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Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina, y
Maestro en Sociosemiótica por el Centro de Estudios Avanzados de la misma universidad. En la
actualidad cursa su doctorado en Análisis Político de Discurso en el DIE, del Centro de
Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México.
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Debemos esta observación al Dr. Miguel Morey, destacado discípulo de M. Foucault. La
observación fue realizada en el marco del “Coloquio Internacional Michel Foucault”, organizado por
la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad de París XII y el Centro M. Foucault de
Francia, realizado en la ciudad de México DF, del 9 al 12 de febrero de 2004.
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Entendemos a hegemonía en el sentido que la conceptualizan Laclau y Mouffe, (1987); aunque
creemos que esta noción es solidaria con lo que plantea M. Angenot, cuando sugiere que la
hegemonía sobredetermina globalmente lo pensable y enunciable, privando de medios de
enunciación a lo nuevo.
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Entendemos a la significación social como “semiosis”, en la tradición pierciana; es decir, como un
proceso de significación de remisiones ilimitadas, que trama una red interdiscursiva inseparable de
lo histórico y lo social, constituyendo lo que Verón conceptualiza como la “realidad de lo social”, o
“lo real social en devenir” (1987: 126).
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Agradecemos parte de este ejemplo a Rosa Nidia Buenfil Burgos.
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Consideramos que la conceptualización foucaultiana de “acontecimiento” es solidaria con la
propuesta por Nora, quien entiende al acontecimiento como un “lugar de proyecciones sociales [...]
un desgarramiento del tejido social”, punto nodal de “un haz de significaciones dispersas” (1974:
225-227).
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1. Posicionamiento onto-epistemológico
La posibilidad misma de toda mirada depende del foco que se realice sobre los
objetos, así como de la luminosidad que estos generen. La visibilidad de las cosas
está en función de la forma en que proyecten la luz que reciben y de que algún
dispositivo óptico esté orientado correctamente para captar esa proyección. A su
vez, la posibilidad de que un enunciado sea escuchado está en relación a las
características y orientación del sonido que emane, y al hecho de que algún
dispositivo auditivo esté a la suficiente proximidad y con la sensibilidad adecuada
para captar la frecuencia de la voz emitida.
Las sencillas formulaciones anteriores, correspondientes al universo de la
óptica y la acústica, pueden servir para introducir la cuestión que queremos
remarcar: lo visible y audible depende de la relación que se establezca entre los
elementos involucrados, y por lo tanto, de la posición que ocupen en la generación
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La episteme “es el conjunto de las relaciones que se pueden descubrir, para un época dada,
entre las ciencias cuando se las analiza al nivel de las regularidades discursivas” (Foucault , 1991:
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del vínculo.8 Las palabras claves en este funcionamiento son, sin dudas, relación y
posición, ya que lo visible y audible es, en principio, un vínculo que enlaza
elementos -del orden de la producción y del reconocimiento discursivo- que deben
estar correctamente ubicados y orientados para poder asociarse.
El campo de la investigación en ciencias sociales, así como la analítica de
discurso, no escapan a esta lógica. El investigador es un sujeto que debe ver y oír
con una agudeza fuera de lo común, donde su mirada/escucha depende al menos,
a nuestro criterio, de tres cuestiones centrales:
v Por último, y relacionado con los dos aspectos anteriores, su mirada y oído
va a estar condicionado por el lugar onto-epistemológico donde se
posicione en relación con los objetos que desea ver y/o escuchar. Es en
este tercer punto, vinculado con los previamente mencionados, donde
queremos detenernos con un poco más de atención.
De estos tres factores, aunque no sólo de ellos, depende la suerte que corra una
investigación en ciencias sociales en general y de análisis de discurso en
particular. Por un lado, el estudio debe contemplar objetos reales, es decir,
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Por supuesto que somos conscientes de la dimensión social e histórica que está presente en la
construcción de todo objeto y de todo proceso cultural, tanto como en la capacidad de brindarles
inteligibilidad.
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Existen objetos y procesos sociales de difícil captura debido al silencio y las sombras que los
rodean o, por un efecto contrario, a la fuerte luminosidad o sonoridad que libran, lo que genera un
efecto encandilante y/o ensordecedor.
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cual el investigador está abocado, para poder percibir con mayor pericia la luz y el
sonido -tenue o intenso- que están emitiendo los procesos en estudio.
Un buen cirujano sabe, en función del problema que enfrenta, si requiere un
bisturí, una sierra o una tijera, debe conocer también las posibilidades de cada
instrumento, cómo manipularlos, la secuencia con la cual emplearlos y los efectos
que conseguirá a los fines de cumplir con su objetivo final. De modo similar, cada
problema que enfrente el investigador social requiere de “máquinas” teórico-
metodológicas específicas, considerando siempre que el armado de estos
dispositivos es de carácter estrictamente artesanal.10
En tercer lugar, el ajuste entre el tipo de “máquina” de ver/escuchar que el
investigador ensamble y las significaciones producidas por la dinámica social,
dependerá del lugar desde donde el estudioso la construya y del sitio donde la
emplace para ponerla a trabajar. El tipo de “máquina” analítico-interpretativa que
debe armar todo investigador está condicionado fuertemente por el lugar óntico-
epistemológico seleccionado.
Todo dispositivo de estudio está constituido en su propia lógica de
funcionamiento por el lugar que adopte, en relación a la problemática que esté
focalizando, debido a que el emplazamiento afectará su situación y orientación en
relación al problema en cuestión. Vale aclarar, que cuando hablamos de
emplazamiento nos referimos a un posicionamiento topográfico en el campo de las
opciones que nos ofrecen las disciplinas científicas –y su encuadre filosófico- en
las que estamos trabajando. Para decirlo con Foucault, hablamos de un
emplazamiento en la episteme (1991) de una época; es decir, de una ubicación en
el marco de las formaciones discursivas vinculadas al saber, en sus relaciones con
las figuras epistemológicas y las ciencias en un momento dado, lo que a nuestro
criterio, involucra el orden del ser de los objetos, el nivel de su fundamento.
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Para rebatir lo dicho hasta aquí, alguien podría aludir al uso de modelos explicativos en ciencias
sociales o en análisis de discurso; no obstante, a nuestro entender, los modelos, más allá de la
mayor o menor pericia con la que sean empleados, producen un forzamiento de la realidad que
adapta la singularidad y especificidad de los fenómenos sociales a los criterios establecidos por el
modelo. En este sentido, nada más lejos que el empleo de modelos para respetar la consigna
foucaultiana del “pensar de otro modo”.
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objetividad, sino aclarar sus límites y posibilidades dadas por los condicionantes
de su propia tarea.
A partir de un posicionamiento como el descrito, toda maquinaria analítica-
interpretativa deberá estar atenta a los pliegues, las inestabilidades, las aberturas,
las dislocaciones, las multiplicidades, los descentramientos, las heterogeneidades
y el pluralismo del discurso, desconfiando de cualquier linealidad y monologismo
aparentemente presente en el sentido. Un tipo de posicionamiento de estas
características podría ser entendido como una ontología negativa -sin puntos de
apoyo, sin criterios preestablecidos- que está atenta a lo “otro”, a lo ajeno, a lo que
no le es propio.
De esta manera, y siempre con la finalidad de ser consecuente con la
consigna foucaultiana de “pensar de otro modo”, consideramos recomendable que
toda investigación en el marco de la analítica de discurso contemple los aspectos
mencionados aquí. En clave de síntesis, creemos necesario: la incorporación de
un background teórico lo más vasto posible; el armado de una “caja” con variadas,
dúctiles y sofisticadas herramientas; pericia y solvencia en el uso de los
instrumentos, el que se expresará en el ensamblaje de un dispositivo analítico-
interpretativo que permitirá dar visibilidad y sonoridad a diversas regiones de la
discursividad social; y, reflexibidad en el posicionamiento onto-epistemológico, el
que es fundamental y constitutivo en el armado del andamiaje teórico-
metodológico, o dicho de otra manera, en la construcción de esa “máquina” de
mirar/escuchar a la que venimos haciendo referencia, indispensable para el
estudio de los discursos sociales.
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Ya habíamos hecho mención a la importancia que tiene la relación entre objeto de indagación y
la máquina analítico-interpretativa; así como la posición que se ocupe para establecer este vínculo.
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contra; en la cobertura que hacen los media (en cuyo caso, ¿cuáles media?) de
las reuniones presidenciales; en la opinión de distintos sectores sociales afectados
o no en lo económico (o en otros aspectos) por el tratado; en la bibliografía
académica que estudia y analiza su conveniencia y perjuicio; en la materialidad de
los objetos que se encuentran en los escaparates de las tiendas y que fueron
comercializados en el marco de dicho tratado; etc.; la lista de los lugares de
inscripción significante por donde circula la entidad NAFTA podría seguir
ampliándose de manera extensa.
En síntesis, el analista debe efectuar cortes en el marco de las
continuidades/discontinuidades de la semiosis, especificando cuál es la
“objetividad” donde centrará su atención; y algo obvio pero importante de destacar,
es que las materialidades en cuestión deben ser accesibles, de nada vale la
construcción de un problema de investigación, si el acceso a los materiales para el
estudio está vedado por algún motivo.
Por último, pero no por ello menos importante, la precisión sobre el cuerpo
de estudio requiere de criterios cronotrópicos; la delimitación no deberá ser sólo
espacial, sino también temporal. Es decir, se debe definir con precisión sobre los
emplazamientos y lugar de obtención de los materiales en cuestión y también, cuál
será la duración de tiempo en la que serán indagados, lo que se conoce
habitualmente como periodización.
Ahora bien, sobre las dos dimensiones mencionadas, espaciales y
temporales, se deberán explicitar criterios de justificación, vinculados a la
relevancia de estudiar esos cuerpos elegidos y por qué durante tales períodos, y
no otros. Para la justificación de un recorte espacio temporal el criterio que
consideramos se debe privilegiar es el de la relevancia, entendiendo a relevancia
en un sentido amplio que atañe al aporte que el estudio de la/s materialidad/es
seleccionada/s puede efectuar y no sólo contemplando su “utilidad” en términos
pragmáticos, sino también su “significación”. “Los estudios ‘relevantes’ son los
estudios que presentan un interés, una significación, que están en relación y
mantienen un vínculo con los que le siguen de un modo aparente, manifiesto,
evidente.” (De Certau, 1994: 86) En este caso, se deberá tener en claro para quién
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3. Metáforas concordantes
desde un perfil antes inaccesible, con una perspectiva que debe ser ingeniosa y
sorprendente. Toda “metáfora”, para mostrar correctamente, debe ser
“concordante”; es decir, de algún modo, en función de las condiciones socio-
históricas, debe ajustarse al objeto que está mostrando. Por ello, esta figura no
está totalmente fuera de la discursividad imperante, ya que para ser percibida y
cumplir su función debe estar alejada de los decires en boga, pero no tanto como
para poder ser entendida, reconocida y aceptada, aunque sólo de un modo
marginal y periférico.
La “metáfora” es un tropo que plantea una comparación táctica, su eficacia
se juega en su capacidad ilustrativa, en su posibilidad de iluminar de un modo
diferente la realidad que muestra. Esta operación retórica, a partir de un empleo
correcto, tiene la virtud de hacer ver/oír, o ayudar a ver/oír mejor; puede ser
entendida como una sobreimpresión, una alegoría que se yuxtapone a una
realidad naturalizada para mostrar esa realidad y sus conexiones, con otras
palabras o imágenes, que las utilizadas en el uso corriente.
La “metáfora” bien empleada, como figura de intelección, viene a completar
esa “máquina” de mostrar y escuchar de la que venimos hablando; debe funcionar
como la “lente” o el “audífono” que se ensambla en el dispositivo previamente
establecido, para permitir una mirada y escucha “otra”, accediendo a elementos
que el ojo y el oído común no puede percibir. El uso adecuado de la “metáfora”
completa la maquinaria, produciendo una suerte de nueva “empatía” entre la
realidad que se está estudiando y el posicionamiento teórico-metodológico,
haciendo que los objetos y procesos se ofrezcan de una manera inédita.
Estas apreciaciones sobre la tarea investigativa, creemos, son solidarias
con las que realiza Derrida en su Carta al amigo japonés, donde afirma que su
tarea, la tarea de la deconstrucción, consiste en “desarmar una máquina para
llevarla a otra parte” (1997). En nuestro caso, consideramos que en toda
investigación debemos construir una máquina que nos permita desarmar el objeto
o proceso estudiado, para devolverlo armado de otro modo, y por lo tanto
emplazado en otro sitio.
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Consideraciones finales
Bibliografía