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Trabajo final: Los Universales en la Edad Media

   

 
 
 

 
 
Santiago Ortegón Restrepo 
Licenciatura en Filosofía 
Facultad de Bellas Artes y Humanidades, Universidad Tecnológica de Pereira  
FIL32 Gr. 1:  Filosofía Medieval
Docente Alfredo Abad Torres
04/06/2022 
Introducción

El conocido problema de los universales no es un problema filosófico


que pertenece únicamente a la llamada edad media. Éste tampoco es un
problema meramente de la antigüedad ni de la modernidad ni de la edad
contemporánea. El problema de los universales es un problema latente que
atañe a toda la filosofía, puesto que se pregunta y se cuestiona por aquello con
lo que el hombre comprende y habita el mundo, es decir, el lenguaje. De allí
radica entonces la gran relevancia que ha tenido esta problemática y se
entiende por qué ha sido de gran interés para muchos filósofos, pues no es
cualquier problema.

No obstante, a través de este trabajo no se pretende de modo alguno


resolver este problema filosófico tan amplio, sino que se busca hacer una breve
revisión del problema de los universales en una época histórica en la que se
suscitó un gran debate al respecto: la edad media. Específicamente, se trata
de reconstruir la problemática que recibe el famoso filósofo francés Pierre
Abélard, más conocido entre los hispanos como Pedro Abelardo, para
comprender mejor la solución que él propone a la controversia de los
universales.

De esta manera, para llevar a cabo esta tarea, se pretende considerar el


problema de los universales desde tres perspectivas diferentes que tuvieron
una gran influencia en la época medieval. En primer lugar, se considerará
entonces la propuesta que hace la denominada corriente realista. En un
segundo lugar, se considerará este problema desde la propuesta de la
corriente denominada nominalista. Y, finalmente, habiendo hecho un repaso
por una parte de la tradición que llega a Pedro Abelardo, se podrá considerar
en tercer lugar el problema desde la propuesta de este personaje llamada hoy
en día conceptualista; propuesta que se puede estimar novedosa para su
momento, puesto que Pedro Abelardo, en su obra Logica Ingredientibus, se
distancia un poco de ambas corrientes anteriormente mencionadas y plantea
una solución diferente.

Los Universales

Antes de comenzar a hacer un repaso por algunas de las cuestiones que


se propusieron en la edad media con respecto al problema de los universales,
es necesario definir primeramente qué son los universales.

En este sentido, cuando se habla de universales, groso modo, se habla


de aquellas palabras que designan cosas o realidades que comparten un
mismo nombre. Esto es, por ponerlo en otros términos, lo que generalmente se
conoce como “sustantivos o nombres comunes”; nombres que condensan bajo
un mismo vocablo un sinnúmero de cosas singulares que son comprendidas
por éstos. No obstante, si bien los universales se pueden identificar fácilmente
con lo que se entiende como “sustantivos o nombres comunes”, el término
universal es el más apropiado para trabajar esta cuestión. Pues, como tal, el
término universal es el que usaron los filósofos del medievo para trabajar esta
cuestión, ya que es una palabra que tiene su origen en el latín, el cuál
predominó en el debate de esta problemática durante este periodo histórico.

A primera vista, al tratar esta cuestión de una manera tan sucinta, no


pareciese haber un problema grande, pues los seres humanos nos valemos
todo el tiempo de universales en el lenguaje sin mucha complicación. Empero,
el problema radica propiamente en la validez que tienen cada uno de estos
vocablos para designar lo que designan. ¿Cómo es posible que cada uno de
los objetos singulares que hay en el mundo y que pueden diferir el uno del otro
pueden ser llamadas del mismo modo? ¿Cómo es posible, por ejemplo, que
Juan y Ana que tienen un cuerpo diferente, un sentir diferente, una forma de
pensar y de ver el mundo diferente puedan ser llamados seres humanos o
simplemente hombres?
Si bien este no es un problema que se piense en medio de la
cotidianidad del uso del lenguaje, la forma en cómo se conciban los
universales puede tener unas implicaciones, además de lingüísticas, lógicas,
gnoseológicas, ontológicas, teológicas y hasta éticas. Esto se debe a que,
como ya se había indicado anteriormente, el lenguaje determina en gran
medida la forma en como el hombre habita el mundo, ya que todo está
mediado de alguna forma por el lenguaje.

La respuesta del realismo al problema de los universales en el medioevo

Una de las posturas más influyentes en la edad media frente al


problema de los universales es la conocida como realismo. Es llamada de esta
manera puesto que se puede afirmar que, a grandes rasgos, los “realistas”
sostienen que los universales existen como cosas (Beuchot, 1981), es decir,
que los universales tienen propiamente una realidad ontológica.

El realismo tiene sus raíces en la antigüedad con los griegos,


específicamente, con Platón y más adelante con Aristóteles. Pues, por una
parte, Platón, con su teoría de las Ideas, abre una gran puerta para la corriente
realista al proponer un mundo en el que existen las formas de las cosas en sí
(las Ideas) perfectas, inalterables, eternas, de una manera independiente del
hombre (Gallegos Aguilar, 2020). Por otra parte, Aristóteles también sienta
algunas bases del realismo, pero defendiendo la idea de que los universales no
estaban separados de las cosas sensibles, sino que son las sustancias que
son inherentes las cosas.

Si bien el pensamiento de cada uno de estos dos grandes filósofos


griegos compartía una misma tendencia hacia el realismo, ciertamente con sus
diferencias, durante el medioevo fue muy fuerte la influencia platónica entre
esta corriente realista gracias a la temprana escolástica del momento. Uno de
los grandes representantes de esta última fue el clérigo francés Guillermo de
Champeaux, quién defendía un realismo extremo.

El realismo extremo afirma que las cosas tienen una única esencia que
se diferencia únicamente por lo que Aristóteles llama accidentes (συμβεβηκός)
y Pedro Abelardo formas (formae), que se refiere a lo mismo. De este modo, si
se llegaran a quitar los accidentes quedaría una única esencia. Por eso dice
Castello Dubra (2004) en su estudio sobre la Logica Ingredientibus que para
esta corriente realista “una misma substancia, en sí misma una, constituye la
esencia de una multiplicidad de cosas” (p. 46), es decir, que todas las cosas
comparten una misma sustancia que se va diversificando por la multiplicidad de
accidentes que puede tener esta sustancia material.

Otra de las soluciones más reconocidas dentro de esta corriente realista,


que discrepa un poco con la anterior, parte de la idea de que las cosas son
singulares, pero se diferencian en la esencia, además de los accidentes. Lo
que soporta entonces a los universales son ciertas características comunes
que se encuentran en la esencia de cada una de las cosas singulares. Esto
quiere decir entonces que, si bien las cosas son diferentes entre sí, éstas no
difieren la una de la otra en su naturaleza (Castello Dubra, 2004). Por lo tanto,
los universales se convierten en un “conjunto” (collectio) de individuos o en una
conveniencia (convenientia) de naturalezas, en tanto que la naturaleza de las
cosas coincide.

Aunque bien se pueden encontrar más formas del realismo, solo se hace
una breve exposición de las anteriores, puesto que son estas las posturas que
más son atacadas y refutadas por Pedro Abelardo en el siglo XII cuando
empieza a cuestionar a su maestro Guillermo de Champeaux en las clases
dictadas por éste en París.
La respuesta del Nominalismo al problema de los universales en el
medioevo

Así pues, antes de continuar con la exposición de la postura de Pedro


Abelardo frente a los universales, es necesario hacer primero un repaso sobre
la solución postulada por el llamado nominalismo para hacer una
reconstrucción de la problemática que recibe y trabaja este filósofo francés.

El nominalismo es llamado de esta manera porque postula que los


universales no son cosas o entes reales, sino que son nombres o, como diría
uno de sus grandes representantes, Roscelino, flatus vocis, es decir, meras
emisiones de voz. La raíz de esta palabra se encuentra en la palabra latina
nomen, que quiere decir “nombre”, lo que sugiere justamente que responde a
los universales como nombres o voces que no tienen ningún fundamento en la
realidad.

Por esa razón, los nominalistas no creen que los universales pueden
acercar al hombre a algún conocimiento certero, pues se quita esa base que
había puesto la escolástica temprana que afirmaba que el conocer los
universales era conocer la realidad que está determinada por la existencia de
estos últimos.

También hay que tener en cuenta que el nominalismo no solo se


presenta de una sola manera, sino de varias, al igual que el realismo. En esta
misma línea, García-Encinas (2005) distingue en uno de sus trabajos sobre el
nominalismo que ataca Pedro Abelardo tres tipos de nominalismos diferentes:
un nominalismo “mental”, un nominalismo de “conjuntos y colecciones” y un
nominalismo de “semejanzas”.

Por un lado, cuando se habla de un nominalismo “mental” o


“mentalismo” se habla de la postura que tiene como tesis, básicamente, “el
pensar lo mismo de distintos individuos” (ibíd, p. 180). Esto es hacer una
imágen o representación meramente mental de cosas que en realidad son
totalmente distintas y manifestar estas imágenes a través de simples palabras.

Por otro lado, el nominalismo de “conjuntos y colecciones” se refiere a


que lo que se toma por universal es en realidad “una colección o un conjunto
natural de individuos” (ibídem, p. 183). En otras palabras, el universal en este
tipo de nominalismo es una agrupación de cosas que coinciden de forma
natural, pero sin compartir ningún tipo de esencias, puesto que son
individuales. A diferencia del realismo antes mencionado, aquí los universales
no son cosas en sí, sino que las cosas coinciden en su modo natural de ser.

Por último, el nominalismo de “semejanzas” es como una prolongación


del nominalismo anteriormente mencionado, pero adicionando que se enfrenta
al problema de la doble conjunción, es decir, que se enfrenta al problema de
los conjuntos que aparentan ser idénticos, mas sin ser los mismo. Se puede
decir que son idénticos en tanto que sus miembros comparten unas mismas
propiedades. Por ejemplo, como lo grafica García-Encinas (2005), “todos, y
solo, los seres humanos pueden reír” (p.186); el conjunto de los seres capaces
de reír y el conjunto de los seres humanos comparten los mismos miembros,
pero están en conjuntos diferentes. La solución que proponen a este problema
es la de decir que estos conjuntos no son compuestos por entes o sustancias,
sino por propiedades propias de los individuos que se reunen en estos
diferentes conjuntos por semejanza.

Postura de Pedro Abelardo frente al realismo y el nominalismo

Ahora bien, habiendo hecho pues un breve recorrido por las diferentes
posturas, tanto realistas como nominalistas, que circulaban y se difundían en el
siglo XII, se puede llegar ahora a la figura de Pedro Abelardo, quien hereda
esta tradición y se opone a ella con una nueva teoría.
Pedro Abelardo fue hijo de una familia de militares en donde, como él
mismo lo señala en su autobiografía Historia Calamitatum, fue seducido por el
estudio de las letras y, en vez de empreder una lucha con las armas, se dedicó
a enfrentar batallas desde la dialéctica. Así pues, buscando progresar en sus
estudios, se encuentra con uno de sus maestros y contradictores: Guillermo de
Champeaux. Como ya se había indicado, Guillermo de Champeaux fue uno de
los grandes representantes del realismo en la escolástica temprana. Al ser el
archidiácono de París, tenía una gran influencia y sus clases era bien recibidas
hasta la llegada de Pedro Abelardo, quien no se quedó callado y sin miedo
alguno quiso debatir la postura de su maestro. Fue allí donde empezó a ganar
reconocimiento entre sus contemporáneos.

Es así como Pedro Abelardo empieza a enfrentarse contra el realismo.


En un principio, para Abelardo es insostenible la postura del realismo extremo
que, como se veía en un comienzo, sostiene la idea de que las cosas
comparten una misma sustancia y que se diferencia por sus accidentes o
formas. En este caso, el universal puede contener en sí varios contrarios,
puesto que, si los hombres comparten la misma sustancia que los animales, en
esa sustancia se encuentran tanto la racionalidad como la irracionalidad al
mismo tiempo. Lo cual sería contradictorio. Además, argumenta Abelardo que
siguiendo esta lógica no podría haber diferencia entre los accidentes o formas,
puesto que las sustancias tampoco se diferencian.

En cuanto a la otra postura que plantea el realismo sobre que los


universales coinciden en la naturaleza, mas no en la sustancia y los
accidentes, supone el problema de que en últimas cada individuo, cada cosa
individual, correspondería a un universal y de esta manera esta coincidencia
que tienen las cosas entre sí convendría en una “colección de sustancias”. Esto
supondría el problema entonces de que habría universales de universales,
pero, siguiendo también a Boecio, Abelardo piensa que el universal es anterior
a lo que el mismo universal contiene.
Por otro lado, después de refutar el realismo y antes de exponer su
propia postura, Pedro Abelardo se debe dedicar a refutar el nominalismo. De
esta manera, frente al primer nominalismo aquí expuesto, el nominalismo
“mental”, el argumento que da este filósofo medieval en contra es de que, si los
universales solo son imágenes o representaciones en el pensamiento, no
habría forma alguna de explicar la correspondencia que éstos tienen con la
realidad. A su vez, esto también contradice la realidad ontológica de las cosas
individuales al relegar todo a lo meramente mental.

Por el lado del nominalismo de “conjuntos y colecciones”, Pedro


Abelardo nota que los conjuntos están compuestos por partes, mientras que la
naturaleza del universal es ser un todo que no está “ni repartido ni distrubuído”
(García-Encinas , 2005, p. 184). De este modo, el universal no puede
entenderse como un algo compuesto de una multiplicidad de cosas, sino que el
universal es como una totalidad casi que indivisible.

Por último, en la crítica que hace del nominalismo de “semejanzas”, se


presenta la cuestión de que realmente las semejanzas no existen. Pues
aceptar las semejanzas implicaría aceptar una regresión ad infinitum, ya que
una cosa se asemeja a otra y esta otra se asemeja a otra y así sucesivamente.
Por eso sería imposible distinguir realmente los universales.

No satisfecho pues con ninguna de las cuestiones planteadas por sus


antecesores, Pedro Abelardo se propone abordar los universales de otra
manera. Aunque algunos afirman que Abelardo es un nominalista, su teoría,
puede decirse, es innovadora y rompe con los esquemas propuestos por el
realismo y por el nominalismo (Lafleur & Carrier, 2012), como se pudo mostrar
en los párrafos precedentes. Para este filósofo medieval los universales no son
ni cosas ni simples palabras al viento, sino que constituyen estados (status) de
las cosas que son percibidos por la razón. Esto es posible gracias a que la
razón (ratio) humana tiene la facultad de abstraer las cosas y es ella la que es
capaz de hacer semenjanza de las cosas individuales que existen en la
realidad (Reale & Antíseri).

Al proponer que las cosas pueden compartir un estado (status) común


que fundamentan los universales, se aleja justamente de dar a éstos últimos
una realidad o una sustancia que comparten en común las cosas y de quitarles
la significación que estos tienen. Los universales pueden concebirse entonces
como formas de ser en el mundo que se conceptualizan en la mente del
hombre y que pueden considerarse objetivas, pues no son cosas que
solamente se forman por la inteligencia del hombre, sino que tienen su
fundamento en la realidad individual de las cosas.

Referencias
Abelardo, P. (1993). Historia calamitatum. En P. Abelardo, Historia calamitatum y
otros textos filosóficos (págs. 13-127). Oviedo: Pentalfa Ediciones.

Abelardo, P. (2010). Logica Ingredientibus. En Porfirio, Boecio, & Pedro Abelardo, La


cuestión de los universales en la edad media (págs. 152-243). Buenos Aires:
Ediciones Winograd.

Beuchot, M. (1981). El problema de los universales. México: Universidad Nacional


Autónoma de México.

Castello Dubra, J. A. (2004). Ontología y gnoseología en la Logica Ingredientibus de


Pedro Abelardo. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía(21), 43-60.

Gallegos Aguilar, B. (2020). La metafísica en Platón: Mundo de Ideas, Dios, Demiurgo


y el AlmaDualismo ontológico, Ontoteología y Metafísica del hombre. Leteo:
Revista de Investigación y Producción en Humanidades, 1(2), 30-43.

García-Encinas , M. J. (2005). La crítica de Pedro Abelardo a otros nominalismos.


Revista Española de Filosofía Medieval, 12, 179-190.
Lafleur, C., & Carrier, J. (2012). Triple signification des noms universels, intellection et
abstraction dans la Logica « Ingredientibus » : Super Porphyrium d’Abélard.
Laval théologique et philosophique, 68(1), 91–128.

Reale , G., & Antíseri, D. (s.f.). Historia de la Filosofía II. Patrística y Escolástica. (J.
Gómez, Trad.) Bogotá: San Pablo.

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