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1. Generalidades
La sociedad como persona jurídica entra en relaciones con sus propios socios y con
terceros. Las relaciones con sus propios socios conciernen fundamentalmente al
régimen de administración para llevar a cabo la consecución del fin social. Las
vinculaciones de la sociedad con los terceros consisten en los actos y contratos que
ella ejecuta o celebra mediante el uso de la razón social y en las consecuencias que
de ellos derivan, esto es, la circunstancia qu8e queda obligada frente a los acreedores
sociales y el hecho que surge la responsabilidad solidaria de los socios colectivos, si
se agota el patrimonio de la compañía sin satisfacer la deuda social.
La administración de la sociedad colectiva comercial puede ser ejercida por todos los
socios a quienes les corresponde de derecho, o bien puede delegarse en uno o más
de ellos o en terceros extraños.
Está regulado en los artículos 385 y siguientes del Código de Comercio y descansa en
los siguientes principios básicos:
c) Gracias al mandato legal, cada uno de los socios puede hacer válidamente todos
los actos y contratos comprendidos dentro del giro ordinario de la sociedad o que
sean necesarios o conducentes a la consecución de los fines sociales (art. 387).
d) La existencia de un derecho de oposición a los actos proyectados por otro socio.
Ejercido ese derecho, se suspende la ejecución del acto proyectado hasta que la
mayoría numérica de los socios decida sobre la conveniencia económica de llevarlo
o no a cabo (arts. 388, 389, 390 y 391).
Las res hipótesis indicadas, como requieren convención expresa, pasan a ser parte
integrante del contrato de sociedad, de manera que no pueden alterarse si no es
mediante modificación de dicho contrato. Solo cuando el nombramiento consta en
otra escritura pública distinta de la que contiene el estatuto, no es necesario
modificar la sociedad.
Por último, la sociedad colectiva puede ser administrada por otras sociedades. Esta
alternativa es posible, sea la sociedad administradora socia o extraña, conforme a las
reglas generales contenidas en el artículo 384 del Código de Comercio.
Por otra parte, es preciso considerar que la renuncia y revocación están prohibidas
en las sociedades que se han contratado por tiempo fijo o para un negocio de
duración limitada, por las mismas razones señaladas precedentemente. Conforme al
principio de la autonomía de la voluntad, nada impide que los socios estipulen o
reglamenten la renuncia o revocación en el estatuto social. Con todo, esta situación
presenta el inconveniente de dejar incierta la existencia y funcionamiento legal del
órgano de administración, sobre todo en su función de representación frente a
terceros, quienes no podrán imponerse con certeza sobre la situación del actual
administrador y si le están afectando o no las causales que configuren en la realidad
la renuncia o revocación del mismo, con el consiguiente efecto en la vigencia de su
designación. En consecuencia, no es conveniente que la renuncia y revocación de los
administradores sociales queden reguladas por el contrato de sociedad.
Según lo previsto por el artículo 402 del Código de Comercio, el administrador delegado
por socio o extraño, tiene la competencia que le señala su mandato y en lo que estuviere allí
determinado tiene sólo las facultades comprendidas en el giro de la sociedad, “o que sean
necesarias o conducentes a la consecución de los fines que ésta se hubiere propuesto”
(artículo 387, Código de Comercio).
En consecuencia, el administrador, por regla general, sólo tiene facultades para actuar
dentro del objeto social o giro ordinario de la misma y además tendrá únicamente las
facultades que designe su título (artículos 394 y 397 Código ce Comercio y 2.077 Código
Civil), pero con la limitante en este último caso de que en el ejercicio de sus facultades los
administradores delegados también deben enmarcarse dentro del mismo objeto social o
giro ordinario de la sociedad (artículo 352 número 5 del Código de Comercio), ya que la ley
del ramo dispone que la sociedad no es responsables de los documentos suscritos con la
razón social cuando las obligaciones que los hubieren causado no le conciernan (artículos
370, 374, 393 397 del Código de Comercio).
Las facultades del administrador tienen, por ende, dos límites: uno de ellos está
representado por las facultades que designe su título o mandato, de manera que todo acto
que exceda ese mandato no obliga a la sociedad; y el otro, por el ejercicio de la función
administradora, que siempre debe quedar comprendido dentro de las operaciones que
constituyen el giro ordinario de la sociedad, sea mediante facultades otorgadas o sin ellas.
De ello sigue que al contratar con una sociedad colectiva es preciso examinar atentamente
las facultades contenidas en el poder otorgado al administrador, para comprobar si el acto
o contrato que se trata de ejecutar o celebrar coincide con la facultad específica que a éste
se le ha conferido y, además, si dicho acto o contrato queda comprendido en el objeto social
o que se trata de un acto necesario o conducente a la consecución de los fines sociales. Es
importante definir cuándo un acto está destinado al cumplimiento del objeto social y
cuándo no lo está. Un criterio restrictivo admite que el acto está encaminado a la
consecución del fin social cuando se trata de actos de administración interna, de operación
o de explotación y cuando se trato de actos o contratos ejecutados o celebrados con terceros
que directamente conforman el objeto de la sociedad. En esta concepción restringida no
son actos dirigidos al cumplimiento del objeto social aquellos que son accesorios o
complementarios del objeto social. Una concepción más amplia reconoce que son actos
destinados al cumplimiento del objeto social todo acto que ejecute una sociedad por medio
de sus administradores, a menos que estén expresamente prohibidos, dándose cabida a la
noción de órgano de administración que expresa la voluntad social.
Frente a esta grave dificultad que plantea la administración de las sociedades colectivas
comerciales y en general las sociedades de personas, consistentes en la inoponibilidad del
acto frente a la sociedad y en la posibilidad de que ella misma resulte ineficaz como
estructura jurídica de la empresa colectiva, un autor postula que: “no debería existir
inconveniente a lo menos para extender al régimen de administración de las sociedades
de personas el contenido del artículo 328 del Código de Comercio, que si bien se encuentra
ubicado en el contrato de comisión, en las disposiciones comunes a los factores y
dependientes de comercio la naturaleza de los factores y de los administradores de las
sociedades de personas por una parte, y por otra, la situación que contempla dicha
disposición, son semejantes, destacando que ello es posible, con mayor razón desde el
momento que la misma disposición menciona el establecimiento que administran y
bien sabemos que este último forma parte del objeto social genérico”.
“El artículo 328 señala: “…… se entenderá que los han ajustado (los contratos) por cuenta
de sus comitentes en los casos siguientes:
2º Si hubiere sido celebrado por orden del comitente, aun cuando no esté
comprendido en el giro ordinario del establecimiento:
“De esta manera, dar cabida al artículo 328 del Código de Comercio, sobre todo en los
casos a que se refieren los número 2º, 3º y 4º mencionados, significa ampliar el ámbito
de acción de los administradores de la sociedad, aun concebidos éstos en los términos
clásicos de simples mandatarios de la sociedad”.
Creemos que la solución apropiada en tanto no se legisle sobre la materia dándoles a los
administradores de las sociedades colectivas facultades legales como las que el artículo 40
de la Ley número 18.046 entrega al directorio de la sociedad anónima.
En los textos legales las facultades de los administradores se encuentran en los artículos
2.077 del Código Civil, 395, 396, 397, 398, 400 y 402 del Código de Comercio, a los que hay
que remitirse para mayor detalle.
Cuando por el contrato de sociedad o por un acto posterior se han designado uno o varios
administradores, los otros socios quedan, por este solo hecho, excluidos de toda injerencia
en la gestión social.
Pero la ley admite que en su gestión el o los administradores puedan ejecutar actos que
adolezcan de vicios o que produzcan perjuicios manifiestos a la masa común. A la primera
situación corresponden los actos y contrato que el administrador programe o contemple
ejecutar o celebrar con fraude, caso en el cual la ley permite a los demás socios no
administradores que se opongan a la consumación del acto o contrato de que se trata
(artículo 400 inciso 1º). La idea de fraude comprende cualquier engaño que implique faltar
a la verdad y que afecte a los socios en cuanto víctimas del mismo.
Asimismo la facultad de administrar, ejercida por los socios o sus delegados, sena éstos
socios o extraños, es intransmisible a los herederos del administrador. El problema puede
plantearse cuando en conformidad con el artículo 2.013 del Código Civil, la sociedad haya
de continuar por el acto constitutivo entre los socios sobrevivientes y los herederos del
difunto, de manera que si el socio administrador designado en el estatuto social fallece y la
sociedad continúa, no pudiendo ser reemplazado el administrador, o ejercido el cargo por
otros, en virtud de la misma estipulación contractual, la sociedad se disuelve por “grave
motivo”, consistente en “la perdida de un administrador inteligente…..” (Artículo 2.108
Código Civil), salvo que por reforma de los estatutos convenida por todos los socios,
comprendidos los herederos del socio fallecido, se acuerde otra cosa.
Dada la naturaleza intuito personae de la sociedad colectiva que se organiza cuando los
socios se tienen entre sí mucha confianza, se prohíbe hacerse sustituir en el desempeño de
la función de administrador. Tal prohibición está prevista en el artículo 404 número 3 del
Código de Comercio. La dificultad estriba en precisar el alcance de la prohibición frente a la
estipulación contractual que permite al administrador delegar el todo o parte de sus
facultades especialmente otorgadas, sobre todo cuando el administrador delega la totalidad
de sus facultades enumeradas en el contrato. En este caso la delegación importaría
desconocer la prohibición, por cuanto la delegación se transformaría en una sustitución en
el desempeño de las funciones de la administración. Gracias al principio de la autonomía
de la voluntad que informa a todos los contratos y en particular al de sociedad, tal
estipulación tendría valor. Otro argumento a favor del valor de la delegación total de las
facultades de administración se encuentra el artículo 404 número 3º, inciso 2º, del Código
de Comercio, según el cual tal convención no es nula si es autorizada por todos los socios y
tal autorización se encontraría dentro de las facultades otorgadas al administrador
delegante.
La autorización que todos los socios confieren para hacerse sustituir en las funciones de
administración, no requiere reforma del contrato social, porque la ley no la exige
específicamente y porque la cláusula relativa a la gestión social no es de la esencia del acto
fundacional de la compañía. Con todo, para que sea oponible a los terceros creemos que
debe formalizarse a través de escritura pública y anotarse al margen de la inscripción de la
sociedad en el Registro de Comercio.
7. Nombramiento de coadministrador