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Oliva, César y Torres Monreal, Francisco. (2002).

Historia básica del arte escénico. Madrid: Cátedra. C a p ít u l o XIII

Naturalismo frente a realismo

1. E l a d v e n i m i e n t o d e l r e a li s m o - n a t u r a l i s m o

El teatro moderno nace con el realismo, del que el naturalismo es


su inevitable acentuación. Cualquier puesta en escena actual de Ib-
sen, Chejov u O’Neill permite reconocer referencias a nuestro tiem­
po y a nuestras preocupaciones, como si fuéramos sus contemporá­
neos. Esta apreciación la podemos extender a sus modos de exposi­
ción dramática, formas y técnicas, y a sus exigencias con respecto a
la representación. Sin embargo, entre Ibsen y Buero Vallejo, por
poner un ejemplo de realismo actual, median más de ochenta
años. No se puede decir lo mismo del teatro precedente, drama ro­
mántico y postromántico. A este último hemos de ubicarlo en otro
tiempo, un tiempo pasado que nos concierne bastante menos, por
muchos atractivos que encierre. Llevamos, pues, más de un siglo de
teatro realista, y todavía mantienen su vigencia determinados auto­
res y obras.
Se dice que desde el Romanticismo hasta las primeras manifes­
taciones naturalistas en el teatro europeo se produce un lamentable
bache. En realidad, durante esos años la tendencia más notable es la
que prefigura la nueva estética realista. Ya en plena exaltación ro­
mántica se propugnó la necesidad de una representación más acor­
de con la realidad; tal era el deseo de Taima. En la mayoría de los
casos, eso chocaba con los textos: temas, historias, lenguajes, ele­
mentos descriptivos, etc., no conectaban con lo cotidiano, con la

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realidad del espectador. Es muy significativo al respecto que las pie­ mera constatación de ello es de carácter histórico. En 1857 aparece
zas consideradas intrascendentes o incluso irrepresentables fuesen en Francia la que la crítica considera la máxima novela realista del
precisamente aquéllas que implícitamente reconocían la saciedad siglo, Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Los pasos de la protago­
de la representación romántica. Es el caso de algunos proverbios- nista, el ambiente que la rodea en la pequeña ciudad de provincias
comedias tic Musset, de las piezas tardías de Víctor Hugo agrupadas en que vive, los giros todos de su alma, aparecen descritos de tal
en su Teatro en libertad (1865-1867), de Kleist y de los dramas sobre modo que resulta difícil, en su lectura, no sentirse transportado al
la historia reciente, de Büchner. Pero es muy curioso y significativo marco de la acción, y que, aún hoy, viajeros por la Normandía de
que las mejores obras de estos autores permaneciesen durante mu­ Emma Bovary, parece como si el paisaje hubiera copiado al libro.
cho tiempo sin representar; lo que nos hace entender que cuando Con Madame Bovary, varias veces adaptada al teatro y al cine, se mos­
un dramaturgo se adelanta a la escena de su tiempo, ésta le impon­ traba el arte realista, aquel que consigue hacernos ver la realidad en
drá una larga espera, con riesgo de desfase, del que sólo se salvan las la que vivimos y nos movemos, esa realidad que por pereza o por
grandes obras. Eso sucedió con las representaciones tardías de Lo- rutina no llegamos a advertir y en la que no llegamos a penetrar.
renzaccio de Musset, o de Woityck y La muerte de Danton, ambas de Pero ésa no es la única tendencia del momento. El mismo año
Büchner. de Madame Bovary aparece otro libro que marcará gran parte del arte
Durante los años de transición al realismo-naturalismo, Europa moderno hasta nuestros días: Las flores del mal de Baudelaire. En él
volvió la vista a Francia. A falta de otros modelos, ahí estaba S c r i - se confirma la tendencia postrromántica, se anuncia el simbolismo
be (1791-1861), un maestro en enredos y peripecias, que sabe llevar y se profetiza el surrealismo del siglo xx. Cinco años después, en
las acciones al límite, antes de desenmarañar la madeja. Ese breve 1862, surge el voluminoso relato de Víctor Hugo Los miserables, don­
esquema es el de la piece bienfaite, en expresión personal del autor, de el elemento épico, que se adelanta al socialismo naturalista de fin
que hará fortuna en el teatro realista. Aún en plena época románti­ de siglo, queda enmarcado en una historia melodramática. Estos
ca, Scribe orientó la escena hacia la comedia de costumbres, pero en ejemplos hablan claro de la imbricación de unas tendencias en
realidad, más que a su ingenio romántico, su notoriedad se debe a otras, imbricación que podemos advertir desde la segunda mitad
los constantes estrenos que realizaba, hasta alcanzar las casi cuatro­ del siglo xix hasta nuestros días, con alternados predominios de ta­
cientas obras. les estilos diversos.
A l n o m b re de S crib e h a y q u e a ñ a d ir el d e E m ile A u g ie r (1820- La segunda constatación del fenómeno antes mencionado es de
1889), q u e se in ic ia en la c o m ed ia b urguesa p ara p asa r a la c rític a de carácter estético, y se refiere a la inconstancia de esos propios dra­
la v id a m o d e rn a en E lyerno del señor Poirier (1854), a c tu a liza ció n de maturgos realistas, dentro de este marco estilístico. Flaubert necesi­
E l burgués gentilhombre de M o lie re . P o r su la d o , A l e x a n d r e D umas taba escapar del detallismo realista y dar rienda suelta a su fantasía e
(1824-1895), tras el é x ito de su d ra m a p o s trro m á n tic o La dama de las inconsciente. La mejor prueba de ello la tenemos en la constante
camelias, se d e sv ia rá h acia u n p re rre a lis m o m o ra liz an te : E l hijo natu­ reescritura de La tentación de San Antonio, inmensa obra del teatro de
ral (1858), Las ideas de Mme. Aubray (1867) y Monsieur Alfonso (1874). la imaginación, cuya realización sólo las actuales técnicas cinema­
E n esta b re v e re la c ió n es ju sto m e n c io n a r ig u alm e n te a V ictorien tográficas podrían abordar. O el mismo Zola, que siente la necesi­
S ard o u (1831-1908), qu e c u ltiv ó to d o s los g én eros y ten d en c ias y a dad de descansar, tras su enorme esfuerzo naturalista, para ofrecer
E u g íín e L a b ic h e (1815-1888), c u ya c o m ed ia Un sombrero depaja de historias, como la narrada en Ensueño, en la que la criada Angélique,
Italia (1851) — qu e aú n h o y se sigue re p re se n ta n d o c o n é x i t o - que ha crecido a la sombra de la catedral de provincias, nos muestra
an u n cia el n u e v o vodevil fran c é s, e n e l q u e d estacará m ás tarde sus sueños y fantasías de amor por el Cristo y los santos multicolo­
G e o r g e s F eydhau (1862-1921). res de las vidrieras. Por consiguiente la práctica totalidad de los natu­
Estamos a las puertas del naturalismo, mas con un ir y venir de ralistas evolucionaron hacia el simbolismo, de no impedirlo la muer­
experiencias que caracterizan la inconstancia realista, y afirman la te prematura de algunos, como Chejov. Naturalismo y Simbolismo
dificultad de establecer compartimientos estancos en arte. La pri­ influiíán en la mayoría de las tendencias dramáticas del siglo xx.

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rios entre el antiguo y el nuevo estilo. Actrices como Sarah Bern-
hardt, Gabrielle Réjane y la famosa Rachel pasearon su arte por Eu­
2. ZOLA Y LA TEORÍA DEL ARTE NATURALISTA ropa, justificando el culto a la vedette que denunciaría Stanislavski
viendo en Moscú a la Bernhardt. Los mejores intentos naturalistas
El advenimiento del teatro naturalista ocurre con evidente re­ (los Meininger, Antoine...) borrarán estos individualismos para in­
traso respecto de la novela. Así lo señala Zola, quien lo achaca a que sistir sobre la representación como un acto colectivo.
el teatro representa «el último bastión del convencionalismo», lo A distancia de estos hechos, es fácil advertir hoy día los aciertos
que no encajaba en el científico siglo xix. Si el xvn fue el siglo del y desaciertos de Zola. Entre los primeros está el haber roto las ba­
teatro, vino a decir Zola, el xix había de ser el de la novela; y aun­ rreras moralistas del público burgués, poniendo en entredicho la
que así lo crea, y aposteriori la historia lo confirme, el autor no arrojó moral burguesa y sus comportamientos sociales. También Zola
la toalla del teatro, antes bien propugnó la necesidad y posibilidad abrió el mundo teatral a la objetividad poco menos que rechazada
de una escena adecuada al nuevo estilo: «El teatro será naturalista o por la tradición escénica. Entre los desaciertos está, sin duda, el
no será.» querer suprimir radicalmente las convenciones del género dramáti­
En 1881, Zola resumiría todas estas ideas, que de tiempo atrás co, sus denegaciones. Está claro que, por mucho que se intente el natu­
le venían preocupando, en un texto cuyo enunciado, E l naturalismo ralismo escénico, la realidad exterior no cabe en el escenario, los per­
en el teatro, no podía ser más explícito. Fiel a la idea ya aplicada a la sonajes han de ser re-presentados o figurados, y el propio lenguaje es ya
novela de que el medio determina el comportamiento, Zola se de­ de por sí una pura convención. Todo el teatro naturalista no tarda­
tiene en los elemetntos que, en el teatro, representan ese medio: el ría mucho en dejar de ser un equivalente de la realidad, para con­
decorado, el vestuario y los accesorios. Razonará que nuestra época vertirse en otra serie de convenciones. El error de Zola estaba en
no puede ya aceptar el escenario vacío de Shakespeare, ni los espa­ querer aplicar a la escena las recetas de la novela, estableciendo un
i
cios convencionales y neutros de los clásicos franceses. Se pregunta sistema de imposibles transferencias de un género a otro. Es imposible
cómo puede ser creíble una representación, dar eco de la vida coti­ pretender que el decorado o la caracterización de los personajes su­
diana, si el medio en el que se mueven los personajes es convencio­ plan las extensas descripciones y digresiones de la novela naturalis­
nal, falso, de objetos pintados, con actores y actrices que salían a es­ ta, tal y como quería Zola. Las muestras de teatro naturalista adap­
cena maquillados y vestidos siempre de gala. tadas de relatos, en especial de las propias obras de Zola — a excep­
Pero había que hacer mayores cambios aún para acertar con la ción de La taberna— , no fueron del gusto de la crítica ni del público
representación objetiva. Había que desterrar los tonos declamato­ de París. Ni lo fueron los estrenos de Los cuervos (1882) o de La pari­
rios, grandilocuentes, en la dicción de los intérpretes. Había que sina (1883), ambas de Henri Becque, considerado como el más des­
cambiar los gestos si se quería desmentir a los críticos que, ironizan­ tacado naturalista francés según la fórmula de Zola. Porque, ade­
do sobre los intentos naturalistas, hablaban de «sus actores falsos en más, este teatro no representaba la realidad cotidiana a fin de susci­
medio de decorados verdaderos». Algunos dramaturgos también tar el interés del público, sino sólo aquellos casos más sobresalientes
solicitaban esta naturalidad en escena. Valga como ejemplo esta y disparatados de la misma. Teresa Ranquín, de Zola, que en 1873 no
acotación de Sardou: «Los actores se sientan en torno a una mesa si­ pasó de las nueve representaciones, cuenta cómo Teresa y su aman­
tuada en el centro y hablan con toda naturalidad, mirándose unos a te dan muerte al marido de aquélla. Teresa acabará suicidándose
otros como ocurre en la realidad.» Pese a estos deseos, a los come­ ante la mirada de la madre del esposo, muda y paralítica.
diantes les era difícil suprimir sus modos de actuar; dejar de respon­ La teoría iba por delante de la práctica. El teatro de París no
der a los aplausos repitiendo, como en la ópera, sus parlamentos daba con la fórmula de la representación naturalista. Pronto lo con­
más celebrados; en definitiva, ceder a los caprichos del público, seguirá Antoine. En Alemania, mientras tanto, una ejemplar com­
otro factor de difícil cambio. pañía lo estaba logrando: los Meininger.
Ciertamente hubo en esta época actores de talento, intermedia­

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Bocetos de decoración de los Meininger, ambos para Ju lio César, Dos escenas deJu lio O sar, de Shakespeare, la de arriba debida a la realización de los
de Shakespeare, 1869. Meininger (1874), y la de abajo, de Antoine.
fundaba el Deutscher Theater, que será el primer teatro alemán. En
esas giras por Alemania los Meininger se vieron favorecidos por la
3. Los M e in in g e r infraestructura teatral existente, que ellos supieron estimular. Es
significativo que, a partir de 1870, empezaran a florecer teatros pri­
Ocurrió esto cerca de Weimar, en donde Goethe había puesto vados junto a los viejos teatros de corte. Pero sorprende aún más el
las bases de la futura afición al teatro lírico y dramático alemán. En ritmo con que este fenómeno se propaga, pues en quince años el
Meiningen, el propio duque Jorge II se hizo cargo de la dirección de número de salas pasa de doscientas a seiscientas.
los actores en su Teatro de Corte. Este duque era consciente de la En sus giras, los Meininger llegaron a los países escandinavos y
decadencia de la escena alemana en décadas precedentes, lo que Rusia. Por su lado, Ibsen ya había entablado contacto con ellos en
achacaba a la influencia de la preocupación de las cortes alemanas Alemania, donde acudió para estudiar su arte.
por los problemas económicos y políticos que habrían de desembo­
car en la creación del Imperio de Bismarck, en 1871. El duque de
Sax-Meiningen advirtió que las programaciones del teatro en Ale­ 4. E l TEATRO NÓRDICO
mania estabán calcadas de las del bulevar parisino — operetas, pie­
zas sentimentales...— , imponiéndose la fantasía sobre los tan repe­
tidos deseos de autenticidad escénica. La escasa tradición del teatro escandinavo se había contentado
El entusiasmo del duque no tenía límites. Entrenaba a los acto­ en el siglo xix con las comedias de estudiantes y la aclimatación del
res, los dirigía con férrea disciplina, tanto a los protagonistas como vodevil francés, que florece a partir de 1830 en Copenhague y Esto-
a las comparsas, que habían de actuar como elemento ambientador colmo. En esa dramaturgia, el teatro de vodevil constituye el pri­
y realista. Su manejo de las masas fue siempre muy ensalzado. Pero, mer escaño de la ascensión realista. A mitad del siglo xix, se crean
además, prodigaba todos los detalles del decorado, para el que pre- dos grandes teatros: la Escena Nacional de Bergen y el Teatro de
féría la habitación cerrada, incluso por el techo. Amante de la his­ Christiana, luego Teatro Nacional de Oslo. La animación de este
toria y de la pintura, disciplinas que había estudiado en la Escuela último fue confiada primero a Henrik Ibsen, y, posteriormente, a
de Munich, él mismo diseñaba los decorados, buscaba originales Bjórnstjerne Bjórnson.
perspectivas y dibujaba el vestuario, indicando siempre los colores Para su propia instrucción, Ibsen recorrió Europa. A partir de
más apropiados. Se dice que los tonos marrones rojizos eran los pre­ 1864 vivió casi permanentemente fuera de Noruega. En la escritura
feridos, pues sobre ellos sobresalían vivos colores para el vestuario. dramática se inició con obras de inspiración romántica, y comedias
Este naturalismo no era el de Zola, sino más bien el que perseguía la al modo de Scribe. Por su lado, Bjórnson admiró particularmente al
fidelidad histórica y la verdad absoluta en ella. Las armas, por ejem­ Musset de las comedias y proverbios.
plo, tenían que ser auténticas. De ahí que su repertorio tuviese En la obra de H e n r ik I bsen (1828-1906), la crítica suele hacer
como norma la calidad de las obras. En este sentido, superó el deba­ varios apartados. Dejando a un lado sus primeras comedias, tene­
te de las reglas, sin hacer distinción ni de tono ni de nacionalidad ni mos un primer bloque de dramas poéticos nacionales, como Brand
de escuela. Representó a Shakespeare, a Moliere y a Schiller, y se in­ (1866), ataque metafórico a la falta de solidaridad panescandinava
teresó igualmente por autores alemanes no estrenados, como ante la violación prusiana a Dinamarca en la persona del sacerdote
Kleist, y jóvenes dramaturgos nórdicos, como Bjórnson e Ibsen. De Brand, que, por mantener sus principios, sacrifica a su mujer y a su
éste hizo el estreno absoluto de Espectros. hijo; Peer Gynt (1868) es un personaje radicalmente distinto del an­
Entre 1 8 7 4 y 1 8 9 0 , los Meininger dieron más de tres mil repre­ terior, caricatura del genio noruego. La segunda etapa la compone
sentaciones en gira por Europa. Su campo preferido, no obstante,' su época realista, con Casa de muñecas (1879), Espectros (1881), Un ene­
era la propia Alemania, y principalmente Berlín, considerada ya migo delpueblo (1882) y Elpato salvaje (1884), entre las más conocidas.
como nueva capital del imperio germano, en donde, en 1 8 8 3 , se Finalmente, se encuentra su etapa simbolista, en la que sobresalen
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La dama del mar (1888), Hedda Gabler (1890) y Solness el arquitec­ Nora es la esposa gentil del abogado Helmer. Para salvar a su
to (1892). m arido de una grave enferm edad, Nora contrae una gran deuda
Entre los problemas sociales que más le preocupan durante su con un acreedor, viéndose obligada a falsificar su firm a para
segunda época, adquiere gran relieve el de la liberación de la mujer, m antener este hecho en secreto. La buena de Nora v a pagando
poco a poco dicha deuda sin que el m arido sepa nada de ello.
tema que le proporciona excelentes desarrollos dramáticos. Se dice
Pero un buen día todo se descubrirá: Helmer quiere despedir del
que había en ello razones muy profundas, incluso biográficas, y que banco, en el que es director, a un empleado, que resulta ser el
el dramaturgo se identifica frecuentemente con sus protagonistas acreedor de Nora. Este la amenaza con el chantaje. Para los espo­
femeninas. Para Freud, Ibsen era el escritor más interesante de su sos ha llegado la hora de la verdad, la hora de actuar ante la v e r­
tiempo. Pero no conviene limitar el alcance crítico a este sólo dad, característica del drama ibseniano. Helmer aparece ahora
problema. Aplicando las mismas intencionalidades a Ibsen y a frente a Nora com o un ser mezquino, al que sólo le interesa su
Bjornson, Maurice Gravier escribirá: reputación. A N ora el mundo se le derrum ba y todo le parece sin
sentido. De pronto, descubre que aún le queda un asidero para
Conservando siempre el sentido del arte y de la medida, Ib- evitar su desesperación: su libertad. Desoyendo las súplicas del
sen y Bjórnson evitan norm alm ente proponernos soluciones de­ marido, Nora abandona la casa dando un portazo, que algún co­
masiado concretas. Pero despiertan las conciencias, hacen salir mentarista ha conceptuado com o el más valiente y consecuente
de su letargo las mentes propensas a satisfacerse fácilmente con de toda la historia del teatro.
las situaciones adquiridas. Ibsen y Bjornson v iven en una socie­
dad petrificada, tiranizada y entristecida por el espíritu pietista.
A Ibsen le preocupaba sobremanera la composición dramática.
Un vicio quieren denunciar antes que cualquier otro: la hipocre­
Muy superior en ese terreno a los franceses, sus obras sí son modelo
sía. « V ivir según la verdad», ése es el ideal que Bjórnson propone
a los espectadores de sus dramas, mientras que Ibsen les pide que
de la llamada piece bien faite. Sabe administrar el pathos dramático,
sigan «la exigencia ideal», que descubran su vocación y disipen, mantener los enfrentamientos en su cumbre, emplear el lenguaje y
si es preciso, la «m entira vital». Mas decir la verdad a un pueblo las fórmulas psicológicas adecuadas. Ese es el secreto de su pervi-
que se mantiene simple y zafio no es ciertam ente nada fácil. vencia.
Durante su tercer periodo se interesa menos por lo social, cui­
Cualquiera de las obras de Ibsen, y no sólo las de este periodo, dando más la simbología de la obra y su conformación poética.
muestra la enorme dosis de autenticidad y de valor para desafiar a Otro nombre estelar del teatro nórdico es el del sueco A u g u s t
los sectores denunciados. Un enemigo delpueblo puede ser propuesta S t r i n d b e r g (1849-1912). Dejando aparte sus inicios, en los que se
como el paradigma de tales denuncias. Por su lado, los estrenos de opone al drama romántico y a la comedia burguesa importada de
Ibsen se encargaron de demostrarlo. Como anécdota podemos citar Francia, hemos de reseñar sus dramas naturalistas: E lpadre (1886),
el enfrentamiento que hubo en Francia entre dos grandes políticos, SeñoritaJulia (1888) y Acreedores (1888). En ellas ahonda en los deta­
Clemenceau yjean Jaurés, con motivo del estreno de esa obra. Aun­ lles del relato, de modo incluso obsesivo, y en la huella que deja en
que tuvo mayor eco, en Noruega y en toda Europa, la polémica sus­ el alma de los personajes, a veces con insistencia masoquista. Esta­
citada por Casa de muñecas. Hace más de un siglo, el dramaturgo se ríamos ante una escritura que, partiendo de la observación minu­
convirtió en abanderado del movimiento feminista. La obra propo­ ciosa de la realidad, y de su propia biografía, se nos presenta como
ne la dialéctica de estar a favor o en contra de Nora, la protagonista. el drama de ias obsesiones del yo frente a la realidad.
Cuando el tema salía a debate, era difícil contener los nervios. Sé I ¡ V i Pero Strindberg escapa del naturalismo para convertirse en pre-
dice que en invitaciones y tarjetas de visita se rogaba abstenerse de |cursor del expresionismo. A la salida de una grave crisis psíquica y
hablar de Nora.
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nora/,que dejó reflejada en sus relatos Infierno y Combate con e lauge/,
dramaturgo escribió una extensa obra, Camino de Damasco (1898-
'i)í,en: ¡a que ¡as alucinaciones crean un mundo interior en e¡

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cual simbolismo y expresionismo se han aunado en diversas oS , utv xsaxxo dotvdt todo Imes*. Nt’td'ídfcxo, V m y t t A cotcvo «ne tran-
nes para escenificarlo. Aún se podría decir más sobre su siguie jfüt de vie (una. tiyada de. vida), espte&vbtv <\ue. deívtve. eXocuentemetite.
obra, E l sueño (1902), que cabe conceptuar de precursora del teatr su idea de la puesta en escena naturalista. Antoine Yvabía estudiado
surrealista, pues el inconsciente liberado se adueña de la escena, im­ la teoría naturalista con Taine, y conocía los escritos de Zola. Fue
poniendo sus esquemas incoherentes. Esta obra puede ser conside­ comparsa en la Comedie Fran^aise y asistió al curso de declamación
rada justamente como una de las grandes concepciones del teatro de Lainé. Vivía como empleado de la Compañía de Gas, formando
moderno. Artaud y los surrealistas de entreguerras pensaron en ella el grupo galo junto a otros jóvenes aficionados con la decisión de re­
como ejemplo ilustrador de sus propias concepciones dramáticas. novar el teatro. El 30 de marzo de 1887, noche memorable para el
La aportación de Strindberg a la escena fue más allá. A raíz de arte escénico, Antoine inauguró su Théátre Libre (Teatro Libre) en la
su decepción por la ciencia, en la que tanto había confiado — e in­ humilde sala del Elíseo de Montmartre con capacidad para unas
cluso por la alquimia, pues había intentado fabricar oro— , se con­ trescientas cincuenta personas. Se representaron cuatro obras bre­
vierte a una fe a caballo entre el budismo y el cristianismo. Ello ex­ ves, una de ellasJacques Damour, de Zola, adaptada por Léon Henni-
plica su concepción simbolista, la nueva estructura compositiva en que. La visita a Bruselas, para ver actuar a los Meininger, le confir­
la que incluye himnos en latín y desarrollos litúrgicos en títulos mó en sus ideas dramáticas. De lo que fue su labor de dirección en
como Adviento o Pascua.■ los años que siguen nos da cuenta otro director importante, Gastón
En 1902 fundó en Estocolmo el Intim Teatern. El término ínti­ Baty:
mo puede aplicarse tanto a las modestas dimensiones del local, como
a la temática de las obras a las que se destina, o a su modo de repre­ A ntoine puso al desnudo todos los artificios de las fórmulas
antiguas, arrojó fuera las complicaciones, los trucos, los golpes
sentación. En ésta se procedió a la simplificación de los elementos
efectistas, la ampulosidad, los largos parlam entos, la verborrea
decorativos para estimular en todo momento la imaginación del es­
de la pieza de intriga, mostrando la vanidad de las maquinarias
pectador; se preocupó de la creación de climas psicológicos, parti­ complicadas y las exhibiciones sensacionalistas. La obra recons­
cularmente con juegos de iluminación que proyectaban las sombras tructiva de A ntoin e creó el gusto por la acción simple, rápida,
de los personajes. Para algunos, esta experiencia del Intim Teatern concisa y visual, tanto en los gestos como en las actitudes y en las
podría ser considerada como la cuna del expresionismo. Allí repre­ palabras, buscando sus motivaciones en los caracteres y no en los
sentó sus piezas íntimas o, como él prefería llamarlas, piezas de cáma­ enredos de la situación, interpretando las obras sin muletillas,
ra, imitando la expresión musical: Tempestad, La casa quemada, E lpeli­ con naturalidad y en medio de un marco expresivo.
cano y La sonata de los espectros.
Cabe decir que todo en la obra de Strindberg fue íntimo, en el Como puntos fuertes habría que subrayar dentro de su labor de
sentido de que toda la realidad fue modelada en su interior, en su coherencia, acorde con el realismo impuesto a los medios visuales,
propia atormentada biografía. En él están presentes casi todos los la representación antiteatral, es decir, la técnica de actuar como si
desarrollos dramáticos vanguardistas del siglo xx. i no se estuviese en un teatro, como si entre los actores y el público
5 T,¡ US' ' existiera realmente una cuarta pared, y uno se encontrase sólo con los
otros personajes, en una situación real de la vida; de ahí que impor­
5. E l t e a t r o l i b r e d e A n t o i n e n te poco, contrariamente a las prescripciones del cuadro plástico,
S hablar de espaldas, o desde fuera del escenario visible. Insistió en la
Como hemos indicado al hablar de Zola, las piezas francesas re­ labor de conjunto de la compañía, que nunca debía conformarse
presentadas en París, adaptadas directa o indirectamente de la no­ con ser una banda de comparsas en torno al primer actor o vedette
vela, no convencieron. Pero las ideas de Zola tampoco cayeron en de turno. Por estas razones, buscó y estimuló la escritura de obras
terreno baldío. Un aficionado al teatro, A n d ré A n to in e (1858- nuevas. Se dice que estrenó más de ciento veinte, de cincuenta y un
1943), por quien pocos habrían apostado en un principio, quiso autores, de los cuales cuarenta y dos eran menores de cuarenta años,

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la mayoría cu un acto y <le* fácil representación. Pero no olvidó por
ello los grandes nombres extranjeros, como Tolstoi, Hauptmann o
Ibsen. 6. L a « F reie B üh n e » y la c o n so lid a c ió n
Por otro lado, cuidó de su público al abaratar las entradas, y se d e l te atro a l e m á n
interesó por el confort de la sala. Concentró la luz en el escenario,
dejando a los espectadores en la oscuridad. Siguiendo a Zola, en es­ En 1889, el movimiento naturalista alemán funda Escena L i­
cena dio mayor importancia al ámbito de la acción sobre la acción bre (Freie Bühne), dirigida por Otto Brahn. Brahn reclama para ella
misma, «porque es el medio el que determina los movimientos de la misma verdad que Antoine proclama en su Teatro Libre. Pero
los personajes, y no los movimientos de los personajes los que deter­ Brahn no quiso experimentar con actores aficionados y, desde el
minan el medio». De ahí que propugnara la solidez de los elementos principio, reclutó actores profesionales. En lo que al repertorio se
escénicos: prefirió los objetos y muebles auténticos, rechazó los bas­ refiere supo tomar buena nota de los Meininger y de los naturalistas
tidores de tela que imitan la madera, imponiendo que las paredes y franceses. Inició sus representaciones con Ibsen (Espectros), al que se
ventanas fuesen realmente practicables y no meramente decorati­ unirán los nombres de Tolstoi, Zola, Becque y Strindberg. Pero
vas. Este rechazo de las convenciones escenográficas le acarreó las supo también apostar por los dramaturgos alemanes del momento.
más duras críticas, y algunos llegaron a caricaturizar sus excesos: se Dos nombres quedarán para la historia del teatro unidos al suyo:
han citado con harta frecuencia los pedazos de carne auténtica col­ G e r h a r t H a u p tm a n n (1862-1946), revelado por la Freie Bühne, y
gados en la escenificación de la obra Los carniceros, y el desagradable I"r a n k W e d e k i n d ( 1864-1918), al que conoce en el Deutscher Thea-
olor que generó a los pocos días; o las gallinas vivas picoteando por ter, en 1912.
el escenario de La tierra. Pero sería injusto quedarse en estos ejem­ El segundo estreno de la Freie Bühne fue precisamente una
plos e ignorar lo mucho que Antoine significaba en su momento obra de Hauptmann, Antes del amanecer. En la línea de Zola, el natu­
para la evolución del arte teatral, tanto para los que en la fidelidad ralismo de Hauptmann está también imbuido de un manifiesto so­
reformaron sus ideas, como para los que, desde la oposición a las cialismo. Este queda especialmente de relieve en otro conocido tex­
mismas, abrieron vías antinaturalistas a la representación escénica. to, Los tejedores, igualmente estrenado en la Freie Bühne por Otto
En el mismo París, esta oposición, tan beneficiosa para la escena, Brahn. Cuando éste pasó al Deutscher Theater siguió rodeándose
fue encabezada por el citado Paul Fort y su Teatro del Arte. En los de los mejores actores. Entre ellos se encontraba Max Reinhart, que
epígrafes finales del presente capítulo entraremos más a fondo en le sucederá en la dirección de dicho teatro. Reinhart se convirtió en
esta cuestión. una de las más interesantes figuras de la dirección escénica de nues­
En 1906 Antoine pasó a la dirección del Odeón, en la que se man­ tro siglo, dentro de una tendencia abiertamente antinaturalista.
tuvo hasta 1914. Después abandonó la dirección teatral para dedi­ Como muchos otros naturalistas, Hauptmann evolucionó hacia
carse al cine, medio que juzgó verdaderamente expresivo para mos­ el drama poético y simbolista. Lo mismo le ocurría a Wedekind,
trar la realidad. Como actor y director impuso también su estilo na­ que de actor pasó a consagrarse a la escritura dramática. Su natura­
turalista a montajes de textos de Zola, Hugo y Dumas. Con Antoi­ lismo se vio pronto teñido de una extraña y amarga simbología, que
ne, tanto en teatro como en cine, se estaba diseñando netamente la exigía puestas en escena cuyo atrevimiento chocaba muchas veces
moderna figura del director de escena. con la sensibilidad del público de su época: ambientes marginales y
depravados, personajes asocíales, prostitutas, criminales, lesbianas; .
todo ello con los lenguajes propios de tales personajes y ambientes.
Lo cual 1c hará engrosar pronto las listas de los repertorios expre­
sionistas. A Wedekind debe el teatro ese tipo turbio, sincero, mor­
bosamente atractivo, llamado Lulú, que encontramos en dos de sus
mejores creaciones: Gnomo (1895) y La caja de Pandora (1902).

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