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Sergio Russo
1. Introducción
¿Qué quiere decir la palabra moderno? ¿Cuándo se cree que empezó la modernidad?
¿Ha llegado esta época a su fin? constituyen interesantes preguntas cuyas respuestas no
pueden aún precisarse. Las múltiples facetas que presenta este período difuso de la historia
dificulta la tarea de cobijar bajo un mismo manto a pintores, músicos, arquitectos,
científicos y filósofos, a quienes sin embargo se los suele adjetivar como modernos. No
obstante ello, usualmente se ha reconocido que existen algunas notas que caracterizarían a
los modernos en cada uno de esos planos, considerados individualmente. Por citar un caso,
en el plano filosófico, la modernidad suele asociarse con la irrupción de un estilo particular
de filosofar, un estilo caracterizado por la búsqueda de soluciones atemporales y
universales para el tratamiento de los problemas (Toulmin 2001, p. 34).
El filósofo Wittgenstein sostenía que ciertas prácticas filosóficas eran
desconcertantes, como por ejemplo la costumbre de plantear problemas que no tienen
solución, o la de hacer preguntas para ser contestadas con otras preguntas. En este sentido,
la filosofía llamada moderna habría sido responsable de establecer ciertas rupturas o
escisiones ontológicas expresadas en binomios tales como: fenómeno/cosa en sí;
mente/cuerpo; palabras/cosas; representación/ representado, entre otras, todas ellas de
alguna manera subsidiarias de la división más general entre el sujeto y el objeto. Una vez
establecidas estas dicotomías se pensó la manera de conectar cada uno de los términos
dicotómicos, sin lograrlo de manera satisfactoria.
Por ese hecho, según la interpretación del filósofo y antropólogo de la ciencia Bruno
Latour, los modernos ejemplificarían perfectamente las palabras de Wittgenstein. En efecto,
al establecer particiones ontológicas entre esferas diversas –mundo natural, sociedad,
discurso–, habrían permitido la proliferación de híbridos –elementos que, por su naturaleza,
serían difíciles de ubicar en uno de esos ámbitos, o que los atravesarían transversalmente–
(Latour 2007, p. 29). Los problemas más significativos que los modernos se vieron
impelidos a resolver –léase los problemas mente-cuerpo, de la representación, de la
referencia, etc.– se asociaron precisamente con el intento de cerrar el hiato entre ámbitos
que se habían postulado originariamente como antagónicos.
Según Latour los estudios sociales de la ciencia, a los que en lo sucesivo se los
identificará con la sigla (ESC), permitieron desarticular la matriz moderna sobre la cual se
hallaba montada buena parte de la epistemología tradicional. Si la perspectiva histórica
permitía ofrecer una imagen absolutamente renovada de la ciencia, como tan
sugestivamente sostenía Kuhn allá por la década de 1960, los nuevos estudios centrados en
la práctica logran mucho más: desacralizarla, hacerla más humana y también,
contrariamente a lo que sostendrán sus críticos, mucho más realista.
En este capítulo se presenta la propuesta que Latour ofrece para el abordaje de
algunos problemas, en especial el problema de la referencia científica, que originalmente
habían sido trazados y abordados dentro de lo que se denominará aquí el modelo bipolar
moderno. Para ello será necesario introducir y explicar algunos de los principales conceptos
que conforman su teoría del actor-red1. Finalmente, a modo de corolario, se analiza el lugar
de la propuesta latouriana en el debate contemporáneo entre constructivismo y realismo.
1
Latour suele ser considerado uno de los fundadores y principales defensores de la teoría del Actor-Red. Si
bien este trabajo no se propone presentar dicha teoría, el análisis del modo en que Latour enfrenta los
problemas aquí tratados puede servir de preludio para la presentación de la misma.
saber o el conocer se considerarán asociados con la posibilidad de representar
adecuadamente lo que se encuentra fuera de la mente (Cf. Rorty 1995, p. 13). Como
consecuencia de esta posición surgirá el problema de establecer criterios para determinar
qué representaciones son apropiadas, o verdaderas, en relación a lo representado.
En su versión cartesiana, tal vez la más cruda, lo que habría que explicar es cómo
una mente aislada, quirúrgicamente extirpada de su cuerpo, sería capaz de representar
adecuadamente la realidad exterior. Muchos de los debates asociados a esta cuestión
tendrían como eje principal determinar cuanto de estas representaciones provenía del sujeto
mismo y cuanto era el aporte del exterior. Además, y en forma gradual, el polo de la
subjetividad iba a mostrar la suficiente flexibilidad para permitir la incorporación de las
otras mentes. Así, este polo crecería en extensión y ganaría dimensión, de tal manera que
las representaciones dejarían de relacionarse exclusivamente con sujetos aislados y pasarían
a trabar relaciones con las culturas, las tradiciones y los paradigmas. En síntesis, el Ego
despótico cartesiano podía ser sustituido gradualmente por la sagrada sociedad. Sin
embargo, el hecho de sobredimensionar uno de los polos no modifica, per se, la matriz
original. En efecto, la idea general de una realidad externa, extraña y lejana, solo
aprehensible mediante representaciones, sean individuales o sociales, se mantenía intacta.
Durante la mayor parte del siglo XX, la filosofía de la ciencia, principalmente la de
corte anglosajón, elaboró una concepción de la ciencia y del conocimiento científico en
sintonía con estos dualismos generales que aquí se consideran modernos. Lo hizo, por un
lado, reduciendo el estudio de la ciencia al análisis de sus productos conceptuales, las
teorías, a las que consideró estructuradas y sistematizadas enunciativamente por los
científicos; por otro lado, estipulando la existencia de hechos, susceptibles también de una
descripción enunciativa y capaces de fundamentar la solidez de las teorías, y, por último,
restringiendo su propia labor al estudio del vínculo entre ambos –teoría y hechos–. Estaba
claro que los hechos debían ser lo suficientemente autónomos para certificar la calidad de
las teorías, pero al mismo tiempo se requería que fueran capaces de ser vehiculizados, o
representados, por medio de palabras. Y nuevamente surgía la brecha: ahora las cosas por
un lado, el discurso por el otro. Aparece replicado aquí el modelo bipolar moderno. Otra
vez el vacío entre dos órdenes ontológicos absolutamente diferentes, el orden de las
palabras y el orden de las cosas, y la necesidad de entender su conexión.
Según Latour, resultó necesario un cambio de orientación en el estudio de la ciencia
para comprender el origen de estos dualismos, y eventualmente la posibilidad de superarlos.
La cuestión central, según él, no se encuentra en la falta de relaciones capaces de cerrar el
hiato abierto entre esos órdenes –por ejemplo, la similitud entre la representación y lo
representado o la correspondencia entre el lenguaje y los hechos–, sino en la idea misma de
ruptura entre órdenes antagónicos de realidad.
La clave de este cambio de orientación se encuentra en el estudio de la ciencia
entendida como práctica. En la práctica científica es donde este esquema bipolar, al que el
propio Latour (2001) denomina «acuerdo moderno» (p. 27), empieza a mostrar serias
limitaciones. Los denominados estudios sociales de la ciencia comparten la insistencia en
la necesidad de estudiar a las ciencias en contexto, en el mismo momento en que esta se
elabora. Según Latour, la idea de un mundo puramente exterior, al cual accederíamos
mediante nuestras representaciones o trataríamos de describir mediante enunciados capaces
de corresponderse con él, solo puede ser parte de una visión epistemológica que estudia el
producto olvidando, o directamente ocultando, su proceso de producción.
En lo que sigue se intentará mostrar de qué manera, según Latour, los ESC
permiten reconfigurar este modelo dicotómico, superando de ese modo la matriz moderna.
El hilo conductor para ello será el problema de la referencia científica, esto es, el problema
de cómo el lenguaje se conecta con el mundo. La idea es que este problema, como la
mayoría de los formulados dentro del esquema bipolar moderno, sufre una transformación
al ser abordado desde el punto de vista de la práctica científica, de modo que su tratamiento
servirá como ejemplo del encuadre que Latour propone para el abordaje de los mismos.
Según lo establece Latour, el acuerdo moderno habría tomado como una cuestión de
hecho la existencia de un vacío, un hiato insuperable, entre las palabras y el mundo. La
epistemología tradicional, consecuente con este acuerdo, mantuvo siempre una distinción
tajante entre ciencia y realidad. En efecto, por un lado estaría la «ciencia hecha», plasmada
en documentos, papers y libros, genuinos vehículos del saber científico, y, por el otro, la
realidad externa, constituida por múltiples entidades las cuales pretende describir la ciencia.
La función de la ciencia resulta ser precisamente el dar cuenta de, (entiéndase describir,
explicar, manipular, etc) dicha realidad. El desafío intelectual, bajo ese supuesto, consiste
precisamente en ofrecer una explicación del modo en que se conectan ambos ámbitos, o
más específicamente, de poder precisar cómo es posible que el lenguaje trabe conexiones
con el mundo. «¿Cómo hacemos para meter el mundo en palabras?» (Ibíd., p. 38). Al estar
el mundo «allí afuera» a la espera de ser representado discursivamente, todo el peso del
análisis siempre recaerá en el lenguaje, en la búsqueda de correspondencias entre los
enunciados y el mundo.
De acuerdo con Latour los ESC nos permiten mostrar la inadecuación de formular
el problema en esos términos. Al concentrar el interés en la práctica científica, para estudiar
las ciencias en contexto, o «en acción», se logra un cambio de perspectiva para el estudio
de la relación entre el discurso y el mundo. Este giro pronto develará que la conexión entre
el discurso de la ciencia y el referente de ese discurso no se reduce a encontrar un
imaginario puente, llámese correspondencia o adecuación, que sea capaz de salvar el
abismo que los separa.
Ahora bien, para eso resulta necesario pasar del estudio de la ciencia hecha al
estudio de la ciencia en acción. ¿Será posible estudiar la ciencia mientras se hace?¿Cómo y
dónde se puede realizar esta tarea? La segunda mitad de la década de 1970 constituye un
hito en este aspecto. Por esos años diferentes grupos de investigadores, entre los que se
encuentra obviamente Latour2, descubren simultáneamente el laboratorio como espacio de
producción científica, y éste se convierte en el lugar de observación privilegiado para
capturar dicha práctica. Latour dirá de los laboratorios son lugares excelentes para
comprender cómo se produce la certeza científica y cómo una ciencia puede hacer sus
primeras armas, aunque reconoce que ellos siempre ocultan más ciencia de la que
aparentan, al ser del algún modo universos preconstruidos (Cf. Latour 2001, p. 45).
Una inspección rápida al mundo del laboratorio muestra que en ellos se da una
conjunción de elementos bastante heterogéneos, desde costosos aparatos, sustancias
químicas, animales, hasta un importante cuerpo de publicaciones y documentos escritos. Es
decir, un observador extraño podría percatarse rápidamente de que allí se entrecruzan cosas
y palabras. Más aún, observaría que los miembros del laboratorio «pasan la mayor parte del
2
El libro pionero en este tipo de estudios acerca de los laboratorios es precisamente un libro que Latour
escribió junto al sociólogo británico Steve Woolgar en el año 1979, titulado La vida en el laboratorio.
día codificando, marcando, alterando, y escribiendo», en síntesis, haciendo «inscripciones»
(Latour y Woolgar 1995, p. 60).
De acuerdo con Latour, una inscripción es cualquier tipo de «transformación a
través de la cuál una entidad se materializa en un signo, en un archivo, en un documento, en
un trozo de papel» (Latour 2001, p. 365). Un mapa de la Amazonia, los números en un tubo
de ensayo, las letras en la pata de un cobayo o la patente de un automóvil serían ejemplos
de inscripciones. No solo los científicos efectúan inscripciones, también hay máquinas o
instrumentos que las producen. Por ejemplo una balanza puede producir inscripciones,
debido a que es capaz de transformar un material, o trozos de él, en un diagrama o en una
hoja de datos. La noción de instrumento de inscripción es importante porque supone que las
inscripciones se encuentran allí conectadas en una relación directa con las entidades en
cuestión. Al fin y al cabo un laboratorio podría ser identificado como un sistema de
inscripción gráfica (Latour y Woolgar 1995, p. 63).
En el laboratorio la enorme distancia que separa las palabras de las cosas parece
reducirse a pocos centímetros. Es el lugar donde puede captarse el instante de sustitución en
el que nacen futuros signos. El mundo resulta más cognoscible si es capaz de convertirse en
un laboratorio. Precisamente, según Latour, una de las tareas centrales del antropólogo que
estudia al laboratorio consiste en mostrar de qué manera cualquier investigación científica
presenta las características que tan explícitamente pueden observarse dentro de los
laboratorios físicamente situados. Una muestra interesante de ello se encuentra en un
artículo de Latour en el que relata su expedición, junto a un grupo de científicos naturales,
por una parte de la selva amazónica.3 Allí queda claramente ilustrado de qué manera
cualquier sitio del mundo puede convertirse en un laboratorio. Pero además, lo que resulta
de mayor valor, es que Latour utiliza tal investigación para presentar su propia concepción
de la referencia científica, la que será desarrollada a continuación.
4. La referencia circulante
5
El informe de Greenpeace, Devorando la Amazonia (2006), arroja datos interesantes al respecto.
diagrama, por un lado; la selva, por el otro, y la pregunta que apunta a explicar cómo se
cierra el hiato que parece insondable. En la práctica, dentro del laboratorio, no vamos a
encontrar nunca esta ruptura radical entre los signos y las cosas. Lo que se constata allí, en
cambio, es una serie ininterrumpida de elementos encajados, «cada uno de los cuales juega
el papel de signo para el anterior y de cosa para el siguiente» (Ibíd., p. 73). Hay que
imaginar una multiplicación de intermediarios, que esa cadena posee múltiples eslabones.
Se observará que esta serie mantiene una coherencia, que no descansa meramente en la
semejanza entre cada uno de los eslabones, sino en otra clase de relación. Por cierto que
habrá discontinuidad, que se manifiesta de la manera más clara si enfrentamos los extremos
de la serie (selva/diagrama), pero que será también palpable en cada uno de los eslabones.
Por ejemplo, como vimos anteriormente, el edafocomparador es una cosa, pero también es
un signo. No obstante eso, Latour reconoce que hay algo del orden de la continuidad que
no descansa en la semejanza, sino en el carácter regulado de toda la serie.
Los intermediarios, sin anular la brecha, permiten acortar gradualmente las
distancias. Este fenómeno nos sitúa, de acuerdo con Latour, ante una concepción de la
referencia científica marcadamente diferente de la sostenida tradicionalmente:
5. Actores y redes
Como vimos en el apartado anterior, Latour sostiene que es posible reconfigurar a
través de los ESC muchas de las grandes dicotomías planteadas por la modernidad –
representación/realidad; palabras/cosas–, todas de alguna manera subsidiarias de la
dicotomía general entre el sujeto y el objeto. Y es posible hacerlo evitando caer en el
escepticismo postmoderno. En alusión a esas posturas postmodernas, tanto como a los
denominados giros lingüísticos, Latour cuestiona que conviertan el lenguaje en una esfera
autónoma, ubicada a igual distancia de los referentes y el contexto humano, reduciendo el
problema a una discusión de mera retórica científica (Cf. Latour 2007, p. 98). Por contraste,
su enfoque pretende ofrecer una alternativa al modelo bipolar sin desconocer por ello el
trabajo de los humanos y de los no humanos, menospreciados por la autonomización del
lenguaje.
Según su propuesta, entonces, la verdad científica no debe rastrearse al interior del
lenguaje, en la sociedad o en una naturaleza siempre alejada y accesible solo a
representaciones, sino en la estabilidad de las referencias circulantes, para las cuales no
existen distinciones absolutas entre palabras, signos, materiales, pasiones, etc. Es decir,
donde todos estos elementos pueden combinarse y pertenecer a un mismo ámbito.
Ahora bien, si la verdad científica se encuentra atada a esta serie de referencias
circulantes, resulta preciso entender con mayor precisión cómo se constituyen los que
participan en ella y cuál es la clave de su estabilidad.
En primer lugar, se tratará de hacer más precisa la idea de cadena o serie presentada
hasta aquí. Latour utiliza el concepto de red para fijar con mayor precisión esa idea. Lo que
le interesa de tal concepto es que permite atrapar ciertas características importantes de las
series: por ejemplo, las redes pueden materializarse (ejemplificarse) fácilmente. En efecto,
hay redes de subterráneo, redes telefónicas, redes comerciales, etc. Una segunda
característica es que se componen de un grupo heterogéneo de elementos. Las redes
telefónicas, por tomar un ejemplo, la conforman antenas, cables, técnicos, etc. Otra
característica es que las redes establecen una obligación de continuidad tan fuerte que
cualquier interrupción alcanza para hacerla inoperante (siguiendo con el ejemplo de las
redes de telefonía, un hecho aparentemente independiente como la caída de árboles
producida por vientos fuertes puede alcanzar para interrumpir todo el servicio de dicha red).
Por último, una característica muy importante, según Latour, es que la red se distingue de lo
que circula por ella. Por la red telefónica circulan ondas sonoras, o mensajes codificados, si
se atiende al aspecto simbólico de las mismas, pero la red misma no está hecha ni de ondas
ni de mensajes.
Se sabe que, por lo dicho anteriormente, esas redes la componen elementos
heterogéneos. El pasaje de un elemento al que le sigue, desde un punto de vista externo, se
encuentra marcado por una brutal discontinuidad, pues no sería posible identificar
relaciones de identidad o semejanza entre ellos. Sin embargo, para quien opera dentro de la
red, estos elementos se encuentran lo suficientemente asociados para mantener una firme
continuidad. Como se podía constatar en el ejemplo de la selva amazónica, las estacas de
madera no se parecen a porciones de suelo arcilloso, ni los terrones al edafocomparador,
que a su vez resulta claramente diferente del diagrama construido por los científicos. Sin
embargo, todos estos elementos pueden alinearse de manera tal que se logre conseguir el
objetivo fijado, esto es, que dos personas puedan comunicarse pese a las grandes distancias
que las separan, en el caso de una red de telefonía, o que algunos investigadores puedan
acceder a la selva amazónica a través de un artículo publicado.
La heterogeneidad de los elementos de la red no permite que ésta pueda
considerarse como natural, social, o discursiva. En efecto, ellas están conformadas por
elementos que atraviesan esas barreras impuestas por lo que Latour denomina «el potencial
de crítica de los modernos»6. Se trata de híbridos: «reales como la naturaleza, narradas
como el discurso, colectivas como la sociedad» (Latour 2007, p. 22). Estas redes desbordan
la dicotomía sujeto/objeto. El edafocomparador, por ejemplo, es un objeto, pero por su
función debería ser clasificado como sujeto. Para trascender esta cuestión Latour se inclina
por la distinción humano-no humano. Todas las asociaciones que pueden darse entre
humanos y no humanos conforman un colectivo (Cf. Latour 2001, pp. 362-363).
Entonces, las redes son precisamente las que mantienen unidos al colectivo, el que
podrá crecer tanto en extensión en la medida que aquellas incorporen o sumen mayor
cantidad de elementos.
6
Según Latour, los modernos se caracterizan por realizar una doble práctica: crear por traducción híbridos
(mezcla entre géneros de seres totalmente nuevos) y al mismo tiempo crear por purificación, léase por la
capacidad crítica, zonas ontológicas totalmente diferentes. Esas dos prácticas son complementarias, de manera
que «cuanto más se prohíbe uno pensar los híbridos, más posible se vuelve su cruce» (Latour 1991, p. 29).
Toda su discusión con la epistemología tradicional radica precisamente en que ésta
intentaba desconectar la ciencia del colectivo, suponiendo que el contenido conceptual
(teorías, conceptos científicos) podía, y debía ser, desconectado de las condiciones de su
producción para mostrar su genuino carácter científico. Sin embargo, según Latour, la
cuestión resulta ser totalmente al revés: «Un concepto no se convierte en concepto
científico por el hecho de encontrarse muy alejado de todo cuanto abarca, sino por su
intenso grado de conexión con un abanico de recursos mucho más amplio» (Latour 2001, p.
131).
De acuerdo con esto, el alcance de un concepto científico, la relevancia de un
contenido técnico, no debe ser evaluado en función de su capacidad para describir, o
entablar algún tipo de relación más cercana con una supuesta realidad externa, sino con el
tamaño del colectivo al que pertenece, la dimensión de las redes que ayuda a construir, la
capacidad de articulación con otros elementos y la serie de compromisos que puede
suscitar.
Desde un punto de vista funcional los elementos que componen las redes pueden ser
considerados como actores o actantes7. Con este concepto Latour pretende igualar la
función de cada uno de los elementos de una red. Nuevamente, la dicotomía sujeto/objeto
hace imposible entender la acción de los no humanos. En el cambio de orientación aquí
propuesto resulta fundamental comprometer al mundo con lo que se dice de él. En sus
propios términos:
No importa cuánto estemos dispuestos a modificar la noción de referencia si no
somos también capaces de replantear nuestra comprensión acerca de qué es lo
que hacen las entidades del mundo cuando entran en contacto con la comunidad
científica y empiezan a socializarse en el seno del colectivo (Ibíd., p. 138).
7
La variante del término actante es precisamente porque la categoría de actor se suele restringir solo a
humanos, y Latour pretende designar con tal expresión aquello que puede definirse por lo que hace, y esto
puede incluir a no-humanos (Cf. Latour 2001, p. 361).
modo, poseer destino común. A través de la red constituida por los científicos, el
edafocomparador, las porciones de suelo recogidas, el diagrama, etc. circulan referencias,
de modo que la verdad de las afirmaciones ya no depende de la sociedad, de las
convenciones o del modo en que se considere la realidad externa, sino que depende
precisamente de la seguridad que estas referencias puedan proporcionar.
Una de las notas distintivas del nuevo enfoque de la ciencia centrado en las prácticas
se asocia con el uso de los términos construcción o fabricación para dar cuenta de la
transformación que la ciencia efectúa sobre el mundo8. Existe una idea, en parte justificada,
de que todas las corrientes enroladas en los ESC defienden una posición constructivista,
según la cual los hechos y las entidades de las que habla la ciencia no tendrían una
existencia autónoma, sino que serían el resultado de las prácticas científicas. Por ejemplo,
la fermentación láctica no existía antes de Pasteur, o la FLT (Factor de liberación
Tirotropina) no existía antes de Guillemin o Schally.
Esta postura puede traer toda suerte de malentendidos que Latour se ocupa de
aclarar. De ningún modo, sostiene, la idea de «construcción» debe asociarse con la simple
recombinación de elementos existentes (Ibíd., p. 149). Siempre resulta necesaria la
emergencia de algo nuevo e independiente del dispositivo formulado, sea un experimento u
otro escenario semejante.
A la luz del modelo bipolar moderno daría la impresión de que el constructivismo
conforma el extremo de una nueva dicotomía, comprometido con la idea de que nuestras
afirmaciones, y por ende nuestro conocimiento, se encuentra determinado principalmente
por nuestras perspectivas, llámense teorías, sesgos, mitos o paradigmas. En el otro
extremo, se encontraría la posición realista, comprometida con la idea de que nuestro
conocimiento se halla determinado principalmente por la realidad externa. La dicotomía
supone que el protagonismo no puede estar distribuido: o son los humanos los que hacen el
trabajo, o son los no humanos.
8
De hecho, el texto más influyente de Latour, ya citado en este trabajo, lleva como subtítulo La construcción
de los hechos científicos.
¿El fermento láctico ha sido fabricado en el laboratorio de Pasteur o es
independiente a la fabricación de aquel? Unos y otros, constructivistas y realistas, se
inclinarán por una de las partes de la disyunción. A los ojos de Latour se trata de una falsa
disyunción, pues ambas preguntas deberían responderse afirmativamente. Por supuesto que,
sin el trabajo de Pasteur, el fermento láctico no habría aparecido. Pero eso no es suficiente
para borrar la propia actividad del fermento, sin la cual tampoco se habría manifestado.
Más que oponerse, se necesita la interacción de humanos y no humanos: «Cuanto mayor es
la actividad de uno, mayor es la actividad del otro» (Ibíd., p. 176).
Nuevamente, es la noción correspondentista de la referencia la que parece poner en
entredicho la posibilidad de pensar a los humanos y no humanos en pie de igualdad. Pues
de acuerdo con ella:
[...] una de dos, o los fermentos están ahí afuera o no lo están, y que si están ahí
afuera es porque siempre han estado ahí afuera, mientras que si no están ahí
afuera es porque nunca lo han estado. No es posible que aparezcan y
desaparezcan como las señales luminosas de un faro (Ibíd., p. 179).
Por ese motivo, lograr una noción de la referencia diferente resulta de vital
importancia para la propuesta de Latour. La idea de referencia circulante permite pensar
que el fermento láctico es lo que circula por la red constituida por Pasteur, el laboratorio de
Lille, el medio de cultivo utilizado, etc. Cualquier cambio puede provocar una interrupción
de la red y eventualmente un cambio en la referencia. Resulta inadecuado preguntarse si el
fermento láctico existía antes de Pasteur, pues el fermento láctico forma parte de una red
que lo incluye a Pasteur. De la misma manera, sería equivocado preguntarse si existía la
estación de ferrocarril de Morón antes de la fundación de dicha ciudad.
Si las referencias se estabilizan, es decir, logran sostenerse en el tiempo, si las redes
pueden ampliarse comprometiendo una mayor cantidad de humanos y no humanos, de
manera que el colectivo crezca en extensión, podrá hablarse de la aparición de un hecho
incuestionable. Solo debe hablarse de una realidad objetiva y de sujetos capaces de pensarla
y conocerla luego de la instauración de estas cadenas de referencia. Latour utiliza el
término «institución» para designar la conservación de las mediaciones necesarias para la
estabilización de un actor (Ibíd., p. 366). Y considera que el decir que un fenómeno posee
una existencia definitiva «no es otra cosa que sostener que dicho fenómeno se ha
atrincherado en una costosa y gigantesca institución» (Ibíd., p. 187).
En síntesis, la controversia realismo/constructivismo parece un resabio del acuerdo
moderno, si la idea de construcción no resulta debidamente definida. La dualidad
sujeto/objeto, la idea de una mente enfrentada a una realidad exterior, la dualidad
representación / representado, el par naturaleza/ sociedad, la conexión palabras /cosas
enfocada desde una perspectiva correspondentista, constituyen serios obstáculos para
comprender el fenómeno ciencia. Estas grandes escisiones surgieron como consecuencia de
la supresión de las mediaciones, que el estudio de la práctica ayuda a reconstituir. Quienes
pretenden comprender la ciencia estudiando solo sus productos hacen algo parecido a
quienes pretenden comprender que tan buena estuvo una fiesta de cumpleaños observando
fotos de la misma. Latour propone estudiar la ciencia mientras se hace, ligada al colectivo.
En síntesis, estudiarla en red.
Cuantas más relaciones tenga una disciplina científica, mayores oportunidades
habrá de que la exactitud sea uno de los elementos que circulen a lo largo de sus
múltiples vasos. En vez de la tarea imposible de librar a la ciencia de la
sociedad, nos encontramos ahora ante una labor más llevadera: la de amarrar lo
más posible la disciplina al resto del colectivo. (Ibíd., p. 138).
7. Conclusión
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