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CAPÍTULO VIII - CAUSA

162. Diversos significados de la palabra causa


La palabra causa tiene en el Derecho dos acepciones diferentes: a) designa, a veces, la fuente de
las obligaciones, o sea, los presupuestos de hecho de los cuales derivan las obligaciones legales:
contratos, hechos ilícitos, etcétera (en este sentido, art. 726); b) otras veces, en cambio, es empleada en
el sentido de causa final; significa el fin que las partes se propusieron al contratar (en este sentido, art.
281).
Es este segundo significado el que ahora nos interesa. Y es precisamente respecto de él que se ha
trabado un interesantísimo debate doctrinario. Se ha discutido si la causa debe o no ser considerada
como un elemento esencial del acto jurídico; se ha discutido incluso, la propiedad de la palabra causa; y,
lo que es más grave, existen profundas divergencias respecto del significado cabal de esta institución.
¿Qué es la causa? Es necesario confesar que los esfuerzos de los juristas por precisar con claridad el
concepto, no han sido muy fructíferos. Subsisten aún hoy, después de una abundantísima literatura
sobre el tema, importantes divergencias, aunque nuestra legislación, como se verá más adelante, toma
una clara posición conceptual.

163. La doctrina clásica


Se discute si la teoría de la causa tuvo o no su origen en Roma. Los textos son confusos y dan pie a
todas las opiniones. De cualquier modo, es indudable que no fue desarrollada en su plenitud por los
jurisconsultos romanos. Ese mérito corresponde a DOMAT. Su concepción de la causa es definitivamente
objetiva: la causa es el fin del acto jurídico; cuando se habla del fin, no debe creerse que se trata de los
móviles personales y psicológicos de cada contratante, sino de los elementos materiales que existen en
todo contrato. Por consiguiente, en los contratos sinalagmáticos o bilaterales, la causa de la obligación
de cada una de las partes es la obligación de la otra. Así, por ejemplo, en la compraventa, la causa de la
obligación contraída por el vendedor, es el precio que recibirá; mientras que para el comprador, la causa
es la cosa que adquiere. En los contratos reales, la causa está dada por la prestación que se anticipa y
que da derecho a exigir otra en correspondencia a la dada. Finalmente, en los actos a título gratuito es
el animus donandi, o intención de beneficiar al que recibe la liberalidad. Faltaría la causa si no existe
contraprestación o si no hay tal animus donandi.

164. La tesis anticausalista


A partir de un célebre artículo publicado en Bélgica por ERNST, la teoría de la causa sufrió rudos
ataques de parte de los más ilustres juristas. PLANIOL la impugnó por falsa e inútil.
Es falsa, sostiene, porque existe una imposibilidad lógica de que en un contrato sinalagmático, una
obligación sea la causa de la obligación de la contraparte. Las dos nacen al mismo tiempo. Ahora bien:
no es posible que un efecto y su causa sean exactamente contemporáneos; el fenómeno de la causa
mutua es incomprensible.
Es inútil, porque esta noción de causa se confunde con la de objeto, y, particularmente, la causa
ilícita no parece ser otra cosa que el objeto ilícito.
En los contratos reales, se juzga que la noción de causa es falsa pues la entrega de la cosa no es la
causa de la obligación de restituir sino su fuente, en tanto que resulta inútil en razón de que la entrega
de la cosa es un requisito de la formación del contrato y, por lo tanto, de nada sirve afirmar que el
contrato carece de causa si la cosa no se entrega.
Finalmente, en materia de actos gratuitos, se rechaza la noción de causa por falsa pues confunde
causa con motivo; y por inútil porque la falta de intención se mezcla con la falta de consentimiento y no
existiendo consentimiento no puede perfeccionarse el contrato.
Entre nosotros, la tesis anticausalista ha sido sostenida
por BIBILONI, SALVAT, GALLI, LLAMBÍAS y SPOTA.

165. La doctrina moderna. El papel de la jurisprudencia


La tesis anticausalista está hoy en franca derrota; pero es necesario reconocer que sus ataques
contra el concepto clásico de causa han sido fructíferos, porque han permitido ahondar el análisis del
problema y lograr una concepción más flexible y útil. En esta faena, la labor de la jurisprudencia ha sido
primordial. Mientras que los juristas se sentían perplejos ante los vigorosos ataques contra la teoría de
la causa, los jueces seguían haciendo una aplicación constante y fecunda de ella. Eso estaba indicando
que la noción de causa era una exigencia de la vida del Derecho.
Si la fuerza obligatoria de los actos jurídicos se hace residir exclusivamente en la voluntad de los
otorgantes, es claro que la idea de causa resulta inútil: basta el acto volitivo, la expresión del
consentimiento, para explicar la obligación. Pero esta concepción es estrecha, cuando no falsa. La tutela
jurídica no se brinda a una voluntad cualquiera, vacía e incolora, sino a aquélla que tiene un contenido
socialmente valioso. La sola voluntad, escindida de un interés plausible que la determine, no es
justificación suficiente de la validez del acto jurídico, puesto que no es un fin en sí misma. Quien
promete, dispone, renuncia, acepta, no tiende pura y simplemente a despojarse de un bien, transmitirlo,
sino que mira a alcanzar una de las finalidades prácticas típicas que rigen la circulación de los bienes y
la prestación de los servicios en la vida de relación. El acto volitivo, para ser fuente de derechos y
obligaciones, debe estar orientado a una finalidad útil desde el punto de vista social; en otras palabras,
debe tener una causa o razón de ser suficiente. La idea de justicia toma así el lugar que le corresponde
en las relaciones contractuales. Y precisamente, donde más fecunda se ha mostrado la noción de
causa, es sirviendo al ideal de justicia y moralidad en el Derecho.
Por otra parte, tampoco puede confundirse la causa con el objeto. El objeto designa la materia de la
obligación, la prestación debida, que es algo exterior a la personalidad de las partes; la causa forma
parte del fenómeno de volición. Un ejemplo pone en claro estas ideas. He aquí un contrato de donación.
El objeto de este acto es la cosa donada; la causa es el ánimo de hacer una liberalidad y, más aún, la
voluntad de beneficiar a determinada persona porque es el amigo íntimo o el pariente predilecto del
donante.
En los contratos reales, la causa para cada uno de los contratantes será la contraprestación del otro,
integrada por todos los elementos que han sido determinantes del consentimiento, más allá de que la
prestación de una de las partes se anticipe y deba cumplirse junto con la celebración del contrato. No
está de más recordar, de todos modos, que la clasificación de los contratos reales ha sido suprimida del
Código Civil y Comercial.
Finalmente, en los actos gratuitos, la causa será el propósito de beneficiar a un amigo o pariente, a
alguien con quien se mantiene una deuda de gratitud, o simplemente a un extraño; o bien el deseo de
crear una institución benéfica o de ayudar a las existentes. No se trata ya del animus donandi, abstracto
y vacío, de la doctrina clásica, sino de los motivos concretos que inspiraron la liberalidad.
En apretada síntesis, puede afirmarse que causa es el fin inmediato y determinante que han tenido
en mira las partes al contratar, es la razón directa y concreta de la celebración del acto, y precisamente
por ello se destaca para la contraparte, quien no puede ignorarla. Sin embargo, resulta necesario añadir
que considerar exclusivamente la función económica y social que el negocio es idóneo a realizar por sí,
como concepto de causa, no es suficiente pues se prescinde de los aspectos moralizadores del
contrato. Por ello también habrá que tenerse en cuenta los fines mediatos, subjetivos, siempre que
integren (expresa o implícitamente) la declaración, o sean conocidos por la otra parte, a los que
haremos mención en el número siguiente.
Entre nosotros, esta tesis neocausalista, calificada como dualista, ha sido sostenida
por BORDA y VIDELA ESCALADA.
166. Distinción entre móvil determinante y simples motivos
Es necesario no confundir la causa con los simples motivos que han impulsado a contratar. La
primera es el fin inmediato, concreto y directo que ha determinado la celebración del acto; los simples
motivos son los móviles indirectos o remotos, que no se vinculan necesariamente con el acto. Así, por
ejemplo, en un contrato de compraventa de un inmueble, la causa para el vendedor es el precio que ha
de recibir, lo que constituye una de las finalidades típicas que rigen la circulación de los bienes; si ha
realizado la operación con el ánimo de costearse un viaje a Europa, éste sería un simple motivo, que no
afecta en nada el acto. Estos motivos, por ser subjetivos e internos, contingentes, variables y múltiples,
son imponderables y, por lo tanto, resultan jurídicamente intrascendentes.
Sin embargo, un motivo puede ser elevado a la categoría de causa, si expresamente se le da tal
jerarquía en el acto o si la otra parte sabía que el acto no tenía otro fundamento que él. Un ejemplo
clásico, el de los casos de la coronación, lo demuestra claramente. Se plantearon ante la Court of
Appeal de Londres diversos juicios que versaban sobre un mismo tema: se habían celebrado diferentes
contratos de locación, mediante los cuales se habían alquilado balcones y piezas con ventana que
daban a ciertas calles por las que pasaría el desfile de la coronación del Rey Eduardo VII, el día 26 de
Julio de 1902. Ocurrió que el desfile debió ser cancelado por enfermedad del Rey. Mientras los
locadores exigían el cumplimiento del contrato y el pago del precio convenido, los locatarios reclamaban
su nulidad en función de la falta de utilidad e interés de alquilar tales piezas y balcones ante la
enfermedad del rey. El tribunal se inclinó por esta última postura: la enfermedad del Rey había frustrado
la finalidad perseguida con el contrato, que no era otra que verlo pasar. Otro ejemplo: se compra un
revólver con el fin de ser propietario de un arma. La causa, en principio, es lícita, incluso aunque el móvil
sea matar a un tercero, pues ese móvil no tiene por qué ser conocido por el vendedor. Pero si el
vendedor sabía que el revólver se compraba con el fin de cometer el crimen, debe estimarse que la
causa misma del contrato es inmoral, y, por tanto, ilícita.

167. La cuestión en nuestro Derecho


¿Es la causa un elemento autónomo y esencial de los actos jurídicos en nuestro derecho positivo? La
cuestión era motivo de controversia bajo el sistema del Código Civil de Vélez. La discusión giraba
alrededor de los artículos 499 a 502.
Ninguna duda cabe de que el artículo 499 se refería exclusivamente a la causa como fuente de la
obligación (contrato, voluntad unilateral, delito, cuasidelito y ley). El problema se planteaba respecto de
las siguientes disposiciones: ¿se referían también a la causa-fuente o por el contrario aludían a la
causa-fin?
A favor de considerar que todos los artículos se referían a la causa fuente, se argumentó que no era
explicable que el Codificador hubiera dado un significado diferente a la palabra causa en normas
ubicadas unas a continuación de otras. Otro sector, que tuvo el apoyo de la jurisprudencia, sostuvo, en
cambio, que los artículos 500 a 502 aludían a la causa-fin, pues la simple lectura de los textos lo
demostraba.
La cuestión se simplifica en la actualidad, desde que la causa como finalidad, ha sido expresamente
prevista por el Código Civil y Comercial al tratar el acto jurídico en la Sección 2ª, Capítulo 5, Título IV,
del Libro Primero. Además, cuando se refiere a la causa del contrato (capítulo 6, Título II, Libro III),
expresamente se remite a aquellas normas en el artículo 1012.

168. La causa en el Código Civil y Comercial


Dispone el artículo 281 que la causa es el fin inmediato autorizado por el ordenamiento jurídico que
ha sido determinante de la voluntad. También integran la causa los motivos exteriorizados cuando sean
lícitos y hayan sido incorporados al acto en forma expresa, o tácitamente si son esenciales para ambas
partes.
Como se puede apreciar, el Código ha adherido a la concepción de la causa que hemos denominado
dualista. En efecto, por un lado afirma que la causa es el fin inmediato, determinante de la voluntad de
las partes y que está autorizado por el ordenamiento jurídico. Es, entonces, la razón directa y concreta
de la celebración del acto, cuya evidencia es tan nítida que la contraparte no puede ignorarla. Pero a
esta función económica y social que el negocio es idóneo a realizar por sí, es necesario añadir un
sentido moralizador. Y ello se logra afirmando que integran la causa los motivos o fines mediatos y
subjetivos, que hayan sido exteriorizados siempre que sean lícitos y estén incorporados al contrato de
manera expresa, o implícita si son esenciales para ambas partes.
Si bien, como ya dijimos, el artículo 281 se refiere a los actos jurídicos en general, ello es aplicable a
los contratos por dos motivos. El primero, porque todo contrato es un acto jurídico; el segundo, porque el
artículo 1012, dispone expresamente que se aplican a la causa de los contratos las disposiciones de la
Sección 2ª, Capítulo 5, Título IV, Libro Primero de este Código, en donde justamente está el referido
artículo 281.

169. Presunción de la existencia de causa


Establece el artículo 282, en su primera parte, que aunque la causa no esté expresada en el acto se
presume que existe mientras no se pruebe lo contrario.
La solución de nuestra ley es perfectamente lógica; los hombres no se obligan ni actúan en el campo
del Derecho porque sí, sin motivo o causa valedera, porque ello sería irrazonable. Además, una razón
de buena fe y de seguridad en los negocios obliga a reconocer efectos jurídicos a las declaraciones de
voluntad, mientras no se pruebe que adolecen de algún defecto legal que las invalide. Por ello se
presume la existencia y licitud de la causa. Pero, desde luego, queda a salvo el derecho del deudor a
demostrar que no es así.
Nuestra ley exige que la causa exista no sólo durante la formación del contrato y cuando se lo
celebra; ordena también que subsista durante su ejecución (art. 1013). Como se ve, se trata de un
elemento vital del contrato, que debe subsistir durante todo el período contractual y hasta el
cumplimiento de las obligaciones asumidas. Es que la finalidad perseguida puede desaparecer durante
la vida del contrato, frustrándose así lo pretendido por las partes. A esta cuestión nos hemos de referir
más adelante (número 173).

170. Falta de causa y falsa causa


Importando la causa un requisito esencial de los actos jurídicos, la falta de ella implica, como regla, la
nulidad del acto. Sin embargo, nuestro Código prevé dos opciones más que pueden darse: la
adecuación del contrato o su extinción (art. 1013). La adecuación del contrato resulta una solución
lógica: en la medida en que se pueda salvar el contrato, habrá que procurar conservarlo (art. 1066). Así
ocurriría ante una modificación de las condiciones previstas al momento de contratar que frustren
parcialmente la finalidad perseguida por los contratantes; la adecuación de las prestaciones es la
razonable solución. En cuanto a la hipótesis de extinción del contrato, ella apunta a la causa que
desaparece durante la vida del contrato. En este caso, no podrá hablarse de nulidad, toda vez que el
vicio no afecta el momento inicial de la celebración del contrato, sino que él se da en el transcurso
contractual. Y en este supuesto, la falta de causa acarreará la extinción del contrato.
En teoría se ha pretendido distinguir la falta de causa de la falsa causa. Pero es evidente que ambas
hipótesis se confunden. Cuando una persona contrae una obligación en virtud de una determinada
causa y luego resulta que ésta no existe, falta la causa; y éste es, precisamente, un caso típico de falsa
causa. No se puede concebir que falte la causa, sin vincular ese hecho con un error, que hizo creer en
la existencia de algo que en verdad no existía.
Sin embargo, puede ocurrir que la causa expresada en el acto jurídico sea falsa; ello no obsta a que
el acto sea válido si se funda en otra causa verdadera (art. 282). Lo que interesa, en definitiva, es la
causa real, no la aparente. Esta cuestión se vincula con el problema de la simulación, que se ha
estudiado más arriba (números 129 y sigs.).

171. Causa ilícita


Establecía el artículo 502 del Código Civil de Vélez que la causa era ilícita cuando fuera contraria a
las leyes o al orden público. Si bien la norma no se refería expresamente a la moral y a las buenas
costumbres, se consideraba pacíficamente que los contratos que fueran contrarios a ellas quedaban
incluidos en la ilicitud.
El artículo 1014, en su inciso a), ha recogido esa corriente doctrinaria y ha consagrado la nulidad del
contrato cuando su causa sea contraria a la moral, al orden público o a las buenas costumbres. La
causa, en este caso, debe ser entendida como el fin inmediato y determinante que han tenido en mira
las partes al contratar, la razón directa y concreta de la celebración del acto.
¿Quedan fuera de la norma los fines mediatos, subjetivos, cuando integran (expresa o
implícitamente) la declaración? No, pues la primera parte del inciso b) de este artículo 1014, también
dispone la nulidad del contrato cuando ambas partes lo han concluido por un motivo ilícito o inmoral
común.
Ahora bien, ¿qué sucede si sólo una de las partes ha obrado por un motivo ilícito o inmoral? Ella no
tendrá derecho a invocar el contrato frente a la otra, pero ésta podrá reclamar lo que ha dado, sin
obligación de cumplir lo que ha ofrecido (art. 1014, inc. b, 2ª parte). Se trata de una solución lógica: por
un lado, quien ha obrado lícitamente no se ve afectado; por el otro, quien lo hizo de manera ilícita no
puede obtener provecho alguno de su acto.

172. Actos abstractos


En ciertos casos, por razones de seguridad jurídica, las partes tienen interés en que una declaración
de voluntad tenga validez por sí, con independencia de la existencia de la causa. Tal es el caso de los
títulos al portador. Para que éstos puedan desempeñar eficazmente su función económica, es necesario
reconocerles validez por sí mismos; de ahí que el firmante de un cheque o un pagaré no pueda oponer a
los terceros que han venido a entrar en posesión del documento una excepción fundada en la falta de
causa. Por voluntad de los otorgantes, esas obligaciones quedan desvinculadas de su causa; sólo así
pueden servir como medio de pago, en cierta manera asimilable al dinero, que tienen en la práctica de
los negocios.
Estos actos se llaman abstractos, desde que tienen un valor por sí mismos y con independencia de
su causa; se los opone a los causados o causales que constituyen el supuesto normal de actos
dependientes de su causa.
Pero no ha de creerse que estos actos abstractos carezcan de causa, por el contrario, la tienen,
como debe tenerla necesariamente todo acto jurídico, sólo que la excepción de falta de causa no puede
ser opuesta a terceros, aunque sí puede serlo entre los otorgantes originales. Si, por ejemplo, una
persona otorga un pagaré a un tercero, creyéndose deudor de él, cuando en realidad no lo es, la
obligación carece de causa y el firmante puede negarse a pagarla; y si el documento hubiera sido
negociado y hubiera tenido que pagarlo el firmante a un tercero (contra quien no tiene excepciones)
podría repetir su importe del acreedor originario.
Por este motivo ha podido decirse que la abstracción es relativa o limitada, en el sentido de que no
excluye del todo la relevancia de la causa.
La razón de ser del negocio abstracto es de orden práctico: se quiere hacer más fácil y segura la
adquisición de ciertos derechos, sustrayéndolos a algunas excepciones que los deudores podrían
oponer; y se quiere hacer posible la circulación de esos derechos poniendo a salvo a los terceros contra
debilidades del título derivadas de su falta de causa.
Por todo lo expuesto, es que el artículo 283 dispone que la inexistencia, falsedad o ilicitud de la
causa no son discutibles en el acto abstracto mientras no se haya cumplido, excepto que la ley lo
autorice. Como se puede advertir, la regla es la imposibilidad de discutir la causa del acto abstracto, a
menos que exista una expresa autorización legal. No está de más señalar que últimamente los jueces
han venido permitiendo la discusión de la causa cuando se trata de los denominados "pagarés de
consumo", esto es, pagarés que instrumentan una operación de crédito para el consumo. Se procura
evitar la utilización de instrumentos legales como cobertura de un fraude destinado a eludir la aplicación
de normas de orden público, como son las de defensa del consumidor (ley 24.240).

173. La frustración del fin del contrato: remisión


Mayoritariamente (conf. XIII Jornadas Nacionales de Derecho Civil) se ha entendido que
la frustración del fin del contrato, es un capítulo inherente a la causa; entendida ésta como móvil
determinante, razón de ser o fin individual o subjetivo que las partes (ambas partes, o una de ellas
siempre que lo haya manifestado —expresa o implícitamente— a la otra) han tenido en vista al
momento formativo del negocio.
La posición del Código Civil y Comercial sobre este tema, en cambio, no resulta clara.
En efecto, el Código plantea, por un lado, que la causa debe existir en la formación del contrato y
durante su celebración y subsistir durante su ejecución (art. 1013), lo que permitiría afirmar que la
frustración del fin contractual es un capítulo de la causa. Sin embargo, no puede obviarse, por otro lado,
que la frustración del fin del contrato ha sido regulada más adelante, como un modo de extinción,
modificación o adecuación de los contratos, y sin recurrir a la noción de causa. Más bien, parece
fundarse en que el fin perseguido integra inequívocamente el contenido contractual y por ende se refleja
en su sinalagma genético.
Incluso, a diferencia del artículo 1013 que prevé que la falta de causa da lugar a la adecuación o a la
extinción del contrato, pero también a su nulidad, el artículo 1090, que regula esta figura, no prevé la
nulidad del contrato por la frustración de la finalidad perseguida; lo que dispone es que tal frustración, si
es definitiva, autoriza a la parte perjudicada a declarar su resolución, si tiene su causa en una alteración
de carácter extraordinario de las circunstancias existentes al tiempo de su celebración, ajena a las
partes y que supera el riesgo asumido por la que es afectada.
Siguiendo la metodología propuesta por el Código Civil y Comercial, hemos de tratar este tema de la
frustración del fin del contrato más adelante; por ello nos remitimos al número 336 y siguientes.

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