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PEYRET, EL PRIMER INTELECTUAL EN RECONOCER AL "MARTÍN FIERRO" COMO

OBRA MAESTRA

En estos días el Martín Fierro, la obra magna de José Rafael Hernández, celebra 150 años de su
primera edición, y por eso me parece buen momento para contar algo que –hasta donde sé– no ha
sido advertido por nadie.

El libro de Hernández apareció en 1872, y aunque fue un éxito de ventas de inmediato –48 mil
ejemplares vendidos en seis años, lo que para la época era verdadero “best seller”– lo que no le
llegó enseguida fue el reconocimiento de intelectuales y mucho menos de académicos de la época.
Recién medio siglo después Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones comenzaron a señalar la relevancia
del poema gauchesco que narra las desventuras de un gaucho, con un telón de fondo al que
Alejandro Korn se referirá como “un naufragio social”. Y fue a mediados de los años 30 que se
comenzó a ver (y declarar) al Martín Fierro como “el poema nacional”.

Lo cierto es que, mucho antes, fue Alejo Peyret (ese filósofo todavía desconocido que desplegó su
accionar esencialmente en Entre Ríos) quien advirtió y dejó escrito su testimonio en que, con
sensibilidad estética y a la vez popular, no dudó en elevar al trabajo de Hernández como “obra
maestra”, “poema superlativo”, y a su autor como “poeta popular por excelencia”. La clarividencia
pero sobre todo la capacidad de empatía (de la que Peyret da muestras a lo largo de toda su obra)
son notablemente precursoras de lo que medio siglo después comenzará a ser el reconocimiento
consagratorio de la creación hernandiana.

LEYENDO EL MARTIN FIERRO EN EL LITORAL

Navegando en los textos de Peyret me encontré con un párrafo delicioso sobre el Martín Fierro. Ese
párrafo indica que fue Alejo Peyret el primero en reconocer al poema de José Hernández como una
“obra maestra”, varias décadas antes de que lo hicieran Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas y otros
literatos.

Tan tempranamente como en 1881, en sus Cartas sobre Misiones, Peyret dedica un párrafo
significativo donde no duda en calificar los dos poemas de Hernández (porque también se refiere a
La vuelta...) como “obras maestras”, de “grado superlativo”, y califica a Hernández como “poeta
popular por escelencia” (respeto su grafía).

Peyret no solamente comprende los valores literarios del gran poema hernandiano, sino también (y
quizás sobre todo) el drama social que denunciaba y que le daba “una aceptación extraordinaria
entre las clases populares”. En efecto, en escritos bastante anteriores al Martin Fierro, casi
proféticamente Peyret se hacía eco del destino del gaucho como paria, acorralado en su rebeldia o
usado como carne de cañón, sacrificado o arrinconado ante el avance del “progreso”. En sus notas
periodísticas así como en las impresionantes Cartas sobre la intervención de Entre Ríos (1873)
Peyret denunciaba esa situación trágica y se mostraba otra vez, con una sensibilidad pareja a su
poderosa mente filosófica.

El párrafo que reproduzco es parte sus Cartas sobre Misiones, donde narra el viaje en el vapor
Caremá, y especificamente corresponde a la parada en la estación arroyo Yabebiry, en la actual
provincia de Misiones, la noche del 29 de mayo de 1880. Peyret cuenta allí que él mismo leía a los
concurrentes los versos de Hernández y constataba “la atención religiosa” que esos hombres
(muchos de ellos analfabetos) prodigaban al Martin Fierro (dicho sea de paso, debe haber sido todo
un espectáculo escuchar al gran Alejo leer los versos criollos con su inconfundible acento francés
que describían sus alumnos).
Aquí va la cita:

“La noche, en esa estación, es larguísima. Para abreviarla, se leía, y ¿adivinará Vd. qué libro se leía?
Se leían los poemas de Martín Fierro, de los cuales había varios ejemplares á bordo. Yo tomaba el
poema, y lo leía en alta voz á los concurrentes, porque concurrían, no solo los pasajeros, sino los
hombres de servicio que no tenían ocupación en ese momento, prestando al lector la atención mas
religiosa. No es este el momento de hacer reflexiones literarias, pero no puedo menos de decir de
paso que el poema, ó los poemas, pues hay dos, de don José Hernández son obras maestras. El
corazón, decía un antiguo, hace á los oradores. Byron ha espresado el mismo pensamiento respecto
á los poetas: «la poesía, es el corazón». Pues bien, el poema de Hernández llena ese requisito en
grado superlativo, y es por eso que tuvo una aceptación extraordinaria entre las clases populares.
Cuando Moliere quería juzgar el mérito de sus comedias, leíalas á su cocinera, la anciana Laforet, y
si no le agradaban á la vieja mujer, conocia que no habia acertado; volvía á escribirlas. Los versos
de Hernández pueden leerse á cualquier hombre del pueblo, en el campo ó en la ciudad; siempre y
en todas partes serán oídos con placer, con emoción. Hernández ha sido para los argentinos lo que
fué Béranger para los franceses, el poeta popular por escelencia. Siento no tener tiempo para
desarrollar mi pensamiento á este respecto, pero vuelvo á repetir que no hemos salido para hacer
observaciones literarias”.

(Alejo Peyret, Cartas sobre Misiones, Imprenta de La Tribuna Nacional, Bs As, 1881. Pág. 168).

Seguramente este párrafo es la razón por la que el gran Fermín Chavez sostuvo que Peyret era un
“entusiasta lector de Martin Fierro”. En cualquier caso muestra, también en este aspecto, no solo su
agudeza sino su sensibilidad: este francés acriollado, argentinizado (y entrerrianizado) hasta el
tuétano, comprendió y sintió (con los ojos y el corazón, como él mismo lo dice en el párrafo que
compartimos) no solo aquellos elementos que tocaban fibras íntimas del paisanaje, sino que él
mismo había denunciado injusticias similares en sus obras.

Algunos años antes de escribir esas palabras notables sobre el Martín Fierro, Peyret se había
referido en distintos periódicos a la situación del gauchaje, evidenciando esa actitud empática y en
coincidencia con la denuncia de fondo que atraviesa la obra de José Hernández. Así, Peyret advertía
en 1875 que “el pauperismo ya existe en las ciudades y también existe en las campañas, donde la
población indíjena, los gauchos, condenados perpetuamente al servicio militar, se han convertido en
una especie de ilotas, de outlaws, de pariux sin hogar y sin familia” (“La situación”, en La Reforma.
Abril de 1875). Y un poco antes, en las Cartas de un extranjero… se refería en términos similares:
“Pregúntese á esos pobres gauchos, cazados como fieras, que se mandan á la frontera, y que, so
pretesto de defenderla contra los Indios que la cruzan cuando quieren, van á trabajar en las chacras
ó en las estancias de los comandantes militares, abandonando sus familias á la miseria y á la
prostitucion, perdiendo rápidamente sus pocos intereses y viniendo á ser ellos mismos con el tiempo
unas especies de parias, de outlaws, vagos, matreros, nómades arrastrados forzosamente en la
pendiente resbaloza del crimen” (Pág. 32).

Peyret fue un filósofo en acción, que actuó en nuestra región tras emigrar de su Francia natal, entre
1853 y hasta su muerte en 1902, dejando una obra social de enorme trascendencia, y una obra
filosófica que recién empieza a conocerse en toda su dimensión.

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