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Contenido

Oración a San José................................................................................................................................................................4
Acordáos…oración a San José..............................................................................................................................................7
NUESTRO PADRE Y SEÑOR SAN JOSÉ, Modelo y Abogado de los Hogares Cristianos.........................................................10
SAN JOSE. ORACION Y EXHORTACION DE JUAN PABLO II...................................................................................................11
Benedicto XVI y san José: “Una figura cercana a mi corazón”............................................................................................25
Hoy es el santo del Obispo emérito de Roma, Benedicto XVI, de nombre secular Joseph Aloisius Ratzinger. El Papa
emérito se ha referido en numerosas ocasiones a san José y en InfoVaticana hemos escogido una de ellas, el discurso
que dirigió hace 10 años en los jardines vaticanos..........................................................................................................25
Devoción a san José del Padre Pío de Pietrelcina...............................................................................................................28
La devoción a San José en los dos últimos siglos................................................................................................................30
La devoción y la oración a San José del Papa León XIII.......................................................................................................49
Oración a San José..............................................................................................................................................................52
DEVOCIÓN A SAN JOSÉ DEL BEATO PÍO IX PAPA I...............................................................................................................53
San José, primer patrono....................................................................................................................................................55
San José en Palabras de algunos Santos:............................................................................................................................57
SAN JOSÉ Y LA MADRE TERESA DE CALCUTA......................................................................................................................66
San José en el Diario de Santa Sor Faustina........................................................................................................................68
San José, Patrono de la Iglesia Católica...............................................................................................................................70
Hoy es la fiesta de San José Obrero, patrono de los trabajadores......................................................................................72
Redacción ACI Prensa.............................................................................................................................................72
DEVOCIÓN DEL BEATO JUAN XXIII A SAN JOSÉ...................................................................................................................74
San José en el pensamiento de Benedicto XVI....................................................................................................................76
San José, esposo de María..................................................................................................................................................80
B. Juan Pablo II Homilías 1146............................................................................................................................................89
VISITA A LA PARROQUIA ROMANA....................................................................................................................89
DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS EN PÁNFILO......................................................................................89
Domingo 21 de marzo de 1999..........................................................................................................................89
Oración a San José del Papa León XIII.................................................................................................................................92
San José, maestro de la vida interior, guía de santos.........................................................................................................94
1. Santa Teresa de Jesús y su devoción a San José..............................................................................................................94
– La curación de Santa Teresa por la intercesión de San José:.......................................................................95
– Las frases más destacadas de Santa Teresa sobre San José:.....................................................................96
........................................................................................................................................................................................ 97
2. San Josemaría y su cariño y confianza en San José.........................................................................................97
– El agradecimiento a San José, protector de Jesús en el Sagrario................................................................97
– ¿Cómo imaginaba San Josemaría a San José?..............................................................................................98
3. San Alfonso María de Ligorio y su amor al esposo de María............................................................................98
........................................................................................................................................................................................ 99
4. San Juan Bosco y San José, el protector de los trabajadores..........................................................................99
SAN JOSÉ, JUNTO A JESÚS Y MARÍA, BENDIGAN NUESTRAS VIDAS..................................................................................101
AÑO JUBILAR DE SAN JOSÉ...............................................................................................................................................102
Oración a San José
JULIO 4, 2019 / DEJA UN COMENTARIO

Ésta oración era la que Santa Teresa de Ávila rezaba confiadamente a San


José cuando se encontraba en medio de alguna dificultad. Ella afirmaba que
nunca le había fallado; incluso nos invitaba a hacer la prueba 
Glorioso patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posible las cosas
imposibles, venid en mi auxilio en éstos momentos de angustia y dificultad.
Tomad bajo vuestra protección las situaciones tan serias y difíciles que te
encomiendo a fin de que tengan una feliz solución.

Mi bien amado padre, toda mi confianza está puesta en ti, que no se diga que
os he invocado en vano y puesto que vos podéis todo ante Jesús y María,
mostrarme que vuestra bondad es tan grande como vuestro poder. Amén.
Acordáos…oración a San José
SEPTIEMBRE 5, 2018 / DEJA UN COMENTARIO
Hermosa oración a tan poderoso intercesor 

La Santa Palabra nos dice de él que era un hombre justo. Ésto bíblicamente


quiere decir que San José estaba abierto a todo lo que Dios quería hacer con
él.
San José fue elegido por el Padre Eterno como el guardián y protector de los
tesoros más grandes en el Cielo y Tierra: Jesús y María.
NUESTRO PADRE Y SEÑOR SAN JOSÉ, Modelo
y Abogado de los Hogares Cristianos
San Mateo afirma en su Evangelio que San José “era un varón justo”. Esto, en el lenguaje bíblico, significa un varón adornado de todas
las virtudes. Por otro lado, tanto San Mateo cuanto San Lucas afirman que San José es descendiente del Rey David, lo que revela su
dignidad incluso del punto de vista natural. San José ejerció el oficio de padre en la Sagrada Familia. A él se le encomendó darle
nombre a su hijo legal, como le fue dicho por el Ángel. A él se le confió también velar por la seguridad del Niño Jesús y de Su Madre. Y,
en todo momento, Jesús obedece a San José como a Su verdadero padre (San Lucas, cap. 2, vers. 51). En el Evangelio consta que San
José era carpintero: “¿No es éste el hijo del carpintero?” (San Mateo, cap. 13, vers. 55). Pero la expresión es más genérica, pues dice
"filius fabri", es decir, hijo de artesano. La tradición tradujo artesano por carpintero, pero sin excluir el hecho, sin duda cierto, de que
San José, en muchas ocasiones, prestó otros servicios comunes a un trabajador manual, para ganar el sustento diario de su familia. En la
Encíclica "Quamquam pluries", el Papa León XIII expone de manera densa y profunda la doctrina sobre San José, desde los
fundamentos de su excelsa dignidad y gloria hasta la razón propia y singular de ser proclamado Patrono de toda la Iglesia, así como
Modelo y Abogado de todas las familias y hogares cristianos. Otro Papa, Benedicto XV, al cumplirse medio siglo de la proclamación de
San José como Patrono de la Iglesia Universal, en su Motu Proprio "Bonum sane", recordando la necesidad y eficacia de la Devoción al
Santo Patriarca, propone sus virtudes de modo especial a las familias pobres y a los trabajadores humildes, tan descristianizados en
nuestra época neopagana. Por fin, es creencia común que el Santo Patriarca durmió en el Señor antes que Cristo comenzara Su
ministerio público, con toda seguridad antes de las bodas de Caná, y, por consiguiente, antes de la Pasión del Señor. Y diversos
teólogos, entre ellos San Francisco de Sales y San Alfonso María de Ligorio, afirman que murió de amor de Dios. Terminemos con San
Bernardino de Siena: “Piadosamente se ha de creer que, en su muerte, tuvo presentes a Jesús y a María Santísima. Cuántas
exhortaciones, consuelos, promesas, iluminaciones, inflamaciones y revelaciones de los bienes eternos recibiría en su tránsito de parte
de su Santísima Esposa y del Dulcísimo Hijo de Dios, Jesús”.
SAN JOSE. ORACION Y EXHORTACION DE
JUAN PABLO II

Georges de La Tour - 1640

"Enséñanos José
Cómo se es “no protagonista”.
Cómo se avanza sin pisotear.
Cómo se colabora sin imponerse.
Cómo se ama sin reclamar.... 
Dinos; José cómo se vive siendo ‘número dos’.
Cómo se hacen cosas fenomenales 
desde un segundo puesto.
Explícanos ...
Cómo se es grande sin exhibirse.
Cómo se lucha sin aplauso.
Cómo se avanza sin publicidad.
Cómo se persevera y se muere uno, 
sin esperanza de que le hagan un homenaje...
"San Jose ruega por nosotros!"
 EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
REDEMPTORIS CUSTOS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
SOBRE LA FIGURA Y LA MISIÓN 
DE SAN JOSÉ
EN LA VIDA DE CRISTO 
Y DE LA IGLESIA
A los Obispos. A los Sacerdotes y Diáconos. A los Religiosos y Religiosas. A todos los fieles

INTRODUCCIÓN

1. Llamado a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó
consigo a su mujer» (Mt 1, 24).
Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al
igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo[1], también
custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.
En el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII[2], y siguiendo la
huella de la secular veneración a san José, deseo presentar a la consideración de vosotros, queridos hermanos y
hermanas, algunas reflexiones sobre aquél al cual Dios «confió la custodia de sus tesoros más preciosos»[3], Con
profunda alegría cumplo este deber pastoral, para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia
universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente.
De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su
patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de
«participar» en la economía de la salvación[4].
Considero, en efecto, que el volver a reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino
consentirá a la Iglesia, en camino hacia el futuro junto con toda la humanidad, encontrar continuamente su
identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación.
Precisamente José de Nazaret «participó» en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la
Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo
hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre «nos predestinó a la adopción
de hijos suyos por Jesucristo» (Ef 1, 5).

I. EL MARCO EVANGÉLICO 
El matrimonio con María
2. «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu
Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,
20-21).
En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José, el momento de su existencia al
que se refieren particularmente los Padres de la Iglesia.
El Evangelista Mateo explica el significado de este momento, delineando también como José lo ha vivido. Sin
embargo, para comprender plenamente el contenido y el contexto, es importante tener presente el texto paralelo
del Evangelio de Lucas. En efecto, en relación con el versículo que dice: «La generación de Jesucristo fue de esta
manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró
encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18), el origen de la gestación de María «por obra del Espíritu Santo»
encuentra una descripción más amplia y explícita en el versículo que se lee en Lucas sobre la anunciación del
nacimiento de Jesús:«Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una
virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc1, 26-
27). Las palabras del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28), provocaron una turbación
interior en María y, a la vez, le llevaron a la reflexión. Entonces el mensajero tranquiliza a la Virgen y, al mismo
tiempo, le revela el designio especial de Dios referente a ella misma: «No temas, María, porque has hallado gracia
delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será
grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 30-32).
El evangelista había afirmado poco antes que, en el momento de la anunciación, María estaba «desposada con un
hombre llamado José, de la casa de David». La naturaleza de este «desposorio» es explicada indirectamente,
cuando María, después de haber escuchado lo que el mensajero había dicho sobre el nacimiento del hijo,
pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 34). Entonces le llega esta respuesta: «El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). María, si bien ya estaba «desposada» con José, permanecerá
virgen, porque el niño, concebido en su seno desde la anunciación, había sido concebido por obra del Espíritu
Santo.
En este punto el texto de Lucas coincide con el de Mateo 1, 18 y sirve para explicar lo que en él se lee. Si María,
después del desposorio con José, se halló «encinta por obra del Espíritu Santo», este hecho corresponde a todo el
contenido de la anunciación y, de modo particular, a las últimas palabras pronunciadas por María: «Hágase en mí
según tu palabra» (Lc 1, 38). Respondiendo al claro designio de Dios, María con el paso de los días y de las
semanas se manifiesta ante la gente y ante José «encinta», como aquella que debe dar a luz y lleva consigo el
misterio de la maternidad.
3. A la vista de esto «su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en
secreto» (Mt 1, 19), pues no sabía cómo comportarse ante la «sorprendente» maternidad de María. Ciertamente
buscaba una respuesta a la inquietante pregunta, pero, sobre todo, buscaba una salida a aquella situación tan
difícil para él. Por tanto, cuando «reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor
y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus
pecados"» (Mt 1, 20-21).
Existe una profunda analogía entre la «anunciación» del texto de Mateo y la del texto de Lucas. El mensajero
divino introduce a José en el misterio de la maternidad de María. La que según la ley es su «esposa»,
permaneciendo virgen, se ha convertido en madre por obra del Espíritu Santo. Y cuando el Hijo, llevado en el seno
por María, venga al mundo, recibirá el nombre de Jesús. Era éste un nombre conocido entre los israelitas y, a
veces, se ponía a los hijos. En este caso, sin embargo, se trata del Hijo que, según la promesa divina, cumplirá
plenamente el significado de este nombre:Jesús-Yehošua', que significa, Dios salva.
El mensajero se dirige a José como al «esposo de María», aquel que, a su debido tiempo, tendrá que imponer ese
nombre al Hijo que nacerá de la Virgen de Nazaret, desposada con él. El mensajero se dirige, por tanto, a José
confiándole la tarea de un padre terreno respecto al Hijo de María.
«Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1,
24). El la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del
Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo
que Dios le pedía por medio de su mensajero.
II. EL DEPOSITARIO DEL MISTERIO DE DIOS
4. Cuando María, poco después de la anunciación, se dirigió a la casa de Zacarías para visitar a su pariente Isabel,
mientras la saludaba oyó las palabras pronunciadas por Isabel «llena de Espíritu Santo» (Lc 1, 41). Además de las
palabras relacionadas con el saludo del ángel en la anunciación, Isabel dijo: «¡Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Estas palabras han sido el pensamiento-
guía de la encíclica Redemptoris Mater, con la cual he pretendido profundizar en las enseñanzas del Concilio
Vaticano II que afirma: «La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión
con su Hijo hasta la cruz» [5] y «precedió»[6] a todos los que, mediante la fe, siguen a Cristo.
Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre
del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él
respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a
la verdad, José no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del
Señor y tomó consigo a su esposa.Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe" (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10,
5-6).
Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad
proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: «Cuando Dios
revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando
a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha
por él»[7]. La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José
de Nazaret.
5. El, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio «escondido desde siglos en Dios» (cf. Ef 3, 9), lo
mismo que se convirtió María en aquel momento decisivo que el Apóstol llama «la plenitud de los tiempos»,
cuando «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» para «rescatar a los que se hallaban bajo la ley», «para que
recibieran la filiación adoptiva» (cf. Gál 4, 4-5). «Dispuso Dios —afirma el Concilio— en su sabiduría revelarse a sí
mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo,
Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef
2, 18; 2 Pe1, 4)»[8].
De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con María —y también en relación con
María— él participa en esta fase culminante de la autorrevelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer
instante. Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas, se puede decir también que José es el
primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina
anunciación. El es asimismo el que ha sido puesto en primer lugar por Dios en la vía de la «peregrinación de la fe»,
a través de la cual, María, sobre todo en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma eminente y singular[9].
6. La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se concluirá antes, es decir, antes de que María se detenga
ante la Cruz en el Gólgota y antes de que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de
Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin
embargo, la vía de la fe de José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada por el mismo misterio del
que él junto con María se había convertido en el primer depositario. La encarnación y la redención constituyen una
unidad orgánica e indisoluble, donde el «plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente
conexos entre sí»[10]. Precisamente por esta unidad el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José,
estableció que en el Canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al
de María, y antes del de los Apóstoles, de los Sumos Pontífices y de los Mártires[11].
El servicio de la paternidad
7. Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad
de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se
sigue de esto que la paternidad de José —una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda
elección y predestinación (cf. Rom 8, 28 s.)— pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la
familia.
Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en
aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), llaman a José esposo de María y a
María esposa de José (cf. Mt 1, 16. 18-20. 24; Lc 1, 27; 2, 5).
Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el
matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí
se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. «¿Por qué —se
pregunta san Agustín— no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? (...) La
Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a
María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño,
aunque no fuera fruto suyo.Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe
que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha
dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner
el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo
por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo»[12].
El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: «A raíz de aquel matrimonio
fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo
modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne»[13]. En este matrimonio no
faltaron los requisitos necesarios para su constitución: «En los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes
del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo Señor Jesús; la
fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio»[14].
Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás la ponen siempre en la «indivisible
unión espiritual», en la «unión de los corazones», en el «consentimiento»[15], elementos que en aquel matrimonio
se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios
revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que
realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar tal amor[16]. «En esta grande obra de
renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva,
en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo
del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo,
la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha
iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de
purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida»[17].
¡Cuántas enseñanzas se derivan de todo esto para la familia! Porque «la esencia y el cometido de la familia son
definidos en última instancia por el amor» y «la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor,
como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia
su esposa»[18]; es en la sagrada Familia, en esta originaria «iglesia doméstica»[19], donde todas las familias
cristianas deben mirarse. En efecto, «por un misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo
de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas»[20].
8. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesúsmediante el
ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la
redención y es verdaderamente «ministro de la salvación»[21]. Su paternidad se ha expresado concretamente «al
haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está
unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle
don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la
oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que
crece en su casa»[22].
La liturgia, al recordar que han sido confiados «a la fiel custodia de san José los primeros misterios de la salvación
de los hombres»[23], precisa también que «Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente,
para que custodiara como padre a su Hijo unigénito»[24]. León XIII subraya la sublimidad de esta misión: «El se
impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los
hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le
diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre»[25].
Al no ser concebible que a una misión tan sublime no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo de
forma adecuada, es necesario reconocer que José tuvo hacia Jesús «por don especial del cielo, todo aquel amor
natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer»[26].
Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que
tiene su fuente en el Padre, «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 15).
En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a Jesús. De hecho, la salvación, que
pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar,
respetando aquella «condescendencia» inherente a la economía de la encarnación. Los Evangelistas están muy
atentos en mostrar cómo en la vida de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan
divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: «Así sucedió, para que se cumplieran...» y la
referencia del acontecimiento descrito a un texto del Antiguo Testamento, tienden a subrayar la unidad y la
continuidad del proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento.
Con la encarnación las «promesas» y las «figuras» del Antiguo Testamento se hacen «realidad»: lugares,
personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio
angélico y recibidos por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor,
preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser «el
coordinador del nacimiento del Señor»[27], aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción «ordenada» del
Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto
«privada» como «escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia.
El censo
9. Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la autoridad legítima, José,
respecto al niño, cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre «Jesús, hijo de José
de Nazaret» (cf. Jn 1, 45) en el registro del Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de
Jesús al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las leyes e instituciones
civiles, pero también «salvador del mundo». Orígenes describe acertadamente el significado teológico inherente a
este hecho histórico, ciertamente nada marginal: «Dado que el primer censo de toda la tierra acaeció bajo César
Augusto y, como todos los demás, también José se hizo registrar junto con María su esposa, que estaba encinta,
Jesús nació antes de que el censo se hubiera llevado a cabo; a quien considere esto con profunda atención, le
parecerá ver una especie de misterio en el hecho de que en la declaración de toda la tierra debiera ser censado
Cristo. De este modo, registrado con todos, podía santificar a todos; inscrito en el censo con toda la tierra, a la
tierra ofrecía la comunión consigo; y después de esta declaración escribía a todos los hombres de la tierra en el
libro de los vivos, de modo que cuantos hubieran creído en él, fueran luego registrados en el cielo con los Santos
de Aquel a quien se debe la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén»[28].
El nacimiento en Belén
10. Como depositarios del misterio «escondido desde siglos en Dios» y que empieza a realizarse ante sus ojos «en
la plenitud de los tiempos», José es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del Hijo de
Dios al mundo. Así lo narra Lucas: «Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del
alumbramiento, y dio a luz su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían
sitio en el alojamiento» (Lc 2, 6-7).
José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de
aquel «anonadamiento» (Flp 2, 5-8), al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo tiempo
José fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar del nacimiento de Jesús después de que el ángel
les había traído esta grande y gozosa nueva (cf.Lc 2, 15-16); más tarde fue también testigo de la adoración de los
Magos, venidos de Oriente(cf. Mt 2, 11).
La circuncisión
11. Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito (cf. Lc 2, 21) ejercita su
derecho-deber respecto a Jesús.
El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad (cf.Heb 9, 9 s.; 10,
1), explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos, también el de la circuncisión halla en Jesús el
«cumplimiento». La Alianza de Dios con Abraham, de la cual la circuncisión era signo (cf. Jn 17, 13), alcanza en
Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas las antiguas promesas (cf. 2 Cor 1,
20).
La imposición del nombre
12. En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Este nombre es el único en el que se halla la
salvación (cf. Act 4, 12); y a José le había sido revelado el significado en el instante de su «anunciación»: «Y tú le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Al imponer el nombre, José
declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora.
La presentación de Jesús en el templo
13. Este rito, narrado por Lucas (2, 2 ss.), incluye el rescate del primogénito e ilumina la posterior permanencia de
Jesús a los doce años de edad en el templo.
El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba
representado el pueblo de la Alianza, rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús,
que es el verdadero «precio» del rescate (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; 1 Ped 1, 19), no sólo «cumple» el rito del Antiguo
Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del
rescate.
El Evangelista pone de manifiesto que «su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2,
33), y, de modo particular, de lo dicho por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a Jesús como la
«salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos» y «luz para iluminar a los gentiles y gloria de su
pueblo Israel» y, más adelante, también «señal de contradicción» (cf. Lc 2, 30-34).
La huida a Egipto
14. Después de la presentación en el templo el evangelista Lucas hace notar: «Así que cumplieron todas las cosas
según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de
sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lc 2, 39-40).
Pero, según el texto de Mateo, antes de este regreso a Galilea, hay que situar un acontecimiento muy importante,
para el que la Providencia divina recurre nuevamente a José. Leemos: «Después que ellos (los Magos) se
retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma contigo al niño y a su madre y
huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar el niño para matarle"» (Mt 2, 13). Con
ocasión de la venida de los Magos de Oriente, Herodes supo del nacimiento del «rey de los judíos» (Mt 2, 2). Y
cuando partieron los Magos él «envió a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos años para
abajo» (Mt 2, 16). De este modo, matando a todos, quería matar a aquel recién nacido «rey de los judíos», de
quien había tenido conocimiento durante la visita de los magos a su corte. Entonces José, habiendo sido advertido
en sueños, «tomó al niño y a su madre y se retiró a Egipto; y estuvo allíhasta la muerte de Herodes; para que se
cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: "De Egipto llamé a mi hijo"» (Mt 2, 14-15; cf. Os 11, 1).
De este modo, el camino de regreso de Jesús desde Belén a Nazaret pasó a través de Egipto. Así como Israel
había tomado la vía del éxodo «en condición de esclavitud» para iniciar la Antigua Alianza, José, depositario y
cooperador del misterio providencial de Dios, custodia también en el exilio a aquel que realiza la Nueva Alianza.
Jesús en el templo
15. Desde el momento de la anunciación, José, junto con María, se encontró en cierto sentido en la intimidad del
misterio escondido desde siglos en Dios, y que se encarnó: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre
nosotros» (Jn 1, 14). El habitó entre los hombres, y el ámbito de su morada fue la Sagrada Familia de Nazaret, una
de tantas familias de esta aldea de Galilea, una de tantas familias de Israel. Allí Jesús «crecía y se fortalecía,
llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él» (Lc 2, 40). Los Evangelios compendian en pocas
palabras el largo período de la vida «oculta», durante el cual Jesús se preparaba a su misión mesiánica. Un solo
episodio se sustrae a este «ocultamiento», que es descrito en el Evangelio de Lucas: la Pascua de Jerusalén,
cuando Jesús tenía doce años.
Jesús participó en esta fiesta como joven peregrino junto con María y José. Y he aquí que «pasados los días, el
niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres» (Lc 2, 43). Pasado un día se dieron cuenta e iniciaron
la búsqueda entre los parientes y conocidos: «Al cabo de tres días, lo encontraron en el templo sentado en medio
de los maestros, escuchándoles y preguntándoles. Todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y
sus respuestas» (Lc 2, 46-47). María le pregunta: «Hijo ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo,
angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2, 48). La respuesta de Jesús fue tal que «ellos no comprendieron». El
les había dicho: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,
49-50).
Esta respuesta la oyó José, a quien María se había referido poco antes llamándole «tu padre». Y así es lo que se
decía y pensaba: «Jesús... era, según se creía, hijo de José» (Lc 3, 23). No obstante, la respuesta de Jesús en el
templo habría reafirmado en la conciencia del «presunto padre» lo que éste había oído una noche doce años
antes: «José ... no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt
1, 20). Ya desde entonces, él sabía que era depositario del misterio de Dios, y Jesús en el templo evocó
exactamente este misterio: «Debo ocuparme en las cosas de mi Padre».
El mantenimiento y la educación de Jesús en Nazaret
16. El crecimiento de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» (Lc 2, 52) se desarrolla en el ámbito de la Sagrada
Familia, a la vista de José, que tenía la alta misión de «criarle», esto es, alimentar, vestir e instruir a Jesús en la
Ley y en un oficio, como corresponde a los deberes propios del padre.
En el sacrificio eucarístico la Iglesia venera ante todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, pero también
la del bienaventurado José [29] porque «alimentó a aquel que los fieles comerían como pan de vida eterna»[30].
Por su parte, Jesús «vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51), correspondiendo con el respeto a las atenciones de sus
«padres». De esta manera quiso santificar los deberes de la familia y del trabajo que desempeñaba al lado de
José.

III. EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO

17. Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María,
permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas
consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación mientras que José —como ya
se ha dicho— en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él «hizocomo el
ángel del Señor le había mandado» (Mt 1, 24). Y este primer «hizo» es el comienzo del «camino de José». A lo
largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una
especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da
el Evangelio: el «justo» (Mt 1, 19).
Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del hombre
y de su vocación. En el transcurso de las generaciones la Iglesia lee, de modo siempre atento y consciente, dicho
testimonio, casi como si sacase del tesoro de esta figura insigne «lo nuevo y lo viejo» (Mt 13, 52).
18. El varón «justo» de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El Evangelista habla de
María como de «una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc 1, 27). Antes de que comience a
cumplirse «el misterio escondido desde siglos» (Ef 3, 9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del
esposo y de la esposa. Según la costumbre del pueblo hebreo, el matrimonio se realizaba en dos etapas: primero
se celebraba el matrimonio legal (verdadero matrimonio) y, sólo después de un cierto período, el esposo introducía
en su casa a la esposa. Antes de vivir con María, José era, por tanto, su «esposo»; pero María conservaba en su
intimidad el deseo de entregarse a Dios de modo exclusivo. Se podría preguntar cómo se concilia este deseo con
el «matrimonio». La respuesta viene sólo del desarrollo de los acontecimientos salvíficos, esto es, de la especial
intervención de Dios. Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe llevar a cabo su deseo virginal de
darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. La
maternidad por obra del Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, «esposa
prometida» de José. María pronuncia su «fiat».
El hecho de ser ella la «esposa prometida» de José está contenido en el designio mismo de Dios.
Así lo indican los dos Evangelistas citados, pero de modo particular Mateo. Son muy significativas las palabras
dichas a José: «No temas en tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo»
(Mt 1, 20). Estas palabras explican el misterio de la esposa de José: María es virgen en su maternidad. En ella el
«Hijo del Altísimo» asume un cuerpo humano y viene a ser «el Hijo del hombre».
Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que
se ha cumplido en ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo
esponsal, existente ya antes entre José y María. El mensajero dice claramente a José: «No temas tomar contigo a
María tu mujer». Por tanto, lo que había tenido lugar antes —esto es, sus desposorios con María— había sucedido
por voluntad de Dios y, consiguientemente, había que conservarlo. En su maternidad divina María ha de continuar
viviendo como «una virgen, esposa de un esposo» (cf. Lc 1, 27).
19. En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable
vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre
«justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se
había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.
«José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24); lo que en ella había
sido engendrado «es del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su
amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha
sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) configura de modo perfecto el
amor humano? Este amor de Dios forma también —y de modo muy singular— el amor esponsal de los cónyuges,
profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo,
de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario.
«José ... tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo» (Mt 1, 24-25). Estas palabras
indican también otra proximidad esponsal. La profundidad de esta proximidad, es decir, la intensidad espiritual de
la unión y del contacto entre personas —entre el hombre y la mujer— proviene en definitiva del Espíritu Santo, que
da la vida (cf. Jn 6, 63). José, obediente al Espíritu, encontró justamente en El la fuente del amor, de su amor
esponsal de hombre, y este amor fue más grande que el que aquel «varón justo» podía esperarse según la medida
del propio corazón humano.
20. En la liturgia se celebra a María como «unida a José, el hombre justo, por un estrechísimo y virginal vínculo de
amor»[31]. Se trata, en efecto, de dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y
esposa, la cual encuentra en el matrimonio de María y José su propio símbolo. «La virginidad y el celibato por el
Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El
matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su
pueblo»[32], que es comunión de amor entre Dios y los hombres.
Mediante el sacrificio total de sí mismo José expresa su generoso amor hacia la Madre de Dios, haciéndole «don
esponsal de sí». Aunque decidido a retirarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizando en ella,
él, por expresa orden del ángel, la retiene consigo y respeta su pertenencia exclusiva a Dios.
Por otra parte, es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad y sus
derechos sobre Jesús. «Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más
sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella
altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que
ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de
bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero
de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto
conyugal, en la excelsa grandeza de ella»[33].
21. Este vínculo de caridad constituyó la vida de la Sagrada Familia, primero en la pobreza de Belén, luego en el
exilio en Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia,
proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de
la encarnación, constituye un misterio especial. Y —al igual que en la encarnación— a este misterio pertenece
también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana
formada por el misterio divino.En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la
generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la
autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia
de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Junto
con la asunción de la humanidad, en Cristo está también «asumido» todo lo que es humano, en particular, la
familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la
paternidad humana de José.
En base a este principio adquieren su justo significado las palabras de María a Jesús en el templo: «Tu padre y
yo ... te buscábamos». Esta no es una frase convencional; las palabras de la Madre de Jesús indican toda la
realidad de la encarnación, que pertenece al misterio de la Familia de Nazaret.José, que desde el principio aceptó
mediante la «obediencia de la fe» su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo, que
mediante la fe se da al hombre, descubría ciertamente cada vez más el don inefable de su paternidad. 

IV. EL TRABAJO EXPRESIÓN DEL AMOR 


22. Expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa
el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple
palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el
evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos» (Lc 2,
51). Esta «sumisión», es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como
participación en el trabajo de José. El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su
«padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para
las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra
época la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. El
trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la
humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido
de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el
trabajo humano al misterio de la redención.
23. En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la
laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en
cierto sentido más hombre»[34].
La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos «que
ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes
salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante
la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey»[35].
24. Se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio
estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: «San José es el modelo de los humildes,
que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos
seguidores de Cristo no se necesitan "grandes cosas", sino que se requieren solamente las virtudes comunes,
humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas»[36].

V. EL PRIMADO DE LA VIDA INTERIOR 


25. También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que
acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil
interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José «hizo»; sin embargo permiten
descubrir en sus «acciones» —ocultas por el silencio— un clima de profunda contemplación. José estaba en
contacto cotidiano con el misterio «escondido desde siglos», que «puso su morada» bajo el techo de su casa. Esto
explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo
promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental.
26. El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia
casa, encuentra una razón adecuada «en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos
singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las
grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima
vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y
renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta»[37].
Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no
es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión[38].
27. La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a considerar el misterio de la encarnación
precisamente bajo al aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la
santificación de los hombres: «En virtud de la divinidad, las acciones humanas de Cristo fueron salvíficas para
nosotros, produciendo en nosotros la gracia tanto por razón del mérito, como por una cierta eficacia»[39].
Entre estas acciones los Evangelistas resaltan las relativas al misterio pascual, pero tampoco olvidan subrayar la
importancia del contacto físico con Jesús en orden a la curación (cf., p. e., Mc 1, 41) y el influjo ejercido por él
sobre Juan Bautista, cuando ambos estaban aún en el seno materno (cf. Lc 1, 41-44).
El testimonio apostólico no ha olvidado —como hemos visto— la narración del nacimiento de Jesús, la circuncisión,
la presentación en el templo, la huida a Egipto y la vida oculta en Nazaret, por el «misterio» de gracia contenido en
tales «gestos», todos ellos salvíficos, al ser partícipes de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo. Si este
amor se irradiaba a todos los hombres, a través de la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran
ciertamente: María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había colocado en su
estrecha intimidad[40].
Puesto que el amor «paterno» de José no podía dejar de influir en el amor «filial» de Jesús y, viceversa, el amor
«filial» de Jesús no podía dejar de influir en el amor «paterno» de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de
esta relación singularísima? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un
luminoso ejemplo de vida interior.
Además, la aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal, cosa
posible en quien posee la perfección de la caridad. Según la conocida distinción entre el amor de la verdad (caritas
veritatis) y la exigencia del amor (necessitas caritatis)[41], podemos decir que José ha experimentado tanto el amor
a la verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo,
como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo
de aquella misma humanidad. 
VI. PATRONO DE LA IGLESIA DE NUESTRO TIEMPO 
28. En tiempos difíciles para la Iglesia, Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca
José, lo declaró «Patrono de la Iglesia Católica»[42]. El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino,
pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, «la Iglesia, después de la Virgen
Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin
cesar en las angustias»[43].
¿Cuáles son los motivos para tal confianza? León XIII los expone así: «Las razones por las que el bienaventurado
José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de
su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús
(...). José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia (...). Es, por
tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar
santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la
Iglesia de Cristo»[44].
29. Este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros
que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de
reevangelización en aquellos «países y naciones, en los que —como he escrito en la Exhortación Apostólica Post-
Sinodal Christifideles laici— la religión y la vida cristiana fueron florecientes y» que «están ahora sometidos a dura
prueba»[45]. Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado,
la Iglesia tiene necesidad de un especial «poder desde lo alto» (cf. Lc 24, 49; Act 1, 8), don ciertamente del Espíritu
del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos.
30. Además de la certeza en su segura protección, la Iglesia confía también en el ejemplo insigne de José; un
ejemplo que supera los estados de vida particulares y se propone a toda la Comunidad cristiana, cualesquiera que
sean las condiciones y las funciones de cada fiel.
Como se dice en la Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la divina Revelación, la actitud
fundamental de toda la Iglesia debe ser de «religiosa escucha de la Palabra de Dios»[46], esto es, de
disponibilidad absoluta para servir fielmente a la voluntad salvífica de Dios revelada en Jesús. Ya al inicio de la
redención humana encontramos el modelo de obediencia —después del de María— precisamente en José, el cual
se distingue por la fiel ejecución de los mandatos de Dios.
Pablo VI invitaba a invocar este patrocinio «como la Iglesia, en estos últimos tiempos suele hacer; ante todo, para
sí, en una espontánea reflexión teológica sobre la relación de la acción divina con la acción humana, en la gran
economía de la redención, en la que la primera, la divina, es completamente suficiente, pero la segunda, la
humana, la nuestra, aunque no puede nada (cf. Jn 15, 5), nunca está dispensada de una humilde, pero condicional
y ennoblecedora colaboración. Además, la Iglesia lo invoca como protector con un profundo y actualísimo deseo de
hacer florecer su terrena existencia con genuinas virtudes evangélicas, como resplandecen en san José»[47].
31. La Iglesia transforma estas exigencias en oración. Y recordando que Dios ha confiado los primeros misterios de
la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José, le pide que le conceda colaborar fielmente en la obra de
la salvación, que le dé un corazón puro, como san José, que se entregó por entero a servir al Verbo Encarnado, y
que «por el ejemplo y la intercesión de san José, servidor fiel y obediente, vivamos siempre consagrados en
justicia y santidad»[48].
Hace ya cien años el Papa León XIII exhortaba al mundo católico a orar para obtener la protección de san José,
patrono de toda la Iglesia. La Carta Encíclica Quamquam pluries se refería a aquel «amor paterno» que José
«profesaba al niño Jesús»; a él, «próvido custodio de la Sagrada Familia» recomendaba la «heredad que
Jesucristo conquistó con su sangre». Desde entonces, la Iglesia —como he recordado al comienzo— implora la
protección de san José en virtud de «aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María», y le
encomienda todas sus preocupaciones y los peligros que amenazan a la familia humana.
Aún hoy tenemos muchos motivos para orar con las mismas palabras de León XIII: «Aleja de nosotros, oh padre
amantísimo, este flagelo de errores y vicios... Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las
tinieblas ...; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la
santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad»[49]. Aún hoy existen suficientes motivos para
encomendar a todos los hombres a san José.
32. Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de san José renueve también en nosotros la intensidad
de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y la misma figura de José
adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo Milenio cristiano.
El Concilio Vaticano II ha sensibilizado de nuevo a todos hacia «las grandes cosas de Dios»,hacia la «economía de
la salvación» de la que José fue ministro particular. Encomendándonos, por tanto, a la protección de aquel a quien
Dios mismo «confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes»[50] aprendamos al mismo tiempo de
él a servir a la «economía de la salvación». Que san José sea para todos un maestro singular en el servir a la
misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a
quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida
contemplativa, así como a las llamadas al apostolado.
El varón justo, que llevaba consigo todo el patrimonio de la Antigua Alianza, ha sido tambiénintroducido en el
«comienzo» de la nueva y eterna Alianza en Jesucristo. Que él nos indique el camino de esta Alianza salvífica, ya
a las puertas del próximo Milenio, durante el cual debe perdurar y desarrollarse ulteriormente la «plenitud de los
tiempos», que es propia del misterio inefable de la encarnación del Verbo.
Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, del año
1989, undécimo de mi Pontificado. 

JOANNES PAULUS PP. II


Benedicto XVI y san José: “Una figura cercana a mi
corazón”

Por INFOVATICANA | 19 marzo, 2020

Hoy es el santo del Obispo emérito de Roma, Benedicto XVI, de nombre secular
Joseph Aloisius Ratzinger. El Papa emérito se ha referido en numerosas ocasiones a san José y en
InfoVaticana hemos escogido una de ellas, el discurso que dirigió hace 10 años en los jardines
vaticanos.

Era el 5 de julio del año 2010, y el Papa estaba inaugurando una fuente en
los jardines vaticanos dedicada al padre adoptivo de Jesús, la cual bendijo.
Se trataba de un regalo de la Gobernación del Estado del Vaticano, donde
se encontraba en ese momento Carlo María Viganò, a quién el pontífice dio
las gracias.

Les dejamos las palabras de Benedicto XVI sobre san José, pronunciadas el 5 de julio de
2010:

“Esta fuente está dedicada a san José, figura querida y cercana al corazón del pueblo de Dios y
a mi corazón. Los seis paneles de bronce que la embellecen evocan otros tantos momentos de
su vida. Deseo brevemente detenerme sobre ellos. El primer panel respresenta los
desposorios entre José y María; es un episodio que reviste gran importancia. José era de la
estirpe real de David y, en virtud de su matrimonio con María, conferirá al Hijo de la Virgen –
al Hijo de Dios – el título legal de “hijo de David”, cumpliendo así las profecías. El desposorio
de José y María es, por ello, un acontecimiento humano, pero determinante en la historia de
salvación de la humanidad, en la realización de las promesas de Dios; por ello tiene también
una connotación sobrenatural, que los dos protagonistas aceptan con humildad y confianza.

Bien pronto para José llega el momento de la prueba, una prueba comprometida para su fe.
Prometido de María, antes de ir a vivir con ella, descubre su misteriosa maternidad y se
queda turbado. El evangelista Mateo subraya que, siendo justo, no quería repudiarla, y por
tanto decidió despedirla en secreto (cfr Mt 1,19). Pero en sueños – como está representado en
el segundo panel – el ángel le hizo comprender que lo que sucedía en María era obra del
Espíritu Santo; y José, fiándose de Dios, consiente y coopera en el plano de la salvación.
Ciertamente, la intervención divina en su vida no podía no turbar su corazón. Confiarse a
Dios no significa ver todo claro según nuestros criterios, no significa realizar lo que hemos
proyectado; confiarse a Dios quiere decir vaciarse de sí mismos, renunciar a sí mismos,
porque solo quien acepta perderse por Dios puede ser “justo” como san José, es decir, puede
conformar su propia voluntad a la de Dios y así realizarse.

El Evangelio, como sabemos, no ha conservado ninguna palabra de José, el cual lleva a cabo
su actividad en el silencio. Es el estilo que le caracteriza en toda la existencia, tanto antes de
encontrarse frente al misterio de la acción de Dios en su esposa, sea cuando – consciente de
este misterio – está junto a María en la Natividad – representada en la tercera imagen. En esa
noche santa, en Belén, con María y el Niño, está José, al que el Padre Celestial confió el
cuidado cotidiano de su Hijo sobre la tierra, un cuidado llevado a cabo en la humildad y en el
silencio.

El cuarto panel reproduce la escena dramática de la Fuga a Egipto para escapar a la violencia
homicida de Herodes. José es obligado a dejar su tierra con su familia, de prisa: es otro
momento misterioso en su vida; otra prueba en la que se le pide plena fidelidad al designio de
Dios.
Después, en los Evangelios, José aparece sólo en otro episodio, cuando se dirige a Jerusalén y
vive la angustia de perder al hijo Jesús. San Lucas describe la afanosa búsqueda y la maravilla
de encontrarlo en el Templo – como aparece en el quinto panel –, pero aún mayor es el
estupor de escuchar las misteriosas palabras: «¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo
debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Esta doble pregunta del Hijo de Dios nos
ayuda a entender el misterio de la paternidad de José. Recordando a sus propios padres la
primacía de Aquel a quien llama «Padre mío», Jesús afirma el primado de la voluntad de Dios
sobre toda otra voluntad, y revela a José la verdad profunda de su papel: también él está
llamado a ser discípulo de Jesús, dedicando su existencia al servicio del Hijo de Dios y de la
Virgen Madre, en obediencia al Padre Celestial.

El sexto panel representa el trabajo de José en su taller de Nazaret. Junto a él trabajó Jesús. El
Hijo de Dios está escondido a los hombres y sólo María y José custodian su misterio y lo viven
cada día: el Verbo encarnado crece como hombre a la sombra de sus padres, pero, al mismo
tiempo, estos permanecen, a su vez, escondidos en Cristo, en su misterio, viviendo su
vocación.

Queridos hermanos y hermanas, esta bella fuente dedicada a san José constituye un recuerdo
simbólico de los valores de la sencillez y de la humildad al llevar a cabo día a día la voluntad
de Dios, valores que distinguieron la vida silenciosa, pero preciosa del Custodio del Redentor.
A su intercesión confío las esperanzas de la Iglesia y del mundo. Que él, junto a la Virgen
María, su esposa, guíe siempre mi camino y el vuestro, para que podamos ser instrumentos
gozosos de paz y de salvación”.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez  ©Libreria Editrice Vaticana]
Devoción a san José del Padre Pío de Pietrelcina

«José se levantó, tomó al niño y a su madre y huyó a Egipto» (Mt 2,14)

El Padre Pío admiró siempre la altura espiritual de san José. Imitó sus virtudes y recurrió a él en los
momentos más difíciles de su vida, obteniendo siempre gracias y favores celestiales.

Él, como san José, aún sin serlo en el orden natural, se sentía padre y era consciente de los derechos y
deberes de su paternidad espiritual. Por este motivo, se dirigía con confianza a este santo, para suplicarle
por sus hijos e hijas espirituales. «Ruego a san José que, con aquel amor y con la generosidad con que cuidó
de Jesús, custodie tu alma, y, como lo defendió de Herodes, así proteja tu alma de un Herodes más feroz:
¡el demonio!». «El patriarca san José cuide de ti con el mismo cuidado que tuvo de Jesús: te asista siempre
con su benévolo patrocinio y te libre de la persecución del impío y soberbio Herodes, y no permita jamás
que Jesús se aleje de tu corazón».

Y san José correspondió al Padre Pío con una asistencia singular y con visiones extraordinarias. En efecto, el
Siervo de Dios, en enero de 1912, confió al padre Agustín de San Marco in Lamis: «Barbazul no se quiere dar
por vencido. Se ha disfrazado de casi todas las formas. Hace ya días que viene a visitarme con otros de sus
satélites, armados con bastones e instrumentos de hierro, y lo que es peor bajo su propia forma. ¡Quién
sabe cuántas veces me ha tirado de la cama arrastrándome por la habitación! Pero, ¡paciencia! Casi siempre
están conmigo Jesús, la Mamita, el Angelito, San José y el padre San Francisco» (Epist. I,252).

Al mismo padre Agustín escribe el Padre Pío, el 20 de marzo de 1921: «Ayer, festividad de San José, sólo
Dios sabe las dulzuras que experimenté, sobre todo después de la misa, tan intensas que las siento todavía
en mí. La cabeza y el corazón me ardían, pero era un fuego que me hacía bien» (Epist. I,265).

El padre Honorato Marcucci, uno de los asistentes del Padre Pío en los últimos años de su existencia terrena,
contaba este episodio.

Una tarde del mes anterior al de la muerte del venerado Padre, se encontraba con él en la terraza contigua
a la celda n. 1, esperando para acompañarle a la sacristía para la función vespertina. Era un miércoles, día
consagrado a san José, y el Padre Pío no se decidía a moverse. De pie ante un cuadro del glorioso Patriarca,
apoyado en la pared, el venerado Padre parecía en éxtasis. Pasado un poco de tiempo, el padre Honorato le
dijo: Padre, ¿debo esperar todavía?; ¿nos hemos de ir?; vamos con retraso». Pero sus preguntas quedaron sin
respuesta. El Padre Pío seguía contemplando al glorioso Patriarca.

Al fin, después de que el padre Honorato le arrastrara del brazo y le repitiera por enésima vez la pregunta,
el Padre Pío exclamó: «Mira, mira, ¡qué bello es San José!».

Se dirigieron a la sacristía.

En la sala «San Francisco» encontraron al padre sacristán, que les preguntó: «¿Cómo con tanto retraso?».

El padre Honorato respondió: «Hoy el Padre Pío no quería separarse del cuadro de San José».

El Padre Pío no dejaba pasar una sola oportunidad sin invitar a sus hijos espirituales a cultivar una sincera y
profunda devoción a san José, fuente siempre rica de enseñanzas, de consuelo y de favores.

Parece escucharse todavía hoy su voz: «Ite ad Joseph! (Gn 41,55). Id a José con confianza absoluta, porque
también yo, como santa Teresa de Ávila, “no recuerdo haber pedido cosa alguna a San José, sin haberla
obtenido de inmediato”». 

(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)


La devoción a San José en los dos últimos siglos
¿Cuándo comenzó el culto al Santo Patriarca y cómo se desarrolló?

Por: Josemaría Monforte | Fuente: www.almudi.org

¿Cómo se desarrolla el culto y la devoción a san José en estos doscientos años? La Revolución
francesa marca el comienzo de una nueva etapa --Edad Contemporánea, la llaman los historiadores--
en la vida de la Iglesia hasta nuestros días, desde Pío VII a Juan Pablo II.
Durante un cuarto de siglo comprendido entre los años 1789 y 1815, Francia estuvo en el primer
plano de la vida del mundo. Este periodo, que corre desde la reunión de los Estados Generales hasta
la caída del Imperio napoleónico, fue también trascendental para los destinos del Cristianismo y la
Iglesia. La era revolucionaria, abierta en 1789, conmovió los fundamentos políticos y religiosos de
Europa. La Revolución francesa, en sus momentos álgidos, trató de eliminar toda huella cristiana de
la vida social(1).
Un ejemplo de los favores con que el Santo Patriarca ha correspondido a los Sumos Pontífices, y en
general a los que han trabajado por su causa, lo podemos ver en un acontecimiento en los albores
(2)
del siglo XIX, que causó estremecimiento al orbe católico, en tiempos de Pío VII (1800-1823) .
Veamos brevemente qué ocurrió.
Desde 1970, el proceso revolucionario se radicalizó, adoptando una aptitud cada vez más agresiva
hacia la Iglesia. El 13 de febrero se decidió la supresión de los votos monásticos, y el 12 de julio la
Asamblea aprobó la «Constitución civil del clero», que subvertía de raíz la organización eclesiástica.
Surgía una iglesia galicana, al margen de la autoridad pontificia, de estructura epicospalista y
presbiteriana, donde los obispos y los párrocos eran elegidos por el pueblo y los nombramientos
episcopales serían solamente notificados a Roma (3). Abolida la Monarquía, se proclamó la República y
Luis XVI fue ajusticiado el 2 de enero de 1793.
Los años 1793-1794 representaron la fase más trágica del periodo revolucionario. Bajo el Terror, la
persecución anticatólica alcanza su punto álgido. Muchos miles de víctimas murieron en el patíbulo y
se intentó borrar de la vida francesa toda huella cristiana. Hasta el calendario fue sustituido por un
«calendario republicano». La entronización de la «Diosa Razón» en la catedral de Nôtre-Dame (10-
XI-1973) y la institución por Robespierre del culto al «Ser Supremo» fueron otros tantos episodios de
la obra descristianizadora, que tuvo una de sus expresiones en el furor iconoclasta, que dejó una
huella --bien visible todavía hoy-- en tantas viejas iglesias y catedrales de Francia (4). El 29 de agosto
de 1799, en la ciudadela de Valence-sur-Rhône, falleció Pío VI a los 81 años de edad. Algunos
revolucionarios proclamaron a lo cuatro vientos que había muerto el último Papa de la Iglesia. El 9
de noviembre de aquel mismo año, el golpe de Estado del 18 Brumario elevó a Napoleón Bonaparte
a la magistratura del primer cónsul. Cuatro meses después --el 14 de marzo de 1800-- el Cónclave
reunido en Venecia elegía al Cardenal Chiaramonti como Papa Pío VII.
Dos grandes personalidades irrumpían así en el escenario de la historia, de la que fueron principales
forjadores durante los tres primeros lustros del siglo XIX. Napoleón, pragmático y realista, era
consciente del arraigo de la fe cristiana en el pueblo francés, que no había logrado destruir la
tormenta revolucionaria. Pío VII, por su parte, deseaba ardientemente la normalización de la vida de
la Iglesia en Francia. Un nuevo Concordato (5) sería el instrumento adecuado para regular las
relaciones entre el Pontificado y la República francesa, que pronto se transformaría en Imperio. El
Concordato se firmó el 17 de julio de 1801 y una de sus consecuencias fue la creación de un nuevo
episcopado, tras la renuncia de los obispos «constitucionales» y también de los «legitimistas», que
habían emigrado al extranjero(6).
Llegó pronto la hora en que Napoleón intentó hacer de la Iglesia y del propio Pontificado
instrumentos al servicio de sus intereses políticos, y entonces tropezó con la serena, pero resuelta,
resistencia de Pío VII. El conflicto con el Papa surgió cuando el Emperador quiso que el Papa se
uniera al bloqueo continental contra Inglaterra, decretado en noviembre de 1806. Ante la negativa
del Pontífice, Napoleón reaccionó con violencia: los Estados Pontificios fueron anexionados y se
declaró a Roma segunda capital del Imperio. Pío VII, reducido a prisión, fue deportado a Savona (6-
VII-1809) y, ante su negativa a sancionar los decretos de un pseudoconcilio reunido en París (1811),
Napoleón ordenó su traslado a Francia, donde se le asignó como residencia el Palacio de
Fontainebleau.
El Pontífice, al verse impedido de regir con libertad el timón de la nave de la Iglesia (7), que Dios le
había encomendado, acudió al Santo Patriarca pidiendo ayuda y protección, que a la Iglesia
naciente había sacado incólume del furor de otro tirano. Pronto recibió el socorro que imploraba. La
tremenda derrota del ejército napoleónico en Leipzig fue funesta para el Emperador, y desde
entonces los desfavorables sucesos se precipitaron de manera inesperada. Viendo Napoleón que sus
glorias empezaban a desvanecerse, y conociendo en sus derrotas la mano de Dios, vengador de
tantos ultrajes, decretó fuesen devueltos al Papa los Estados Pontificios.
No faltaron en aquel suceso señales de la protección del Santo Patriarca. El decreto de la devolución
está firmado el 10 de Marzo, cuando en Roma y en el orbe católico se empezaba la novena a san
José. Este decreto llegó al castillo de Fontainebleau, y se puso en manos del Pontífice, el 19 del
mismo mes, fiesta del glorioso Protector de la Iglesia. En 1814, Pío VII recuperó la libertad y el 7 de
junio de 1815 retornaba definitivamente a Roma, mientras su adversario, vencido y desterrado por
los ingleses en Waterloo, desembarcaba prisionero en la isla de Elba, después de haber firmado la
abdicación definitiva, por la que renunciaba al poder, para sí y para sus herederos.

El Liberalismo en la vida de la Iglesia del siglo XIX

La Restauración se frustró y el siglo XIX fue el siglo del Liberalismo, ideología de la Revolución
burguesa. Tenía una doctrina política y económica; pero se fundaba además en una ideología, que
enlazaba con el pensamiento ilustrado del siglo XVIII. Los hombres no sólo serían libres e iguales,
sino también autónomos; es decir, desvinculados de la ley divina, que no era reconocida socialmente
como norma suprema. Se enfrenta así el poder que procede de Dios al poder que deriva del pueblo .
La doctrina liberal no distingue entre la religión verdadera y las demás religiones; la religión es para
la doctrina liberal un asunto que incumbe sólo a la intimidad de las conciencias, y también la Iglesia,
separada del Estado, quedaría al margen de la vida pública y sujeta al derecho común, como
cualquier otra asociación. Todo este planteamiento conducía a la secularización social, al naturalismo
religioso, y en última instancia al ateísmo o a la indiferencia de los ciudadanos ante la religión.
El Papa León XII (1823-1829), sucede a Pío VII y después viene el breve pontificado de Pío VIII
(1829-1830). Precisamente hacia el año 1830 tomó cuerpo un grupo de «católicos liberales»,
formado en Francia en torno a la revista «L'Avenir», bajo la dirección de F. Lamennais. Frente a la
postura tradicionalista --que postulaba el respeto a los derechos de Dios y de la Iglesia en la vida
social-- ampliamente mayoritaria en el pueblo cristiano, estos católicos defendían una conciliación --
no tanto teórica como práctica-- de la Iglesia con el Liberalismo. «Dios y libertad» fue su lema, en la
línea de la defensa de la libertad para todos y en todas sus formas. Les parecía que esta actitud era
la mejor en la sociedad moderna para asegurar el respeto a la autoridad de Dios y a los derechos de
la Iglesia. Inicialmente fueron fieles al papado, pero la respuesta de Roma fue contraria a sus
aspiraciones. La encíclica Mirari vos (15-VIII-1832) de Gregorio XVI (1831-1846) --el papa que
sucede a Pío VIII-- condenó el programa del grupo de «L'Avenir» y su dirigente Lamennais abandonó
el sacerdocio y la Iglesia(8).
Cristianismo católico y Liberalismo se encontraron también en otro terreno. La explosión de
sentimientos nacionales, favorecida por la política liberal, promovió en distintos países de Europa la
emancipación de poblaciones católicas, sometidas al dominio de príncipes de otras confesiones
religiosas(9). Además, actitudes intelectuales de signo antirreligioso, atacan la concepción que la
Iglesia tiene del hombre y del mundo. El positivismo de A. Comte que conducirá al cientifismo --
verdadera religión sin transcendencia-- y el idealismo del gran filósofo alemán Hegel, estarán en la
base del materialismo de Feuerbach, tan próximo ya al Marxismo (10).

La época de Pío IX: san José, Patrono de la Iglesia universal

El Pontífice que sucede a Gregorio XVI es Pío IX (1846-1878) quien declarará oficialmente a san
José, como luego veremos, Patrono y Protector de la Iglesia universal. Escribe en
el Breve Inclytum Patriarcham, de 7 de julio de 1871: «Los Romanos Pontífices, nuestros
predecesores, para acrecentar y hacer que fuesen cada día más ardientes la devoción y veneración
de los fieles en favor del Santo Patriarca; y para exhortarlos a implorar su intercesión cerca de Dios,
con una confianza sin límites, no dejaron pasar ocasión alguna favorable de dar nueva y mayor
publicidad a este culto».
Traza después el cuadro histórico de lo que han hecho sus antecesores en orden a favorecer la
devoción a san José, y concluye: «Y Nos mismo, desde que, por juicio impenetrable de Dios, fuimos
elevados a la Suprema Sede de Pedro, movidos, ya por los ejemplos de nuestros ilustres
predecesores, ya por la devoción particular al Santo Patriarca, que desde nuestra niñez nos ha
animado, con placer de nuestra alma, por decreto de 10 de Setiembre de 1847, hemos extendido a
la Iglesia universal, con rito doble de segunda clase, la fiesta del Patrocinio, que ya se celebraba en
muchas partes, por indulto particular de la Santa Sede»
Su largo pontificado cubre toda una época. Fue una persona de talante liberal, cordial, generosa,
magnánima; un Papa singularmente amado y venerado por los católicos; sus propios infortunios
reforzaron esa cordial adhesión. La pérdida del Poder temporal marcó un periodo de la historia
cristiana de indudable renovación espiritual en lo tocante a la vida interna de la Iglesia.
Recordemos la definición del Dogma de la Inmaculada Concepción del 8 de marzo de 1854 --
seguida a los cuatro años por las "apariciones de Lourdes"-- y el Concilio Vaticano I (1869-1870),
como dos grandes frutos que nos dan la medida de su valioso Pontificado: el más largo de la historia
del papado, nada menos que 32 años: el más largo de la historia de los Papas.
El Liberalismo apareció ante sus ojos como un movimiento al que tenía que oponerse, porque
perseguía un ideal no cristiano, y en Italia trataba de arrebatar a la Santa Sede los Estados
Pontificios(11). Veinte años --desde 1850 a 1870-- duró la defensa del Poder temporal de los Papas. Y
en 1870 con el estallido de la guerra franco-prusiana provocó la retirada de Roma de la guarnición
francesa y, tras ella, la toma de la ciudad por los soldados de Victor Manuel II, que hicieron de la
Urbe católica la capital de la nueva Italia. Entretanto, el Papa se recluía como voluntario prisionero
en el Vaticano, rechazando la «Ley de Garantías» que se le ofreció, y se abría una «cuestión
romana», que tardó aún sesenta años en resolverse(12).
La postura de la Iglesia frente a los principios «liberalistas» fue fijada por Pío IX en la
encíclica Quanta cura, del 8 de diciembre de 1864. Esta encíclica llevaba como anexo el Syllabus,
relación de 80 proposiciones en las que se resumían los errores modernos (13); anatematizaba la
absoluta autonomía de la razón, el naturalismo religioso, el indiferentismo, el materialismo, los
ataques contra el matrimonio y la defensa del divorcio, etc (14).
El Concilio Vaticano I se abrió el 8 de diciembre de 1869. Iba a examinar los graves problemas que
planteaban a la Iglesia las inquietudes doctrinales, políticas y sociales que agitaban el mundo. La
cuestión de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, depositaria de la verdad, estaba en el centro de las
preocupaciones. La atención de los Padres conciliares se centró, en primer lugar, sobre la cuestión de
la infalibilidad, que suscitó vivas discusiones y controversias en los periódicos e hizo que pasasen a
segundo plano los otros temas de discusión. Pese a su brevedad, impuesta por las circunstancias
políticas del momento --tuvo que interrumpir sus sesiones a causa de la guerra franco-alemana, en
julio de 1870, y de la toma de Roma dos meses más tarde.--, aprobó dos resoluciones de gran
importancia: el dogma de la infalibilidad pontificia --Pastor aeternus-- y la constitución Dei Filius,
donde se abordó el gran tema religioso del siglo XIX: el problema de las relaciones entre la fe y la
razón.
Un año antes del Concilio Vaticano I, el Papa Pío IX confesaba que ya había recibido personalmente
más de quinientas cartas de los Obispos del mundo entero, y de los fieles de todos los
países(15) pidiendo que se reconociese oficialmente a san José como Patrono de la Iglesia. También
durante el periodo conciliar se pedía lo mismo. Entre los que firmaban el Postulatum, se señalan
treinta y ocho cardenales y doscientos dieciocho patriarcas, primados, arzobispos y obispos de todas
las partes del mundo. La última de estas firmas de Cardenales es la de Joaquín Pecci, el futuro León
XIII(16). La forzosa dispersión de los padres del Concilio no permitió que tomasen una decisión acerca
de ello, pero el Papa Pío IX no quiso dejar esta petición en suspenso. Así es que  el 8 de diciembre
de 1870, aniversario de la apertura del Concilio, publicó el decreto «Quemadmodum
Deus», en el que proclama a san José Patrono de la Iglesia Universal. Recordemos también
que el mismo día en que el Papa hace esta proclamación, los fieles de Roma que habían asistido a los
Oficios, fueron insultados y maltratados a la salida de la iglesia. Por la noche bajo las ventanas del
Vaticano, hubo unos indeseables que gritaron ¡muera el Papa! No pocas personas creyeron, e incluso
anunciaron, que con la caída de los Estados Pontificios se había acabado la Iglesia.
Para subrayar la importancia de este acontecimiento, Pío IX quiso que la proclamación se hiciera
simultáneamente en las tres grandes Basílicas patriarcales: San Pedro, Santa María la Mayor y San
Juan de Letrán. Escogió expresamente la fiesta de la Inmaculada Concepción y quiso que el anuncio
se hiciera en el transcurso de la celebración de la Santa Misa. Subrayaba así los lazos que existen,
por voluntad de Dios, entre san José y la Virgen María, entre la Iglesia del cielo y la de la tierra,
entre la Eucaristía y la santificación de los miembros de Cristo.
En su Decreto, el Papa enumera los motivos que lo han llevado a tomar esta decisión. En primer
lugar, la misma elección de Dios, que hizo de José su hombre de confianza, entre cuyas manos puso
lo que Él tenía de más precioso; después, porque es un hecho que la Iglesia siempre ha honrado a
san José con la Virgen María y que, en circunstancias inquietantes, siempre la Iglesia ha recurrido
con éxito a su protección. Una vez más --como había sucedido en tiempos del Cisma de Occidente y
más recientemente con Pío VII-- ante los innumerables males que agobian actualmente a la Iglesia,
el Papa se pone personalmente, y pone a todos los fieles con él, bajo la protección de san José (17).
En un Breve fechado el 7 de julio de 1871, Inclytum Patriarcham, da a conocer al mundo entero su
decisión; recuerda lo que sus predecesores, y él mismo, han hecho para promover la devoción de los
fieles a san José; hace ver que las persecuciones sufridas por la Iglesia en los últimos tiempos
provocaron un acrecentamiento de confianza en la protección de san José. El comienzo de este
Breve Inclytum Patriarcham es de gran importancia:
«El ilustre Patriarca, el bienaventurado José, fue escogido por Dios prefiriéndolo a cualquier otro
Santo para que fuera en la tierra el castísimo y verdadero esposo de la Inmaculada Virgen María, y el
padre putativo de Su Hijo único. Con el fin de permitir a José que cumpliera a la perfección un
encargo tan sublime, Dios lo colmó de favores absolutamente singulares, y los multiplicó
abundantemente. Por eso, es justo que la Iglesia Católica, ahora que José está coronado de gloria y
de honor en el cielo, lo rodee de magníficas manifestaciones de culto, y que lo venere con una íntima
y afectuosa devoción».
El Papa pide «que el pueblo cristiano se acostumbre a implorar, con gran piedad y profunda
confianza, a san José al mismo tiempo que a la Virgen María». Esta práctica es de las más
agradables a Nuestra Señora, que disfruta con ello. La devoción a san José está ya ampliamente
extendida, pero el Papa cree que es deber suyo estimular a los cristianos para que esta devoción «se
enraíce profundamente en los usos de la tradición católica, pues esto es de una  extrema
importancia». Al declarar a san José Patrono de la Iglesia universal, Pío IX no hizo más que
expresar el sentimiento del pueblo cristiano y, al mismo tiempo, continuar la enseñanza de sus
predecesores. Sus sucesores hicieron otro tanto.

La devoción a san José en el siglo XIX

El pontificado de Pío IX, más allá de los acontecimientos ya descritos, fue una época de claro
florecimiento de la vida interna de la Iglesia. Por una parte, el aumento de las vocaciones
sacerdotales y la renovada observancia disciplinar, manifestada visiblemente en la vuelta al uso del
hábito eclesiástico(18); y, por otra, el crecimiento y propagación considerable de las antiguas Ordenes
religiosas(19); e incluso el nacimiento de nuevas Congregaciones religiosas, algunas de ellas tan
importantes como los salesianos de Dom Bosco. También entre los simples fieles surgieron
igualmente nuevas iniciativas apostólicas y benéficas (20).
Pues bien, fue en este contexto del siglo XIX espiritualmente muy fecundo, cuando se extiende la
devoción y culto a san José, tanto en personas, como en instituciones por toda la Iglesia. Al mismo
tiempo, se va dibujando un movimiento, como hemos visto, de peticiones para obtener que el Papa
reconozca oficialmente el patronazgo de san José, no sólo sobre las Iglesias particulares, las
comunidades locales, o incluso regiones enteras, sino sobre la Iglesia universal y sobre el mundo
entero. Nadie más adecuado para cumplir con esta misión unificadora que san José.
Así, por ejemplo, san Leonardo Murialdo (1828-1900), natural de Turín, sacerdote en 1851.
Consagrado al apostolado entre las clases trabajadoras, se encarga de la dirección del colegio de
huérfanas obreras en 1856. Funda la Congregación de san José, conocida como «los Josefinos de
Murialdo» en 1863. Beatificado y canonizado por el Papa Pablo VI. «Resplandece entre los Santos
con la luz más viva aquel gran santo que conmemoramos hoy, el gloriosísimo Esposo de la divina
Madre, san José. La gloria a la que en el curso de la vida mortal fue levantado por Dios es tan
sublime, y los ejemplos que dejó de la más perfecta virtud y santidad son tan luminosos, que el que
tiene que elogiarlos no acierta a pensar qué consideración pueda ser la más provechosa para sus
oyentes, aquella que te arrebata en un santo entusiasmo de admiración, o la que te invita y empuja
a la imitación de sus virtudes, o la que te infunde en el alma una santa confianza de que un santo
tan glorificado por Dios en la tierra, será también de Dios plenamente oído en el cielo»(21).
En la misma hora en la que los embates antirreligiosos azotaban los muros de la Iglesia, un impulso
espiritual notable suscitó en el seno del Anglicanismo una noble aventura religiosa --el «Movimiento
de Oxford»--, que condujo a los mejores espíritus, ansiosos de autenticidad cristiana, a sus genuinos
orígenes, es decir, a las puertas de la Iglesia. Algunos de estos hombres no avanzaron más; pero
otros dieron el paso decisivo y franquearon el umbral del Catolicismo: H. Newman fue recibido en la
Iglesia en 1845, y tanto él como su compatriota Manning llegaron a ser Cardenales. Uno de estos
conversos fue Federico Guillermo Faber (1814-1843), literato y teólogo, convertido del
anglicanismo a la Iglesia Católica, bajo la influencia del que fue después Cardenal Newman, fundó
una comunidad religiosa integrada en el Oratorio de san Felipe Neri, y fue Superior en Londres desde
1849 hasta su muerte. Su obra Belén o el misterio de la Santa Infancia (Londres 1860). «El niño de
Belén reposa en el seno de su Padre en lo más alto de los cielos: allí es la causa de toda la creación,
a la par que el modelo. No podemos separar su infancia terrestre de sus principios celestiales,
porque sin ellos sería ininteligible». Contiene unos párrafos sugestivos y profundos que presentan a
José como doctor de la Santa Infancia, adorador de Jesús niño e implantado en la vida trinitaria.
No podemos dejar de citar al jesuita Enrique Ramière (1821-1884), segundo fundador
del Apostolado de la Oración y apóstol ferviente del Corazón de Jesús, que fundó y dirigió durante
muchos años Le Messager du Coeur de Jésus. En esta revista se aprecian, entre otros rasgos el
ambiente de amor a la Iglesia y ferviente devoción a san José, que precedió al acto de Pío IX por el
que lo proclamó Patrono de la Iglesia. Su célebre libro El Apostolado de la Oración muestra en la
figura y tarea de san José, cuál es la esencia del apostolado más eficaz. « San José es el "Jefe" de la
Sagrada Familia: el Papa es el "Jefe" de la Iglesia. Pues Jesús y María están "subordinados" a José;
la Iglesia aparece ya toda entera: la Iglesia es un gran cuerpo del que Jesús es la cabeza y los fieles
los miembros; y todos los miembros del cuerpo místico de Jesús deben nacer y nacen
espiritualmente de María: "Mater capitis, mater membrorum". Un mismo título, "Jefe de la Iglesia",
es pues apropiado a san José y al Papa, aunque en sentidos diferentes. San José fue, en el
verdadero sentido, jefe de Jesús; el Papa no lo es en absoluto: el Papa no es más que el Jefe visible
de los miembros místicos de Jesucristo. San José no estaba investido de ninguna autoridad espiritual
respecto a Jesús y María. No es como formando el cuerpo de la Iglesia que Jesús y María estaban
subordinados a José, sino más bien como miembro de su familia de Nazaret. El Papa ejerce, por el
contrario, una autoridad espiritual respecto a los miembros del cuerpo místico de Cristo. La Virgen
misma ha reverenciado en la persona del primer Papa, san Pedro, esta autoridad de Jefe espiritual
que Ella no pudo reverenciar en san José»(22).
La gran mensajera de la infancia espiritual y del amor misericordioso, santa Teresita del Niño
Jesús (1873-1897), con su experiencia interior de riquísimo contenido contemplativo, profesa una
tierna devoción a san José a través de la sencilla poesía expresiva de la tradición carmelitana
heredada de Santa Teresa de Jesús. «Pedí también a san José que fuera mi custodio. Mi devoción
hacia él, desde la infancia, era una misma cosa con mi amor a la Santísima Virgen. Todos los días
rezaba la oración: "¡Oh san José, Padre y Protector de las Vírgenes...". Parecíame ir muy protegida y
a cubierto de todo peligro»(23).
El siglo XIX se caracteriza en Cataluña por una excepcional fecundidad apostólica y espiritual, que se
manifiesta en numerosas fundaciones de institutos y congregaciones religiosas. Es la época de la que
se ha dicho que nunca en Cataluña había habido tantos santos como entonces (24). En respuesta a un
escrito del cisterciense Félix Genover, en que se discutía la primacía de José en santidad, los  Padres
Carmelitas Descalzos del convento barcelonés de san José vindican ya en 1743 la eminencia de su
oficio y de su santidad. Un opúsculo polémico, Joseph vindicado, escrito en pocas semanas,
constituye un excelente resumen y balance de la tarea doctrinal que caracteriza el siglo anterior a su
publicación, a la vez que un testimonio de la expansión y arraigo popular de la corriente espiritual
surgida de santa Teresa de Jesús.
La devoción a san José es característica de muchos de los hombres de aquella generación. Entre
ellos Francisco Javier Butiñá (1834-1900), Fundador de las Siervas de san José y de las Hijas de
san José, destacado por su doctrina, expresada especialmente en Las Glorias de San José, Barcelona
1893. «A san Rafael, siendo uno de los primeros príncipes de la corte celestial, designó el
Omnipotente para compañero y guía del santo y joven Tobías en su viaje a la ciudad de Rajés: mas a
san José le subió al altísimo cargo y ministerio de acompañar y defender al Hijo de Dios en sus
caminos. San Gabriel tuvo a honra ser el mensajero de Dios para anunciar a María el incomprensible
misterio de la divina maternidad; mayor fue la de san José levantado a la dignidad incomparable de
ser virginal Consorte y compañero inseparable de la misma divina Madre. Cífrase la más brillante
gloria de san Miguel en ocupar el trono supremo de la milicia celestial, como príncipe de los coros
angélicos; mas le aventaja, y con mucho, san José, pues fue príncipe y cabeza de la familia de Dios
en la tierra, compuesta no de purísimos espíritus, sino de la misma Reina de todos ellos y del
Supremo Gobernador del universo visible e invisible»(25).
También José María Vilaseca, M.S.J. (1831-1910), fundador de los Institutos de Misioneros
Josefinos en México, nació en Igualada, en Cataluña, y estudió en el seminario de Barcelona.
Siguiendo su vocación misionera ingresó en la congregación de PP. Paúles. Destinado ya en México
desplegó una intensa actividad apostólica que fructificó en la fundación de dos institutos josefinos, y
la revista El Propagador de la Devoción a san José, en 1872, que subsiste todavía en la actualidad.
La fecundidad de su apostolado se extendió a todo el mundo hispanoamericano, por lo que ha de ser
considerado como uno de los más grandes apóstoles de la devoción a san José. «El poder de san
José sobrepuja con mucho el poder de todos los ángeles y de todos los santos juntos, porque él es, a
la vez, poderoso en el corazón de Dios y en el corazón de María»(26).
San Enrique de Ossó y Cervelló (1840-1896), nacido en Vinebre, en la Diócesis de Tortosa,
destaca entre los sacerdotes catalanes del siglo pasado por su espíritu teresiano y su ferviente
devoción josefina. Ha sido canonizado recientemente por Juan Pablo II. Fundó en 1876 la Compañía
de santa Teresa de Jesús (Teresianas). Creador de la Hermandad josefina en Tortosa, el mismo año
de 1876, redactó un devocionario josefino completo que con el título El devoto josefino publicó en
1890. Enumera siete privilegios de san José: 1º) Tener a Jesús por Hijo de Dios; 2º) Ser su esposa
María, madre de Dios; 3º) Ser obedecido por Jesús y María; 4º) Haber gozado de los abrazos y
caricias del Rey de la Gloria; 5º) Ser el primer adorador del Hijo de Dios nacido en Belén; 6º) Morir
en brazos de Jesús y María; y 7º) Resucitar con Cristo en cuerpo y alma a la Gloria.
En la espiritualidad y en la acción pastoral del que fue gran Obispo Dr. Joseph Torras i
Bages (1846-1916) ocupa un lugar importante la devoción a san José. Tiene algunos textos de su
predicación como presbítero, que contienen ya expresión de pensamientos capitales, de decisivo
valor teológico. «La vida oculta es muy alabada, pero muy poco seguida. José es el modelo de la vida
oculta»(27). Desde luego, el gran sacerdote poeta Miquel Costa i Llobera (1854-1922), principal
figura del renacimiento literario de Mallorca. Se dedicó intensamente a la predicación y recorrió los
púlpitos de la isla durante muchos años. El panegírico de san José, en el que el lector descubrirá la
presencia de una gran riqueza de fuentes, y la poesía a modo de «gozos» populares, escrita por su
propio autor en castellano, son un testimonio excelso de la tradición josefina en su tierra de Mallorca.
Y finalmente, publicadas como editorial en la revista barcelonesa Cristiandad, Jaime Boffil (1910-
1965), que fue prestigioso catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona, contienen una
expresión «contemplativa» del sentido de la fe sobre el Patriarca san José. «La fe cristiana se nutre
de la contemplación. De una contemplación sencilla, que se detiene donde sea que encuentre
ternura, gozo, suavidad espiritual. Por esto las escenas del nacimiento de Jesús han nutrido
secularmente esta contemplación. Y ¿cómo contemplar el nacimiento sin detenerse en la
conversación y compañía de José»(28).
Las magníficas predicciones de Isolano se han realizado cumplidamente en la Edad Moderna y
Contemporánea. La devoción a san José viene a ser una benéfica inundación, que se extiende por
toda la Iglesia, para producir en todas partes abundantísima cosecha de flores y frutos de virtudes.

León XIII y La primera encíclica pontificia sobre san José

El siglo XIX presenció también una notable transformación de las realidades sociales. El auge del
Capitalismo, la revolución industrial y la creación de los proletariados urbanos provocaron la
aparición de un «problema social», desconocido hasta entonces. Ideologías de signo anticristiano,
como el Marxismo y el Anarquismo (29), propugnaron nuevos modelos de sociedad e influyeron
poderosamente en los movimientos obreros. El Papa León XIII (1878-1903) propuso un programa
cristiano para el nuevo mundo del trabajo.
Ya el Concilio Vaticano I había reunido abundante documentación acerca de la cuestión social, con la
intención de ocuparse del tema. Pero el brusco final de la Asamblea conciliar no llegó a tratarlo y fue
León XIII quien lo hizo en su encíclica Rerum novarum, el 15 de mayo de 1891. Rechazaba por
principio la dialéctica de la lucha de clases y pedía a patronos y obreros una armónica colaboración
para el desarrollo de la nueva sociedad. Este pontificado fue el punto de partida del Catolicismo
social, dentro del cual se perfilaron pronto una tendencia corporativista y otra, más politizada, de
orientación democrático-progresista.
León XIII escribió la primera y magistral Encíclica dedicada a san José, Quamquam pluries, y
después publicó el Breve Neminem fugit, por medio del cual pedía a los hogares cristianos que se
consagraran a la Sagrada Familia de Nazaret, «ejemplo perfectísimo de la Sociedad doméstica, al
mismo tiempo que modelo de toda virtud y de toda santidad».
En ella enseña el papel de san José en la Iglesia: «La Sagrada Familia, que san José gobernó como
investido de autoridad paterna, contenía en germen a la Iglesia. La Santísima Virgen María, al mismo
tiempo que Madre de Jesucristo, es también Madre de todos los cristianos... Asimismo, Jesucristo es
como el primogénito de los cristianos, que son sus hermanos de adopción y de redención. Estas son
las razones por las que san José mismo se da cuenta de que la multitud de los cristianos le ha sido
confiada de una manera muy particular. Esta multitud es la Iglesia, familia inmensa extendida por
toda la tierra. Él tiene sobre ella la autoridad paterna, puesto que es el esposo de María y el padre de
Jesús. Es lógico que José cubra ahora a la Iglesia con su celestial patronazgo, como en otros tiempos
atendía a las necesidades de la Sagrada Familia». Y para subrayar todavía más su deseo de ver a los
fieles unir a José y a María en sus oraciones, pide que se termine el rezo del Santo Rosario con la
invocación a san José: «Recurrimos a Vos en nuestra tribulación, bienaventurado José...».
Los 25 años que duró el Pontificado de León XIII, nos introducen ya en el siglo XX. Su magisterio
desarrollado a través de sus grandes encíclicas fue de gran importancia, y un particular valor tuvo
para la renovación del pensamiento cristiano la solemne restauración de la filosofía tomista. El
anciano Papa acabó ganándose el respeto del mundo entero, pese a que en algún lugar, como
Francia, sus esfuerzos conciliadores no tuvieron una respuesta satisfactoria.

La veneración pontificia por san José en el siglo XX

La presencia activa de los católicos en la vida político-social, tal como impulsó León XIII, tenía
también sus riesgos y en el interior de la Iglesia se incubaba, además, una crisis doctrinal, que no
tardaría en declararse abiertamente. Los primeros años del siglo XX, hasta el comienzo de la Primera
Guerra Mundial, se recordarán siempre como un periodo brillante y feliz de la historia europea, que
vino a truncar el estallido de la más inútil y absurda de la contiendas bélicas. En la vida cristiana, sin
embargo, no fue una época fácil y sin problemas. Pero la gran crisis doctrinal que agitó a la Iglesia,
fue la llamada crisis modernista, ya en el pontificado del último de los papas que ha merecido el
honor de los altares: san Pío X (1903-1914)(30).
Bajo el influjo de causas muy diversas --como las filosofías irreligiosas, el cientifismo decimonónico y
el Protestantismo liberal-- tomó cuerpo en la Iglesia el fenómeno modernista. El Modernismo, que en
el ánimo de algunos habría de reconciliar Catolicismo y mentalidad moderna y superar así la
pretendida quiebra entre la fe y la ciencia, venía en la práctica a vaciar de contenido sobrenatural la
fe católica. San Pío X fue un Papa valiente que atendió por encima de todo a los «intereses de Dios»
y promovió con ardor la piedad cristiana. Pío X tenía una gran devoción por san José, cuyo
nombre le impusieron en el Bautismo. Él fue quien aprobó las letanías en honor de este Santo y
autorizó su inserción en los libros litúrgicos. En esto, como dice él mismo, está de plena conformidad
con sus predecesores: Pío IX y León XIII. José es una ayuda poderosa y muy útil para la familia y
para la sociedad (1909).
La Primera Guerra Mundial estalló el 28 de julio de 1914. A las tres semanas fallecía san Pío X (el 20
de agosto). El nuevo Papa Benedicto XV (1914-1922) apenas pudo hacer otra cosa durante
aquellos años que esforzarse inútilmente en intentar la paz entre los bandos beligerantes. El final
llegó en noviembre de 1918, gracias a la victoria de los Aliados sobre los Imperios centrales. La
Santa Sede fue rigurosamente excluida de la mesa donde se negoció el Tratado de Versalles. Pero
este tratado no trajo la paz, sino veinte años de «entreguerras», una simple tregua entre dos
conflictos mundiales. Benedicto XV, en 1917 promulgó el primer Código de Derecho Canónico, --que
inició su predecesor Pío X-- y publicó en 1920, un poco después de la Primera Guerra Mundial, una
Encíclica sobre la paz; más tarde, publicó un Motu proprio invitando a todos los obispos del mundo a
celebrar el cincuentenario del patronazgo de san José animando a los fieles para que renovasen
su devoción al Santo y a la Sagrada Familia. «El desenvolvimiento de la devoción de los fieles hacia
san José, traerá consigo como una consecuencia necesaria, el culto hacia la Sagrada Familia de
Nazaret, de la que fue san José el augusto jefe; naturalmente, una de estas devociones hace brotar
la otra. José nos conduce directamente a María y por medio de María a la fuente de toda santidad,
Jesús, que santificó las virtudes familiares por su obediencia a José y a María...»(31).
En efecto, un ejemplo de estas orientaciones del Papa se ve en el documento colectivo de los
Obispos de todas las diócesis catalanas. En particular, el Obispo de Barcelona, Enrique Reig y
Casanova, publicaba una Carta Pastoral, que tiene un gran valor doctrinal, el carácter de un
testimonio de la ferviente tradición josefina de Cataluña y en especial de Barcelona, y un gran
interés histórico, por aludir al origen josefino del Templo de la Sagrada Familia (32), y referirse al
movimiento espiritual suscitado por la Madre Petra de san José, fundadora del Santuario de San José
de la Montaña. Recurrir a san José es un remedio para «la situación difícil en que se encuentra hoy el
género humano». Sus ejemplos y su protección sostendrán en su deber, y preservarán de las falsas
doctrinas a quienes ganan su vida con su trabajo, en todas partes del mundo.  El 26 de octubre de
1921, Benedicto XV extendió a toda la Iglesia la fiesta de la Sagrada Familia.
El periodo de «entreguerras» coincidió prácticamente con el Pontificado de Pío XI (1922-1939); y
fue la edad de oro de la Acción Católica (33) y de claro florecimiento del Cristianismo y la Iglesia (34). El
prestigio de la Santa Sede en el mundo creció de modo extraordinario y su personalidad
internacional se vio robustecida por la firma de numerosos Concordatos, varios de ellos con los
nuevos países nacidos de la última guerra. Pero el acontecimiento de más envergadura fue la firma
de los «Pactos Lateranenses» que pusieron fin a la «cuestión romana». Así el 11 de febrero de
1929 aparece el Estado de la Ciudad del Vaticano, mínimo solar territorial indispensable para
garantizar la independencia de la Santa Sede.
Como contrapunto negativo tuvieron lugar sangrientas persecuciones sobre la Iglesia en distintos
países. En Rusia, la implantación del Comunismo produjo un sinfín de violencias antirreligiosas, que
afectaron sobre todo a los cristianos ortodoxos. Pero la persecución llegó también a países de
población católica con una dureza nunca alcanzadas por el anticlericalismo del siglo pasado. La
persecución en México, y sobre todo la desencadenada en España durante la guerra civil de 1936 a
1939.
Pío XI pronunció sobre san José palabras de excepcional importancia. Este hombre audaz y valiente
no puede ser acusado de ignorancia o de piedad sentimental. El 21 de abril de 1926, con ocasión de
la beatificación de Jeanne-Anthide Thouret y de Andre-Hubert Fournet, concreta cuáles son los
fundamentos del patronazgo de san José, cuya fiesta caía en ese día:
«Este es un Santo que entra en la vida y se desgasta entero cumpliendo una misión única de parte
de Dios, la misión de conservar la pureza de María, de proteger a nuestro Señor, y de esconder, por
medio de su admirable cooperación, el secreto de la Redención. La santidad incomparable de san
José tiene sus raíces en la grandeza de esta misión, ya que no fue confiada a ningún otro santo... Es
evidente que, en virtud de tan alta misión, José poseía ya el título de gloria que le corresponde, el de
Patrono de la Iglesia universal. Toda la Iglesia se encontraba ya presente junto a él, en estado de
germen fecundo».
Dos años más tarde, el 19 de marzo de 1928 en la fiesta de san José, vuelve sobre el mismo tema y
muestra cómo la misión de san José es más importante que las de san Juan el Bautista y la de san
Pedro. Entre la misión de Juan el Bautista y la de san Pedro está la de san José. «Misión recogida,
silenciosa, casi inadvertida y desconocida, misión llevada a cabo con humildad y silencio... Allá en
donde más profundo es el misterio, en donde más espesa la noche que lo envuelve y mayor el
silencio, es precisamente donde encontramos la misión más alta y el más brillante cortejo de
virtudes requeridas y de méritos que de ellas derivan. Misión única, altísima, la de conservar la
virginidad y la santidad de María, la de tomar parte en el gran misterio escondido a los ojos de los
siglos y cooperar así en la Encarnación y en la Redención».
Esta misión única de José en la tierra se traduce en el cielo por un gran poder de intercesión. Pío XI
declara el 19 de marzo de 1935: «José es quien lo puede todo cerca del divino Redentor y cerca de
su divina Madre, de una manera y con una autoridad que superan las de un simple depositario ». Y
tres años más tarde en la misma fecha: «La intercesión de María es la de la madre, no vemos qué es
lo que su divino Hijo podría negarle a tal madre. La intercesión de José es la del esposo, la del padre
putativo, la del jefe de familia, no puede dejar de ser todopoderosa, pues nada pueden negarle Jesús
y María a José que les consagró toda su vida y a quien realmente debieron los medios de su
existencia terrestre».
Ante la tangible amenaza de los totalitarismos ateos o paganos y para hacer realidad su divisa: «La
paz de Cristo en el reino de Cristo», Pío XI cuenta especialmente con la intervención de san José. En
su célebre Encíclica Divini Redemptoris, contra el comunismo, en 1937(35), donde fijaba con claridad
la actitud de la Iglesia, declara: «Ponemos la gran acción de la Iglesia católica contra el comunismo
ateo mundial bajo la égida del poderoso protector de la Iglesia, san José. Él pertenece a la clase
obrera y él experimentó el peso de la pobreza en sí y en la Sagrada Familia, de la que era jefe
solícito y amante; a él le fue confiado el divino niño, cuando Herodes envió sus sicarios contra él.
Con una vida de absoluta fidelidad en el cumplimiento del deber cotidiano, ha dejado un ejemplo de
vida a todos los que tienen que ganar el pan con el trabajo de sus manos. Y mereció ser llamado el
justo, ejemplo viviente de la justicia cristiana que debe dominar en la vida social».
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) superó ampliamente a la Primera en duración y magnitud.
Millones de personas perdieron la vida en los frentes de batalla y en los campos de concentración. El
sucesor de Pío XI fue Pío XII (1939-1958) que dio un paso grande en la universalidad real de la
Iglesia cuando en 1946 realizó su primera promoción cardenalicia (36). Ejercitó un infatigable
magisterio, tratando en sus alocuciones múltiples aspectos de la vida y moral cristianas, en las
nuevas circunstancias del mundo(37). Quiso cristianizar la "fiesta del trabajo del 1 de
mayo" instituyendo la fiesta de san José Artesano. Una y otra vez señalaba a san José como el
protector con mejor título de todas las clases de la sociedad y de todas las profesiones. Habló de
este Santo a los obreros, a los matrimonios jóvenes, a los cristianos militantes, a los estudiantes y a
los niños. Para él, el patronazgo de san José no es una hermosa fórmula teológica, o una piadosa
apelación, sino una verdad fundamental. José, igual que María, está íntimamente unido a la doctrina
del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia del cielo y de la tierra.

El Concilio Vaticano II y san José

Juan XXIII (1958-1963) sucede a Pío XII. Cuando fue elegido Papa, sintió no poder tomar el
nombre de José, a causa de la costumbre, pero no obstante, escogió el 19 de marzo como fecha de
su fiesta personal. Pese a su brevedad tuvo gran impacto en la Iglesia. A los tres meses de su
elección, el 25 de enero de 1959, reveló su intención de convocar un concilio ecuménico y así en la
Bula Humanae salutis lo convocó el 25 de diciembre de 1961 para «promover el incremento de la fe
católica y una saludable renovación de las costumbres del pueblo cristiano, y adaptar la disciplina
eclesiástica a la condiciones de nuestro tiempo».
Juan XXIII, dio múltiples testimonios de su devoción a san José. Confesaba: «Amo mucho a san
José, hasta tal punto que no sé empezar mi jornada, ni terminarla, sin que mi primera palabra y mi
último pensamiento se dirijan a él». Siendo Nuncio en París visitó la casa madre de las Hermanitas
de los Pobres en La Tour Saint-Joseph. En esta ocasión contó que quiso recibir la consagración
episcopal en la fiesta de san José «porque es el Patrono de los diplomáticos». Explicó: «Como san
José, los diplomáticos pueden al mismo tiempo presentar a Jesús y esconderlo. Como san José,
deben saber callar, medir sus palabras, saber emplearse sin mirar la dignidad del servicio... y sobre
todo paladear dulce y tragar amargo..., obedecer aun cuando no se comprenda, como san José
cuando partió con su borriquillo».
Cuando fue Papa, dio las mismas consignas a todos los cristianos: Emplearse igual en tareas
humildes que en misiones importantes, sin calibrar la dignidad de lo que se hace. José, esposo de
María, no fue más que un artesano que ganaba su pan con su trabajo. Lo que cuenta delante de Dios
es la fidelidad. El 19 de marzo de 1959, celebrando la Misa para un grupo de trabajadores de la
ciudad de Roma, les decía: «Todos los santos glorificados merecen un honor y un respeto
particulares, pero es evidente que san José posee, con justo título, un lugar muy particular, más
suave, más íntimo, más penetrante en nuestro corazón».
El 1 de mayo de 1960, Juan XXIII dirige un radio-mensaje sobre san José a todos los que trabajan y
a todos los que sufren. Comienza así: «Es natural que nuestro pensamiento se dirija a cada una de
las regiones y ciudades en que se desenvuelve la vida de todos los días: los hogares, las escuelas,
las oficinas, los mercados, las fábricas, los despachos, los laboratorios, a todos los lugares
santificados por el trabajo intelectual o manual, en las varias y nobles formas que reviste según la
fuerza y capacidad de cada uno... Con la ayuda de san José, cada familia cristiana dedicada al
trabajo puede reflejar fielmente el ejemplo y la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret... El trabajo
es, en verdad, una alta misión: es para el hombre como una colaboración inteligente y efectiva con
Dios Creador, del cual ha recibido los bienes de la tierra para cultivarlos y hacerlos prosperar».
La gran iniciativa de Juan XXIII fue convocar el Concilio Vaticano II. En las Letras Apostólicas de 19
de marzo de 1961, explica por qué quiere este Concilio tan importante, que ha colocado bajo la
protección especial de san José. Comienza por recordar lo que sus predecesores hicieron por la gloria
de san José, a continuación explica que el Concilio es para todo el pueblo cristiano, que debe
beneficiarse de él por una corriente de gracia, para una vitalidad mayor. Añade que no se puede
encontrar mejor protector que san José para obtener la ayuda del cielo en la preparación y el
desarrollo de este Concilio, que debe señalar toda una época.
Otra iniciativa importante de Juan XXIII fue introducir en 1962 el nombre de san José en el Canon de
la Santa Misa, inmediatamente detrás de la Virgen María. Pío IX no se decidió a hacerlo. Las
peticiones que habían sido formuladas en el Concilio Vaticano I, volvieron a formularse en número
muy grande en el Concilio Vaticano II(38). Los Padres del Concilio no tenían nada que deliberar acerca
de esto, puesto que se refería a un rito litúrgico entre tantos otros (39).
No obstante, el Concilio hizo suya esta decisión de Juan XXIII incorporando el texto
del Communicantes, en el que se encuentra el nombre de san José, en la Constitución
dogmática Lumen gentium. Esta Constitución habla del misterio de la Iglesia, cuerpo místico de
Cristo. El capítulo séptimo concierne especialmente a la unión muy íntima que liga a los miembros de
la Iglesia que caminan todavía en la tierra con aquellos que ya gozan de la vida de plenitud en el
cielo. Esta presencia invisible de nuestros amigos los santos se actualiza cuando nos reunimos para
orar, y muy particularmente en la celebración de la Santa Misa. El texto es digno de meditación,
pues afirma que san José merece un lugar escogido:
«Nuestra unión con la Iglesia celestial se realiza de manera nobilísima especialmente en la sagrada
liturgia, en la que la fuerza del Espíritu Santo se ejerce sobre nosotros a través de los signos
sacramentales, celebrando juntos la alabanza de la majestad divina con alegría común..., celebrando
el Sacrificio Eucarístico es como nos sumamos mejor al culto de la Iglesia celestial, unidos en una
misma comunión y venerando la memoria, en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María y de
san José, de los bienaventurados Apóstoles y mártires y de todos los Santos»(40).
La apertura solemne fue el 11 de octubre de 1962, pero el buen Papa Juan tan sólo vivió el primer
periodo de sesiones. Le sucedió Pablo VI (1963-1978), que gobernó la Iglesia durante las tres
etapas ulteriores del Concilio, celebradas en los tres años siguientes, hasta la clausura, el 8 de
diciembre de 1965. El desarrollo económico producido tras el periodo de la posguerra hizo surgir en
los países más ricos una nueva «sociedad del bienestar», que ha demostrado tener una sorprendente
capacidad de disolución del espíritu cristiano. El vértigo del consumismo ha difundido entre gentes de
todos los niveles una oleada de materialismo práctico, una afán hedonista de gozar si medida de las
cosas terrenas, con olvido de las realidades eternas. En suma, una visión naturalista de la vida
humana, reducida al plano de la pura temporalidad(41).
El Concilio Vaticano II trazó un importante programa de renovación cristiana, capaz de reportar
grandes bienes a la Iglesia(42). Pero en torno a la época de su celebración afloró a la superficie una
profunda crisis en la vida eclesial, traducida en un sinfín de abusos cometidos en nombre de un
pretendido «espíritu conciliar». En la sociedad eclesiástica se produjo entonces una violenta
explosión «neomodernista» de extensión y alcance universales (43). Pablo VI habla con frecuencia de
san José. Se detiene menos en subrayar sus prerrogativas que en recordar su misión en la Iglesia de
hoy. Así en el Ángelus del 19 de marzo de 1970 decía: «la misión de José al lado de Jesús y de María
fue una misión de protección, de defensa, de salvaguardia y de subsistencia... La Iglesia tiene
necesidad de ser defendida, tiene necesidad de ser custodiada, en la escuela de Nazaret, pobre y
laboriosa, pero viva, consciente y disponible para su vocación mesiánica. Esta necesidad de
protección, hoy, es grande para poder mantenernos indemnes y para actuar en el mundo..., la
misión de san José es la nuestra: custodiar a Cristo, hacerle presente, en nosotros y alrededor de
nosotros».
Y tres años más repetía en una homilía: «José es el protector de Cristo cuando entra en este mundo,
el protector de la Virgen María, de la Sagrada Familia, el protector de la Iglesia, el protector de
quienes trabajan. Todos podemos decir: Nuestro protector».

La devoción a san José en el siglo XX

En nuestro siglo XX, desde el Oriente al Occidente, allí donde resuena el nombre del Salvador,
resuena también con gloria y alabanza, el nombre del que tan perfectamente hizo con Él las veces de
"padre". Por todas partes templos, imágenes, altares dedicados en honor de san José. Por todo el
mundo cofradías y congregaciones, para implorar su favor durante la vida y en el trance de la
muerte. Por doquier muchedumbres, cada vez más numerosas, que respondiendo a los deseos de la
Iglesia, acuden a san José, para obsequiarle y pedir su protección, con fervientes cultos, en novenas,
visitas semanales, siete domingos y aun meses enteros.
El documento colectivo de los Obispos del Canadá, del 26-XI-1955, lo escogemos como una
muestra eminente de la enseñanza universal del Episcopado católico sobre el glorioso Patriarca. Por
ser Canadá el primer país del mundo --año 1624-- puesto bajo el Patrocinio de san José, y por el
hecho de la existencia en él del Oratoire de Saint Joseph, de tan providencial significado en nuestra
época.
Se puede afirmar, sin embargo, que la devoción tradicional a san José permanece viva hasta el
Concilio Vaticano II, en que para ella, lo mismo que para el culto de María, comienza un  período de
crisis. En la etapa posconciliar, concretamente en 1975 escribe H. Holstein en un fascículo de
los Cahiers marials dedicado a san José, un artículo titulado «¿Una devoción desacelerada?» (44). El
autor observa ante todo que «la devoción a san José experimenta actualmente un declive del que no
es preciso aducir pruebas: relegación de las estatuas al fondo de las sacristías o de los graneros
polvorientos, desuso de los meses de san José, escasez de predicaciones y novenas». Respecto a las
múltiples causas de este desinterés o alergia respecto a san José, H. Holstein descubre la principal
en la «reacción, espontánea más que refleja, contra el fervor experimentado en el siglo XIX hacia el
padre nutricio de Jesús».
Frente a una presentación de José que acentúa su autoridad en la familia y su poder para defender a
la Iglesia y a la sociedad de los peligros del mundo moderno, está justificada la reacción de disgusto
y hasta de rechazo. Sí --insiste H. Holstein-- porque se trata de un triple rechazo: «Rechazo de
un espléndido aislamiento de san José, admirado e invocado en su poder de padre de familia, sin
referencia primordial al misterio de la Encarnación; rechazo de la sociología familiar y del respeto al
orden establecido, que se funda en la obediencia impuesta por el orden providencial...; rechazo del
clima de asedio de una Iglesia que, lejos de buscar una irradiación, se ve reducida a implorar
un defensor contra incesantes ataques y peligros inminentes...».
Sin forzar las deficiencias del pasado ni renegar de sus valores, se impone no obstante una
renovación de la teología y del culto de san José siguiendo las huellas de cuanto han propuesto sobre
María el Concilio Vaticano II y la Marialis cultus de Pablo VI. El cristiano en nuestros días no tiene
una especial devoción al Santo Patriarca. Para contrarrestar los peligros de la sociedad moderna, ha
querido la Iglesia nuestra Madre ofrecernos en la devoción a nuestro Santo un auxilio y un modelo
perfectísimo. Auxilio y modelo para la pureza, en medio del mundo corrompido; auxilio y modelo
para la vida de oración, en medio del mundo disipado como nunca; auxilio para el trabajo
encaminado al servicio de Dios; auxilio para el amor y abnegación en obsequio al Verbo humanado y
a su santísima Madre, auxilio para una santa vida, y para una santa muerte. He aquí por qué la
Iglesia nos encamina en estos tiempos, y con tanto anhelo, al Santo Patriarca.
Ya escribía sobre san José el entonces Obispo auxiliar de Cracovia, Karol Wojtyla, el 20 de marzo de
1960 en el semanario Tygodnik Powszechny: «Desde el siglo XIX predomina en la Iglesia, tanto en
su Magisterio como en su liturgia, otro modo de interpretar a san José. No se acentúa tanto el rasgo
contemplativo, sino más bien su papel social»(45). «San José, que fue durante su vida en la tierra
el tutor del Cristo histórico, tiene que ser ahora necesariamente el tutor del Cristo místico,
esto es, de la santa Iglesia»(46).
Vemos, pues, que la Iglesia está renovando constantemente la lectura de este personaje y que no
cesa de hallar en él nuevas riquezas no conocidas, mejor, no reveladas desde el principio, pues la
historia de la humanidad ayuda también a esta comprensión. La personalidad de san José nos
permite acercarnos a los más profundos valores humanos. Si en siglos pasados el Santo Patriarca era
puesto como modelo de las almas contemplativas, actualmente hemos de verlo modelo del hombre
contemporáneo, más social y más como tutor o padre.
El futuro Papa reflexiona sobre el problema del hombre. Siendo san José uno de los muchos hombres
que aparecen en el Evangelio, todos ellos están relacionados con Cristo, el Señor. Entre los que
están de parte de Jesús destacan los Apóstoles y Juan el Bautista. San José cierra el cuadro. En
efecto, «la personalidad de san José tiene un peso específico muy considerable en el Evangelio, y el
tipo de hombre que configura su persona, en sí, nos señala, no solamente la disposición natural de
las fuerzas y relaciones dominantes en el Reino de Dios en la tierra, en la Iglesia. La Iglesia, en su
configuración externa, es la organización, la sociedad transparentemente organizada; pero en su
interior es la familia de Dios, gracias a su comunidad de fines y a su vida sobrenatural. Por lo mismo
toda su actividad externa, socialmente organizada por el hombre dentro de la Iglesia, debe estar
impregnada del espíritu de paternidad o tutela. En caso contrario, esa actividad, a pesar del posible
esplendor externo, se realizaría dentro de un vacío interior. Ateniéndonos, pues, al problema del
hombre en su totalidad y en el Evangelio, deberíamos pensar igualmente en cierta paternidad de los
Apóstoles y en cierto apostolado en san José. En consecuencia puede decirse que, en la Iglesia se es
apóstol, cuando se es a la vez tutor y padre. Solamente entonces se cumple en pleno sentido de la
palabra la misión del Reino de Dios en la tierra».

La devoción a san José en el Beato Josemaría Escrivá


Es indudable que la persona de san José, su vocación y misión, meditada a la luz del amplio contexto
evangélico, puede conducirnos ciertamente a una confrontación con la vida actual. Quien lo ha
conseguido de modo admirable en el siglo XX es el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-
1975), Fundador del Opus Dei, pionero --desde 1928-- en la difusión de la llamada universal a la
santidad en nuestros días, mensaje nuclear del Concilio Vaticano II. El lector encontrará en su
homilía En el taller de José(47), un rico pensamiento teológico entroncado con las fuentes más
tradicionales, y en especial sintonía con Santa Teresa de Jesús. Y a su vez, sus enseñanzas sobre san
José --y su devoción personal--, tanto por escrito como recogidas de viva voz, componen toda una
teología espiritual --sobre fundamentos sólidamente dogmáticos--, de base firme para la devoción
relevante que en la Prelatura Opus Dei se tiene a san José.
En una primera lectura de En el taller de José se ve claramente que se propone al Santo Patriarca
como modelo acabado para los cristianos que viven en el mundo. «Ningún hombre es despreciado
por Dios. Todos, siguiendo cada uno su propia vocación --en su hogar, en su profesión u oficio, en el
cumplimiento de las obligaciones que le corresponden por su estado, en sus deberes de ciudadano,
en el ejercicio de sus derechos-- estamos llamados a participar del reino de los cielos. Eso nos
enseña la vida de san José: sencilla, normal y ordinaria, hecha de años de trabajo siempre igual, de
días humanamente monótonos, que se suceden los unos a los otros. Lo he pensado muchas veces, al
meditar sobre la figura de san José, y ésta es una de las razones que hace que sienta por él una
devoción especial»(48).
Los que le conocían sabían de sobra hasta qué hondura llegaban las raíces de esa devoción,
realmente especial, que el Beato Josemaría manifestaba haber tenido "desde el principio". Cuenta el
mismo Fundador del Opus Dei en la homilía que hemos citado: «Cuando en su discurso de clausura
de la primera sesión del Concilio Vaticano II, el pasado 8 de diciembre, el Santo Padre Juan XXIII
anunció que en el canon de la Misa se haría mención del nombre de san José, una altísima
personalidad eclesiástica me llamó en seguida por teléfono para decirme: Rallegramenti!
¡Felicidades!: al escuchar ese anuncio pensé en seguida en usted, en la alegría que le habría
producido. Y así era: porque en la asamblea conciliar, que representa a la Iglesia entera reunida en
el Espíritu Santo, se proclama el inmenso valor sobrenatural de la vida de san José, el valor de una
vida sencilla de trabajo cara a Dios, en total cumplimiento de la divina voluntad (49). Esa era la razón
fundamental de aquella alegría que le produjo el gesto de Juan XXIII. Es conocido que, en la lista de
firmantes en la petición presentada con tal motivo al Santo Padre, figuraba la del Beato Josemaría
Escrivá de Balaguer(50).
Quienes lo trataban conocían su devoción a san José y lo proclamaba con gratitud y orgullo filial: «Yo
le llamo mi Padre y Señor y, además, no me da vergüenza decir que lo quiero mucho »(51). «San
José --decía en otra ocasión--, que no te puedo separar de Jesús y de María; san José, por el que he
tenido siempre devoción, pero comprendo que debo amarte cada día más y proclamarlo a los cuatro
vientos, porque éste es el modo de manifestar el amor entre los hombres, diciendo: ¡te quiero!, San
José, Padre y Señor nuestro: ¡en cuántos sitios te habrán repetido ya a estas horas, invocándote,
esta misma frase, estas mismas palabras! San José, nuestro Padre y Señor, intercede por
nosotros»(52). Este amor al Santo Patriarca se desarrolló con ímpetu creciente(53) en los últimos años
de su vida en la tierra, y con singular intensidad desde la gran catequesis que hizo por América.
Ciertamente había sido una constante este cariño, esta devoción especial hacia san José, maestro de
vida interior protector de la Iglesia universal y patrono del Opus Dei.
Como vivencia personal apoyada en sólidas bases doctrinales, se explica que la devoción a san José
tenga un lugar notablemente destacado en la espiritualidad del Opus Dei: en la celebración de su
fiesta de marzo y en la tradicional costumbre de los Siete Domingos; en la veneración de sus
imágenes; en el recurso constante a «San José, nuestro Padre y Señor» a la hora del trato con Dios
en la oración; en la inseparabilidad de los tres nombres --Jesús, María y José--, redescubrimiento, en
línea con la más entrañable devoción popular, del puesto protagonista que ocupa en la Historia de la
Salvación la Sagrada Familia, la trinidad de la tierra, como gustaba de repetir el Beato Josemaría
Escrivá de Balaguer(54).

A modo de conclusión: Juan Pablo II y la "Redemptor Custos"

Tras la muerte de Pablo VI, vino el fugaz pero luminoso pontificado de Juan Pablo I (26-VIII al 29-
IX de 1978); y el 16 de octubre de 1978, el cardenal Karol Wojtila, arzobipo de Cracovia, fue elegido
Papa y tomó el nombre de Juan Pablo II. La nueva elección pontificia constituyó un acontecimiento
de gran trascendencia: por primera vez en cuatro siglos y medio un no italiano ocupaba la Cátedra
de Pedro.
En una Audiencia general del 19 de marzo de 1980, Juan Pablo II, con gran riqueza de ideas
tradicionales, comentando algunos pasajes evangélicos de la vida de Infancia, profundiza en la
paternidad de san José y en su continuidad en la familia de Dios, que es la Iglesia: «José, al que
conocemos por el Evangelio, es hombre de acción. Es hombre de trabajo. El Evangelio no ha
conservado ninguna apalabra suya. En cambio, ha descrito sus acciones; acciones sencillas,
cotidianas, que tienen a la vez el significado límpido para la realización de la promesa divina en la
historia del hombre; obras llenas de profundidad espiritual y de la sencillez madura. Así es la
actividad de José, así son sus obras, antes de que le fuese revelado el misterio de la Encarnación del
Hijo de Dios, que el Espíritu Santo había obrado en su Esposa (...) El Hijo de Dios, el verbo
encarnado, durante los treinta años de la vida terrena permaneció oculto: se ocultó a la sombra de
José. Al mismo tiempo María y José permanecieron "escondidos en Cristo", en su misterio y en su
misión»
Y más adelante añade: «Eran necesarias almas profundas --como santa Teresa de Jesús-- y los ojos
penetrantes de "la contemplación", para que pudiesen ser revelados los espléndidos rasgos de José
de Nazaret: aquel de quien el Padre celestial quiso hacer, en la tierra, el hombre de su confianza. Sin
embargo, la Iglesia ha sido siempre consciente, y lo es hoy especialmente, de cuán fundamental ha
sido la vocación de este hombre: del esposo de María, de Aquél que, ante los hombres, pasaba por el
padre de Jesús y que fue, según el espíritu, una "encarnación" perfecta de la paternidad en la familia
humana y al mismo tiempo sagrada».
El domingo día 23 de mayo de 1982, Juan Pablo II beatificó a cinco siervos de Dios, y entre ellos a
Frère André (1845-1837), canadiense, Hermano de la Congregación de la Santa Cruz, que ha sido un
apóstol escogido por Dios en nuestro siglo para la difusión del culto y confianza hacia san José,
fundador del Oratoire de Saint Joseph, al que acuden anualmente millones de peregrinos y por el que
Montreal se ha convertido en «la capital mundial del culto a san José». Dice el Papa en la homilía de
la Beatificación que el hermano Andrés se sintió muy próximo a la vida de san José «trabajador
pobre y aislado, tan cercano al Salvador», Santo a quien Canadá, y especialmente la Congregación
de la Santa Cruz, ha honrado siempre mucho. El hermano Andrés tuvo que soportar incomprensiones
y burlas por el éxito de su apostolado, pero siguió siendo siempre sencillo y jovial, porque «acudió a
san José y ante el Santísimo Sacramento, practicaba él largamente y con fervor en nombre de los
enfermos, la oración que les enseñaba».
Además, Juan Pablo II, con motivo del centenario de la encíclica de León XIII,  Quamquam pluries --
que ya comentamos--, publica la Exhortación apostólica Redemptoris Custos, el 15-VIII-1989, para
preparar a la Iglesia bajo la protección del santo Patriarca en su entrada en el Tercer Milenio. Es ya
el último comentario sobre José de Nazaret del Magisterio pontificio. El Romano Pontífice actual nos
resume, por una parte, la reciente historia del magisterio pontificio sobre el patronazgo de san José
para la Iglesia universal(55), y, por otra, recuerda así que en tiempos difíciles para la Iglesia, Pío IX,
queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró «patrono de la
Iglesia Católica»(56). El pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la
excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, «la Iglesia, después de la virgen santa, su
esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José y a él recurrió sin
cesar en las angustias»(57).
En nuestros días, el recién fallecido P. Francisco de Paula (58) escribe una introducción a la lectura de
la Exhortación apostólica Redemptoris Custos de Juan Pablo II, en estos términos: «Nuestro Papa
actual Juan Pablo II, al verse envuelto en tan graves acontecimientos mundiales, ha vuelto los ojos a
san José. La "Redemptoris Custos", que forma una trilogía con la Redemptor Hominis y la
Redemptoris Mater es una llamada a san José para que "bendiga a la Iglesia", el Santo
personalmente. El Santo Padre, cede el lugar que ocupa de "representante", a san José que es el
"verdadero Padre", en el sentido en que el Padre Eterno, de quien procede toda paternidad en el
cielo y en la tierra, le concedió la potestad paterna sobre Cristo y su Obra. La exhortación apostólica
de Juan Pablo II, se firmó también el 15 de agosto. (...) Que san José proteja a la Iglesia, la bendiga
y con ella de modo particular al Papa Juan Pablo II, que tan providencialmente nos ha dado Dios y la
Virgen, en estos momentos cruciales en la historia de la humanidad y que se ha puesto al servicio y
bajo la protección de toda la Sagrada Familia»(59).
En efecto, hace cien años el papa León XIII exhortaba al mundo católico a orar para obtener la
protección de san José, patrono de toda la Iglesia. La carta encíclica Quamquam pluries se refería a
aquel «amor paterno» que José «profesaba al niño Jesús»; a él, «próvido custodio de la sagrada
familia», recomendaba la «heredad que Jesucristo conquistó con su sangre». Desde entonces la
Iglesia --como he recordado al comienzo de esta sección-- implora la protección de san José en
virtud de "aquel sagrado vínculo que lo une a la inmaculada Virgen María", y le encomienda todas
sus preocupaciones y los peligros que amenazan a la familia humana. Aún hoy tenemos  muchos
motivos para orar con las mismas palabras de León XIII: "Aleja de nosotros, oh padre amantísimo,
este flagelo de errores y vicios... Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de
las tinieblas...; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así
ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad" (60). Y termina
glosando Juan Pablo II: «Aún hoy existen suficientes motivos para encomendar a todos los hombres
a san José»(61). Que así sea.
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Notas
1. Dos Papas fueron prisioneros de los gobiernos revolucionarios. Napoleón, restaurador de la Iglesia
en Francia, asumió también la herencia del Galicanismo. La Restauración pretendió un retorno al
Antiguo Régimen. Muchos católicos, impresionados por la experiencia sufrida, propugnaron una
«alianza entre el Trono y el Altar».
2. Cfr José Orlandis, Historia Breve del Cristianismo, Rialp, 5ª ed., Madrid 1997, pp. 155-159.
3. La Asamblea exigió a los sacerdotes juramento de fidelidad a la Constitución política, dentro de la
cual estaba la mencionada «Constitución civil». El Papa Pío VI prohibió el juramento y excomulgó a
los sacerdotes que lo prestaran (12-III-1791). Un cisma se abrió entre los sacerdotes
«juramentados» y los «no juramentados», que se convirtieron legalmente en individuos bajo
sospecha. La Asamblea Legislativa, que sucedió a la Constituyente, decretó el 27 de mayo de 1792 la
deportación de los sacerdotes «no juramentados»; en septiembre, la Convención sustituyó a la
Asamblea Legislativa y comenzaron las matanzas de sacerdotes.
4. Los años siguientes registraron alternativas de distensión y renovada persecución religiosa. Esta
se recrudeció bajo el Directorio Jacobino (1797-1799), cuando los franceses ocuparon Roma y se
proclamó la República Romana. El Papa Pío VI, anciano y enfermo, fue deportado a Siena, Florencia
y, finalmente, a Francia.
5. El Concordato tuvo, sin duda, consecuencias favorables para la Iglesia: permitió una restauración
de la vida cristiana en Francia, favorecida por la renovación del sentimiento religioso, propia del
primer Romanticismo, reacción apasionada contra el seco racionalismo de la Ilustración. El «Genio
del Cristianismo» de Chateaubriand (1802), refleja fielmente un tal estado del espíritu. El Concordato
hizo también posible la apertura de seminarios sostenidos por el Estado y la consiguiente formación
de un nuevo clero; el criterio de Napoleón fue en cambio muy restrictivo con respecto a la Ordenes
religiosas. Hay que advertir, por otra parte, que durante la época napoleónica tomó cuerpo en
Francia un partido o un grupo de opinión claramente opuesto al Cristianismo y a la Iglesia, integrado
por gentes de diversa extracción: propietarios de antiguos bienes eclesiásticos, funcionarios públicos,
militares profesionales, intelectuales del Instituto de Francia y obreros del incipiente proletariado
urbano. Estos sectores de opinión de signo anticristiano integraron una poderosa fuerza que se
enfrentaría con la Iglesia a lo largo de todo el siglo XIX.
6. Por decisión unilateral y sin consultar a la Santa Sede, Napoleón promulgó, junto al texto del
Concordato, los «Setenta y siete Artículos orgánicos», que recogían el espíritu --y en ocasiones la
letra-- de los viejos «Artículos» galicanos, impuestos por Luis XIV en 1682.
7. Muchos fueron los vejámenes que el Pontífice, en Savona, y después en el castillo de
Fontainebleau, tuvo que sufrir en los tres años de destierro. Baste decir que Napoleón era quien
gobernaba la Iglesia; que llegó a exigir se le entregase el Anillo del Pescador con que el Papa sellaba
sus Breves, y el Papa le rompió antes de entregarle.
8. Muy distinta fue la reacción de sus principales colaboradores, que se mantuvieron fieles a la
Iglesia: Lacordaire fue el restaurador de la Orden dominicana en Francia; otros como Montalembert y
Falloux, profesaron un liberalismo mitigado y defendieron con ahinco la libertad de enseñanza.
9. Los liberales aplaudieron los reiterados alzamientos de la católica Polonia contra la opresión de la
Rusia de los Zares. La Revolución de 1830 dio pie a una alianza entre católicos y liberales belgas,
que lograron sustraer a Bélgica del dominio calvinista de la Monarquía holandesa y dotaron al nuevo
reino de una Constitución liberal. El pueblo irlandés obtuvo su emancipación de la Corona británica
bajo O'Connel. También en la Península itálica, enfebrecida por el «Risorgimento», su camino hacia
la unidad nacional pasaba por la desaparición de los Estados Pontificios y la conversión de la Roma
papal en la capital del Reino de los Saboya.
10. Todas estas doctrinas sirvieron de base a una ofensiva generalizada contra el Cristianismo en el
terreno de la ciencia y en particular de las Ciencias Naturales. Pero también el propio ámbito de las
ciencias sagradas se transformó en palestra de lucha anticristiana. La crítica de la historicidad de la
Sagrada Escritura o su vaciamiento de contenido sobrenatural llevaron a Straus hasta la negación de
la existencia de Cristo y movieron a E. Renan a escribir una célebre «Vida de Jesús», de un Jesús
que ya no sería Dios, aunque fuera el más noble de los hijos de los hombres.
11. Es posible que muchos en nuestros días no terminen de comprender el empeño puesto por el
Papa en la defensa del poder temporal. Pero la historia se falsea cuando no se acierta a contemplar
los hechos desde el punto de vista de sus protagonistas. Pío IX defendió sus derechos hasta el final
porque estos derechos eran para él un precioso legado que había recibido de sus antecesores en el
Pontificado. Y, con mayor razón aún, porque aquellos Estados, con más de mil años de existencia, se
consideraban entonces como condición indispensable para garantizar la independencia de los Papas
en el gobierno de la Iglesia universal.
12. A todo esto habría que añadir la pérdida de los cantones suizos en favor de los protestantes en la
guerra del «Sonderbund» (1847) y la violencia anticlerical y los ataques del «Kulturkampf» de
Bismark contra los católicos alemanes en los últimos años de Pío IX.
13. El documento no encerraba novedades sustanciales, ya que todos los errores habían sido
denunciados previamente en anteriores textos del Magisterio. Lo novedoso era ahora la forma y el
acento más rotundo que parecían tener aquellas propuestas extraídas de sus anteriores contextos y
puestas una tras otra, a manera de impresionante silabario.
14. La última proposición en la que se rechazaba el pretendido deber del Romano Pontífice de
reconciliarse con el progreso y la «civilización moderna», hizo rasgarse las vestiduras a los críticos
liberales y enardeció el entusiasmo de los católicos tradicionales.
15. Una de estas cartas le había emocionado particularmente, la del Padre Lataste, dominico,
fundador de las dominicas de Betania, que había ofrecido su vida para que san José fuese
proclamado Patrono de la Iglesia y para que su nombre fuese incluido en el Canon de la Santa Misa.
16. Cuando fue Papa, publicó el 15 de agosto de 1889 la Encíclica Quamquam pluries sobre el
verdadero lugar de san José en la Iglesia y sobre las razones que tenemos para invocarle.
17. Por parte de Pío IX, éste es un gesto, una señal intrépida, un verdadero gesto profético. No hay
más que pensar en las circunstancias trágicas en que se encontraba, todos sus Estados acababan de
serle arrebatados; algunas semanas antes las tropas piamontesas se habían apoderado de Roma. El
Papa estaba prisionero en su palacio del Vaticano. Permanecía preso allí voluntariamente con el fin
de salvaguardar su libertad y la de la Iglesia. El nuevo rey de Italia le ofreció su policía y sus tropas
para protegerle, muchas naciones le invitaron como huésped para que se instalara donde mejor
quisiera. Pío IX rechazó todas estas propuestas, con el fin de no depender de ningún gobierno
protector, y sobre todo para mantener en Roma el centro de la Iglesia.
18. Entre este clero secular, el Cura de Ars, san Juan Maria Vianney, es un ejemplo de santidad
heroica en la persona de un humilde párroco de aldea.
19. Recordemos a los benedictinos de Dom Guéranguer, los dominicos impulsados por Lacordaire y a
los jesuitas, restaurados por Pío VII.
20. Entre ellas sobresalieron las «Conferencias de san Vicente», creadas por Federico Ozanam.
21. Los párrafos que reproducimos corresponden a un retiro para huérfanas obreras pronunciado en
Turín el 19 de marzo de 1857. Cfr Archivio Storico della Congregazione di S. Giuseppe, Casa
generalicia de Roma, vol. XXXIII, p. 1316.
22. Cfr El Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús, 1870, pp. 174-180.
23. Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma, cap. VI.
24. Cfr F. Canals Vidal, San José, Patriarca del Pueblo de Dios, Balmes, Barcelona 1994, pp. 292 y
ss.
25. F.J. Butiñá, Las Glorias de San José, cap. III.
26. J.M. Villaseca, Muy piadosas preces al Señor San José (México 1887; reeditado en 1966), Lección
III.
27. J. Torras i Bages, Obras completas, t. II, Balmes, Barcelona 1954, pp. 9-10.
28. Jaime Boffil, vid nº 234, 24-XII-1953.
29. La revolución industrial había dado lugar a la formación de una nueva clase obrera --un
«proletariado»--, concentrado en los suburbios fabriles de las grandes urbes. La situación de esta
clase obrera, en una época de absoluto predominio del capitalismo liberal, fue en sus orígenes
deplorable: jornadas laborales agotadoras, jornales escasos, trabajo infantil, viviendas insalubres
fueron algunos de tantos abusos que tuvieron que sufrir los obreros y algunos de los aspectos más
oscuros que presentaba a mediados del siglo XIX la llamada «cuestión social». Esto suscitó
lógicamente reacciones dirigidas a luchar contra la injusticia. El Anarquismo (M. Bakunin)
propugnaba la acción violenta para terminar con el Estado y una ordenación social injusta. Diversos
sistemas «socialistas», ideados por doctrinarios como Saint-Simón, Fourier o Proudhon, quedaron
pronto eclipsados por el «socialismo científico» de Carlos Marx --el «Marxismo»--. Desde un punto
cristiano era rechazada esta doctrina por su materialismo histórico y la dialéctica de la lucha de
clases, y porque consideraba a la religión como el «opio del pueblo». El antiteísmo marxista mostró
una particular hostilidad hacia la religión católica y fue un poderoso agente de descristianización de
las clases trabajadoras.
30. Recientemente se ha anunciado la próxima beatificación en setiembre del año 2000, de dos
Papas: Pío IX y Juan XXIII.
31. Benedicto XV, Breve Bonum sane, 25-VII-1920: AAS 12 (1920) 313-317.
32. En fecha muy reciente se ha anunciado también la incoación del proceso de beatificación de su
arquitecto, Gaudí.
33. Pío XI concedía gran importancia al apostolado seglar y se esforzó por encuadrarlo dentro de una
nueva concepción de la Acción Católica. Como movimiento apostólico multiforme existía ya con
anterioridad, había sido impulsado por san Pío X, pero en este tiempo le dio una organización
centralizada y jerárquica, con el fin de ser un instrumento privilegiado para la cristianización de una
sociedad cada vez más secularizada. La institución de la fiesta de Cristo Rey, en la encíclica  Quas
primas (1925), fue la expresión de este reinado social de Jesucristo, núcleo fundamental del
magisterio de Pío XI. Y a la luz de este proyecto recristianizador han de contemplarse las
encíclicas Casti connubi (30-XII-1930) sobre el matrimonio y la familia; y la Quadragesimo
Anno (15-V-1931), puesta al día de la doctrina social de la Iglesia a los 40 años de la  Rerum
novarum de León XIII.
34. La expansión misionera en Asia y Africa hizo grandes progresos, se multiplicaron las
conversiones, y se dieron pasos decisivos para la consolidación de las nuevas cristiandades.
Importancia en tal sentido tuvo el desarrollo del clero indígena. Una fecha señalada en la historia de
las Misiones fue el 28 de octubre de 1926, en la que Pío XI consagró solemnemente, en la basílica de
san Pedro de Roma, a seis nuevos Obispos de raza china.
35. Con pocos días de diferencia publica otra encíclica, Mit Brennender Sorge, contra el nacional-
Socialismo alemán y su doctrina racista.
36. Terminada la contienda, existían 32 vacantes en un Colegio cardenalicio de 70. En el primer
nombramiento de su pontificado creó cuatro cardenales italianos y 28 de otras nacionalidades,
poniendo así término a un periodo de predominio absoluto de purpurados italianos en el Sacro
Colegio
37. Particular importancia tuvo, desde el punto de vista doctrinal, la encíclica Humani Generis del 12-
VIII-1950, que enlazaba con las enseñanzas de san Pío X, ante los rebrotes neomodernistas.
38. El movimiento mariano, que adquiere nuevo impulso con las apariciones de la Rue du Bac (1830)
y de Lourdes (1858), aparte de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción (1854), tiene
su correspondencia en un movimiento de amplificación del culto de san José a partir de 1865. Se
pedían tres cosas: el patronato sobre la iglesia universal, el culto de protodulía y la inserción del
nombre de José en las oraciones de la misa. Más que ningún otro autor, el jesuita Cipriano Macabiau
(+1915) expresa este movimiento con sus significativos volúmenes De cultu s. Joseph
amplificando... (1887) y Primauté de saint Joseph (1897). Las peticiones son acogidas, pero
progresivamente o de modo equivalente: en 1870 Pío IX proclama a san José "patrono de la
iglesia"; la protodulia no entra en los documentos oficiales, sin embargo los pontífices exaltan la
dignidad y el poder del santo y recomiendan su devoción: "José nos conduce directamente a María y,
por medio de ella, a Jesús, fuente de toda santidad" (Bendicto XV, Bonum sane, 25-VII-1920, en
AAS 12,313-317).
39. También las liturgias orientales se hacen eco de las enseñanzas de los Papas: «¡Oh José! Gloria a
quien te ha honrado, gloria al que te ha coronado, gloria al que te ha hecho patrono de nuestras
almas» (Rito melquita). «¡Oh José! lleva a David la buena nueva: Aquí está el Padre de Dios. Tú has
visto a la Virgen encinta, junto con los pastores has cantado el Gloria, con los Magos te has
postrado, con el Ángel has tratado asuntos divinos. Ruega, pues, a Cristo, nuestro Dios, que salve
nuestras almas» (Rito bizantino).
40. LG, 50.
41. Entre las expresiones más típicas de este fenómeno pueden señalarse: la disminución de la
práctica religiosa en tierras de vieja cristiandad, el menosprecio de la ley divina como norma de
moralidad, la crisis de numerosos matrimonios y de la propia institución familiar, víctimas de la plga
del divorcio; los atentados contra el derecho a la vida de los seres más indefensos, el
desbordamiento de la violencia.
42. No hizo el Concilio ninguna definición dogmática, por lo que sus enseñanzas no tienen la
prerrogativa de la infalibilidad; pero constituyen actos del magisterio solemne de la Iglesia y exigen
por tanto de los fieles una adhesión interna y externa. Constituciones dogmáticas, Decretos,
declaraciones y una Constitución pastoral --la Gaudium et spes-- sobre la Iglesia en el mundo actual.
43. El eclipse de la virtud teologal de la fe y la pérdida del sentido trascendente de la vida del
hombre parecen ser las raíces últimas de la crisis, uno de cuyos principales intentos fue la
tergiversación de la naturaleza de la Redención y, en consecuencia, de la misión de la Iglesia en el
mundo. Este es el objetivo de dos importantes documentos de Pablo VI: «El Credo del Pueblo de
Dios» (30-VI-1968) y la encíclica Humanae vitae (25-VII-1968) sobre los problemas del matrimonio
y la familia. Cfr supra p. II-22.
44. H. Holstein, Une dévotion en perte de vitesse?, en "Cahiers Marials", Paris, 20 (1975) 5, n. 100,
pp. 289-297.
45. En primer lugar san José es la cabeza de la familia de Nazaret, y ya se sabe que la familia es la
célula elemental de toda sociedad, nación, Estado o Iglesia. En segundo lugar, al ser su cabeza,
trabaja para su sustento y para sostener la familia con el trabajo de sus manos. El Evangelio en
varias ocasiones señala que era artesano, carpintero, y que pertenecía, con su familia, a la clase de
hombres pobres. El personaje y la figura de san José obrero empapó tanto, en los últimos tiempos, a
la misma liturgia, que incluso logró desdibujar el culto de la paternidad de san José dentro de la
familia nazaretana, con la consecuencia de su calidad de tutor de Jesús y también de padre de la
Iglesia.
46. Este magnífico pensamiento litúrgico, tomado de la antigua fiesta que se celebraba el miércoles
de la tercera semana de Pascua de Resurrección (con octava), lleno de profundidad y a la vez de
singular sabor litúrgico, ha sido relegado a segundo plano ante el papel social de san José.
47. Es una de las homilías recogidas en su obra Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973.
48. ECP, 44.
49. ECP, 44.
50. Cfr. Isidoro de José y José de Jesús María, San José en e1 Sacrificio de la Misa (Historia de una
magna campaña josefina) Centro Español de Investigaciones Josefinas, Padres Carmelitas Descalzos,
Valladolid, 1963.
51. En una tertulia en Pozoalbero, 9-XI-1972.
52. Citado por S. Bernal, o.c., epílogo, pág. 319. Cfr FOR, 272.
53. Cfr ECP, 38.
54. Comentando un cuadro que había encargado pintar, decía: "Amad al Señor: Padre, Hijo y
Espíritu Santo, a la Trinidad Beatísima, Dios único. Y también a ésta como trinidad de la tierra --no
soy el primero que lo dice, pero a mí me da mucha devoción--, a Jesús, María y José". De una
tertulia en Roma, 19-III-1973. Pero ya antes, en una meditación predicada en Roma en la fiesta de
San José, el año 1971, afirmaba: "Entre los bienes que el Señor ha querido darme está la devoción a
la Trinidad Beatísima, la Trinidad del Cielo, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, único Dios; y
la trinidad de la tierra: Jesús María y José. Comprendo bien la unidad y el cariño de esta Sagrada
Familia. Eran tres corazones, pero un solo amor". Cfr FOR, 551.
55. Cfr RC, nn. 28-31.
56. Cfr Sacr. Rituum Congr., decr. Quemadmodum Deus (8-XII-1870): l.c., 283.
57. Ibidem l.c., 282s.
58. P. Francisco de Paula Solá Carrió (1907-1993), profesor de Teología Dogmática y Bibliotecario de
la Fundación Balmesiana de Barcelona, es internacionalmente conocido como uno de los más
eminentes estudiosos en el campo de la Mariología y de la Josefología.
59. Se reproduce aquí su editorial en la revista Cristiandad (nº 703-705, X-XII 1989).
60. Cfr León XIII, "Oratio ad Sanctum Ioseph", que aparece inmediatamente después del texto de la
carta enc. Quamquam pluries (15-VIII-1889): Leonis XIII P.M. Acta IX (1890) 183
61. RC, 31 in fine.
La devoción y la oración a San José del Papa León
XIII
León XIII escribió la primera y magistral Encíclica dedicada a san José, Quamquam pluries

Por: S.S. León XIII | Fuente: w2.vatican.va/content/vatican/es.html

A nuestros Venerables Hermanos los Patriarcas, Primados, Arzobispos


y otros Ordinarios, en paz y unión con la Sede Apostólica.
1. Aunque muchas veces antes Nos hemos dispuesto que se ofrezcan oraciones especiales en el
mundo entero, para que las intenciones del Catolicismo puedan ser insistentemente encomendadas a
Dios, nadie considerará como motivo de sorpresa que Nos consideremos el momento presente como
oportuno para inculcar nuevamente el mismo deber. Durante periodos de tensión y de prueba —
sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la
oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su
autor y protector, recurriendo a la intercesión de los santos —y sobre todo de la Santísima Virgen
María, Madre de Dios— cuya tutela ha sido siempre muy eficaz. El fruto de esas piadosas oraciones y
de la confianza puesta en la bondad divina, ha sido siempre, tarde o temprano, hecha patente.
Ahora, Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos
deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de
miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas;
vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más
depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una
implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados
con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no
hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad
contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante
circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace
necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.
2. Este es el motivo por el que Nos hemos considerado necesario dirigirnos al pueblo cristiano y
exhortarlo a implorar, con mayor celo y constancia, el auxilio de Dios Todopoderoso. Estando
próximos al mes de octubre, que hemos consagrado a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra
Señora del Rosario, Nos exhortamos encarecidamente a los fieles a que participen de las actividades
de este mes, si es posible, con aún mayor piedad y constancia que hasta ahora. Sabemos que
tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás
pondremos en vano nuestra confianza en ella. Si, en innumerables ocasiones, ella ha mostrado su
poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la
asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes plegarias? No,
por el contrario creemos en que su intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido
elevarle nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales. Pero Nos tenemos en
mente otro objeto, en el cual, de acuerdo con lo acostumbrado en ustedes, Venerables Hermanos,
avanzarán con fervor. Para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones, y para que Él venga
con misericordia y prontitud en auxilio de Su Iglesia, Nos juzgamos de profunda utilidad para el
pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen-Madre de
Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del mayor agrado de
la Virgen misma. Con respecto a esta devoción, de la cual Nos hablamos públicamente por primera
vez el día de hoy, sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya se
encuentra establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo. Hemos visto la devoción a San José,
que en el pasado han desarrollado y gradualmente incrementado los Romanos Pontífices, crecer a
mayores proporciones en nuestro tiempo, particularmente después que Pío IX, de feliz memoria,
nuestro predecesor, proclamase, dando su consentimiento a la solicitud de un gran número de
obispos, a este santo patriarca como el Patrono de la Iglesia Católica. Y puesto que, más aún, es de
gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las prácticas diarias de piedad de los
católicos, Nos deseamos exhortar a ello al pueblo cristiano por medio de nuestras palabras y nuestra
autoridad.
3. Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la
Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen
principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes
ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan
alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó
un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios
supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es
el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si
Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo
de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto
conyugal, en la excelsa grandeza de ella. El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado
que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De
donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y
aquella reverencia que los hijos deben a sus propio padres. De esta doble dignidad se siguió la
obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento,
fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero
de su vida él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. El se dedicó con gran
amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su
trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la
muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las
miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la
Virgen y de Jesús. Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía
dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre
de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en
medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de
los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el
Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados
especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual,
puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por
tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía
tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su
celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.
4. Ustedes comprenden bien, Venerables Hermanos, que estas consideraciones se encuentran
confirmadas por la opinión sostenida por un gran número de los Padres, y que la sagrada liturgia
reafirma, que el José de los tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y el
primero por su gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia. Y ciertamente,
más allá del hecho de haber recibido el mismo nombre —un punto cuya relevancia no ha sido jamás
negada— , ustedes conocen bien las semejanzas que existen entre ellos; principalmente, que el
primer José se ganó el favor y la especial benevolencia de su maestro, y que gracias a la
administración de José su familia alcanzó la prosperidad y la riqueza; que —todavía más importante
— presidió sobre el reino con gran poder, y, en un momento en que las cosechas fracasaron,
proveyó por todas las necesidades de los egipcios con tanta sabiduría que el Rey decretó para él el
título de "Salvador del mundo". Por esto es que Nos podemos prefigurar al nuevo en el antiguo
patriarca. Y así como el primero fue causa de la prosperidad de los intereses domésticos de su amo y
a la vez brindó grandes servicios al reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio
de la religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la Iglesia, que es
verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra. Estas son las razones por las que
hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del bienaventurado José. Los
padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la paternal solicitud y vigilancia; los
esposos, un perfecto de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él
el modelo y protector de la integridad virginal. Los nobles de nacimiento aprenderán de José como
custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos entenderán, por sus lecciones, cuáles son
los bienes que han de ser deseados y obtenidos con el precio de su trabajo. En cuanto a los
trabajadores, artesanos y personas de menor grado, su recurso a San José es un derecho especial, y
su ejemplo está para su particular imitación. Pues José, de sangre real, unido en matrimonio a la
más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando,
y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su familia. Es, entonces, cierto que la
condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo no
es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José,
contento con sus pocas posesiones, pasó las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con
magnanimidad, imitando a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la
vida, se sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo.

5. Por medio de estas consideraciones, los pobres y aquellos que viven con el trabajo de sus manos
han de ser de buen corazón y aprender a ser justos. Si ganan el derecho de dejar la pobreza y
adquirir un mejor nivel por medios legítimos, que la razón y la justicia los sostengan para cambiar el
orden establecido, en primer instancia, para ellos por la Providencia de Dios. Pero el recurso a la
fuerza y a las querellas por caminos de sedición para obtener tales fines son locuras que sólo
agravan el mal que intentan suprimir. Que los pobres, entonces, si han de ser sabios, no confíen en
las promesas de los hombres sediciosos, sino más bien en el ejemplo y patrocinio del bienaventurado
José, y en la maternal caridad de la Iglesia, que cada día tiene mayor compasión de ellos.
6. Es por esto que —confiando mucho en su celo y autoridad episcopal, Venerables hermanos, y sin
dudar que los fieles buenos y piadosos irán más allá de la mera letra de la ley— disponemos que
durante todo el mes de octubre, durante el rezo del Rosario, sobre el cual ya hemos legislado, se
añada una oración a San José, cuya fórmula será enviada junto con la presente, y que esta
costumbre sea repetida todos los años. A quienes reciten esta oración, les concedemos cada vez una
indulgencia de siete años y siete cuaresmas. Es una práctica saludable y verdaderamente laudable,
ya establecida en algunos países, consagrar el mes de marzo al honor del santo Patriarca por medio
de diarios ejercicios de piedad. Donde esta costumbre no sea fácil de establecer, es al menos
deseable, que antes del día de fiesta, en la iglesia principal de cada parroquia, se celebre un triduo
de oración. En aquellas tierras donde el 19 de marzo —fiesta de San José— no es una festividad
obligatoria, Nos exhortamos a los fieles a santificarla en cuanto sea posible por medio de prácticas
privadas de piedad, en honor de su celestial patrono, como si fuera un día de obligación.
7. Como prenda de celestiales favores, y en testimonio de nuestra buena voluntad, impartimos muy
afectuosamente en el Señor, a ustedes, Venerables Hermanos, a su clero y a su pueblo, la bendición
apostólica.
Dado en el Vaticano, el 15 de agosto de 1889, undécimo año de nuestro pontificado.
LEÓN PP. XIII
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Oración a San José


A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de
tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.
Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el
paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los
ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras
necesidades.
Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo;
aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el
cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la
vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y
de toda adversidad.
Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y
sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna
bienaventuranza. Amén
DEVOCIÓN A SAN JOSÉ DEL BEATO PÍO IX
PAPA I

            Sin duda el Beato Pío IX es el santo más devoto de San José entre los Papas anteriores a San Juan XXIII y
San Juan Pablo II. Son muchos los hechos que lo atestiguan.

            El Beato Pío IX nació en Senigallia (Italia) el 15 de mayo de 1792 y ese mismo día fe bautizado
imponiéndole el nombre de Giovanni María Mastai Ferreti

            Se decidió a seguir la carrera eclesiástica después de ser curado por la Virgen De Loreto de una grave
enfermedad que le impidió seguir los estudios civiles, y fue ordenado sacerdote en 1819. En su vida sacerdotal era
muy fiel a la oración diaria y al examen de conciencia.

            A los 6 años de sacerdote fue nombrado obispo de la Archidiócesis de Espoleto. Luego fue trasladado a la
de Imola, Vivió como pastor íntegro, lleno de caridad.

            En 1840, con apenas 48 años fue creado cardenal y en la tarde del 16 de julio de 1846 fue elegido Papa.
Murió el 2 de febrero de de 1878. Fue el Papado más largo de la historia de la Iglesia. A su muerte San Juan
Bosco profetizó: “Hoy se ha extinguido la luz del sumo e incomparable astro de la Iglesia, el Papa Pío IX, Dentro de
poco tiempo estará en los altares”. Y el Beato José Baldo se expresó así: “Vendrá un día en que nuestro siglo
tomará el nombre de un Papa extraordinario, el Papa Pío IX, Dirá la historia que todo el mundo tuvo los ojos
clavados en Pío IX. Dirá que tuvo la fuerza del león y al mismo tiempo la amabilidad, la ternura y suavidad de una
madre”.

            Tuvo una excepcional y eximia devoción a la Virgen María y a su santísimo esposo san José. Él mismo nos
confiesa en la Letra apostólica Inclytum Patriarcam, escrita un año después de la proclamación de san José como
Patrono de la Iglesia, que le ha nombrado tal “movido por la singular devoción con que desde la adolescencia se
vio afectado hacia el mismo santo Patriarca”. Y con anterioridad en el Decreto Inclytus Patriarca Joseph del 10 de
septiembre de 1847 había dicho que acogió las preces que le dirigieron los Ven. Cardenales de la Iglesia católica y
de muchísimos fieles para extender a toda la Iglesia la fiesta del Patrocino de san José “con apostólica benignidad
porque son plenamente conformes con su singular piedad para con san José”

            Siempre fue gran devoto de san José. Y expresión de su devoción temprana a san José es la Novena que
predicó en su honor y alabanza en la iglesia de San Ignacio de Roma en 1823 a sus 26 años, en la que cada día
derrama gozoso su amor y devoción al Santo y su valoración altísima de sus sublimes virtudes y privilegios, y
pienso que si le encargaron la predicación de la Novena es porque sabían de su devoción al glorioso Patriarca.

            Un año después de ser elegido Papa, el 1 de septiembre de 1847 publicó un Decreto:  Inclytus Patriarca
Joseph por el que a petición de los Cardenales de Roma y de muchísimos fieles del mundo entero extendió a toda
la Iglesia, la fiesta del Patrocinio de san José, “con gran gozo de nuestro corazón”, mandando celebrarla el tercer
domingo después de Pascua y la hace fiesta de precepto. Esta fiesta ya se celebraba en diversas Órdenes
religiosas y diócesis en Europa y Estados Unidos y Canadá. A los primeros que les fue concedido por Inocencio XI
en 1680 celebrar esta fiesta fue a los carmelitas descalzos de España e Italia. 

            En este Decreto san José es presentado como mediador misericordioso y eficaz patrono delante de Dios,
que alcanza con su valiosísima intercesión lo que la posibilidad humana no puede conseguir. Esta protección
valiosísima se extiende a todas las necesidades de alma y cuerpo, como había ya proclamado santa Teresa de
Jesús desde su propia experiencia. Y esta dignidad y poder omnímodo es consecuencia de su elección tan sublime
de ser padre putativo de Jesús, el Hijo unigénito del Padre del cielo, por su matrimonio con María, y de ser el
esposo verdadero de María, la Reina del mundo y Señora de los ángeles. Se trata de dos títulos únicos y
exclusivos suyos, que exceden inmensamente en dignidad y santidad a cualquier otro título y prerrogativas, por
sublimes que sean, y que le convierten en un Patriarca ínclito, excelente, eminente, distinguido, único que
sobresale extraordinariamente en dignidad y santidad.

Para que san José pudiera llevar a cabo cabalmente esta misión de tal esposo v de tal padre, que conlleva
el más alto grado de dignidad y santidad después de María, era necesario que Dios, el Padre Omnipotente, lo
enriqueciese con gracias singulares y acumulase en él  abundantísimos carismas celestes. Y así lo hizo. En San
José el Padre del cielo sobreabundó en gracias, privilegios y dones.

Por su arte san José cumplió maravillosamente la misión que el Padre le había encomendado de custodio
de Jesús y de María; con prontitud extraordinariamente inenarrable estuvo siempre pronto a sus órdenes, obedeció
en todo y de manera ininterrumpida a la voluntad y designios de Dios. Y de tal manera agradó a Dios con su
obediencia que fue el dilecto de Dios y coronado de gloria y honor en el cielo, donde el Padre le ha dado un nuevo
oficio, una nueva misión: ayudar a la muy miserable condición humana con sus copiosos méritos, con el poder
omnipotente de su oración y obtener para todo el mundo –es Patrono de toda la Iglesia- con su valiosísima
intercesión lo que solo él puede conseguir, que no en vano sus peticiones a su Hijo Jesús, este la toma como
mandatos de su padre y los cumple siempre.

Se trata de un Decreto realmente singular sobre san José en el que por primera vez en los documentos
pontificios se llama al santo Patriarca padre putativo del Hijo unigénito de Dios, además del de esposo de María.
En él encontramos el primer tratadito oficial sobre san José, es verdad en miniatura, pero con referencia exacta a
sus títulos, grandeza, dignidad, santidad y misión extendida a todo el mundo.

                                                           P. Román Llamas,ocd


San José, primer patrono
Por
Joaquín Meli U.

Publicado:
19 Marzo 2018
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San José fue el padre adoptivo de Jesús


El padre Champagnat eligió a San José como primer patrono del Instituto.
La festividad de San José nos invita a recordar el artículo 76 de las Constituciones Maristas.

«Según la voluntad del Padre Fundador, honramos a San José, primer patrono del Instituto. Él nos
enseña la abnegación en el servicio. Le pedimos que nos haga partícipes de su amor a Jesús y a
María».

Marcelino Champagant era devoto de San José. Lo podemos ver claramente en dos testimonios. En
la carta 238, para agradecer a sus hermanos las felicitaciones por el año nuevo, expresa: “¿Quién
podrá, después de María, expresar mejor todo lo que sentimos, que San José, ¡ese gran santo! ¡ese
hombre seráfico!”. De igual manera en el Testamento Espiritual expresará: “En presencia de Dios y
bajo el amparo de la Santísima Virgen y de san José…” y más tarde recomienda a los hermanos: “A
la devoción a María juntad la del glorioso san José, su dignísimo esposo; ya sabéis que es uno de
nuestros primeros patronos…

Además, San José, es modelo de Educador Cristiano. San José educó a Jesús, quizá algunas de las
palabras de Jesús fueran palabras que aprendió de José. Seguro que le enseño quién era el Dios al
que alababan y que más tarde describirá como su “abba”. Seguro que le enseñó a trabajar, a
comportarse en la sinagoga y todo lo relacionado con su vida. Para Marcelino es modelo de
educador cristiano.
San José en Palabras de algunos Santos:

Decía San Efrén (306-372): Nadie puede alabar dignamente a José.

San Juan Crisóstomo (+407) afirma con relación a San José: No pienses, oh


José, que por haber sido concebido Cristo por obra del Espíritu Santo, puedes tú ser ajeno a esta
divina economía. Pues, aunque es cierto que no tienes parte alguna en su generación y la madre
permanece Virgen intacta, sin embargo, todo cuanto corresponde al oficio de padre, sin que atente
en modo alguno contra la virginidad, todo te es dado a ti. Tú le pondrás el nombre al hijo, pues tú
harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la imposición del nombre, te uno
íntimamente con el que va a nacer.
 
Santa Brígida (+1373), la gran mística, en sus Revelaciones, dice que un día le dijo la Virgen
María: José me sirvió tan fielmente que jamás oí de su boca una sola palabra de lisonja ni de
murmuración ni de ira, pues era muy paciente, cuidadoso en su trabajo y, cuando era necesario,
suave con los que reprendía, obediente en servirme, pronto defensor de mi virginidad, fidelísimo
testigo de las maravillas de Dios. Igualmente, estaba tan muerto al mundo y a la carne que no
deseaba más que las cosas celestiales.

San Francisco de Sales escribía a Santa Juana de Chantal el 19 de marzo de 1614: San José es


el santo de nuestro corazón, el padre de mi vida y de mi amor.
 

San Leonardo de Puerto Maurizio (+1751) decía: Honrad a Jesús, José y María. Grabad en


vuestro corazón con letras de oro esos tres nombres celestiales, pronunciadlos a menudo,
escribidlos en todas partes. Repetid, muchas veces al día esos nombres sagrados, y que estén
también en vuestros labios en el último suspiro.

San Alfonso María de Ligorio (+1787) escribió: Oh José, me alegro, porque Dios os ha juzgado
digno de ser padre de Jesús y habéis visto someterse a tu autoridad al que obedecen los cielos y la
tierra. Dios ha querido obedeceros. Por eso, yo quiero ponerme a tu servicio, honraros y amaros
como mi Señor y Maestro.
San Juan Bosco según se nos cuenta en sus Memorias biográficas, era muy
devoto de san José. Lo eligió como uno de los patronos del Oratorio, colocó a los alumnos artesanos
bajo su protección y lo proclamó protector de los exámenes de los estudiantes. A él recurría en sus
apuros y exhortaba a los demás a invocarlo. Varias veces al año, hablaba en la plática de la noche
sobre la eficacia de su intercesión, hacía celebrar la fiesta del patrocinio de san José el tercer
domingo después de Pascua y solía preparar a los alumnos con breves charlas llenas de fervor. Los
jóvenes santificaban el mes dedicado a este santo en la Iglesia, individualmente o por grupos libres,
pues no había prescripción reglamentaria, pero era tan grande la devoción que les había inspirado
que casi todos tomaban parte en aquella piadosa práctica. Don Bosco quiso siempre que hubiese un
altar dedicado a san José en todas las iglesias que él levantó. Tuvo una gran alegría y exteriorizó su
contento, cuando el Papa Pío IX lo proclamó patrono de la Iglesia universal; y estableció en 1871
que, en todas sus casas, lo mismo los estudiantes que los aprendices, debían celebrar su fiesta el
diecinueve de marzo, guardando completo descanso de todo trabajo, pues por aquellos años el
diecinueve de marzo no era día festivo.
En 1859 daba Don Bosco una prueba de su constante devoción a san José, añadiendo en el
devocionario “El joven cristiano” una práctica piadosa, memoria de los siete dolores y gozos de san
José; una oración al mismo santo para obtener la virtud de la pureza y otra para impetrar una buena
muerte con hermosas canciones religiosas en su honor.
 Y Don Bosco contaba lo siguiente: Hace pocos años, un pobre muchacho de Turín, que no había
recibido ninguna instrucción religiosa, fue un día a comprar una cajetilla de tabaco. Al volver donde
su compañeros, quiso leer la parte impresa en el envoltorio del tabaco. Era una oración a san José
para obtener la buena muerte... Tanto la estudió que se la aprendió de memoria y la rezaba cada
día, casi materialmente, sin intención alguna de alcanzar ninguna gracia.
San José no quedó insensible ante aquel homenaje, en cierto modo involuntario; tocó el corazón del
pobre joven, se presentó a Don Bosco y él le proporcionó la inestimable fortuna de llevarlo a Dios. El
joven correspondió a la gracia, tuvo oportunidad de instruirse en la religión que había descuidado
hasta entonces por ignorarla y pudo hacer bien su primera comunión. Al poco tiempo, cayó enfermo
y murió, invocando el nombre de san José, que le había obtenido la paz y el consuelo de aquellos
últimos momentos.
 

Santa Teresita del Niño Jesús dice en su Autobiografía: Rogué a san José que fuese mi
custodio. Desde mi infancia había sentido hacia él una devoción que se confundía con mi amor a la
Santísima Virgen. Con esto emprendí sin miedo mi largo viaje. Iba tan bien protegida que me parecía
imposible tener miedo.

Santa Bernardita Soubirous, la vidente de la Virgen en Lourdes, era muy


devota de san José. Cuando murió su padre en 1870, escogió a san José como su padre en la tierra.
Un día, una hermana la sorprendió rezando una novena a la Virgen delante de una imagen de san
José, y le dijo que eso estaba muy mal, porque debía rezar la novena delante de la imagen de la
Virgen. Pero ella le respondió:

- La Santísima Virgen y san José están perfectamente de acuerdo y en el cielo no hay celos ni
envidias.

Un día de 1872, se fue a hacer una visita a la iglesia y les dijo a las hermanas de la enfermería:
- Voy a hacer una visita a mi padre.
- ¿A vuestro padre?
- Sí, ¿no sabéis que ahora mi padre es san José?
Y decía: Cuando no se puede rezar, es bueno encomendarse a san José.
Cuando la enterraron el 30 de mayo de 1879, lo hicieron en la cripta subterránea de la capilla de san
José, en el jardín del convento y no en el cementerio público. En las Actas del proceso de
beatificación, una de las religiosas declaró que repetía frecuentemente la invocación: San José,
dame la gracia de amar a Jesús y a María como ellos quieren ser amados. San José, ruega por mí y
enséñame a rezar.
 
 Dice Santa Faustina Kowalska (1905-1938): San José me ha pedido tenerle una devoción
continua. Él mismo me ha dicho que rece diariamente tres veces el Padrenuestro, Avemaría y Gloria
y el “Acordaos” (que se reza en la Congregación). Me ha mirado con gran cordialidad y me ha hecho
conocer lo mucho que apoya esta Obra (de la misericordia) y me ha prometido su ayuda
especialísima y su protección. Rezo diariamente estas oraciones pedidas y siento su especial
protección.

San Josemaría Escribá de Balaguer, el fundador del Opus Dei dice: Tratad a


José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el
amable taller de Nazaret.
- Rezad por mí, invocando como intercesores a nuestra Madre santa María y a san José, nuestro
padre y señor, para que yo sea un sacerdote bueno y fiel.
- Si queréis un consejo, que repito incansablemente desde hace muchos años: Id a José (Gén 41,
55). Él os enseñará caminos concretos y modos humanos y divinos de acercarnos a Jesús.
Tratándole se descubre que el santo patriarca es además maestro de vida interior, porque nos
enseña a conocer a Jesús, a convivir con Él, a sabernos parte de la familia de Dios.
San José da esas lecciones siendo, como fue, un hombre corriente, un padre de familia, un
trabajador, que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos80.
Yo le llamo mi padre y Señor y, además, no me da vergüenza decir que lo quiero mucho.
Santa Teresa de Jesús es quizás la santa más conocida como gran
devota de San José. Siendo de votos solemnes en el monasterio de la Encarnación de Ávila, estuvo
cuatro días en coma en casa de su familia y todos pensaron que iba a morir.
Dice ella: Ya tenía día y medio abierta la sepultura en mi monasterio, esperando el cuerpo allá y
hechas las honras en uno de nuestros conventos de frailes fuera de aquí, pero quiso el Señor
tornase en mí (Vida 5, 10). La recuperación le costó tres largos años de sufrimiento. Pero se
recuperó totalmente y esto se lo atribuía a san José.
Dice: - Tomé por abogado y señor al glorioso san José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así
en esta necesidad como en otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío, me
sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la
haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio
de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado así del cuerpo como del alma; que a
otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, este glorioso santo
tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue
sujeto en la tierra, así en el cielo hace cuanto le pide... Querría yo persuadir a todos que fuesen
devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios;
no he conocido persona que de veras le sea devota y le haga particulares servicios, que no la vea
más aprovechada en la virtud... Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana
me alargara en decir muy por menudo las mercedes que me ha hecho este glorioso santo a mí y a
otras personas... Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere y verá por
experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devoción... Quien
no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará de
camino... él hizo que pudiese levantarme y andar y no estar tullida (Vida 6, 6-8).
En el día de la Asunción (1561), estando en un monasterio de la Orden del glorioso santo Domingo...
vínome un arrobamiento tan grande que casi me sacó fuera de mí... Parecióme que me veía vestir
una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me la vestía; después vi a
Nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre san José al izquierdo... Díjome Nuestra Señora
que le daba mucho contento que sirviera al glorioso san José, que creyese que lo que pretendía del
monasterio se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos.
Una vez, estando en una necesidad que no sabía qué hacer ni con qué pagar unos oficiales, me
apareció san José, mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no faltarían, que los
concertase y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por maneras que espantaban a los que lo
oían, me proveyó. Por eso, recomendaba encarecidamente a cada una de sus monjas: Aunque
usted tenga muchos santos por abogados, séalo en particular de san José que alcanza mucho de
Dios. Y les decía: Hijas, sean devotas de san José, que puede mucho.

Cuando nombraron a la Madre Teresa de Jesús Priora del convento de la Encarnación de Ávila, tuvo
que recurrir a todos sus santos protectores para poder aquietar a las religiosas descontentas. En la
silla de la Priora, colocó la imagen de la Virgen Nuestra Señora de la Clemencia, con las llaves del
convento en las manos. El sitial de la subpriora estaba ocupado por una imagen de san José. Y dice
ella misma: La víspera de san Sebastián (19 de enero de 1572) el primer año que vine a ser priora
en la Encarnación, comenzando la Salve, vi en la silla prioral, adonde está puesta Nuestra Señora,
bajar con gran multitud de ángeles la Madre de Dios y ponerse allí. A mi parecer, no vi la imagen
entonces, sino esta Señora que digo. Estuvo así toda la Salve y me dijo: Bien acertaste en ponerme
aquí. Yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo y se las presentaré.
Dice el padre Jerónimo Gracián, gran amigo de santa Teresa de Jesús: Ella puso sobre la portería
de todos sus monasterios que fundó, a Nuestra Señora y al glorioso san José; y en todas las
fundaciones llevaba consigo una imagen de bulto de este glorioso santo, que ahora está en Ávila,
llamándole fundador de esta Orden... Otras muchas cosas pudiera decir que han acaecido a esta
misma Madre con el glorioso san José por haberla confesado y haber sido su prelado mucho tiempo.
Como se ve por los escritos de Santa Teresa, trataba a san José como a un verdadero padre. Y lo
llamaba frecuentemente mi padre y señor san José, mi verdadero padre y señor, mi padre san José,
gloriosísimo padre nuestro san José, mi padre glorioso san José…

San Alberto Magno (1193-1280) dice que la utilidad del matrimonio de María y José para el
mundo es para que todos los cristianos tengan a la Virgen por madre y a san José por padre de sus
almas. Por eso, nosotros podemos llamar a san José nuestro padre, como lo han llamado muchos
santos y nosotros podemos seguir su ejemplo.

El beato Juan XXIII, apenas elegido Papa, ordenó que en la basílica del Vaticano, el altar de san
José fuera especialmente adornado y embellecido. En ese altar se celebra cada día una misa por la
paz del mundo. Durante el concilio Vaticano II lo nombró patrono del concilio y estableció que en el
canon romano de la misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de
María, y antes de los apóstoles, de los sumos Pontífices y de los mártires.
 

El padre Esteban Gobi, un verdadero santo, fundador del Movimiento


sacerdotal mariano, aprobado por la Iglesia, recibió un mensaje en el que le decía la Virgen
María: José fue para mí un esposo casto y fiel, un colaborador inestimable de la custodia amorosa
del Niño Jesús; silencioso y providente, trabajador, pendiente de que nunca nos faltara los medios
necesarios para nuestra humana existencia, justo y fuerte en el diario cumplimiento de la misión a él
confiada por el Padre celestial. ¡Con cuánto amor seguía cada día el admirable crecimiento de
nuestro divino hijo Jesús! Y Jesús le correspondía con un afecto filial y profundo. ¡Cómo lo
escuchaba y le obedecía, cómo lo consolaba y le ayudaba!... Imiten a mi amadísimo esposo José en
su oración humilde y confiada, en el fatigoso trabajo, en su paciencia y en su gran bondad.
SAN JOSÉ Y LA MADRE TERESA DE
CALCUTA.
Continuando con la sección que iniciamos la semana pasada sobre diferentes milagros realizados por la
intercesión de San José, hoy colgamos esta interesante anecdota ocurrida a una de las grandes mujeres
santas del siglo XX, la añorada Madre Teresa de Cálcuta.

Decía la Madre Teresa de Calcuta: Confiamos en el poder del nombre de Jesús y también en el poder
intercesor de san José. En los comienzos de nuestra Congregación, había momentos en los que no teníamos
nada. Un día, en uno de esos momentos de gran necesidad, tomamos un cuadro de san José y lo pusimos
boca abajo. Esto nos recordaba que debíamos pedir su intercesión. Cuando recibíamos alguna ayuda, lo
volvíamos a poner en la posición correcta.

Un día, un sacerdote quería imprimir unas imágenes para estimular y acrecentar la devoción a san José. Vino
a verme para pedirme dinero, pero yo tenía solamente una rupia en toda la casa. Dudé un momento en
dársela o no, pero finalmente se la di. Esa misma noche, volvió y me entregó un sobre lleno de dinero: cien
rupias. Alguien lo había parado en la calle y le había dado ese dinero para la Madre Teresa.
San José en el Diario de Santa Sor Faustina
2 de febrero [1936]. Por la mañana, al despertarme al sonido de la campanilla, me entró un sueño tan
grande que no logrando despertarme del todo, di un salto al agua fría y dos minutos después el sueño
se me quitó. Al venir a la meditación (70) se agolpó en mi cabeza toda una confusión de pensamientos
necios y luché durante toda la meditación. Lo mismo ocurrió durante las plegarias, pero cuando
comenzó la Santa Misa, en mi alma reinó una extraña calma y alegría. En ese momento vi a la
Santísima Virgen con el Niño Jesús y al Santo Anciano [221] que estaba detrás de Nuestra Señora. La
Santísima Virgen me dijo: Aquí tienes el tesoro más precioso. Y me dio al Niño Jesús. Cuando tomé
al Niño Jesús en brazos, la Virgen y San José desaparecieron; me quedé sola con el Niñito Jesús: Le
dije:
609 Sé que eres mi Señor y Creador, a pesar de ser tan pequeño. Jesús tendió sus bracitos y me miraba
sonriendo, mi espíritu estaba lleno de un gozo incomparable. De repente Jesús desapareció y la Santa
Misa llegó al momento de acercarse a la Santa Comunión. Fui en seguida con otras hermanas a tomar
la Santa Comunión con el alma llena [de su presencia]. Después de la Santa comunión (71) oí en el
alma estas palabras: Yo soy en tu corazón el mismo al que tuviste en tus brazos. Entonces rogué al
señor por cierta alma [222] para que le concediera la gracia en la lucha y le quitara esa prueba. Se
hará según pides, pero su mérito no disminuirá. Una alegria reinó en mi alma por ser Dios tan
bueno y tan misericordioso; Dios concede todo lo que pedimos con confianza. (Diario de Santa Sor Faustina
Kowalska, 208-209)
San José me pidió tenerle una devoción constante. Él mismo me dijo que rezara diariamente tres
oraciones y el Acuérdate [331] una vez al día. Me miró con gran bondad y me explicó lo mucho que está
apoyando esta obra. Me prometió su especialísima ayuda y protección. Rezo diariamente las oraciones
pedidas y siento su protección especial. (Diario, 203)
+ Cuando vine a la Misa de Medianoche, una vez empezada la Santa Misa, me sumergí toda en un
profundo recogimiento en el cual vi el portal de Belén lleno de gran claridad. La Virgen Santísima
envolvía a Jesús en los pañales, absorta en gran amor; San José, en cambio, todavía dormía. Sólo cuando
la Virgen colocó a Jesús en el pesebre, entonces la luz divina despertó a José que también se puso a orar.
Sin embargo, un momento después me quedé a solas con el pequeño Jesús que extendió sus manitas hacia
mí y comprendí que fue para que lo tomara en brazos. Jesús estrechó su cabecita a mi corazón y con una
mirada profunda me hizo comprender que estaba bien así. En aquel momento Jesús desapareció y sonó la
campanilla para (58) la Santa Comunión. Mi alma se desmayaba de alegría. (Diario, 1442)

Acuérdate a San José


MEMORARE A SAN JOSE
(Adaptado por SCTJM)

Acuérdate, oh guardián del Redentor y nuestro amoroso custodio, San José, que nunca se ha escuchado
decir que ninguno que haya invocado tu protección o buscado tu intercesión, no haya sido consolado. Con
esta confianza acudo a ti, mi amoroso protector, casto esposo de María, padre de los tesoros de Su Sagrado
Corazón. No deseches mi ardiente oración, antes bien recíbela con tu cuidado paterno y obtén mi
petición….(Aquí se menciona la petición)

Oh Padre, que en tu designio de amor elegiste a San José para ser esposo de la Santísima Virgen y el
custodio de los misterios de la Encarnación, concédenos, te imploramos que a través de su paternal
intercesión, recibamos las gracias de disponernos con generosidad y humildad de corazón a cumplir tus
designios de amor para nuestra vida y para nuestra Familia Espiritual. Amén.

¡San José, llévanos a nuestro hogar, dirige nuestros corazones al Corazón de la Madre y al Corazón del Niño!
San José, Custodio de los Misterios de amor de los Corazones Traspasados…. ruega por nosotros.
www.corazones.org/oraciones/memorare_sjose.htm

¡Acuérdate! ¡Oh castísimo esposo de la Virgen María y dulce protector mío, San José, que jamás se ha oído
decir que ninguno de los que han invocado tu protección e implorado tu auxilio haya quedado sin consuelo!

Animado con esta confianza, vengo a tu presencia y me encomiendo fervorosamente a tu bondad. No


desatiendas mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acógelas propicio y dígnate
socorrerme con piedad. Amén.
www.tengoseddeti.org/apuntes-del-camino/el-acuerdate-a-san-jose/
Acuérdate, oh ilustre Patriarca San José, y por testimonio de Santa Teresa, tu fiel devota, que jamás se ha
oído decir que aquel que invoque tu protección o solicite tu intercesión, no haya recibido consuelo. Lleno
de confianza en tu poder, vengo ante ti, mi amadísimo protector, castísimo esposo de María y padre
putativo del Salvador de los hombres. No deseches mis súplicas, más bien acógelas y obtén mi petición. Oh
Dios, que por Tu Providencia inefable elegiste a San José por esposo de Tu Santísima Madre, Te ruego, que
aquel a quien veneramos como nuestro protector en la tierra, pueda ser nuestro intercesor en el cielo, Tú
que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
https://www.tanbooks.com/index.php/oracion-a-san-jose-spanish-prayercard.html
https://www.tekton.info/oracion-acuerdate-san-jose/
San José, Patrono de la Iglesia Católica
 
USAL
  NOTICIAS USAL 23/12/2020

Por Germán Masserdotti, docente del Vicerrectorado de Formación

El 8 de diciembre de 1870, el papa beato Pío IX proclamó a San José como Patrono de la Iglesia Católica
mediante el decreto Quemadmodum Deus. El papa Francisco, el 8 de diciembre de 2020, recordó los 150 años de
esta proclamación con la Carta apostólica Patris corde. “El objetivo de esta Carta apostólica –precisa– es que
crezca el amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como
también su resolución”.
El Papa Francisco se detiene en algunos aspectos de la paternidad de san José: padre amado; padre en la
ternura; padre en la obediencia; padre en la acogida; padre de la valentía creativa; padre trabajador y padre en la
sombra.
“La grandeza de San José –recuerda el Papa– consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de
Jesús”. Con su predecesor san Pablo VI observa que la paternidad de San José se manifiesta en haber hecho de
su vida un servicio, “un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida”.
Como hizo el Señor con Israel, así San José “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el
padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os 11,3-4).
“En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en
Getsemaní”.
“La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta
acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo”.
“De José debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los
sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está siempre el Niño y
su madre”.
“Un aspecto que caracteriza a San José y que se ha destacado desde la época de la primera Encíclica social, la
Rerum novarum de León XIII, es su relación con el trabajo. San José era un carpintero que trabajaba
honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo
que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo”.
“La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este
hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de
confianza”.
La Carta Apostólica Patris corde se inscribe en el Año de San José convocado por el papa Francisco. Entre el 8 de
diciembre de 2020 y el 8 de diciembre de 2021 se podrán alcanzar indulgencias especiales de acuerdo al decreto
de la Penitenciaría Apostólica. En este Año especial dedicado a San José, el papa Francisco busca “cada fiel,
siguiendo su ejemplo, pueda fortalecer diariamente su vida de fe en el pleno cumplimiento de la voluntad de Dios”.
La indulgencia plenaria se concede en las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y
oración según las intenciones del Santo Padre) a los fieles que, con espíritu desprendido de cualquier pecado,
participen en el Año de San José en las ocasiones y en el modo indicado por esta Penitenciaría Apostólica.
— a. San José, auténtico hombre de fe, nos invita a redescubrir nuestra relación filial con el Padre, a renovar
nuestra fidelidad a la oración, a escuchar y responder con profundo discernimiento a la voluntad de Dios. La
Indulgencia plenaria se concede a aquellos que mediten durante al menos 30 minutos en el rezo del Padre
Nuestro, o que participen en un retiro espiritual de al menos un día que incluya una meditación sobre San José;
— b. El Evangelio atribuye a San José el título de “hombre justo” (cf. Mt 1,19): él, guardián del “íntimo secreto que
se halla en el fondo del corazón y del alma”, depositario del misterio de Dios y, por tanto, patrono ideal del foro
interior, nos impulsa a redescubrir el valor del silencio, de la prudencia y de la lealtad en el cumplimiento de
nuestros deberes. La virtud de la justicia practicada de manera ejemplar por José es la plena adhesión a la ley
divina, que es la ley de la misericordia, “porque es precisamente la misericordia de Dios que lleva a cumplimiento la
verdadera justicia”. Por lo tanto, aquellos que, siguiendo el ejemplo de San José, realicen una obra de misericordia
corporal o espiritual, también podrán lograr el don de la Indulgencia plenaria;
— c. El aspecto principal de la vocación de José fue ser custodio de la Sagrada Familia de Nazaret, esposo de la
Santísima Virgen María y padre legal de Jesús. Para que todas las familias cristianas sean estimuladas a recrear el
mismo clima de íntima comunión, amor y oración que se vivía en la Sagrada Familia, se concede la Indulgencia
Plenaria por el rezo del Santo Rosario en las familias y entre los novios.
— d. El 1 de mayo de 1955, el Siervo de Dios Pío XII instituyó la fiesta de San José obrero, “con la intención de
que todos reconozcan la dignidad del trabajo y que ella inspire la vida social y las leyes fundadas sobre la
equitativa repartición de derechos y de deberes”. Podrá, por lo tanto, conseguir la indulgencia plenaria todo aquel
que confíe diariamente su trabajo a la protección de San José y a todo creyente que invoque con sus oraciones la
intercesión del obrero de Nazaret, para que los que buscan trabajo lo encuentren y el trabajo de todos sea más
digno.
— e. La huida de la Sagrada Familia a Egipto "nos muestra Dios está allí donde el hombre está en peligro, allí
donde el hombre sufre, allí donde huye, donde experimenta el rechazo y el abandono”. Se concede la indulgencia
plenaria a los fieles que recen la letanía de San José (para la tradición latina), o el Akathistos a San José, en su
totalidad o al menos una parte de ella (para la tradición bizantina), o alguna otra oración a San José, propia de las
otras tradiciones litúrgicas, en favor de la Iglesia perseguida ad intra y ad extra y para el alivio de todos los
cristianos que sufren toda forma de persecución.
Conviene recordar, por último, que el papa Francisco inició solemnemente el Sumo Pontificado como sucesor de
San Pedro el 19 de marzo de 2013. En la homilía afirmó: “Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio
del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente,
Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el
amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero
poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que
tiene su culmen luminoso en la cruz”.
Hoy es la fiesta de San José Obrero, patrono de los
trabajadores
Redacción ACI Prensa

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¡Feliz Fiesta de San José Obrero!

El 1 de mayo la Iglesia celebra la Fiesta de San José Obrero, patrono de los


trabajadores, fecha que coincide con el Día Mundial del Trabajo. Esta
celebración litúrgica fue instituida en 1955 por el Siervo de Dios, Papa Pío XII,
ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.

El Santo Padre pidió en esa oportunidad que “el humilde obrero de Nazaret,
además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero
manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias”.
Pío XII quiso que el Santo Custodio de la Sagrada Familia, “sea para todos los
obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y
defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo”.
Por su parte, San Juan Pablo II en su encíclica a los trabajadores “Laborem
exercens” destacó que “mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la
naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí
mismo como hombre, es más, en un cierto sentido ‘se hace más hombre’”.
Posteriormente, en el Jubileo de los Trabajadores en el 2000, el Papa de la
Familia dijo: “Queridos trabajadores, empresarios, cooperadores, agentes
financieros y comerciantes, unid vuestros brazos, vuestra mente y vuestro
corazón para contribuir a construir una sociedad que respete al hombre y su
trabajo”.

“El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Cuanto se realiza al
servicio de una justicia mayor, de una fraternidad más vasta y de un orden
más humano en las relaciones sociales, cuenta más que cualquier tipo de
progreso en el campo técnico”, añadió”.
DEVOCIÓN DEL BEATO JUAN XXIII A SAN
JOSÉ

Quiero recordar algunos detalles de la devoción del Papa bueno al bueno de San José ¡Qué bueno es San José!
decía santa Teresita.

           

Dejo los documentos escritos, veintiuno los más destacados, en los que aparece la valoración altísima que tiene de
san José y su grandísima devoción, -no perdía ocasión de vivirla y de promoverla- y me limito a algunos hechos
más destacados de su amor a San José. Juan XXIII es, sin duda el Papa más josefino de la historia de la Iglesia
Recuerdo que en el bautismo recibió los nombres de Ángelo José, siguiendo la tradición familiar El nombre de José
le marcó para toda su vida. Bebió la devoción a San José con la leche materna. En su casa del Sotto il Monte el
cuadro del santo Patriarca era objeto de veneración ininterrumpida. A él se dirigían todos en cada circunstancia,
mayores y niños, manteniéndolo asociado a su Esposa la Virgen María y al Niño Jesús que estrechaba contra su
pecho. El mes de marzo trascurría entero en piadosas lecturas josefinas y en ingenuas invocaciones titánicas y los
miércoles de cada semana de todo el año estaban dedicados al santo Patriarca. José Roncalli, desde joven,
amaba decorar las paredes de su dormitorio y su sala de trabajo con estampas populares de San José.

            La víspera de su ordenación episcopal tomó una solemne decisión: Asumo ahora y por siempre el nombre
de José, que además me fue impuesto en el bautismo, en honor del querido Patriarca que será mi primer patrón
después de Jesús y de María y mí ejemplar.

            El mismo dijo. He caminado con san José toda mi vida... No sé empezar mi jornada ni terminarla sin que mi
primera palabra y mi último pensamiento se dirijan a él, (a san José).

            El Papa Juan XXIII se alargaba –dice su secretario- hablando del Santo como si le conociese
personalmente, como si se tratase de un amigo suyo con el cual viviese en íntima familiaridad y se dirigía a él con
candor sorprendente.

            Tiene expresiones, hablando de San José, de una sencillez encantadora: En las cosas difíciles yo me
vuelvo a él y siempre me escucha. José va siempre adelante con calma y con su asnillo y llega a la meta con
seguridad. Tened confianza en él que habla poco, quizás nada, pero lo puede todo.

            Al decidir escoger un patrono para el Concilio Vaticana II opta por san José porque a ninguno de los
protectores celestiales puede confiárselo mejor  que a él,  Cabeza augusta de la Sagrada Familia y Protector de la
santa Iglesia, para alcanzar la ayuda del cielo en la preparación y desarrollo del Concilio, que no pide para su
realización y su éxito más que luz de verdad y de gracia, disciplina de estudio y de silencio, paz serena de las
mentes y de los corazones.(Letras apostólicas del 19 de marzo de 1961).

            Y cando lo declaró patrono del Concilio escribió: “Así, pues, confiando en la ayuda del Redentor divino,
`principio y fin de todas las cosas, de su augusta Madre la Santísima Virgen María y de San José, a quien desde el
principio confiamos tan gran acontecimiento, nos parece llegado el momento de convocar el Concilio ecuménico
Vaticano II” (Humanae salutis, 25 de diciembre de 1961).

            Esta devoción a san José aparece particularmente  en el hecho de incluir el nombre de San José
inmediatamente después del de su Esposa la Virgen María en el canon romano, atendiéndola clamor de miles de
voces que habían llegado de todo el mundo de cardenales, obispos y fieles y lo hizo con gran gozo de su   corazón.
Y entró en vigor el 8 de diciembre de 1962.

            El último acto público de su devoción a San José es la inauguración de un altar a San José en la Basílica
de San Pedro. En la tarde del 19 de marzo de 1963 Juan XXIII se paraba en el crucero de izquierda de la Basílica
de San Pedro para descubrir y bendecir el nuevo mosaico del altar dedicado a San José. La ceremonia de esta
tarde ha sido encanto, suavidad y estímulo para nuestra alma. Era su deseo cumplir con este acto de piedad hacia
el Esposo castísimo de María y Custodio de Jesús y coronar de esta manera el voto del corazón de que se
encienda también en el templo máximo de la Cristiandad la devoción a San José, protector de la Iglesia y protector
del Vaticano II. La coincidencia con mi onomástica y con el 38º aniversario de mi consagración episcopal no podía
ser ni más conmovedora ni más significativa.

            En la alocución a los cardenales, cuando le felicitaron por  su santo les recuerda que “se nos ha dicho y lo
hemos experimentado con íntimo gozo que antes y después de las congregaciones generales, del Vaticano II, en
San Pedro, en los días del concilio ecuménico se notaba un grupo notable de padres   en oración ante el altar del
Santo…Aceptad el voto que Nos hacemos, señores cardenales, de que ese altar al paso que sea motivo de
mayores peregrinaciones, sea también fuente de consuelo y de favores celestiales”

P. Román Llamas,ocd.
San José en el pensamiento de Benedicto XVI
Published: Thursday, 05 June 2014 04:26 | Written by Super User | Print | Email | Hits: 6261

PENSAMIENTOS SOBRE SAN JOSÉ  DEL PAPA EMÉRITO BENEDICTO XVI

1 de marzo: ITINERARIO HUMANO Y ESPIRITUAL DE JOSÉ

José ha vivido a la luz del misterio de la encarnación. No sólo con una cercanía física, sino también con la atención del corazón. José
nos da a conocer el secreto de una humanidad que vive en presencia del misterio, abierta a él mediante los detalles más concretos de la
existencia. En él no hay separación entre fe y acción.

(18 III 2009)

2 de marzo: JOSÉ HOMBRE JUSTO

La fe de José orienta de manera decisiva su acción. Paradójicamente, es actuando, asumiendo por tanto las propias responsabilidades,
como mejor se aparta él, para dejar a Dios la libertad de llevar a cabo su obra, sin interponer obstáculos, José es un “hombre justo”
(Mt 1,19), porque su vida está “ajustada” a la palabra de Dios.

(18 III 2009)

3 de marzo: MARÍA Y JOSÉ EDUCADORES DE JESÚS

Preguntémonos: ¿De quién había aprendido Jesús el amor a las “cosas” de su padre? Ciertamente, como hijo tenía un conocimiento
íntimo de su Padre, de Dios, una profunda relación personal y permanente con él, pero en su cultura concreta, seguro que aprendió de
sus padres las oraciones, el amor al templo y a las instituciones de Israel. Así pues, podemos afirmar que la decisión de Jesús de
quedarse en el templo era fruto sobre todo de su íntima relación con el Padre, pero también de la educación recibida de María y de
José.

(27 XII 2009)

4 de marzo: LAS NUPCIAS DE JOSÉ Y MARÍA

San José, una figura querida y cercana para el corazón del pueblo de Dios y para mi corazón. Las nupcias entre José y María se trata
de un episodio que reviste gran importancia. José era del linaje real de David y, en virtud de su matrimonio con María, conferirá al
Hijo de la Virgen –al Hijo de Dios- el título legal de “hijo de David”, cumpliendo así las profecías. Son, por tanto, un acontecimiento
humano, pero determinante en la historia de salvación de la humanidad, en la realización de las promesas de Dios; de modo que
también tienen una connotación sobrenatural, que los dos protagonistas aceptan con humildad y confianza.

(5 VII 2010)
 

5 de marzo: LA PRUEBA DE LA FE PARA JOSÉ

Muy pronto para José llega el momento de la prueba, una dura prueba para su fe. Prometido de María, antes de ir a vivir con ella,
descubre su misteriosa maternidad y queda turbado. El evangelista Mateo subraya que, como era justo, no quería repudiarla y, por
tanto, resolvió despedirla en secreto (cf Mt 1,19). Pero en sueños el ángel le hizo comprender que lo que sucedía en María era obra del
Espíritu Santo; y José, fiándose de Dios, accede y coopera en el plan de la salvación. Ciertamente, la intervención divina en su vida no
podía no turbar su corazón.

(5 VII 2010)

6 de marzo: JOSÉ CONFIÓ EN DIOS

Confiarse a Dios no significa ver todo claro según nuestros criterios, no significa realizar lo que hemos proyectado; confiarse a Dios
quiere decir vaciarse de sí mismos, renunciar a sí mismos, porque sólo quien acepta perderse por Dios puede ser "justo" como san
José, es decir, puede conformar su propia voluntad a la de Dios y así realizarse.

(5 VII 2010)

7 de marzo: HUMILDAD Y SILENCIO DE SAN JOSÉ

El Evangelio, como sabemos, no ha conservado ninguna palabra de san José, el cual desempeñó su actividad en silencio. Es el estilo
que lo caracteriza en toda su existencia, tanto antes de encontrarse frente al misterio de lla acción de Dios en su esposa, como cuando
- consciente de este misterio - está al lado de María en el nacimiento.

(5 VII 2010)

8 de marzo: FIDELIDAD DE SAN JOSÉ AL DESIGNIO DE DIOS

La escena dramática de la huida a Egipto: para escapar de la violencia homicida de Herodes. José se ve obligado a dejar su tierra con
su familia, de prisa: se trata de otro momento misterioso en su vida; otra prueba en la que se le pide plena fidelidad al designio de
Dios.

(5 VII 2010)

9 de marzo: LA PARTERNIDAD DE JOSÉ

Después, en los Evangelios, José aparece sólo en otro episodio, cuando se dirige a Jerusalén y vive la angustia de perder al hijo Jesús.
San Lucas describe la afanosa búsqueda y la maravilla de encontrarlo en el Templo, pero aún más el asombro de sentir las misteriosas
palabras: “¿Por qué me buscan? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,49). Estas dos preguntas del hijo de
Dios nos ayudan a entender el misterio de la paternidad de José.

(5 VII 2010)

10 de marzo: JOSÉ, DISCÍPULO DE JESÚS

Recordando a sus padres el primado de aquel al que llama “mi Padre”, Jesús afirma la primacía de la voluntad de Dios sobre cualquier
otra voluntad, y revela a José la verdad profunda de su papel: también él está llamado a ser discípulo de Jesús, dedicando su existencia
al servicio del Hijo de Dios y de la Virgen Madre, en obediencia al Padre celestial.

(5 VII 2010)

11 de marzo: JOSÉ EN SU TALLER


José en su taller de Nazaret: a su lado trabajó Jesús. El Hijo de Dios está escondido para los hombres y solo María y José custodian su
ministerio y lo viven cada día: el Verbo encarnado crece como hombre a la sombre de sus padres, pero, al mismo tiempo, éstos
permanecen a su vez escondidos en Cristo, en su misterio, viviendo su vocación.

(5 VII 2010)

12 de marzo: LA SENCILLEZ Y LA HUMANIDAD DE JOSÉ

Los valores de la sencillez y de la humanidad, a la hora de cumplir diariamente la voluntad de Dios, son valores que caracterizaron la
vida silenciosa, pero preciosa del Custodio del Redentor. A su intercesión encomiendo los anhelos de la Iglesia y del mundo. Que,
junto con la Virgen María, su esposa, guíe siempre mi camino y el de ustedes, a fin de que seamos instrumentos gozosos de la paz y
de la salvación.

(5 VII 2010)

13 de marzo: JOSÉ SE CONFÍA A DIOS

San José anuncia los prodigios del Señor, dando testimonio de la virginidad de María, de la acción gratuita de Dios, y custodiando la
vida terrena del Mesías. Veneremos, por tanto, al padre legal de Jesús, porque en él se perfila el hombre nuevo, que mira con fe y
valentía al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía totalmente a la infinita misericordia de Aquel que realiza las
profecías y abre el tiempo de la salvación.

(19 XII 2010)

14 de marzo: JOSÉ PROTECTOR DE LOS PASTORES

A san José, patrono universal de la Iglesia, deseo confiar a todos los pastores, exhortándolos a ofrecer “a los fieles cristianos y al
mundo entero la humilde y cotidiana propuesta de las palabras y de los gestos de Cristo”.

(19 XII 2010)

15 de marzo: JOSÉ Y MARÍA AMAN A JESÚS

¡Cuán importante es que cada niño, al venir al mundo, sea acogido por el calor de una familia! No importan las comodidades
exteriores: Jesús nació en un establo y como primera cuna tuvo un pesebre, pero el amor de maría y de José le hizo sentir la ternura y
la belleza de ser amado. Esto es lo que necesitan los niños: el amor del padre y de la madre. Esto es lo que les da seguridad y lo que, al
crecer, les permite descubrir el sentido de la vida.

(26 XII 2010)

16 de marzo: SAN JOSÉ AMÓ A MARÍA

La capacidad de María de vivir de la mirada de Dios es, por decirlo así, contagiosa. San José fue el primero en experimentarlo. Su
amor humilde y sincero a su prometida esposa y la decisión de unir su vida a la de María lo atrajo e introdujo también a él, que ya era
un “hombre justo” (Mt 1,19), en una intimidad singular con Dios. En efecto, con María y luego, sobre todo, con Jesús, él comienza un
nuevo modo de relacionarse con Dios, de acogerlo en su propia vida, de entrar en su proyecto de salvación, cumpliendo su voluntad.

(28 XII 2011)

17 de marzo: LA CASA SENCILLA Y EL TALLER DE JOSÉ

José, según la tradición judía, habrá dirigido la oración doméstica tanto en la cotidianidad- por la mañana, por la tarde, en las
comidas-, como en las principales celebraciones religiosas. Así, en el ritmo de las jornadas transcurridas en Nazaret, entre la casa
sencilla y el taller de José, Jesús aprendió a alternar oración y trabajo, y a ofrecer a Dios también la fatiga para ganar el pan necesario
para la familia.

(28 XII 2011)

18 de marzo: LA SAGRADA FAMILIA, MAESTRA DE ORACIÓN

La Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica, llamada a rezar unida. La familia es Iglesia Doméstica y debe ser la primera
escuela de oración. En la familia, los niños, desde la más temprana edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la
enseñanza y el ejemplo de sus padres: vivir en un clima marcado por la presencia de Dios. Una educación auténticamente cristiana no
puede prescindir de la experiencia de a oración. Si no se aprende a rezar en la familia, luego será difícil colmar ese vacío.

(28 XII 2011)


San José, esposo de María
Después de Dios, nada hay tan grande y excelso como su Madre Santísima. Después de María, no
puede imaginarse nada más sublime que su virginal Esposo y el Padre nutricio de Jesús.

ESTUDIO TEOLÓGICO DE LA PERSONA Y MISIÓN DE SAN JOSÉ

Los teólogos han tardado muchos siglos en poner de manifiesto la dignidad y el papel
excepcional que hubo de desempeñar en este mundo el humilde carpintero de Nazareth.
El pueblo cristiano, en cambio, intuyó desde siempre, con sobrenatural sentido la
grandeza de San José.

"Nunca las intuiciones cordiales han llevado tanta delantera a la teología como en el
caso de San José. La especulación teológica entretenida con graves cuestiones tardó
mucho en considerar al Santo Patriarca … Cierta ocasión una viejecita para dar razón de su gran
devoción a San José contestó: -¿No ve usted que lleva al Niño en sus brazos?" (P.B. Llamera,
Teología de San José, BAC, Madrid, 1953, p.XV).

Efectivamente, toda la grandeza de San José se desprende de ese hecho al parecer tan natural y
sencillo: llevar al Niño Jesús en sus brazos. Todo lo demás son consecuencias que se desprenden
espontáneamente como fruta madura del árbol.

Un estudio teológico sobre la Persona y la Misión de la Santísima Virgen María no puede darse por
concluído sin una exposición sobre la Persona y la Misión de San José, al considerar con palabras
de la Escritura que "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt. 1,16). Consta por la
Revelación que José es inseparable de *María y de jesús. Si Dios ha unido a "1a trinidad de la
tierra", la ciencia teológica y la piedad no pueden ni deben separarlos.

Criterios para su estudio

El estudio teológico sobre San José tiene su fundamento en la Revelación, tal Y como lo muestra la
Escritura y la Tradición y ha sido declarado por el Magisterio de la Iglesia. Sobre esa base, la
reflexión teológica trata de descubrir todas las virtualidades que encierran las enseñanzas
magisteriales y el sentir de la piedad de] pueblo cristiano.

El Magisterio enseña, como principios fundamentales de la teología sobre San José, estos dos: Ser
el Esposo de María y Padre castísimo de Jesús.

… las causas y razones especiales de ello es el haber sido Esposo de María y Padre, según se creía,
de jesucristo. De esto se deriva toda su dignidad, gracia, santidad y gloria" (León XIII, Enc.
Quamquam pluries, 15- VIII-1889).
En la literatura cristiana encontramos las manifestaciones de un largo y lento proceso de la
reflexión teológica sobre San José. Así por ejemplo, entre otros, hablan de él: San Ireneo, Orígenes,
San Ambrosio, San Epifanio, San Agustín. En la edad media: Gerson, San Bernardo; más tarde
Santa Teresa de Jesús y, recientemente, el Venerable Josemaría Escrivá de Balaguer.

San José, Esposo de María

a) Sagrada Escritura

“A una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la
virgen era María" (Lc. 1,27).

"Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo" (Mt. 1,16).

“Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su
mujer" (Mt. 1,24).

(cfr. Mt. 2, 13.18.22).

b) Tradición

Los Padres de la Iglesia profundizan en los datos revelados y así, por ejemplo:

San Ireneo: "Persuadido José y sin duda de ninguna clase, tomó a María por esposa, y en clima de
alegría prestó sus servicios en todo lo que quedaba para la educación de Cristo … Y lo tomaban
como padre del Niño" (PG. 7,1048).

San Agustín: "Pues como el suyo era matrimonio y matrimonio virginal, así lo que la Esposa dio a
luz virginalmente, ¿por qué no iba a aceptarlo castamente el esposo? Pues lo mismo que la Esposa
lo era en castidad, en castidad era el esposo; y lo mismo que Ella fue casta Madre, él fue casto
padre" (Sermo 51; PL. 38, 348).

San Bernardo: "José es el servidor fiel y prudente a quien el Señor constituyó para ser el consuelo
de su Madre, el padre nutricio de su carne y el único cooperador fidelísimo sobre la tierra del
gran designio de la Encarnación" (Sermo, Super missus est,2,16).

c) Magisterio de la Iglesia

,"A San José le hizo Dios Señor y Príncipe de su casa…Ya que tuvo como esposa a la Inmaculada
Virgen María, de quien por obra del Espíritu Santo nació Nuestro Señor Jesucristo, quien, entre los
hombres, se dignó ser tenido como hijo de José, y a él estuvo sometido" (Pio IX, Decr. Patrocinio
de San José, 8-XII-1870).

José esposo de María y padre, según se creía, de Jesucristo … Si Dios concedió a la Virgen a José
como esposo, se lo dió en verdad no ya sólo como compañero de la vida, testigo de la virginidad y
defensor del honor, sino también partícipe de su excelsa dignidad, en virtud de la misma alianza
matrimonial" (León XIII, Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889).

"Custodio purísimo de María Santísima y padre putativo del Redentor" Juan XXIII, Aloc. 28-11-
1962).

", Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de
Nazareth. Lo que se ha cumplido en Ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una
especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María" (Juan Pablo II,
Enc. Redemptoris custos, n.23).

Padre legal y virginal de Jesús

a) Sagrada Escritura

""Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo (Mt. 1,16).

"María dijo al ángel: ¿de qué modo se hará esto, pues no conozco varón?" (Lc. 1,34).

" … mira cómo tu padre y yo, angustiados te buscábamos … Y bajó con ellos, y vino a Nazareth, y
les estaba sujeto`* (Lc. 2,48.51).

"Jesús … según se pensaba, hijo de José” (Lc. 3, 23).

“¿No es éste el hijo del artesano…" (Mt. 13, 55).

b) Tradición

San Bernardo: "José… a quien manifestó los secretos y misterios de su sabiduría y le dio el
conocimiento de aquel misterio, que ninguno de los príncipes de este mundo conoció; a quien, en
fin, se concedió no sólo ver y oír al que muchos reyes y profetas, queriéndolo ver, no lo vieron y
queriéndolo oír no lo oyeron, no sólo verlo y oírlo, sino tenerlo en sus brazos, llevarlo de la mano,
abrazarlo, besarlo, alimentarlo y aguardarlo" (Sermo, Super missus est,2,16).

San Francisco de Sales: -`Acostumbro decir que, si una paloma llevase en su pico un dátil y lo
dejara caer en un jardín, ¿no se diría, acaso, que la palmera que de el provendría pertenece al dueño
del jardín? Pues si esto es así, ¿quien podra dudar que el Espíritu Santo, habiendo dejado caer este
divino dátil, como divina paloma, en el jardín cerrado de la Santísima Virgen, el cual pertenecía a
San José, como la mujer esposa pertenece al esposo, quien dudará, digo, que se puede afirmar con
toda verdad que esa divina palmera -Jesús- que produce frutos de inmortalidad pertenece por entero
a San José?" (Obras completas, t.3, p.541, Ed. Vives).

Bernardino de Laredo: "Así como la más elegible, más amable y más digna de ser servida y
reverenciada criatura que Dios crió, es nuestra muy gran Señora, así, después de Ella, no cabe que
se dé a otro la ventaja, sino a aquel que escogió Dios ab aeterno para fidelísimo esposo y custodio y
compañero de ésta suavísima Virgen, y para testigo firmísimo Y fidelísimo de su inocencia y
pureza virginal…El sapiéntisimo Niño que se deleita y descansa en el gremio y en los brazos de su
amantísimo siervo, ayo, y padre putativo del glorioso San José" (Josefina, Ed. Rialp, 1977,
facsímiles, pp.16-17).

c) Magisterio de la Iglesia

"El matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la
protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que
la paternidad de José pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia" (Juan
Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.7). "San José ha sido llamado por Dios para servir
directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad" (Ibidem,
n.8).

Confrontar, además, los textos del Magisterio que antes hemos citado sobre San José, como esposo
de María.

DIGNIDAD Y EXIMIA SANTIDAD DE JOSE

Dignidad de San José

La dignidad de San José se desprende de su condición de esposo de María y padre virginal y legal
de Jesús. De éstas relaciones con Jesús y con María se deduce de modo inefable su relación con la
Santísima Trinidad como lo expresa el siguiente texto pontificio.

"He aquí el misterio, el secreto de la divina Encarnación, de la Redención, que la Santísima


Trinidad revela al hombre. Realmente es imposible subir más alto. Estábamos en el orden de la
unión hipostática, de la unión personal de Dios con el hombre. Es en este momento cuando Dios
nos invita a considerar al humilde y gran santo; es en este momento cuando Dios pronuncia la
palabra que explica todas las relaciones existentes entre San José y todos los grandes profetas y los
demás grandes santos, aun aquellos que han desempeñado misiones públicas de gran relieve, como
los Apóstoles. No hay honor que supere al de haber recibido la revelación de la unión hipostática
del Verbo de Dios … El divino Redentor es la fuente de toda gracia; después de El está María, la
dispensadora de los tesoros celestiales. Pero, si alguna cosa hubiese que pudiera despertar en
nosotros una confianza todavía mayor, lo sería, en cierta manera, el pensar que José es el único que
puede hacerlo todo así con el divino Redentor como con su Madre divina, y eso de tal manera y
con tal autoridad que sobrepasa la de un mero administrador o guardían … En consecuencia,
nuestra confianza con este Santo debe ser muy grande, puesto que se funda en tan prolongadas,
más aún, en tan únicas relaciones con las mismas fuentes de la gracia y de la vida, la Santísima
Trinidad" (Pio XI, Homilía, 19-111- 1935).

Como se desprende de este testimonio, San José tiene una dignidad tan alta y es tanta su grandeza
que tiene primacía sobre todo otro santo en virtud de las relaciones que sólo a él correspondió
mantener con María y, a través de Ella, con Jesús y la Santísima Trinidad.
Eximia santidad

La santidad de San José está muy por encima de los Patriarcas y Profetas del Antiguo Testamento,
de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes y aun de los mismos Angeles.

a) Razones teológicas

la) La razón teológica de la santidad de San José, la establece Santo Tomás de Aquino cuando dice:
"Cuanto alguna cosa recibida se aproxima más a la causa que la ha producido, tanto más participa
de la influencia de esa causa" (S. Th. III , q.7, a.1). La causa única de donde procede toda santidad
es el mismo Dios. Luego cuanto más próxima o cercana a Dios esté una criatura, tanto más
participará de su infinita santidad. Nadie como San José -después de Jesús y de María- se ha
acercado tanto a Dios, luego hay que concluir que su santidad excede a cualquier criatura humana o
angélica.

2a) Lo mismo se puede afirmar en virtud de los siguientes principios ciertos en teología:

a) Dios da a cada uno la gracia según aquello para lo que es elegido;

b) una misión divina excepcional requiere una santidad proporcionada.

San José recibió de Dios la gracia necesaria para ser digno esposo de María y digno padre de Jesús.
Su misión fue única e irrepetible en la historia de la salvación. A tanta gracia y a tan alta misión
correspondió de modo admirable pues la misma Escritura lo llama hombre justo (Mt. 1, 19), luego
debemos concluir que su santidad excede a todos sin excepción alguna.

La eximia santidad de San José y el carácter especial del culto que la Iglesia le rinde, ha movido a
los teólogos a aplicarle a su culto el título de suma dulía, que expresa su inferioridad frente al culto
a María de hiperdulía y, su superioridad respecto al de los santos, de simple dulía.

b) Las virtudes de San José

»"Brillan en él, sobre todo, las virtudes de la vida oculta, en un grado proporcionado al de la gracia
santificante: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad, que no
puede ser quebrantada por ningún peligro; la sencillez, la fe, esclarecida por los dones del Espíritu
Santo; la confianza en Dios y la más perfecta caridad. Guardó el depósito que se le confiara con
una fidelidad proporcionada al valor de este tesoro inestimable" (Garrigou-Lagrange, R., San José,
Buenos Aires, 1947, p.301).

"¿Cómo acertar a referir los progresos de su santidad al contacto de Jesús y en la sociedad más
íntima con la Madre de Dios? No eran los sacramentos los que obraban en él, era el Autor de los
sacramentos y de la gracia. Si Jesús les ha comunicado a sus sacramentos tanta gracia para
santificar las almas, ¿como podían, por ventura, sus caricias, su sonrisa, su contacto, aun cuando de
un modo distinto, producir efectos mucho más maravillosos? ¿Qué era la vida de San José sino una
comunión continua con Jesús y con la plenitud de la santidad que habitaba en El: por los ojos, que
con tanta frecuencia descansaban en Jesús; por la boca, cuando San José besaba con tanto amor al
divino Niño; por el contacto, cuando Jesús descansaba entre sus brazos; por el pensamiento, que se
volvía sin cesar a Jesús y a María; por toda pena, por toda prueba, por toda alegría, por todo
trabajo, por todo movimiento? … Pues nada existía en su vida que, por el sacrificio, la abnegación,
el amor, no pusiese en contacto su alma con el alma de Jesús" (Sauvé, C., San José, Barcelona,
1915, p.361).

El Evangelio llama a San José hombre justo (Mt. 1, 19). "Una alabanza más rica de virtud y más
alta en méritos no podría aplicarse a un hombre … Un hombre … que tiene una insondable vida
interior, de la cual le llegan órdenes y consuelos singulares, y la lógica y la fuerza, propia de las
almas sencillas y limpias, de las grandes decisiones, como la de poner en seguida, a disposición de
los planes divinos, su libertad…" (Pablo VI, Homilía, 19-111-1969).

“San José habla poco pero vive intensamente, no sustrayéndose a ninguna responsabilidad que la
voluntad del Señor le impone. Nos ofrece ejemplo atrayente de disponibilidad a las llamadas
divinas, de calma ante todos los acontecimientos, de confianza plena, derivada de una vida de
sobrehumana fe y caridad y del gran medio de la oración" (Juan XXIII, Alocución, 17-111-1963).

"Expresión cotidiana de amor en la vida de la Familia de Nazareth es el trabajo. El texto evangélico


precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de
carpintero … La obediencia de Jesús en la casa de Nazareth, es entendida también como
participación en el trabajo de José. El que era llamado el hijo del carpintero había aprendido el
trabajo de su padre putativo. El trabajo humano y, en particular el trabajo manual tienen en el
Evangelio un significado especial … José acerco el trabajo humano "al misterio de la redención"
(Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.22).

MAESTRO DE LA VIDA INTERIOR

La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con El.
Por ello, San José, mejor que ningún otro santo sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por esta
razón la tradición cristiana recoge las palabras de la Escritura: "Ite ad Ioseph" (Gén. 41, 55), id a
José, para tratar a Jesús.

Escribe santa Teresa de Jesús: (Vida, c. 6, nn. 6-8). "Querría yo persuadir a todos fueren devotos de
este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios.

Así como a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; de este
glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que
así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar,
así en el cielo hace cuanto le pide.

Quien no hallare maestro que le enseñe a hacer oración, tome este glorioso santo por maestro y no
errará en el camino" (Vida, c.6, nn.6-8).
Uno de los maestros de espiritualidad -como dijo el Emmo. Cardenal Primado de España- que más
han meditado sobre la figura de San José, a quien amaba y veneraba con un cariño teologal y
afectivo, es el venerable Josemaría Escrivá de Balaguer (cfr. González Martín, M., La figura de
José, Palabra, nn.156-157). De la lectura de sus escritos se descubre un cuadro completo de las
virtudes de San José, en los que se destacan:

Su disponibilidad incondicional a los planes divinos; su amor entrañable y, a la vez, respetuoso a


Jesús y a su Madre Santísima; su castidad como fruto de ese mismo amor; su obediencia pronta a la
voluntad de Dios, sin extrañezas ni excusas; su espíritu contemplativo; su sencillez y humildad que
le llevan a cumplir su misión con dignidad y silencio; su trabajo, al que se entrega con decisión,
paciencia y responsabilidad y, al mismo tiempo, con el que se santifica y sostiene a Jesús y a
María; su espíritu de servicio y fidelidad al deber; y, en general, haber acogido y desarrollado en su
vida las gracias recibidas en una vida de trabajo ordinario.

"José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha
cuidado de El con abnegación alegre. ¿No será esta una buena razón para que consideremos a este
varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como maestro de
la vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para
identificarnos con El. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por eso, no dejéis nunca su
devoción, ite ad Ioseph, como ha dicho la tradición cristiana con una frase tomada del Antiguo
testamento" Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.56).

"Todos, siguiendo cada uno su propia vocación -en su hogar, en su profesión u oficio, en el
cumplimiento de las obligaciones que le corresponden por su estado, en sus deberes de ciudadano,
en el ejercicio de sus derechos-, estamos llamados a participar en el reino de los cielos.

Eso nos enseña la vida de San José: sencilla, normal y ordinaria, hecha de años de trabajo siempre
igual, de días humanamente monótonos, que se suceden los unos a los otros. Lo he pensado
muchas veces, al meditar sobre la figura de San José, y ésta es una de las razones que hace que
sienta por él una devoción especial" (Ibidem, n.44).

PATRONO UNIVERSAL DE LA IGLESIA

En la misión sublime de San José la Iglesia ha visto la razón fundamental para hacerlo su Patrono y
Protector universal y, Patrono de todos y cada uno de los fieles.

"Por la sublime dignidad que Dios confirió a este siervo fidelísimo, la Iglesia siempre, después de
la Virgen Madre de Dios, Esposa suya, honró al bienaventurado José con los mayores honores y
alabanzas e imploró su protección en las dificultades" (Sagrada Congregacióti de Ritos, 1869).

Pio IX declaró solemnemente al Patriarca San José Patrono de la Iglesia Católica, poniéndose a sí
misma y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del Patriarca (cfr. Decr. Quemadmodum
Deus, 8-X-1870).
León XIII añadió: "San José es, a título propio, patrono de la Iglesia, y ésta, a su vez, muchísimo
espera de su defensa y patrocinio … Del mismo modo que María, Madre del Salvador, es Madre
universal de todos los cristianos, José mira a toda la multitud de todos los cristianos, multitud que
le sigue confiada. Es defensor de la Santa Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el.
reino de Dios en la tierra" (Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889).

"La Iglesia entera reconoce en San José a su protector y patrono. A lo largo de los siglos se ha
hablado de él, subrayando diversos aspectos de su vida, continuamente fiel a la misión que Dios le
había confiado. Por eso, desde hace muchos años, me gusta invocarle con el título entrañable:
Nuestro Padre y Señor (San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.39).

CULTO Y DEVOCIÓN A SAN JOSÉ

Su culto en la Iglesia

a) El papa Sixto IV, en el año 1476, establece para la diócesis de Roma el 19 de marzo como fiesta
de San José, que luego se extendió a la Iglesia universal.

b) Pio IX lo declara Patrono Universal de la Iglesia (8-XII1870).

c) Pio XII establece la celebración de San José Obrero, el lo de mayo, presentándolo como modelo
de los trabajadores.

d) Benedicto XV declara a San José como singular protector de los moribundos (25-VII-1920).

e) Juan XXIII lo incluye en la relación de Santos, después de María, en el Canon Romano de la


Misa (S.C. de los Ritos, Decr. (13-XI-1962).

Devociones más extendidas

a) Como maestro de oración (cfr. Santa Teresa de Jesús, Vida, cap.6);

b) como maestro de la vida interior (cfr. Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa,
n.39 y ss);

c) patrono de los moribundos (cfr. Benedicto XV, 25-VII-1920);

d) la familia de José, la Sagrada Familia, modelo de los hogares cristianos (cfr. Benedicto XV, 25-
VII-1920);

e) las Letanías de San José (cfr. Pio XI, 21-III-1935);

f) dedicarle los miércoles, de cada semana;

g) del mismo modo el mes de marzo, de cada año;


h) la piadosa consideración de sus siete dolores y gozos;

i) los siete domingos de San José, anteriores al 19 de Marzo de cada año.

"Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de San José renueve también en nosotros la
intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y la
misma figura de José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en
relación con el nuevo milenio cristiano" Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.32).

""Para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al
que él sirvió ejemplarmente" (Ibidem, n.1).

Tomado de: TEOLOGÍA DE LA SMA. VIRGEN MARÍA – GUSTAVO RUIZ / ALBERTO VEGA
B. Juan Pablo II Homilías 1146

VISITA A LA PARROQUIA ROMANA


DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS EN PÁNFILO

Domingo 21 de marzo de 1999


1. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí,
no morirá para siempre» (Jn 11,25-26 cf. Aclamación antes del Evangelio ).

1147 Podemos imaginar la sorpresa que ese anuncio provocó en los oyentes, los cuales, sin embargo, pudieron
constatar poco después la verdad de las palabras de Jesús, cuando, obedeciendo a su orden, Lázaro, que ya llevaba
cuatro días en el sepulcro, salió afuera vivo. Jesús dio más tarde una confirmación aún más clamorosa de su
asombrosa afirmación cuando, con su propia resurrección, consiguió la victoria definitiva sobre el mal y la muerte.

Lo que muchos siglos antes había anunciado el profeta Ezequiel, al dirigirse a los israelitas deportados de Babilonia:
«Os infundiré mi espíritu y viviréis» (Ez 37,14), se hará realidad en el misterio pascual, y el apóstol san Pablo lo
presentará como el núcleo fundamental de la nueva vida de los creyentes: «Pero vosotros no estáis en la carne, sino
en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros» (Rm 8,9).

¿No consiste precisamente en esto la actualidad del mensaje evangélico? En una sociedad en la que se manifiestan
signos de muerte, pero donde se advierte al mismo tiempo una profunda necesidad de esperanza de vida, los
cristianos tienen la misión de seguir proclamando a Cristo, «resurrección y vida» del hombre. Sí, frente a los síntomas
de una «cultura de muerte» que avanza, también hoy debe resonar la gran revelación de Jesús: «Yo soy la
resurrección y la vida».

2. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Teresa del Niño Jesús en Pánfilo, me alegra
encontrarme hoy entre vosotros, prosiguiendo mi visita pastoral a las parroquias de nuestra diócesis.

Saludo cordialmente al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco, padre Tommaso Pacini, y a
los religiosos carmelitas descalzos que colaboran en la dirección de la parroquia. Mi pensamiento va asimismo a las
religiosas, a los miembros del consejo pastoral y a los integrantes de los diversos grupos parroquiales, que realizan
un valioso trabajo en los diferentes campos de la pastoral parroquial.

Saludo con afecto a todas las personas que viven en este barrio. En particular, deseo saludar a los ancianos, que sé
que son numerosos, pero también a las familias jóvenes que se han trasladado recientemente a esta zona. Ojalá que
la parroquia, llamada a ser una auténtica «familia de familias», sea cada vez más una comunidad acogedora para
ellas, a fin de que les ayude a realizar su vocación al servicio del Evangelio.

3. Hace dos días celebramos la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María, custodio del Redentor y
trabajador. En este momento, quisiera recordar a cuantos pasan gran parte del día trabajando en las diversas
instituciones presentes en este barrio: el Instituto poligráfico del Estado, el ENEL, la escuela secundaria estatal
«Vittorio Alfieri», así como las numerosas oficinas y sedes diplomáticas. Sé que, en el ámbito de la misión ciudadana,
en la que también vosotros participáis activamente, y os felicito por ello, vuestra comunidad parroquial está cada vez
más atenta a las exigencias de los diversos ambientes y trata de proyectar y proponer adecuadas iniciativas de
formación y oración en los momentos más oportunos para quienes durante todo el día se dedican a actividades
productivas.

Los creyentes deben «ser presencia» activa y evangelizadora en los lugares de trabajo. Al reunirse en la parroquia
para orar juntos y crecer en la fe, también están llamados a ser levadura de renovación espiritual donde trabajan.
Han de convertirse en apóstoles de sus hermanos, dirigiéndoles la invitación evangélica «ven y verás» (cf. Jn Jn 1,46)
y ayudándoles a redescubrir y vivir con mayor convicción los valores cristianos.

A propósito de la misión ciudadana, ¿cómo no encomendar su camino futuro a la patrona de esta parroquia, santa
Teresa del Niño Jesús, a quien llamáis familiarmente santa Teresita? Vivió tan intensamente el celo misionero entre
las paredes del Carmelo, que fue proclamada patrona de las misiones. Además de la misión ciudadana,
encomendémosle también las «misiones ad gentes» de la diócesis de Roma y a todos los misioneros romanos, que
han ido a muchas partes del mundo para sembrar generosamente la semilla evangélica.

4. La vida y el mensaje espiritual de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, que tuve la alegría de proclamar
doctora de la Iglesia el 19 de octubre de 1997, son muy elocuentes para la Iglesia de nuestro tiempo. Pienso, por
ejemplo, en lo mucho que puede enseñar a los numerosos fieles que, en todo el mundo, se preparan para venir en
peregrinación a Roma, con ocasión del Año santo. También santa Teresa de Lisieux peregrinó a Roma, en 1887.
Precisamente en esta iglesia se conserva, entre sus reliquias, el velo que llevaba con ocasión de •la audiencia
pontificia, en la que pidió y obtuvo la autorización del Papa León XIII para poder entrar en el Carmelo aunque sólo
tenía 15 años de edad.

La joven Teresa se entusiasmó al descubrir Roma, «ciudad santuario», en la que se hallan innumerables testimonios
de santidad y amor a Cristo. Además, Teresa supo expresar y sintetizar en su experiencia mística el núcleo mismo del
mensaje vinculado al próximo jubileo, es decir, el anuncio de la misericordia de Dios Padre y la invitación a confiar
totalmente en él, que sale al encuentro de todos y que a todos quiere salvar mediante la cruz de Cristo.

1148 5. Santa Teresa nos recuerda también el entusiasmo y la generosidad de los jóvenes. Su entrega continua al
amor misericordioso de Dios hizo que su juventud fuera más feliz y luminosa. Queridos jóvenes de esta parroquia y
jóvenes de toda la diócesis, con quienes tendré la alegría de encontrarme en el Vaticano el jueves próximo, os deseo
que alcancéis la sencillez de corazón y la santidad de la «joven» Teresa, para experimentar su confianza en la
providencia misericordiosa de Dios. ¿No son precisamente los jóvenes quienes sienten intensamente la necesidad de
ser acogidos, amados y perdonados? A vosotros, queridos muchachos y muchachas, deseo recordaros una vez más
que sólo en Dios podemos encontrar la fuente que sacia toda sed de amor y de verdad presente en nuestro corazón.
Os deseo que experimentéis la fascinación de este amor divino y que lo viváis en vuestra vida diaria.

Amadísimos feligreses de esta parroquia, mientras venía me preguntaba por qué, en el título de vuestra parroquia,
después del nombre de Santa Teresa del Niño Jesús, aparece la expresión «en Pánfilo». Como bien sabéis, es porque
bajo el altar mayor se encuentra la tumba de san Pánfilo, mártir romano del siglo III. Este venerado sepulcro forma
parte de un amplio conjunto de cementerios y de monumentos cristianos de gran belleza. Que el testimonio de san
Pánfilo y de los numerosos mártires de la Iglesia de Roma nos anime y estimule a testimoniar con valentía nuestra
fidelidad a Cristo.

6. Repitamos con el evangelista: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que tenía que venir al
mundo» (Jn 11,27).

Como Marta, la hermana de Lázaro, también nosotros queremos renovar hoy nuestra fe en Jesús y nuestra amistad
con él. Por su muerte y resurrección, se nos comunica la vida plena en el Espíritu Santo. La vida divina puede
transformar nuestra existencia en don de amor a Dios y a nuestros hermanos.

Que santa Teresa del Niño Jesús y san Pánfilo, mártir, nos ayuden con su ejemplo y su intercesión, para que, como
hemos orado al comienzo de la celebración eucarística, «vivamos siempre de aquel mismo amor que movió al Hijo de
Dios a entregarse a la muerte por la salvación del mundo» (Oración colecta). Amén.
Oración a San José del Papa León XIII
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A ti, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación; y después de


invocar el auxilio de tu Santísima Esposa solicitamos también confiados tu
patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de
Dios, te tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús,
humildemente te suplicamos vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su
Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras
necesidades.

Protege, Providentísimo Custodio de la Sagrada Familia la escogida


descendencia de Jesucristo; aparta de nosotros toda mancha de error y
corrupción; asístenos propicio, desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en
esta lucha con el poder de las tinieblas: y, como en otro tiempo librasteis al
Niño Jesús del inminente peligro de la vida, así ahora, defiende a la Iglesia
Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, ya
cada uno de nosotros protégenos con el perpetuo patrocinio, para que, a tu
ejemplo y sostenidos por tu auxilio, podamos santamente vivir y
piadosamente morir y alcanzar en el cielo la eterna felicidad. Amén.
San José, maestro de la vida interior, guía de santos
Son muchos los santos que han venerado y tratado con devoción y cariño a San José.
Sin embargo, San José es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le
escucha ni una sola palabra. Fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta
antiguo: «Sean pocas tus palabras«. Quizás Dios ha permitido que de tan grande amigo del
Señor no se conserve ni una sola palabra, para enseñarnos a amar también nosotros en
silencio. «San José, Patrono de la Vida interior, enséñanos a orar, a sufrir y a
callar». Te traemos algunos de los santos más devotos a San José con el propósito de
que tú también te hagas amigo suyo y acudas a pedirle ayuda en las distintas
circunstancias de tu vida.

1. Santa Teresa de Jesús y su devoción a San José


– La curación de Santa Teresa por la intercesión de San José:

Cuando Santa Teresa de Jesús


tenía 27 años, se encontraba postrada en la cama, sin poder andar. A veces se
arrastraba por el suelo. Estaba viviendo por aquel entonces en el monasterio de la
Encarnación. Sale de la clausura para ser curada. Se recurre a todos los medios posibles
en aquel momento. Regresa a Ávila sin haber logrado mejora alguna. Se llega a tal
extremo de gravedad que incluso llegan a darle por muerta. Tenía que ser ayudada por
las enfermeras para todo. Tras varios años así, en estas circunstancias, recurre a San
José y su vida va volviendo a la normalidad poco a poco.
Desde este momento la devoción a san José y su familiaridad con él, va a marcar un hito
en su vida. Partiendo de esta realidad escribe Teresa:
«Tomé por abogado y señor al glorioso san José, y encomendéme
mucho a él. Comencé a hacer devociones de Misas y cosas muy
aprobadas de oraciones, y tomé por abogado a san José…; y él hizo,
como quien es, que pudiese levantarme y andar y no estar tullida”,
(Libro de la Vida 6).
– Las frases más destacadas de Santa Teresa sobre San José:
Partiendo de esta experiencia tan decisiva en su vida, va a recomendar la devoción a
San José y su poderosa intercesión. El Esposo de María va a ser un abogado e
intercesor en todos los contratiempos. San José será un personaje familiar y entrañable
en el hogar teresiano.
1. “No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya
dejado de hacer”.
2.  “Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios
por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha
librado, así de cuerpo como de alma”.
3. “A otros parece les dio el Señor gracia para socorrer en una
necesidad; a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en
todas”.
4. “Querría yo persuadir a todos fuesen muy devotos de este glorioso
Santo, por la experiencia que tengo de los bienes que alcanza de
Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga
particulares servicios que no la vea más aprovechada en la virtud,
porque aprovecha en gran manera las almas que a él se
encomiendan”.
5. “Sólo pido por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere y
verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este
glorioso Patriarca y tenerle devoción”.
2. San Josemaría y su cariño y confianza en San José
– El agradecimiento a San José, protector de Jesús en el Sagrario
En el centro del Opus Dei de la calle Ferraz, nº 50 tuvieron lugar muchos episodios
importantes de la vida de san Josemaría. Se acrecentó su devoción a San José tras
recibir un paquete con todos los ornamentos y objetos del oratorio que necesitaba el 18
de marzo de 1935.
Seis años hubieron de transcurrir antes de que se realizara el sueño de San Josemaría
de tener un oratorio con el correspondiente Sagrario en el primer centro del Opus Dei.
Para superar los obstáculos, recurrió a San José:
«En el fondo de mi alma tenía ya esta devoción a San José, que os he
inculcado. Me acordaba de aquel otro José, al que —siguiendo el
consejo del Faraón— acudían los egipcios cuando padecían hambre de
buen pan: ite ad Joseph! (Génesis, 41, 55), id a José a que os dé el
trigo. Comencé a pedir a San José que nos concediera el primer
Sagrario».
El 31 de marzo de 1935 celebró la Santa Misa con el oratorio lleno de jóvenes. Escribió:
«y se quedó su divina Majestad reservado, dejándonos bien cumplidos los deseos de tantos
años» (desde 1928).
Desde entonces, la llave que custodia los sagrarios de los centros del Opus Dei llevan
una cadena y una medalla acuñada con la imagen de San José: “Ite ad Ioseph”, grabada
en el envés. Es el agradecimiento y el cariño materializado de San Josemaría al Patrono
de la Iglesia universal por traerles a Cristo Eucaristía.
– ¿Cómo imaginaba San Josemaría a San José?
“Yo me lo imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que
Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana.
Sabemos que no era una persona rica: era un trabajador, como millones
de otros hombres en todo el mundo; ejercía el oficio fatigoso y humilde
que Dios había escogido para sí, al tomar nuestra carne y al querer
vivir treinta años como uno más entre nosotros.
La Sagrada Escritura dice que José era artesano. Varios Padres añaden
que fue carpintero. De las narraciones evangélicas se desprende la gran
personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como
un hombre apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe
enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones
difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le
encomiendan”. (Es Cristo que pasa, n. 40 ).
3. San Alfonso María de Ligorio y su amor al esposo de
María
«¿Cuánto no es también de creer aumentase la santidad de José el trato
familiar que tuvo con Jesucristo en el tiempo que vivieron juntos?».
José durante esos treinta años fue el mejor amigo, el compañero de trabajo con quién Jesús
conversaba y oraba. José escuchaba las palabras de Vida Eterna de Jesús, observaba su ejemplo de
perfecta humildad, de paciencia, y de obediencia, aceptaba siempre la ayuda servicial de Jesús en
los quehaceres y responsabilidades diarios. Por todo esto, no podemos dudar que mientras José
vivió en la compañía de Jesús, creció tanto en méritos y santificación que aventajó a todos los
santos.

«Consideremos la vida santa que José llevó en compañía de Jesús y de


María. En aquella familia no se preocupaban más que de dar gloria a
Dios: sus únicos pensamientos y deseos eran complacer a Dios: sus
únicos argumentos eran referentes al amor que los hombres deben a
Dios y que Dios trae a los hombres, especialmente al haber enviado a la
tierra a su Hijo único y morir en un mar de dolores y desprecios para la
salvación de la humanidad«.
4. San Juan Bosco y San José, el protector de los
trabajadores
“Entre las prácticas de piedad en honor de este gran patriarca, esposo
de María, padre nutricio de Jesucristo, Santa Teresa recomienda
mucho, como eficaz medio para obtenernos su protección, el dedicarle
todo el mes de marzo (…).
Invocándolo también con jaculatorias. Por ejemplo, durante el estudio
decid en vuestro corazón: San José, ruega por mí; ayudadme a ocupar
bien el tiempo de estudio y de clase. Si os viene alguna tentación: San
José, ruega por mí. Al levantaros por la mañana: Jesús, José y María,
os doy el corazón y el alma mía. Al acostaros: Jesús José y María,
asistidme en mi última agonía.
No olvidéis que es el protector de todos los trabajadores y que lo es
también de los jóvenes que estudian. Porque el estudio es trabajo.”
+«HOY MIÉRCOLES DE SAN JOSÉ, LE PEDIMOS...

LLÉVAME DE LA MANO Y EN TUS BRAZOS EN ESTE DÍA......

Que todos estemos de buen ánimo y con mucha fe, bajo la protección paterna de San José, un refugio seguro en
tiempos de dificultades.

SAN JOSÉ, PADRE ADOPTIVO DE JESÚS, ROGAD POR NOSOTROS.

+++
SAN JOSÉ, JUNTO A JESÚS Y MARÍA,
BENDIGAN NUESTRAS VIDAS

Glorioso patriarca San José cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de
angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan serias y difíciles que te encomiendo... a fin de que
tengan una feliz solución. Mi bien amado Padre: toda mi confianza esta puesta en Vos. Que no se diga que te he
invocado en vano. Y puesto que Vos podes todo ante Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu
amor. Amén.

SAN JOSÉ, ROGAD POR NOSOTROS

#AñodeSanJosé #CofradíasMartos
AÑO JUBILAR DE SAN JOSÉ...
TODOS LOS DÍAS DEL AÑO REZAREMOS UNA ORACIÓN A SAN JOSÉ Y NOS PONDREMOS BAJO SU CUIDADO Y
PROTECCIÓN..

DIA 6 DE FEBRERO

Nadie tuvo más fortaleza que tú para cuidar y defender al Niño y a su Madre por los peligrosos camino a Belén, hacia el
establo, y hacia el destierro de Egipto; ellos se sintieron seguros a tu lado. Bríndanos la gracia de vivir seguro bajo tu
protección. Así sea.

SAN JOSÉ, PADRE AMOROSO DE JESÚS, ROGAD POR NOSOTROS


+«¡SAN JOSÉ, A TI RECURRO LLENO DE FE!

Oh Glorioso Patriarca San José, heme aquí, postrado de rodillas ante vuestra presencia, para pediros vuestra protección.
Desde ya os elijo como a mi padre, protector y guía. Bajo vuestro amparo pongo mi cuerpo y mi alma, propiedad, vida y
salud. Aceptadme como hijo vuestro. Preservadme de todos los peligros, asechanzas y lazos del enemigo. Asistidme en
todo momento y ante todo en la hora de mi muerte. Amén.

SAN JOSÉ, PADRE ADOPTIVO DE JESÚS, ROGAD POR NOSOTROS.

+++
Con la Carta apostólica Patris corde (Con corazón de padre), el Pontífice recuerda el 150 aniversario de la declaración de
san José como Patrono de la Iglesia Universal y, con motivo de esta ocasión, a partir del 8 de diciembre del 2020 y hasta
el 8 de diciembre de 2021 se celebrará un año dedicado especialmente a él.

Te compartimos la oración del SS Papa Francisco a San José.


AÑO JUBILAR DE SAN JOSÉ...

TODOS LOS DÍAS DEL AÑO REZAREMOS UNA ORACIÓN A SAN JOSÉ Y LA PONDREMOS BAJO SU CUIDADO Y
PROTECCIÓN..

DIA 18 DE FEBRERO

San José, patrono de los moribundos, nos confiamos a ti que haz muerto dulcemente en los brazos de Jesús y de María
para que nos asista en nuestra última agonía, antes de presentarnos al Padre de la misericordia; de modo que
purificados totalmente seamos más dignos de estar contigo en la gloria eterna. Amén .

SAN

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