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a) El mismo art. 75, inc. 22, inviste directamente de jerarquía constitucional a once
instrumentos internacionales de derechos humanos que enumera taxativamente,
pero además
b) prevé que, mediante un procedimiento especial, otros tratados de derechos
humanos puedan alcanzar también jerarquía constitucional.
En los dos supuestos, tales tratados no entran a formar parte del texto de la
constitución y quedan fuera de él, en el bloque de constitucionalidad federal, y
comparten con la Constitución su misma supremacía. O sea, no son
infraconstitucionales como los otros.
3. Este derecho internacional de los derechos humanos ostenta perfiles que lo
distinguen del derecho internacional común, general o clásico. Los tratados sobre
derechos humanos, si bien responden a la tipología de los tratados
internacionales, son tratados destinados a obligar a los Estados parte a cumplirlos
dentro de sus respectivas jurisdicciones internas, es decir, a respetar en esas
jurisdicciones los derechos que los mismos tratados reconocen directamente a los
hombres que forman la población de tales Estados. El compromiso y la
responsabilidad internacionales, aparejan y proyectan un deber "hacia dentro" de
los Estados, cual es el ya señalado de respetar en cada ámbito interno los
derechos de las personas sujetas a la jurisdicción del Estado-parte.
4. De este primer esbozo podemos inferir que:
a) la persona humana es un sujeto investido de personalidad internacional;
b) la cuestión de los derechos humanos ya no es de jurisdicción exclusiva o
reservada de los Estados porque, aunque no le ha sido sustraída al Estado,
pertenece a una jurisdicción concurrente o compartida entre el Estado y la
jurisdicción internacional;
c) nuestro derecho constitucional asimila claramente, a partir de la reforma de
1994, todo lo hasta aquí dicho, porque su art. 75, inc. 22, es más que suficiente
para darlo por cierto.
5. Es bueno trazar un paralelo entre derecho internacional y derecho interno. El
artículo 103 de la Carta de las Naciones Unidas –que sin enumerar los derechos
humanos aludía a los derechos y libertades fundamentales del hombre– proclama
su prioridad sobre todo otro tratado, pacto o convención en que se hagan parte los
Estados miembros de la organización. Quiere decir que tales Estados no pueden
resignar ni obstruir a través de tratados la obligación de respetar y cumplir los
derechos y libertades fundamentales del hombre.
De modo análogo, cuando una constitución suprema que encabeza al orden
jurídico interno contiene un plexo de derechos, éste participa en lo interno, de la
misma supremacía que goza la constitución a la que pertenece. Hay pues, una
afinidad: el derecho internacional de los derechos humanos sitúa a los derechos en
la cúspide del derecho internacional, y el derecho interno ubica de modo
equivalente a la constitución que incorpora los derechos a su codificación
suprema.
axial que nutre al mundo jurídico. Y por algo el trialismo jamás descuidó la
inserción de un orden de valores, o dimensión dikelógica o axiológica en el mundo
jurídico.
La retroalimentación que circula entre la fuente interna y la internacional del
sistema de derechos, y que a su modo viene formulada en la "complementariedad"
que los instrumentos internacionales con jerarquía constitucional proveen a
nuestra constitución reformada en su art. 75, inc. 22, encuentra otro indicio valioso.
Es el principio que, aun sin norma explícita en la constitución, damos por contenido
implícitamente en ella, al modo como lo aprendimos de la constitución de España
de 1978: las declaraciones, las libertades, los derechos y las garantías
constitucionales se deben interpretar de conformidad con los instrumentos
internacionales (declaraciones, tratados, pactos y convenciones) que están
incorporados al derecho interno. En el caso argentino, no solamente los que gozan
de rango constitucional sino, a la vez, los que solamente están reconocidos con
jerarquía supralegal.
10. En todo este recorrido de interpretación e integración luce bien el sentido que
hemos de atribuir a la tendencia a la maximización y optimización del sistema de
derechos para su completitud y plenitud en el Estado democrático, al que hay que
dar efectividad en la vigencia sociológica con indivisibilidad de las tres
generaciones de derechos: los civiles y políticos, los sociales, y los de la tercera
generación. Es en esta adición indivisible donde, a más de perforar toda
incomunicación, hay que hospedar a los silencios e implicitudes del orden
normativo para que rinda resultado benéfico hacia el sistema de derechos. De
nuevo hace presencia acá el plexo de principios y valores como contenido
sustancial del mismo sistema.
El precedente panorama tan someramente esbozado se nos ocurre un instrumento
indispensable a la hora en que, desde el ámbito doctrinario o desde la aplicación
que han de llevar a cabo los operadores, hay que comprender el sentido y alcance
del sistema de derechos, con normas y sin normas, para que cumpla su finalidad
personalista en el Estado democrático.
11. Aunque no es del caso abordar el detalle de un tema conexo, queremos dejarlo
propuesto. Es el de la irreversibilidad de los derechos, como principio que
acogemos en el derecho internacional de los derechos humanos e incorporamos a
nuestro derecho constitucional.
Significa que cuando el sistema de derechos acrece por ingreso de nuevos
derechos, o de contenidos nuevos en derechos viejos, el "plus" queda
definitivamente anclado en el sistema, aunque –acaso– la fuente que le dio origen
desaparezca. Para nuestro caso de los tratados de derechos humanos, una
eventual denuncia por parte de nuestro Estado impediría dar por suprimidos los
derechos de los que ahora esos tratados han sido fuente. En tal supuesto, cabría
acudir a la tesis de que mantienen su hospedaje en la cláusula del art. 33 de la
constitución sobre derechos implícitos.
12. La insistencia con que en los últimos años venimos postulando que para la
completitud de un sistema de derechos hace falta nutrirlo desde una doble fuente:
la interna y la internacional, reaparece en muchos de los tratados jerarquizados
constitucionalmente. Ello cobra relevancia cuando, desde la misma dualidad de
fuentes y de sus respectivas normativas, inferimos la también destacada
necesidad de efectuar una opción preferente por la que suministra un
¿Qué podemos inferir de la coordinación entre las dos pautas: la "no derogación" y
la "complementariedad"?.
a) Vamos a resumirlo. ¿Qué significa la "no derogación"?
Es una pauta hermenéutica harto conocida la que enseña que en un conjunto
normativo (para el caso: la Constitución "más" los instrumentos dotados de
jerarquía constitucional) que comparte un mismo y común orden de prelación
dentro del ordenamiento jurídico, todas las normas y todos los artículos de aquel
conjunto tienen un sentido y un efecto, que es el de articularse en el sistema sin
que ninguno cancele a otro, sin que a uno se lo considere en pugna con otro, sin
que entre sí puedan oponerse irreconciliablemente. A cada uno y a todos hay que
asignarles, conservarles y aplicarles un sentido y un alcance de congruencia
armonizante, porque cada uno y todos quieren decir algo; este "algo" de uno o de
varios no es posible que quede neutralizado por el "algo" que se atribuye a otro o a
otros.
b) Pasemos a la "complementariedad".
La tesis que pregona la inaplicación de cualquier norma de un tratado con
jerarquía constitucional a la que acaso se impute oposición con alguno de los
artículos de la primera parte de la Constitución hace una ligazón entre la
"complementariedad" de los tratados respecto de dichos artículos, y la "no
derogación" de éstos por aquéllos. De este modo, le asigna a la palabra
"complementarios" un sentido equívoco de accesoriedad y hasta supletoriedad,
que riñe con la acepción del vocablo "complemento" y del verbo "complementar".
Complemento es lo que hace falta agregar a una cosa para que quede completa,
pero no lo que se ubica en un plano secundario respecto de otro superior. Para
nada hemos de imaginar que el nivel de lo complementario es inferior al nivel de
aquello a lo que complementa.
De ahí que sostener que los tratados, debido a su complementariedad respecto de
los artículos de la primera parte de la Constitución, no derogan a ninguno de ellos,
jamás tolera aseverar que éstos pueden llegar a excluir la aplicación de un tratado
ni que, en vez de conciliar lo que pueda parecer incompatible, hay que hacer
prevalecer indefectiblemente las normas que integran la primera parte de la
Constitución.
20. Si a la criticada locución "no derogan artículo alguno de la primera parte de la
Constitución" hemos de darle un sentido aceptable, sólo consentimos éste: "los
artículos de la primera parte de la constitución y los instrumentos internacionales a
los que el inciso 22 adjudica jerarquía constitucional componen un plexo
indisociable de derechos y garantías, en el que ninguna norma del primer sector
hace inaplicable a una o más del otro sector, y viceversa; la complementariedad
del segundo respecto del primero significa que le proporciona completitud y que
nunca puede resultar inocuo".
En síntesis, ni los artículos de la primera parte de la Constitución "derogan" o dejan
sin efecto a normas internacionales de su mismo rango, ni éstas perturban a
aquéllos, porque unos y otras, dentro del sistema de derechos al que como fuente
alimentan con igual jerarquía, forman un conjunto coherente, insusceptible de
desgajar, o desarticular o dividir con supuestas incompatibilidades, oposiciones o
contradicciones.
21. Después de la quizá minuciosa explicación antecedente, hay que trasladar
conclusiones desde nuestro enfoque de la supremacía al del control de
constitucionalidad. Todo ello a la luz de la reforma de 1994.
a) La paridad que asignamos a todo el conjunto normativo de la Constitución con
los instrumentos internacionales de jerarquía constitucional (los once enumerados
en el art. 75, inc. 22, más los que la adquieren en adelante) impide declarar
inconstitucionales:
a.1) a norma alguna de la Constitución (en cualquiera de sus partes) en relación
con instrumentos internacionales de derechos humanos de jerarquía
constitucional;
a.2) a norma alguna de dichos instrumentos en relación con normas de la
Constitución (en cualquiera de sus partes);
a.3) por ende, toda aparente oposición o incompatibilidad ha de superarse a tenor
de una interpretación armonizante y congruente, en la que se busque seleccionar
la norma que en su aplicación rinda resultado más favorable para el sistema de
derechos (integrado por la Constitución y los instrumentos internacionales de
jerarquía constitucional), en razón de la mayor valiosidad (pero no supremacía
normativa) que el sistema de derechos ostenta respecto de la organización del
poder.
b) El bloque encarado en el anterior inc. a) y sus subincisos obliga a controlar
todos los sectores del derecho infraconstitucional, y a declarar inconstitucional toda
norma que en él sea infractora de la Constitución y los instrumentos
internacionales de derechos humanos con jerarquía constitucional.
c) Los tratados internacionales que no gozan de jerarquía constitucional, como
inferiores que son, quedan sometidos a control (aun cuando en nuestra tesis, ello
sea incoherente y discrepante con el principio de primacía del derecho
internacional sobre todo el derecho interno).
d) Todo el derecho infraconstitucional, a partir de las leyes, también debe ser
controlable en relación con los tratados sin jerarquía constitucional, porque el
principio general aplicable a este supuesto es el de la superioridad de los tratados
sobre las leyes y, por ende, sobre el resto del ordenamiento sublegal.
22. ¿Se ha extraviado o ha dejado de existir la supremacía de la Constitución?
Más bien, cabría sostener que hay un reacomodamiento de la misma.