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“¿Puede una teoría consecuencialista ser relativa al agente?

” (Selección traducida)
Douglas W. Portmore

I. Introducción
Una teoría es neutral al agente, si otorga a cada agente exactamente el mismo
conjunto de objetivos; en cualquier otro caso, se tratará de una teoría relativa al agente. Así, el
utilitarismo es neutral al agente, dado que da a cada agente el mismo fin único: la
maximización del agregado de bienestar1. El kantianismo, por otro lado, es relativo al agente,
en tanto da distintos fines a distintos agentes. Por ejemplo, me da a mí el objetivo de no
romper mis promesas, pero, a ti, te da el de no romper tus promesas. Desde luego, ambos
estamos ligados al mismo imperativo categórico2: “nunca romper las promesas de uno
mismo”. Pero este imperativo genera diferentes fines para distintos agentes, porque contiene
el indexical3 “de uno mismo”, el cual refiere a mis promesas cuando se dirige a mí y, a las
tuyas, cuando se dirige a ti.
Esta distinción entre teorías relativas o neutrales al agente es reconocida como una de
las más importantes en la ética normativa, dado que solo una teoría relativa al agente puede
dar cabida las características básicas de la moralidad del sentido común: opciones,
restricciones y obligaciones especiales. Considérese, por ejemplo, que una teoría tendría que
ser relativa al agente para adoptar una restricción contra matar intencionalmente a un
inocente (es decir, asesinar), ya que una limitación así prohíbe que se cometa un asesinato,
incluso si eso previene que muchos otros cometan asesinatos comparables. Lo mejor que una
teoría neutral al agente puede hacer es dar a todos el objetivo de minimizar los asesinatos, lo
cual, en contra de la naturaleza más propia de una restricción, permite que se comentan un
asesinato para minimizar la cantidad total de estos.
Entonces, dada la importancia de la relatividad respecto al agente para dar cabida a
nuestras intuiciones morales del sentido común, es importante preguntar si el
consecuencialismo puede ser relativo al agente o no. Si no puede serlo, entonces no hay
esperanza para reconciliar el consecuencialismo con nuestras intuiciones morales del sentido
común. Así que parece que la única esperanza para tener éxito en estas líneas está en la
posibilidad de combinar el consecuencialismo con una teoría del valor relativa al agente 4. Si
una unión así es posible, entonces quizás el consecuencialismo puede dar cabida a la mayoría,
si no todas, nuestras intuiciones morales del sentido común.
Considérese la teoría obtenida a través de la aplicación del principio consecuencialista
“actúa siempre de modo que maximices el valor” a una teoría del valor donde las siguientes

1
Nota del traductor (NT): El autor considera que el utilitarismo, en realidad, no supone una teoría
hedonista del valor, sino una tesis del valor concentrada en la noción de bienestar de todos los
individuos.
2
NT: Este concepto proviene de la teoría kantianista y se puede resumir como una regla moral ante la
cual los agentes morales, en tanto entes racionales, tienen un deber que reconocen como una
obligación. Este concepto da lugar a las teorías deontológicas que estudiaremos en la última unidad del
curso.
3
NT: En lingüística, un indexical es una partícula, palabra o frase dentro de una oración que refiere a una
entidad en el mundo. Por ejemplo, en la oración “Él subió la escalera del avión.” el artículo “él” es un
indexcal, ya que señala a un ser humano que, en el contexto de la afirmación, sube la escalera del avión.
4
Nota del autor (NA): Una teoría del valor relativa al agente es una en la que el valor de un estado de
cosas puede variar de un individuo a otro, no solo en términos de si este es o no valioso, sino también
con respecto al grado en que es valioso.

1
dos afirmaciones son verdaderas: (1) el valor de un estado de cosas en el que un asesinato ha
sido cometido es relativo al agente, de modo que varía dependiendo si el evaluador es el
asesino, y (2) el desvalor de un agente cometiendo asesinato él mismo es, desde su posición
(de agente), más grande que el desvalor de numerosos otros agentes cometiendo asesinatos
similares. Según este punto de vista, sería incorrecto cometer asesinato, incluso si se hace para
minimizar la cantidad total de asesinatos, y sería incorrecto en términos consecuencialistas: el
estado de cosas en el que el agente comete asesinato es, desde su posición, peor que aquel en
el que numerosos otros comenten asesinatos comparables.
Por supuesto, muchos filósofos niegan que una teoría consecuencialista pueda ser
relativa al agente. Este artículo examinará algunas de las razones por las que los filósofos
llegan a esta conclusión y concluye que todas ellas resultan inadecuadas. El problema se
resuelve determinando qué es lo que se considera distintivo del consecuencialismo. Lo
distintivo no está, como suele pensarse, en la visión particular de lo que es correcto e
incorrecto. Esto queda claro, tal como lo demostrará este artículo, porque consecuencialistas y
no consecuencialistas pueden acordar que los agentes deberían siempre actuar de modo que
promuevan valor. Lo que es distintivo del consecuencialismo es su aceptación del principio
“actúa siempre de modo que promuevas valor” como un principio moral fundamental, es
decir, un principio que no se deriva de ningún otro principio moral sustantivo. Y este artículo
demostrará cómo esta característica distintiva del consecuencialismo puede combinarse con
una teoría del valor relativa al agente para dar lugar a una prometedora teoría alternativa
tanto a la deontología como al consecuencialismo.

II. Violaciones minimizadoras y la distinción consecuencialismo/ no consecuencialismo


Permítasenos llamar violación minimizadora a la violación de un derecho que previene
a numerosos otros (es decir, dos o más) cometer violaciones comparables de derechos. En la
sección previa, se puso en evidencia que el consecuencialismo puede dar cabida a la intuición
de que no es permisible cometer violaciones minimizadoras siempre que adopte una teoría del
valor relativa al agente que le sea adecuada. Sin embargo, para hacerlo, requiere que el
consecuencialista incluya, como una de las consecuencias de cometer una violación
minimizadora, el que el agente cometió una violación de un derecho. Solo entonces, el
consecuencialista puede afirmar que las consecuencias de cometer una violación minimizadora
son peores que las que trae no cometerla. Por lo tanto, el consecuencialismo debe adoptar
una concepción más bien amplia de lo que son las consecuencias de un acto, de modo que
incluya la misma realización del acto como una de sus consecuencias. De cualquier modo,
algunos filósofos niegan que el acto mismo sea una parte constitutiva del estado de cosas que
él mismo produce. Pero esto parece ser un error que resulta de una asociación demasiado
cercana que establecen los filósofos en sus mentes entre el consecuencialismo y el
utilitarismo. Esta asociación ha llevado a varios filósofos a confundir las características del
utilitarismo con características del consecuencialismo. […] Muchos filósofos han sido
erróneamente conducidos a pensar que el consecuencialismo solo se preocupa por el valor de
los resultados y no el de las acciones que los producen, dado que el utilitarismo sostiene que
los actos por sí mismos (independientemente de sus resultados) no pueden ser ni buenos ni
malos. Pero el utilitarismo considera las acciones por sí mismas como evaluativamente
neutrales, no porque suponga la teoría consecuencialista, sino porque supone la teoría del
bienestar. Dada esta última, todo lo que importa intrínsecamente es el bienestar de los

2
individuos. Como resultado, nada además del bienestar importa intrínsecamente, de modo
que se excluye la relevancia evaluativa de los actos por sí mismos, vistos independientemente
de sus efectos en el bienestar de los individuos.
Así que parece un error obligar al consecuencialista a defender una interpretación
arbitrariamente estrecha de las consecuencias de un acto. Además, incluso algunos de los
críticos acérrimos del consecuencialismo aceptan que el consecuencialismo tiene derecho a
defender una interpretación bastante amplia de las consecuencias de un acto. Por ejemplo,
considérese lo que tiene que decir Bernard Williams sobre le consecuencialismo en su famoso
ensayo “Una crítica del utilitarismo”:
De manera standard, la acción será correcta en virtud de sus propiedades causales, de conducir
en forma máxima a estados de cosas buenos. A veces, sin embargo, la relación de la acción con
los estados de cosas buenos puede no ser la de la causa al efecto – los estados de cosas buenos
pueden estar total o parcialmente constituidos por la acción misma del agente. (1981: 97)

Además de la definición demasiado estrecha de las consecuencias de un acto, la razón


más común para negar al consecuencialismo la posibilidad de dar cabida a la prohibición de
violaciones minimizadoras es la alegada coincidencia entre la “neutralidad relativa al agente” y
el “consecuencialismo”. […]
Los consecuencialistas están constreñidos de una manera en que los no
consecuencialistas no los están. Un consecuencialista puede prohibir solamente aquellos actos
que dan como resultado un estado de cosas menor al óptimo. Así, el consecuencialista puede
aceptar, por ejemplo, una restricción absoluta a la ruptura de promesas, solo si adopta una
teoría del valor acorde con la cual romper una promesa siempre da como resultado un peor
estado de cosas que el que resulta de no romperla. Una teoría del valor como esta tendría que
incluir las siguientes cuatro afirmaciones:
(1) El valor de una promesa cumplida es léxicamente anterior a todos los demás
valores5.
(2) El desvalor de una promesa rota es relativo al agente, de modo que el grado del
desvalor varía dependiendo de si el evaluador es o no quien rompe la promesa6.
(3) El desvalor relativo al agente que supone romper una promesa es, desde la
perspectiva del agente, mayor que el desvalor que supone el que cualquier
cantidad de otros agentes rompan sus promesas7.
(4) El desvalor relativo al agente que supone romper una promesa es “relativo al
momento”, de modo que el desvalor de romper una promesa ahora es, desde la
posición actual del agente, mayor que el desvalor que supone el que él mismo
rompa cualquier número de promesas en el futuro8.

5
NT: En otras palabras, el valor de mantener una promesa no puede definirse en términos de otro valor,
como, por ejemplo, el que esto le genere un sentimiento de satisacción a quien mantiene sus promesas.
6
NT: Así, por ejemplo, ante los ojos de quien rompe la promesa para evitar que más personas rompan
las suyas, este hecho contendrá más desvalor que ante los ojos de quien meramente observe los
eventos desde una posición externa a los hechos.
7
NT: Continuando con el ejemplo anterior, el agente que puede romper una promesa para así evitar que
otros rompan las suyas percibe, desde su posición, mayor desvalor en romper su promesa que en el que
otros rompan las suyas.
8
NT: Esto permite responder a una objeción simple, aunque aparentemente grave: ¿por qué no romper
una promesa nuestra ahora para evitar que las promesas de otros se rompan, si en el futuro, muy
probablemente, tendremos que volver a hacerlo por razones incluso menos importantes? Así, puede

3
Esto no significa que esta teoría del valor sea plausible. El punto es solo que, si una
teoría del valor así fuese correcta, entonces el consecuencialismo incluiría una restricción
absoluta contra la ruptura de promesas. Nótese, entonces, en qué difieren el
consecuencialismo del no consecuencialismo. El consecuencialista puede aceptar una
restricción tal como la mencionada solo si también acepta las afirmaciones (1), (2), (3) y (4).
Mientras que el no consecuencialista no está constreñido de esta forma. Así, este puede
aceptar una restricción absoluta contra la ruptura de promesas sin tener que aceptar las
cuatro afirmaciones. A diferencia del consecuencialista, el no consecuencialista puede aceptar
que, algunas veces, es incorrecto ocasionar el mejor estado posible de cosas. […]
El resultado de todo esto es que no podemos distinguir entre varias teorías normativas
en términos de qué acciones asumen como correctas o incorrectas. En lugar de esto, debemos
distinguir entre varias teorías normativas en términos de qué principios asumen como
fundamentales. Y, por tanto, lo que distingue al consecuencialista del no consecuencialista es
la aceptación del principio “actúa siempre de manera que promuevas el valor” como principio
moral fundamental. Así, el consecuencialista es quien acepta el principio “actúa siempre de
manera que promuevas el valor” como principio moral fundamental. Y el no consecuencialista
es quien o bien rechaza este principio o bien lo acepta en tanto derivado de algún otro
principio moral más fundamental.

IV. Relatividad al agente y consecuencialismo


Una razón para pensar que los consecuencialistas deberían ceñirse a una teoría del
valor puramente neutral al agente tiene que ver con una cierta concepción de lo que es el
valor intrínseco. El consecuencialismo usualmente se define como el paradigma que considera
como acción correcta aquella que maximiza (o, al menos, promueve) bienes intrínsecos. Pero
afirmar que algo es intrínsecamente bueno significa decir que la fuente de su bondad está
solamente en su naturaleza intrínseca y no en sus relaciones o circunstancias. Moore lo
plantea en estos términos: “Afirmar que un tipo de valor es “intrínseco” significa meramente
que la pregunta respecto a si una cosa lo posee y en qué medida lo hace depende
exclusivamente en la naturaleza de la cosa en cuestión” ([Principia Ethica] 1993: 286).
El valor relativo al agente, por tanto, debe ser un tipo extrínseco de valor, dado que su
valor depende de la relación del evaluador con el estado de cosas que está evaluando. De
manera que, si es consecuencialismo debe definirse en términos de bienes intrínsecos,
entonces la neutralidad respecto al agente es definitoria del consecuencialismo. Entonces,
parecería ser que tenemos una razón no arbitraria para restringir el consecuencialismo a una
teoría del valor puramente neutral al agente. Sin embargo, esto parte de una equivocación. El
consecuencialismo ha sido definido en términos de bienes intrínsecos solo como resultado de
una fusión entre lo que son de hecho dos categorizaciones independientes dentro de lo que se
considera bueno.
Una es la distinción entre cosas valoradas por su propio mérito y cosas valoradas por mérito de
algo más – entre fines y medios, o bienes finales e instrumentales. La otra es la distinción entre
cosas que tienen su valor en ellos mismas y cosas cuyo valor deriva de alguna otra fuente: cosas
intrínsecamente valiosas versus cosas extrínsecamente valiosas. ([“Dos distinciones en la
bondad”] 1983: 70)

entenderse esta afirmación como una tesis del valor relativa al tiempo.

4
Cuando estas dos distinciones se mantienen separadas, se hace claro que el
consecuencialismo debería definirse en términos de bienes finales, no intrínsecos. Dado que, si
fuésemos a definir al consecuencialismo en términos de bienes intrínsecos, excluiríamos de la
consideración del consecuencialismo una clase completa de bienes, a saber, los bienes
extrínsecos. Pero, a pesar de que al consecuencialismo siempre le importa determinar si algo
es o no bueno, cuál sea la fuente de esa bondad – ya sea que de una fuente intrínseca o no – le
es irrelevante. En cambio, si definimos al consecuencialismo en términos de bienes finales, no
excluimos ninguna clase de bienes de su consideración. Los bienes instrumentales se
considerarán en la medida total de su valor, ya que los bienes instrumentales son valiosos solo
en la medida en que son medios para algún bien final. Así, cuando se define como el
paradigma que considera que la acción correcta es la que maximiza los bienes finales, el
consecuencialismo es capaz de tener plenamente en cuenta todos los tipos de bienes.
De ello se sigue que es importante el hecho de que los bienes relativos a los agentes
puedan ser valuados por sí mismos. Por ejemplo, podría ser que el valor de la felicidad de
Smith sea relativo al agente, de modo que será mayor para un amigo suyo que para un
extraño, pero esto es compatible con que tanto el amigo como el extraño valoran la felicidad
de Smith por sí misma. Entonces, aunque el consecuencialismo se limitaría correctamente a
una teoría del valor puramente neutral al agente si se preocupara únicamente por bienes
intrínsecos, ahora sabemos que este no es el caso.
Otra razón para pensar que el consecuencialismo debería estar confinado a una teoría
del valor puramente neutral al agente es la idea de que el consecuencialismo debe estar
restringido de ese modo para permanecer consistente con la naturaleza objetiva, categórica y
universal de la moralidad. Es común ver la moralidad como un sistema de imperativos
categóricos tales que los deberes de un agente no dependen de sus deseos subjetivos. Desde
este punto de vista, la obligación de un agente de cumplir su promesa no depende de que
tenga algún fin subjetivo que sería fomentado al cumplir esa promesa. Ahora bien, es cierto
que, si se aplica a cierto tipo de teoría del valor relativa al agente en la que el valor de un
estado de cosas varía dependiendo de los deseos subjetivos del evaluador, el
consecuencialismo generaría diferentes obligaciones para los agentes con diferentes deseos.
Pero, entonces, estaríamos llegando a cierta forma de egoísmo ético. Sin embargo, no
necesitamos concebir la relatividad del valor como unida a los deseos subjetivos de un agente.
Podemos, alternativamente, ver la relatividad del valor como vinculada a la posición de un
agente. Obtenemos tal teoría aplicando el principio "actuar siempre para maximizar el valor" a
una versión del relativismo evaluador9 que relativiza el valor de los estados de cosas a ciertas
posiciones objetivas, como la de agente o la del espectador10.
Supongamos, por ejemplo, que el desvalor del estado de cosas en el que un agente ha
cometido un asesinato para evitar que otros cinco cometan asesinatos comparables varía
dependiendo de si el evaluador es o no el agente en cuestión 11. Supongamos que, desde la
posición del agente, el estado de cosas en el que él comete un asesinato con el fin de evitar
9
NA: El relativismo evaluador sostiene que el valor de ciertos estados de cosas varía dependiendo de
quién es el evaluador.
10
NA: Estas posiciones son objetivas, dado que el que uno sea agente, paciente o espectador respecto a
una acción en particular no depende de sus creencias, deseos o intereses subjetivos. Uno es el agente si
es quien realizó la acción; paciente, si es alguien sobre quien recayó la acción; y, espectador, si ninguna
de las otras dos opciones aplica.

5
que los otros cinco cometan un asesinato (llámese a esto S1) es peor que aquel en el que se
abstiene de cometer un asesinato y, por lo tanto, deja que cada uno de los otros cinco
cometan un asesinato (llámese a esto S2) – peor, quizás, porque los agentes tienen una
responsabilidad especial por sus propias acciones. Pero ahora supongamos que, desde la
posición de un espectador inocente, S2 es peor que S1, ya que hay más asesinatos en S2.
Cuando esta versión del relativismo evaluador se combina con el principio "actúa siempre de
manera que produzcas el mejor estado de cosas posible", obtenemos los imperativos
categóricos. Por ejemplo, aquellos que estén en condiciones de evitar que otros cinco cometan
un asesinato cometiéndolos ellos mismos deben abstenerse de hacerlo independientemente
de sus propios intereses o deseos personales12. Esto se debe a que, según la teoría del valor
aceptada, el desvalor de un asesinato no dependería de que el asesinato sea perjudicial para
los intereses del evaluador o de que el evaluador lamente la muerte de la víctima. En cambio,
dependería únicamente de la posición del evaluador: agente o espectador. Por lo tanto, el
evaluador no puede elegir qué estado de cosas, S1 o S2, es más valioso. Porque aunque la
clasificación correcta de los dos estados de cosas variará según la posición del evaluador, la
clasificación es fija e invariable para cada posición. Por lo tanto, S1 es, hablando
objetivamente, mejor que S2 desde la posición de un espectador inocente. Y S2 es, hablando
objetivamente, mejor que S1 desde la posición del agente.
El enunciado "S2 es mejor que S1" es objetivo en el mismo sentido que el enunciado
"El sol se está poniendo" es objetivo, en el siguiente sentido. Desde la posición de estar donde
se pone el sol, la afirmación "El sol se está poniendo" es verdadera. Del mismo modo, desde la
posición de poder evitar que otros cinco cometan un asesinato cometiendo un asesinato uno
mismo, la afirmación "S2 es mejor que S1" es verdadera. Entonces, aunque la verdad de tales
declaraciones depende completamente de la posición del evaluador de la verdad, no depende
en absoluto de los estados subjetivos del evaluador (por ejemplo, sus creencias, deseos,
intenciones, etc.).
Por lo tanto, claramente no hay razón para restringir el consecuencialismo a la
neutralidad respecto al agente sobre la base de que, de otro modo, sería inconsistente con la
naturaleza objetiva, categórica y universal de la moralidad. Porque cuando el
consecuencialismo se aplica al tipo de relativismo evaluador descrito anteriormente,
obtenemos requisitos morales que son tan objetivos, categóricos y universalizables como los
de cualquier punto de vista deontológico.
Vemos, entonces, que las que en un principio pueden haber parecido razones legítimas
para restringir al consecuencialista a una teoría del valor puramente neutral al agente resultan
ser inadecuadas. Pero ahora, en ausencia de cualquier razón legítima para restringir al
consecuencialista a una teoría del valor puramente neutral al agente, deberíamos concluir que
sería arbitrario hacerlo.

V. Conclusión
Se ha argumentado aquí que no hay una buena razón para suponer que una teoría
normativa no puede ser tanto consecuencialista como relativa al agente. La respuesta obvia a
11
NA: Asúmase que cada asesinato es comparable no solo en términos del daño que causará, sino
también en términos de los motivos, las intenciones y el carácter de los agentes involucrados.
12
NA: Por otro lado, un espectador inocente que pudiera prevenir a otro de cometer asesinato para
prevenir que otros cinco cometan asesinatos debería evitar hacerlo, dado que S1 es mejor que S2 desde
la posición del espectador.

6
esto es señalar que el "consecuencialismo" es un término técnico y, por lo tanto, sugerir que
uno puede estipular que solo usará el término para denotar un cierto subconjunto de teorías
neutrales al agente. Y la verdad es que no debemos objetar a quienes hacen una estipulación
tan conscientemente. Sin embargo, el objetivo de este artículo ha sido combatir la tendencia
de muchos filósofos a equiparar el consecuencialismo con la neutralidad respecto al agente y
el no consecuencialismo con la relatividad respecto al agente. Es importante combatir esta
tendencia, porque la fusión de las distinciones consecuencialismo/no consecuencialismo y
neutral al agente/relativo al agente ha tenido algunos efectos bastante desafortunados en la
filosofía moral del siglo XX.
En primer lugar, ha impedido que los filósofos morales exploren una nueva e
interesante posibilidad teórica: el consecuencialismo no egoísta relativo al agente (CONERA).
(Durante los últimos dos siglos, los especialistas en ética se han centrado, casi exclusivamente,
en solo dos posibilidades teóricas: la deontología [es decir, el no consecuencialismo relativo al
agente] y el utilitarismo [es decir, el consecuencialismo neutral al agente], dejando
completamente sin explorar las perspectivas de una teoría híbrida13.
En segundo lugar, la fusión de estas dos distinciones nos ha impedido romper el
"hechizo" que el utilitarismo ha ejercido sobre la mayor parte de la filosofía moral moderna.
Como varios filósofos han señalado con curiosidad, el utilitarismo ha tendido a acosar incluso a
aquellos que están convencidos de que está mal. Hay algo en él que es muy convincente, si no
"fascinante". Sin embargo, la mayoría insiste en que el utilitarismo está mal, porque muchas
de sus implicaciones entran en conflicto con nuestras convicciones morales más
profundamente arraigadas. De hecho, es debido a su contraintuitividad que Bernard Williams
predijo en 1973 que "No puede estar demasiado lejos el día en que no sepamos más sobre el
utilitarismo". Sin embargo, décadas después, el utilitarismo sigue acosándonos, y los no
utilitaristas todavía nos sentimos obligados a defendernos de él. Pero, ¿por qué el utilitarismo
ha tenido esta fuerza tan fascinante? ¿Qué es tan convincente en él? Parece la creencia de que
nunca puede estar mal lograr el mejor estado de cosas posible. Porque, ¿cómo podría estar
mal producir la que es admitida como la mejor alternativa posible?
Entonces, por un lado, queremos rechazar cualquier punto de vista que tenga las
implicaciones contrarias a la intuición asociadas con el utilitarismo. Pero, por otro lado, parece
que deberíamos aceptar la idea de que siempre es permisible buscar el mejor estado de cosas
disponible. Sin embargo, como la mayoría puede darse cuenta, uno no puede hacer ambas
cosas. Esto se debe a que puede parecer que las siguientes afirmaciones son ciertas: (1) solo
una teoría relativa al agente puede evitar las implicaciones contrarias a la intuición asociadas
con el utilitarismo, (2) solo una teoría consecuencialista puede respaldar la idea de que
siempre es moralmente permisible producir el mejor estado de cosas disponible, y (3) todas las
teorías consecuencialistas son, por definición, neutrales al agente. Por lo tanto, parece que nos
enfrentamos a un dilema bastante poco atractivo: o se asume el utilitarismo a capa y espada y
se acepta las implicaciones contraintuitivas asociadas con el utilitarismo o se renuncia a la idea

13
NA: El utilitarismo es una teoría neutral al agente que considera la corrección de las acciones
completamente en función de los estados de cosas a los que dan lugar. La deontología es su contraria:
una teoría relativa al agente que sostiene que algunas acciones son correctas (o incorrectas)
independientemente de su propensión a promover el valor. Esta concentración en solo la deontología y
el utilitarismo ha dejado completamente inexplorados los prospectos de una prometedora teoría híbrida
(por ejemplo, el consecuencialismo relativo al agente).

7
tan convincente de que siempre es permisible generar el mejor estado de cosas posible. Pero,
como demuestra este artículo, este es un falso dilema.
El CONERA comparte con todas las teorías consecuencialistas la idea de que siempre es
permisible generar el mejor estado de cosas posible – aunque niega que siempre haya un
estado de cosas que pueda llamarse el mejor y punto, independientemente de la posición del
evaluador en relación con ese estado de cosas. Sin embargo, a diferencia del
consecuencialismo neutral al agente, CONERA puede evitar las implicaciones contraintuitivas
asociadas con el utilitarismo. Puede, como hemos visto, dar cuenta de nuestra intuición de que
existe una restricción para no cometer un asesinato. Y puede, de manera similar, dar cuenta de
las restricciones en contra de condenar a los inocentes, romper las propias promesas, y cosas
por el estilo. Además, lo que es más importante, CONERA puede, en última instancia, dar una
explicación incluso más plausible de estas diversas limitaciones que la que da la deontología.

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