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RESPONSABILIDAD NEGATIVA:
Y DOS EJEMPLOS

Aunque he definido el ser accesible un estado de cosas


para un agente en términos de las acciones que son accesibles
a é l7, sin embargo es la primera noción la que es realmente
más importante para el consecuencialismo. El consecuencia-
lismo es básicamente indiferente a si un estado de cosas con­
siste en lo que hago o si es producido por lo que hago, en
donde esta noción es lo suficientemente amplia para incluir,
por ejemplo, situaciones en las que otras personas hacen cosas
que yo les he hecho hacer, o les he permitido hacer, o les he
incitado a hacer, o les he dado a elegir hacer. Todo aquello
en lo que el consecuencialismo está interesado es en la idea
de que estos hechos son consecuencias de lo que hago, y que
esto es una relación lo suficientemente amplia para incluir las
relaciones mencionadas, y muchas otras.
Justamente cuál sea esta relación es una cuestión diferente,
y al menos tan oscura como la naturaleza de su relativo, cau­
sa y efecto. No intentaré resolver esta cuestión; contaré con
casos en los que supongo que cualquier consecuencialista se
vería obligado a considerar las situaciones en cuestión como
consecuencias de lo que el agente hace. Hay casos en los que
las consecuencias supuestas están en una relación tan remota
con la acción, que algunas veces es difícil afirmarlas a partir
de un punto de vista práctico, pero que no plantean ninguna
cuestión interesante para la investigación presente. Los puntos
más interesantes acerca del consecuencialismo se encuentran
en otra paite. Hay ciertas situaciones en las que la causación
de la situación, la relación que tiene con lo que yo hago, no

Ver la sección última, p. 98.


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es remota ni problemática en sí misma, y justifica enteramen­


te la pretensión de que la situación es una consecuencia de lo
que yo hago: por ejemplo, es bastante claro, o razonablemente
claro, que si hago una cosa determinada se producirá esta si­
tuación, y si no, no se producirá. Así desde un punto de vista
consecuencialista, el cálculo de consecuencias entra junto con
cualquier otro estado de cosas accesible para mi. Al menos,
desde algún punto de vista no consecuencialista, hay una dife­
rencia vital entre algunas situaciones tales y otras: a saber,
que en algún eslabón vital en la producción del resultado
eventual está previsto por alguien hacer alguna otra cosa.
Pero para el consecuencialismo todas las conexiones causales
están al mismo nivel, y no establece ninguna diferencia, hasta
donde es posible, si la causación de un estado de cosas dado
proviene de otro agente o no.
Correspondientemente, no hay ninguna diferencia relevan­
te que consista precisamente en un estado de cosas que es
producido por mí, sin intervención de otros agentes; aunque
algunas diferencias genuinamente causales que envuelven una
diferencia de valor pueden corresponderle (como cuando, por
ejemplo, los otros agentes derivan placer o dolor de la opera­
ción), este tipo de diferencia será incluida ya en la especifica­
ción del estado de cosas que ha de ser producido. Supuesto
que los estados de cosas han sido adecuadamente descritos en
términos causal y valorativamente relevantes, no establece
ninguna otra diferencia comprensible quién sea el que los
produzca. Ello es asi porque el consecuencialismo atribuye
valores en último extremo a los estados de cosas, y se refiere a
cuáles son los estados de cosas que contiene el mundo, esto
envuelve esencialmente la noción de responsabilidad negati­
va: que si yo soy siempre responsable de algo, entonces debo
ser también responsable de aquellas cosas que pueda o deje de
prevenir, como lo soy de las cosas que yo mismo, en el senti­
do cotidiano más estricto, produzco *. Aquellas cosas, las pri-
' Se trata de un sentido muy modesto de «responsabilidad», introducido
meramente por la capacidad para decidir y reflexionar sobre lo que j e debe
hacer. Esto escapa presumiblemente a la prohibición de S mart (p; <$£) jqbre
la noción de «la responsabilidad» como «un sinsentido metafísico» -susnotas
parecen referirse solamente a situaciones de culpa interpersonjd. Para las limi-
iaciones en torno a esto, ver más adelante, sección 6 (pp. 134 y ss.)«
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meras, deben entrar también en mis deliberaciones, como


agente moral responsable, al mismo nivel. Lo que importa es
qué estados de cosas contiene el mundo, y asi lo que importa
con respecto a una acción dada es qué ocurre si se ejecuta y
qué ocurre si no se ejecuta, y esas son cuestiones no afectadas
intrínsecamente por la naturaleza del lazo causal, en particular
por el hecho de que el resultado sea parcialmente producido
por otros agentes.
La doctrina fuerte de la responsabilidad negativa fluye di­
rectamente de la asignación consecuencialista de valor último
a los estados de cosas. Considerado desde otro punto de vista,
puede ser visto también como una aplicación especial de algo
que es favorecido en muchas concepciones morales no conse-
cuencialistas -algo que, ciertamente, algunos pensadores han
estado dispuestos a considerar como la esencia de la morali­
dad misma: un principio de imparcialidad-. Tal principio
pretenderá que no puede haber ninguna diferencia relevante
desde un punto de vista moral que consista, precisamente, en
el hecho, no muy explicable en términos generales, de que re­
sulten beneficios o perjuicios para una persona más que para
otra -«soy yo» no puede ser nunca por sí mismo una razón
moralmente comprensible Podemos considerar que el con-
secuencialismo tiende a la producción de este principio fami­
liar con respecto a la recepción de beneficios y peijuicios:
desde un punto de vista moral, no hay una diferencia com­
prensible que consista en que yo produzca un cierto resultado
más que en que lo produzca cualquier otra persona. No es
meramente una paradoja superficial que la doctrina de la res­
ponsabilidad negativa represente de esta manera el extremo
de la imparcialidad, y hace abstracción de la identidad del
agente, dejando precisamente un punto de intervención causal
en el mundo. Contribuye a explicar el porqué puede parecer
que el consecuencialismo expresa para algunos una actitud
más seria que los puntos de vista no-consecuencialistas, el por­
qué parte de su atractivo lo ejerce sobre un cierto tipo de per-9

9 Hay una tendencia en algunos escritoies a sugerir que ésta no es una ra­
zón comprensible en absoluto. Pero esto, sospecho, se debe a la importancia
abrumadora que estos escritores adscriben al punto de vista moral.
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sonas muy inteligentes. Ciertamente, ello es parte de lo que


tiene de incorrecto.
Durante cierto tiempo hemos estado operando a un nivel
excesivamente abstracto. Esto ha sido necesario para aclarar
más en términos generales las diferencias entre los consecuen-
cialistas y otras concepciones; una pretensión que es impor­
tante si queremos conocer qué características de estas concep­
ciones conducen a qué resultados para nuestro pensamiento.
Consideremos ahora más concretamente dos ejemplos para
ver lo que el utilitarismo nos podría decir sobre ellos, lo que
nosotros podríamos decir sobre el utilitarismo y, lo más im­
portante de todo, lo que sería implicado por ciertas maneras
de pensar sobre las situaciones. Los ejemplos son inevitable­
mente esquemáticos, y están abiertos a la objeción de que
plantean tantas cuestiones como resuelven. Hay dos maneras
en particular en las que los ejemplos en filosofía moral tien­
den a plantear cuestiones importantes. Una es que, como pre­
senté, recortan y restringen arbitrariamente el conjunto de
cursos de acción alternativos -esta objeción podría hacerse
particularmente contra el primero de mis dos ejemplos-. La
segunda es que inevitablemente los ejemplos le presentan a
uno la situación como algo que está ocurriendo y dejan fuera
cuestiones en tomo a cómo el agente entra en ello, y de forma
correspondiente cuestiones sobre consideraciones morales que
podrían nacer de ello: esta objeción puede, quizá, plantearse
especialmente con respecto a la segunda de mis dos situacio­
nes. Estas dificultades, sin embargo, han de ser aceptadas, y si
alguien encuentra estos ejemplos marcadamente defectuosos
a este respecto, entonces debe replanteárselos por sí mismo de
una manera más rica y con menos pelitio principii. Si consi­
dera que ninguna presentación de cualquier situación imagi­
nada puede ser nunca otra cosa que un malentendido en mo­
ralidad y que no puede haber ningún sustituto para la com­
plejidad concreta experimentada de las situaciones morales
actuales, entonces la discusión con él debe llevar, ciertamente,
a un punto muerto; pero entonces uno puede preguntarse le­
gítimamente si toda discusión con él acerca de la conducta no
quedará detenida, incluyendo cualquier discusión sobre las si­
tuaciones actuales, puesto que la discusión en tomo a cómo
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se pensaría y se juzgaría sobre situaciones algo diferentes de la


actual (es decir, situaciones en alguna medida imaginarias)
juega un papel importante en la discusión de la situación ac­
tual.
(1) Jorge, que acaba de conseguir su doctorado en Quími­
ca, encuentra muchas dificultades para obtener un empleo.
No está muy bien de salud, lo cual disminuye el número de
empleos que es capaz de desempeñar satisfactoriamente. Su
esposa ha de ir a trabajar para mantenerlos, lo que produce
una gran tensión porque tienen niños pequeños y hay graves
problemas para cuidarlos. Los resultados de todo esto, espe­
cialmente en los niños, son muy peijudiciales. Un viejo quí­
mico, que conoce su situación, dice que puede proporcionar a
Jorge un empleo decentemente pagado, en cierto laboratorio
que investiga en el campo de la guerra química y biológica.
Jorge dice que no puede aceptarlo porque está contra la gue­
rra química y biológica. El viejo replica que a él tampoco le
gusta, que tampoco está hecho para eso, pero que después de
todo la negativa de Jorge no hará desaparecer el empleo o el
laboratorio; lo que es más, le consta que si Jorge rechaza el
empleo se le darán con toda seguridad a un compañero de
Jorge que no tiene los mismos escrúpulos y que probablemen­
te está calificado para impulsar la investigación con mayor
celo que Jorge lo haría. Realmente, no ha sido sólo la preocu­
pación por Jorge y su familia, sino (para hablar franca y con­
fidencialmente) una cierta alarma ante el exceso de celo del
otro, lo que ha llevado al viejo a ofrecer usar su influencia
para conseguirle el empleo a Jorge... La esposa de Jorge, a la
que está profundamente unido, tiene unos puntos de vista (a
cuyo detalle no hace falta referimos) de los que se sigue que
al menos no hay nada particularmente incorrecto en investi­
gar en el campo de la guerra químico-biológica. ¿Qué debería
hacer Jorge?
(2) Jaime se encuentra en la plaza mayor de una pequeña
localidad sudamericana. Puestos contra un muro hay una
veintena de indios, la mayoría aterrados, unos pocos desafian­
tes, y frente a ellos están varios hombres de uniforme arma­
dos. Un hombre corpulento, vestido con una sudada camisa
caqui, resulta ser el capitán al mando del pelotón y, después
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de un amplio interrogatorio a Jaime, que establece que éste se


encuentra allí por accidente mientras acompaña a una expedi­
ción botánica, explica que los indios son un grupo de habitan­
tes elegidos al azar que, a consecuencia de unos recientes ac­
tos de protesta contra el gobierno, van a ser fusilados para re­
cordar a otros posibles descontentos las ventajas de no protes­
tar. Sin embargo, puesto que Jaime es un visitante honorable
de otro país, el capitán tiene la satisfacción de ofrecerle, como
un privilegio de invitado, el matar Jaime mismo a uno de los
indios. Si acepta, entonces, como nota especial de la ocasión,
los otros indios serán puestos en libertad. Naturalmente, si
rehúsa, no hay ocasión especial, y Pedro hará lo que iba a hacer
cuando Jaime llegó, y los matará a todos. Jaime, en un deses­
perado recuerdo de sus imaginaciones escolares, se pregunta si
en el caso de que tuviera un revólver podría matar al capitán,
Pedro, y a sus hombres, pero es bastante claro que nada de eso
puede hacerse: cualquier intento de este tipo significaría la
muerte para todos los indios y para él mismo. Los hombres
condenados, y los vecinos del pueblo, conocen la situación, y
le suplican obviamente que acepte. ¿Qué debería hacer?
Ante estos dilemas, me parece que el utilitarismo replica­
ría, en el primer caso, que Jorge debe aceptar el empleo, y en
el segundo, que Jaime debe matar al indio. No sólo el utilita­
rista daría estas respuestas, sino que, si las situaciones son
esencialmente como se han descrito y no hay más factores es­
peciales a considerar, a mí mismo me parece que obviamente
son las respuestas correctas.' Pero muchos de nosotros pregun­
taríamos ciertamente si en (1) esa sería posiblemente la única
respuesta posible; y en el caso de (2), incluso quien llegue a
pensar que quizá esa era la respuesta, podría muy bien pre­
guntar si esa sería la respuesta obvia. No es sólo una cuestión
de corrección de estas respuestas. Es también una cuestión de
qué tipo de consideraciones nos llevan a encontrar la respues­
ta. Un rasgo del utilitarismo es que deja fuera un tipo de con­
sideración que para algunos otros marca una diferencia res­
pecto a lo que sienten acerca de tales casos: una consideración
que envuelva la idea, como podríamos plantear en principio y
muy simplemente, de que cada uno de nosotros es especial­
mente responsable de lo que él hace, más que de lo que otros
lio UNA CRITICA DEL UTILITARISMO

hacen. Esta es una idea estrechamente relacionada con el va­


lor de la integridad. A menudo se sospecha que el utilitaris­
mo, al menos en sus formas directas, entiende la integridad
como un valor más o menos ininteligible. Intentaré mostrar
que esta sospecha es correcta. Naturalmente, incluso si esto es
correcto, no se seguirá necesariamente que debemos rechazar
el utilitarismo; quizá, como algunas veces sugieren los utilita­
ristas, deberíamos olvidamos de la integridad en favor de co­
sas tales como una referencia al bien general. Sin embargo, si
no me equivoco, no puedo simplemente hacer esto, puesto
que la razón por la que el utilitarismo no puede comprender
la integridad es que no puede describir coherentemente las re­
laciones entre los proyectos de un hombre y sus acciones.
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pero el punto en este argumento es el uso al máximo grado de


nociones utilitarias para establecer un límite al pensamiento
utilitarista. Apelando a esta noción utilitarista estricta, soy
más consistente con el utilitarismo que S m a r t lo es. En sus
debates con el problema del hombre con electrodos en el ce­
rebro, SMART (p. 20) recomienda la idea de que «feliz» es un
término parcialmente valorativo, en el sentido en que llama­
mos «felicidad» a aquellos tipos de satisfacción que, en cuan­
to son cosas, aprobamos. Pero ¿mediante qué criterio se supo­
ne que es asignado este elemento sobrante de aprobación des­
de un punto de vista utilitarista? No hay ninguna fuente para
ello, en un concepto estrictamente utilitarista, excepto grados
de satisfacción adicionales, pero no hay ninguno de ellos ase­
quible, o el problema no se plantearía. Y no ayuda apelar al
hecho de que nos disgustan en perspectiva las cosas que nos
gustan cuando llegamos a ellas, puesto que desde un punto de
vista utilitarista parecería que el disgusto original era mera­
mente irracional o estaba basado en un error. El argumento
de SMART en este punto parece estar embarazado por una in­
quietud utilitarista bien conocida, que procede de un sentir
que no se puede ignorar lo «intimo» mientras no se haya de­
jado algún lugar en la vida humana para colocarlo,}.
Volvamos ahora al agente como utilitarista, y su proyecto
de primer orden de maximizar resultados deseables. A este ni­
vel, se compromete sólo a esto: a que aquello en que consisti­
rá actualmente el resultado dependerá enteramente de ios he­
chos, de qué personas, con qué proyectos y de qué satisfaccio­
nes potenciales hay dentro del alcance calculable dentro de
las palancas causales cerca de las que se encuentra él mismo.
Sus propios proyectos y compromisos sustanciales entran en
ello, pero sólo como una parte entre otras -potencialmente
proporcionan un conjunto de satisfacciones en aquellas que él
puede ser capaz de fomentar desde donde ocurre que está-. Es
el agente de un sistema de satisfacción que ocurre que se en­
cuentra en un punto particular de un momento particular en
el caso de Jaime, nuestro hombre en Sudamérica. Sus propias1

11 Una de las muchas semejanzas en espíritu entre el utilitarismo y la cris­


tiandad evangélica de nobles pensamientos.
126 UNA CRITICA DEL UTILITARISMO

decisiones como agente utilitarista son función de todas las


satisfacciones en las que puede influir desde donde está: y esto
significa que los proyectos de otros, en una gran extensión no
determinada, determinan su decisión.
Esto puede ser asi positiva o negativamente. Será asi posi­
tivamente si los agentes dentro del campo causal de su deci­
sión tienen proyectos que en cualquier caso no son peijudi-
ciales, y por tanto, deberían ser fomentados. Igualmente sera
así, pero negativamente, si hay un agente dentro del campo
causal cuyos proyectos son perjudiciales, y han de ser frustra­
dos para maximizar los resultados deseables. Así ocurre con
Jaime y el soldado Pedro. En una concepción utilitarista, los
proyectos indeseables de otras personas determinan las deci­
siones de uno de esta manera negativa, tanto como lo hacen
los deseables positivamente: si aquellas personas no estuvieran
allí, o tuvieran diferentes proyectos, los nexos causales serían
diferentes, y es el estado actual del nexo causal el que deter­
mina la decisión. La determinación a un grado indefinido de
mis decisiones por los proyectos de otras personas es precisa­
mente otro aspecto de mi responsabilidad ilimitada para ac­
tuar en pro de lo mejor en una estructura causal formada en
una extensión considerable por sus proyectos.
La decisión así determinada es, para el utilitarismo, la de­
cisión correcta. Pero ¿qué ocurre si entra en conflicto con al­
guno de mis proyectos? Esto, dirá el utilitarista, ha sido consi­
derado ya: la satisfacción que encuentras al cumplir tu
proyecto, y cualesquiera satisfacción que los demás encuen­
tren en que lo cumplas han sido ya consideradas mediante el
recurso de calcular y han sido encontradas inadecuadas. Aho­
ra bien, en el caso de muchos tipos de proyectos, este es un
tipo de respuesta perfectamente razonable. Pero en el caso de
proyectos del tipo que he llamado «mandamientos», aquellos
con los que se está más profunda y extensamente involucrado
e identificado, ésta no puede ser por sí misma una respuesta
adecuada, y no puede haber respuesta adecuada en absoluto,
ya que, por tomar el tipo de caso extremo, ¿cómo puede un
hombre, en cuanto agente utilitarista, llegar a considerar
como una satisfacción entre otras -una satisfacción de la que
se puede prescindir- un proyecto o actitud en tomo a la que
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ha construido su vida, sólo porque los proyectos de algún otro


han estructurado la escena causal de tal modo que sea como
resulta la suma utilitarista?
La cuestión aquí no es, como el utilitarista puede apresurar­
se a decir, que si el proyecto o la actitud es lo central para su
vida, entonces abandonarlo será desagradable para él y se im­
plicará una gran pérdida de utilidad. He argumentado ya en
la sección 4 que no es como eso; por el contrario, una vez
esté preparado para considerarlo tal cual, en un caso serio el
argumento está determinado de todos modos. La cuestión es
que él se identifica con sus acciones como fluyendo de
proyectos y actitudes que en algunos casos toma seriamente al
nivel más profundo, como aquello acerca de lo que su vida
versa (o, en algunos casos, esta sección de su vida -la seriedad
no es necesariamente la misma como persistencia). Es absurdo
pedir de tal hombre, cuando las normas llegan a partir de la
red de utilidad que los proyectos de otros han determinado en
parte, que debería apartarse de su propio proyecto y de su
propia decisión y reconocer la decisión que requiere el cálcu­
lo utilitarista. Esto es enajenarle en un sentido real de sus ac­
ciones y de la fuente de su acción en sus propias conviccio­
nes. Esto es convertirle en un canal entre la entrada de los
proyectos de todo el mundo, incluyendo el suyo, y una salida
de decisión optimífíca; pero es descuidar la extensión a cuales
de sus acciones y de sus decisiones han de ser vistas como las
acciones y decisiones que fluyen de los proyectos y actitudes
con los que él está más fuertemente identificado. Esto es así,
en el sentido más literal, un ataque a su integridad
Estos tipos de consideraciones no dan en sí mismos solu­
ciones a dilemas prácticos tales como los proporcionados por
nuestros ejemplos; pero espero que ayudaran a proporcionar
otras formas de pensar sobre ellos. De hecho, no es difícil ver

'* Relacionada en forma interesante con estas nociones está la idea socráti­
ca de que el valor es una virtud particularmente conectada con el atenerse a
un sentido claro de lo que se puede considerar como más importante. Tales
nociones plantean también centralmente problemas acerca del valor del orgu­
llo. La humildad, como algo más allá de la demanda real de una autocstima-
ción correcta, lúe especialmente una virtud cristiana porque envolvía subordi­
nación a Dios. En un contexto secular puede sólo representar subordinación a
otros hombres y a sus proyectos.
128 UNA CRITICA DEL UTILITARISMO

que en el caso de Jorge, considerado desde esta perspectiva, la


solución utilitarista sería equivocada. El caso de Jaime es dife­
rente, y más difícil. Pero si (como supongo) el utilitarista es
probablemente correcto en este caso, esto no ha de averiguar­
se sólo haciendo las preguntas del utilitarista. Las discusiones
de esto -y no voy a intentar insistir en ello aquí- habrán de
tomar en serio la distinción entre mi matar a alguien y su
ocurrencia a causa de que yo haga que cualquier otro lo mate:
una distinción basada no tanto en la distinción entre la acción
y la inacción, como sobre la distinción entre mis proyectos y
los proyectos de algún otro. Al menos habrá que empezar to­
mando esto en serio, cosa que el utilitarismo no hace; pero
entonces habrá que construir a partir de aquí preguntando por
qué esta distinción parece tener menos, o diferente, fuerza en
este caso que en el de Jorge. Una cuestión aquí sería hasta
qué punto la poderosa objeción que se tiene a matar gente es
sólo, de hecho, una aplicación de la poderosa objeción que
se tiene a ser matado. Otra dimensión de esto es la cuestión
de cuánto importa que la gente en peligro viva aquí y ahora,
como opuesta a gente hipotética, futura, o simplemente en
otra p arte,7.
Hay muchas otras consideraciones que podrían entrar en
tal cuestión, pero el objeto inmediato de todo esto es trazar
un contraste particular con el utilitarismo: que para lograr
una decisión fundamentada en un caso tal no debería ser con­
siderado como un asunto de descartar las reacciones de uno,
sus impulsos y sus proyectos profundamente sostenidos a la
vista de la pauta de las utilidades -n i simplemente añadirlos
a ellas-, sino en primer lugar como un asunto de intentar
comprenderlos.
Naturalmente, no es probable que el tiempo y las circuns­
tancias hagan posible una decisión fundamentada, al menos
en el caso de Jaime. Podría incluso no ser decente. En vez de
pensar de una forma racional y sistemática acerca de las utili­
dades o acerca del valor de la vida humana, siendo presente la17

17 Para una discusión más general de esta cuestión ver Ch. Frieo, An Ana-
tomy o f Valúes (Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1970). Parte
tercera.
INTEGRIDAD 129

relevancia de la gente en peligro, etc., la presencia de las per­


sonas en peligro puede tener su efecto. La significación de lo
inmediato no debería ser subestimada. Los filósofos, y no sólo
los utilitaristas, urgen repetidamente para que se considere al
mundo sub specie aetemitatis pero para la mayor parte de
los propósitos humanos no es esa una buena species bajo la
cual considerarlo. Si no somos agentes del sistema de satisfac­
ción universal, no somos primariamente porteros de ningún
sistema de valores, ni incluso del nuestro: muy a menudo ac­
tuamos precisamente como un resultado posiblemente con­
fundido de la situación en la que estamos comprometidos.
Esto, sospecho, es muy frecuentemente algo sumamente bue­
no. Hasta qué punto los utilitaristas consideran esto como
una buena cosa es una cuestión oscura. A este tipo de cues­
tión me refiero ahora.

'» Cf. S mart . p. 73.

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