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ANTOLOGÍA DE LA POESÍA INGLESA DEL SIGLO XIX

Precursores del Romanticismo

Edward Young (1683 - 1765)

El último día

Tarde o temprano, en alguna fecha futura,


(Un secreto terrible en el Libro del Destino)
Esta hora será sólo en el arcón de la sabiduría,
Cuando diez mil cosechas se hayan elevado;
Cuando las escenas cambien en esta Tierra que gira,
Los viejos imperios caerán, dando a luz a otros;
Mientras otros Borbones reinan en otras tierras
Y (si el pecado del hombre no lo prohíbe) otras Anas;
Mientras todavía el cansado mundo transita
Los mismos senderos que otros han caminado,
Irreflexivos, como los que ahora corren por sus laberintos
De polvo disuelto, o de un sol extinguido;
(¡Vosotros, mundos sublunares, despertad, despertad!
¡Vosotros, reyes de las naciones, escuchad y temblad!)
Espesas nubes de oscuridad surgirán un día;
Una noche repentina dominará el reposo del planeta,
Vientos impetuosos desgarrarán los bosques;
Las montañas eternas, como sus cedros, cederán,
El valle escuchará los rugidos del océano
Rompiendo las cadenas de sus costas;
Una mancha de sangre crecerá en la luna de plata,
Las sombras invadirán el círculo del sol;
De la intimidad del cielo rodarán los truenos incesantes,
Y su eco profundo atronará en los polos.
Thomas Gray (1716-1771)
Elegía escrita en un cementerio de aldea.

El toque de campana dobla al caer la tarde, En este sitio ausente, quizá puede que duerma
y el balar del rebaño cruza tranquilo el prado; algún alma insuflada de fuego celestial
vuelve a casa el labriego con su paso cansado, o unas manos que asieran el cetro del imperio,
dejándonos el mundo a la noche y a mí. o que a la eterna lira al éxtasis llamaran.

El desvaído paisaje va perdiendo colores Pero el Conocimiento a sus ojos jamás


y en todo el aire flota una solemne calma, desplegó su amplia página con el saber del tiempo;
que sólo rompe el ruido del moscardón volando la gélida Penuria reprimió su noble ira,
y el cencerreo monótono de lejanos rebaños; helando en esas almas su torrente genial.

de la torre a lo lejos recubierta de hiedra Muchas piedras preciosas del más puro color
la afligida lechuza a la luna se queja soportan sombrías cuevas del insondable océano:
de los que merodean por sus íntimas ramas, muchas flores se abren sin que nadie las vea
perturbando su antiguo y desierto dominio. y malgastan su aroma en el aire desierto.

Bajo estos toscos olmos, a la sombra del tejo, Algún Hampden aldeano, que con corazón bravo
donde la hierba crece en sinuosos montones, soportó al tiranuelo que mandaba en sus campos;
yaciendo para siempre, en sus angostas celdas, algún callado Milton o algún Cromwell sin culpa
los sencillos ancestros de la aldea reposan. de la sangre en su tierra, puede que aquí descansen.

Ni el alegre reclamo del alba perfumada, Ordenar el aplauso del paciente senado,
el vencejo gorjeando sobre los cobertizos, despreciar la miseria y el reto del dolor,
el gallo cantarín o el eco de las cuernas distribuir la abundancia sobre risueñas tierras
podrán ya levantarlos de sus humildes lechos. y contar sus historias a ojos de la nación

Para ellos nunca más calentará ya el fuego, prohibióselo la suerte: no sólo limitando
ni la ajetreada esposa le ofrecerá sus mimos: sus crecientes virtudes sino también sus crímenes;
no habrá niños que corran gangueando a su regreso prohibióles alcanzar con masacres el trono
trepando a sus rodillas para el deseado beso. y cerrarles las puertas de la piedad a los hombres,

Con frecuencia a su hoz se rendían las cosechas ocultar las punzadas de la verdad consciente,
y su surco ya ha roto la endurecida tierra. sofocar los rubores de la ingenua vergüenza
¡Cuán felices guiaban sus yuntas por el campo! o colmar los altares del Orgullo y Lujuria
¡Cómo ante su firme hacha se rendían los bosques! con incienso prendido en llamas de la Musa.

Que la Ambición respete su provechoso esfuerzo, Lejos de las refriegas de las turbas febriles
sus gozos hogareños y su destino oscuro; sus sensatos deseos nunca fueron erróneos;
que la Grandeza escuche sin risa desdeñosa junto al frío y recluido páramo de la vida
las sencillas y simples historias de los pobres. transcurrió silencioso el curso de su viaje.

La gloria de la heráldica, la pompa del poder, Y así, por proteger estos huesos de ultrajes
y todo lo que aportan la riqueza y belleza muy cerca se erigieron frágiles monumentos
aguardan por igual la inevitable hora: adornados con toscas esculturas y versos,
los senderos de gloria conducen a la tumba. implorando al transeúnte la ofrenda de un suspiro.

Y vosotros, altivos, no los culpéis del hecho Sus nombres y sus años la inculta musa enuncia,
de que en sus tumbas no haya trofeos a la Memoria, la causa de su fama y la razón del poema:
mientras que en los pasillos largos, de rancias criptas, y siembra junto a ellos muchos textos sagrados
el sonoro motete aumenta la alabanza. que enseñan a morir al moralista aldeano.

¿Pueden urnas grabadas o bustos animados ¿Quién sintiéndose presa del estúpido olvido
hacer volver a casa el efímero hálito? renunció a una existencia ávida y agradable
¿Puede la voz altruista retar al mudo polvo dejando atrás lo cálido de los días felices,
o ablandar los halagos a la fría y sorda muerte? sin mirar hacia atrás con tenaz añoranza?
El alma que se marcha confía en un cuerpo amado, al lado de los brezos, junto a su árbol querido;
los ojos que se cierran requieren llanto amigo; y transcurrió otro día: mas ya no lo encontraron
desde la tumba incluso la Natura nos llama ni al lado del arroyo, en el bosque o el prado;
y hasta en nuestras cenizas sus anhelos habitan.
Al siguiente, con cánticos y vestidos de luto,
A ti, que te preocupas por los muertos anónimos lentamente a la iglesia vimos que lo llevaban.
estas líneas te narran sus sencillas historias; Acércate (tú puedes) y lee esta inscripción
si alguna vez guiada por su retraída vida grabada aquí en la lápida bajo el vetusto espino”.
se acercara algún alma a conocer tu sino,
Epitafio
podría un zagal granado decir alegremente: Aquí yacen los restos, en la tierra materna,
“Con frecuencia lo vimos al despuntar el alba de un joven ignorado por la Fama y Fortuna;
con paso presuroso evitando el rocío bien aceptó la Ciencia su humilde nacimiento,
para el sol descubrir en los prados del valle. Melancolía marcólo como si fuera suyo.

Allí, al pie de aquella combada y lejana haya Tan grande fue su entrega como su alma sincera,
que ascendiendo retuerce sus míticas raíces, por eso envióle el Cielo una gran recompensa:
su longitud indolente al mediodía alargaba su fortuna (una lágrima) se la dio a la Miseria,
y en sonoros arroyos fijaba la mirada. un amigo (su anhelo) arrebatóle al cielo.

Junto a aquel bosque estaba sonriendo desdeñoso, Para poder contarlos no examines sus méritos
vagaba murmurando veleidosas quimeras, ni saques sus flaquezas de su feroz morada:
cabizbajo, afligido, cual niño abandonado, allí también reposan con trémula esperanza
de preocupación loco o por amor herido. el seno de su Padre y el seno de su Dios.

Un día noté su ausencia por la colina amiga,


William Blake (1757 – 1827)

Visión memorable
(De El matrimonio del Cielo y el Infierno -1790)

Me hallaba en una Imprenta en el Infierno, y vi el método por el cual el conocimiento se transmite de


generación en generación.

En la cámara primera había un Dragón-Hombre que barría la basura de la boca de una caverna. Adentro,
multitud de dragones ahondaban la caverna.

En la cámara segunda había una serpiente que se envolvía en torno a la roca de la caverna, y otras que la
adornaban con oro, plata y piedras preciosas.

En la cámara tercera un Aguila de alas y plumas de aire tornaba el interior de la caverna infinito. Había
también multitud de Hombres-Águilas que edificaban palacios en las rocas enormes.

En la cámara cuarta Leones de ardientes llamas caminaban furiosos y fundían los metales hasta tornarlos
en fluidos vivientes.

En la cámara quinta, formas sin Nombre arrojaban al espacio los metales.

Allí eran recibidos por los Hombres que ocupaban la cámara sexta. Tomaban la forma de libros y eran
dispuestos en bibliotecas.

El tigre
(De Canciones de Inocencia y Experiencia -1794. Versión de Antonio Restrepo)

Tigre, tigre, que te enciendes en luz


por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué profundidades distantes,


en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte


pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?


¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
sus mortales terrores dominar?

Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas


y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?
Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?

El deshollinador

Una cosa pequeña y negra entre la nieve,


Gritando "¡deshollina!, ¡deshollina!", ¡con notas de infortunio!
"¿Dónde están tu padre y tu madre? ¿Lo dirás?"
"Ambos ha ido a la iglesia a rezar.

Como yo era feliz sobre el brezal,


Y sonreía entre la nieve del invierno,
Me vistieron con las vestiduras de la muerte
Y me enseñaron a cantar las notas del infortunio.

Y como soy feliz y bailo y canto,


Ellos piensan que no me han hecho daño.
Y se han ido a alabar a Dios y su Sacerdote y al Rey,
Que hagan un cielo de nuestra miseria."
(Traducción de Soledad Capurro)

¡Ah Girasol!

¡Ah, girasol! Hastiado del tiempo,


contaste las pisadas del Sol,
y buscaste aquel clima dulce y dorado
donde concluye el rumbo del viajero:

allí donde la juventud ardiente de deseos,


y donde la Virgen joven amortajada en nieve,
se levantan de sus tumbas y anhelan ir
hacia donde mi girasol desea llegar.

Proverbios del Infierno


Versiones de Xavier Villaurrutia

En tiempo de siembra, aprende; en tiempo de cosecha, enseña; en invierno, goza.


Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos.
El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.
La Prudencia es una vieja solterona rica y fea cortejada por la Incapacidad.
Aquel que desea pero no obra, engendra peste.
Los únicos alimentos sanos son aquellos que no prende la red ni el cepo.
Ningún pájaro se eleva demasiado alto si vuela con sus propias alas. 
El acto más sublime consiste en colocar otro delante de ti.
Si el necio persistiera en su necedad, se volvería sabio.
La cólera del león es la sabiduría de Dios.
La desnudez de la mujer es la obra de Dios.
El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la cólera del mar tempestuoso y la espada destructora son
porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.
La rata, el ratón, la zorra y el conejo cuidan de las raíces; el león, el tigre, el caballo, el elefante, de los
frutos.
Un pensamiento llena de inmensidad.
La zorra se provee, pero Dios provee al león.
Piensa por la mañana, obra al mediodía, come por la tarde y duerme por la noche.
Aquel que ha permitido que abuses de él, te conoce.
Los tigres de la cólera son más sabios que los caballos del saber.
Nunca sabrás lo que es suficiente, a condición de que sepas lo que es más que suficiente.
Escucha el reproche de los necios: es un título real.
Crear una sola flor es trabajo de siglos.
Exuberancia es belleza.
¡Bastante! o más aún, demasiado.

La rosa enferma
Versión de Màrie Montand

Estás enferma, ¡oh rosa!


El gusano invisible,
que vuela, por la noche,
en el aullar del viento,
tu lecho descubrió
de alegría escarlata,
y su amor sombrío y secreto
consume tu vida.

Londres
(Versión de Jordi Doce)

Vago sin fin por las censadas calles,


junto a la orilla del censado Támesis,
y en cada rostro que me mira advierto
señales de impotencia, de infortunio.

En cada grito Humano,


en cada chillido Infantil de miedo,
en cada voz, en cada prohibición,
escucho las cadenas forjadas por la mente:

y escucho cómo el grito del Deshollinador


hace palidecer las oscuras Iglesias,
y el dolor del Soldado infortunado
ensangrienta los muros de Palacio.

Pero, al fin, en las calles de medianoche escucho


cómo la maldición de la joven Ramera
deseca el llanto del recién nacido,
y asola la carroza fúnebre de los Novios.

Fragmento de una carta al Dr. Trustler (23 agosto 1799)


El árbol que mueve algunos a lágrimas de felicidad, en la Mirada de otros no es más que un objeto Verde
que se interpone en el camino.
Algunas personas Ven la Naturaleza como algo Ridículo y   Deforme, pero para ellos no dirijo mi
discurso; y aun algunos pocos no ven en la naturaleza nada en  especial.
Pero para los ojos de la persona de imaginación, la Naturaleza es imaginación misma.
Así como un hombre es, ve.
Así como el ojo es formado, así es como sus potencias quedan establecidas.

Augurios de inocencia
(versión de Silvia Cameroto)
La túnica del príncipe y los harapos del
Para ver un mundo en un grano de arena, mendigo
y un cielo en una flor silvestre, son hongos venosos en la bolsa del avaro.
sujeta el infinito en la palma de tu mano, Una verdad dicha con mala intención
y la eternidad en una hora. derrota todas las mentiras que puedas inventar.
Está bien, así debe ser;
Un petirrojo en una jaula el hombre fue hecho para la alegría y la tristeza;
despierta la furia de los cielos.
Un palomar repleto de palomas y pichones y cuando lo sabemos,
estremece cada región del infierno. caminamos seguros por el mundo.
Un perro hambriento en la puerta de su amo La alegría y la aflicción se entretejen sutilmente,
predice la ruina del Estado.
un vestido divino para el alma:
Un caballo maltratado en la carretera Debajo de cada dolor y tristeza
reclama al cielo sangre humana. se esconde una alegría hecha de seda.
Cada súplica de la liebre perseguida
desgarra una fibra del cerebro. Una criatura es algo más que una apretada faja:
Una alondra en el ala herida, en todas estas tierras humanas
un querubín deja de cantar. fueron creadas herramientas y nacidas las manos
El gallo de riña armado para la pelea que cada agricultor comprende.
asusta al sol naciente.
Cada aullido del lobo y del león Cada lágrima vertida en cada ojo
despierta un alma humana del infierno. se convierte en una criatura eterna;
Los ciervos salvajes, vagando aquí y allá, Esto es comprendido por la inteligencia
sustraen al alma humana del cuidado. femenina
El cordero sacrificado engendra luchas públicas, y se vuelve regocijo.
y sin embargo, perdona el cuchillo del carnicero. El balido, el ladrido, el bramido, y el rugido
El murciélago que revolotea al final de la víspera son olas que golpean en las costas del cielo.
abandona al cerebro incrédulo. La criatura que llora por la vara oculta
El búho que invoca la noche escribe Venganza en los reinos de la muerte.
pregona el temor del no creyente. Los andrajos del mendigo, agitándose en el aire,
Quien hiera al pequeño reyezuelo
jamás será amado por los hombres. desgarran al cielo en harapos.
Quien desate la ira del buey
jamás será amado por la mujer. El soldado armado con espada y pistola,
El perverso niño que mata a la mosca paralizado golpea contra el sol del verano.
sufrirá la enemistad de la araña. La moneda de un hombre pobre vale más
El que atormenta al espíritu del escarabajo que todo el oro de la costa africana.
teje una glorieta de noche eterna. Un ácaro arrancado de las manos del labrador
La oruga en la hoja comprará y venderá las tierras del avaro:
reitera el dolor de tu Madre. o, protegido desde lo alto,
No mates a la polilla ni la mariposa, venderá y comprara a la nación entera.
porque el Juicio Final se acerca.
Aquel que entrene al caballo para la guerra Quien se burle de la confianza del niño
nunca atravesará la franja Polar. será burlado en la vejez y en la muerte.
Alimenta al perro del mendigo y al gato Quien enseñe al niño a dudar
de la viuda, y engordarás. de la corrompida tumba nunca escapará.
El mosquito que canta su canción de verano Quien respeta la confianza del niño
obtiene veneno de la lengua del difamador. triunfa sobre el infierno y la muerte.
El veneno de la serpiente y del tritón Los juguetes del niño y las razones del anciano
es el sudor de los pies de la envidia. son los frutos de las dos estaciones.
El veneno de la abeja El inquisidor sentado astutamente,
es la envidia del artista. nunca sabrá cómo responder.
Aquel que responda a las dudas
apagará la luz del conocimiento.
El más fuerte veneno jamás conocido El grito del ganador, la maldición del perdedor
provino de los laureles del César. danzan ante la carroza fúnebre de Inglaterra.
Nada puede deformar la raza humana
tanto como el brazal de la armadura de hierro. Cada noche y cada mañana
Cuando el oro y piedras preciosas adornen el algunos nacen a la miseria,
arado, cada mañana y cada noche
se inclinará la envidia ante las Artes pacíficas . algunos nacen al dulce placer.
Un acertijo o el canto del grillo, Algunos nacen al dulce placer,
sirven para dudar de la respuesta correcta. algunos nacen a la interminable noche.
La pulgada de la hormiga y la milla del águila
hacen sonreír a la defectuosa filosofía. Somos conducidos a creer una mentira
El que duda de lo que ve cuando no vemos a través del ojo,
nunca creerá, haz lo que te plazca. que nació en una noche para perecer en una
Si el sol y la luna dudaran, noche,
Se apagarían de inmediato. mientras el alma dormía entre rayos de luz.
Harás bien en apasionarte
pero no es bueno que una pasión te domine. Dios aparece y Dios es luz
La puta y jugador, autorizados por para las pobres almas que moran en la noche,
el Estado, edifican el destino de esa nación. pero su forma humana se presenta
El grito de la ramera de calle en calle a aquellos que moran en los reinos del día.
tejerá la mortaja de la vieja Inglaterra.

Las bodas del cielo y del infierno (1793)

Si las puertas de la percepción se depurasen,


todo aparecería a los hombre como realmente es: infinito.
Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver
todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna.

Para ver el mundo en un grano de arena,


Y el Cielo en una flor silvestre,
Abarca el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora.

Aquel que se liga a una alegría


Hace esfumar el fluir de la vida;
Aquél quien besa la joya cuando esta cruza su camino
Vive en el amanecer de la eternidad.
PRIMERA GENERACIÓN ROMÁNTICA: LAQUISTAS

William Wordsworth (1770-1850)

Prólogo a Baladas Líricas (edición de 1800)

EL PRIMER VOLUMEN de estos poemas ya ha sido sometido a la cuidadosa lectura de todos. Se


publicó como un experimento que, según yo esperaba, podría servir de algún modo para averiguar qué
tipo de placer y qué cantidad del mismo puede racionalmente tratar de comunicar un poeta, acomodando
al orden métrico una selección del lenguaje real de la gente en estado de intensa emoción.
Varios amigos míos desean el éxito de estos poemas en la creencia de que, si se lograran de verdad los
objetivos con los que se compusieron, se conseguiría una clase de poesía muy adecuada para interesar al
género humano de una forma permanente y no sin importancia en la multiplicidad y cantidad de sus
relaciones morales: y, por este motivo, me han aconsejado que escriba como prólogo una defensa
sistemática de la teoría según la cual se escribieron los poemas. […] Porque para tratar el tema con la
claridad y la coherencia de las que es susceptible, sería necesario dar una relación completa del estado
actual del gusto del público en este país, y determinar cuánto hay de sano o de depravado en dicho gusto:
lo que, además, no podría determinarse sin señalar de qué manera el lenguaje y el entendimiento humanos
actúan y reaccionan recíprocamente, y sin recordar los cambios no sólo de la literatura sino también de la
propia sociedad.
Se da por supuesto que, por el hecho de escribir en verso, un autor adquiere el compromiso formal de
satisfacer ciertos conocidos hábitos de asociación; que, así, informa al lector no sólo acerca de las ideas y
expresiones que encontrarán en su libro, sino también de otras que serán cuidadosamente excluidas. Este
exponente o símbolo ofrecido por el lenguaje de la métrica debe haber despertado en distintas épocas de
la literatura expectativas muy diversas […] Quienes están acostumbrados a la vistosidad y hueca
fraseología de nuestros escritores modernos, si persisten en leer este libro hasta el final, sin duda alguna
tendrán que enfrentarse muchas veces a sensaciones de extrañeza e incomodidad; mirarán de un sitio a
otro en busca de poesía y se sentirán inducidos a preguntar por qué clase de cortesía puede permitirse que
estos intentos se arroguen tal título. Espero, pues, que el lector no me censure si intento aclarar lo que me
he propuesto llevar a cabo, y también (siempre que los límites de un prólogo lo permitan) explicar
algunas de las principales razones que me han orientado en mi propósito.
Así pues, el objetivo principal que yo me propuse en estos poemas fue escoger hechos y situaciones de la
vida ordinaria y relatarlos o describirlos todos, hasta donde fuera posible, mediante una selección del
lenguaje que la gente utiliza en la vida real; y, al mismo tiempo, impregnarlos de un cierto toque de
imaginación por medio del cual las cosas ordinarias deberían presentarse al entendimiento de un modo
desacostumbrado; y además, y sobre todo, hacer interesantes estos hechos y situaciones descubriendo en
ellos, de forma fiel y no ostentosa, las leyes elementales de nuestra naturaleza: principalmente por lo que
se refiere a la manera que tenemos de asociar ideas cuando estamos bajo los efectos de la emoción. Se
escogió por lo general a campesinos de clase baja porque en esa condición las pasiones esenciales del
corazón encuentran un terreno mejor donde poder alcanzar su madurez, son más espontáneas, y usan un
lenguaje más llano y enérgico; porque en esa condición nuestras emociones elementales se dan en un
estado de mayor sencillez y, por consiguiente, pueden ser contempladas de manera más exacta y
comunicadas con más fuerza; porque el modo de ser de los campesinos nace de esas emociones
elementales y, debido al invariable carácter de las ocupaciones rurales, se comprende más fácilmente y es
más duradero; y, por último, porque en esa condición las pasiones de la gente se añaden a las formas
hermosas y permanentes de la naturaleza. Además, se adopta el lenguaje de estas personas (purificado de
los que parecen ser sus auténticos defectos y de todos los constantes motivos racionales de rechazo y
repugnancia) porque tales personas están en continua comunicación con los objetos mejores de los cuales
procede lo mejor de nuestro lenguaje; y porque, por su categoría social y la igualdad y el estrecho círculo
de sus relaciones, están menos bajo la influencia de la vanidad social y transmiten sus emociones e ideas
con expresiones sencillas y sin elaborar. Por lo tanto, dicho lenguaje, proviniendo de experiencias y
emociones que se repiten con regularidad, es un lenguaje más permanente y mucho más filosófico que el
que a menudo utilizan los poetas, los cuales piensan que se honran a sí mismos y a su arte en la misma
proporción en la que se alejan de la comprensión de la gente, y se complacen en hábitos de expresión
arbitrarios y caprichosos con el fin de alimentar gustos engañosos y falsas apetencias de creación propia.
Cada uno de los poemas de estos volúmenes tiene un propósito loable. No quiero decir que siempre
escriba con un propósito claro formalmente concebido; pero creo que mis hábitos de contemplación han
modelado mis emociones de tal manera que mis descripciones de los objetos que estimulan fuertemente
esas emociones llevan en sí un propósito. Si en esto estoy equivocado, poco derecho puedo tener a
llamarme poeta. Porque toda buena poesía consiste en el espontáneo desbordamiento de intensas
emociones; pero, aunque esto sea así, los poemas a los que se les puede conceder algún valor y sobre
temas diversos, siempre han sido escritos por alguien dotado de una sensibilidad innata superior a la
normal, y después de una larga y profunda reflexión. Porque son nuestros pensamientos, como
representantes de todas nuestras emociones pasadas, los que modifican y dirigen la continua afluencia de
emociones; y, del mismo modo que reflexionando sobre la relación que esos representantes generales
tienen entre sí descubrimos lo que es realmente importante para las personas, así también las sensaciones
relacionadas con temas importantes se nutrirán de la repetición y permanencia de este acto, hasta que,
finalmente, si estamos poseídos desde un principio por una gran sensibilidad innata, se crearán tales
hábitos mentales que, obedeciendo ciega y mecánicamente a los impulsos de esos hábitos, descubriremos
objetos y expresaremos sentimientos de tal naturaleza y tan relacionados unos con otros, que el
entendimiento del ser al que nos dirigimos, si se encuentra en un estado favorable de asociación, tiene
necesariamente que sentirse de algún modo iluminado, su gusto elevado y sus afectos mejorados.
[…] He informado al lector de cuál es el propósito principal: a saber, ilustrar el modo en que nuestros
sentimientos e ideas se asocian cuando están en estado de emoción. En otras palabras, y utilizando un
lenguaje más adecuado, es seguir los flujos y reflujos del entendimiento cuando se ve perturbado por las
emociones grandes y sencillas de nuestra naturaleza. […] También ha sido parte de mi propósito general
intentar esbozar personajes que están bajo la influencia de emociones menos apasionadas, personajes
sencillos, pertenecientes más a la naturaleza que a la civilización, tal como existen hoy y probablemente
existirán siempre, y que por su carácter pueden ser estudiados de forma clara y provechosa. No abusaré de
la benevolencia del lector insistiendo más sobre el tema; pero es conveniente que mencione otro detalle
que distingue a estos poemas de la poesía tan de moda en la actualidad; es éste: que la emoción producida
en esas circunstancias realza la acción y la situación, y no la acción y la situación a la emoción.
[…]¡El tema es lo verdaderamente importante! Porque el entendimiento humano puede emocionarse sin
necesidad de estímulos groseros y violentos; quien no sepa esto y quien, además, ignore que un ser es
superior a otro en la misma medida en la que posea esta capacidad, debe de tener una percepción muy
tenue de su belleza y dignidad. Por eso, me parece que esforzarse en poner de manifiesto y ampliar dicha
capacidad es uno de los mejores servicios que un escritor puede prestar en cualquier momento de la
historia.
Habiéndome extendido demasiado en la temática y el propósito de estos poemas, ruego al lector me
permita informarle de algunos detalles relativos a su estilo para que, entre otras razones, no pueda
acusarme de no haber realizado lo que jamás tuve intención de realizar. El lector verá que la
personificación de ideas abstractas raramente se da en estos volúmenes; y confío en que sea totalmente
desechada como un mecanismo habitual para elevar el estilo y situarlo por encima de la prosa. Me he
propuesto a mí mismo imitar y, hasta donde sea posible, adoptar el lenguaje propio de la gente y,
ciertamente, tales personificaciones no forman parte natural ni corriente de ese lenguaje. […] Por otro
lado, se encontrará en estos volúmenes poco de lo que se suele llamar dicción poética; me he esforzado
tanto en evitarla como otros en emplearla; he hecho esto por la razón anteriormente alegada: acercar mi
lenguaje al lenguaje de la gente; y, además, porque el placer que me he propuesto comunicar es muy
distinto al que muchas personas consideran que es el objeto propio de la poesía. No sé cómo, sin ser
especialmente culpable, puedo dar al lector una idea más exacta del estilo en que deseaba que estos
poemas fueran escritos, si no es informándole de que he procurado en todo momento prestar gran
atención al tema; por consiguiente, espero que se vea que en estos poemas hay poca falsedad en la
descripción y que mis ideas están expresadas en un lenguaje adecuado a la importancia de cada uno, […]
inevitablemente me he desconectado de una gran parte de expresiones y figuras retóricas que, de
generación en generación, se han considerado durante mucho tiempo como la herencia común de los
poetas. También he creído conveniente limitarme aún más eludiendo muchas expresiones, en sí mismas
apropiadas y bellas pero que han sido absurdamente repetidas por malos poetas, hasta el punto de que el
sentimiento de repugnancia está tan unido a ellas que, debido a algún arte de asociación, me es casi
imposible vencerlo.
[…] Y sería una tarea facilísima demostrarle que no sólo el lenguaje de una gran parte de todo buen
poema, incluidos los de carácter más elevado, no debe en esencia diferenciarse en modo alguno de una
buena prosa excepto en la métrica, sino que además algunas de las partes más interesantes de los mejores
poemas emplean precisamente el lenguaje de la prosa cuando la prosa está bien escrita.
[…] He demostrado que el lenguaje de la prosa puede adaptarse muy bien a la poesía, y he afirmado
anteriormente que una buena parte del lenguaje de todo buen poema puede no diferir en absoluto del de
una buena prosa. Iré más lejos. No me cabe duda de que se puede afirmar con plena seguridad que ni
existe ni puede existir ninguna diferencia esencial entre el lenguaje de la prosa y el de la composición
poética.
Si se afirma que el ritmo y el orden métrico por sí mismos constituyen una distinción que tira por tierra lo
que he venido sosteniendo acerca de la rigurosa afinidad del lenguaje métrico con el de la prosa, respondo
que el lenguaje de la poesía que estoy recomendando es, en la medida de lo posible, una selección del
lenguaje que la gente habla en la realidad; que dicha selección, siempre que se haga con verdadero gusto
y sentimiento, establecerá por sí misma una distinción mucho mayor que la que pudiera imaginarse en un
primer momento, y separará totalmente la composición de la vulgaridad y mezquindad de la vida
cotidiana. Si a eso se añade la métrica, creo que se producirá una disparidad del todo suficiente para la
satisfacción de una mente racional.
[…] Tomando la cuestión en términos generales, pregunto: ¿qué es lo que se entiende por la palabra
poeta? ¿qué es un poeta? ¿a quién se dirige? ¿cuál es el lenguaje que se ha de esperar de él? Es una
persona que habla a personas: una persona, es cierto, dotada de una sensibilidad más viva, de mayor
entusiasmo y ternura, que tiene un mejor conocimiento de la naturaleza humana y un alma que abarca
más de lo que comúnmente se supone entre el género humano; una persona satisfecha con sus propias
pasiones y deseos, y que se alegra más que otras personas del espíritu de vida que hay en su interior; que
goza al contemplar deseos y pasiones semejantes a los manifestados en los acontecimientos del Universo,
y que habitualmente se siente impulsada a crearlos donde no los encuentra. A estas cualidades el poeta
añade una disposición influida, más que en otras personas, por cosas ausentes como si estuvieran
presentes; una capacidad para evocar dentro de sí pasiones que verdaderamente están muy lejos de ser
iguales a las producidas por sucesos reales y que, no obstante se parecen más a las pasiones producidas
por sucesos reales que cualquier otra cosa que, de las operaciones de sus propios pensamientos
únicamente, otras personas están acostumbradas a sentir en sí mismas. Por esto y por la práctica, el poeta
ha adquirido una mayor disposición y fuerza para expresar lo que piensa y siente, y especialmente esos
pensamientos y esos sentimientos que, por elección propia y por la estructura de su propia mente, surgen
en él sin necesidad de estímulo externo e inmediato.
Pero, sea cual sea la cantidad de esta facultad que nosotros podamos suponer en el más grande de los
poetas, no puede haber duda de que el lenguaje que ella le sugiera debe, en viveza y en autenticidad,
distar mucho del empleado por las personas en la vida real, bajo la presión real de esas pasiones, cuyas
sombras el poeta produce, o cree que se producen, dentro de sí. Aunque deseáramos mantener una idea
elevada de la función de poeta, es obvio que, mientras describa e imite pasiones, su situación es
completamente servil y mecánica, comparada con la libertad y la fuerza de la acción y el sufrimiento
reales. Así pues, el poeta deseará acercar sus emociones a las de la gente cuyas emociones describe, o
mejor, introducirse a sí mismo, quizás durante cortos espacios de tiempo, en una completa ilusión e,
incluso, confundir e identificar sus propias emociones con las de ellos, modificando el lenguaje que de
esta manera se le insinúa teniendo en cuenta solamente que él describe con una intención concreta: la de
producir placer.
[…] Me han dicho que Aristóteles afirmó que la poesía es la más filosófica de todas las formas de
escritura; así es: su objeto es la verdad, no la individual o local, sino la general y operativa; no
dependiendo de la evidencia externa, sino revivida en el corazón por la pasión; verdad que es su propia
evidencia, que da fuerza y cualidades divinas al tribunal al que apela, y las recibe de ese mismo tribunal.
La poesía es la imagen del ser humano y de la naturaleza. Los obstáculos que entorpecen la fidelidad del
biógrafo y el historiador y su consiguiente utilidad, son incalculablemente más grandes que aquellos a los
que debe enfrentarse el poeta, el cual posee una idea adecuada de la dignidad de su arte. El poeta escribe
bajo una única restricción, a saber, la de la necesidad de dar placer inmediato a un ser humano poseído de
esa información que se puede esperar de él no como abogado, médico, marinero, astrónomo o filósofo de
la naturaleza, sino como ser humano.
Tampoco esta necesidad de producir un placer inmediato debe ser condenada como una degradación del
arte del poeta. Muy al contrario, es un reconocimiento de la belleza del universo, un reconocimiento aún
más sincero porque no es formal sino indirecto; es una labor ligera y fácil para quien mira al mundo con
amor: más aún, es un homenaje que se hace a la natural y desnuda dignidad del ser humano, al grandioso
y elemental principio de placer por el cual conoce, siente, vive y se mueve. Sólo tenemos una cosa en
común: hacer las cosas por placer. No quisiera que se me interpretara mal; pero siempre que
comprendamos el dolor, hallaremos que la comprensión se debe y se apoya en sutiles combinaciones con
el placer. No tenemos conocimiento, es decir, no tenemos principios generales extraídos de la
contemplación de hechos particulares sino lo que se ha edificado por placer y existe en nosotros por
placer exclusivamente. […] ¿Qué hace entonces el poeta? Él considera que el ser humano y las cosas que
le rodean se relacionan entre sí para producir una complejidad infinita de dolor y placer; considera al ser
humano en su propia naturaleza y en su vida ordinaria como un ser que contempla esto con un bagaje
determinado de conocimiento inmediato, con ciertas convicciones, intuiciones y deducciones que, por
hábito, pasan a ser de la naturaleza de las intuiciones; le estudía como un ser que observa este complejo
panorama de ideas y sensaciones, y halla por doquier cosas que inmediatamente despiertan en él
afinidades que, debido a su propia naturaleza, van acompañadas de un aumento de placer.
El poeta dirige su atención, sobre todo, hacia este conocimiento que todos los seres humanos llevamos en
nosotros y hacia estas afinidades que, sin más instrucción que la de nuestra vida diaria, estamos
capacitados para disfrutar. Estudia al ser humano y a la naturaleza como esencialmente adaptados el uno
para el otro, y al entendimiento humano como, de por sí, el espejo de las cualidades más hermosas y más
interesantes de la naturaleza. Y así el poeta, impulsado por esta sensación de placer que le acompaña a lo
largo de todos sus estudios, conversa con la naturaleza en general con un amor parecido al que el
científico, después de mi prolongado trabajo, experimenta en sí mismo conversando con esos elementos
particulares de la naturaleza que son el objeto de su estudio. […] La poesía es la vida y la inspiración más
exquisita de todo conocimiento, es la expresión apasionada que está en el semblante de toda ciencia.
Podemos decir categóricamente, como Shakespeare dijo del ser humano, que el poeta "ve antes y
después". Es el defensor inamovible de la naturaleza humana; un defensor y protector que lleva consigo
afinidad y amor a todos los lugares. A pesar de la diferencia de suelo y clima, de lengua y educación, de
leyes y costumbres; a pesar de las cosas olvidadas de modo natural y las cosas erradicadas con violencia,
el poeta une, a través de la pasión y el conocimiento, el vasto imperio de la sociedad humana extendido
por toda la tierra y a lo largo de todos los tiempos. […] La poesía es el primero y el último de todos los
conocimientos - es tan inmortal como el corazón del hombre.
[…] Entre las cualidades que he enumerado y que contribuyen en gran medida a la formación de un poeta
no se da a entender nada que le diferencie de las demás personas, sino únicamente en el grado. El
resumen de cuanto he dicho es que el poeta se distingue de las demás personas principalmente por una
mayor disponibilidad a pensar y sentir sin un estímulo exterior inmediato, y por una fuerza superior al
expresar los pensamientos y sentimientos que se producen en él de ese modo. No obstante, estas pasiones
y estos pensamientos son las pasiones, los pensamientos y los sentimientos de la gente en general. ¿Y con
qué cosas se relacionan? Indudablemente, con nuestros sentimientos morales, con nuestras sensaciones
instintivas y con las causas que las originan; con la influencia de los elementos y la presencia del universo
visible; con la tormenta y la luz del sol, con los cambios de las estaciones, con el frío y el calor, con la
pérdida de amigos y parientes, con heridas y resentimientos, con la gratitud y la esperanza, con el temor y
la pena. Éstos y los parecidos a éstos son los sentimientos y las cosas que el poeta describe, ya que son los
sentimientos del resto de la gente y lo que les preocupa. El poeta piensa y siente de acuerdo con las
pasiones de los demás. ¿Cómo, pues, puede diferir en esencia su lenguaje del de las personas que sienten
intensamente y ven con claridad?
[…] He dicho que la poesía es el espontáneo desbordamiento de intensas emociones y tiene su origen en
la emoción rememorada en estado de tranquilidad: la emoción es contemplada hasta que, por una especie
de reacción, la tranquilidad desaparece gradualmente y una emoción, semejante a la que existió ante el
objeto de la contemplación, va apareciendo paulatinamente hasta cobrar una existencia real en el
pensamiento. En esta disposición de áni mo suele comenzar la composición afortunada, y en una
disposición similar a ésta se continúa; pero la emoción, sea de la clase y del grado que sea, procedente de
causas diversas está investida de placeres diversos; por eso, al describir de forma voluntaria cualquier tipo
de pasiones, el entendimiento se encontrará por regla general en estado de placer. Ahora bien, si la
naturaleza es tan precavida en preservar en estado de placer a un ser así destinado, el poeta debería sacar
provecho de la lección que de este modo se presenta ante él, y debería sobre todo cuidar de que,
cualesquiera sean las pasiones que él comunica a sus lectores, dichas pasiones, si el entendimiento de
éstos es sano y vigoroso, vayan siempre acompañadas de un aumento de placer. Por otro lado, la
musicalidad armoniosa del verso, una vez vencida la sensación de dificultad, y la ciega asociación de
placer previamente recibida de obras con rima o versos de igual o parecida construcción, una percepción
confusa y constantemente renovada de un lenguaje muy semejante al de la vida real, y no obstante, en el
caso del verso, diferenciándose de él de un modo tan considerable, todas estas cosas crean
imperceptiblemente una sensación compleja de deleite que es útilísima para mitigar la sensación de dolor
que siempre se hallará entremezclada en descripciones intensas de las pasiones más profundas.

Tengo que hacer un ruego a mis lectores: que al juzgar estos poemas decidan con sinceridad según sus
propias emociones, y no pensando en cuál será el probable juicio de otros […] he de decir al lector que se
atenga de forma independiente a sus propias emociones y que, si se encuentra personalmente conmovido,
no permita que dichas conjeturas interfieran en su placer.
Si un autor nos ha hecho sentir respeto por su talento con una sola de sus composiciones, es útil
considerar que esto nos permite presuponer que en otras ocasiones, en las cuales nos ha desagradado,
puede sin embargo que no haya escrito mal ni de manera absurda; más aún, darle tanto crédito por esta
sola composición que pudiera llevamos a analizar lo que no haya sido de nuestro agrado con más interés
del que, de no ser así, le habríamos concedido. Esto no es sólo un acto de justicia, sino que en nuestras
conclusiones, especialmente sobre la poesía, puede contribuir bastante a la mejora de nuestro propio
gusto: porque un gusto acertado en poesía, así como en todas las demás artes, es una cualidad adquirida
que sólo puede conseguirse a través de la reflexión y el contacto largo y continuado con los mejores
modelos de composición.

Ahora, mientras los pájaros cantan alegres melodías...    


Ahora, mientras los pájaros cantan alegres melodías
y los pequeños corderos retozan
como si bailaran al son de un tambor,
a mí me invade la pena: un lamento me brindó alivio pasajero
y ahora recobro la fortaleza.

Desde arriba, resuenan las trompetas de las cascadas,


un dolor mío no enturbiará otra vez la primavera.
Oigo los ecos que retumban en las montañas,
el viento llega hasta mí desde valles de ensueño
y mi mundo interior se vuelve feliz.

La tierra y el mar se entregan a la felicidad,


y a mediados de mayo cada animal se siente alegre.
¡Tú, hijo de esa alegría, grita a mi alrededor,
quiero oírte gritar, oh, pastor feliz!
Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Versos escritos pocas millas más allá de la abadía de Tintern, al volver a las
orillas del Wye durante una excursión. Trece de julio de 1798

¡Cinco años han pasado y sus veranos como un paisaje a la vista de un ciego
largos como inviernos! Y oigo de nuevo sino que a veces, en frías estancias
estas aguas correr desde sus fuentes y entre el rumor de la ciudad, me han dado
con un suave murmullo. También veo en las horas de hastío la dulzura
estas altas colinas escarpadas que sentía en el pecho y en la sangre
cuya imagen salvaje y solitaria y alcanzaba el más puro pensamiento
propicia solitarios pensamientos con tranquilo reposo; sentimientos
y une el lugar con la quietud del cielo. de placer olvidado que tal vez
Por fin, hoy es el día en que descanso ejercen un influjo no pequeño
bajo este oscuro árbol y contemplo en la parte mejor del ser humano:
que ahora, con sus frutos inmaduros, sus secretas, anónimas acciones
visten un verde intenso y se abandonan de amor y de bondad.
entre soto y maleza. Al cabo miro
estos setos escasos, más bien líneas A ellos creo
de bosque asilvestrado, aquellas granjas deber un don de aspecto más sublime,
verdes hasta la puerta misma, el humo ese bendito estado en que el objeto
que asciende silencioso entre los árboles del misterio y la onerosa carga
como el incierto aviso de un errante que compone este mundo incomprensible
buhonero de los bosques despoblados se aligeran; estado más sereno
o cueva de ermitaño donde aguarda en el que los afectos nos conducen
alguien junto al hogar. con suavidad, hasta que el terco aliento
de este cerco corpóreo e incluso
Estas hermosas el movimiento de la sangre casi
formas, cuando era ausente, no me han sido parecen detenerse y llega el sueño
del cuerpo, la vigilia de las almas: y montañas, de todo cuanto vemos
cuando, el ojo calmado por el orden en esta verde tierra: el amplio mundo
yel poder de la alegría, contemplamo de oído y ojo, cuanto a medias crean
la vida de las cosas. o perciben, contento de tener
en la Naturaleza y los sentidos
Si ésta es vana el ancla de mis puros pensamientos,
creencia, sin embargo qué a menudo guardián, guía y nodriza de mi alma
en la penumbra o en las formas múltiples y de mi ser moral.
de una luz sin viveza o en la estéril
impaciencia y la fiebre de este mundo, Si hubiese sido
he sentido en mi pulso su dominio; instruido de otro modo, sufriría
¡qué a menudo, en espíritu, me he vuelto aún más la decadencia de mi espíritu;
hacia ti! ¡Wye silvestre, que entre bosques pero tú estás conmigo en esta orilla,
caminas, cuánto ha vuelto a ti mi espíritu! mi más amada, más querida Amiga,
Y ahora, con destellos de un agónico y en tu voz recupera aquel lenguaje
pensamiento y sus débiles recuerdos mi antiguo corazón y leo aquellos
y un algo de perpleja pesadumbre, placeres en la lumbre temblorosa
la imagen de la muerte resucita: de tus ojos. ¡Oh, sólo por un rato
no sólo mueve aquí mi pensamiento puedo ver en tus ojos al que fui,
el presente placer sino la idea querida hermana! Y rezo esta oración
de que este instante nutrirá los años sabiendo que jamás Naturaleza
por venir. Pues esto oso esperar traiciona al que la ama; es privilegio
aunque sea distinto del que fui suyo guiarnos siempre entre alegrías
cuando por vez primera visité a través de los años, darle forma
estas colinas, como un corzo anduve a la vida que bulle y expresarla
por montañas y arroyos solitarios, con quietud y belleza, alimentarla
donde Naturaleza me dictase: con claros pensamientos de tal modo
era más una huida que una búsqueda. que ni las malas lenguas, la calumnia,
Pues la Naturaleza entonces (idos la mofa o el saludo indiferente
mis salvajes placeres de la infancia, o el tedioso transcurso de la vida
sus alegres mociones animales) nos venzan o perturben nuestra alegre
lo era todo en mi seno; no sabría fe en que todo cuanto contemplamos
decir quién era yo: la catarata es bendito. Así, deja a la luna
suponía un hechizo; los peñascos, brillar en tu paseo solitario
las cumbres, el profundo, oscuro bosque, y soplar sobre ti los neblinosos
sus colores y formas, provocaban vientos; que al cabo de los años, cuando
una sed, un amor, un sentimiento este éxtasis madure en un placer
ajeno a los encantos más remotos más sobrio y tu cabeza dé cobijo
de la idea ya todo otro interés a toda forma hermosa que haya habido,
que el del mundo visible. Ya ha pasado tu memoria será perfecto albergue
ese tiempo y no viven su alegría de bellas armonías. Oh, entonces,
y su inquieto arrebato. Sin embargo, si miedo, soledad, dolor o angustia
no encuentro en mí lamento ni desmayo: te asedian, ¡qué consuelo, qué entrañable
otros dones compensan esta pérdida alegría podrá darte el recuerdo
pues hoy sé contemplar Naturaleza de estos consejos míos! Y si entonces
no con esa inconsciencia juvenil estoy donde no pueda ya escuchar
sino escuchando en ella la nostálgica tu voz ni ver tus ojos refulgentes
música de lo humano, que no es áspera con la vida pasada, tú podrás
pero tiene el poder de castigar recordar que en la orilla de este río
y procurar alivio. Y he sentido unidos estuvimos y que yo,
un algo que me aturde con la dicha adorador de la Naturaleza,
de claros pensamientos: la sublime llegué hasta aquí gozoso en tal servicio,
noción de una simpar omnipresencia incluso con mayor celo y amor
cuyo hogar es la luz del sol poniente santo. Y también recordarás
y el océano inmenso, el aire vivo, que tras los muchos viajes, muchos años
el cielo azul, el alma de los hombres; de ausencia estos peñascos y estos bosques
un rapto y un espíritu que empujan y esta escena bucólica me fueron
a todo cuanto piensa, a todo objeto amables por sí mismos y por ti.
y por todo discurren. De este modo, Versión de Gabriel Insausti
soy aún el amante de los bosques
La excursión
Prospecto

Desposa este universo de hermosura


«Cuando medito a solas en el hombre, con amor y pasión, los halla como
en la naturaleza, en esta vida, un hecho cotidiano cualquier día.
veo alzarse ante mí series de imágenes Antes de la hora definitiva
que acompaña un resquicio de delicia cantaré solitario la alegría
pura, sin mezcla de tristeza. Y soy de este gran desposorio y, con palabras
consciente de afectuosos pensamientos que tan sólo refieren lo que somos,
y de gratos recuerdos que sosiegan despertaré al sensual del mortal sueño
el alma que desea sopesar y al vacuo y vanidoso propondré
el bien y el mal en nuestra condición. nobles empresas, mientras mi voz canta
A estas emociones -sobrevengan con qué delicadeza el alma humana
por una circunstancia sólo externa (quizá también las mismas facultades
o de un impulso propio del espíritu- de la especie en conjunto) se conforma
quisiera dedicar copiosos versos. a este mundo exterior; y al mismo tiempo
Verdad, amor, belleza o esperanza, -tema éste olvidado por los hombres-
miedo o nostalgia por la fe domados, cómo el mundo se adecua al alma humana.
palabras de consuelo en la tristeza, También he de cantar la creación
fuerza moral, poder del intelecto, -no merece otro nombre- que esta unión
alegría esparcida por el mundo, puede alcanzar: es éste mi argumento.
espíritu del hombre que mantiene Con estos mis propósitos, si a veces
su ascético retiro, solamente me vuelvo hacia otra parte -con las tribus
sujeto a la conciencia y a la ley y pueblos de los hombres, donde abundan
suprema de aquel Ser que todo rige, recíprocas pasiones de locura,
esto canto. ¡Que encuentre mi auditorio!» oigo a la Humanidad cantar su angustia
en los campos, o rumio la tormenta
Así rezaba el bardo en su sagrado del dolor, refugiado ya por siempre
arrobamiento. «¡Urania, necesito en la ciudad- que suenen estos versos
la guía de una musa, si es que hay tales ante oídos benévolos y yo
y la tierra o el alto cielo habitan! no sea despreciado ni abatido.
Porque he de fatigar oscuras simas, ¡Desciende, aire profético que inspiras
hollar profundidades y otros mundos al alma con la voz del universo,
para los que el Azul no es más que un velo. soñando el porvenir, y que posees
Ningún terror o fuerza indescriptible un templo en los henchidos corazones
que haya cobrado jamás una forma, de los grandes poetas! Vierte en mí
el mismo Yahvé, su trueno y sus ángeles el don de la visión y que mi canto
canoros en los tronos del Empíreo, brille con la virtud en su lugar,
ninguno temo. Ni siquiera el Caos derramando benéfica influencia
ni el más oscuro pozo del Erebo segura de sí misma y siempre a salvo
ni el vacío insondable que los sueños del efecto fatal que nos envían,
escrutan, me provoca este temor desde el mundo inferior, las mutaciones
que cae sobre nosotros al volvernos que acechan a lo humano. Y si con esto
hacia el alma del hombre, mi obsesión mezclo asuntos más bajos (el objeto
y región principal de este mi canto. contemplado y la mente que contempla,
La belleza -presencia de la tierra el qué y el quién, el hombre transitorio
que supera las más hermosas formas que tuvo esa visión, el cuándo, el dónde
que el arte haya compuesto con materias y cómo fue su vida) no habrá sido
terrenales- vigila mi trayecto, en vano esta tarea. Si este tema
prepara el campamento mientras ando roza objetos más altos -¡pavoroso
y me sigue de cerca. Paraísos, Poder cuyo favor es la semilla
Campos Elíseos que en el Atlántico de la iluminación!- que mi existencia
se buscaban antaño ¿por qué deben sea imagen de un tiempo más perfecto,
ser sólo crónica de un mundo extinto maneras más sencillas, más juiciosos
o una mera ficción, jamás reales? deseos. Nutre mi alma en libertad
Porque cuando el intelecto del hombre
y puros pensamientos: sea entonces tu amor mi guía, alivio y esperanza.

Los narcisos

Deambulaba solitario como una nube


Que flota en lo alto sobre valles y colinas,
Cuando de pronto vi una muchedumbre,
Una multitud, de narcisos dorados;
Junto al lago, bajo los árboles,
Agitándose y danzando en la brisa.

Continuos como las estrellas que brillan


Y titilan en la vía láctea,
Se extendían en una línea infinita
A lo largo de la orilla de una bahía:
Diez mil vi de un vistazo,
Moviendo sus cabezas en animada danza.

Las olas danzaban junto a ellos, que


Superaban al brillante oleaje en alegría:
Un poeta no podría sino estar feliz,
En tan jocosa compañía:
Yo miraba –y miraba- pero poco pensé
Cuánta riqueza la visión me había dado:

Pues a menudo, al descansar


Distraído o con ánimo vacío,
Ellos destellan sobre ese ojo interior
Que es la dicha de la soledad;
Y entonces mi corazón se llena de placer,
Y danza junto con los narcisos.

En las orillas de un torrente rocoso


¡Este es un emblema de la mente humana
Atestada de pensamientos que necesitan un hogar estable,
Pero, como arremolinados ovillos de espuma
En este torbellino, uno a otro se persiguen
Vuelta tras vuelta, y no encuentran
Salida o sitio de descanso!
Forastero, si este es tu caso,
Ponte de rodillas y pide auxilio al cielo.

Oda: Indicios de inmortalidad en la memoria de la primera infancia (fragmento,


vv. 168 a 203)

El niño es padre del hombre;


y cuanto deseo es que mis días
se enlacen uno a otro con natural afecto.

[...]
¡Entonces canten pájaros, canten, canten un canto alegre
y salten corderos como al son de un tambor!
¡Nosotros en el pensamiento acompañamos al rebaño;
tocando la flauta y jugando vamos
con quienes sienten en su corazón
la alegría de este día de mayo!
Que aunque el resplandor que una vez brilló
para siempre haya desaparecido de mi vista;
aunque nada restituya la hora
de resplandor en la hierba, de gloria en las flores,
no me lamentaré, más bien
encontraré fuerza en lo que resta:
en la primordial simpatía,
la que habiendo existido debe existir siempre;
los reconfortantes pensamientos que apaciguan
el sufrimiento humano;
en la fe cuya mirada atraviesa la muerte;
en los años que traen reflexión a la mente.
¡Y ustedes, oh fuentes, prados, colinas y arboledas,
no permitieron que nuestros amores fueran separados!
En lo hondo del corazón yo siento su fuerza:
yo solo tengo un éxtasis, vivir bajo este habitual influjo.
Amo los arroyos que bajan inquietos por sus cauces,
más que cuando yo viajaba ligero como ellos;
la inocente claridad del día recién nacido
es dulce también;
las nubes que se congregan alrededor del sol poniente
y toman el sobrio colorido de un ojo
que vigila constante nuestra humana mortalidad.
Otra carrera ha terminado y tenemos nuevas palmas.
Gracias al corazón humano que nos da vida,
gracias a su ternura, su alegría y sus miedos,
la flor más vulgar al abrirse puede darme
pensamientos a menudo demasiado profundos para el llanto.
(Version de Jorge Aulicino)
Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

Kubla Khan

En Xanadú ordenó Kubla Khan


Un majestuoso domo de placer:
Donde Alfa, el río sacro, corre
Entre cavernas no sondeadas por un hombre
Para caer en un mar sin sol.
Entonces, dos veces cinco millas de tierra fértil,
Con murallas y torres fueron ceñidas en redondo:
Y allí había jardines con brillos de sinuosos riachuelos,
En los que florecía abundante un árbol de incienso;
Y allí selvas antiguas como las colinas
Abrazaban soleadas manchas de verdor.

Pero ¡ese profundo abismo romántico en declive


Bajo la verde colina cubierta de cedros!
¡Un lugar salvaje!, ¡tan sacro y encantado
Como el que nunca fue rondado bajo luna menguante
Por la mujer que llora su demonio amante!
Y de ese abismo, en perpetuo tumulto hirviendo,
Como si esa tierra respirara en rápido jadeo,
Una poderosa fuente de pronto fue impelida:
En medio de cuyo imprevisto estallido intermitente
Enormes fragmentos saltaban como repiqueteante granizo
O como paja de trigo bajo la trilladora del mayal:
Y en medio de esas rocas danzantes, una vez para siempre,
Se lanzó de un salto el río sacro.
Cinco millas serpenteando en laberíntico movimiento
Por bosques y valles el sacro río corrió,
Y alcanzó las cavernas no sondeadas por un hombre
Y se hundió tumultuoso en un océano sin vida:
¡Y en medio del tumulto Kubla escuchó lejanas
Voces ancestrales que profetizaban guerra!

La sombra del domo del placer


Flotaba en medio de las olas;
Donde se oía la mezclada melodía
De las grutas y la fuente.
¡Era un milagro de extraño mecanismo
El soleado domo con las cuevas de hielo!

Una joven dama con un dulcémele


En un ensueño vi una vez:
Era una doncella abisinia
Y tocaba su instrumento
Cantando del Monte Abora.
Si pudiese revivir en mí
La sinfonía y la canción,
Tan honda delicia me ganaría
Que con música sostenida y elevada
Podría construir esa cúpula en el aire,
¡Ese soleado domo! ¡Esas cuevas heladas!
Y todos los que oyeran los verían,
Y podrían gritar: ¡Cuidado, cuidado!
¡Sus ojos destellantes, su pelo flotante!
Tramen a su alrededor un círculo tres veces,
Y cierren sus ojos con sagrado pavor
Porque él ha probado la ambrosía
Y bebió la leche del Edén.
Versión de J. Aulicino

Escarcha a medianoche

La Escarcha realiza su secreto trabajo un poco y yo captara un atisbo, y entonces


sin ayuda de viento. El grito del mochuelo mi corazón saltaba, pues tenía esperanzas
llegó otra vez, ruidoso; óyelo tan sonoro. de ver tras ese velo quién venía: ¡un paisano,
Las gentes de esta casa, todos en su descanso, una hermana querida, o una tía, o mi amigo
me han entregado a esta soledad apropiada de juegos cuando estábamos igualmente vestidos!
para el pensar abstruso:
mi niño duerme en paz en la cuna. ¡Qué calma! ¡Niño mío, en tu cuna a mi lado durmiendo,
Sí, es una calma tal que perturba y humilla cuyos suaves alientos, en este hondo silencio,
a la meditación con su extremo y extraño rellenan los dispersos vacíos, momentáneas
silencio. ¡Mar, montaña, bosque y esta poblada pausas del pensamiento! Mi bello niño, al verte
aldea! ¡Mar, montaña, bosque y los incontables mi corazón se agita con alegre ternura,
sucesos del vivir, inaudibles, igual ¡al pensar que tú habrías de aprender otras magias
que sueños! La sutil llama azul de mi fuego en sitios muy diversos! Porque yo me eduqué
que arde bajo, no tiembla. La única cosa inquieta en la gran ciudad, preso entre sombríos claustros,
es un velo que oscila sobre el hogar de hierro. y no vi nada amable sino cielo y estrellas.
Su movimiento, creo, en este gran silencio Pero tú, niño mío, andarás como brisa
natural, le concede borrosas simpatías por lagos y arenosas riberas, entre peñas
conmigo, que estoy vivo, haciéndolo una forma de la vieja montaña, debajo de las nubes
que me acompaña, cuyos pequeños aleteos que imitan en sus formas los lagos y riberas
y chasquidos mi ocioso Espíritu interpreta y las peñas del monte: así verás y oirás
según su propio estado de alma, que en todas partes las formas deliciosas y el son inteligible
persigue de sí mismo un eco o un espejo de ese lenguaje eterno que pronuncia tu Dios,
y convierte en juguete al Pensamiento. que se enseña a Sí mismo desde la eternidad
Pero en todo, y que en sí mismo muestra todas las cosas.
¡qué a menudo, en la escuela, con la mente más crédula ¡Maestro universal! Él ha de moldear
y llena de presagios, yo miraba en el fuego tu espíritu, y al darle le hará también pedir.
ese velo aleteante! Y también a menudo, Todas las estaciones así te serán dulces,
con párpados abiertos, soñaba de mi dulce lo mismo si el verano reviste el mundo entero
lugar de nacimiento, y el viejo campanario, de verde, o si se posa el petirrojo y canta
cuyas campanas, única música de los pobres, entre manchas de nieve en la rama desnuda
sonaban todo el día, en la cálida fiesta, del musgoso manzano, mientras al lado el bálago
tan dulces que un placer loco me removía humea en el deshielo al sol: o si las gotas
y acosaba, ¡cayendo en mis oídos como del canalón se escuchan sólo entre el viento en ráfagas,
sonidos que me hablaban de las cosas futuras! o si el secreto oficio de la escarcha las deja
Y así yo cavilaba la mañana siguiente, colgando en silenciosos carámbanos que brillan
con miedo de la grave cara de mi maestro, calladamente al pie de la callada Luna.
con los ojos fingiendo estudiar en mi libro 1798 (Traducción de José María Valverde)
neblinoso, a no ser que se abriera la puerta

ABATIMIENTO: UNA ODA

Ayer, muy tarde, vi a la Luna nueva


llevar la Luna vieja entre sus brazos,
y me temo, me temo, Amo querido,
que tendremos una mortal tormenta.
Balada de Sir Patrick Spence

I y la Naturaleza en nuestra vida sólo


¡Bien! Si el Bardo era bueno en predecir el tiempo, vive: ¡es nuestro su manto de boda y su mortaja!
el que hizo la balada vieja de Patrick Spence, Si algo queremos ver de más alta valía
esta noche, tranquila ahora, no se irá que lo que nuestro frío e inanimado mundo
sin que la agiten vientos, que están más ocupados concede a la infeliz gente ansiosa y no amada,
que aquellos en su nube, en copos perezosos, ah, desde el alma misma habrían de brotar
o el leve aura en sollozos que gime y se despeina una luz, una gloria, una nube brillante
en las cuerdas del arpa eólica, que fuera que envolviera la Tierra:
mejor que se callara. y desde el alma misma debería surgir
Pues ved la luna nueva con claridad de invierno, una voz fuerte y dulce, nacida de ella misma,
toda ella recubierta de una luz fantasmal ¡la vida, el elemento de todo dulce son!
(de flotante fulgor fantasmal toda envuelta,
pero con cerco en torno, de unas hebras plateadas); V
en su regazo veo así a la Luna vieja ¡Pura de corazón! ¡Tú no has de preguntarme
prediciendo la lluvia y una tormenta en rachas. qué puede ser la música fuerte que hay en el alma;
¡Y ojalá que ahora mismo la ráfaga se hinchara qué es y de dónde existe esta luz, esta gloria,
y el oblicuo aguacero nocturno resonase! esta hermosa neblina luminosa, este bello
Tales sones que tanto me elevaron, a un tiempo, poder que da belleza! ¡Oh virtuosa Señora,
infundiéndome un ánimo de respeto, alegría! Alegría como sólo a los puros
y enviando mi alma hacia lo lejano, quizá ahora se dio, en su hora más pura; la Vida y el rebose
podrían dar su impulso de siempre; de la Vida, que es nube y es lluvia al mismo tiempo;
¡podrían agitar esta pena en sopor, alegría, Señora; es la fuerza, el espíritu
moviéndola a vivir! que la Naturaleza, haciendo matrimonios,
nos da en dote: una nueva Tierra y un nuevo Cielo,
II que no pudo soñar el sensual ni el soberbio.
Dolor sin un espasmo, vacío, oscuro, grave, Alegría es la dulce voz, la nube fulgente,
sofocado dolor, aturdido, impasible, ¡hallamos alegría sólo en nosotros mismos!
sin hallar desahogo ni alivio natural Y de ahí mana cuanto encanta oído o vista,
en palabra, o suspiro, o lágrima —¡oh, Señora!—, todas las melodías son ecos de esa voz,
en este estado de ánimo, macilento y sin vida, todo color, reflejo de esa luz.
seducido por ese tordo hacia otros pensares,
toda esta larga tarde, tan calma y perfumada, VI
ha estado contemplando el cielo de poniente Hubo un tiempo en que, aunque mi sendero era duro,
con ese peculiar matiz verde amarillo: esta alegría en mí charlaba con la pena,
y contemplando sigo ¡con qué ojos tan sin nada! y todas las desdichas sólo eran la materia
Las altas nubecillas, en cúmulos y líneas, de que la Fantasía me hizo sueños felices:
que revelan y entregan su marcha a las estrellas; pues la esperanza en torno de mí crecía, como
las estrellas que brillan entre ellas o detrás, la viña que se enreda, y las hojas y frutos
ya chispeantes, ya tenues, pero siempre visibles: me parecían míos, sin serlo. Pero ahora
esa luna en creciente, fija, como creciendo en su las aflicciones me hacen inclinarme a la tierra:
lago de azul, no me importa que vengan a robarme mi júbilo,
sin nubes, sin estrellas: esas cosas las veo tan pero, ay, cada visita del desastre suspende
claras, tan hermosas, lo que Naturaleza me dio por nacimiento,
las veo, pero no siento qué bellas son. el conformante espíritu de mi Imaginación.
Pues no pensar en cuanto por fuerza he de sentir,
III sino estar en silencio y en calma, cuanto pueda,
El ánimo jovial me falla: ¿cómo pueden y acaso, con abstrusa búsqueda, de mi propia entidad
estas cosas servirme para elevar del pecho robar todo el hombre natural, ése era mi recurso único,
el peso que me ahoga? mi plan único, hasta que lo que va bien a una parte afecte
Intento vano fuera, al todo,
aun poniendo los ojos para siempre y casi se ha hecho el hábito de mi alma.
en aquella luz verde demorada a poniente;
yo no puedo esperar obtener de las cosas VII
exteriores pasión y vida, si sus fuentes ¡Marchaos, pensamientos víboras,
están dentro de mí. enroscados en mi mente, sombrío sueño de realidad!
De vosotros me vuelvo, escuchando hacia el viento
IV que con furia ha soplado mucho sin ser oído.
¡Señora! recibimos tan sólo lo que damos, ¡Qué chillido de angustia, que la tortura alarga,
ese laúd lanzó! Viento, furioso ahí fuera, tal un canto tierno del propio bardo Otway; es la canción
riscos del monte, lago, o árbol que partió el rayo, de una niñita, en medio de un yermo solitario,
pinos a donde nunca el leñador subió, no lejos de su casa, pero que se ha extraviado;
casa sola, de siempre creída hogar de brujas, y a veces gime, bajo, con dolor y temor,
creo que hubieran sido mejores instrumentos para ti, laudista,
y a veces grita, fuerte, para que oiga su madre.
que, en este mes de lluvias, de jardines oscuros y flores
que se asoman, VIII
haces la Navidad del Diablo, con canciones peores Es medianoche, pero poco pienso en dormir:
que invernales, ojalá que mi amiga no vele así a menudo.
que dejan entre medias los capullos, las flores Ve a verla, amable sueño, con alas saludables,
y las tímidas hojas. y ojalá esta tormenta sea un parto de montes,
¡Tú, Actor perfecto en todo sonido de tragedia! y las estrellas pendan claras sobre su casa,
¡Tú, gran Poeta, osado aun hasta la locura! ¡mudas como velando a la tierra dormida!
¿Qué dices de esto tú? Con corazón ligero se levante,
Esto es el agolparse de una hueste en derrota, con fantasía alegre, con ojos animosos;
con ayes de soldados helados y pisados, que la alegría eleve su voz y su voz temple;
que gritan de dolor y tiritan de frío. que viva para ella todo, de polo a polo,
Pero ¡silencio! ¡Hay una pausa de hondo silencio! rodeando en remolino el vivir de su alma.
Y el ruido, todo, como de una masa en tropel, ¡Oh espíritu sencillo, guiado desde lo alto!
con gemidos y trémulos escalofríos, todo se acabó; Señora amada, amiga de que soy más devoto,
¡cuenta ahora otro cuento, sonando menos así puedas tú siempre alegrarte, por siempre.
hondo y ruidoso! 1802 (Traduccion de José María Valverde)
Un cuento de menor espanto, y con deleites templado:
SEGUNDA GENERACIÓN: GENIOS, JÓVENES, MALDITOS

George Gordon, sexto Lord de Byron (Londres, 1788–Missolonghi, Grecia,


1824)

Hoy cumplo treinta y seis años

Este día el corazón debería estar inmóvil


Puesto que a otros ha dejado de mover:
Pero aunque yo no pueda ser querido,
Déjenme amar.

Mis días yacen entre hojas amarillas,


Se fueron flores y frutos del amor,
El gusano, la llaga y la profunda pena
Son lo único mío.

El fuego que de mi seno hace presa


Arde a solas como una isla volcánica,
Ninguna antorcha se enciende en su hoguera -
Una pira funeraria.

Esperanza, miedo, celoso cuidado,


Mi exaltada porción de dolor,
El poder del amor no puedo compartir,
Sino su corrupción.

Pero no es hora -ni éste el lugar-


Para que tales ideas agiten mi alma
Cuando el ataúd ornamenta la gloria del héroe
Si ella no rodea su frente.

La espada, el estandarte, la tierra,


la gloria y Grecia veo en torno a mí.
El espartano detrás de su escudo
No fue más libre.

¡Despierten! (no Grecia: ella vigila).


Mi espíritu despierte. Piensa por dónde
La sangre vital fluye del lago original
Y golpea en ti.

Pisa esas pasiones revividas


-Indigna virilidad-: indiferentes
Para ti la sonrisa o el ceño adusto
De la belleza deberían ser.

Si reniegas de tu juventud, ¿para qué vivir?


La tierra de la muerte honorable
Está aquí: entra al campo y entrega
Tu aliento.

Busca -menos a menudo se busca que se encuentra-


La tumba del soldado, la mejor para ti;
Mira alrededor, elige tu parcela
Y toma tu descanso.
Versión libre de J. Aulicino

No volveremos a vagar
(Versión de Arturo Rizzi)
Así es, no volveremos a vagar
tan tarde en la noche,
aunque el corazón siga amando
y la luna conserve el mismo brillo.
Pues así como la espada gasta su vaina,
y el alma consume el pecho,
asimismo el corazón debe detenerse a respirar,
e incluso el amor debe descansar.
Aunque la noche fue hecha para amar,
y los días vuelven demasiado pronto,
aún así no volveremos a vagar
a la luz de la luna.

Cuando nos separamos


Cuando nosotros nos separamos
con silencio y lágrimas,
con el corazón medio roto,
para desunirnos por años,
pálidas se volvieron tus mejillas y frías
y aún más frío tu beso;
en verdad esa hora predijo
aflicción a ésta.

El rocío de la mañana
se hundió frío en mi frente
lo sentía como el aviso
de lo que ahora siento.
Todas las promesas están rotas
e inconstante es tu reputación;
oigo pronunciar tu nombre
y comparto su vergüenza.

Ante mí te nombran,
tañido de muerte que escucho;
un temblor me recorre:
¿por qué te quise tanto?
No saben que te conocía,
que te conocía muy bien:
mucho, mucho tiempo te lamentaré,
muy hondamente para expresarlo.

En secreto nos encontramos,


en silencio me duelo (lamento)
de que tu corazón pueda olvidar
y tu espíritu engañarme.
Si lte volviese a encontrar,
después de muchos años,
¿cómo debería acogerte?
Con silencio y lágrimas.
(Traducción de José María Martín Triana)

Líneas inscritas sobre una calavera que formaba una copa

No te asustes -ni juzgues mi espíritu acabado:


contempla en mí la calavera única,
desde la que, a diferencia de una cabeza viva,
nada de lo que fluye es aburrido.

Viví, amé, bebí, como tú;


morí: la tierra renunció a mis huesos.
Lléname, no puedes injuriarme;
labios más repugnantes tiene el gusano.

Mejor sostener la uva chispeante


que acunar una nidada viscosa;
y rodear con la forma de una copa
el trago de Dios, que alimentar reptiles.

Donde un vez, quizá, brilló mi ingenio,


para servir a otros deja que brille;
y cuando, ay, nuestros cerebros ya se han ido,
¿qué más noble sustituto que el vino?

Puedes beber, entonces: otra raza,


cuando tú y los tuyos, como yo, hayan pasado,
podrá rescatarte del abrazo de la tierra
y con los muertos rimar y deleitarse.

¿Por qué no? Ya que en el breve día de la vida


nuestras cabezas efectos tan malos causan,
redimidas de gusanos y limpias de arcilla,
esta chance les queda: ser bien usadas.
Versión de Jorge Aulicino

Canción de los tejedores

Como los compañeros de la Libertad allende el mar


compraron la independencia al precio de la sangre,
también nosotros, también,
moriremos luchando o viviremos libres,
¡y abajo todos los reyes menos el Rey Ludd*!

Cuando se acabe la tela que hoy tejemos


y cambiemos la lanzadera por la espada,
le pondremos la mortaja
al tirano derribado
para teñirla con su sangre derramada.

Aunque negro sea como su corazón el tinte


porque sus venas corrompidas van de cieno,
éste será el rocío
que hará reverdecer el árbol
de la Libertad, plantado por Ludd.
en una carta a Thomas Moore, Débil es la carne -Correspondencia veneciana (1816-1819), traducción de
Eduardo Mendoza, Tusquets, Barcelona, 1999

*Al celta Ned Ludd, legendario y probablemente imaginario, se le atribuye ascendencia troyana y la
fundación de Londres. Los obreros textiles que se oponían a la maquinaria en Nottinghamshire, entre
1811 y 1813, adoptaron burlonamente a Ludd como único líder. Catorce luddistas fueron ejecutados y
varios confinados bajo acusación de sabotaje, además de los que murieron en enfrentamientos con la
milicia. George Gordon propuso en la Cámara de los Lores una ley en su defensa. Desde Venecia, tres
años después, pregunta a Moore: "¿No te caen bien los luditas? ¡Válgame Dios, si hay alboroto, contad
conmigo! ¿Cómo siguen los tejedores -esos que destruyen los telares -los luteranos de la política -los
reformadores?"

Oscuridad

Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.


El brillante sol se apagaba, y los astros
Vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
Oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
De esta desolación; y todos los corazones
Se congelaron en una plegaria egoísta por luz;
Y vivieron junto a hogueras - y los tronos,
Los palacios de los reyes coronados - las chozas,
Las viviendas de todas las cosas que habitaban,
Fueron quemadas en los fogones; las ciudades se consumieron,
Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
Para verse de nuevo las caras unos a otros;
Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
De los volcanes, y su antorcha montañosa:
Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
Se encendió fuego a los bosques - pero otra tras hora
Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos
Se extinguieron con un estrépito - y todo estuvo negro.
Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
Tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto
Los haces caían sobre ellos; algunos se tendían
Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
Sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían;
Y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban
Sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba
Con loca inquietud al sordo cielo,
El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez
Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban,
Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
Y se enroscaron entre la multitud,
Sisando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento:
Y la Guerra, que por un momento se había ido,
Se sació otra vez; - una comida se compraba
Con sangre, y cada uno se sentó resentido y solo
Atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor;
Toda la tierra era un solo pensamiento - y ese era la muerte,
Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
Del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres
Morían, y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
El magro por el magro fue devorado,
Y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
Hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
Sino que con un gemido piadoso y perpetuo
Y un corto grito desolado, lamiendo la mano
Que no respondió con una caricia - murió.
De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos
De una ciudad enorme sobrevivieron,
Y eran enemigos; se encontraron junto
A las agonizantes brasas de un altar
Donde se había apilado una masa de cosas santas
Para un fin impío; hurgaron,
Y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
En las débiles cenizas, y sus débiles alientos
Soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
Que era una burla; entonces levantaron
Sus ojos al verla palidecer, y observaron
El aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron -
De su propio espanto mutuo murieron,
Sin saber quién era aquel sobre cuya frente
La hambruna había escrito Enemigo. El mundo estaba vacío,
Lo populoso y lo poderoso - era una masa,
Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida -
Una masa de muerte - un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
Y nada se movía en sus silenciosos abismos;
Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
Dormían en el abismo sin un vaivén -
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
Antes ya había expirado su señora la luna;
Los vientos se marchitaron en el aire estancado,
Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
De su ayuda - Ella era el universo.
John Clare (1793 – 1864)

Soy

Soy —pero a quién le importa, quién sabe lo que soy,


Como a un vago recuerdo me apartan mis amigos;
Soy el que se alimenta con sus propios pesares,
Que suben y se esfuman en multitud de olvidos,
Sombras en los ahogados espasmos del amor,
Y sin embargo soy, semejante a vapores

Lanzados a la nada del desprecio y del ruido,


Al océano vivo de los sueños despiertos,
Donde no hay ni sentido de la vida ni dichas,
Sólo el vasto naufragio de las cosas que estimo;
Y hasta lo más querido —aquello que más amo—
Extraño me es —por cierto, más extraño que todo.

Anhelo esas regiones no holladas por el hombre;


Un lugar en que nunca sonrió o lloró mujer;
Para vivir allí con Dios, mi Creador,
Y dormir dulcemente como dormí de niño:
Yacer sin molestar y sin ser molestado;
Hierba debajo —arriba, la bóveda del cielo.

(Otra traducción – Leopoldo María Panero)


Soy—más qué soy nadie sabe ni a nadie
le interesa—mis amigos
me dejaron como un recuerdo inútil
que sólo se alimenta de su propia desdicha
de mis penas que surgen y se van, sin más, y para nada
ejército en marcha hacia el olvido
sombras confusamente mezcladas a los pálidos
mudos, convulsivos, escalofríos de algo
parecido al amor—y pese a todo soy, y vivo
como vapor en el cristal, que borrarán seguro
cuando llegue el día.

En la nada del desprecio, en el ruido de


muerte de la vida
en el mar frenético de los sueños despiertos, del delirio
que tranquiliza a los hombres, pero más allá aún
donde hay rastro de sensación de vida
nada más que un gran naufragio en mi vida de todo lo que quería
hasta de los más íntimos amores, por los que hubiera dado la vida
son ahora extraños—mas todavía que el resto.

Languidezco en una morada que ningún hombre holló


un lugar en que jamás aún mujer lloró o sonrió
para estar a solas con Dios; el Creador
y dormir ese sueño que dormía en la infancia
procurando no molestar a nadie—helado, mudo, yazco
sobre la hierba como un perro, irreal como el cielo.
John Keats (1795-1821)

Oda a una urna griega

¡Tú, aún, desencantada novia de la calma!


Tú, hija adoptiva del silencio y el tiempo lento,
Historiadora salvaje quien así expresa
Un florido cuento más dulce que nuestra rima,
¿Qué adornada leyenda hechiza por alrededor tu forma
De deidades o de mortales o de ambos
En Tempe o en los valles de la Arcadia?
¿Qué hombres o dioses son estos? ¿Qué esquivas doncellas?
¿Qué propósito loco? ¿Qué lucha por huir?
¿Qué gaitas y timbales? ¿Qué éxtasis salvaje?

Las melodías oídas son dulces, pero aquellas no oídas


Son más dulces. Por lo tanto, suaves gaitas, toquen,
No para el sensual oído sino para alguien más querido,
El espíritu, gaitas, cancioncitas sin tono.
Hermosa muchacha, debajo de los árboles no puedes dejar
Tu canción, ni pueden estos árboles estar desnudos.
Atrevido amante, nunca, nunca podrás besar
Tu dura ganancia ya cerca de la meta. No entristezcas,
Ella no puede desvanecerse y aunque no obtengas su encanto
¡Tú las amarás siempre y ella será hermosa!

¡Felices, felices ramas que no pueden desprenderse de sus hojas


ni decir adiós a la Primavera! Y feliz el músico incansable
que por siempre toca canciones siempre nuevas.
¡Y más feliz el amor, más feliz, feliz amor!
Por siempre cálido y calmo y disfrutable,
Por siempre anhelante y siempre joven,
Todo respirando la elevada pasión humana
Que deja el corazón pesaroso y saciado,
La frente quemada y la lengua reseca.

¿Quiénes son estos que van al sacrificio?


¿Hasta qué verde altar, oh misterioso sacerdote,
Conduces este becerro que lanza su grito al cielo,
Con sus sedosos flancos adornados con guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad junto al río o al mar
O pacífica ciudadela coronando una montaña
Quedó deshabitada esta pía mañana?
Y, pequeña ciudad, tus calles para siempre
Estarán silenciosas, sin un alma siquiera que cuente
Por qué estás desolada y nadie volverá.

¡Oh figura del Atica! ¡Bello gesto! Con hombres


de mármol y doncellas muy bien torneadas;
con ramas de bosque y hollada hierba,
tú, forma silenciosa, no tomas a broma el pensamiento
como lo hace la Eternidad: ¡Fría Pastoral!
Cuando el viejo tiempo devaste a esta generación,
Tú permanecerás en medio de otra aflicción
Como la nuestra; amiga del hombre a quien dices:
"Belleza es verdad, verdad belleza... esto es todo
lo que sabes en la tierra, y todo lo que necesitas saber".
En Robin Hood y otros poemas, versiones de Jorge Aulicino, Selecciones de Amadeo Mandarino, Buenos
Aires, 2001

Oh soledad, si debo vivir contigo

Oh soledad, si debo vivir contigo que no sea


entre un montón enmarañado de edificios
sombríos; trepa conmigo la cuesta -mirador
de la naturaleza- desde donde el valle,

sus prados floridos y el flujo cristalino de su río


son un remanso; déjame guardar tus vigilias
entre el ramaje, donde el brinco veloz del ciervo
espanta a la abeja posada en la campanilla...

Con todo, aunque feliz descubra esas escenas


contigo, es el hablar dulce de una mente limpia,
cuya palabra es imagen de fino pensamiento,

el placer de mi alma; y casi seguro debe ser


la dicha más alta de los humanos, toda vez
que a tu morada vuelan dos espíritus afines.
En La poesía de la tierra, selección y traducción de Ana Bravo y Javier Adúriz, Ediciones del Dock,
Buenos Aires, 2003

Escrito en la cumbre del Ben Nevis

¡Musa, dame una lección en voz bien alta


sobre la cumbre del Nevis, ciega de niebla!
Miro los abismos y una mortaja vaporosa
los esconde: justo así, quisiera que el hombre

sepa que hay infierno; miro hacia arriba


y veo una niebla plomiza: y así tal cual,
el hombre conoce el cielo; la niebla cubre
la tierra a mis pies, y así, del mismo modo,

tan vaga es la visión del hombre sobre sí.


Bajo mis pies están las piedras escarpadas,
y todo cuanto sé, pobre duende sin ingenio,
es que piso sobre ellas, que todo lo que mi ojo ve

es niebla y riscos, no sólo en esta altura


sino en el mundo de la mente y su poder.

Un sueño luego de leer el episodio de Dante sobre Paolo y Francesca

Como Hermes cuando agitó sus plumas ligeras


mientras el arrullado Argos estaba atontado, desmayado,
dormido, así mi ocioso espíritu sopló en una caña délfica
así encantó, así conquistó, así despojó
al dragón del mundo de sus cientos de ojos,
y lo miró mientras dormía y huyó muy lejos,
no hacia la pura Ida con sus cielos helados,
ni hacia Tempe donde Júpiter penó algún día,
sino hacia ese segundo círculo del triste Infierno
donde entre las ráfagas, los torbellinos y los golpes
de la lluvia y el granizo los amantes no necesitan decir
sus pesares. Pálidos eran los dulces labios que vi;
pálidos eran los labios que besé y bella la forma
que flotó conmigo sobre aquella melancólica tormenta.
(Versión J. Aulicino)

Esta viva mano


Esta viva mano hoy cálida y capaz
de ansioso estrechamiento, si estuviera fría
y en el helado silencio de la tumba,
tanto perseguiría tus días y helaría tus noches soñadas,q
ue desearías que en tu propio corazón se secase la sangre
para que en mis venas volviese a correr la roja vida,
y así te calmases la consciencia. Mírala, aquí está:
hacia ti la extiendo.

ENDYMIÓN [Fragmentos]
LIBRO I
Un poco de belleza es gozo para siempre:
su encanto aumenta: nunca pasará hacia la nada;
sino que guardará un rincón de verdor
en paz para nosotros, y un tiempo de dormir
lleno de dulces sueños, salud y aliento en paz.
Así, cada mañana, vamos entretejiendo
un vínculo de flores que nos ate a la tierra,
a pesar de tristezas, la inhumana escasez
de caracteres nobles, los días de tiniebla,
y todos los caminos oscuros y funestos
a nuestra busca abiertos: a pesar de esas cosas,
un toque de belleza quita el pesado velo
de nuestro oscuro espíritu: así es el sol, la luna,
viejos y nuevos árboles, brotando en don de sombra
para simples ovejas: así son los narcisos
con todo el verde mundo en que viven: barrancos
claros, que se procuran un techo de frescura
contra el calor del tiempo: la espesura del bosque
rica de un salpicado de rosas almizcladas;
y así es el esplendor de los destinos que hemos
imaginado para los poderosos muertos;
una fuente sin fin de bebida inmortal
que nos llega manando desde el borde del cielo.
Y no sentimos esas esencias meramente
en una hora fugaz: no, tal como los árboles
que susurran en torno de un templo, pronto se hacen
tan caros como el templo, tal pasa con la luna,
con la pasión poética, las glorias infinitas,
que nos siguen, haciéndose una luz de alegría
en nuestra alma, enlazada con nosotros tan firme:
tanto con sol brillante como con gris nublado,
han de estar con nosotros siempre, o si no, morimos.
Por tanto, con entera felicidad ahora
voy a contar la historia de Endymión. Aun la misma
música de su nombre se ha metido en mi ser;
y cada grata escena surge, fresca, ante mí,
como el verdor de nuestros valles: así comienzo,
hoy que no escucho el ruido de la ciudad: ahora
que las flores tempranas están nuevas y corren
formando laberintos del más joven matiz,
por viejos bosques; mientras el sauce balancea
su ámbar delicadísimo, y en cubos, los vaqueros
traen rebose a casa de leche. Y como el año
se complace en jugosos tallos, guiaré, suave,
mi barca, muchas horas de silencio, en arroyos
que con frescor se ahondan en verdes escondites.
Muchos versos espero poder escribir, antes
de que las margaritas áureas, de blanco borde,
se escondan en la hierba honda, y antes que zumben
las abejas en torno de guisantes de olor
espero tener casi la mitad de mi historia.
Que no pueda el invierno, canoso y despojado,
verla a medio acabar, sino el osado otoño,
con tinte universal de oro sobrio, esté en torno
de mí cuando la acabe. Y ahora, aventurero,
al momento ya envío mi pensamiento heraldo
hacia una soledad: suene allí su trompeta,
y revista de prisa mi camino inseguro
de verdores, que yo pueda avanzar de prisa
fácilmente, a través de flores y de hierbas.

Un poderoso bosque cubría las laderas de Latmos:


la humedad de esa tierra nutría
tan ricas, las raíces cubiertas de hierbajos
bajo ramas colgantes, abundantes en frutos.
Había densas sombras, honduras apartadas
donde no entraba nadie: si, huyendo del pastor,
penetraba un cordero esos rincones íntimos,
nunca vería más los felices rediles
a donde sus hermanos, balando de contento,
a cada atardecer iban por las colinas.
Creían los pastores siempre que ni un lanudo
cordero que de tal modo se separara
de su blanco rebaño se vería atacado
por feroz lobo, o fiera de cabeza acechante,
hasta llegar a ciertos llanos hollados donde
pacían los rebaños de Pan: es más, ganaba
mucho el que así perdía un cordero. Senderos,
muchos había; helechos y juncos abundantes
y laderas con hiedras: todos llevando, gratos,
a un ancho césped donde sólo podían verse
densos tallos en torno, en medio de la hierba
y las ramas colgantes: ¿qué podría decir
la frescura del cielo, del espacio en la altura
rodeado de oscuras copas de árbol? A veces
pasaba una paloma, aleteando, y a veces
iba una nubecilla a través del azul.
En medio del verdor de ese espacio tan grato
se elevaba un altar de mármol, adornado
de un trenzado de flores aún llenas de rocío.
[…]

[Del LIBRO II]


¡Oh poder soberano de amor! ¡Oh pena, oh bálsamo!
Toda noticia, salvo las tuyas, llega fría,
con calma, en sombras, entre la niebla de los años
pasados; para otros, buenos o malos, odio
y lágrimas se han vuelto indiferentes, pero
en lo tuyo, un suspiro tiene eco; y un sollozo
es queja, un beso trae el rocío de miel
de días sepultados. Los dolores de Troya,
las torres sofocando su incendio, los escudos
bien cogidos, los dardos de lejos traspasando,
los filos bien agudos, en lucha, y sangre y gritos...
todo eso, a media luz se borra, en un rincón
del fondo del cerebro: pero, en nuestras mismísimas
almas, sentimos, dulce, la unión de Troilo y Crésida.
¡Fuera, historia en escenas; fuera, dorada trampa!
¡Negro planeta en vuestro universo de acciones!
¡ancho mar que da un solo continuado murmullo
en la memoria, orilla de guijarros rodados!
Muchas barcas de viejas tablas podridas hay
en tu seno de niebla, engrandecidas como
espléndidos bajeles: muchas velas ufanas,
con áurea quilla, quedan en seco, sin botar.
Pero ¿por qué? ¿Qué importa el que volara el búho
junto al mástil del gran almirante ateniense?
¿Qué importa si Alejandro cruzó con raudos pasos
el Indus con sus huestes macedonias? Si el viejo
Ulises torturó al Cíclope saciado
sacándole del sueño, ¿qué más nos da? Julieta,
asomada entre flores al balcón, suspirando,
sacando tiernamente su infantil fantasía
de su virginal nieve, nos importa más que eso:
el plateado río de las lágrimas de Hero,
el desmayo de Imogen, la bella Pastorella
presa por el bandido en su cueva, son cosas
que meditar con más ardor que el día de muerte
de los Imperios. Esta convicción, con temor,
debe invadir a aquel que, descontento, hasta hoy,
se ha atrevido a pisar, sin que le sonriera
ni una Musa, ni el éxito, la senda del amor
y de la poesía. Pero el ocio, *en caliente
inquietud, es peor que el quedar aplastado,
intentando elevar el pendón del Amor
en los muros del canto. Así que, una vez más,
ayúdenme a seguir los días y las noches,
soldados en legión […]
(Traducción de J.M.Valverde)

Oda a un ruiseñor
I
Me duele el corazón, y un sopor doloroso
aturde mis sentidos, como el tomar beleño,
o con un opio turbio bebido hasta las heces
hace un momento, hundiéndose, camino del Leteo:
y no por envidiar tu destino feliz,
sino por demasiado dichoso con tu dicha,
pues tú, Dríada de alas ligeras en los árboles,
en algún bosquecillo melodioso de verdes abedules
y sombras innumerables, cantas del verano,
con toda la garganta, tranquilo.

II
¡Ah, si tuviera un sorbo de vino, refrescado
largo tiempo en la tierra de profundas cavernas,
gustando así de Flora y el campo verde, el baile,
la canción provenzal, y el júbilo soleado!
¡Ah, si tuviera un jarro lleno del Sur caliente,
lleno del ruboroso Hipocrene, el auténtico,
con burbujas guiñando en el borde, en rosario,
y mi boca manchada de púrpura! Ojalá bebiera,
abandonando el mundo sin ser visto,
contigo disipándome por el bosque en penumbra.

III
Disolviéndose lejos, olvidando del todo
lo que tú no has sabido jamás entre las hojas;
la fatiga, la fiebre, la prisa, aquí, sentados
donde los hombres se oyen gemir unos a otros,
la vejez quita pocos, tristes, pálidos pelos;
la juventud marchita, hecha un espectro, muere;
donde sólo pensar ya es llenarse de pena
y desesperación de plomiza mirada;
sin poder la Belleza guardar sus claros ojos,
ni el nuevo Amor por ellos llorar más que mañana.

IV
Lejos, lejos, pues quiero escapar hacia ti,
no llevado en su carro por Baco y sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque el torpe cerebro se retarde, perplejo:
¡ya contigo! la noche es tierna, y por ventura
la Reina de la noche está en su trono; en torno
de ella el tropel de todas sus estelares Hadas;
pero no hay luz aquí, sino la que del cielo
desciende con el soplo de las brisas, por sombras
de verdura y musgosos caminos serpentinos.

V
No puedo ver qué flores hay a mis pies, ni qué
suave incienso se enreda entre las ramas, pero
en balsámica sombra, cada aroma adivino,
con que la estación dota en este mes la hierba,
el seto, la espesura de frutales: el blanco espino,
y la englantina pastoral: las violetas,
tan pronto marchitadas, escondidas entre hojas;
la hija primogénita de mediados de mayo,
rosa almizclada, llena de vino de rocío,
toda zumbar de moscas en ocasos de estío.

VI
Escucho entre la sombra; muchas veces estuve
enamorado casi de la cómoda Muerte,
y le di dulces nombres en rimas de mi Musa,
que se llevara al aire mi aliento silencioso;
hoy más que nunca pienso que es riqueza el morir,
acabar sin dolor hacia la medianoche,
¡mientras estás lanzando hacia lo lejos tu alma
en un éxtasis tal! Tú cantarías siempre,
pero no servirían mis oídos: me habría
vuelto un trozo de tierra para tu claro réquiem.

VII
Tú no has nacido para la Muerte, ¡inmortal Pájaro!
No han de pisotearte otras gentes hambrientas:
la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron
en los días antiguos, el labriego y el rey;
quizá este mismo canto se abrió camino al triste
corazón de Ruth, cuando, con nostalgia de hogar,
llorando, se detuvo en el trigal ajeno;
el mismo, tantas veces, fue un hechizo en murallas
mágicas, que se abrían a la espuma de mares
peligrosos, en tierras de leyenda, olvidadas.

VIII
¡Olvidadas! La misma palabra es la campana
que me hace con su son volver a rtii ser solo.
¡Adiós! Tu quejumbrosa canción se va borrando
tras los prados cercanos, sobre el callado arroyo,
por la ladera: ahora se ha enterrado bien hondo
en los otros barrancos de los valles:
¿ha sido una visión, o un sueño con los ojos abiertos?
Esa música huyó. ¿Duermo o estoy despierto?
Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

El pasado
¿Olvidarás las horas felices que enterramos
En las dulces alcobas del amor,
Hacinando sobre sus fríos cadáveres
Los ecos efímeros de una hoja y una flor?
Flores dónde la alegría cayó,
Y hojas dónde aún habita la esperanza.

¿Olvidarás a los muertos, al pasado?


Todavía no son fantasmas que puedan vengarse;
Recuerdos que hacen del corazón su tumba,
Lamentos que se deslizan sobre la penumbra,
Susurrando con horribles voces
Que la felicidad sentida se convierte en dolor.

Adonais (Selección)
I
Murió Adonais y por su muerte lloro.
Llorad por él aunque el ardiente llanto
no deshaga la nieve que le cubre.
Y tú, hora fatal, la que escogida
fue de los años para que él muriese,
despierta a tus oscuras compañeras,
muéstrales tu dolor y di: conmigo
murió Adonais y mientras que el futuro
al pasado no olvide, su destino
y su fama serán eternamente
un eco y una luz para los hombres.

II
Cuando Adonais murió di, ¿dónde estabas?
¿En dónde estabas tú, madre potente,
cuando tu hijo yacía traspasado
por el dardo que surca las tinieblas?
¿En dónde estabas tú, perdida Urania?
Allá en su paraíso, sentada entre los Ecos
vigilantes y mientras con suspiros
amorosos y blandos reanimaba
una de las ya marchitas melodías,
con las que, como flores que se burlan
del cadáver, ornar y esconder quiso
el futuro volumen de la muerte.

III
¡Melancólica madre, vela y llora,
por Adonais, difunto, vela y llora!
Mas ¿para qué? En su ardiente lecho apaga
tus encendidas lágrimas y deja
a tu gimiente corazón que guarde
tan silencioso sueño como el suyo.
Porque se fue, hundido en donde todas
las bellas cosas graves descendieron,
no sueñes ¡ay!, que el amoroso abismo
te lo devuelva al aire. No. La muerte
devorando su voz muda se ríe
de tu desesperanza y de la mía.

V
Tú, la más musical lamentadora
llora y gime otra vez porque no todos
a tan gran esplendor subir osaron;
y más felices los que conocieron
su dicha y cuya antorcha brilla aún
en la noche del tiempo en que los soles
han muerto; más sublimes los heridos
por la envidiosa cólera del hombre
o de los dioses, que derrumbaron
fundidos en su aurora refulgente.
Y otros viven aún y van pisando
el sendero espinoso que conduce
a través de los odios y fatigas
a la mansión serena de la fama.

VI
Tu más joven y amado niño ha muerto,
el de tu viudedad; creció cual pálida
flor cultivada por doncella triste
y nutrida con lágrimas de amor
inconsolable en lugar de rocío.
¡Tú, la más musical lamentadora,
llora de nuevo tu esperanza última!
Perdida está la flor, sus mustios pétalos
murieron sin abrirse en la promesa
de su fruto mejor. El lirio amado
quebrado duerme y la tormenta pasa.

VII
A esa alta capital en donde reina
con una corte pálida la muerte
subió y pagando con su aliento puro
en la gloria compró morada eterna.
Retírate de prisa. Mientras sea
un azul día italiano el mejor cielo
para su osario, mientras él repose
en un sueño cubierto de rocío,
no le despiertes, no, porque es seguro
que halló su plenitud en la gran calma
de su profundo y líquido descanso,
porque todo lo malo dió al olvido.

IX
¡Llorad por Adonais! Los sueños rápidos,
los pensares con alas de pasión,
huyeron en bandadas desde el vivo
torrente que su espíritu nutría,
enseñando el amor como una música.
No vuelan más ardiendo en la memoria
y perecen allí donde nacieron.
Lloran su triste pérdida girando
sobre su helado corazón, en donde
ya no recobrarán fuerzas perdidas
ni después de tan dulce pena nunca
encontrarán de nuevo una morada.
XII
Otra luz se posó sobre su boca,
aquella boca fina, acostumbrada
a sorber un aliento que tenía
fuerza para adentrarse en los ocultos
espíritus y entrar al palpitante
profundo corazón, con brillo y música.
La húmeda muerte sobre el yerto labio,
extinguió sus caricias, meteoro
agónico que cruza la fría noche
manchando su corona en lunáticas
luces y nieblas, tal recorrió el pálido
cuerpo sin vida hasta el total eclipse.

XIV
Todo lo que él amó, lo que amoldado
fue por su pensamiento, formas, tonos,
perfumes y sonidos melodiosos,
por Adonais gemían. La mañana
buscaba la atalaya de la aurora
y sus cabellos, húmedos de lágrimas
que son gala del suelo, oscurecieron
los ojos claros que dan luz al día.
Distante el trueno sordo se quejaba.
En un sopor inquieto, el océano
pálido yacía. En las alturas
sollozaban los vientos alocados.

XX
Por este tierno espíritu tocado
exhala flores de gentil aroma
el cadáver leproso; cuando el brillo
se transforma en fragancia, las estrellas
encarnan para dar luz a la muerte
y así se burlan del feliz gusano
que abajo se despierta. Nada muere
de lo que conocemos. ¿Será todo
una espada que fuera de su vaina
por el cielo relámpago es fundida?
Un momento reluce intenso el átomo,
luego se apaga en un reposo frío.

XXI
¡Ay! ¡Que tenga que estar como si nunca
hubiera en él vivido lo que tanto
amábamos nosotros, y que sea
mortal también nuestro dolor! ¿De dónde
hemos venido y para qué vivimos?
¿Y de qué escena somos los actores
o los testigos? Grandes y pequeños
los confunde la muerte que anticipa
lo que la vida pide de prestado.
En tanto que los cielos. sean azules
y verdes sean los campos, la mañana
empujada será por negra noche
cuyas sombras la tarde anunciará,
y los años y meses con gemido
despertarán a los años y los meses.
XXV
En la cámara fúnebre un momento
enrojeció la muerte que humillada
ante tal poder vivo aniquilóse.
Alentaron de nuevo aquellos labios
y destelló la luz de la existencia
en los pálidos miembros que habían
sido momentos antes su deleite.
"No me dejes así, desconsolada,
solitaria y demente, como mudo
relámpago a una noche sin estrellas."
¡Ay, no me dejes!" -exclamaba Urania.
Con sus gemidos; despertó la muerte
y la muerte se irguió sonriente y vino
a encontrar sus inútiles caricias.

XXVI
"Detente un poco y háblame otra vez,
bésame lo que un beso durar pueda.
Dentro, en mi pecho descorazonado
y en mi ardiente cerebro esas palabras
y ese beso serán más permanentes
que todos los recuerdos de mi vida,
como si fueran una parte tuya
ahora que tú estás muerto vivirán
con alimentos de memorias tristes,
oh, mi Adonais. Yo lo daría todo
por estar como tú, no encadenado
al tiempo que no puede libertarme".

XXVII
"Oh, gentil niño, si eras tan hermoso,
¿por qué tan pronto dejas los senderos
pisados por el hombre? ¿Cómo osaste
desafiar con puños tan endebles
aunque con pecho firme, en su antro mismo
al hambriento dragón? Ay, indefenso,
¿dónde estaba el escudo reluciente
de tu saber, la lanza del desdén?
Si tú hubieras esperado el fin del ciclo
hasta cuando tu espíritu alcanzara
la plenitud de tu creciente esfera,
los monstruos del desierto de la vida
huyeran ante ti como los gamos".

XXVIII
"Los lobos en manada son audaces
sólo cuando persiguen; los obscenos
cuervos sobre los muertos clamorean
los buitres sólo fieles al emblema
del saqueador, no comen sino sobras
de lo arrasado y de sus alas llueve
sucio contagio. Cómo huyeron cuando
tal nuevo Apolo, el Pitio de este tiempo,
con arco de oro disparó su flecha
sonriendo después. No insisten nunca
los despojadores. Viles se doblegan
hasta besar los pies del orgulloso
que con desdén altivo los aparta".
LII
Lo uno queda, lo vario muda y pasa.
La luz del cielo es resplandor eterno,
la tierra sombra efímera. La vida
cual cristalino domo de colores
mancha y quiebra la blanca eternidad
esplendorosa hasta que cae
a los pies de la muerte en mil pedazos.
Para encontrar lo que persigues, ¡muere!
¡ Sigue la vía de todo lo que huye!
Flores, ruinas, el cielo azul de Roma,
estatuas, melodías y palabras
no alcanzan la verdad resplandeciente
de la gloria que viven y trasfunden.

LIII
¿Por qué esperas y vuelves y resistes?
Se fueron, corazón, antes de ti
tus esperanzas y dejaron todas
las cosas de la tierra.
¡Parte ya!
Pasó una luz en el rodar del año,
pasó para los hombres y mujeres.
Todo lo grato que en el mundo queda
atrae para perder y se resiste
para agotar tu vida lentamente.
Sonríe el cielo plácido, murmura
cerca el viento. Es Adonais que llama.
Vuela con él, que la vida no aparte
lo que unirá la muerte para siempre.

LIV
Este fulgor cuya sonrisa inflama
al universo, esta pura belleza
en que las cosas obran y palpitan,
esta gracia que nunca extinguirá
la maldición oscura del nacer,
este perenne amor que entre las mallas
que ciegamente van tramando
hombres, bestias y tierra y mar y cielo
refulge esplendoroso o mortecino,
pues todo es un reflejo de la lumbre
que apaga nuestra sed, brilla ora en mí
y consume las nubes de esta fría
mortalidad, olvidadas y solas.

LV
Desciende a mí la vida cuya
esencia invocó el canto. Lejos de la playa
la barca de mi espíritu deriva,
muy lejos de la turba temblorosa
que nunca dió su vela al huracán.
¡La tierra ponderosa se desgaja
de la celeste esfera! Voy llevado
a lejanías de pavura y sombra,
mientras en lo más íntimo del cielo
el alma de Adonais como una estrella,
fulgura en su mansión de eternidad.
Ozymandias

Encontré un viajero de comarcas remotas, Cuenta el viajero de un país remoto:


que me dijo: «Dos piernas de granito, sin tronco, “Se alzan dos grandes piernas de granito,
yacen en el desierto. Cerca, en la arena, rotas, sin tronco, en el desierto, cerca, roto,
las facciones de un rostro duermen... El ceño bronco, semisepulto, yace el rostro inscrito

el labio contraído por el desdén, el gesto por el desdén soberbio, signo inmoto
imperativo y tenso, del escultor conservan del poder sin medida y las pasiones
la penetrante fuerza que al esculpir ha puesto que el estatuario sometió a sus leyes
en su mano la burla del alma que preservan. y aún viven, con su mano en las facciones.

Estas palabras solas el pedestal conmina: Ostenta el pedestal este comento:


"Me llamo Ozymandias, rey de reyes. ¡Aprende MI NOMBRE ES OZYMANDIAS, REY DE REYES.
en mi obra, oh poderoso, y al verla desespera!" MIRAD MIS OBRAS Y PERDED ALIENTO.

Nada más permanece. Y en torno a la ruina Nada veréis. Desnudas y serenas


del colosal naufragio, sin límites, se extiende al redor del ruinoso monumento
la arena lisa y sola que en el principio era.» su soledad extienden las arenas
(traducción de Leopoldo Panero) (Traducción de Rafael Arrieta)

La pregunta
Soñé que al caminar, extraviado,
se trocaba el invierno en primavera,
y el alma me llevó su olor mezclado
con el claro sonar de la ribera.
En su borde de césped sombreado
vi una zarza que osaba, prisionera,
la otra orilla alcanzar con una rama,
como suele en sus sueños el que ama.

Allí la leve anémona y violeta


brotaban, y estelares margaritas
constelando la hierba nunca quieta;
campánulas azules; velloritas
que apenas rompen su mansión secreta
al crecer; y narciso de infinitas
gotas desfallecido, que del viento
la música acompasa y movimiento.

Y en la tibia ribera la eglantina,


la madreselva verde y la lunada;
los cerezos en flor; la copa fina
del lirio, hasta los bordes derramada;
las rosas; y la hiedra que camina
entre sus propias ramas enlazada;
y azules o sombrías, áureas, rosas,
flores que nadie corta tan hermosas.

Mas cerca de la orilla que temblaba


la espadaña su nieve enrojecía,
y entre líquido juncia se doblaba.
El lánguido nenúfar parecía
como un rayo de luna que pasaba
entre los robles verdes, y moría
junto a esas cañas de verdor tan fino,
que el alma pulsan con rumor divino.
Pensé que de estas flores visionarias
cortaba un verde ramo, entretejido
con sus juntas bellezas y contrarias,
para guardar las horas que he vivido,
las horas y las flores solitarias,
en mi mano infantil, igual que un nido.
Me apresuré a volver. Mis labios: "¡Ten
estas flores!", dijeron. Pero ¿a quién?
POSTROMÁNTICOS (POESÍA VICTORIANA)

POESÍA VICTORIANA TEMPRANA

Lord Alfred Tennyson (Somersby, 1809-Aldworth, 1892)

In Memoriam VII, Oscura casa.

Oscura casa: otra vez regreso a tu lado,


a esta larga calle inhóspita,
puertas donde mi corazón se habituó
a temblar esperando una mano,

Una mano que ya no podré estrechar.


Obsérvame, pues como un insomne,
como un condenado me arrastro
muy temprano hacia la puerta.

Él no está aquí; pero en la distancia


comienza el murmullo de la vida,
y como un fantasma entre la lluvia
rompe el nuevo día sobre las calles desiertas.

In memoriam XV. Esta noche los vientos comienzan a soplar


Esta noche los vientos comienzan a soplar
Y el día que declina ruge en la distancia:
La última hoja se pierde en remolinos,
Los grajos vagan en los cielos.

Los bosques arrasados, las aguas crispadas,


Los rebaños reunidos en el prado;
Y con intenso brillo sobre árboles y torres
Emerge el sol aclarando el mundo.

Y si estos ensueños no probaran


Que cruzas con suaves gestos
La llanura de cristal líquido,
Apenas podría soportar la agitación

Que hace tan ruidosas las ramas yertas;


Y no es así sólo por miedo;
La salvaje inquietud que vive en el dolor
Embelesada adoraría aquella nube

Que hacia las alturas siempre se dirige,


Y empuja hacia arriba un pecho fatigado,
Y luego se deshace en el triste ocaso,
Ese muro naciente orlado de fuego.

In memoriam L. Permanece cerca


Permanece cerca cuando se extinga mi luz,
Y la sangre se arrastre y mis nervios se quiebren
Con punzadas lacerantes. Y el corazón enfermo
Y las ruedas del tiempo giren pausadamente.

Permanece cerca cuando mi carne frágil


Sea atormentada por dolores que rozan la verdad.
Y el tiempo lunático siga esparciendo el polvo,
Y la vida furiosa arroje llamas.

Permanece cerca cuando mi fe se marchite,


Y los hombres, las moscas del último estío
Que colocan sus huevos, y piquen y canten
Y tejan sus diminutas celdas y mueran.

Permanece cerca cuando desvaneciéndome,


Y puedas apuntar el final de mi lucha
En el atardecer de los días eternos,
En el bajo y oscuro abismo de la vida.

No vengas cuando esté muerto


No vengas cuando esté muerto
A derramar inocentes lágrimas sobre mi tumba,
A pisotear alrededor de mi cabeza caída.

Atormentar el infame polvo no nos salvará;


Deja que el viento me acaricie y que las aves me lloren,
Pero tú, aléjate.

Niña, si esto fuera un error o un crimen,


Poco me importa, siendo mi existencia maldita:
Enlaza tu mano con quien desees,
Pues cansado estoy del Tiempo,
Y mi único anhelo es descansar.

Pasa, corazón débil,


Y abandona este lecho de tierra.
Aléjate, no retornes jamás.
Robert Browning (Surrey, 1812 – Venecia, 1889)

El amante de Porfiria

La lluvia esta noche comenzó temprano,


el áspero viento pronto despertó,
desgarraba airado las copas de los olmos,
y agitaba el lago con todo su furor:
con el corazón acongojado, yo escuchaba
cuando Porfiria entró silenciosamente, y sin demora
afuera dejó el frío y la tormenta, atizando
arrodillada el fuego del hogar
y rápidamente entibió la estancia;
al terminar, se incorporó y se quitó
la capa y el chal empapados,
dejó sus guantes sucios a un costado,
desató su sombrero, soltando el cabello húmedo,
y, por último, se sentó junto a mí
y me llamó. Ante mi silencio,
rodeó su cintura con mi brazo,
descubrió su blanco y terso hombro,
despejándolo de su rubia cabellera,
y se inclinó para que en él descansara mi mejilla,
y me cubrió con su rubia cabellera,
susurrando lo mucho que me amaba —ella,
demasiado débil, pese a los esfuerzos de su corazón,
por liberar del orgullo su pasión agobiante
y romper los lazos más triviales
y entregarse para siempre a mí.
Pero a veces, la pasión prevalecía,
y la alegre fiesta de esta noche no podía detener
un súbito pensamiento de alguien tan perdido
de amor por ella, y todo en vano;
Así apareció ella, a través del viento y de la lluvia.
Créanme que alcé mi vista mirándola a los ojos,
orgulloso y feliz; y supe finalmente
que Porfiria me adoraba; la sorpresa
henchía mi corazón, y aún crecía
mientras pensaba qué hacer.
En ese momento era mía, mía, bella,
del todo pura y buena; entonces descubrí
qué hacer: y enrosqué todo su largo cabello,
de larga y dorada trenza,
tres veces alrededor del delicado cuello,
y así la estrangulé. No sintió dolor alguno;
estoy seguro de que no sintió dolor.
Cauto abrí sus párpados, como un capullo cerrado
que esconde una abeja: y de nuevo
rieron sus ojos de azul puro.
Y luego desaté la trenza
de su cuello; su mejilla una vez más
se encendió brillando bajo mi beso ardiente:
esta vez fue mi hombro el que la cabeza inmóvil sujetó,
apoyada sobre él;
el pequeño rostro sonriente y rosado,
tan feliz de alcanzar su supremo deseo:
que todo aquello que desdeñaba se esfumara de golpe,
¡y que yo, su amor, triunfara en su lugar!
El amor de Porfiria: ella nunca adivinó
hasta dónde sería escuchado
el preciado deseo.
Y así, descansamos ahora juntos, sentados,
y en toda la noche no nos hemos movido,
¡Y ni siquiera Dios ha dicho una palabra!
Elizabeth Barret Browning (1806-1861)

La mejor cosa del mundo


¿Cuál es la mejor cosa del mundo?
Las rosas de junio perladas por el rocío de mayo;
El dulce viento del sur diciendo que no lloverá;
La Verdad, con los amigos despojada de crueldad;
La Belleza, no envanecida hasta agotar su orgullo;
El Amor, cuando somos amados de nuevo.
¿Cuál es la mejor cosa del mundo?
Algo fuera de él, pienso.

Soneto VII
El mundo me parece tan distinto
desde que oí los pasos de tu alma
muy leves, sí, muy leves, a mi lado,
en la orilla terrible de la muerte
donde yo iba a anegarme, y me salvó
el amor descubriéndome una vida
hecha música nueva. Aquellas hieles
destinadas por Dios quiero beber,
cantando su dulzura, junto a ti.
Los nombres de lugar son diferentes
porque estás o estarás aquí o allá.
Y ese don de cantar que yo amé tanto
(los ángeles lo saben) me es querido
sólo porque hace resonar tu nombre.

Soneto XIV

Si has de amarme que sea solamente


por amor de mi amor. No digas nunca
que es por mi aspecto, mi sonrisa, el modo
de hablar o por un rasgo de carácter
que concuerda contigo o que aquel día
hizo que nos sintiéramos felices...
Porque, amor mío, todas estas cosas
pueden cambiar, y hasta el amor se muere.
No me quieras tampoco por las lágrimas
que compasivo enjugas en mi rostro...
¡Porque puedo olvidarme de llorar
gracias a ti, y así perder tu amor!
Por amor de mi amor quiero que me ames,
para que dure amor eternamente.
POESÍA VICTORIANA MEDIA

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

Luz Repentina
Yo estuve aquí antes,
pero no puedo decir ni cuándo ni cómo:
conozco el prado del otro lado de la puerta,
el aroma dulce e intenso,
el sonido susurrante, las luces a lo largo de la costa.
Has sido mía antes
−No puedo saber hace cuánto:
Pero hace un momento cuando remontó vuelo esa golondrina
y giraste tu cuello de esa forma,
cayó algún velo − lo supe todo, lo reconocí.
¿Ha sido esto antes así?
¿Y entonces no será que el vuelo arremolinado del tiempo
restaura con nuestras vidas nuestro amor
a pesar de la muerte,
y el día y la noche nos dan este deleite una vez más?

Entonces, ahora − ¡por ventura otra vez!...


¡Alrededor de mis ojos tiembla tu pelo!
¿No volveremos a estar como estamos ahora, acostados
y así, en nombre del amor,
dormir, y despertar, y no romper nunca la cadena?
(Versión de Inés Garland)

El corazón de la noche
De la niñez a la juventud; de la juventud a la ardua hombría;
Del letargo a la fiebre del corazón;
De la vida fiel a soñar con sombríos y perdidos días;
De la confianza a la duda; de la duda al borde de la prohibición;
Estos cambios han pasado como una ráfaga cíclica
Hasta ahora. ¡Oh, El Alma! Cuan rápido debió
Aceptar su primitiva inmortalidad,
¿Es que la carne reencarna en el polvo de dónde comenzó?

¡Oh, Señor del trabajo y la paz! ¡Señor de la vida!


¡Oh, Señor, horrible Señor de la voluntad! Aunque sea tarde,
Renovad esta alma con el obediente aliento:
Que cuando la paz se reúna con la furia,
El trabajo se recupere, y la voluntad resurja,
Esta alma tal vez vea tu rostro: Oh, Señor de la Muerte.

El retrato

He aquí su retrato, tal como era: oír su dulce acento todavía,


no me asombrara tanto si al marcharme y no obstante en la tierra permanece.
del cuarto quedase cautivo
mi rostro en el espejo tras mirarme. Así fue, como rayo que silencioso
Lo observo largamente y me parece hace la prisión aun más tenebrosa,
que aún respira y su boca se estremece, del rocío constante ese latido
que se entreabren sus labios, que podría que da a la soledad su propia prosa.
Del galardón de amor sólo perdura su imagen entre ramas, imitando
esto, y lo que con tristes andrajos la sombra de los árboles.
recogen de mi alma su consejo,
queda lo que es secreto y es reflejo Y aun cuando la pintaba, todo
bajo tierra sepulto o allí, en la alta tersura. era aire fragante en torno mío,
mi amor en su pesar adivinaba
Al pintar yo, devoto, su figura en cada flor bañada de rocío
entre árboles la puse, donde apenas un corazón latiendo en la espesura.
la luz penetra el místico verdor, Oh corazón que ya no se late,
y el dulce susurrar de las amenas que yace en las tinieblas exiliado
voces llega apagado; ante el brillante ¿Qué es para ti mi amor o esta delgada
fuego fatuo, y figuras cuyo ausente red que el sol urde con ternura?
nombre ignoran de sí, y aquella lluvia
de otro tiempo, y sus pasos detrás mío, Ya que ahora la luz niega esos días,
escapando como vino, quedamente. nada para escuchar o ver nos queda,
sólo un grave murmullo en las sombrías
Un bosque sombrío y profundo; allí está ella tinieblas trae a mi oído su voz queda,
como lo estuvo un tiempo, así era entonces: cuando la brisa inclina hacia el sendero,
sus manos sosegadas de doncella, la sombra de las hojas, y la ribera,
y el grato fluir de líneas puras, bronces, el bosque y las aguas, que el dorado
la cifra rebasando de lo hermoso rubor de las estrellas ha coronado,
cual ignota presencia o cual dichoso yacen igual que yace lo olvidado.
sueño. Es ella y ya no es ni sombra leve
de si misma en la hierba ni ese breve Pude anoche dormir y fantaseando
reflejo sobre el río rumoroso. fui diluyendo mi sueño hasta perderlo.
El llanto mansamente fue brotando
Solos nos encontramos aquel día de mis ojos, pues, sin yo pretenderlo,
y nada entonces turba o importuna me hallé en aquellos bosques que un día
nuestra perfecta dicha y armonía. con ella recorrí; y allí permanecía,
—La memoria hace hoy triste, cual la luna en una mota de noche sumergida,
que aparece de día, aquel momento—. cuando al borde de luz llegó el estampido
Junto a ella bebo en la fuente, sediento del océano que tiene corazón de arpía.
de otras aguas que fluyen a mi vera,
canta ella donde el eco reverbera Donde el cielo su hálito contiene
y allí mi alma se llena de contento. y del amor escucha su latido,
donde el ángel reposa su ala tenue
Apenas tuve el ánimo dispuesto en torno a los astros escondido
para decir lo que en secreto arde, ¡Cómo habrá de embelesarse complacida
estalló la tormenta, el trueno atento mi alma cuando libre y renacida,
resonó entre los montes. Esa tarde, tras los acordes de la celestial danza,
junto al cristal que la lluvia batía, en su alma penetre sin tardanza
repetí mis palabras, ella oía y en su silencio a Dios conozca en vida!
con sus ojos perdidos en los campos
por la lluvia y el viento aún apagados, Aquí, cercano a su rostro, mi memoria
desiertos y cenagosos todavía. queda mientras aguarda el dulce ocaso,
hasta que con la mirada gloriosa,
Aún se agitaba el recuerdo, al otro día, con los ojos más tiernos, oh Parnaso,
de todas esas cosas, como el viento que los de ayer, pueda mirar. Y en tanto
que acaricia la hoja, aún batía anhelo y esperanza, ya quebranto,
el amor con su ala. Ese momento se han perdido, en su imagen permanecen
deseaba hacer mío y un retrato intactos, cual cruzados que perecen
me propuse pintar. En dulce trato y reposan junto al Sepulcro Santo.
fui, entre silencio y platica, trazando
Christina Rossetti (1830-1894)

Rememoración

Recuérdame cuando en sombría hora Recuérdame después de haberme ido;


de ti me aleje hacia un silencio arcano, cuando, bajo la tierra silenciosa,
retenerme no logre ya tu mano no me alcance tu mano temblorosa
ni prolongar yo pueda mi demora. ni pueda desandar lo recorrido.

Recuérdame cuando a futura aurora Recuérdame sin más cuando, perdido


no me una ya tu ensueño cotidiano; nuestro sueño común, como la rosa
sólo recuérdame, que entonces vano marchita, esté; pues ya ninguna cosa,
será lo que aconseja y lo que implora. promesa o ruego, llegará a mi oído.

Mas si tras olvidarme algunos días Mas si me olvidas por un tiempo, amado,
tornas a mi recuerdo, no te apenes; no sufras si el recuerdo luego insiste.
pues si de lo que hoy pasa entre mis sienes Si tinieblas y vermes han dejado

algo, bajo mi lápida, subsiste: algún vestigio de mi pensamiento,


preferiré tu olvido y que sonrías prefiero que me olvides si contento
a que pensando en mi te sientas triste. estás a que me evoques y estés triste.
(Traducción de Rafael Arrieta) (Traducción de F. López Serrano)

Eco

Ven a mí en el silencio de la noche;


ven en el silencio susurrante de un sueño;
ven con las mejillas redondas y suaves, y ojos brillantes
como el brillo del sol en un arroyo;
vuelve envuelto en lágrimas,
oh recuerdo, esperanza, amor de los años terminados.

Oh sueño, qué suave, dulcísimo, demasiado agridulce,


cuyo despertar debiera ser en el Paraíso
donde las almas colmadas de amor se reúnen y moran;
donde sedientos ojos anhelantes
miran la lenta puerta
que, abriéndose, dejando entrar, no deja salir más.

Pero ven a mí en sueños, y así pueda vivir


mi vida verdadera otra vez, aun fría y muerta:
regresa a mí en sueños, y así pueda dar
pulso por pulso, latido por latido:
habla bajo, reclínate,
como hace tiempo, amor, mucho tiempo.
Matthew Arnold (1822 – 1888)

La playa de Dover
El mar está en calma esta noche.
La marea alta, la luna duerme hermosa
Sobre el estrecho – en la costa francesa la luz
Resplandece y se ha ido; los acantilados de Inglaterra alzan,
Tenues y vastos, allá en la plácida bahía.
Ven a la ventana, el aire nocturno es dulce,
Soñoliento, desde la larga línea de espuma
Donde el mar besa la tierra empalidecida por la luna,

¡Escucha! Puedes oír el rugir de las piedras


Que las olas agitan, arrojándolas
a su regreso allá en el ramal de arriba,
Comienza y cesa, y luego comienza otra vez,
Con trémula cadencia disminuye, y trae
La eterna nota de la melancolía.

Sófocles, hace mucho tiempo


Lo escuchó en el Egeo, y trajo
A su mente el turbio flujo y reflujo
De la miseria humana, nosotros
También encontramos una idea en el sonido,
Cerca de este remoto mar del norte.

El Mar de la Fe
También era uno, en su plenitud,
Y rodaba en las orillas de la tierra,
Yacía como los pliegues de una gloriosa diadema.
Pero ahora sólo escucho
su rugir lleno de tristeza, largo y en retirada,
alejándose hacia el sereno de la noche
Hacia los extensos bordes monótonos.
Oh, mi amor, ¡seamos fieles el uno al otro!
Pues el mundo, que parece yacer ante nosotros
Como una tierra de sueños,
Tan variada, tan bella, tan nueva,
No posee en realidad ni gozo, ni amor, ni luz,
Ni certeza, ni paz, ni alivio para el dolor;
Estamos aquí como en una llanura sombría
Envueltos en alarmas confusas de fugas y batallas,
donde los ejércitos, ignorantes, se enfrentan por la noche.
Gerard Manley Hopkins (Essex, 1844-Dublin, 1889)

El eco polmizo
¿Cómo conservarla... hay algo, algo, no hay nada
en ningún lugar conocido, lazo o broche o trenza
o traba, cuerda, cerrojo o pasador o llave para retener
la belleza, preservarla, belleza, belleza... de
la disolución?
Oh, ¿no hay un medio de alisar estas arrugas,
                      estriadas arrugas profundas,
de alejar estos funestísimos mensajeros, callados
                     mensajeros,
tristes y furtivos mensajeros del gris?
No, no hay ninguno, no hay ninguno, oh, no hay
                     ninguno,
ni por mucho tiempo podrás, como ahora, ser
                     llamada bella,
a pesar de cuanto puedas hacer, de que hagas lo que
                      puedas,
es sabiduría desesperarse por anticipado:
comienza, pues, tú; ya que no, nada puede hacerse
para tener a raya
los años y los males de la edad, cabellos blancos,
pliegues y arrugas, la declinación, el morir, el
                     detrimento
de la muerte, sudarios, tumbas y gusanos y el
                      desplomarse
de la disolución;
de modo que comienza, comienza a desesperar:
Oh, no hay nada; no, no, no, no hay nada:
comienza a desesperar, a desesperar,
desespera, desespera, desespera.
Versión de Alberto Girri.

(Despierto y siento la pelambre…)

Despierto y siento la pelambre de la sombra, no del día.


¡Qué horas, oh qué horas tan negras pasamos
esta noche! ¡Qué visiones, corazón, has visto, qué caminos caminado!
Y muchos más vendrán, hasta la luz última y tardía.

Doy fe de lo que digo. Pero donde digo


horas quiero decir años, decir vida. Y mi lamento
es reclamo innumerable, cartas muertas que yo intento
enviar al tan distante, ¡ay!, y más amado amigo.

Soy pura hiel, ardor de estómago. Los más hondos decretos


de Dios me hicieron probar sabor amargo: yo era mi sabor;
los huesos en mí se apuntalaron, la carne se llenó, la sangre colmó la maldición.

El leudante del espíritu fermenta una masa sosa. Veo


que así son los condenados, y sus flagelos son
como yo el mío, sus propios yóes sudorosos, mas peor.
Versión de Mirta Rosenberg.

Consuelo de la carroña

No. Desesperación, no, podrido alimento, no haré de ti mi banquete;


no quiero desatar -por flojas que estén- estas últimas ligaduras del hombre
en mí, ni, en la extrema fatiga, gritar: no puedo más. Puedo;
algo puedo: esperar, desear que llegue el día, no elegir no ser.
Pero ah, pero oh tú, terrible, ¿por qué rudamente quieres sobre mí
grabar cono en la roca tu pie derecho, retorcedor del mundo?
/¿Clavar en mí una garra de león? ¿Hurgar
con tenebrosos ojos en mis huesos quebrados? ¿Aventarme, oh,
en remolinos de tempestad, amontonarme allí, furioso por esquivarte y escapar?
¿Por qué? Para que mi paja se disperse, mi grano permanezca limpio y puro.
Más aun, en toda ese pena, esa tortura desde que (parece) besé el látigo,
antes bien, la mano, mi corazón, ¡oh, mira!, mi fuerza replegada,
/furtiva mi alegría, quisiera reír, vivar.
¿Vivar a quién? ¿Al héroe cuyo gesto me precipitó abajo, su pie
me aplastó? ¿O a mí que combatí? ¿Cuál de los dos?
¿El uno y el otro? Aquella noche, aquel año
de tinieblas ahora disipadas, me tendí, miserable, luchando (¡oh Dios mío!) con mi Dios.
Versión de Alberto Girri

El hábito de la perfección

Silencio elegido, canta para mí


Y bate en mi oreja de caracol,
Condúceme a calmas pasturas y sea
Tu música la que guarda el corazón.

No den forma a nada, labios, amorosamente mudos:


Es el cierre, el toque de queda enviado
Desde donde vienen todas las capitulaciones
Lo único que los hace elocuentes.

Cubiertos sean los ojos por doble penumbra


Y encuentren la luz no creada:
Esa muchedumbre vacilante que observas
Enreda, roba, se burla de la simple visión.

¡Paladar, conejera de sabrosa lujuria,


No desees ser lavado con vino:
Debería ser tan dulce su cántaro, su piel
Tan fresca como la del divino ayuno!

¡Fosas de la nariz, el descuidado aire que gastan


Sobre la agitación y las torres del orgullo
Con qué deleite dispersarán los incensarios
A lo largo de las naves del santuario!

Oh manos como prímulas al tacto, pies


Que quieren pisar el césped afelpado;
Pero tú caminarás la calle dorada
Y tú revelarás y hospedarás al Señor.

Y, Pobreza, sé tú la esposa
Inicia ahora la fiesta de bodas,
Y ropas del color de los lirios trae
A tu esposo, no trabajadas ni tejidas.
(Versión de J. Aulicino)

La noche estrellada

¡Mira las estrellas! ¡Mira, mira arriba hacia el cielo!


¡Oh, mira ese pueblo de fuego posándose en el aire!
¡Las villas luminosas, las ciudadelas circulares!
Abajo, en sombríos bosques, las minas de diamantes, los ojos de los elfos,
el césped gris helado allí donde el oro, el oro veloz yace.
¡Mostellares batidos por el viento! ¡Etéreos álamos encendidos en llamas!
Copos de palomas se lanzan flotando para sobresalto del corral.
¡Ah bien! todo eso está en venta, todo eso tiene un precio.
¡Compra entonces, oferta entonces! —¿Cómo?— con oraciones, paciencia, limosnas, votos.
¡Mira, mira, el revuelo de mayo sobre las ramas del huerto!
¡Mira, marzo en flor sobre los sauces alimentados de amarillo!
Éstos son en verdad el granero; puertas adentro de la casa
las mieses. La empalizada brillante encierra a los esposos:
Hogar de Cristo, Cristo y su madre y todos sus santos.
(Traducción: Delia Pasini)
Victorianos Tardíos

A.E. Housman (Bromsgrove, 1859-Cambridge, 1936)

En mi corazón un aire que mata

En mi corazón un aire que mata


Desde tu lejano país sopla:
Qué son esas tristes colinas,
Qué cimas y granjas son esas.

Esa es la tierra del contento perdido,


Veo resplandecer muy ceñido
El alegre sendero que atrás dejé
Y por el que no ya puedo volver.
(de El muchacho de Shropshire Versión de Angel Faretta)

Mis sueños son de un campo muy lejano

Mis sueños son de un campo muy lejano


entre la sangre, el humo y los disparos:
allí están mis amigos en sus tumbas
pero yo en mi sepulcro no me encuentro.

Conocí los oficios de los hombres,


Yo también aprendí la lección simple:
Mas cuando olvidé y corrí, ellos
rememoraron y permanecieron.
(Versión de Silvina Ocampo)

Algernon Charles Swinburne (1837 – 1909)

El Mar

Retornaré a ti, madre generosa y dulce,


amante de los hombres, escondida bajo las aguas del mar.
Hasta tus profundidades descenderé, lejos de los hombres,
pugnando por besarte y fundirme a ti,
por asirte en un feroz abrazo.
¡Oh madre hermosa y blanca, que en días pretéritos
naciste sin hermanos ni hermanas!
Haz que mi alma sea libre, como libre es la tuya.
¡Oh bella madre mía, ceñida por verdores,
bajo las aguas del mar, vestida por el sol y la lluvia,
tus besos dulces y resueltos son fuertes como el vino
y tu abrazo, como el dolor, es hondo y vasto!
Sálvame y ocúltame con todas tus olas,
encuentra una tumba para mí entre los miles de sepulcros
helados que albergas en tus profundidades
y que forjaste sin necesidad de los hombres para un mundo más puro.
Dormiré. surcaré tus agua junto a los barcos,
seguiré el curso de tus vientos y mareas,
mis labios harán un festín en la espuma de los tuyos;
contigo he de alzarme y hundirme.
Dormiré, sin preguntarme de dónde eres o adónde vas,
con mis ojos y mis cabellos plenos de vida,
como una rosa colmada hasta los bordes
de brillo, fragancia y orgullo.

Y si esta vestidura mortal, tejida por la noche y el día


alguna vez me fuese arrebatada,
desnudo y contento zarpará hacia tus confines,
lleno de vida, sensible a ti y a tus caminos,
libre del mundo, buscando refugio en tu hogar
engalanado de verdores y coronado por la espuma,
sintiendo el pulso de la vida en tus radas y bahías,
como una vena en el corazón de las corrientes marinas.

Antes del Ocaso

Antes que la noche se abrace a la tierra


la luz crepuscular del amor declina en el cielo.
Antes que al miedo le sea posible sentir temblores o escalofríos,
la luz crepuscular del amor declina en el cielo.

Cuando el insaciable corazón murmura entre lamentos


"o es demasiado o es poco",
y la boca sedienta tardíamente se abstiene.

Blandas, deslizándose por el cuello de cada amante,


las manos del amor sostienen secretamente la brida;
y mientras buscamos en él la señal esperada,
su luz crepuscular declina en el cielo.
Bibliografía teórico-crítica recomendada:
Argullol, Rafael: El héroe y el único. El espíritun trágico del Romanticismo. Ed. Destino,
Barcelona. 1990
Abrams, M.H.: El Romanticismo: tradición y revolución. Visor, Madrid. 1992
-----------------: El espejo y la lámpara. Nova, Bs. As. 1982
Beguin, Albert: El alma romántica y el sueño. FCE, México. 1992
Bloom, Harold: La compañía visionaria: William Blake. Adriana Hidalgo, Bs As. 1999
------------------: La compañía visionaria: Wordsworth, Coleridge, Keats. Adriana Hidalgo. Bs.
As. 2003
Coregudo, S. y Chamosa, J.L.: “Introducción” a Baladas Líricas de Wordsworth y Coleridge.
Cátedra, Madrid. 2001
Paz, Octavio: Los hijos del limo. Seix Barral, Barcelona. 1990
Rest, Jaime: “Estudio Preliminar” a Poesía inglesa del Siglo XIX. CEAL, Bs. As. 1979
Stevens, Wallace: El angel necesario: ensayos sobre la realidad y la imaginación. Visor,
Madrid. 1994
Valverde, José María, “Introducción” a Poetas románticos ingleses. RBA, Barcelona. 1994

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