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Estrés y rendimiento Intelectual

AUTORES:
BALLESTEROS, Patricia. Lic. en Psicología J.T.P. Psicofisiología
pm.ballesteros@hotmail.com

SORIA, María José, Lic. en Psicología. Auxiliar Docente Psicofisiología


mjsorializondo@yahoo.com.ar

Los recursos del cuerpo, en una situación de estrés, se optimizan al máximo


mediante procesos bioquímicos y fisiológicos que compartimos todos los seres vivos.
No es momento de pensar, es momento de actuar y por tanto la energía, la atención,
la decisión, se vuelca en los músculos. Arrastramos una respuesta
automática basada en lo físico y no en el pensamiento. El estrés nos inunda de
hormonas y mensajeros químicos para capacitarnos a una respuesta de lucha o
huída, el pensamiento racional se bloquea: no es ni necesario ni pertinente en esos
instantes y hasta podría empeorar las cosas.

En situaciones de estrés inmediatamente anteriores a que esas habilidades


racionales se necesiten, nos encontramos con el pie cambiado, necesitamos de
nuestras habilidades racionales superiores pero el organismo ha preparado un plan
de contingencias que prevé justamente lo contrario. Conviene por tanto encontrar el
modo de eliminar la respuesta instintiva y reintegrar el control del pensamiento a la
mente plenamente consciente.
El diagnóstico de la situación no deja lugar a dudas: el estrés bloquea y obstruye el
rendimiento intelectual y creativo y no lo estimula como se ha creído con cierta
frecuencia. Lo que quizás pueda funcionar para mejorar el rendimiento deportivo tiene
un efecto adverso en el campo intelectual, que es donde transcurre la mayoría de las
tareas profesionales y laborales de las personas. Incluso tareas repetitivas con poco
aporte creativo, las asociadas a una cadena de montaje por ejemplo, se resienten
negativamente de una situación de estrés, al relajarse o bloquearse las habilidades de
atención y concentración.
A nivel físico es cierto que la personas reaccionan mejor en situaciones de estrés, por
la reacción causada por la adrenalina y la noradranalina, que a través de mecanismos
fisiológicos e instintivos nos llevan a huir o luchar. Pero el mismo proceso que sucede
a nivel corporal produce un efecto justamente contrario en el plano intelectual.

La presión, el sofoco del estrés es contraproducente si se trata de pensar o recordar,


realizar un discurso, escribir un documento, confeccionar un informe o contestar un
examen. Las capas exteriores del cerebro intelectivo, el neocórtex, deja el mando de
la situación al cerebro básico y primitivo, al piloto automático, al cerebro límbico. Ese
es el cerebro que no piensa, que solamente actúa.

Este proceso se reprodujo en un experimento cuando se indujo en un grupo de


sujetos de prueba de que podrían fallar en el examen, lo que hizo aumentar sus
temores y aumentar el estrés, lo que ocasionó peores resultados adicionales en
relación al grupo no inducido. Los individuos sometidos a estrés empeoraron nada
menos que un 12% respecto a los tests previos.

Cuando nos dedicamos positivamente a un desafío, el cerebro se remoja en un baño


de ―catecolamina‖ y otras sustancias, activadas por el sistema suprarrenal. Estos
elementos bioquímicos incitan al cerebro a mantenerse atento e interesado, hasta
fascinado, y lo energizan para un esfuerzo sostenido.
Los voluntarios que tenían más esperanzas de éxito –una variante del afán de triunfo-
eran los más capaces de mantener esa movilización en un nivel que produjera
mayormente ―catecolaminas‖, en vez de llegar a la posición de emergencia, donde
interviene el cortisol. Pero quienes actuaban motivados por el miedo al fracaso se
llenaban de ―cortisol‖. La neuroquímica de la motivación involucra muchos
Neuroquímicos, puesto que el cerebro segrega constantemente cantidades mayores o
menores de más de 200 neurotransmisores. Pero las más estudiadas son las
catecolaminas. Los que tenían niveles bajos de cortisol podían pensar bien y prestar
atención durante la prueba. El ritmo cardiaco demostraba que no estaban más
nerviosos durante el desafío que antes de comenzar; se mantenían alerta, serenos y
productivos. El efecto sobre el desempeño era dramático: ganaron más del doble que
sus colegas.

Los químicos cerebrales que comienzan a fallar cuando los niveles de estrés son
mayores a los niveles que la persona puede manejar son la serotonina, la
noradrenalina y la dopamina.

Es esencial que la noradrenalina funcione adecuadamente para que la persona se


sienta con energía. Si no se tiene suficiente noradrenalina, la persona se siente
cansada, exhausta o sin energía. Simplemente la persona no se siente con ganas de
hacer nada. La persona que tiene una falla en los niveles de noradrenalina irá
haciéndose progresivamente más letárgica. El tratar de "manejar" el cerebro con
bajos niveles de noradrenalina es similar a manejar un vehículo con la batería
descargada. Tarde o temprano el carro simplemente no encenderá.

La serotonina es una molécula que se encuentra en todo nuestro cerebro produciendo


un equilibrio en el ánimo por lo que no hay desbalances ni hacia la ansiedad, ni hacia
la depresión. También equilibra cualquier tipo de compulsión hacia los alimentos, las
compras e incluso el sexo. La principal función de esta molécula es servir de
mensajero entre las neuronas produciendo un equilibrio de toda la química
cerebral, por lo que gracias a la serotonina normal podemos sentirnos tranquilos,
dormir bien, disfrutar de las cosas sin obsesionarnos en forma compulsiva por nada.

Otro de los neurotransmisores importantes, la dopamina, parece concentrarse en


áreas del cerebro contiguas a los lugares de mayor secreción de endorfina. Cuando la
función de la dopamina disminuye también disminuye la función de la endorfina.
Cuando demasiado estrés causa una disminución de la dopamina la persona pierde
su "anestésico" natural. La dopamina también dirige el "centro del placer." Este es el
área que le permite a la persona el "gozar de la vida". Cuando el estrés interfiere con
la función dopaminérgica el centro del placer se hace inoperante. Las actividades
placenteras normales ya no dan placer. Con una severa disfunción de la dopamina y
de la endorfina la vida se convierte en dolorosa y ausente de todo placer.
En la actualidad sabemos que el cortisol ejerce sobre el cerebro una acción tóxica,
que llega a producir la muerte neuronal. El cortisol genera la disminución de la
química cerebral en general. La serotonina es una de las primeras sustancias que
baja cuando hay exceso de cortisol en el cerebro. El cortisol es una hormona que
puede ser útil para el corto plazo; un estado de alerta ante un peligro puede ser
beneficioso, pero que tiene un impacto letal a la larga. El cortisol enrarece el carácter,
quita vitalidad y envejece al organismo. Mucha pérdida para tan poca ganancia.

A emociones más intensas, inteligencia menos productiva. La guerra del cortisol


se libra en una parte del cerebro llamada amígdala, la gran controladora de nuestras
emociones. Es un radar que escanea la realidad detectando si hay situaciones de
amenaza con respecto a nuestras necesidades emocionales básicas (seguridad,
variedad, singularidad y conexión) y dictamina en forma de emociones positivas (si la
realidad escaneada es normal) o negativas (si la realidad escaneada supone un
peligro) Si la amígdala detecta una situación ―rara‖ en el entorno que escanea, dispara
una emoción negativa intensa (la más habitual es el miedo, pero puede ser también la
ira, la tristeza, el aburrimiento, etc.) que a la vez inyecta cortisol al cuerpo para
ponernos en situación de alerta. Un efecto de este proceso es que ―sale‖ sangre del
córtex (la parte del cerebro donde está el juicio, el control, la ecuanimidad, la
sensatez, la visión periférica, etc.) para llevarla a los músculos. El resultado de todo
ello es que la mente entra en visión de túnel y se centra en exceso en el objeto que ha
causado la alerta, trayendo a la mente más información negativa, que además
intensifica la emoción negativa, con lo que se inyecta más cortisol, etc.

Como consecuencia entramos en un bucle negativo que además de hacernos torpes


en la toma de decisiones, nos envejece y nos resta vitalidad. Se puede decir que
cuando sentimos una emoción intensa (especialmente si es negativa) la capacidad
intelectual disminuye (temporalmente) en la misma medida. Las emociones juegan un
papel decisivo en la vida, ya que en ellas radica una parte sustancial de la calidad con
la que vivimos. Las emociones también predisponen a que tomemos un tipo de
decisiones u otras; por tanto, nos hacen más o menos inteligentes.
La parte del cerebro que es más crítica para evaluar toda la información son los
lóbulos frontales o córtex de asociación. Esta parte del cerebro no obtiene ninguna
información directa del exterior—reúne toda la información que los sentidos han
llevado a través del oído, la vista, el tacto, etc. Los lóbulos frontales son como un
director que toma los talentos de las diferentes secciones de la orquesta y los reúne a
todos juntos en una sola pieza musical.

Las experiencias estresantes impiden el desarrollo de los lóbulos frontales. Entre


dichas experiencias estresantes se incluyen el abuso de drogas y alcohol, crecer en
un hogar destruido, vivir en medio de la violencia y el crimen, e incluso una dieta
inadecuada. Cuando los lóbulos frontales de una persona no se desarrollan, se vive
una vida primitiva. No puede—no sabe—planear el futuro. Su mundo es simplista y
puede tratar únicamente con lo que le está pasando en este momento.

Entonces, el estrés tiene manifestaciones en tres rubros: cognitivo, fisiológico y


conductual. En un primer momento suele generar nerviosismo (ansiedad) e
irritabilidad (tendencia incrementada a reaccionar con ira o enfado ante los pequeños
contratiempos de cada día). La mayoría de estos problemas no tienen por qué llegar a
cronificarse, sino que pueden ser pasajeros. Sin embargo, si permanecen pueden
incluso complicarse con otros, como por ejemplo trastornos psicofisiológicos o
mentales.

Pensemos como resolver los problemas que pueden plantear el estrés, y para ello es
fundamental munirnos de una mirada interdisciplinaria como la Neuropsicología. Las
técnicas de tratamiento más eficaces que se usan habitualmente son de varios tipos:
técnicas de relajación de la actividad fisiológica, técnicas cognitivo-conductuales, y
técnicas centradas en la conducta.

Las técnicas de relajación de la actividad fisiológica enseñan a las personas a


disminuir la activación fisiológica, soltar los músculos, respirar correctamente,
imaginar escenas que ayudan a producir calma, etc., en definitiva, a relajarse. Hay
que practicarlas todos los días. Se pueden complementar con otro tipo de actividades,
como el ejercicio físico, la natación, los masajes, etc.
Para optimizar y/o mejorar el funcionamiento de los lóbulos frontales en las
situaciones de estrés, la Neuropsicología nos brinda una herramienta valiosa llamada
entrenamiento en estrategias formales de solución de problemas que consiste en
proporcionar al individuo estrategias que les permitan reducir la complejidad de un
problema descomponiéndolo en porciones más manejables. La mayoría de técnicas
se basa en la práctica de ejercicios en los que es necesario poner en funcionamiento
diferentes componentes del proceso de solución de problemas (por ejemplo,
identificación del problema, selección de información relevante, procesos de
razonamiento, generación de alternativas y toma de decisiones, implementación de
estrategias, etc.)

Una de las técnicas cognitivas más utilizadas es la reestructuración cognitiva, está


basada en la identificación de los procesos cognitivos que pueden generar ansiedad,
la identificación de los errores cometidos en esos procesos y el cambio final de los
errores cometidos por procesos más adaptativos y pensamientos más racionales. Si
llevamos a cabo evaluaciones (o valoraciones) de las consecuencias de una situación
como amenazantes (por ejemplo, cuándo pensamos que existe una probabilidad muy
alta de que suceda algo negativo), la reacción de ansiedad aparecerá (nos
activaremos para prepararnos ante esa posibilidad). En este caso, la intervención
cognitiva debe ir dirigida a cambiar la valoración amenazante de las consecuencias de
la situación y mejorar la percepción de recursos de afrontamiento.

Las técnicas conductuales resaltan, por ejemplo, la necesidad de exponerse a las


situaciones temidas, acercándose a los estímulos que provocan la ansiedad (bajo
situación de control), todo ello siguiendo el principio de aproximaciones sucesivas
(poco a poco) y el principio del refuerzo (es importante premiarse por los éxitos, y
corregir ante los fracasos, en lugar de castigarse). Al exponerse a la situación
ansiógena, bajo estas condiciones de control, se produce habituación, o disminución
de la respuesta de ansiedad.

La idea fundamental es que la conducta y las emociones vienen determinadas por


cómo el individuo percibe e interpreta las diferentes experiencias. Por lo tanto, la
reestructuración cognitiva trata de modificar esas cogniciones, de modo que resulte
en un cambio del comportamiento y de las emociones del sujeto.

CONCLUSIÓN: Todos hemos heredado una cierta capacidad para producir y utilizar
los mensajeros químicos llamados ―alegres‖. Mientras la persona pueda producir
suficientes mensajeros alegres que contrarresten el estrés de su vida, encontrará que
el estrés puede incluso ser divertido, excitante y retador. De hecho, sin estrés la
persona se aburriría.
La cantidad de estrés que una persona puede tolerar antes de que sus mensajeros
alegres comiencen a fallar, se llama "TOLERANCIA AL ESTRES". La mayoría de
nosotros hemos heredado suficiente tolerancia al estrés para manejar las
contrariedades cotidianas de la vida. A pesar de nuestros pequeños problemas nos
sentimos bien y gozamos de la vida. A pesar de esto, todos hemos padecido en algún
momento éstos desbalances químicos cerebrales, breves episodios de disfunción de
los mensajeros químicos alegres, pero el 10% de la población se siente así todo el
tiempo. Es decir, una de cada diez personas ha heredado una condición llamada
"BAJA TOLERANCIA AL ESTRES"

Se vuelve una cuestión importante de considerar, ya que involucra a un gran número


de personas que padecen este trastorno, llamado de la posmodernidad.

BIBLIOGRAFIA

- Carlson, Neil. (2004). ―Fisiología de la Conducta‖ 4ta. Edición. Ariel


Neurociencia.

- Caldera Montes, Juan Francisco; Pulido Castro, Blanca Estela, Martínez


González, Ma. Guadalupe. (2007) ―Niveles de estrés y rendimiento académico
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- David de Noreña, Ignacio; Sánchez-Cubillo, Alberto; García-Molina, Javier
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- Graziano, Lucía. (2007) ―Neurotransmisores y alimentación‖. En Revista de la


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