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FELICES 150 AÑOS, BERTRAND RUSSELL

Hace 150 años nacía el gran Bertrand Russell, uno de los filósofos más valiosos del siglo XX (en mi
opinión), y quizás por eso mismo, uno de los que jamás es mencionado por la filosofía de moda, esa
que vende que la verdad no existe, que no se puede alcanzar la objetividad, que no le des bola a la
ciencia o si sos cientifico o cientifica no le des bola a la política o la filosofía, que planificar no
sirve, que cooperar es de estúpidos y competir es de vivos, que en el fondo las personas son todas
malas (o tontas) y no hay modo de que dejen de serlo y por eso necesitan que otras decidan por ellas
y todas esas cositas que permiten que los poderosos sigan siendo poderosos y se apropien de lo que
es de todos.

En cambio el gran Beltrán predicó todo lo que pudo para que todas las personas tuviéramos en
nuestras manos el poder, el conocimiento y la riqueza, para que aprendiéramos a dialogar, a
cooperar y a vivir en paz. Fue un hombre de pensamiento y de acción. Una gran cabeza del
humanismo, del feminismo, de la izquierda democrática, del pacifismo, de la renta básica universal,
de la libertad sexual, de la defensa de las demás especies, de la mirada naturalista y antidogmática
sobre la realidad y sobre las personas.

Y, siendo el más pacífico del mundo, nunca dejó de pelear. Siempre puso el cuerpo, además de las
palabras. Porque fue un tipo decente y comprometido con valores profundos, al punto que
alguna de sus obras más célebres la escribió mientras estaba preso por oponerse a la primera
gran guerra. Antes de eso, en 1907 fue candidato al Parlamento británico por la unión pro
sufragio femenino, que defendía el derecho al voto de las mujeres.

En campaña contra la llamada Primera Guerra Mundial, Russell fue expulsado de Cambridge, y
condenado a seis meses de cárcel. En la prisión de Brixton aprovechó su encarcelamiento para
escribir en la celda su “Introducción a la filosofía matemática”, una brillante exposición
divulgadora de los resultados de sus investigaciones anteriores.

En 1929 publicó “Matrimonio y moral”, en el que defendia la sexualidad libre, el divorcio legal, la
legalidad de la homosexualidad (en Gran Bretaña siguio siendo delito hasta la década de 1950),
el control de la natalidad y una propuesta que causó revuelo: el matrimonio legal a prueba, por
un plazo determinado a renovar solo si ambas personas se manifestaban expresamente a favor.

En 1940 fue nombrado profesor del City College de New York, lo cual dio lugar a una tempestad
de protestas de cristianos fundamentalistas, como el obispo Manning, que acusaba a Russell de
“sentar cátedra de indecencia” y de “corromper a la juventud”, casi como un Sócrates actual.
Una histérica campaña lo llevó a los tribunales, y un juez católico fanático, McGeehan, lo
expulsó de sus cátedras (tanto de lógica como de filosofía) en un juicio bochornoso que tuvo
enorme impacto en la época.

Bertrand Russell merece ser conocido y estudiado, aunque el mundo académico lo ignore, en
especial en nuestro país, donde no hay pseudofilósofe que no hable de Heidegger pero ignoran
todo sobre alguien como Russell. Y aunque la filosofía de moda lo ignore por completo, porque
es más fácil repetir como un mantra “deconstruir deconstruir deconstruir” que animarse a
formarse e informarse para ejercer el pensamiento critico y aportar a una vida diferente, a una
vida buena (como quería Russelll) “inspirada por el amor y guiada por el conocimiento”.

La filosofía de Russell es tanto o más valiosa que su vida personal. O quizás, me animo a
postular, su vida personal es una evidencia a favor de sus perspectivas filosófcas. Autor de
obras imprescindibles, a mí me marcaron especialmente “Los caminos de la libertad”, que me
vacunó contra el stalinismo y otros dogmatismos de la izquierda; “Por qué no soy cristiano”, que
me abrió la cabeza al medio como un melón y me enseñó cómo se argumenta en filosofía; “La
sabiduría de Occidente”, una historia amena y profunda del pensamiento occidental, con humor
e ilustraciones capciosas elegidas por el propio Russell, y despues me devoré, con los años,
todo lo que encontré de él, en especial su monumental “Historia de la filosofía occidental”, de la
que Jesus Mosterin dice, con acierto: “El estilo claro, gracioso, irreverente e incisivo de Russell
es sin duda la principal causa del inmenso éxito de esta obra”.

Russell pertenece a una corriente de la filosofía –la filosofía cientifica– que le ha dado al mundo
pensadores enormes y valiosos como él mismo, como Mario Bunge, como Jesús Mosterín o Daniel
Dennet, y que en la actualidad tiene exponentes como el gran Gustavo Romero. Algunos por
ignorancia lo califican como positivista o cosas así, pero es porque no lo leen. (No confundir
“filosofía científica” que es una corriente filosófica, con “filosofia de la ciencia”, que es una
disciplina de la filosofía).

Sin embargo advertía: “La ciencia nos dice lo que podemos saber, pero lo que podemos saber es
poco, y si olvidamos cuánto no podemos saber nos volvemos insensibles a muchas cosas de una
importancia muy grande. La teología, por otro lado, induce a la creencia dogmática de que tenemos
conocimiento donde en realidad tenemos ignorancia, y al hacerlo genera una especie de insolencia
impertinente hacia el universo. La incertidumbre, en presencia de esperanzas y miedos vívidos, es
dolorosa, pero debe ser soportada si queremos vivir sin el apoyo de reconfortantes cuentos de
hadas”.

Así definió su pensamiento Russell: “El tipo de filosofía que valoro y que me he esforzado por
seguir es científica, en el sentido de que se debe obtener algún conocimiento definido y que los
nuevos descubrimientos pueden hacer inevitable la admisión del error anterior […] No aspiro al tipo
de verdad que los teólogos reclaman para sus credos. Solo afirmo, en el mejor de los casos, que la
opinión expresada era sensata en el momento en que se expresó. La claridad, por encima de todo, ha
sido mi objetivo”.

Su cuestionamiento a las religiones (en especial a la pretensión de ellas de imponer sus criterios al
resto de la comunidad) eran tan contundente como sencilla y sensata: “Las objeciones a la religión
son de dos tipos: intelectuales y morales. La objeción intelectual es que no hay razón para suponer
que una religión es verdadera y no las otras; la objeción moral es que los preceptos religiosos datan
de una época en que los hombres eran mucho más crueles de lo que son hoy y por lo tanto, las
religiones tienden a perpetuar inhumanidades que, de otro modo, la conciencia moral de la época
superaría sin problemas”.

Como dice también Mosterin, “ningún otro filósofo de este siglo podría compararse con Russell en
cuanto a su decisiva influencia en los más diversos campos. Sin embargo, Russell no fue el
fundador de ninguna escuela filosófica: el «russellismo» no existe. Ni siquiera mantuvo sus propias
ideas estables a lo largo de su vida, sino que las sometió todas a un inacabable proceso deconstante
(y a veces radical) revisión”. En efecto, Russel sostenía ( y lo aplicaba en su propio pensamiento)
que “en todas las actividades es saludable, de vez en cuando, poner un signo de interrogación sobre aquellas
cosas que por mucho tiempo se han dado como seguras”.

Su sensibilidad profunda y empática lo hizo sufrir mucho y compadecerse de las desgracias y


horrores que azotaban a la humanidad: las sufría como propias. Sin embargo nunca perdió la
esperanza activa y militante, ni la inteligencia aguda y punzante, ni el sentido del humor. Por eso
podía decir cosas como éstas: “Una de las tragedias de nuestro tiempo es que las personas estúpidas
están llenas de certeza, y en cambio aquellas que tienen algo de imaginación y comprensión están
llenos de dudas e indecisión”.

Russell, además, nunca dejó de pelear y de cuestionar. Sin armas. A puro argumento, a puro
pensamiento crítico. Nunca bajó los brazos. Ni siquiera de viejito. A los 90 años era capaz de hacer
una sentada en la vía pública para oponerse a la guerra de Vietnam (es la foto que comparto). Pero
no solo eso: en 1966, cuando el gran Beltrán ya tenía 94 añitos, creó junto a Jean-Paul Sartre, el
Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra, un tribunal de opinión internacional e
independiente, que se conoció popularmente como “Tribunal Russell”, para investigar y evaluar la
intervención de Estados Unidos en Vietnam. Russell explicó así la creación de este organismo: “Si
ciertos actos de violación de tratados son crímenes, se trata de crímenes, sin importar que los
cometan Estados Unidos o Alemania. No estamos preparados para estipular una norma de conducta
criminal contra otros que no estemos dispuestos a invocar contra nosotros”. Entre otras
personalidades que se sumaron al Tribunal Russell, figuran Julio Cortázar, Simone de Beauvoir,
Gabriel García Márquez, Ken Coates y Ralph Schoenman.

En su libro "Los caminos de la libertad", publicado un poquito más de un siglo, Bertrand Russell
explicaba con sencillez la idea de una renta básica (o ingreso universal). Eso que muchos ven
(vemos) como el camino más razonable hacia una organización social sobre otras bases. Sí,
eso mismo que hace poquito pidió el Papa. Paradojas de la historia.

Russell fue Premio Nobel de Literatura en 1950 (lo habían postulado decenas de veces), pero en
verdad hubiera merecido el de la Paz –o si existieran, el de Filosofía o el de la Igualdad. Vale la
pena saber más sobre él. Por eso compartí estas lineas apuradas y varias de sus citas (que atesoro
siempre) para celebrar su cumpleañitos número 150, y sobre todo para insistirles a quienes me
puedan leer, en lo principal: que vale la pena leer todo lo que encuentren de él.

Feliz cumpleaños y larga vida, gran Beltrán.

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