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SÍNTESIS SOBRE «EL PADRE, EL HIJO Y el ESPÍRITU SANTO»

Nombre: Felipe Alejandro Urrego Acha. Fecha: 05/11/22.


Profesor: Pbro. Óscar Rodríguez. Curso: Trinidad II
Partimos con el hecho que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son tres personas
divinas, completamente distintas entre sí, que actúan libremente cada una, con la acción
relacional hacia el otro (aspecto interno de Dios) Las tres personas están en eterna relación
y eterna compenetración, uno en comunión con el otro, siendo una sola substancia divina.
El Padre es la fuente y principio de la Trinidad en su conjunto, además da seguridad a
la Unidad de los tres y sobre todo no hay algo o alguien anterior al Padre que sea principio
del principio y así por ello se habla de Dios hacia dentro (ad intra) y hacia fuera:
generación y aspiración (ad extra). En la Sagrada Escritura tenemos su presencia desde el
Origen de todo, desde la creación, toda la historia de la Salvación, presente en las
revelaciones sobre el Mesías, cuándo este viene (actúa en la encarnación por la actuación
del Espíritu Santo), cuándo resucita y sigue actuando por medio del Espíritu Santo en la
Iglesia y en los hombres; en este sentido Dios manifiesta lo que es infinito, eterno y
omnipotente.
Ha habido muchas controversias contra el Padre, considerándolo cabeza sí, pero
subordinando a las otras dos personas, en el caso de estas herejías tenemos al arrianismo
y los neumatómacos (macedonianismo). Gracias a la intervención de la propia Iglesia han
sido aclaradas estas herejías, en los Concilios de Nicea, Calcedonia y Constantinopla, que
hace muy bien refiere el autor de este libro, Luis Ladaria. Se afirma y se aclara la
supremacía del Padre como origen y que el proviene una generación, la del Verbo y junto
con este y por actuación también de este, es dado el Espíritu Santo, que es el amor del
Padre y el Hijo, permanentemente en relación y compenetración eterna.
En referencia del Hijo, sabemos que no es fuente de la divinidad, pero sí está presente
desde el principio con el Padre, procede del Padre únicamente por generación y se revela
a los hombres para dar a conocer la misión que es dada por el Padre. Al Hijo se le conoce
con otros nombres, Verbo (San Agustín) y Logos (Santo Tomás), Es el enviado, para dar
a conocer el reino de Dios, muchas parábolas hablan del Hijo como “el amado del Padre”,
el enviado, el Mesías, anunciado por los profetas en el Antiguo Testamento y que se hace
visible a la humanidad.
Es la palabra del Padre que se hace carne en este mundo, es Dios mismo que se vuelve
hombre para compartir y vivir lo que el ser humano vive y siente, y con ello revelar el
misterio del amor de Dios y otorgarle la salvación por medio de la Iglesia. En breves
palabras diremos lo que dijo San Ireneo “Visibile Patris Filius”, que dice lo Visible del
Padre es el Hijo.
Jesús es consustancial a nosotros, los hombres; quiere decir que el Verbo, sin dejar de
ser Dios, sale de sí, y se hace criatura, en este sentido, pero en modo diverso, es
consustancial a nosotros (Concilio de Calcedonia). Dios, hecho hombre, todo semejante
a nosotros, excepto en el pecado. Por ello en Cristo hay dos naturalezas (Divina y
Humana) y una sola Ousía o esencia divina, que es relacional al Padre y al Espíritu Santo.
Es por ello que tiene sentido la encarnación y debemos entenderlo así, no es que
solamente el Verbo se hace hombre, sino es toda la Trinidad en su conjunto que viene al
mundo. Tanto el Padre se manifiesta, siendo Él el que envía, pero no es enviado, envía al
Hijo que es enviado y envía y por último el Espíritu Santo, no menos importante, que es
enviado y no envía para actuar como don en la Iglesia y en los hombres.
El arrianismo decía que el Hijo es creado como el más perfecto de todas las criaturas,
pero no es relacional, es generado no engendrado, es perfecto sí, en el orden de las cosas
creadas (Arrianismo). Frente a ello destaca los Padres Conciliares de Nicea (325), quiénes
en la fórmula trinitaria afirman la consustancialidad al Padre, engendrado, no creado.
Al referirnos al Espíritu Santo, que, si bien en el orden lógico está en el tercer lugar,
es el modo real de las relaciones dentro de la Trinidad, no es algo, es alguien que se
manifiesta visible en la Biblia, como el Espíritu desconocido que poseía a los profetas y
los hacía hablar en nombre de Dios, además, en la encarnación, en toda la vida, muerte y
resurrección del Mesías. El Espíritu Santo recibe muchos nombres: la ruah, el Espíritu de
Dios, el Espíritu de Yahvé, el ángel del Señor.
Su actuación es importante en toda la historia de la salvación y es el que da el sentido
real a la vida terrenal del Hijo junto a la vida de la Iglesia y la del cristiano. El Nuevo
Testamento habla en muchos momentos que el Espíritu Santo es “dado”, sobre todo el
Libro de los Hechos de los Apóstoles, que lo concibe como el “don de Dios”. Ciertamente
Jesús también ha sido dado, pero su actuación ha sido una sola vez para siempre; en
cambio, el Espíritu Santo es, don constante que permanece, universaliza actualiza e
interioriza en la Iglesia y en los hombres. Este don de Dios, derramado constantemente
en el corazón de los hombres, a través de lo que es nos da, que derramó primeramente en
Pentecostés, los dones y talentos para el servicio de la Iglesia.
Frente al Espíritu tenemos dos sucesos lamentables, primero, las herejías que los
subordinaban como dado solamente por el Hijo o viene detrás del Hijo, ya que tanto el
Hijo y el Espíritu Santo son creados (pneumatómacos) por Dios; no olvidemos que
subsiste en la misma unidad e igualdad de la substancia, ya que el Padre como el Hijo,
son Espíritu y son Santos; segundo, el problema que se surgió con los Orientales que se
centraron en la tradición, que el Espíritu Santo únicamente proviene del Padre, y no, ni
tanto del Hijo, solamente por medio de Él, como el agua (Espíritu Santo) que pasa por un
caño (el Hijo) de la fuente principal (Padre) y llena el vaso (los hombres) con agua.
En fin, es una problemática originada por el origen del Espíritu Santo en el “Filioque”
(y del hijo), que más en el contexto histórico fue porque se obligó en el 1047 a todos los
católicos, tanto de Oriente y Occidente, que profesen en Credo, que se rezaba únicamente
en Occidente y ahora sería en toda la Iglesia, suceso que terminó con la división en el
Cisma de la Iglesia en Julio del 1054.
Han habido cercanías después, tanto de los papas con los patriarcas, pj, Juan Pablo II,
el 29 de junio de 1995 rezó junto a Bartolomeus I, Patriarca de Constantinopla, el credo
original de Constantinopla, mismo gesto tuvo Benedicto XVI con el mismo Patriarca, el
29 de junio del 2008. Otro ejemplo, es que no es obligatorio para las Iglesias Católicas
Orientales el rezar el credo del rito latino o en versión latín. Por ello, se trata de buscar la
unidad y se espera que con el tiempo, la Iglesia, vuelva a ser una sola, como quiso Cristo.

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