi historia.
Que no pueda el invierno, canoso y despojado,
verla a medio acabar, sino el osado otoño,
con tinte universal de oro sobrio, esté en torno
de mí cuando la acabe. Y ahora, aventurero,
al momento ya envío mi pensamiento heraldo
hacia una soledad: suene allí su trompeta,
y revista de prisa mi camino inseguro
de verdores, que yo pueda avanzar de prisa
fácilmente, a través de flores y de hierbas.
Oda a un ruiseñor
I
Me duele el corazón, y un sopor doloroso
aturde mis sentidos, como el tomar beleño,
o con un opio turbio bebido hasta las heces
hace un momento, hundiéndose, camino del Leteo:
y no por envidiar tu destino feliz,
sino por demasiado dichoso con tu dicha,
pues tú, Dríada de alas ligeras en los árboles,
en algún bosquecillo melodioso de verdes abedules
y sombras innumerables, cantas del verano,
con toda la garganta, tranquilo.
II
¡Ah, si tuviera un sorbo de vino, refrescado
largo tiempo en la tierra de profundas cavernas,
gustando así de Flora y el campo verde, el baile,
la canción provenzal, y el júbilo soleado!
¡Ah, si tuviera un jarro lleno del Sur caliente,
lleno del ruboroso Hipocrene, el auténtico,
con burbujas guiñando en el borde, en rosario,
y mi boca manchada de púrpura! Ojalá bebiera,
abandonando el mundo sin ser visto,
contigo disipándome por el bosque en penumbra.
III
Disolviéndose lejos, olvidando del todo
lo que tú no has sabido jamás entre las hojas;
la fatiga, la fiebre, la prisa, aquí, sentados
donde los hombres se oyen gemir unos a otros,
la vejez quita pocos, tristes, pálidos pelos;
la juventud marchita, hecha un espectro, muere;
donde sólo pensar ya es llenarse de pena
y desesperación de plomiza mirada;
sin poder la Belleza guardar sus claros ojos,
ni el nuevo Amor por ellos llorar más que mañana.
IV
Lejos, lejos, pues quiero escapar hacia ti,
no llevado en su carro por Baco y sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque el torpe cerebro se retarde, perplejo:
¡ya contigo! la noche es tierna, y por ventura
la Reina de la noche está en su trono; en torno
de ella el tropel de todas sus estelares Hadas;
pero no hay luz aquí, sino la que del cielo
desciende con el soplo de las brisas, por sombras
de verdura y musgosos caminos serpentinos.
V
No puedo ver qué flores hay a mis pies, ni qué
suave incienso se enreda entre las ramas, pero
en balsámica sombra, cada aroma adivino,
con que la estación dota en este mes la hierba,
el seto, la espesura de frutales: el blanco espino,
y la englantina pastoral: las violetas,
tan pronto marchitadas, escondidas entre hojas;
la hija primogénita de mediados de mayo,
rosa almizclada, llena de vino de rocío,
toda zumbar de moscas en ocasos de estío.
VI
Escucho entre la sombra; muchas veces estuve
enamorado casi de la cómoda Muerte,
y le di dulces nombres en rimas de mi Musa,
que se llevara al aire mi aliento silencioso;
hoy más que nunca pienso que es riqueza el morir,
acabar sin dolor hacia la medianoche,
¡mientras estás lanzando hacia lo lejos tu alma
en un éxtasis tal! Tú cantarías siempre,
pero no servirían mis oídos: me habría
vuelto un trozo de tierra para tu claro réquiem.
VII
Tú no has nacido para la Muerte, ¡inmortal Pájaro!
No han de pisotearte otras gentes hambrientas:
la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron
en los días antiguos, el labriego y el rey;
quizá este mismo canto se abrió camino al triste
corazón de Ruth, cuando, con nostalgia de hogar,
llorando, se detuvo en el trigal ajeno;
el mismo, tantas veces, fue un hechizo en murallas
mágicas, que se abrían a la espuma de mares
peligrosos, en tierras de leyenda, olvidadas.
VIII
¡Olvidadas! La misma palabra es la campana
que me hace con su son volver a rtii ser solo.
¡Adiós! Tu quejumbrosa canción se va borrando
tras los prados cercanos, sobre el callado arroyo,
por la ladera: ahora se ha enterrado bien hondo
en los otros barrancos de los valles:
¿ha sido una visión, o un sueño con los ojos abiertos?
Esa música huyó. ¿Duermo o estoy despierto?
Percy Bysshe Shelley (1792-1822)
El pasado
¿Olvidarás las horas felices que enterramos
En las dulces alcobas del amor,
Hacinando sobre sus fríos cadáveres
Los ecos efímeros de una hoja y una flor?
Flores dónde la alegría cayó,
Y hojas dónde aún habita la esperanza.
Adonais (Selección)
I
Murió Adonais y por su muerte lloro.
Llorad por él aunque el ardiente llanto
no deshaga la nieve que le cubre.
Y tú, hora fatal, la que escogida
fue de los años para que él muriese,
despierta a tus oscuras compañeras,
muéstrales tu dolor y di: conmigo
murió Adonais y mientras que el futuro
al pasado no olvide, su destino
y su fama serán eternamente
un eco y una luz para los hombres.
II
Cuando Adonais murió di, ¿dónde estabas?
¿En dónde estabas tú, madre potente,
cuando tu hijo yacía traspasado
por el dardo que surca las tinieblas?
¿En dónde estabas tú, perdida Urania?
Allá en su paraíso, sentada entre los Ecos
vigilantes y mientras con suspiros
amorosos y blandos reanimaba
una de las ya marchitas melodías,
con las que, como flores que se burlan
del cadáver, ornar y esconder quiso
el futuro volumen de la muerte.
III
¡Melancólica madre, vela y llora,
por Adonais, difunto, vela y llora!
Mas ¿para qué? En su ardiente lecho apaga
tus encendidas lágrimas y deja
a tu gimiente corazón que guarde
tan silencioso sueño como el suyo.
Porque se fue, hundido en donde todas
las bellas cosas graves descendieron,
no sueñes ¡ay!, que el amoroso abismo
te lo devuelva al aire. No. La muerte
devorando su voz muda se ríe
de tu desesperanza y de la mía.
V
Tú, la más musical lamentadora
llora y gime otra vez porque no todos
a tan gran esplendor subir osaron;
y más felices los que conocieron
su dicha y cuya antorcha brilla aún
en la noche del tiempo en que los soles
han muerto; más sublimes los heridos
por la envidiosa cólera del hombre
o de los dioses, que derrumbaron
fundidos en su aurora refulgente.
Y otros viven aún y van pisando
el sendero espinoso que conduce
a través de los odios y fatigas
a la mansión serena de la fama.
VI
Tu más joven y amado niño ha muerto,
el de tu viudedad; creció cual pálida
flor cultivada por doncella triste
y nutrida con lágrimas de amor
inconsolable en lugar de rocío.
¡Tú, la más musical lamentadora,
llora de nuevo tu esperanza última!
Perdida está la flor, sus mustios pétalos
murieron sin abrirse en la promesa
de su fruto mejor. El lirio amado
quebrado duerme y la tormenta pasa.
VII
A esa alta capital en donde reina
con una corte pálida la muerte
subió y pagando con su aliento puro
en la gloria compró morada eterna.
Retírate de prisa. Mientras sea
un azul día italiano el mejor cielo
para su osario, mientras él repose
en un sueño cubierto de rocío,
no le despiertes, no, porque es seguro
que halló su plenitud en la gran calma
de su profundo y líquido descanso,
porque todo lo malo dió al olvido.
IX
¡Llorad por Adonais! Los sueños rápidos,
los pensares con alas de pasión,
huyeron en bandadas desde el vivo
torrente que su espíritu nutría,
enseñando el amor como una música.
No vuelan más ardiendo en la memoria
y perecen allí donde nacieron.
Lloran su triste pérdida girando
sobre su helado corazón, en donde
ya no recobrarán fuerzas perdidas
ni después de tan dulce pena nunca
encontrarán de nuevo una morada.
XII
Otra luz se posó sobre su boca,
aquella boca fina, acostumbrada
a sorber un aliento que tenía
fuerza para adentrarse en los ocultos
espíritus y entrar al palpitante
profundo corazón, con brillo y música.
La húmeda muerte sobre el yerto labio,
extinguió sus caricias, meteoro
agónico que cruza la fría noche
manchando su corona en lunáticas
luces y nieblas, tal recorrió el pálido
cuerpo sin vida hasta el total eclipse.
XIV
Todo lo que él amó, lo que amoldado
fue por su pensamiento, formas, tonos,
perfumes y sonidos melodiosos,
por Adonais gemían. La mañana
buscaba la atalaya de la aurora
y sus cabellos, húmedos de lágrimas
que son gala del suelo, oscurecieron
los ojos claros que dan luz al día.
Distante el trueno sordo se quejaba.
En un sopor inquieto, el océano
pálido yacía. En las alturas
sollozaban los vientos alocados.
XX
Por este tierno espíritu tocado
exhala flores de gentil aroma
el cadáver leproso; cuando el brillo
se transforma en fragancia, las estrellas
encarnan para dar luz a la muerte
y así se burlan del feliz gusano
que abajo se despierta. Nada muere
de lo que conocemos. ¿Será todo
una espada que fuera de su vaina
por el cielo relámpago es fundida?
Un momento reluce intenso el átomo,
luego se apaga en un reposo frío.
XXI
¡Ay! ¡Que tenga que estar como si nunca
hubiera en él vivido lo que tanto
amábamos nosotros, y que sea
mortal también nuestro dolor! ¿De dónde
hemos venido y para qué vivimos?
¿Y de qué escena somos los actores
o los testigos? Grandes y pequeños
los confunde la muerte que anticipa
lo que la vida pide de prestado.
En tanto que los cielos. sean azules
y verdes sean los campos, la mañana
empujada será por negra noche
cuyas sombras la tarde anunciará,
y los años y meses con gemido
despertarán a los años y los meses.
XXV
En la cámara fúnebre un momento
enrojeció la muerte que humillada
ante tal poder vivo aniquilóse.
Alentaron de nuevo aquellos labios
y destelló la luz de la existencia
en los pálidos miembros que habían
sido momentos antes su deleite.
"No me dejes así, desconsolada,
solitaria y demente, como mudo
relámpago a una noche sin estrellas."
¡Ay, no me dejes!" -exclamaba Urania.
Con sus gemidos; despertó la muerte
y la muerte se irguió sonriente y vino
a encontrar sus inútiles caricias.
XXVI
"Detente un poco y háblame otra vez,
bésame lo que un beso durar pueda.
Dentro, en mi pecho descorazonado
y en mi ardiente cerebro esas palabras
y ese beso serán más permanentes
que todos los recuerdos de mi vida,
como si fueran una parte tuya
ahora que tú estás muerto vivirán
con alimentos de memorias tristes,
oh, mi Adonais. Yo lo daría todo
por estar como tú, no encadenado
al tiempo que no puede libertarme".
XXVII
"Oh, gentil niño, si eras tan hermoso,
¿por qué tan pronto dejas los senderos
pisados por el hombre? ¿Cómo osaste
desafiar con puños tan endebles
aunque con pecho firme, en su antro mismo
al hambriento dragón? Ay, indefenso,
¿dónde estaba el escudo reluciente
de tu saber, la lanza del desdén?
Si tú hubieras esperado el fin del ciclo
hasta cuando tu espíritu alcanzara
la plenitud de tu creciente esfera,
los monstruos del desierto de la vida
huyeran ante ti como los gamos".
XXVIII
"Los lobos en manada son audaces
sólo cuando persiguen; los obscenos
cuervos sobre los muertos clamorean
los buitres sólo fieles al emblema
del saqueador, no comen sino sobras
de lo arrasado y de sus alas llueve
sucio contagio. Cómo huyeron cuando
tal nuevo Apolo, el Pitio de este tiempo,
con arco de oro disparó su flecha
sonriendo después. No insisten nunca
los despojadores. Viles se doblegan
hasta besar los pies del orgulloso
que con desdén altivo los aparta".
LII
Lo uno queda, lo vario muda y pasa.
La luz del cielo es resplandor eterno,
la tierra sombra efímera. La vida
cual cristalino domo de colores
mancha y quiebra la blanca eternidad
esplendorosa hasta que cae
a los pies de la muerte en mil pedazos.
Para encontrar lo que persigues, ¡muere!
¡ Sigue la vía de todo lo que huye!
Flores, ruinas, el cielo azul de Roma,
estatuas, melodías y palabras
no alcanzan la verdad resplandeciente
de la gloria que viven y trasfunden.
LIII
¿Por qué esperas y vuelves y resistes?
Se fueron, corazón, antes de ti
tus esperanzas y dejaron todas
las cosas de la tierra.
¡Parte ya!
Pasó una luz en el rodar del año,
pasó para los hombres y mujeres.
Todo lo grato que en el mundo queda
atrae para perder y se resiste
para agotar tu vida lentamente.
Sonríe el cielo plácido, murmura
cerca el viento. Es Adonais que llama.
Vuela con él, que la vida no aparte
lo que unirá la muerte para siempre.
LIV
Este fulgor cuya sonrisa inflama
al universo, esta pura belleza
en que las cosas obran y palpitan,
esta gracia que nunca extinguirá
la maldición oscura del nacer,
este perenne amor que entre las mallas
que ciegamente van tramando
hombres, bestias y tierra y mar y cielo
refulge esplendoroso o mortecino,
pues todo es un reflejo de la lumbre
que apaga nuestra sed, brilla ora en mí
y consume las nubes de esta fría
mortalidad, olvidadas y solas.
LV
Desciende a mí la vida cuya
esencia invocó el canto. Lejos de la playa
la barca de mi espíritu deriva,
muy lejos de la turba temblorosa
que nunca dió su vela al huracán.
¡La tierra ponderosa se desgaja
de la celeste esfera! Voy llevado
a lejanías de pavura y sombra,
mientras en lo más íntimo del cielo
el alma de Adonais como una estrella,
fulgura en su mansión de eternidad.
Ozymandias
el labio contraído por el desdén, el gesto por el desdén soberbio, signo inmoto
imperativo y tenso, del escultor conservan del poder sin medida y las pasiones
la penetrante fuerza que al esculpir ha puesto que el estatuario sometió a sus leyes
en su mano la burla del alma que preservan. y aún viven, con su mano en las facciones.
La pregunta
Soñé que al caminar, extraviado,
se trocaba el invierno en primavera,
y el alma me llevó su olor mezclado
con el claro sonar de la ribera.
En su borde de césped sombreado
vi una zarza que osaba, prisionera,
la otra orilla alcanzar con una rama,
como suele en sus sueños el que ama.
El amante de Porfiria
Soneto VII
El mundo me parece tan distinto
desde que oí los pasos de tu alma
muy leves, sí, muy leves, a mi lado,
en la orilla terrible de la muerte
donde yo iba a anegarme, y me salvó
el amor descubriéndome una vida
hecha música nueva. Aquellas hieles
destinadas por Dios quiero beber,
cantando su dulzura, junto a ti.
Los nombres de lugar son diferentes
porque estás o estarás aquí o allá.
Y ese don de cantar que yo amé tanto
(los ángeles lo saben) me es querido
sólo porque hace resonar tu nombre.
Soneto XIV
Luz Repentina
Yo estuve aquí antes,
pero no puedo decir ni cuándo ni cómo:
conozco el prado del otro lado de la puerta,
el aroma dulce e intenso,
el sonido susurrante, las luces a lo largo de la costa.
Has sido mía antes
−No puedo saber hace cuánto:
Pero hace un momento cuando remontó vuelo esa golondrina
y giraste tu cuello de esa forma,
cayó algún velo − lo supe todo, lo reconocí.
¿Ha sido esto antes así?
¿Y entonces no será que el vuelo arremolinado del tiempo
restaura con nuestras vidas nuestro amor
a pesar de la muerte,
y el día y la noche nos dan este deleite una vez más?
El corazón de la noche
De la niñez a la juventud; de la juventud a la ardua hombría;
Del letargo a la fiebre del corazón;
De la vida fiel a soñar con sombríos y perdidos días;
De la confianza a la duda; de la duda al borde de la prohibición;
Estos cambios han pasado como una ráfaga cíclica
Hasta ahora. ¡Oh, El Alma! Cuan rápido debió
Aceptar su primitiva inmortalidad,
¿Es que la carne reencarna en el polvo de dónde comenzó?
El retrato
Rememoración
Mas si tras olvidarme algunos días Mas si me olvidas por un tiempo, amado,
tornas a mi recuerdo, no te apenes; no sufras si el recuerdo luego insiste.
pues si de lo que hoy pasa entre mis sienes Si tinieblas y vermes han dejado
Eco
La playa de Dover
El mar está en calma esta noche.
La marea alta, la luna duerme hermosa
Sobre el estrecho – en la costa francesa la luz
Resplandece y se ha ido; los acantilados de Inglaterra alzan,
Tenues y vastos, allá en la plácida bahía.
Ven a la ventana, el aire nocturno es dulce,
Soñoliento, desde la larga línea de espuma
Donde el mar besa la tierra empalidecida por la luna,
El Mar de la Fe
También era uno, en su plenitud,
Y rodaba en las orillas de la tierra,
Yacía como los pliegues de una gloriosa diadema.
Pero ahora sólo escucho
su rugir lleno de tristeza, largo y en retirada,
alejándose hacia el sereno de la noche
Hacia los extensos bordes monótonos.
Oh, mi amor, ¡seamos fieles el uno al otro!
Pues el mundo, que parece yacer ante nosotros
Como una tierra de sueños,
Tan variada, tan bella, tan nueva,
No posee en realidad ni gozo, ni amor, ni luz,
Ni certeza, ni paz, ni alivio para el dolor;
Estamos aquí como en una llanura sombría
Envueltos en alarmas confusas de fugas y batallas,
donde los ejércitos, ignorantes, se enfrentan por la noche.
Gerard Manley Hopkins (Essex, 1844-Dublin, 1889)
El eco polmizo
¿Cómo conservarla... hay algo, algo, no hay nada
en ningún lugar conocido, lazo o broche o trenza
o traba, cuerda, cerrojo o pasador o llave para retener
la belleza, preservarla, belleza, belleza... de
la disolución?
Oh, ¿no hay un medio de alisar estas arrugas,
estriadas arrugas profundas,
de alejar estos funestísimos mensajeros, callados
mensajeros,
tristes y furtivos mensajeros del gris?
No, no hay ninguno, no hay ninguno, oh, no hay
ninguno,
ni por mucho tiempo podrás, como ahora, ser
llamada bella,
a pesar de cuanto puedas hacer, de que hagas lo que
puedas,
es sabiduría desesperarse por anticipado:
comienza, pues, tú; ya que no, nada puede hacerse
para tener a raya
los años y los males de la edad, cabellos blancos,
pliegues y arrugas, la declinación, el morir, el
detrimento
de la muerte, sudarios, tumbas y gusanos y el
desplomarse
de la disolución;
de modo que comienza, comienza a desesperar:
Oh, no hay nada; no, no, no, no hay nada:
comienza a desesperar, a desesperar,
desespera, desespera, desespera.
Versión de Alberto Girri.
Consuelo de la carroña
El hábito de la perfección
Y, Pobreza, sé tú la esposa
Inicia ahora la fiesta de bodas,
Y ropas del color de los lirios trae
A tu esposo, no trabajadas ni tejidas.
(Versión de J. Aulicino)
La noche estrellada
El Mar