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Inconsciente: en la primera tópica de Freud adquiere dos usos; como adjetivo designa los
procesos mentales que no son materia de atención consciente, y como sustantivos (el
inconsciente), designa un sistema/localidad psíquica, es lo que ha sido radicalmente
separado de la conciencia por la represión.
“El inconsciente es el discurso del otro”, hay que ver en el incc los efectos de la palabra
sobre el sujeto. El inconsciente es el efecto del significante sobre el sujeto, en cuanro el
significante es lo reprimido y lo que retorna en las formaciones del inconsciente. Esto ubica
al incc en el orden de lo simbólico, es la determinación del sujeto por el orden simbólico, por
lo tanto es transindividual. Si el incc parece interior, es por un efecto de lo imaginario, que
bloquea la relación entre el sujeto y el Otro e invierte el mensaje del Otro.
El incc no deja ninguna de nuestras acciones fuera de su campo. Las leyes del incc son la
repetición y el deseo.
Luego la repetición es definida como el retorno del goce, un exceso de goce que vuelve una
y otra vez para transgredir los límites del principio de placer y buscar la muerte.
Lacan dice que la transferencia consiste en la estructura de una relación intersubjetiva, sitúa
la transferencia en lo simbólico (la identifica con la compulsión a la repetición, la insistencia
de los determinantes simbólicos del sujeto) y no en lo imaginario, aunque está claro que
tiene poderosos efectos imaginarios (reacciones afectivas de amor y agresividad). Si bien la
transferencia suele manifestarse con la apariencia de amor, principalmente se trata de amor
al saber.
Pulsión: la pulsión no puede ser satisfecha, no apunta a un objeto sino que más bien gira
perpetuamente en torno a él. Lacan sostiene que la meta de la pulsión no es el destino final,
sino el camino mismo, que es girar en torno al objeto, volver a su senda circular, y la fuente
real del goce es el movimiento repetitivo de este circuito cerrado.
Freud definió a la pulsión como un montaje de cuatro elementos distintos: el empuje, el fin,
el objeto y la fuente. No puede concebirse como algo dado final o primordial; es un
constructo totalmente cultural y simbólico.
La pulsión se origina en una zona erógena, gira en torno al objeto y vuelve a la zona
erógena. Este circuito está estructurado por las tres voces gramaticales:
Los dos primeros tiempos son auto eróticos: les falta un sujeto. Sólo en el tercer tiempo, en
el que la pulsión completa su circuito, aparece “un nuevo sujeto” (es decir que antes de ese
tiempo no había ningún sujeto). Aunque el tercer tiempo es la voz pasiva, la pulsión siempre
es activa. El circuito de la pulsión es el único modo que tiene el sujeto de transgredir el
principio de placer.
Lacan a diferencia de Freud, sostiene que las pulsiones no pueden alcanzar alguna
organización completa en la etapa genital, y sostiene que la primacía de la zona genital, si
acaso se logra, es siempre sumamente precaria. También dice que las pulsiones son
parciales, no en el sentido de que sea partes de un todo (la pulsión genital), sino porque
sólo representan parcialmente la sexualidad; la representan la pulsión reproductiva de la
secualidad, sino sólo la dimensión del goce. E identifica cuatro pulsiones parciales: la oral,
la anal, la escópica y la invocante. Las dos primeras se relacionan con la demanda,
mientras que las dos segundas con el deseo.
El matema de la pulsión es $⋄D, que se lee: sujeto barrado en relación con la demanda, el
fading (desvanecimiento según internet) del sujeto ante la insistencia de una demanda que
persiste sin ninguna intención consciente de sostenerla.
Lacan conserva el dualismo freudiano entre pulsión de vida y pulsión de muerte, pero
prefiere reconceptualizar este dualismo en los términos de una oposición entre lo simbólico
y lo imaginario, y no entre distintos tipos de pulsión. De modo que para Lacan todas las
pulsiones son sexuales, y toda pulsión es una pulsión de muerte, puesto que toda pulsión
es excesiva, repetitiva y en última instancia destructiva.
Las pulsiones están estrechamente relacionadas con el deseo; una y otras se originan en el
campo del sujeto. Las pulsiones son los aspectos parciales en los cuales el deseo se
realiza. El deseo es uno e indiviso, mientras que las pulsiones son manifestaciones
parciales del deseo.
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Lenguaje
El analista debe prestar atención a los rasgos formales de la palabra del analizante (los
significantes), y no se deje desviar hacia una actitud empática basada en una comprensión
imaginaria del contenido (el significado). Lacan dice que el lenguaje tiene una dimensión
simbólica y una imaginaria; hay algo en la función simbólica del discurso humano que no
puede eliminarse, y es el papel desempeñado en él por lo imaginario. La dimensión
simbólica del lenguaje es la del significante, palabra verdadera. La dimensión imaginaria es
la del significado, la de significación, y la de la palabra vacía.
El lenguaje, a diferencia del código no hay ninguna correspondencia estable de uno a uno
entre significado y significante. Es esta propiedad del lenguaje lo que genera la ambigüedad
intrínseca de todo discurso, ambigüedad evidente en las formaciones del inconsciente.
Letra: la concibe como la base material del lenguaje mismo. Está conectada con lo real, un
sustrato material que apuntala el orden simbólico, es la estructura esencialmente localizada
del significante. Como elemento de lo real, la letra en sí carece de sentido. El significante
persiste como una letra sin sentido que marca el destino del sujeto y que él debe descifrar.
Palabra: lacan opone los términos palabra y lenguaje. La palabra es una innovación
simbólica que crea, un nuevo orden del ser en las relaciones entre los hombres. Lacan
distingue la palabra plena de la palabra vacía.
La palabra plena articula la dimensión simbólica del lenguaje. Es una palabra llena de
sentido. También se la denomina palabra verdadera, porque está más cerca de la verdad
enigmática del deseo del sujeto, es una palabra que apunta a la verdad tal como queda
establecida en el reconocimiento de una persona por otra, es una palabra que hace acto. Es
definida por su identidad con aquello sobre lo que se habla.
Una de las tareas del analista es escuchar y discernir los momentos en los que surge la
palabra plena. La meta del tratamiento psicoanalítico es articular la palabra plena. Aunque
nunca es posible articular toda la verdad, por la incompatibilidad entre el deseo y la palabra.
La palabra verdadera es la que articula esta verdad tan plenamente como es posible en un
momento particular.
El campo del significante es el campo del Otro, que Lacan llama la batería de los
significantes. Define al significante como lo que representa un sujeto para otro significante,
(en oposición al signo que es lo que representa algo para alguien) un significante amo S1
representa al sujeto para todos los otros significantes S2.
No solo la palabra puede ser un significante, también puede funcionar como significante
unidades de lenguaje más pequeñas (fonemas) o más grandes (frases), y además pueden
hacerlo entes no-lingüísticos (objetos, relaciones, actos). La única condición que caracteriza
a algo como significante es que esté inscrito en un sistema en el que adquiere valor
exclusivamente en virtud de su diferencia con los otros elementos del sistema. Es esta
naturaleza diferencial del significante lo que implica que nunca pueda tener un sentido
unívoco o fijo; su sentido varía según la posición que ocupa en la estructura.
Cadena significante: una serie de significantes vinculados entre sí. Una cadena de
significantes nunca puede estar completa puesto que siempre es posible añadirle a ella otro
significante, de modo que expresa la naturaleza eterna de deseo; por esto el deseo es
metonímico. La cadena es siempre metonímica en la producción de sentido; la significación
no está presente en ningún punto de la cadena, sino que el sentido insiste en el movimiento
de un significante a otro.
Significado: es un mero efecto del juego de los significantes, un efecto del proceso de
significación producido por la metáfora. No está dado, es producido.
Discurso: el discurso refiere a la naturaleza transindividual del lenguaje, el hecho de que la
palabra siempre implica a otro sujeto, un interlocutor. La fórmula lacaniana “el inconsciente
es el discurso del Otro”, designa el inconsciente como el efecto sobre el sujeto de la palabra
que le es dirigida desde otra parte. El término se refiere a un lazo social basado en el
lenguaje.
Verdad: la verdad es siempre la verdad sobre el deseo, y la meta del tratamiento es llevar al
analizante a articular esta verdad. La verdad no está preformada ni se revela al analizante;
se construye gradualmente en el movimiento dialéctico de la cura en sí. Es una verdad
particular de cada sujeto.
La palabra es el único medio para revelar la verdad sobre el deseo, la verdad se abre
camino en lo real gracias a la dimensión de la palabra. Las mentiras a menudo pueden
revelar la verdad sobre el deseo con más elocuencia que los enunciados sinceros; el
engaño y la mentira están inscriptos en el texto de la verdad. El papel del analista es revelar
la verdad inscrita en el engaño de la palabra del analizante. La verdad sobre el deseo es a
menudo revelada por actos fallidos.
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Conceptos varios
Pero si bien el Otro puede proporcionar los objetos que el sujeto requiere para su
necesidad, no puede proporcionar ese amor incondicional que el sujeto anhela. Entonces
después de que hayan sido satisfechas las necesidades, el otro aspecto de la demanda, el
anhelo de amor, subsiste insatisfecho, y este resto es el deseo. El deseo es el excedente
producido por la articulación de la necesidad en la demanda, el deseo comienza a tomar
forma en el margen en el cual la demanda se separa de la necesidad. El deseo no puede
ser satisfecho, es constante en su presión y eterno. La realización del deseo no consiste en
satisfacerlo sino en reproducirlo como deseo.
Las pulsiones son las manifestaciones particulares (parciales) de una fuerza única
denominada deseo. Hay un sólo objeto de deseo, el objeto a; no es el objeto al que tiende
el deseo, sino la causa del deseo. El deseo no es la relación con un objeto, sino la relación
con una FALTA.
Deseo: es la esencia del hombre. Lacan siempre se refiere al deseo inconsciente, el cual es
enteramente sexual. El objetivo de la cura psicoanalítica es llevar al analizante a reconocer
la verdad sobre su deseo, el cual sólo es posible reconocer cuando se lo articula en
palabras; al articular el deseo en la palabra, el analizante lo trae a la existencia. La acción
eficaz del analista es que el sujeto llegue a reconocer y nombrar su deseo, y al nombrarlo el
sujeto crea una nueva presencia en el mundo.
Siempre que la palabra intenta articular el deseo, queda un resto, una demasía, que excede
a la palabra; debido a una incompatibilidad entre el deseo y la palabra, lo que explica el
carácter irreductible del inconsciente (es decir, el incc no es lo que no es conocido sino lo
que no puede conocerse).
Que “el deseo es el deseo del Otro” se puede entender como deseo de ser el objeto de
deseo del otro, y deseo de reconocimiento por otro. El deseo surge originariamente en el
campo del Otro, es decir en el inconsciente.
El deseo es un producto social, siempre se constituye en una relación dialéctica con los
deseos percibidos de otros sujetos. La primera persona que ocupa el lugar del Otro es la
madre, y al principio el niño está a merced del deseo de ella. Sólo cuando el Padre articula
el deseo con la ley, mediante la castración de la madre, queda el sujeto liberado de su
sujeción a los caprichos del deseo de ella.
Demanda: el sujeto nunca ha hecho otra cosa no sea demanda. Si bien la palabra del
analizante es ya en sí misma una demanda (demanda de respuesta), esta demanda está
apuntalada por otras más profundas (ser curado, ser revelado a sí mismo). La cuestión de
cómo el analista se compromete con estas demandas es crucial. Él no intenta gratificar las
demandas del analizante, pero tampoco se trata simplemente de frustrarlas.
Objeto a: es uno de los primeros signos algebraicos que aparecen en la obra de Lacan. Es
el objeto del deseo que buscamos en el otro. Si bien se lo relaciona con lo real, nunca
pierde su estatuto imaginario. El objeto a designa el objeto que nunca puede alcanzarse,
que es realmente la causa del deseo, y no aquello hacia lo que el deseo tiende. El objeto a
es cualquier objeto que pone en movimiento el deseo, especialmente los objetos parciales
que definen las pulsiones. Las pulsiones no intentan obtener el objeto a, sino girar en torno
a él.
El analista debe situarse como semblante de objeto a, causa del deseo del analizante.
Falo: suele utilizarse para las funciones imaginarias y simbólicas del pene como órgano,
como falo real. El falo imaginario es percibido por el niño en la fase preedípica como el
objeto del deseo de la madre, como lo que ella desea más allá del niño; el niño trata
entonces de identificarse con ese objeto. El complejo de edipo y el complejo de castración
suponen la renuncia a este intento de ser el falo imaginario.
También es definido como el significante del deseo del otro, y como el significante del goce.
La pregunta por la diferencia sexual gira en torno al falo simbólico. Tanto el sujeto masculino
como vemenico asume su sexo a través del falo simbólico. La asunción del falo simbólico
por el hombre sólo es posible sobre la base de su asunción anterior de su propia castración.
Lacan afirma que el falo simbólico es lo que aparece en el lugar de la falta del significante
en el Otro. No es es ningún significante ordinario sino la presencia real del deseo en sí. Es
el significante que no tiene significado.
Falta: siempre está relacionado con el deseo, es una falta que causa el surgimiento del
deseo. La falta designa la falta de un significante en el Otro. Por más significantes que se
añadan a la cadena significante, ella siempre es incompleta; le falta siempre el significante
que podría completarla. Este significante que falta es constitutivo del sujeto.
Alienación: para Lacan es un rasgo constitutivo esencial. El sujeto padece una escisión
fundamental, está alienado de sí mismo, no tiene manera de huir de esa división, no hay
ninguna posibilidad de completud o síntesis.
Otro / otro: Lacan distingue a el otro (a) de el gran Otro (A), y dice que el analista debe
tener presente esta distinción fundamental en la práctica, para poder situarse en el lugar del
Otro y no en el del otro.
El otro es el otro que no es realmente otro, sino el reflejo y proyección del yo. Es
simultáneamente el semejante y la imagen especular. Está inscripto en el orden imaginario.
El gran Otro designa la alteridad radical, la otredad que trasciende la otredad ilusoria de lo
imaginario, porque no puede asimilarse mediante la identificación. Lacan compara esta
alteridad radical con el lenguaje y la ley, de modo que está inscripto en el orden de lo
simbólico. El gran otro es lo simbólico en cuanto está particularizado para cada sujeto. El
Otro es entonces otro sujeto, en su alteridad radical y su singularidad inadmisible, y también
el orden simbólico que media la relación con ese otro sujeto. Pero sólo es posible hablar del
Otro como un sujeto en un sentido de que un sujeto puede ocupar esa posición y de tal
modo encarnar el Otro para otro sujeto.
Afecto: significa que el sujeto es afectado por su relación con el Otro. Sostiene que los
afectos no son significantes sino señales, y subraya la posición de Freud en cuanto a que la
represión no pesa sobre el afecto (que sólo puede ser transformado o desplazado) sino
sobre el significante.
Goce: La entrada del sujeto en lo simbólico está condicionada por cierta renuncia inicial al
goce en el complejo de castración, en el que ese sujeto renuncia a sus intentos de ser el
falo imaginario para la madre; la castración significa que el goce debe ser rechazado para
poder alcanzarlo en la escala invertida de la ley del deseo. La prohibición simbólica del goce
en el Edipo es paradójicamente, la prohibición de algo que es ya imposible, es decir que
funciona para mantener la ilusión neurótica de que el goce sería alcanzable si no estuviera
prohibido. La prohibición misma crea el deseo de transgredirla, y el goce es por lo tanto
fundamentalmente transgresor.
Pulsión de muerte es el nombre dado al deseo constante del sujeto de irrumpir a través del
principio de placer hacia la cosa y hacía un cierto exceso de goce; el goce es entonces la
senda hacia la muerte. Puesto que las pulsiones son intentos de irrumpir a través del
principio de placer en búsqueda de goce, toda pulsión es una pulsión de muerte.
El principio de placer funciona como un límite al goce, es una ley que le ordena al sujeto
gozar lo menos posible, y al mismo tiempo el sujeto intenta constantemente transgredir las
prohibiciones impuestas a su goce, e ir “más allá del principio de placer”. No obstante, el
resultado de transgredir el principio de placer no es más placer sino dolor, puesto que el
sujeto sólo puede soportar una cierta cantidad de placer. Más allá de este límite, el placer se
convierte en dolor, y a este “placer doloroso” es lo que Lacan denomina goce, el goce es el
sufrimiento. El término goce explica la satisfacción paradójica que el sujeto obtiene de su
síntoma.
Nombre del padre: es el significante fundamental que permite que la significación proceda
normalmente, este significante fundamental otorga identidad al sujeto (lo nombra, lo
posiciona en el orden simbólico), y también significa la prohibición edípica, el “no” del tabú
del incesto. En el Edipo como una metáfora, la metáfora materna, en la cual un significante
(el Nombre-del-Padre) reemplaza a otro (el deseo de la madre).
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Procesos
El estadio del espejo describe la formación del yo a través del proceso de la identificación;
el yo es el resultado de identificarse con la propia imagen especular. Por el carácter
prematuro de la cría humana, a los seis meses carece de toda vía de coordinación, pero su
sistema visual está avanzado, lo que significa que puede reconocerse en el espejo antes de
haber alcanzado el control de sus movimientos corporales. La criatura ve su propia imagen
como un todo y la síntesis de esta imagen genera una sensación de contraste con la falta
de coordinación del cuerpo, que es experimentado como un cuerpo fragmentado; este
contraste es sentido como una rivalidad con su propia imagen, porque la completud de la
imagen amenaza al sujeto con la fragmentación. Para resolver esta tensión el sujeto se
identifica con la imagen, y esta identificación primaria con lo semejante es lo que forma al
yo. Es en el momento en el de la identificación, en el que el sujeto asume su imagen como
propia.
Para Lacan el sujeto siempre desea a la madre, y el padre es siempre el rival. La función
clave del edipo es la del padre, el tercer tiempo que transforma la relación dual entre la
madre y el niño en una estructura triádica.
De modo que el complejo de Edipo no es nada menos que el pasaje desde el orden
imaginario al orden simbólico. Lacan identifica tres tiempos del complejo, en una secuencia
lógica más que cronológica.
1° tiempo: se caracteriza por el triángulo imaginario madre, niño y falo. El niño comprende
que la madre está marcada por una falta, si no fuera así no desearía. El elemento faltante
es el falo, la madre desea el falo y el sujeto trata de convertirse en el objeto del deseo de
ella; trata de ser el falo de la madre. En este punto la madre es omnipotente.
2° tiempo: se caracteriza por la intervención del padre imaginario. El padre impone la ley al
deseo de la madre, al negarle el acceso al objeto fálico y prohibirle al sujeto el acceso a la
madre. Lacan se refiere a esta intervención como la castración de la madre. Esta
intervención es mediada por el discurso de la madre; lo importante no es que el padre real
imponga la ley, sino que esta ley sea respetada por la madre misma en sus palabras y sus
acciones. El sujeto ve ahora al padre como rival que disputa con él el deseo de la madre.
3° tiempo: está marcado por la intervención del padre real, al demostrar que él tiene el falo,
y no lo intercambia ni lo da, el padre real castra al niño en el sentido de hacerle imposible
que persista en tratar de ser el falo para la madre. El sujeto es liberado de la tarea imposible
y provocadora de angustia de tener que ser el falo, cuando comprende que el padre lo tiene.
Esto le permite al sujeto identificarse con el padre. En esta identificación secundaria
(simbólica), el sujeto trasciende la agresividad intrínseca en la identificación primaria
(imaginaria). El superyó se forma a partir de la identificación edípica con el padre.
Lacan relaciona todas las estructuras clínicas con las dificultades experimentadas con este
complejo. Puesto que es imposible resolverlo completamente, no existe ninguna posición
que sea totalmente no-patológica.
Castración: como la falta simbólica de un objeto imaginario. Y denota el momento final del
complejo de Edipo para ambos sexos. Refiere a un estado de falta que existía en la madre
antes del nacimiento del sujeto, esta falta es evidente en el deseo de ella, que el sujeto
percibe como deseo del falo imaginario. El niño comprende que la madre desea alguna otra
cosa. La castración de la madre y la del sujeto, enfrentan a este último con una elección:
aceptar la castración o negarla. Lacan dice que sólo aceptando la castración puede
alcanzar un cierto grado de normalidad psíquica, es decir tiene efecto normalizador.
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Sujeto
Sujeto: mientras que el yo forma parte del orden imaginario, el sujeto es parte del orden
simbólico, de modo que no equivale simplemente a la sensación consciente de agencia, que
es una meta ilusión producida por el yo, sino al inconsciente; el sujeto de Lacan es el sujeto
del inconsciente. El sujeto de una proposición es aquello de lo que se predica algo, y
también es lo opuesto al objeto. El sujeto es esencialmente un ser hablante, y está
necesariamente dividido, castrado, escindido, se distingue el sujeto de la enunciación y el
sujeto del enunciado. El sujeto es representado por un significante para otro significante; en
otras palabras es un efecto del lenguaje.
Yo: es una construcción que se forma por identificación con la imagen especular del estadio
del espejo. Es el lugar donde el sujeto se aliena a sí mismo, transformándose en el
semejante. El yo es una formación imaginaria, en tanto opuesto al sujeto que es un
producto de lo simbólico. Precisamente, el yo es un desconocimiento del orden simbólico, la
sede de la resistencia. El yo está estructurado como un síntoma, el síntoma humano por
excelencia. El yo es la sede de las ilusiones, aumentando su fuerza lo único que se logra es
acrecentar la alienación del sujeto. Es también la fuente de la resistencia a la cura, es
resistente a todo crecimiento y cambio subjetivo, y al movimiento dialéctico del deseo.
Ello: está hecho del significante que ya está allí, en lo real, el significante incomprendido.
Lacan lo concibe como el origen inconsciente de la palabra, el “ello” simbólico que está
detrás del yo imaginario. Para Lacan, allí donde ello era, es mi deber que yo venga a ser;
según este modo de ver, el fin de análisis es entonces una especie de “reconocimiento”
existencial” de los determinantes simbólicos del propio ser, un reconocimiento de que “tu
eres esto y no más”.
Ideal del yo: ejerce una presión consciente en favor de la sublimación y proporciona las
coordenadas que le permite al sujeto asumir una posición sexual como hombre o mujer. Es
una introyección simbólica, mientras que el yo ideal es la fuente de una proyección
imaginaria. El ideal del yo es el significante que opera como ideal, un plan internalizado de
la ley, la guia que gobierna la posición del sujeto en el orden simbólico. El yo ideal por otro
lado, se origina en la imagen especular del estadio del espejo, es una promesa de síntesis
futura hacia la cual tiende el yo, y continúa desempeñando un papel como fuente de todas
las identificaciones secundarias.
Superyó: es una instancia inconsciente cuya función es reprimir el deseo sexual dirigido a
la madre en la resolución del complejo de Edipo. El superyó resulta de la identificación con
el padre. Lacan lo ubica en el orden simbólico. El superyó es un imperativo, el imperativo
específico del que se trata es el mandato “¡Goza!”; el superyó es el Otro en cuanto el Otro le
ordena al sujeto gozar. Es la expresión de la voluntad de goce, que no es la propia voluntad
del sujeto sino la voluntad del Otro, impone una moral insensata, destructiva, opresiva, casi
siempre antilegal al sujeto neurótico.
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Esquema tripartito central del pensamiento lacaniano
Orden / Registro: no son fuerzas mentales como las tres instancias del modelo estructural
de Freud, sin embargo están primordialmente vinculados al funcionamiento mental, y juntos
cubren todo el campo psicoanalítico. Su interdependencia estructural es ilustrada por el
nudo borromeo, en el cual el corte de cualquiera de los tres anillos determina también que
los otros dos se separen. Son tres órdenes según los cuales pueden describirse todos los
fenómenos psicoanalíticos.
Simbólico: Lacan recoge la idea de que el mundo social está estructurado según ciertas
leyes que regulan las relaciones de parentesco y el intercambio de presentes. Puesto que la
forma básica de intercambio es la comunicación en sí, y como los conceptos de ley y
estructura son impensables sin el lenguaje, lo simbólico es en lo esencial una dimensión
lingüística. De modo que todo aspecto de la experiencia psicoanalítica que tenga estructura
lingüística pertenece al orden simbólico. La dimensión simbólica del lenguaje es el
significante; esta es una dimensión en la cual los elementos no tienen existencia positiva,
sino que están puramente constituidos por sus diferencias mutuas.
Lo simbólico es también el ámbito de la alteridad radical al que Lacan designa como el Otro,
el incc es el discurso de este Otro, y por lo tanto pertenece totalmente al orden simbólico. Lo
simbólico es el reino de la Ley que regula el deseo en el complejo de Edipo. Es el reino de
la cultura en tanto opuesto al orden imaginario de la naturaleza. Mientras que lo imaginario
se caracteriza por relaciones duales, lo característico de lo simbólico son estructuras
triádicas, porque la relación intersubjetiva es siempre mediada por un tercer término, el gran
Otro.
Imaginario: la base de este orden es la formación del yo en el estadio del espejo. Puesto
que el yo se forma por identificación con el semejante o la imagen especular, la
identificación es un aspecto importante del orden imaginario. Las principales ilusiones de lo
imaginario son las de totalidad, síntesis, autonomía, dualidad y semejanza. De modo que lo
imaginario es el orden de las apariencias superficiales que son los fenómenos observables,
engañosos y que ocultan estructuras subyacentes; los afectos son fenómenos de ese tipo.
El significado y la significación forman parte del orden imaginario. De modo que el lenguaje
tiene aspectos simbólicos y también imaginarios. En su aspecto imaginario, el lenguaje es
“el muro del lenguaje” que invierte y distorsiona el discurso del Otro. Y Lacan dice que el
empleo de lo simbólico es el único modo de desalojar las fijaciones discapacitantes de lo
imaginario.
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Psicopatología
Cada estructura se distingue por una operación diferente: la neurosis por la represión, la
perversión por la renegación y la psicosis por la forclusión. Los primeros de vida del sujeto
son el período crítico en el cual se determina su estructura, y la estructura queda fijada para
siempre.
La perversión es también un modo particular que tiene el sujeto de situarse en relación con
la pulsión. El sujeto se sitúa como objeto de la pulsión, como el medio para el goce del otro.
Esto implica invertir la estructura del fantasma (a⋄$). El perverso asume la posición del
objeto de una voluntad de goce que no es suya propia, sino del gran Otro. El perverso no
realiza su actividad para su propio placer, sino para el goce del gran Otro. El perverso es la
persona en la que la estructura de la pulsión se revela con mayot claridad, y la persona que
lleva al límite el intento de ir más allá del principio de placer, va tan lejos como puede en la
senda del goce. Mientras la neurosis se caracteriza por una pregunta, la característica de la
perversión es la falta de la pregunta; el perverso no duda de que sus actos sirven al goce
del Otro. Por eso es raro que un sujeto perverso pida análisis, y cuando lo hace no se debe
a que se trate de cambiar sus modos de goce.
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Operaciones
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Clínica
Formaciones del inconsciente: Son los fenómenos en los cuales las leyes del
inconsciente (condensación y desplazamiento / metáfora y metonimia) se ven con mayor
claridad. Estas formaciones del inconsciente son: el chiste, el sueño, el lapsus y el síntoma.
Lacan afirma que el síntoma, a diferencia del acting out, no reclama interpretación; no es en
sí mismo un llamado al Otro, sino un puro goce que no se dirige a nadie. Se puede definir
como el modo en que cada sujeto goza del inconsciente, en la medida que el inconsciente
lo determina. Este cambio en Lacan del síntoma como mensaje estructurado como un
lenguaje, a ser considerado como una huella del modo particular del goce del sujeto, este
cambio culmina con la introducción del sinthome.
En el acting out el sujeto no logra entender los motivos que tuvo para su acción. Para
Lacan, el recuerdo no involucra sólo recordar algo a la conciencia, sino también comunicarlo
a un Otro por medio de la palabra. Por lo tanto el acting out se produce cuando la negativa
del Otro a escuchar hace imposible el recuerdo. El Otro se ha vuelto “sordo” y el sujeto no
puede transmitirle un mensaje en palabras y se ve obligado a expresarlo en acciones. De
modo que el acting out es un mensaje cifrado que el sujeto dirige a un Otro.
Sujeto supuesto saber: es la suposición por el analizante de un sujeto que sabe lo que
inicia el proceso analítico, y no el saber que tiene realmente el analista. No designa al
analista mismo, sino una función que el analista puede llegar a encarnar en la cura. Sólo
cuando el analista es percibido por el analizante como encarnando esta función puede
decirse que se ha establecido la transferencia. Se supone que el analista sabe el sentido
secreto de las palabras del analizante, las significaciones que desconoce la persona misma
que habla.
El fin de análisis llega cuando el analizante deja de suponerle saber al analista, de modo
que éste cae de esta posición. El analista debe comprender que, del saber que le atribuye el
analizante, él no sabe nada.
Ética: la posición ética del analista es más claramente revelada por el modo en que formula
la meta de la cura. Por ejemplo, la psicología del yo que formula una adaptación del yo a la
realidad, implica una ética normativa. Lacan se opone a ella. La ética analítica de Lacan
relaciona la acción con el deseo. Lacan la resume en una pregunta: “¿Has actuado en
conformidad con el deseo que te habita?”, en oposición a la ética tradicional que gira en
torno al concepto del Bien. La ética psicoanalítica rechaza los ideales, por lo tanto el deseo
del analista no puede ser “curar” o “hacer el bien”.
Deseo del analista: es una expresión que parece oscilar entre dos significaciones.
Como un deseo que el analizante le atribuye al analista. Por lo tanto la frase no se refiere al
deseo real de la psique del analista sino al deseo que el analizante le atribuye. El analista
tiene que hacer imposible que el analizante esté seguro de saber qué es lo que el analista
quiere de él: el analista debe asegurarse de que su deseo siga siendo una x para el
analizante, y de este modo el deseo que se le supone al analista se convierte en una fuerza
impulsora del proceso analítico, puesto que mantiene al analizante trabajando en descubrir
qué es lo que el analista quiere de él. Al presentar al analizante un deseo enigmático, el
analista ocupa la posición del Otro, al que el sujeto le pregunta “¿Qué quiere de mí?”, con el
resultado de que en la transferencia emerge el fantasma fundamental del sujeto.
Y por otro lado, como el deseo propio del analista, como el deseo que debe animar al
analista en el modo de dirigir la cura. El analista no desea que el analizante se identifique
con el analista, sino que desea que en la cura emerja la verdad propia y singular del
analizante, una verdad que es absolutamente distinta a la del analista. Con este sentido
Lacan dice que el deseo del analista es la ética del psicoanálisis. Lacan dice que el analista
llega a ser guiado por el deseo propio de su función sólo pasando uno mismo por la cura
analítica.