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Reflexiones metodológicas: Tres dimensiones recomendables


para la investigación sobre discursos sociales

Daniel Guillermo Saur1

El desafío de “pensar” y la posibilidad de hacerlo sistemáticamente

Durante gran parte de su trayectoria académica Foucault planteó como horizonte


de su trabajo un postulado que guió, en gran medida, su decurso intelectual. Su
compromiso ético político se caracterizó por una militancia original que no
respondió al canon progresista de la época, y además, por una actitud frente al
saber que fue consecuente con una consigna muy precisa, la que definió su
responsabilidad como hombre de ciencia: “pensar de otro modo”. En los últimos
años de su vida, modificó este postulado, cambiándolo sencillamente por la
consigna de “pensar”, debido a que arribó a la idea de que siempre que se piensa,
indefectiblemente, se lo hace de “otro modo”.2
La primera conclusión que se puede sacar del compromiso foucaultiano es
que el “pensar”, evidentemente, no es algo que suceda con demasiada frecuencia,
al menos desde el punto de vista del filósofo francés y, a partir de compartir esta
consigna, del nuestro propio. Esta limitación incluye a la actividad académica, ya
que si bien es considerada el principal motor en la generación de conocimiento de
la época actual, no es muy frecuente la producción de pensamiento innovador o
que ayude a mirar la realidad de un “modo distinto”.
Lo que Foucault llamó “formaciones discursivas” en su etapa arqueológica,
refiere a reglas de funcionamiento que regulan los distintos discursos, trazando
límites a lo visible y lo enunciable, imposibilitando todo decir no previsto por dichas

1
Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina, y
Maestro en Sociosemiótica por el Centro de Estudios Avanzados de la misma universidad. En la
actualidad cursa su doctorado en Análisis Político de Discurso en el DIE, del Centro de
Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México.
2
Debemos esta observación al Dr. Miguel Morey, destacado discípulo de M. Foucault. La
observación fue realizada en el marco del “Coloquio Internacional Michel Foucault”, organizado por
la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad de París XII y el Centro M. Foucault de
Francia, realizado en la ciudad de México DF, del 9 al 12 de febrero de 2004.
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reglas. Los enunciados científicos, a pesar de poseer especificidades que los


caracterizan, no escapan a este funcionamiento donde las regularidades se
imponen. Esto podría explicar en parte, que en las ciencias sociales y humanas en
general, y en el campo de la analítica de discurso en particular, es habitual
encontrar una significativa presencia de trabajos reproductivos, obsecuentes frente
a la ley o ingenuos ante la misma. Trabajos que no hacen más que sedimentar
ciertas discursividades que ya se encuentran naturalizadas en el espacio público,
atentos a la preocupación para que “lo semejante engendre indefinidamente lo
semejante” (De Certeau, 1994: 87). Toda hegemonía pone en funcionamiento
reglas de reproducción y autoconservación para ser tal, y la actividad académica
no escapa a esta lógica.3
Ahora bien, la estimulante consigna foucaultina impone un desafío para
todo investigador, aunque creemos que se encuentra con ciertos obstáculos o
dificultades conceptuales sobre los cuales vale la pena detenernos unos instantes.
En primer lugar, si la regularidad en la dispersión que caracteriza a toda
“formación discursiva” instituye el límite de lo que puede ser dicho y visto es, en
principio, imposible que algún registro discursivo eluda la lógica de la semiosis
imperante.4 Si un enunciado escapara a la estructuralidad impuesta por la
discursividad social, sencillamente, no podría ser escuchado ni visto, ya que sería
un registro “otro”, ajeno, que no encontraría sitio en las reglas establecidas y por lo
tanto no alcanzaría jamás el estatuto de enunciado y no llegaría a integrar ninguna
“formación discursiva”. Esto crea cierta dificultad en relación a lo novedoso, a la
posibilidad misma de “pensar de otro modo”, como la generación de algo que no
está, en cierta medida, programado y llamado a que acontezca. El problema que
se plantea, en síntesis, es cómo entender el cambio, la aparición de un

3
Entendemos a hegemonía en el sentido que la conceptualizan Laclau y Mouffe, (1987); aunque
creemos que esta noción es solidaria con lo que plantea M. Angenot, cuando sugiere que la
hegemonía sobredetermina globalmente lo pensable y enunciable, privando de medios de
enunciación a lo nuevo.
4
Entendemos a la significación social como “semiosis”, en la tradición pierciana; es decir, como un
proceso de significación de remisiones ilimitadas, que trama una red interdiscursiva inseparable de
lo histórico y lo social, constituyendo lo que Verón conceptualiza como la “realidad de lo social”, o
“lo real social en devenir” (1987: 126).
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pensamiento nuevo y no previsto; es decir, cómo dar cuenta del acontecimiento


cuando el funcionamiento discursivo está organizado por reglas que deben operar
indefectiblemente para que un enunciado sea visto o escuchado.
Foucault (1992) avanzó sobre el problema del cambio profundizando, como
en otros varios aspectos, la tradición nietzscheana. El azar vino a resolver el tema:
el cruce de series discursivas, el atravesamiento de umbrales, la emergencia de lo
inesperado pasó a ser el resultado de contingencias que encuentran su
fundamento en lo aleatorio de la historia y en una lógica que no responde,
siquiera, a la probabilística que pudiera explicar un golpe de dados. La metáfora
del cruce de espadas tomada de Nietzsche es sumamente ilustrativa: el encuentro
de dos hojas de metal puede generar una chispa, un centelleo, o no, y si la chispa
se produce, en función del lugar donde emerja, puede activar un gran incendio o
morir instantáneamente casi sin dejar rastros;5 nada en este orden es previsible de
antemano y los sucesos sólo pueden ser analizados con posterioridad.
El modo de conceptualizar a las “formaciones” como los mecanismos que
regulan la dispersión del funcionamiento discursivo, así, como dar cuenta del
cambio a través del azar, aporta elementos sumamente interesantes, pero plantea
también nuevos problemas. En primer lugar, podríamos aludir a la aparente
contradicción entre regulación discursiva y acontecimiento.6 Si lo que puede ser
dicho y visto responde a regularidades establecidas que fijan límites, cómo podría
ser enunciable o visible algún acontecimiento ajeno, exterior, que impone o
responde a lógicas que previamente no estaban estatuidas. Lo nuevo no podría
conocer la luz, porque no podría ser incorporado dada las limitaciones impuestas
por las reglas de sentido imperantes.
En segundo lugar, partimos de la pertinencia de establecer una asociación
entre acontecimiento, como expresión de algo que escapa, en alguna medida, a la
regulación social -por más que el mismo funcionamiento social lo produzca- y el

5
Agradecemos parte de este ejemplo a Rosa Nidia Buenfil Burgos.
6
Consideramos que la conceptualización foucaultiana de “acontecimiento” es solidaria con la
propuesta por Nora, quien entiende al acontecimiento como un “lugar de proyecciones sociales [...]
un desgarramiento del tejido social”, punto nodal de “un haz de significaciones dispersas” (1974:
225-227).
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“pensar” foucaultiano, como manifestación de una mirada/construcción de la


realidad que no responde a los criterios establecidos y a las significaciones
sociales sedimentadas. Es decir, el intelectual que realmente cumpla con su tarea
de “pensar”, estaría destinado a producir acontecimientos que afecten la
organización del saber/poder vigente.
Ahora bien, si la asociación entre acontecimiento y “pensar de otro modo”
es legítima, nos encontramos con una nueva dificultad: ¿cómo podría un
intelectual -cuya actividad se presupone sistemática, metódica y programada-
“pensar de otro modo”? En síntesis, cómo podría un académico producir un
acontecimiento, un hecho imprevisible y disruptivo con una actividad sujeta a
todas las regulaciones y rituales que debe contemplar la producción científica;
considerando además, que parte del protocolo de la ciencia es procurar neutralizar
el azar y la contingencia. La actividad científica estaría así, para cumplir con su
cometido, involucrada en una paradoja, que como tal, no podría resolver.
Afortunadamente, la semiosis, aunque condicionada en el ámbito intelectual por
los rituales de la ciencia, no está determinada, conservando aspectos propios que
no pueden ser controlados; la significación no se puede apresar y el sentido,
finalmente, siempre estará escapando a cualquier tipo de regulación.
En el marco de esta discusión, sabemos de las críticas y reparos que
ciertas corrientes posmodernas efectúan sobre las recomendaciones de orden
metodológico, a partir de las cuales sería lícito preguntar si se puede plantear una
metodología entendida en el sentido convencional -como serie de
recomendaciones procedimentales- para “pensar de otro modo”.
Ante la imposibilidad de agotar la complejidad de esta problemática, y
considerando que la relación entre conocimiento imperante y pensamiento
innovador plantea una tensión tan interesante como compleja, y sólo con la
intensión de dejar la cuestión expuesta, consideramos que existen algunas zonas
desde donde reflexionar y ciertos cuidados que permiten acercarse al
cumplimiento de la consigna foucaultiana y además, evitar atribuir la producción
científica novedosa a un funcionamiento puramente azaroso, invalidando cualquier
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acción procedimental y planteando, consecuentemente, la inutilidad de todo tipo


de indagación sistemática.
Es en el contexto de esta discusión que este trabajo pretende ingresar,
aunque de modo introductorio, a una tarea necesaria y que nos desborda, la que
se encamina –al menos tentativamente- por ese sendero paradójico al menos en
su propio planteamiento- y centrado en la tensión entre lo estatuido y lo nuevo.
Sin intensiones y a sabiendas de la imposibilidad de salirse de la episteme7
imperante, consideramos que existen ciertas zonas discursivas que escapan a la
lógica dominante de lo central, lo hegemónico y lo naturalizado, zonas donde el
investigador puede posicionarse para realizar exploraciones con cierto rigor y
sistematicidad, teniendo como horizonte el estimulante postulado: “pensar de otro
modo”.

1. Posicionamiento onto-epistemológico

La posibilidad misma de toda mirada depende del foco que se realice sobre los
objetos, así como de la luminosidad que estos generen. La visibilidad de las cosas
está en función de la forma en que proyecten la luz que reciben y de que algún
dispositivo óptico esté orientado correctamente para captar esa proyección. A su
vez, la posibilidad de que un enunciado sea escuchado está en relación a las
características y orientación del sonido que emane, y al hecho de que algún
dispositivo auditivo esté a la suficiente proximidad y con la sensibilidad adecuada
para captar la frecuencia de la voz emitida.
Las sencillas formulaciones anteriores, correspondientes al universo de la
óptica y la acústica, pueden servir para introducir la cuestión que queremos
remarcar: lo visible y audible depende de la relación que se establezca entre los
elementos involucrados, y por lo tanto, de la posición que ocupen en la generación

7
La episteme “es el conjunto de las relaciones que se pueden descubrir, para un época dada,
entre las ciencias cuando se las analiza al nivel de las regularidades discursivas” (Foucault , 1991:
323)
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del vínculo.8 Las palabras claves en este funcionamiento son, sin dudas, relación y
posición, ya que lo visible y audible es, en principio, un vínculo que enlaza
elementos -del orden de la producción y del reconocimiento discursivo- que deben
estar correctamente ubicados y orientados para poder asociarse.
El campo de la investigación en ciencias sociales, así como la analítica de
discurso, no escapan a esta lógica. El investigador es un sujeto que debe ver y oír
con una agudeza fuera de lo común, donde su mirada/escucha depende al menos,
a nuestro criterio, de tres cuestiones centrales:

v En primer lugar, de la luminosidad que proyecten los fenómenos y procesos


de su entorno, así como de la intensidad con la que se emita el sonido
social a su alrededor, el que puede ir del susurro al grito, de acuerdo a las
condiciones socio-histórica de enunciación.9

v En segundo término, la percepción del investigador va a depender del


aparato óptico y auditivo (dispositivo analítico-interpretativo) del que
disponga para captar las señales visuales o acústicas que está estudiando.

v Por último, y relacionado con los dos aspectos anteriores, su mirada y oído
va a estar condicionado por el lugar onto-epistemológico donde se
posicione en relación con los objetos que desea ver y/o escuchar. Es en
este tercer punto, vinculado con los previamente mencionados, donde
queremos detenernos con un poco más de atención.

De estos tres factores, aunque no sólo de ellos, depende la suerte que corra una
investigación en ciencias sociales en general y de análisis de discurso en
particular. Por un lado, el estudio debe contemplar objetos reales, es decir,
8
Por supuesto que somos conscientes de la dimensión social e histórica que está presente en la
construcción de todo objeto y de todo proceso cultural, tanto como en la capacidad de brindarles
inteligibilidad.
9
Existen objetos y procesos sociales de difícil captura debido al silencio y las sombras que los
rodean o, por un efecto contrario, a la fuerte luminosidad o sonoridad que libran, lo que genera un
efecto encandilante y/o ensordecedor.
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fenómenos y procesos sociales e históricos que tengan el estatuto de tales. Si son


procesos que están aconteciendo, y no están sólo radicados en la cabeza del
investigador, sin dudas van a tener alguna forma de manifestación en el seno de la
sociedad, ya que el carácter significativo de los objetos y procesos culturales es
indisociable de su integración a la vida social. Todo objeto o práctica se manifiesta
de algún modo (audible o visible) y es significado de alguna manera al ser
apropiado por los agentes sociales; por este motivo, acordamos con la doble
“hipótesis que afirma que toda producción de sentido es necesariamente social y
todo fenómeno social es, en alguna de sus dimensiones constitutivas, un proceso
de producción de sentido” (Verón, 1987: 125). O dicho de otra manera, toda
manifestación social tiene una dimensión discursiva, lo que es lo mismo que
afirmar que el discurso es una realidad construida socialmente y la realidad es una
significación discursivamente elaborada.
Lo anterior es central para llegar a un acuerdo sobre un punto básico. Si los
objetos o procesos que queremos estudiar son hechos de cultura –integrados a la
vida social- van a tener indefectiblemente expresión en alguna materialidad que
los haga perceptibles (superficies de inscripción). Es decir, que van a tener algún
tipo de visibilidad y/o voz, caso contrario no estarían aconteciendo más que en
algún nivel de la fantasía del investigador. El primer requisito para la realización de
una investigación feliz que se desprende de lo mencionado, es obvio: los objetos a
investigar deben ser hechos de cultura, realmente existentes y por lo tanto,
significantes; si esto es así, siempre habrá alguna superficie de inscripción
(soporte material) donde la significación se manifieste –se hará visible y/o
escuchable- y por lo tanto, será susceptible de aprehensión.
En segundo término, el encuentro entre manifestación social y
captación/asimilación del investigador, va a depender del dispositivo visual y de
escucha que el intelectual construya. Un sonido estridente o una luz refulgente
emitida por la dinámica social pueden pasar desapercibidos para un oído u ojo
incauto. Insistimos nuevamente en la importancia que tiene para la generación de
conocimiento el encuentro, es decir la relación, entre los hechos sociales y la
capacidad de percepción del estudioso de la cuestión. Aquí es donde cobra central
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importancia la caja de herramientas (Foucault, 1992) que el investigador posea, lo


que va a condicionar su capacidad de indagación, al igual que la apropiación y uso
que realice de estos instrumentos.
El primer requisito que un investigador debe cumplir es poseer un
background teórico pertinente y suficiente, una formación que le haya permitido
incorporar “utensilios”, que al igual que un orfebre, pueda emplear artesanalmente
para interrogar la realidad. Ahora bien, no sólo debe contar con las herramientas
adecuadas, sino también debe saber emplearlas correctamente; de nada sirve un
cofre repleto de sofisticados instrumentos si no se está en condiciones de
seleccionarlos, ordenarlos, jerarquizarlos y manipularlos con pericia a la hora de
efectuar un estudio.
Poseer las herramientas es indispensable, pero no garantiza por sí solo una
buena investigación, ya que se puede ser un académico sólidamente formado y un
avezado conocedor de las teorías a nivel abstracto más actualizadas, y no poseer
una capacidad analítico-interpretativa que le permita emplear su formación para
abordar problemáticas concretas y otorgar inteligibilidad a los procesos y objetos
sociales que está estudiando.
Acordamos con Wittgenstein (1988) cuando alude a la relación indisociable
que se establece entre significación y uso, es decir que el lenguaje se instituye en
su ejercicio. Por este motivo sabemos que se puede tener un conocimiento
profundo (lenguaje teórico) de las distintas vertientes del pensamiento científico
vigente y una variedad importante de categorías conceptuales almacenadas,
aunque éstas resulten infructuosas debido a las condiciones de su empleo. Para
que un bagaje teórico sea útil, debe haber pericia en su uso al indagar la realidad.
Se deben poseer los instrumentos más vastos, refinados y agudos a nivel
abstracto, pero además, hay que saber emplearlos en la práctica investigativa,
siendo allí donde se juega su eficacia.
La finalidad de este doble requisito es la de construir un dispositivo
(Foucault, 1989) adecuado para mirar y oír pertinentemente. Las herramientas
deben ser articuladas para la construcción de una “máquina” de ver y escuchar,
una suerte de ensamblaje teórico-metodológico puesto en función del problema al
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cual el investigador está abocado, para poder percibir con mayor pericia la luz y el
sonido -tenue o intenso- que están emitiendo los procesos en estudio.
Un buen cirujano sabe, en función del problema que enfrenta, si requiere un
bisturí, una sierra o una tijera, debe conocer también las posibilidades de cada
instrumento, cómo manipularlos, la secuencia con la cual emplearlos y los efectos
que conseguirá a los fines de cumplir con su objetivo final. De modo similar, cada
problema que enfrente el investigador social requiere de “máquinas” teórico-
metodológicas específicas, considerando siempre que el armado de estos
dispositivos es de carácter estrictamente artesanal.10
En tercer lugar, el ajuste entre el tipo de “máquina” de ver/escuchar que el
investigador ensamble y las significaciones producidas por la dinámica social,
dependerá del lugar desde donde el estudioso la construya y del sitio donde la
emplace para ponerla a trabajar. El tipo de “máquina” analítico-interpretativa que
debe armar todo investigador está condicionado fuertemente por el lugar óntico-
epistemológico seleccionado.
Todo dispositivo de estudio está constituido en su propia lógica de
funcionamiento por el lugar que adopte, en relación a la problemática que esté
focalizando, debido a que el emplazamiento afectará su situación y orientación en
relación al problema en cuestión. Vale aclarar, que cuando hablamos de
emplazamiento nos referimos a un posicionamiento topográfico en el campo de las
opciones que nos ofrecen las disciplinas científicas –y su encuadre filosófico- en
las que estamos trabajando. Para decirlo con Foucault, hablamos de un
emplazamiento en la episteme (1991) de una época; es decir, de una ubicación en
el marco de las formaciones discursivas vinculadas al saber, en sus relaciones con
las figuras epistemológicas y las ciencias en un momento dado, lo que a nuestro
criterio, involucra el orden del ser de los objetos, el nivel de su fundamento.

10
Para rebatir lo dicho hasta aquí, alguien podría aludir al uso de modelos explicativos en ciencias
sociales o en análisis de discurso; no obstante, a nuestro entender, los modelos, más allá de la
mayor o menor pericia con la que sean empleados, producen un forzamiento de la realidad que
adapta la singularidad y especificidad de los fenómenos sociales a los criterios establecidos por el
modelo. En este sentido, nada más lejos que el empleo de modelos para respetar la consigna
foucaultiana del “pensar de otro modo”.
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El lugar seleccionado en la topografía desplegada por las ciencias sociales


donde se emplace/construya el dispositivo analítico-interpretativo, condicionará la
mirada y por lo tanto al propio dispositivo, lo que permitirá ver y escuchar cosas
específicas, dejando en sombra y silencio a otras.
Todo estudio científico va a ser una producción discursiva en relación a la
recepción que se efectúe sobre ciertas cuestiones en estudio, e indefectiblemente,
el enunciado que produzca el investigador lo va a realizar desde algún sitio de la
topografía social, lo que Benveniste (1983) llamó lugar de enunciación. El sitio
desde donde se mira y se escucha es fundamental para la eficacia de la
focalización que se realiza y para que lo dicho, a partir de lo analizado e
interpretado, sea escuchado. Se puede ser conciente de estos condicionamientos
o no, lo cierto es que ningún investigador escapa a esta lógica. No reparar en esta
cuestión es dejar librado el tema del posicionamiento al azar, a la contingencia y a
lo que la propia dinámica discursiva social impone como sitial naturalizado para
mirar la realidad.
Sólo a modo de ejemplo, podemos mencionar un par de posicionamientos
diferentes, que aunque con matices en su interior, dejan claro que de acuerdo al
emplazamiento onto-epistemológico se va a incluir/excluir aspectos muy distintos:

a) El estudio de los discursos sociales abordados desde un dispositivo inscripto en


la tradición estructuralista, implica cierto ángulo que demarcará su campo de
posibilidades y de imposibilidades. Por caso, un estudio en línea greimasiana
(Greimas, 1971; Latella, 1985; Henault, 1993) será una indagación particular que
partirá de un sitio con supuestos específicos que operaran en la mirada que se
ejerza sobre el objeto. Emplazarse en este lugar epistémico significa
buscar/mirar/indagar en ciertos comportamientos estructurantes de los objetos
significantes en cuestión. El dispositivo procurará encontrar en el análisis las leyes
generales de la significación que se esconden en la pluralidad de los fenómenos
de sentido observados, desde donde se asegura que la ubicación onto-
epistemológica no afecta la detección de los niveles o estratos ya que,
indefectiblemente, un estudio eficaz debe arribar a leyes inmutables que serán
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interpretadas como expresiones abstractas e invariantes que operan en la


profundidad del funcionamiento significante de los objetos estudiados.
Desde este posicionamiento se va a trabajar en procura de una teoría general de
la significación, donde toda variación significante del objeto va a responder a una
expresión de las estructuras generatrices del sentido. En síntesis, desde este sitio,
interpretar será develar lentamente una significación oculta que responde a
criterios indefectiblemente universales.
Un posicionamiento epistémico de este tipo no dejará lugar para las
paradojas, las aporías, las fragmentaciones, lo ilógico y las discontinuidades que
pudiera presentar el discurso, sino que estás serán manifestaciones superficiales
de un orden y organización más profunda que resuelve toda aparente
contradicción del sentido. Por este motivo, para este posicionamiento, en todas las
manifestaciones discursivas habrá una suerte de homogeneidad y una analogía
que podrá ser detectada a un nivel profundo, lo que funcionaría como un principio
regulador que ordenaría el sentido. Este emplazamiento podría ser definido como
una ontología positiva.

b) Si nos situamos, en cambio, en una posición antiesencialista que para entender


los procesos de significación refute todo origen unificado, fijo, invariante, positivo,
completo, intrínseco o inmanente (Laclau, 1987; 1993) (Foucault, 1991; 2002b)
(Buenfil, 1993; 1995); sin lugar a dudas las posibilidades e imposibilidades de este
tipo de emplazamiento serán sustancialmente diferentes al descrito anteriormente.
Los aspectos que resaltará cualquier “maquinaria” construida desde este
emplazamiento no pretenderán ser universales, sino del orden de lo singular, de la
especificidad, de la diferencia y de una negatividad constitutiva, presente en todo
proceso de significación.
Este posicionamiento onto-epistémico no teme ser un saber en perspectiva,
que procura evidenciar el lugar desde el cual mira y oye; ya que muestra sus
condiciones de producción, poniendo en evidencia las propias condiciones de la
investigación, el momento en el que se encuentra y el partido que toma en relación
a las implicancias éticas y políticas del estudio al que está abocado. No pretende
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objetividad, sino aclarar sus límites y posibilidades dadas por los condicionantes
de su propia tarea.
A partir de un posicionamiento como el descrito, toda maquinaria analítica-
interpretativa deberá estar atenta a los pliegues, las inestabilidades, las aberturas,
las dislocaciones, las multiplicidades, los descentramientos, las heterogeneidades
y el pluralismo del discurso, desconfiando de cualquier linealidad y monologismo
aparentemente presente en el sentido. Un tipo de posicionamiento de estas
características podría ser entendido como una ontología negativa -sin puntos de
apoyo, sin criterios preestablecidos- que está atenta a lo “otro”, a lo ajeno, a lo que
no le es propio.
De esta manera, y siempre con la finalidad de ser consecuente con la
consigna foucaultiana de “pensar de otro modo”, consideramos recomendable que
toda investigación en el marco de la analítica de discurso contemple los aspectos
mencionados aquí. En clave de síntesis, creemos necesario: la incorporación de
un background teórico lo más vasto posible; el armado de una “caja” con variadas,
dúctiles y sofisticadas herramientas; pericia y solvencia en el uso de los
instrumentos, el que se expresará en el ensamblaje de un dispositivo analítico-
interpretativo que permitirá dar visibilidad y sonoridad a diversas regiones de la
discursividad social; y, reflexibidad en el posicionamiento onto-epistemológico, el
que es fundamental y constitutivo en el armado del andamiaje teórico-
metodológico, o dicho de otra manera, en la construcción de esa “máquina” de
mirar/escuchar a la que venimos haciendo referencia, indispensable para el
estudio de los discursos sociales.

2. Delimitación del objeto a investigar

A partir de la luminosidad o sonoridad producida por los objetos y procesos


sociales, el analista deberá evaluar algunas opciones y tomar decisiones. El
investigador deberá hacer foco en alguna región de la realidad donde centrará su
atención, esto implica direccionar su mirada y oído en relación a determinadas
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zonas del funcionamiento discursivo vigente.11 La tarea que deberá realizar es la


de corte o cesura, delimitando un segmento o región de la red discursiva que
conforma la semiosis, donde reparará su atención y a partir de la cual montará la
“máquina” teórico-metodológica necesaria para efectuar su trabajo.
La operación de delimitación y recorte de la discursividad social no debe,
por supuesto, responder a un capricho o antojo arbitrario del investigador, sino que
es el resultado de una serie de elementos que están jugando a la hora de la toma
de decisión y que vinculan fuertemente este momento de delimitación del objeto
de estudio, con los elementos desplegados en el apartado anterior. En la
delimitación del conjunto de materiales para el análisis se deben poner en
funcionamiento las siguientes cuestiones:

v El background teórico del investigador, su conocimiento incorporado sobre


el campo en juego y la caja de herramientas conceptuales que tiene a su
alcance, sobre las cuales ya hemos hablado.

v La experiencia investigativa que posea, lo que allanará el camino al


permitirle anticipar ciertos problemas y tomar otros tantos atajos en función
de lo que prevé encontrará en las materialidades estudiadas (superficies de
inscripción del sentido).

v El posicionamiento onto-epistemológico que adopte, ya que como dijimos,


la ubicación topográfica en el ámbito de la episteme vigente es fundamental
para poder acceder a la realidad de cierto modo, privilegiando algunos
aspectos, como en toda decisión, y obturando otros, los que quedarán
situados fuera del alcance de la mirada y escucha posible del
emplazamiento elegido. Los tres elementos mencionados hasta aquí ya
están conformando una parte importante de lo que constituirá una matriz de

11
Ya habíamos hecho mención a la importancia que tiene la relación entre objeto de indagación y
la máquina analítico-interpretativa; así como la posición que se ocupe para establecer este vínculo.
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intelección; con estas operaciones una parte fundamental de la “máquina”


de ver y escuchar, de la que venimos hablando, ya está emplazada.

v Por último, el investigador deberá efectuar la delimitación del cuerpo a


estudiar evitando criterios arbitrarios, y poniendo en escena ciertas
hipótesis o conjeturas fundadas, procedentes del conocimiento previo del
territorio sobre el cual realizará su trabajo. Si la hipótesis es válida, el
analista estará realizando un corte pertinente; es decir, un corte que
permitirá, a la investigación, hacer sentido y cumplir con cierto cometido.
Esta formulación tiene fuertes implicancias conceptuales que hay que
asumir, ya que estamos aceptando que el investigador está, de uno u otro
modo, introduciendo un sentido en el discurrir de la semiosis, en el preciso
momento en el que inicia su tarea.

Ya hemos mencionado que el significado está siempre expresado en materias


diversas (superficies donde el sentido deja huellas) (Verón, 1987; 1995) y es en
estas materialidades, presentes en la dinámica propia de la semiosis, donde se
debe reparar para efectuar una escisión y delimitación, estabilizando los
materiales que serán puestos a consideración. Es importante que se entienda que
las entidades discursivas circulan, generalmente, inscriptas en múltiples y
heterogéneos cuerpos, por lo que es fundamental tomar las decisiones correctas
precisando con exactitud cuál/es será/n el/los soporte/s sobre los que se trabajará.
El conjunto de materialidades seleccionadas para el estudio puede incluir
superficies de inscripción diversas, conformando un cuerpo de elementos
heterogéneos en ciertos aspectos, aunque vinculados en otros.
Sólo por mencionar un ejemplo, una entidad discursiva como el NAFTA (North
American Free Trade Agreement), es susceptible de ser encontrado en
incontables materialidades que sirven de soporte a su circulación significante; en
cuyo caso, ¿dónde se deberá focalizar la atención y cuál será el recorte pertinente
que se puede realizar?: en los documentos firmados por los diferentes gobiernos
que integran el tratado; en las marchas de resistencia que se realizaron en su
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contra; en la cobertura que hacen los media (en cuyo caso, ¿cuáles media?) de
las reuniones presidenciales; en la opinión de distintos sectores sociales afectados
o no en lo económico (o en otros aspectos) por el tratado; en la bibliografía
académica que estudia y analiza su conveniencia y perjuicio; en la materialidad de
los objetos que se encuentran en los escaparates de las tiendas y que fueron
comercializados en el marco de dicho tratado; etc.; la lista de los lugares de
inscripción significante por donde circula la entidad NAFTA podría seguir
ampliándose de manera extensa.
En síntesis, el analista debe efectuar cortes en el marco de las
continuidades/discontinuidades de la semiosis, especificando cuál es la
“objetividad” donde centrará su atención; y algo obvio pero importante de destacar,
es que las materialidades en cuestión deben ser accesibles, de nada vale la
construcción de un problema de investigación, si el acceso a los materiales para el
estudio está vedado por algún motivo.
Por último, pero no por ello menos importante, la precisión sobre el cuerpo
de estudio requiere de criterios cronotrópicos; la delimitación no deberá ser sólo
espacial, sino también temporal. Es decir, se debe definir con precisión sobre los
emplazamientos y lugar de obtención de los materiales en cuestión y también, cuál
será la duración de tiempo en la que serán indagados, lo que se conoce
habitualmente como periodización.
Ahora bien, sobre las dos dimensiones mencionadas, espaciales y
temporales, se deberán explicitar criterios de justificación, vinculados a la
relevancia de estudiar esos cuerpos elegidos y por qué durante tales períodos, y
no otros. Para la justificación de un recorte espacio temporal el criterio que
consideramos se debe privilegiar es el de la relevancia, entendiendo a relevancia
en un sentido amplio que atañe al aporte que el estudio de la/s materialidad/es
seleccionada/s puede efectuar y no sólo contemplando su “utilidad” en términos
pragmáticos, sino también su “significación”. “Los estudios ‘relevantes’ son los
estudios que presentan un interés, una significación, que están en relación y
mantienen un vínculo con los que le siguen de un modo aparente, manifiesto,
evidente.” (De Certau, 1994: 86) En este caso, se deberá tener en claro para quién
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es el aporte de la investigación y en qué consiste, debido a que es en esta


instancia donde se juega, en gran medida, las implicancias ético-políticas del
estudio en cuestión.
Sobre la relación entre objetos de estudio seleccionados y aspectos
teóricos que se emplearán para el análisis, queremos realizar una aclaración que
por evidente no deja de ser importante. En la delimitación del conjunto de
materialidades a estudiar, ya está poniéndose en juego el posicionamiento onto-
epistemológico desde el cual hemos decidido trabajar, debido a que la indagación
se inicia a partir de hipótesis (elemento de factura eminentemente teórica), y a
que, como dijimos, el recorte se realiza desde determinado lugar de la topografía
epistémica.
Ya a esta altura podemos hablar de corpus de análisis, el que va a estar
constituido por ciertos fragmentos de la semiosis -más o menos heterogéneos-,
pero también por el posicionamiento desde el cual se realizó la escisión y el corte.
Si bien se puede distinguir conceptualmente entre andamiaje teórico y objeto de
estudio, la noción de corpus ya implica cierta operación que afecta tanto a las
materialidades significantes sobre las que se operará, como a los criterios puestos
en funcionamiento en su selección y delimitación; por este motivo, podemos
afirmar que el corpus de estudio está constituido por la superficie de inscripción y
cierta mirada sobre la misma, la que posibilitó el recorte, la delimitación y la puesta
en suspenso del material.
A esta altura ya tenemos dos elementos imprescindibles para la realización
de un trabajo de investigación en análisis de discurso. Por un lado, el “banco” de
elementos teóricos y el posicionamiento ontológico, ambas cuestiones nos
permiten ubicarnos en un sitio onto-epistémico y asumir un ángulo de mirada
desde donde comprometemos a estudiar la realidad; por otra parte, ya contamos
con un cierto fragmento de la discursividad sobre el que trabajaremos, en el cual
vamos a hacer centro y focalizar nuestra atención, direccionando la maquinaria
que estamos montando. El resultado de esta operación constituye el corpus de
análisis.
216

3. Metáforas concordantes

Para todo investigador en ciencias sociales, adoptar un posicionamiento onto-


epistemológico es el resultado del estudio y de la formación adquirida, donde se
pone en juego su experiencia y su trayectoria. Este posicionamiento, una vez
cimentado, es un capital que sólo se devaluará cuando el decurso de la ciencia
produzca rupturas epistemológicas y los “bancos” de saber –epistemes, para
decirlo con Foucault- queden desactualizados; lo que por otra parte, no sucede
con demasiada frecuencia.
Por otro lado, delimitar un objeto de estudio puede requerir mayor o menor
pericia, pero no es más que un requisito primero para el cual se pone en juego el
posicionamiento antes aludido; esta combinación entre emplazamiento onto-
epistemológico y delimitación del objeto de estudio constituye, como ya
mencionamos, el corpus de análisis. A esta altura, y no obstante la tarea realizada,
todavía nos encontramos en una etapa de la investigación que podríamos definir
como inicial, alejada de lo que entendemos por generar conocimiento nuevo. A
nuestro parecer, la tarea relevante y creativa que debería implicar todo auténtico
proceso de investigación, se juega en una tercera instancia que va a estar, sin
dudas, afectada por los dos movimientos previos; esta tercera instancia consistirá
en “dar cuenta” del corpus constituido. Aquí llegamos, por fin, a lo que
entendemos como el momento nodal de la investigación, donde se va a poner en
juego la pericia del intelectual para asumir cabalmente la consigna “pensar de otro
modo”.
Existe una larga tradición y un amplio linaje donde abrevar, con
intelectuales que han trabajado tensionando los límites de lo instituido y
entendiendo a la actividad crítica como una tarea de desacralizar los fundamentos
conceptuales y las verdades imperantes. Esta tradición podría, -para nosotros,
entre otras periodizaciones posibles- iniciarse con Nietzsche, pasando por
Benjamín, Bajtín, Lacan, Barthes, Foucault, y Derrida, por nombrar sólo a algunos
pensadores que ya no nos acompañan; y encuentra su continuidad en otros que
siguen esta tendencia, como Laclau, Ranciere, Zizek, entre otros.
217

Para cumplir con el cometido propuesto, el investigador debe efectuar tajos


imprevistos en el corpus, dando nuevas formas a las taxonomías, a las
clasificaciones y a las configuraciones que ya han ganado derecho de ciudadanía
en el imaginario público; organizando la realidad de una manera distinta, en
procura de lo único, de lo irreductible y de lo singular. La tarea investigativa debe
remover aquello que se percibe inmóvil, estabilizado y seguro de sí en el lugar
donde se encuentra, para fragmentar lo que aparenta estar unido, mostrando la
heterogeneidad y diferencia de los procesos. Como sostiene Foucault (1991: 45),
se trata de captar el enunciado en la estrechez y la singularidad de su acontecer,
preguntándonos sobre ¿cuál es esa singular existencia, que sale a la luz en lo que
se dice y allí donde se dice, y en ningún otro sitio? De este modo, estudiar el
discurso es aflojar ese lazo aparente que anuda –a veces con enorme fuerza- las
palabras y las cosas.
En el trabajo a emprender no se debe procurar consolidar una identidad
única, sino encarnizarse en disipar lo que se muestra irreductiblemente unido y
establecido. Es en las unidades aparentes de las identidades donde el
investigador debe realizar un desgarrón, permitiendo el acceso a organizaciones
impensadas. Se debe estar en condiciones de sacudir las bases tópicas en la
tarea, remover los paradigmas temáticos impuestos, develar tabúes y censuras, y
poner en cuestión las normativas imperantes del lenguaje y de los saberes
instalados, donde la creatividad del estudio se plasmará en la reutilización y
asociación de materiales heterogéneos y pensamientos diversos.
Se debe procurar develar la organización de sentidos establecida, con la
intensión de desmontar lo evidente, cuestionando el mito de la esencia, evitando
interpretaciones monocausales, incluso pluricausales, y trascendentales. Se debe
enfrentar el desafío de desarmar las afirmaciones acabadas, los problemas
resueltos y las discusiones cerradas, promoviendo la sospecha sobre las
afirmaciones rotundas y más habituales; abordando todo objeto como el resultado
de complejas relaciones y articulaciones heterogéneas y muchas veces
contradictorias. Según De Certeau, en el acto de producción cultural “lo que se
vuelve central es el acto mismo del colage, la invención de formas y de
218

combinaciones, y los procesos que hacen posible multiplicar las composiciones”


(1994: 95).
La mayor virtud de una investigación “feliz” es la de hacer aparecer las
diferencias, para entender la especificidad de una faceta del objeto que no ha sido
mostrada aún; para ello, es recomendable focalizar lo irreductible, lo particular, lo
no homologable, lo que está en el límite de lo impensado, poniendo en suspenso
lo aceptable y frecuente. Si se quiere, podríamos decir que el trabajo del
investigador de la discursividad social debería consistir en definir lo negativo,
marchar a contrapelo de las positividades establecidas, para lo cual debe ejercer
siempre una actitud de extrañamiento ante lo que se manifiesta como dado,
acercándose al objeto más que lo habitual, para alejarse de repente, a una
distancia fuera de lo común, pudiendo, a partir de este ejercicio, desnaturalizar lo
que parece que siempre hubiera sido así ante la mirada promedio.
Habitualmente, como estrategia para desarrollar su tarea intelectual,
Foucault escribía en una primera instancia todo lo que se le cruzaba por la cabeza
sobre el objeto o problema que le preocupaba; luego, una vez desplegado en un
texto todo ese torbellino de ideas, se dedicaba metódicamente a criticarlo y
desarmarlo, destruyendo todo lo formulado. La convicción que le embargaba era
clara, si lo escrito era resultado de un primer impulso, de sus reflexiones iniciales,
de una mirada espontánea sobre el objeto o problema, sin dudas el texto era
producto de una concepción naturalizada y por lo tanto, debía ser cuestionado
profundamente en sus fundamentos; recién ahí, a su parecer, comenzaba a surgir
lo que valía la pena ser dicho.12
Como venimos sosteniendo, la relevancia de una investigación se juega en
la forma en que facilita una mirada nueva sobre los objetos, donde, a nuestro
entender, la “metáfora” puede cumplir un rol central. En cierto punto, toda
investigación debe ofrecerse como una “metáfora” que ayude a ver, gracias a la
capacidad que tiene este tropo de mostrar la realidad de una manera distinta,
12
Este comentario se lo debemos a Daniel Defert, compañero intelectual de Foucault durante parte
significativa de su trayectoria, formulado en el “Coloquio Internacional Michel Foucault”, organizado
por la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad de París XII y el Centro M. Foucault de
Francia, ciudad de México DF, 9 al 12 de febrero de 2004.
219

desde un perfil antes inaccesible, con una perspectiva que debe ser ingeniosa y
sorprendente. Toda “metáfora”, para mostrar correctamente, debe ser
“concordante”; es decir, de algún modo, en función de las condiciones socio-
históricas, debe ajustarse al objeto que está mostrando. Por ello, esta figura no
está totalmente fuera de la discursividad imperante, ya que para ser percibida y
cumplir su función debe estar alejada de los decires en boga, pero no tanto como
para poder ser entendida, reconocida y aceptada, aunque sólo de un modo
marginal y periférico.
La “metáfora” es un tropo que plantea una comparación táctica, su eficacia
se juega en su capacidad ilustrativa, en su posibilidad de iluminar de un modo
diferente la realidad que muestra. Esta operación retórica, a partir de un empleo
correcto, tiene la virtud de hacer ver/oír, o ayudar a ver/oír mejor; puede ser
entendida como una sobreimpresión, una alegoría que se yuxtapone a una
realidad naturalizada para mostrar esa realidad y sus conexiones, con otras
palabras o imágenes, que las utilizadas en el uso corriente.
La “metáfora” bien empleada, como figura de intelección, viene a completar
esa “máquina” de mostrar y escuchar de la que venimos hablando; debe funcionar
como la “lente” o el “audífono” que se ensambla en el dispositivo previamente
establecido, para permitir una mirada y escucha “otra”, accediendo a elementos
que el ojo y el oído común no puede percibir. El uso adecuado de la “metáfora”
completa la maquinaria, produciendo una suerte de nueva “empatía” entre la
realidad que se está estudiando y el posicionamiento teórico-metodológico,
haciendo que los objetos y procesos se ofrezcan de una manera inédita.
Estas apreciaciones sobre la tarea investigativa, creemos, son solidarias
con las que realiza Derrida en su Carta al amigo japonés, donde afirma que su
tarea, la tarea de la deconstrucción, consiste en “desarmar una máquina para
llevarla a otra parte” (1997). En nuestro caso, consideramos que en toda
investigación debemos construir una máquina que nos permita desarmar el objeto
o proceso estudiado, para devolverlo armado de otro modo, y por lo tanto
emplazado en otro sitio.
220

Este desafío se manifiesta en la capacidad de generar un enunciado –con


todas las limitaciones inherentes a su dispositivo- que permita leer la realidad de
una manera aguda y original, siendo ésta la función donde se juega la misión
central de una “metáfora acorde”. Para decirlo de otra forma, la investigación debe
devolver el “fragmento” de la semiosis delimitado en una clave que no sea ni la del
sentido común, ni la de los discursos más o menos naturalizados en la dinámica
social o en la retórica académica; sino por el contrario, el estudio debe permitir
acceder a esa región de la discursividad, analizada e interpretada, de un modo
diferente a como era percibida hasta ese momento: en otra clave de bóveda, bajo
otra matriz de lectura.
Aquí vuelve a resonar el problema planteado inicialmente en este texto,
entre lo estatuido y lo novedoso. La cuestión entre lo cimentado y lo disruptivo
posee una dimensión paradojal que no puede ser resuelta, sino paliada sólo
parcialmente, a partir de ubicarse en la tensión que se plantea entre estos dos
términos. En este sentido, consideramos que existen zonas de la topografía
discursiva que permiten pensar desde ángulos distintos y poco habituales; desde
donde mirar la realidad en perspectiva, resaltando relieves ocultos, olvidados y
descuidados; desde donde destacar lo singular, lo que es irreductible a las lógicas
hegemónicas imperantes. Para ello, hay que ubicarse en los intersticios, las
fisuras, los pliegues y los márgenes de la episteme, intentando, en todo momento,
no caer en la dinámica centrípeta de las fuerzas discursivas dominantes.

Consideraciones finales

Hemos pretendido en estas páginas, a sabiendas de lo complejo e inagotable de


la tarea, proveer ciertas reflexiones metodológicas que se sitúan en la línea
indecidible entre lo establecido y lo disruptivo; teniendo como guía de orientación,
la estimulante consigna foucaultiana “pensar de otro modo”.
Aunque lejos de los posicionamientos de Foucault, ciertas afirmaciones de
Sartre nos parecen pertinentes para ilustrar lo que hemos querido expresar en
estas páginas. En medio de los acontecimientos del ’68, en una larga entrevista
221

publicada en Le Nouvel Observateur, Sartre sostenía que un intelectual debe estar


todo el tiempo discutiéndose a sí mismo, ya que pensar sólo detrás del escritorio y
la misma cosa a lo largo de la vida no puede representar el ejercicio de la
inteligencia. “Un intelectual, para mí, —decía Sartre,- es eso: el que es fiel a un
conjunto político y social, pero que no cesa de discutirlo” (en Castro, 2005).
En el intento por promover un pensamiento original y que no cesa de
reflexionar sobre sí y de cuestionarse, hemos acercado los criterios propuestos
aquí; considerando que son pertinentes para situarse en lugares que favorezcan
nuevos medios de enunciación, que permitan iluminar zonas de la discursividad
social en otras claves que no sean las hegemónicas, proveyendo de operadores
de intelección que nos ayuden a entender la realidad de una manera diferente y
por lo tanto afectando, en esta operación, la naturalización que requiere todo
discurso para ejercer su poder.
Por los motivos mencionados, creímos aceptable desarrollar estas
sugerencias de orden metodológico; aspectos que consideramos productivos –
entre otros posibles- para todo investigador que se aboque a la tarea de indagar
sobre algún ámbito de la discursividad social. Por ello, conceptualizamos estas tres
dimensiones epistémicas, así como algunas de las complejas relaciones que se
establecen entre ellas, tres dimensiones que creemos, se deben tener en cuenta
para el estudio de los procesos de significación: el posicionamiento onto-
epistemológico, la delimitación del objeto de estudio y lo que hemos dado en
llamar “metáforas concordantes”; tres dimensiones del análisis que -a nuestro
parecer- articulan un posicionamiento político y ético, una construcción,
delimitación y focalización de un problema, y una configuración ingeniosa que nos
devuelve la realidad “de otro modo”; tres instancias que se vinculan de manera
singular, que se afectan entre sí y que ensambladas constituyen una “máquina”
para mirar de otra manera; tres niveles de análisis que conjugados ensamblan un
dispositivo analítico-interpretativo, el que empleado adecuadamente debería darle
a toda investigación feliz, el estatuto de “acontecimiento”.
222

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