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El Espíritu Santo es aquel que supera la relación yo-tú (Padre-Hijo) e introduce el nosotros.
Por eso el Espíritu Santo es por excelencia la unión entre las personas divinas; es la persona
que revela para nosotros con mayor claridad la interrelación eterna y esencial entre los
divinos tres.
El Espíritu se derramó sobre todos. Él habita en los corazones de las personas, dándoles
entusiasmo, coraje y decisión. El consuela a los afligidos, mantiene viva la utopía en las
mentes humanas y en la imaginación social, la utopía de una humanidad totalmente
redimida, y da la fuerza para anticiparla, incluso a través de las revoluciones dentro de la
historia. Él es una persona divina junto con el Hijo y el Padre, emergiendo al mismo tiempo
que ellos y estando esencialmente unido a ellos en el amor, en la comunión y en la misma
vida divina.
Los latinos parten de la naturaleza divina, que es la misma y única en cada una de las
personas. El Padre, al engendrar al Hijo, se lo entrega todo (cf. Jn 16, 15), incluso la
capacidad de espirar conjuntamente al Espíritu Santo. Por eso los latinos dicen que el
Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque) como de un solo principio.
Lo que importa es afirmar que el Espíritu Santo es Dios como el Padre y el Hijo. El Padre y
el Hijo, en su tú-a-tú, permiten el diálogo y se abren al amor perfecto. El amor es perfecto
cuando los dos, se unen para amar juntos a un tercero.
Parece como si el Espíritu Santo viniera en tercer lugar y estuviera subordinado al Padre, o
al Padre y al Hijo. Realmente, no existe en la santísima Trinidad ninguna subordinación, ya
que los tres divinos son coeternos, coinfinitos y coiguales. Tenemos que partir, como parte
el Nuevo Testamento, de las tres personas: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siempre
en relación y en comunión. Son simultáneos y siempre vienen juntos. En vez de hablar de
causa, principio y procesiones, sería mejor que habláramos de mutua relación y de
reconocimiento.
Cada persona está siempre relacionada con las otras dos, ya que por la perijóresis (por la
interpenetración) cada una lleva dentro de sí a las demás. Cada persona se determina y se
distingue por la relación propia que establece con las otras dos. Entonces hemos de decir:
el Espíritu Santo revela la autoentrega, que se hacen el Padre y el Hijo. Este amor es lo
propio del Espíritu Santo. El Espíritu ve al Hijo como la suprema expresión del Padre. El
Espíritu Santo es la alegría de la relación de inteligencia y de amor entre el Padre y el Hijo.
Dentro de las diferencias, se encuentra el fundamento de igual dignidad en las tres divinas
personas distintas, en su simultaneidad y en su coexistencia amorosa.
Más que en relación con el Padre y con el Hijo, la reflexión teológica vio muy pronto
dimensiones femeninas en el Espíritu Santo. Empezando por el nombre Espíritu Santo, que
en hebreo es femenino. En las Escrituras el Espíritu aparece siempre asociado a la función
generadora y al misterio de la vida. El evangelio de san Juan nos dibuja la actuación del
Espíritu Santo en una terminología típicamente femenina, Él nos consuela como paráclito,
exhorta y enseña como hacen las madres con sus hijos pequeños (Jn 14, 26; 16, 13); Él nos
educa en la oración y en la forma de pedir las cosas verdaderas (Rom 8, 26).
En el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, el Espíritu como Madre concibe nuevos hermanos
y hermanas de Jesús y llena de vida con carismas y servicios a las comunidades cristianas.
El Espíritu tiene dimensiones masculinas y femeninas, pero está más allá de los sexos. Los
valores que descubrimos en lo femenino, que están presentes en la mujer y en el varón,
encuentran en el Espíritu Santo una de sus fuentes eternas.
El Espíritu Santo está vinculado con lo nuevo y con lo alternativo. Se abren nuevos
senderos. Se crea un orden nuevo. El Espíritu Santo está siempre presente en estos
procesos, generalmente dolorosos, de cambio estructural. Es él el que inaugura el cielo
nuevo y la tierra nueva. Especialmente el Espíritu actúa en la Iglesia, ya que la Iglesia es el
sacramento del Espíritu de Jesús. Al lado de su estructura legítima de poder existe el
carisma que viene del Espíritu; actualiza el mensaje de Jesús, no deja que en la comunidad
impere el autoritarismo ni que en las celebraciones se imponga el ritualismo.
El Espíritu Santo fue enviado juntamente con el Hijo a la tierra para santificar a todas las
criaturas y reconducirlas al seno de la Trinidad. Hay un texto de san Lucas que nos parece
iluminador; hablándonos de María, dice: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del
altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y se le llamará Hijo
del altísimo” (1, 35). Aquí se dice que el Espíritu ha de venir sobre María, como vino de
hecho. “Cubrir con su sombra” es la expresión bíblica para decir que el Espíritu planta su
tienda en María, es decir, que tendría allí una presencia palpable (cf Ex 40, 34-35).
La presencia del Espíritu en María la convierte en madre; transforma su maternidad
humana en maternidad divina. Por eso lo que nace de ella es “Hijo del altísimo”. El concilio
Vaticano II afirma: “María es como plasmada por el Espíritu Santo y formada una nueva
criatura” (LG 56). Decir que es “como plasmada” supone reconocer una relación única con
la tercera persona de la santísima Trinidad. Se realiza entonces la mayor dignificación del
varón y la mujer que son imagen y semejanza de Dios, de la santísima Trinidad (Gén 1,27).
Ambos participan de la divinidad, cada uno a su manera, pero real y verdaderamente.
La santísima Trinidad es tan perfecta, posee la vida de una forma tan plena y simultánea,
que no presenta ninguna insuficiencia. El estar abierto y en comunión es perfección. Si ella
asocia a su comunión perijorética a otras personas y hasta al universo entero, no es por
carencia, sino por sobreabundancia. Ella se expansiona infinitamente y se expresa, y en
cada momento es absoluta y totalmente plena.
Cuando decimos que la Trinidad existe desde el principio, queremos confesar lo siguiente:
antes de que hubiese la más mínima porción de materia atómica, antes de que irrumpiese
cualquier señal de vida, antes de que comenzase la sucesión de los tiempos, el Padre ya
existía expresándose totalmente en el Hijo y amando juntos infinitamente al Espíritu Santo.
La eternidad es un problema solamente cuando queremos entenderla pero se transforma en
una fuente de alegría cuando sabemos y creemos que vamos a participar de ella en una
fiesta sin fin, en un banquete de hermanos y hermanas, de amigos, en plenitud.
La Trinidad se revela tal como es: como comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Los apóstoles y los primeros cristianos descubrieron que Dios-Padre estaba presente y
activo en la creación y en la historia. Se dieron cuenta de que en Jesús de Nazaret estaba el
mismo Hijo de Dios encarnado. Percibieron que el Espíritu Santo actuaba en la historia con
sus cambios y en la comunidad, movía los corazones de las personas para reconocer a Dios
como Padre y aceptaron a Jesús como el Hijo de Dios.
Llamaron Dios a estas tres presencias, sin caer por ello en el politeísmo ni traicionar la fe
en un solo Dios. Esta experiencia histórica permite decir: si percibimos que bajo el nombre
de Dios existen tres personas, es porque Dios en sí mismo es trino y es la comunión de tres
personas. Las tres personas no constituyen realidades solamente para nuestra percepción.
Es una realidad en sí misma.
Esta afirmación puede fundamentarse mejor si partimos del misterio de la venida del Hijo
en la humanidad de Jesús de Nazaret y del de la bajada del Espíritu sobre la virgen María
(Lc 1, 35). Tanto el Espíritu como el Hijo están entre nosotros, pero ambos remiten al
Padre. El Hijo encarnado confiesa continuamente que fue enviado por el Padre. El Espíritu
es enviado también por el Padre a petición del Hijo. Por tanto, tenemos aquí la presencia de
toda la santísima Trinidad en nuestra vida.
Gracias a la encarnación del Hijo en Jesús y a la venida del Espíritu sobre María, hay una
historia de la Santísima Trinidad dentro de nuestra propia historia. Esta historia no se
caracteriza por las dimensiones visibles de grandeza, de gloria y de poder. El camino
privilegiado que Dios escogió es de simplicidad y de humildad.
Jesús revela el rostro misericordioso del Padre, siendo él mismo misericordioso con los
pecadores que encontraba. De la misma forma, el Espíritu Santo es también fuerza de
resistencia, unión entre todos, coraje en las dificultades, liberación de las opresiones.
En otras palabras, la santísima Trinidad está presente en la historia por medio del Padre,
que envía al Hijo y al Espíritu Santo, y éstos, por su llegada concreta en Jesús y María,
asumieron toda la condición humana. Por otra parte, a la fe le corresponde no solamente
vislumbrar alguna luz acerca de la vida íntima de las tres divinas personas en sí mismas,
sino también percibir la infinita alegría que impregna las relaciones trinitarias. Son tres
miradas distintas que constituyen una única visión de amor. Es la convivencia de los tres en
una sola comunión de vida.
Dios en su misterio más íntimo no es soledad, sino comunión de tres divinas personas. Esta
comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es expansiva por su propia naturaleza;
se desdobla en mil formas. La Trinidad quiso tener compañeros en esta su comunión eterna.
El sentido secreto de toda creación reside precisamente en esto: en ser diferente de Dios
para poder ser incluido dentro de la comunión de la Trinidad.
La creación no es necesaria, sino que se deriva de la libertad y del amor de las tres divinas
personas, que quieren una expansión de su comunión en otro nivel diferente del nivel
eterno en que infinitamente conviven: el nivel temporal y finito. En esta creación participan
los divinos tres. Actúan siempre juntos con un único principio de ser, de vida y de amor.
Cada persona imprime en la creación algo de su propiedad. Por eso la creación es tan rica,
porque por detrás de ella y dentro de ella se esconde la riqueza de cada persona divina, está
impregnada de un dinamismo de unión, de convergencia y de comunión que refleja la
realidad íntima de la Trinidad. La creación tiene dos caras: una temporal y visible; es la que
nosotros percibimos en la sucesión de todas las formas y expresiones del ser; la otra es
eterna e invisible, como idea y proyecto de las tres divinas personas. La posibilidad de la
creación surge de la intimidad misma de la comunión trinitaria.
En cuanto la proyección del Padre en el Hijo con el amor del Espíritu Santo, la creación es
eterna y por ella se sitúa dentro del círculo de la comunión trinitaria. Lo que era proyecto
eterno pasa a ser ahora proyecto temporal; lo que era antes proyección, ahora es realidad.
Es diferente de la Trinidad, pero está sellada por las marcas de la Trinidad, y porque es
diferente, puede recibir dentro de sí la comunicación personal de cada una de las personas,
puede ser asumida hacia dentro de la comunión trinitaria. Para esto existimos, para esto
existe todo lo que existe.
En la Trinidad todo es trinitario, todo circula, todo incluye siempre a las tres divinas
personas, todo es expresión de la comunión de los tres divinos distintos. Esto mismo pasa
también en relación con la creación. Santo Tomás de Aquino de forma análoga, la creación
se hace con el Padre, con la inteligencia que es su Hijo y con el amor que es el Espíritu
Santo. En virtud de esto todas las cosas remiten a su Creador, todas revelan y suponen una
sabiduría sumamente lógica, todas son amables y expresión de un posible amor.
El Padre actúa como misterio abismal, como aquel en quien vemos que la Trinidad es
eterna, sin principio y dando principio a todo. El Hijo es revelación e inteligencia, pues
cada criatura revela algo de Dios. Muestra la presencia de una sabiduría suprema. La
estructura de cada ser es tal como se revela siempre; muestra su verdad y de esta forma
entra en comunicación con el otro. El Espíritu es amor y unión, la comunión que caracteriza
al misterio íntimo divino se muestra visible en él. Las cosas del universo no están
yuxtapuestas, sino que hay orden, a pesar del caos aparente. Especialmente entre las
personas, reina el amor y la atracción hacia la unión y la comunión.
Una parte de nuestra historia ha pasado a ser historia de la Trinidad, pero la historia en su
totalidad llegará a ser historia trinitaria. Entonces ya no habrá lectura de signos, sino alegría
de la presencia directa y transparente. El universo desde el despliegue de sus
potencialidades latentes, que se iban haciendo finalmente patentes; desde la crisis cósmica
por la que se irá acrisolando de toda perversidad, alcanzará finalmente el reino de la
Trinidad. A partir de la fuerza transformadora del Espíritu y a través de la acción liberadora
del Hijo, el universo llegará finalmente al Padre.
El misterio de la creación se encuentra con el misterio del Padre. Cada criatura se verá
confrontada con su prototipo eterno, el Hijo del Padre. Los hombres se descubrirán
asumidos, a semejanza de Jesús de Nazaret, por la persona del Hijo eterno; entonces serán
eternamente hijos adoptivos en el Hijo eterno, expresión del amor, de la sabiduría y de la
vida del Padre. Lo que estaba fuera será introducido dentro; lo que estaba dentro se
comunicará fuera. Lo de fuera y lo de dentro estará en perpetua comunión, comunión que
es el misterio de la misma Trinidad; todo se conservará, transfigurado y convertido en
templo de la santísima Trinidad.