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Lamentablemente, el art. 36 no establece de manera tajante “que todos los empleados públicos sean
designados y ascendidos por concurso”. Eso era lo que unos pocos convencionales de 2008
queríamos que dijera, pero en cambio el oficialismo (y si no recuerdo mal, con el apoyo de la UCR)
terminó aprobando una formulación anodina (y cómplice) que primero dice que “solo seran
designados y ascendidos previo concurso” y enseguida agrega que “la ley determinará las
condiciones” para esos ingresos y ascensos “y establecerá los funcionarios políticos sin estabilidad
que podrán ser designados sin concurso”. La ley, algún día. Por supuesto, esa ley nunca se aprobó
(al menos que yo sepa. Al dejar de militar políticamente no estoy tan informado como unos años
atrás, pero supongo que me habría enterado si hubiera ocurrido). Inmediatamente el articulo agrega
que no podrán ser nombrados sin concurso “los cargos de directores de hospitales y directores
departamentales de escuelas”, y fijate que ni eso se cumple. En el caso de hospitales, al menos se
aprobó hace años por ley (la 9892) y, de a poco, hemos visto ya un par de concursos. Pero es tan
patética la dirigencia política entrerrriana para cumplir con la ley cuando esa ley le impide actuar
discrecionalmente, que después de aprobada esa ley, la 9892 me refiero, se presentaron un par de
proyectos de ley ¡para que se cumpla esa ley! Tal el caso de proyectos presentados por los diputados
Foletto y Troncoso, de la UCR).
En el caso de los directores departamentales, como lo he dicho varias veces en notas de opinión (por
lo general cuando se cumple un aniversario más de la jura de la Constitución de 2008), todos los
dias hay centenares de concursos en toda la provincia para nombrar docentes en otros tantos cargos,
pero el Gobierno no es capaz de cumplir con 17 concursos para nombrar al frente de las
Direcciones Departamentales a personas idóneas y no manipulables partidariamente. Y hace quince
años que el Estado provincial incumple la disposición constitucional (que ademas no costaría
prácticamente un centavo cumplir) y a nadie le importa. Los gremios tampoco lo reclaman, con
algunas excepciones (Agmer a veces lo pone al final de su pliego de reivindicaciones en sus
congresos). Tampoco le interesa en lo más mínimo al Superior Tribunal de Justicia, que según la
propia Constitución (art. 204) tiene la obligación de “ejercer la superintendencia general de la
administración de justicia” y de “hacer saber al Poder Ejecutivo las necesidades que se señalen en el
ejercicio de la administración de justicia, a efecto de que solicite a la Legislatura, la sanción de las
leyes respectivas”. Se ve que cumplir la Constitución no tiene mucho que ver, a juicio del STJ, con
la administración de justicia. A nadie le importa, querido Tirso. A nadie.
Lo que hay que entender es que, para el poder, el incumplimiento de la Constitución no es una
omisión o una distracción: es una decisión. Creo que esta situación se extenderá indefinidamente en
el tiempo mientras los pueblos, las comunidades, no se apropien de esas disposiciones, mientras
para los sectores que creen en el cambio social sigan siendo textos aún desconocidos, como ocurre
hoy con la mayoría de nuestra comunidad. Será necesario que quienes todavía creen en la política,
en el periodismo, en el gremialismo, en la participación comunitaria, como herramientas para mayor
libertad e igualdad, los traduzcan en demandas concretas, los vinculen con los mecanismos de
participación popular que ahora sí incluye nuestra Carta Provincial, y para ello es imperioso que
esos sectores los difundan en el seno de los grupos que están fuera del bloque del poder, aún
desorganizados e incapaces de operar juntos como bloque alternativo.
Un párrafo merecen aquellos asuntos que no están especificados en la Constitución pero que se
desprenden —o se deducen si queremos ser rigurosos— al combinar en el análisis dos o más
disposiciones. Por ejemplo: la Constitución sostiene en su art. 82 que “el trabajo es un derecho que
el Estado protege e impulsa”. Y en otro articulo (el 36) garantiza la igualdad de condiciones para
acceder a los empleos públicos. Pero adeuda hasta hoy un régimen de ingreso al Estado por
concurso y los funcionarios siguen incorporando a personas al Estado por afinidad política, personal
o familiar. De esa manera, puede afirmarse sin temor a duda, que a la luz de cualquier análisis
lógico, los funcionarios incumplen ambos artículos, y si nos ponemos más exigentes, varios
artículos más (como por ejemplo el 5, que asegura que los derechos y garantías consagrados por la
Constitución “no serán alterados por las leyes que reglamenten su ejercicio, ni limitados por más
restricciones que las indispensables para asegurar la vida del Estado, el derecho de terceros, la
moral y el orden público”).
Una vieja frase, atribuida a La Rochefoucault, asegura que la hipocresía es el tributo que el vicio le
rinde a la virtud. Es decir: el vicio no puede presentarse en público como tal, porque nadie se
ufanaría de ser vicioso; por eso precisa enmascararse, aparecer como virtuoso. No puede dejarse ver
como eso. Y en eso consiste la hipocresía. ¿Se puede concebir ejercicio mayor de hipocresía el tener
una Constitución ejemplar, que no se cumple?
La palabra “derechos” es, seguramente, la maś reiterada en el texto constitucional. Aparece nada
menos que 92 veces en 280 artículos. Es decir que en promedio no se leen tres artículos seguidos
sin que se garantice o mencione alguna vez un derecho. ¿Se puede concebir monumento mayor a la
hipocresía que el incumplimiento de semejante colección de derechos garantizados?
Por otro lado, la misma Constitución prevé en su redacción ciertos mecanismos para lo que
acabamos de describir. En efecto, en las deliberaciones no faltó la pregunta sobre qué pasaría si, en
el futuro —tal como ocurrió— todos esos bellos derechos enumerados quedaran solo como
promesas incumplidas de la máxima ley provincial. Para eso, previsoramente, se introdujo una
variante para lograr una última instancia de garantía: el reclamo ciudadano.
En efecto, la Constitución prevé, en su artículo 62, que “si esta Constitución, una ley o una
ordenanza dictadas en su consecuencia, otorgasen algún derecho que dependiera para su concreción
de una ulterior reglamentación y ésta no se dictara dentro del año de la sanción de la norma que la
impone, el interesado podrá demandar ante el Superior Tribunal de Justicia la condena de la
autoridad renuente, a dictar la norma omitida. Ante el incumplimiento del obligado, el Tribunal
integrará la misma o, de ser esto imposible ordenará, si correspondiere, la indemnización al
demandante del daño resarcible que sumariamente acredite”.
Es decir, hablando claro: cualquier ciudadano o ciudadana puede reclamar —desde hace quince
años, y cuesta creer que nadie lo haya hecho— que se cumpla lo que la Constitución dice, en
cualquiera de sus numerosas disposiciones que aguardan un destino mejor. Claro que, como dije
antes, eso requiere que se apropien de estos textos quienes creen en el cambio social. Y lo cierto es
que aquellas disposiciones siguen siendo desconocidas por la mayoría de nuestra comunidad y, al
parecer, por sus dirigencias, aunque en este último caso, de a poco me he ido convenciendo de que
este desconocimiento es deliberado.
Por eso cada aniversario de la Jura es una buena oportunidad para difundir esa posibilidad que está
ahí, al alcance de la mano: la de obligar a la justicia y a los legisladores a que cumplan con lo que
promete la bella pero muerta letra de la Constitución.
Los incumplimientos constitucionales son como los errores ortográficos. Una tilde o una letra de
más o de menos cambia la identidad de una persona, confunde a alguien con otro. No los hay
pequeños. Lo mismo ocurre con las disposiciones que afectan derechos. Todas tienen algún costado
de enorme relevancia, y en especial eso se revela (y se releva, para jugar un poco con las palabras)
cuando una persona o una comunidad es afectada, y descubre que había una cláusula incumplida,
cuyo incumplimiento permitió que fuera afectada.
Eso ocurre, por caso, con el articulo del Ente Ambiental, que establece como política pública la
licencia social, es decir, la obligación de consultar a la ciudadanía cuando se pueden afectar sus
derechos, en especial en la cuestión ambiental. Hay más de un artículo en nuestra Carta Provincial
que lo garantiza, aunque no usa la expresión sino que la describe. Por ejemplo en el artículo 84,
donde crea entre los instrumentos del Ente Ambiental “la participación ciudadana en los procesos de
toma de decisiones que afecten derechos”. Este requisito constitucional ha brillado por su ausencia
en todos estos años en todas y cada una de las situaciones que afectaron derechos ambientales, ya
sea en el ámbito de toda la provincia como en ciudades localizadas, comunidades o barrios. Se
podrían enumerar todos los conflictos socioambientales que Entre Ríos vio producirse en los
últimos quince años (uso masivo de glifosato y otros venenos en la producción agrícola, ocupación
de costas por emprendimientos privados, basurales a cielo abierto, contaminación de ríos y arroyos,
mortandad de peces, quema de islas u otras miles de hectáreas, con la consiguiente afectación de
fauna y flora, efluentes industriales o cloacales volcados a los cursos de agua, destrucción de
humedales por avances inmobiliarios, desvío de cursos de agua, desmonte indiscriminado, extinción
de especies, pérdida de biodiversidad, y un largo etcétera).
Pero no debe haber caso más emblemático que el de un puñado de jueces y un gobernador
resolviendo permitir fumigaciones hasta los bordes de los establecimientos. ¿Hay alguna forma de
interpretar la Constitución de alguna manera que permita legitimar cada decisión, tomada, nada
menos, que por quienes deberían ser los custodios de su cumplimiento?
De nuevo: alcanza con relacionar entre sí tres o cuatro artículos para deducir con fuerza de teorema
pitagórico que jamás los gobernantes debieron habilitar semejantes decisiones. El artículo 4 asegura
“el derecho a la plena participación en las decisiones de los poderes públicos sobre los asuntos de
interés general a través de los procedimientos que esta Constitución dispone”. Y en cada caso
enumerado podremos encontrar más de un articulo que se ocupa de garantizar exactamente lo
contrario de lo que se hizo. Por ejemplo, si se trata del cuidado de los cursos de agua podremos
agregarle el artículo 85 que establece al agua como “un recurso natural, colectivo y esencial para el
desarrollo integral de las personas y la perdurabilidad de los ecosistemas”, pero además, en cada
caso local, habría que haber añadido el 242 que promueve “en la comunidad la participación activa
de los pobladores, juntas vecinales y demás organizaciones intermedias”, para el cumplimiento de
las competencias de Estado. ¿Con qué cara el Gobernador y los miembros del Superior Tribunal de
Justicia, que no viven al lado de ninguna escuela rural, decidieron avalar la posibilidad de fumigar a
quienes sí viven a la vera de establecimientos educativos insertos en la red viva pero languideciente
de la ruralidad entrerriana?
En fin. Es una tarea deprimente, pero recorrer cada uno de los artículos que enumeran derechos
permite comprobar la distancia insólita, aparentemente imposible de zanjar, entre la realidad y las
aspiraciones constitucionales. Y si eso ocurre con los aspectos más definidos (artículos de cuya
interpretación no hay modo de poner en disputa) ¿qué queda para los que requieren de
reglamentación para hacerlos efectivo? Pienso por ejemplo en el que prohibe “proteger” a un culto
en especial. ¿Qué significa “proteger”? ¿Las exenciones impositivas o el pago de servicios a
determinada religión (la católica, claro) entra en el concepto de protección? ¿La profusión de
simbología religiosa en oficinas de los tres poderes lo es? ¿La omnipresencia de “dignatarios” de un
culto en cada inauguración o en las fechas patrias se incluye dentro del concepto?
Podriamos seguir —soy consciente de que me faltan varios temas: desarraigo, cartelización,
opacidad de la administración, manejo clientelar de la justicia, análisis del Reino del “Como Si” (el
gobierno hace “como si” le interesara el ambiente, la UADER hace “como si” le interesara que los
sectores de menores recursos accedan a la educación superior, la salud pública hace “como si”
garantizara derechos a toda la población, buena parte de la docencia hace “como si” se ocupara a
conciencia de cumplir con su labor, la policía hace “como si” persiguiera a los narcos y no a
perejiles o peor, a consumidores, etc.), y son tantos los etcéteras que llenaríamos varias páginas
más. Pero creo que ya hemos revisado un montón de botones, muchos más de los que haría falta
para tener una muestra representativa de la mercería toda. Y no parece haber botones diferentes.
El Gobierno provincial encabezado por Bordet ha sido, en comparación, “más prolijo” que otros
(comparado con los de Urribarri, es dificil encontrar alguno que no lo sea), ha pagado sueldos a
tiempo, ha anunciado (y concretado mucho menos) en algunos lugares obras estrátegicas largamente
añoradas, y no ha tenido grandes escándalos, además de gozar de una notable actitud de
comprensión y empatía por parte de quienes tienen como oficio el de defender los derechos de la
clase trabajadora. Y, a la vista de lo que ocurre en el escenario nacional y provincial, hasta es
posible que en un futuro cercano terminemos añorandolo porque es muy posible que lo que venga
sea mucho peor.
Pero en verdad el problema es el artículo 98. Alli dice que es de competencia “exclusiva” de la
Cámara de Diputados acusar ante el Senado a los funcionarios sujetos a juicio político. Estamos
embromados. ¿Quién los acusaría a ellos? ¿Cómo podria prosperar semejante juicio?
No es ése el camino. El camino deberá ser una toma de conciencia generalizada de la ciudadanía
entrerriana, que quizás algun día se dé, cuando decidamos retomar sendas gloriosas que vienen
ocultadas desde el fondo de la historia y sin embargo de a poco se abren paso y hay más personas
que las retoman y las reponen en la discusión actual. Viejos anhelos de federalismo e igualdad, que
mezclan los nombres de Artigas, del Manco Balsechi y de Angel Jordán, de Teresa Ratto y de
Ramírez, de las primeras maestras extranjeras y de nuestros abuelos y abuelas charrúas, afros,
vascos rebeldes, judíos cooperativistas y alemanes anarquistas, de Alejo Peyret y de Francisco
Fernández y de Clodomiro Cordero, entre tantos otros nombres que ignoramos.
Tal vez entonces merezcamos que llegue desde el fondo del tiempo otro tiempo, y que un día el sol
brille sobre un pueblo que sueño labrando su verde solar. Por ahora, solo me sale canturrear “en mi
país qué tristeza, la pobreza y el rencor...”
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-Como convencional constituyente, ¿siente que los esfuerzos, los estudios, los consensos,
logrados en la reforma constitucional de 2008 fueron compensados con el cumplimiento
estricto de la carta magna?
Para nada. Pero la verdad es que todo eso (esfuerzos y estudios individuales, consensos obtenidos
entre personas de buena voluntad) son minucias al lado de todo lo que está en juego al incumplir la
Constitución. Creo que quienes tuvimos la oportunidad de haber estado ahí podemos aportar solo
una cosa (a esta altura ya no digo “el honor”, porque personalmente me abochorna hojear, y ojear,
los artículos de la Constitución, y encontrarme con tantas de mis inquietudes allí, en esas páginas,
convertidas en letra muerta, ignorada, despreciada). Y esa cosa es levantar la voz en cada
aniversario de la jura (que se cumple en los próximos días, el 11 de octubre). Cada aniversario es
una buena oportunidad para difundir esa posibilidad que está ahí, al alcance de la mano: la de
obligar a la justicia y a los legisladores a que cumplan con lo que promete la bella pero catatónica
letra de la Constitución Entrerriana.