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Mes del Sagrado Corazón de Jesús


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
(Tomado de la Obra del P. Francisco Gautrelet,
de la Compañía de Jesús,
y precedido de una exposición, sobre el origen,
objeto, práctica, fruto y motivos
de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, escrita por el mismo. –
El P. Gautrelet, es el fundador del Apostolado de la Oración.)
 
 
Primera Parte
Nociones sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
 
ARTICULO I.
Fundamentos de esta devoción.
 
Nadie puede poner en duda que la perfección cristiana consiste en imitar a Jesucristo,
pues en este Señor está el principio de la vida sobrenatural de sus miembros, siendo como es la
raíz que comunica la sabia a todas la ramas, según estas palabras del Evangelio; “Yo soy la vid,
y vosotros los sarmientos.” (San Juan, XV).
Este Salvador divino es la fuente de las gracias que recibimos, la regla que en todo
debemos seguir, el medio de adquirir todo bien sobrenatural, y el fin inmediato del cristiano,
que sólo por Él puede llegar a Dios. Por lo tanto todo cristiano está obligado a unirse a Cristo
como a su cabeza, a imitarle como a su modelo, a apoyarse en Él como en el cimiento que le
sostiene, y a dirigirse a Él como a su fin. Este es el estudio de su vida, y el principio, la carrera y
el término de la perfección cristiana.
Jesucristo, como dice San Agustín, no debe considerarse nunca separado de los
hombres, con quienes se unió en la Encarnación. “Un solo hombre con su cabeza y su cuerpo
es Jesucristo. El Salvador del cuerpo y los miembros del cuerpo son dos en una carne y una
voz y una pasión, y cuando pasare la iniquidad, gozaron de un mismo descanso.” (San Ag., In.
Ps. LXI.) Luego si, según San Agustín, según San Pablo, somos un cuerpo con Cristo, y nos son
comunes con Él la voz de la oración, la pasión que sufrimos y los goces que esperamos, ¿no
será también común el corazón? “Si, dice San Bernardo, vuestro corazón es el mío.” (Sermón
III de Pas.) De todos los hombres es el Corazón de Jesús, pues si está lleno de gracia y abrazado
en amor, no lo está para sí solo, sino para llenarnos de su gracia y abrazarnos de su amor.
Es el Corazón de Jesús una hoguera que enciende a toda alma que ama a Dios, un
suplemento de nuestra flaqueza que levanta nuestras obras, virtudes, oraciones y
merecimientos a infinita altura, un órgano dado a la naturaleza humana para cumplir con
perfección el precepto de la caridad. Es la vida del alma pues le da gracia, fuerza, amor y
fecundidad de buenas obras; es modelo que alumbra al que lo copia, para que vea en el las
virtudes llevadas al sumo grado de perfección; es rey de los corazones a quien toca la dirección
de sus afectos. Como el sol determina el movimiento de los astros que componen nuestro
sistema planetario, así este Sol de las almas rige el de los corazones y los lleva consigo en su
carrera divina.
Tal es el oficio de este Corazón Sagrado; por lo cual podemos decir que, si el Salvador
es el hombre por excelencia, también su Corazón es el Corazón por excelencia santo y digno de
Dios, por quien y en quien los demás pueden ser gratos a la divina Majestad. Desde este punto
de vista hemos de mirar la devoción de que se trata, par que tengamos de ella una justa idea, y
conozcamos su objeto, su fin, su espíritu y su práctica verdaderamente sólida.
 
ARTICULO II.
Objeto de esta devoción.
 
Es el Corazón de Jesús, corazón material Y de carne, órgano principal de la vida física,
que en el hombre es también órgano de la vida moral y de los afectos del alma. No lo
consideramos como separado del cuerpo, al cual comunica la vida por medio de la sangre.
Mucho menos lo separamos del alma que lo anima, y de la cual es un fiel instrumento en el
ejercicio del amor. Tampoco lo separamos de la divinidad, porque es el Corazón de un
Hombre-Dios, un Corazón vivo, sensible, participando de los afectos del alma, amando con el
amor de la Persona divina á la que está unido, símbolo, órgano é instrumento del amor de Dios.
Mas para que mejor se entienda la razón y fundamento de esta devoción, su naturaleza,
excelencia y fin, entraremos en algunas explicaciones.
 
1.° ¿Qué es el corazón en el hombre? ¿Cuáles sus operaciones en relación con el cuerpo
y con el alma?
Tan unidos están en el hombre el cuerpo y el alma, que se confunden en la unidad de
persona; pero, como son sustancias distintas, tienen propiedades diversas, y tan diversas,
que si no estuvieran unidos en una persona el espíritu y el cuerpo, serían opuestas y contrarias
en un todo sus operaciones. Ahora, en virtud de esta unión, á las operaciones del alma
corresponden otras análogas en el cuerpo, y viceversa. Como el hombre se compone de estas
dos sustancias, no hay hombre donde no se hallan las dos; ni acción de hombre donde las dos no
tomen parte. La superioridad, sin embargo, está en el alma, cuya más alta potencia es la
voluntad, que rige y gobierna las demás facultades, sin exceptuar el entendimiento; pues si bien
depende de él en ciertas cosas, en otras le domina por completo. En todo lo demás es dueña
absoluta; y, teniendo á sus órdenes al cuerpo y los sentidos, da á sus actos el carácter de libertad
y moralidad que los eleva á la condición de actos humanos, y los hace dignos de premio ó de
castigo. Esta facultad, en un ser compuesto de cuerpo y alma, no se ejerce sin alguna
dependencia de los órganos. El Señor, que formó al hombre de dos sustancias distintas, le dio un
órgano corporal, que comunicase más de cerca con la voluntad que todos los demás, y le
facilitase su acción sobre el cuerpo, y este es el corazón. Hallase esta entraña en relación directa
con la voluntad; y como es el punto de partida de las operaciones del cuerpo, ocupa el primer
lugar entre los miembros interiores, y es como un primer motor que recibe inmediatamente
las órdenes del alma y las comunica á los demás. Así puede decirse que el corazón representa al
hombre entero, pues por él comienza la vida y se perpetúa, y en él se halla la expresión de la
vida moral y el centro del amor sensitivo que nace del amor espiritual. Por eso se atribuyen al
corazón las virtudes y los vicios, como que en él anidan las pasiones, y se depositan el
amor y el odio, los deseos y temores, el gozo y la tristeza, la paciencia y la ira. Por eso se
dice: Es un corazón mezquino, es hombre de corazón, no tiene corazón, y otras expresiones
semejantes. Es tal la unión de este órgano con el amor y la voluntad, que se confunden con el
mismo nombre, y se dice: dar á Dios el corazón, por amar á Dios de verás. El mismo Dios usa
este lenguaje cuando dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón." (Mateo, XXII.)
Como es natural al fuego dar calor, así es natural al corazón el amar dice Santo Tomás.
Como la vida del corazón es amor, es imposible que viva sin amar, y por eso se le
ordena en virtud del primer mandamiento, que, así como produce la vida natural, coopere
también á la producción de la vida sobrenatural, y, como es el principio de las sensaciones, haga
sensible el precepto del amor.
 
2.° ¿Qué es el Corazón en Jesucristo?
Cuánto hemos dicho del corazón del hombre, conviene al de Cristo, que también es
hombre. Su Corazón, animado por el alma, comunica la vida al cuerpo por medio de la sangre.
Pero Cristo además es Dios: luego su Corazón es el Corazón de Dios. En Cristo no hay más
que una persona, y esa es la Persona del Verbo, que dirige todas las operaciones de la
Humanidad, por lo cual se le atribuyen todas las acciones del Hombre-Dios, que son
acciones divinas. Pues como el cuerpo y el alma de Cristo pertenecen al Verbo y se terminan en
su Persona, no hay en Cristo más que un principio de las acciones que le convienen como
Dios y como hombre: y á este principio se atribuye lo que es propio de las dos naturalezas,
pudiéndose decir de la Persona divina lo que conviene á la naturaleza divina y á la humana.
Ahora bien: el corazón representa al hombre, porque representa al alma, que le da vida, y al
cuerpo, de quien es el órgano principal. Luego el Corazón de Cristo representa á Cristo. Unido
como está á la Persona del Verbo en virtud de la unión hipostática, recibe de ella una vida
sobrenatural y divina, es el Corazón de Dios, y sus actos y padecimientos son propios de una
Persona divina.
De aquí sacaremos la excelencia de esta devoción, porque tiene por objeto un Corazón
dignísimo de ser adorado y amado; pues el amor en que se abrasa, es el amor que Dios nos
tiene: el dolor que le cansan nuestros pecados es dolor de un Dios; la mansedumbre, paciencia,
humildad y obediencia que admiramos en Él, son virtudes de un Dios; las humillaciones y
ultrajes que sufre, los sufre una Persona divina; la honra y los desagravios que le ofrecemos,
se los hacemos también á esta divina Persona. Igualmente podemos decir que el culto que se
tributa al Salvador equivale al que se da á su corazón, en el cual honramos su amor, su bondad y
su misericordia, que en Él están simbolizadas.
La religión encierra el amor que tiene Dios al hombre, y el que el hombre debe tener á
Dios. Ambas cosas abraza y explica la devoción de que tratamos.
¿Podía representarse la primera de una manera más propia que bajo el símbolo de un
corazón, que arde en el mismo amor que Dios nos tiene? La segunda es consecuencia de la
primera, pues al darnos Jesús su Corazón, nos pide el nuestro.
Cuanto se dé, no dando el corazón, es no dar nada, y dando el corazón, todo está dado.
Necesario es, pues, dar el corazón; y para recabar de nosotros lo que tanto nos cuesta, no podía
el Señor apelar á más poderoso medio que el de esta devoción. En ella se nos ofrece el
mayor motivo de amar á Dios, que es lo mucho que nos ama, y el modelo del verdadero amor,
que se traduce por las obras. En ella tenemos el compendio de la religión y de las leyes que nos
impone.
Su objeto es el culto del Corazón de Jesús, como amante á quien debemos amor, y como
paciente á quien debemos reparación.
 
ARTICULO III.
Práctica y fruto de esta devoción.
 
La perfección cristiana está bien definida en aquel texto de los Cantares que dice:
“Ordenó Dios en mí la Caridad", porque la perfección ordena al hombre en sí mismo, y en sus
relaciones con Dios y con el prójimo. Fácil es de conocer cuánto ayuda á este fin la devoción
presente, pues ordena al hombre, uniéndole con Jesucristo, y en virtud de esta unión le hace
capaz de dar á Dios el debido culto, y de amar al prójimo como debe.
Cuanto á lo primero, ordena al hombre uniéndole con Cristo, porque su principal fin es
enseñarnos á conocer, amar é imitar al Salvador, y á conformar nuestros pensamientos, obras y
palabras con las suyas, y así formar a Cristo en nosotros, como dice San Pablo.
Escuchemos á Santa Margarita, que dice así: “Conformad vuestra vida con el dechado
de mansedumbre y humildad del Corazón divino, y unid vuestras intenciones á las suyas,
ofreciendo la pureza de ellas por la que á vosotros os falta." Y en otro lugar: “Todo lo hará por
mí, si yo le dejo obrar; por mí querrá y por mí y en mí deseará y amará y cubrirá mis faltas”.
“Uniréis — dice — vuestra oración á la de Cristo en el Sacramento, vuestro rezo del Oficio
divino á las alabanzas que da el Padre en el Sacramento, y la Misa que oís á las intenciones
con que se inmola en ella.”
Cuanto á lo segundo, obligación tenemos de adorar y amar á Dios. Dejados á
nosotros mismos, nada podemos hacer que sea digno de su Majestad; pero en unión de Cristo,
todo lo podemos, pues nos hace ricos su riqueza, y fuertes su poder; y ennoblecido nuestro amor
con el de Cristo, adquiere proporciones que le hacen digno de Dios. Esto enseña Margarita
María cuando dice: “Unid vuestras adoraciones á las que rinde Jesús al Padre en el Sacramento,
amad á Dios con su amor, adoradle con sus adoraciones, alabadle con sus alabanzas, obrad con
sus obras, y quered con su voluntad.” “¡0h Padre eterno!, tened á bien que yo os ofrezca el
Corazón de vuestro Hijo, como se ofrece El á vos en sacrificio. Recibid esta ofrenda con los
deseos, afectos y obras suyas, como otros tantos actos de amor, adoración y alabanza que eleve
al trono vuestro, pues sólo por El sois dignamente glorificado.”
Viniendo al tercer efecto de esta devoción, que es ordenarnos en relación con el
prójimo, bien sabemos que nada predica tanto el Corazón de Jesús como la mansedumbre,
humildad, obediencia y misericordia. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de Corazón.”
Tales virtudes ha de tener quien trate con los prójimos; y como todas nacen del amor,
veamos cómo amaba Jesús. Pocas lecciones dio de palabra, muchas por obra en una vida que
fue un perpetuo ejercicio de caridad. Y no sólo nos da ejemplo, sino también gracia, sacando de
lo íntimo de su Corazón rayos de amor que encienden los corazones de sus fieles hijos. Como
cabeza de la Iglesia, ¿qué ha de hacer sino unir entre sí los miembros suyos con el lazo de la
caridad? De esta unión nace el celo por la salud del prójimo, “¡0h Salvador mío, decía
Margarita, descargad sobre mí toda vuestra ira, y no perdáis las almas que tan caras os han
costado!"
 
ARTICULO IV.
Motivos de practicar esta devoción.
 
El primero es su excelencia y dignidad, que se deduce de todo lo dicho hasta aquí de su
naturaleza, fin y objeto, y nos dispensa de entrar en más explicaciones para que se
entienda lo justa, razonable, sólida y grata á Dios que es esta devoción.
El segundo motivo es lo mucho que desea Jesucristo grabarla en nuestras almas. Para
esto, tantas apariciones y revelaciones con que se ha dignado honrar á quien escogió para
establecerla. ¿Podemos hacernos sordos á tan repetidas invitaciones? Una vez dijo á su
sierva: “No puedes darme mayor prueba de amor que la que te pido ahora haciendo lo que te he
pedido tantas veces: que el viernes después de la octava del Corpus sea consagrado con una
fiesta especial al culto de mi Corazón, haciendo un acto de desagravios, y comulgando en
reparación de las ofensas que ha recibido mientras ha estado expuesto en los altares."
“Me ha asegurado el Señor, dice la misma, que se complacía sobremanera viendo honrar
los afectos interiores de su alma bajo la forma de este Corazón de carne que me había mostrado,
y cuya imagen quería se expusiese al público para mover los corazones insensibles de los
hombres."
En otra parte: “Infinito deseo tiene este Corazón amable de ser conocido y amado de sus
criaturas, en las que quiero establecer su dominación, como fuente de todo bien para satisfacer á
todas sus necesidades. Por esto quiere que se acuda á Él con la mayor confianza.”
El tercer motivo es su amor á los hombres. Bien lo muestra en estas palabras que dijo
á su sierva: “Mira este Corazón que ha amado tanto á los hombres, que no ha perdonado
medio alguno, hasta agotarse y consumirse por mostrarles su amor. “Mira mi Corazón tan
apasionado por los hombres, y por tí en especial, que, no pudiendo contener en sí mismo las
llamas de su caridad, se ve obligado á difundirlas por tu medio."
“Digo con seguridad, escribía Santa Margarita, que si se supiera lo grata que es al Señor
esta devoción, no hay cristiano tan tibio que no la pusiese en práctica.”
El cuarto motivo es la ingratitud de los hombres. “En pago de mis bondades, dijo el
Señor á su sierva, no recibo sino ultrajes, desprecios, irreverencias, sacrilegios y tibieza
en el Sacramento; y lo más sensible es que recibo estas injurias de las almas que me están
especialmente consagradas.”
Descubriéndole un día su Corazón herido y traspasado, le dijo: “Estos golpes recibo de
mi pueblo querido. Los demás se contentan con herir mi cuerpo; éstos hieren mi corazón, que
nunca ha cesado de amarlos.”
“Lo que me es más sensible, de cuanto sufrí en mi Pasión, es la ingratitud de los
hombres; tanto, que, si correspondieran á mi ternura, tendría en nada cuanto por ellos hice, y
querría hacer más... Dame el consuelo de compensar su tibieza.”
El quinto motivo son las mercedes prometidas.
Infinitos son los tesoros de gracia en ese Corazón encerrados, dice Margarita. “Te
prometo, le dijo el Señor, que se ensanchará mí Corazón para derramar copiosamente raudales
de amor sobre los que le honren y lo hagan honrar con este obsequio." Hablaba el Señor de la
comunión y desagravio el día de su fiesta.
“Si temes por tu salvación, dice un siervo de Dios en éste Corazón hallarás armas con
que defenderte, remedio con que curarte, ayuda en la tentación, consuelo en las penas y
delicias en este valle de lágrimas,”
“Si estás afligido y te turba la memoria de los pecados, échate en los brazos de Jesús,
cuyo Corazón es asilo y salud de los cristianos.”
“¡Qué dulce cosa es vivir en el Corazón de Jesús! , dice San Bernardo. “Fuente de amor,

dice San Francisco de Sales, ¿quién podrá volverte amor por amor?” “Yo le hablaré al Corazón,
y lograré cuanto quiera , dice San

Buenaventura.
Dejemos hablar á nuestra Margarita:
“Si te hallas en un abismo de caídas y recaídas, de miseria y de flaqueza, en Él hallarás
un abismo de misericordia y fortaleza. Si te domina el orgullo, arrójate y piérdete en el abismo
de sus abatimientos. Si estás inquieto y agitado, échate en El, que es un abismo de paz. Si
quieres evitar el peligro de morir mal, y asegurar la perseverancia final, en El está el lugar de
refugio en vida y muerte.”
Usaba á menudo Margarita la devoción de comulgar nueve viernes primeros de mes,
porque le había prometido el Señor la penitencia final y la gracia de morir con todos los
sacramentos para los que hiciesen esta novena de comuniones.
“Si temes el juicio de Dios, sabe que es muy dulce la muerte al que ha sido devoto del
Corazón de su Juez,” dice la misma.
Vengamos á las promesas particulares que ha hecho el Señor á diferentes clases de
personas.
A los que viven en el mundo. “Las personas seglares hallarán los auxilios que necesitan
en su estado, paz en las familias, alivio en los trabajos, bendición del cielo en sus empresas,
consuelo en sus males."
Á los que viven en el claustro. “Sacarán tanto fruto de esta devoción, que no se
necesitará más para restablecer el fervor y la observancia en las comunidades decaídas, y
levantar á gran perfección las que viven en regular observancia.”
A los que aspiran á la perfección. “No sé que haya en la vida espiritual ejercicio más á
propósito para levantar las almas á la unión con Dios y hacerles gustar cuan suave es el Señor.”
A los que trabajan en bien de las almas. “Me ha dado á entender el Señor que los que se
dedican á salvar á sus prójimos recibirán un don especial de ganar las voluntades y de mover los
corazones por muy reacios que sean.”
“Si queréis atraer á vuestro ministerio mayores gracias, no os habéis de contentar con el
culto que dais por vos mismo al Sagrado Corazón, sino que habéis de propagar ese culto
cuanto posible os fuere.”
“Me ha descubierto el Señor tesoros de amor y gracia que tiene reservados para los que
se consagran á dar á su Corazón toda la gloria posible. Tan grandes son los tesoros, que no los
puedo explicar con palabras."
“¡Qué dicha la nuestra, de poder hacer cosa tan grata al Señor, que se digna echar
mano de nosotros para llevarla á cabo!”
El sexto motivo es que ha querido Dios por este medio remediar los males que afligen á
la Iglesia en estos tiempos, reformar el mundo y reanimar la fe de los cristianos, que se va
apagando.
“Me reveló el Señor, dice Margarita, que, por el gran deseo que tenía de ser amado de
los hombres, había querido manifestarles su Corazón, y darles en los últimos tiempos esta
prueba de su amor... Y que con esto les abría todos los tesoros de gracia, misericordia y
santificación que encierra en su pecho: de suerte que cuantos le honrasen y amasen, y le
procurasen toda la honra posible, se enriqueciesen con ellos abundantemente.”
Una revelación semejante á esta se había hecho á Santa Gertrudis. Apareciósele San
Juan Evangelista, y ella le preguntó por qué no había escrito las cosas interiores del Corazón de
Jesús, habiendo estado recostado en su pecho, y le respondió el Santo: “Mi misión fue escribir
para la Iglesia naciente la palabra del Verbo increado; pero esos sentimientos interiores los
reservó el Señor para darlos á conocer en la vejez del mundo, con el fin de avivar la caridad, que
se hallará muy apagada."
Muy consoladoras son estas promesas en nuestros aciagos días, cuando parece
desencadenado el infierno todo para sembrar errores y vicios por toda la tierra. Por grandes que
fuesen los males de la Iglesia cuando empezó esta devoción, no habían llegado al punto
que ahora: señal de que no ha tomado el incremente necesario este sagrado culto, y de que nos
queda todavía mucho por hacer. Pero nos consuela ver cuánto gana de día en día el Corazón
Sagrado, á pesar de los esfuerzos contrarios de la impiedad. Tantas diócesis que le han sido
consagradas, tantos seminarios, colegios, parroquias y comunidades, cuyos nombres registra
en sus libros el Apostolado, nos dan lugar á esperar que llegará un día en que, postrado el
mundo á los píes de Jesucristo, reconozca su imperio, y bajo su imperio recobre la paz.
 
Segunda Parte.
MEDITACIONES
SOBRE LOS TREINTA Y TRES AÑOS DE VIDA DEL SALVADOR
 
Toda la vida de Jesucristo, como herencia y propiedad, nos pertenece á todos, y no hay cristiano
que no tenga derecho á las virtudes y trabajos que forman el tesoro infinito dé los
merecimientos del Salvador.
“Desde el principio de mi conversión, dice San Bernardo, queriendo suplir los méritos
que me faltaban, compuse un ramillete de las amarguras de mi Señor, y le escondí en mi seno.
Mientras viva, no cesaré de repetir cuánta es la abundancia y suavidad de tan preciosos bienes,
ni olvidaré las misericordias que han dado la vida á mi alma. Para mí se ha guardado este
precioso ramillete, y nadie me lo podrá quitar.”
Siempre nos llevó Jesús en su Corazón mientras vivió; y si cada cual puede decir con el
Apóstol: “Me amó y se entregó por mí,” lo mismo puede decir: vivió, trabajó, sufrió y
mereció por mí. Justo sería, pues, honrar todos los instantes de tan santa, vida, y muy grato al
alma fiel seguir paso á paso al que, bajando del cielo, se ha hecho nuestra guía para llevarnos
allá. Mucho aprendería en este viaje; mucho le animaría el ejemplo del Salvador, y muy dulces
recuerdos le vendrían á la memoria. Pero el Señor ha hecho mucho más de lo que podemos,
no digo agradecer, sino ni aun descubrir y pensar. La mayor parte de sus obras nos son
desconocidas, y los actos interiores escapan á nuestra vista. Un día veremos esas maravillas,
rasgado el velo de la fe que las oculta, y á la luz de la claridad eterna contemplaremos los
misterios de amor que ha obrado el Dios-Hombre en favor nuestro. Mientras llega ese venturoso
día, no perdamos de vista al Autor y consumador de nuestra fe; y si no podemos penetrar
los recónditos misterios, admiremos los rasgos principales que saltan á los ojos.
Dedicaremos un día del mes de Junio á cada año de la vida del Salvador; y como los
treinta años de su vida oculta son más ignorados, y los actos de esa vida parecen concentrados
en su Corazón para ser conocidos de sólo Dios, nos dedicaremos á meditarlos este mes, en
honor del mismo Corazón donde se esconden. Las tres meditaciones de la vida pública
serán el complemento de esta serie de consideraciones, para honrar así todos los años de la vida
del Salvador.
Si guardamos cierto orden en las virtudes, aplicando una á cada año de la vida del
Señor, no queremos coartar la libertad del que medita. Desde el principio de su existencia
poseyó Jesús todas las virtudes y las practicó: pero era necesario irlas colocando con algún
orden una en pos de otra, para facilitar el trabajo de la mente, que no puede ver y gustar todas
las cosas á un tiempo. Lo mismo decimos de las penas interiores que duraron toda la vida del
Señor, acompañándole desde el seno de María hasta el Calvario.
No siendo posible poner un orden lógico entre las meditaciones, haremos por seguir el
orden natural que guarda el alma en el trabajo de la perfección, y que tiene tan bien trazado San
Ignacio en los Ejercicios.
Varios autores lo clasifican con los nombres de vía purgativa, iluminativa y unitiva,
es decir, principio, progreso y término; pero nos es imposible seguir esta gradación sin
apartarnos del plan, que es recorrer los treinta y tres años de la vida del Señor.
Advertimos al lector que, cuando atribuimos á Jesucristo cierta manera de progreso y
adelanto en las virtudes, no queremos decir que realmente creciese en ellas, pues en el momento
de la Encarnación fue tan perfecto como en el de su muerte. Sólo hablamos de cierto adelanto
aparente que se echaba de ver en los diversos actos, y diferentes virtudes, y diversos ejercicios
de su vida, en conformidad con la edad, ocupaciones, relaciones y circunstancias en que
se halló. De una manera habla un niño de pocos años, y de otra un hombre de treinta.
Distintas con las ocupaciones del niño y las del hombre, y también son distintos los actos de
virtud que pueden practicar uno y otro. Pero si cambia lo exterior en Jesucristo, lo interior no
cambia. Bajo diversas formas, el mismo ser y la misma perfección en todas las épocas de la
vida. Con esto sabremos cómo se han de entender aquellas palabras del Evangelio: “Crecía
Jesús en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres."
Nosotros nacemos imperfectos é inclinados al vicio; y para secundar las miras de Dios y
corresponder á la gracia, tenemos que adelantar en la vía de la perfección cada día, y morir cada
vez más á nosotros mismos, y vivir cada vez más á Dios. Nuestro trabajo ha de ser incesante en
la vía del divino servicio, corrigiendo los defectos y ejercitando las virtudes, hasta que nos
podamos unir con aquel Señor que, siendo la perfección misma, llenará el vacío de nuestro
corazón, y suplirá lo que falta á esta naturaleza que Él ha elevado á tanta dignidad en su
Persona. Esto sucederá cuando se haya formado Jesucristo en nosotros, y cuando sus miembros
hayan llegado á la medida de la plenitud de la cabeza por un desarrollo progresivo de su
vida en ellos.
 
 
 
ACTO DE CONFIANZA
EN EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
 
Corazón Divino de Jesús,
confío y confiaré siempre en tu bondad y en tu amor;
y por el Corazón Inmaculado de María
te pido que no desfallezca nunca la confianza puesta en Vos;
a pesar de las contrariedades y pruebas,
de las cruces y aflicciones que quieras enviarme;
para que, habiendo sido mi consuelo en la vida,
seas mi refugio en la hora de la muerte
y mi gloria por toda la eternidad. Amén
 
EJERCICIO PRÁCTICO
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
 
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.
 
ORACIÓN PARA EMPEZAR.
 
¡Oh Jesús!, amable Salvador mío, que os habéis hecho hombre y quisisteis pasar
treinta y tres años en este mundo miserable para mostrarnos el camino del Cielo;
concededme la gracia de venerar este año de vuestra vida que voy á contemplar, y de
poner en práctica las virtudes de que en él me dais tantos ejemplos. Enseñadme la
imitación fiel de vuestro divino Corazón.
Y pues sois mi dueño y mi modelo, mi redentor y mi padre, ilustrad mi
entendimiento, purificad mi corazón, fortificad mi voluntad, gobernad, dirigid,
santificad mis acciones, enseñadme á hacer buen uso de las facultades de mi alma
y de los sentidos de mi cuerpo.
Haced que os tenga siempre en mi pensamiento, que mi boca pronuncie á
menudo vuestro santo nombre, que mi corazón os ame sin cesar, que no busque yo
sino vuestra gloria en todo, y no trabaje ni viva sino para vos. Esta gracia os la pido
también para todos mis prójimos. Bien pocos son los que os aman de veras. ¡Qué dolor
ver tantas almas agobiadas de penas y trabajos, y más aún de culpas y pecados!
Acordaos de esos infelices, á quienes todavía queréis llamar hermanos y tened piedad
de ellos. Acabad vuestra obra, amable Redentor, dulce esperanza mía, por los méritos de
vuestra santa vida, dolorosa Pasión, preciosa muerte y gloriosa resurrección. Os la pido
por el dulcísimo nombre que lleváis, por ese Corazón que tanto nos ha amado, y que
os habéis dignado darnos para que sea nuestro refugio, nuestro asilo, nuestra fortaleza y
esperanza en estos aciagos días. Os lo pido por la intercesión de vuestra Santísima
Madre, que también lo es nuestra.
Con esta intención os ofrezco mis obras y trabajos del presente día en unión de
lo que por mí hicisteis y padecisteis en la tierra, y, sobre todo, en unión con el sacrificio
adorable de la Misa, en cualquier parte de la tierra que se celebre. Oíd, Señor, á vuestros
hijos, y tened piedad de nosotros.
Amén.
 
 
ORACIÓN FINAL.
 
Acto de consagración y desagravio al Sagrado Corazón de Jesús.
 
¡Oh Corazón de Jesús! Yo quiero consagrarme á ti con todo el fervor de mi
espíritu. Sobre el ara del altar, en que te inmolas por mi amor, deposito todo mi ser; mi
cuerpo, que respetaré como templo en que tú habitas; mi alma, que cultivaré como
jardín en que te recreas; mis sentidos, que guardaré como puertas de tentación; mis
potencias, que abriré á las inspiraciones de tu gracia; mis pensamientos, que apartaré
de las ilusiones del mundo; mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis
virtudes, que florecerán al abrigo de tu protección; mis pasiones, que se someterán al
freno de tus mandamientos, y hasta mis pecados, que detestaré mientras haya odio en mi
pecho, y que lloraré sin cesar mientras haya en mis ojos lágrimas. Mi corazón quiere
desde hoy ser para siempre todo tuyo, así como tú, ¡oh Corazón divino!, has querido
ser siempre todo mío. Tuyo todo, tuyo siempre, no más culpas, no más tibieza. Yo te
serviré por los que te ofenden; pensaré en ti por los que te olvidan, te amaré por los que
te olvidan; te amaré por los que te odian, y rogaré, y gemiré y me sacrificaré por los
que te blasfeman sin conocerte.
 
 
DÍA PRIMERO.
(Primer año.)
JESUS EN SU NACIMIENTO.
 
El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros. (San Juan, I.)
Primer preludio. Jesús en el portal de Belén.
Segundo. Pedir la gracia que deseo, que es la unión íntima con Jesucristo por
conformidad de afectos.
El primer punto será considerar que la excelencia de las obras y de los pensamientos de
Jesucristo proviene de su unión con el Verbo divino. El segundo, que nuestra grandeza y mérito
están en nuestra unión con Jesucristo.
 
PUNTO PRIMERO.
 
La excelencia de las obras y de los pensamientos de Jesucristo proviene de su unión con
el Verbo divino. No hay concierto más armonioso que el que se forma del conjunto de todas
nuestras facultades para alabar a Dios. ¡Qué armónico concierto formarían las criaturas todas de
este mundo unidas á los coros de los ángeles y celebrando á su Creador! Nada es esto, sin
embargo, para el culto de alabanza que merece la Majestad divina, si no se une á este concierto
la honra que le tributa el Corazón de Jesús. ¿Y de dónde viene á este corazón tanta valía? De su
unión con el divino Verbo. En virtud de ella, la Persona divina dirige y gobierna la humanidad
de Cristo, y es el principio de sus actos; y como los produce por medio de la humanidad, de
aquí resulta que los actos de la humanidad son de valor infinito.
El Corazón de Jesús es el Corazón de un Dios, grande, santo, amante, rico por la
grandeza, santidad, amor y riqueza de Dios. ¿Puede darse más?
De tan alta unión nacen nobilísimas virtudes, por la sumisión perfecta de este Corazón
á la voluntad del Verbo divino en todas las cosas: de suerte que no ama ni aborrece sino lo que
el Verbo ama ó aborrece. En Jesucristo todo lo que es de Dios es del hombre, y todo lo que es
del hombre es de Dios. Modelo sublime de la unión del alma con su Creador cuando
corresponde á su gracia, entregándose ella del todo á su amado Jesús, y dándose Jesús todo á
ella.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Nuestra grandeza y mérito están en nuestra unión con Jesucristo. ¿Quieres saber, alma
cristiana, en qué consiste tu verdadero ser y tu vida? No, ciertamente, en cosa de este mundo.
¿Qué vale cuanto el mundo ama y estima? ¿Qué valen las amistades y cuanto se puede aquí
lograr y adquirir? ¿Qué gana la nada mezclada con otra nada? Pero si esta nada de nuestro ser se
asocia al ser divino de Jesucristo, pasa de repente de lo más abyecto y despreciable que darse
puede, á la mayor altura posible; pues un vil gusano llega á la sublime dignidad de hijo de Dios
adoptivo, con participación de aquella plenitud de gracia que tiene el Hijo natural, Jesucristo
nuestro Señor. Baste recordar lo que dice el mismo Señor en su Evangelio: que Él es la vid, y
nosotros los sarmientos. A la unión de Cristo con la Iglesia y con nosotros aludían las palabras
de Adán cuando dijo: “Esta es carne de mi carne y hueso de mis huesos”. De suerte que el
Corazón de Jesús puede llamarse el corazón de todos los cristianos, en el sentido que
decía San Bernardo: “Yo tengo un mismo corazón con Jesús.” Un corazón con Jesús tenemos
desde que empieza el de Jesús á ejercer su influjo sobre el nuestro como el de todo hombre
sobre los miembros del mismo hombre. Del corazón sale la sangre y se derrama por todo el
cuerpo, dándole la vida. En él se forma, se renueva y se purifica. Lo que físicamente se obra
en esta entraña con relación á los miembros del cuerpo humano, eso hace en sentido espiritual y
sobrenaturalmente el Corazón divino, vivificando á sus miembros, que son los hijos de la
Iglesia. Este es pues, nuestro corazón. Vivamos y amemos en él, por él y con él.
Si miramos al cielo, nos admirará ese sistema planetario con tanta multitud de globos
que giran alrededor del Sol, teniéndole á él por principio y fin de su carrera. ¿Y á quién no
admirará el plan del Altísimo Dios, que ha puesto como un sol divino al Corazón de su Hijo en
medio de la Iglesia para que anime y ordene todo el movimiento sobrenatural de las almas?
Persuadámonos de que todo el orden desaparecería para nosotros, si nos apartáramos de
la órbita en que debemos girar, poniéndonos fuera del influjo de nuestro Sol. No abandonemos
nuestro puesto. Conformemos con él nuestros pensamientos, deseos é intenciones, y sea Jesús el
Rey de nuestro corazón. Muy lejos nos hallamos tal vez de tan grande perfección. Pero ¿cómo
llegaremos á alcanzarla?
Recojamos nuestro espíritu; recojamos el pensamiento, los afectos y los sentidos corporales é
internos; consultemos al Corazón de Jesús en las dudas; recibamos respetuosamente las
inspiraciones de la gracia, y obedezcamos á sus impulsos. Esta lección nos da hoy aquel amante
Corazón que contemplamos unido á la divinidad.
 
DÍA SEGUNDO.
(Segundo año.)
SACRIFICIO DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Jesús en los brazos de María ofreciéndose al Eterno Padre.
Segundo. Pediré al Salvador divino la gracia de sacrificarme con EL
Primer punto. Sacrificio pronto. Segundo. Sacrificio entero. — Tercero. Sacrificio
continuo.
 
PUNTO PRIMERO
 
Sacrificio pronto. Para que sea meritorio un sacrificio, es menester, ante todo, que sea
voluntariamente aceptado, y esto es lo primero que hizo Jesús al encargarse de nuestra
redención. San Pablo dice que, al venir al mundo, se ofreció al Eterno Padre con estas palabras
del salmista: “No habéis querido sacrificios ni ofrendas, Señor, pero me habéis dado un cuerpo,
y yo he dicho: aquí vengo. Al principio del libro se ha escrito de mi que haga tu voluntad, Dios
mío." (Heb., X.)
Para entender el mérito de este ofrecimiento que hizo el Hijo de Dios, debemos advertir
que, al hacerlo, conoció la carga que echaba sobre sí, superior á todas las fuerzas humanas, y
que, sin embargo, no vaciló un instante, sino que al momento se ofreció cual víctima al Señor.
Este primer paso de su vida le granjeó méritos infinitos; porque de una ojeada vio lo que
aceptaba con todas sus circunstancias y consecuencias, y á todo se allanó.
¡Cuánto importa entrar con paso firme en el servicio de Dios, y no andar con
mezquindades cuando se trata de contentar á tan espléndido Señor! Da grima el ver cómo andan
regateando con su divina Majestad algunas personas piadosas, pero de apocado corazón, que
siempre creen que se les pide demasiado. No saben las infelices de qué bienes se privan y qué
males se acarrean; no saben lo mucho que á Dios disgustan y cuánto se alejan de la perfección
cristiana.
Examina, alma mía, si eres del número de esos infelices que andan á rastra por el
camino de la vida, agobiados por la tibieza y el remordimiento. Si lo eres, pide remedio al que
tan generoso se mostró contigo, y trata de servirle de veras desde este momento.
PUNTO SEGUNDO.
 
Sacrificio entero, Considera en qué consiste la ofrenda de Jesús, que es en darlo todo y
aceptarlo todo, es decir, en dar todos los bienes que posee, y recibir las penas todas que le
imponga la justicia de Dios. Desde ahora ve la larga serie de trabajos y penalidades que le
esperan, el pago que á sus favores le han de dar los hombres con persecuciones, calumnias,
desprecios y tormentos. Ha visto su ingratitud, malicia y sacrílega audacia; y ha contado uno
á uno los fieros golpes que han de dar á su Corazón amante en el Sacramento del altar, hasta el
fin de los siglos.
A vista de tales horrores, que estremecen al más tibio de los hombres, le oímos decir al
Padre las citadas palabras, con las que, aboliendo las pasadas víctimas, se pone en lugar de
todas ellas.
Alma cristiana, aquí tienes á tu modelo. De él aprenderás á darte toda á Dios, á no
negarle nada, ejecutando cuanto sea de su agrado, á recibir de su mano cuanto te diere, y llevar
en paciencia tus trabajos. Tal vez andas medrosa, sin osar ofrecerte á lo que Dios quisiera de tí.
Más considera que no tienes por qué temer. ¿Te pedirá Dios cosa que no puedas dar? ¿Te
cargará con una cruz tan pesada que no puedas con ella? Anímate y di: Heme aquí, Señor,
dispuesto á hacer vuestra voluntad. Preparado está mi corazón.
 
PUNTO TERCERO.
 
Sacrificio continúo. No basta lo dicho. Todavía nos va á enseñar el Salvador á dar un paso más,
y este es el más importante. Lo que ofreció al Padre, entrando en el mundo, lo repite en los
brazos de su Madre, en el pesebre, en el templo, en Egipto, en Nazaret, en el Calvario y en todos
los sagrarios de la cristiandad. Siempre estuvo en el mismo estado de sacrificio mientras vivió,
y en ese estado persevera en el Sacramento.
Por desgracia, tiene pocos imitadores. Poca; almas se entregan á Dios cuando las llama
y convida; menos son aún las que se entregan del todo; rarísimas las que, después de entregarse
á medias, no vuelven á quitar á Dios lo que le han dado. ¿Dónde se halla un alma generosa que
á toda hora y momento sepa decir con su Señor: Heme aquí, Dios mío, tomad y recibid,
disponed de mí á vuestro gusto?
¿Es esta tu disposición? Muéstralo con las obras. Bien pronto, hoy mismo se te
presentará la ocasión. Prepara tu corazón al sacrificio.
¿No te enterneces al ver á Jesús tan niño, en brazos de su Madre, que ansia los trabajos
y las cruces, cual si fueran regalos?
Imitaros quiero, Dios mío. Tomad, Señor, y recibid.
 
 
 
 
 
DÍA TERCERO.
(Tercer año.)
SANTIDAD DEL CORAZON DE JESUS.
 
Primer preludio. Ver á los ángeles adorándole.
Segundo. Pedir los tiernos afectos y el humilde respeto con que le adoran.
El primer punto, considerar al Corazón de Jesús como santo; el segundo, como modelo;
el tercero, como fuente de santidad.
 
PUNTO PRIMERO.
 
El Corazón de Jesús es santo. Hagamos al hombre á nuestra imagen, dijo Dios. ¿Y
dónde está el hombre por excelencia, tipo y dechado de los hombres? En Jesucristo, que es el
primero y último de los nacidos de Adán, según dijo el mismo Señor en el Apocalipsis; el
primogénito de toda criatura, como escribe San Pablo á los Colosenses, y aquel por quien todas
fueron creadas, como escribe á los de Corinto. De éste, pues, debemos entender á la letra las
citadas palabras: Hagamos al hombre á nuestra imagen. Y, en efecto, en él hallamos la imagen
de Dios en toda su perfección, porque el Verbo es la imagen de la bondad del Padre, según dice
el libro de la Sabiduría, y esta imagen sustancial y divina se refleja en su humanidad. Todas las
perfecciones de la divinidad se reproducen por una misteriosa comunicación en el Corazón
de Jesús. He aquí la perfecta imagen de Dios.
En Jesús todo es santo: santos sus pensamientos, santas sus obras. Tal debía ser el
Pontífice de la naturaleza humana, santo, inocente inmaculado, muy distinto de los pecadores y
más alto que todos los cielos, como dice San Pablo á los hebreos. Siendo, como es, el
tabernáculo de la divinidad, ¿cuánta será la santidad del Corazón de Jesús?
Ahora me acercaré á este santuario de la nueva alianza y contemplaré los resplandores
del divino infante: leeré en este libro, miraré este espejo sin mancilla, y, entrando dentro de mí
mismo, me avergonzaré de la corrupción de este mi corazón carnal. Cada virtud suya me
descubre un vicio mío, y cada perfección suya una imperfección mía, y por el conocimiento de
Jesús aprenderé á conocerme. Veré mis manchas en su pureza, mi fealdad en su
hermosura, y cuanto más me mueva á amarle, tanto más me moveré á aborrecerme.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
El Corazón de Jesús es nuestro modelo. Pondré, pues, los ojos en ese dechado de
perfección que me ha dado Dios, y no apartaré de El mi vista, si quiero ser cristiano. La luz de
vuestro rostro, Señor, ha brillado sobre nosotros, dejándonos como un sello de vuestra
hermosura, dice el salmista. Y este sello que se nos imprimió en la creación, se ha grabado más
en el bautismo que nos hizo hijos de Dios por adopción. En Jesucristo tengo, pues, el sello con
que se ha de acunar en todo mi ser la imagen de Cristo. Antes que se encarnase el Verbo divino,
parecía difícil que en la persona del hombre vil se retratase la belleza del Creador. Ahora nada
más fácil, cuando el Creador se ha formado á imagen de la criatura, y en su humanidad ha
puesto á nuestro alcance las perfecciones de Dios.
Ven ahora, alma mía, á los pies de este tierno infante, en cuyo rostro brilla la santidad
del Padre celestial que ha de iluminar el tuyo. A imagen de este Niño te has de reformar, y pues
has llevado en ti la imagen del hombre terreno, haz por borrarla y tomar la del hombre celestial.
Jesucristo es el principio, autor y modelo de toda santidad, y el tipo que te debes
proponer. Si tienes hambre y sed de justicia, ven y estudia ese Corazón, y en él hallarás, no sólo
el verdadero dechado de la justicia, sino también la fuente de la gracia que necesitas para su
imitación.
 
PUNTO TERCERO.
 
El Corazón de Jesús es fuente de santidad. La perfección propia de la humanidad de Jesucristo
consiste en estar unida al Verbo, de cuya santidad participa. Por esta misma unión está su
Corazón divinizado y llega á ser fuente de santidad. Nuestra perfección viene de Jesucristo y
depende absolutamente de nuestra unión con El, según sus propias palabras: “El que permanece
en Mí y en quien permanezco Yo, dará muy copioso fruto.” (San Juan. XV.) ¿De dónde saca la
,

rama su vida y la virtud de dar hojas, flores y frutos, sino del árbol? Y cuanto más estrecha sea
esta unión del alma con Cristo, más gracia recibirá para crecer en virtud. En El todo es santo, y
nosotros necesitamos que santifique todos nuestros pensamientos, obras, palabras y sentidos.
Coteja, alma mía, la santidad de Jesús con tus imperfecciones. Jesús, dechado de
virtud; yo, abismo de miseria y pecados. Y, sin embargo, Dios quiere que me santifique. “La
voluntad de Dios es vuestra santificación,” dice San Pablo. (I. Tesal, IV.) Para esto me ha criado
y me ha hecho hijo suyo, y esto he prometido en el bautismo. Me preguntaré con San Bernardo:
¿A qué has venido? En honor del Corazón santo emprenderé una nueva vida. No dilataré más mi
conversión.
 
DÍA CUARTO.
(Cuarto año.)
AMOR DE JESÚS A SU PADRE.
 
Primer preludio. El Corazón de Jesús como una hoguera inmensa en medio de un mar
de hielo.
Segundo. Pediré ese fuego, que trajo el Señor al mundo.
Punto primero. Amor fiel, — Segundo. Amor puro, — Tercero. Amor constante.
 
 
 
PUNTO PRIMERO.
 
Amor fiel. Lo primero que debía hacer el hombre al llegar al uso de la razón, es un acto
de amor de Dios. Jesús, que tuvo uso de razón desde el primer instante de su vida, desde
entonces empezó á amar, entonando el cantar de los ángeles del portal de Belén: Gloria á Dios
en las alturas. Este fue su primer suspiro, su primera voz y el primer latido de su Corazón.
Repitió las palabras del Salmista: “Yo te amaré, Señor, fortaleza mía, refugio mío" (Salmo
XVII), y al morir, dirá: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu."
Al criar Dios al hombre, no le había pedido sino una cosa: “Hijo, dame tu corazón.” Y
como el hombre se lo negó, se queja de este proceder amargamente cuando dice por boca del
Profeta: “Crié y ensalcé á unos hijos que después me han despreciado" (Is., I). ¡Ingratos! “El
buey conoce á su dueño, y el jumento conoce, el establo de su amo; pero Israel no me conoció”
(Is., I).
Pensaré ahora en lo que era la tierra cuando se encarnó Dios. ¡Qué tinieblas! ¡Qué
errores! ¡Qué vicios! ¡Qué olvido del Creador! Y me consolaré al pensar que el Corazón de
Jesús sabe amar, y basta por sí solo para recompensar á Dios del olvido de los hombres. Bendito
seas, Corazón santo, bendito seas. Ama á Dios por mí, suple mis faltas, suple mi frialdad. Tarde
te conocí, digo con San Agustín, tarde te amé, Dios mío. ¡Tristes años que he pasado en
desgracia tuya! Quiero empezar á amarte, y empiezo desde ahora.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Amor puro. El Corazón de Jesús me enseña, no sólo á amar sin dilación, sino á amar
con toda pureza. Para amar bien á un Dios, se necesitaba un Dios; pues nada son los ardores de
los Serafines y de todos los Santos juntos, cuando se trata de amar á la infinita Bondad. Mas he
aquí el corazón nuevo, que había Dios prometido darnos. Ardiendo en vivas llamas exhala hasta
el alto cielo un fuego que allí prendió, y devuelve á Dios el amor, que nació de Dios.
Amarás al Señor con todo tu corazón, dice la divina ley. Más ¿quién la cumplirá?
¿Quién dará al Sumo Bien ese amor, que tantos títulos se merece? No nos engañe el amor
propio. Confesemos que nuestro corazón es muy pequeño, muy mezquino, muy poco digno de
Su Majestad; muy gastado y corroído está por la carcoma del vicio. ¡Si al menos se lo diéramos
del todo! Y ¿dónde se hallará un alma generosa que se lo dé del todo? ¿Quién ama a Dios por sí
mismo, despreciando lo que no es Dios y despreciándose á sí mismo sobre todo?
¿Quién no busca sus gustos y su satisfacción personal en lo poco que hace por Dios? ¿Quién es
fiel á todas horas y momentos, lo mismo en la luz que en las tinieblas, y en lo próspero como en
lo adverso?
Difícil es hallar quien sirva al Señor de balde. Hay que irlo á buscar al fin del mundo,
dice el Kempís.
Por lo que á mí toca, confieso, Señor, que no he llegado á esa altura. Soy un siervo
asalariado que no piensa más que en la paga. Vergüenza me da de decirlo, pero es la verdad.
 
PUNTO TERCERO.
 
Amor constante. Tal fue el del Corazón de Jesús desde el primer instante de su vida
hasta el fin de ella, sin distracción ni interrupción y sin amortiguarse jamás. Todavía sigue
amando en el Sacramento, y amará hasta el fin del mundo, y por toda la eternidad. Colocado en
medio de aquel horno de divinas llamas que es la caridad increada, es decir, el mismo Dios,
arderá siempre en divinos ardores.
¡Qué motivo tan grande de humillarme! Si en un momento de fervor salta una llamarada
de este pecho ingrato, ¡qué pronto se apaga! Si me animo á dar alguna cosa al que todo me lo
dio, ¡qué pronto se la quito! ¿Quieres hallar, alma tibia, un eficaz remedio á tu inconstancia, un
estímulo á tu tibieza Busca al Corazón de Jesús, é incorpórate á él, y aprenderás allí lo que
es amor puro y perfecto, fuerte y constante. Una vez que hayas hecho tuyo lo que es suyo,
podrás por esta vía dar á la Majestad divina el amor que se merece.
Ten en la memoria y no olvides que el amor ha de ser pronto, puro y constante, es decir,
que has de amar sin dilación, sin reserva y sin cesar.
 
DÍA QUINTO.
(Quinto año.)
PENAS DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Ver á Jesús en Egipto llorando la idolatría y los vicios de los hombres.
Segundo. Pedir gracia para conocer lo que padece el Salvador.
Primer punto. Motivo de su dolor, su amor á Dios. — Segundo. Su amor á los hombres.
— Tercero. El poco fruto de su Encarnación.
 
PUNTO PRIMERO.
 
El primer motivo de su dolor fue lo mucho que amaba al eterno Padre, y, por
consiguiente, el gran deseo que tenía de verle glorificado. Como le veía, por el contrario,
ultrajado por los pecadores, nadie puede concebir lo que sufría su Corazón. Si David decía que
se secaba y consumía de pena viendo el olvido de la ley de Dios en la tierra, ¿qué pensaremos
de Jesús? ¿Cómo desfallecería viendo á los hombres abandonar la ley divina? Este dolor no tuvo
más medida que el amor, y el amor era infinito; y como el amor era constante, así fue continuo
el penar mientras le duró la vida, y amargó todos los instantes de su existencia.
Alma mía, si tú amases á Dios con amor sincero, entenderías mejor las angustias de
aquel pecho amante, y tomarías parte en su quebranto, y dirías como él: Dios mío, los crímenes
de los que os ultrajan han caído sobre mí, ¿Cómo puedes ver impasible las ofensas que se hacen
á tu Padre, y al que es á un tiempo tu Rey, tu bienhechor y tu Dios? Si no hay mal alguno
comparable con el pecado, porque es un mal de Dios, ¿cómo no te afliges al ver la multitud de
pecados que inundan la tierra?
 
PUNTO SEGUNDO
 
La segunda causa del dolor de Jesús nos toca bien de cerca, pues fue el amor que nos tiene.
¿Quieres saber lo que es amar, y á qué extremos ha llevado á algunas almas generosas el amor
de sus hermanos? Oye, pues, a Moisés que decía en una ocasión a Dios: “Este pueblo, Señor, ha
cometido un gravísimo pecado; mas yo te ruego que, ó se lo perdones, ó me borres de tu libro."
(Exod., XXXII.) Oye á San Pablo, que, escribiendo á los Romanos, les decía: “La verdad digo
en Jesucristo, y no miento, que siento una gran tristeza y dolor continuo en mi corazón, y
quisiera ser anatema por mis hermanos”' (Rom., IX.) ¡Qué exceso de caridad! Y, sin embargo,
¿qué comparación puede haber entre el Corazón de estos Santos y el de Jesucristo? De aquí
sacaré lo mucho que padeció este Señor, verdadero Padre de los hombres, su mejor amigo, su
hermano y su redentor, que conocía mejor que nadie el estado deplorable á que los había
reducido el pecado, y la espantosa suerte que les estaba reservada.
¿Cuánto padecería el que nos amaba infinitamente más que pudieron amar á sus hermanos
Moisés y San Pablo.
Alma mía, considera cuan imperfecta es tu caridad, comparada con la de estos Santos. ¿Qué
te parecerá si la comparas con la de Jesucristo? Ven á la escuela del Corazón de Jesús, y aprende
á amar á tus prójimos y á tener celo por la salvación de sus almas.
 
PUNTO TERCERO.
 
La tercera causa de los dolores del Salvador fue el conocimiento que tuvo del poco fruto que
había de sacar de su venida al mundo, y de los pocos que habían de corresponder al beneficio
de la redención. Parece que tuvo presente este dolor el Salmista cuando dijo: “¿Qué utilidad
sacaré yo de mi sangre?" (Salmo XXIX.)
¿De qué servirá mi sacrificio por los hombres? Mira, cristiano, esa multitud de infieles que
mueren en las tinieblas de la idolatría. Naciones enteras corren por el camino de la perdición
envuelta en la ignorancia de su último fin, y se precipitan en el abismo del Infierno. Al verlas
perecer sin remedio, llora el Salvador, y desearía sufrir mil muertes á trueque de poderlas
detener en el borde de la eterna muerte.
Añade á esto, alma mía, la previsión del abuso criminal que habían de hacer un gran número
de cristianos de las gracias que les merecían con su pasión y muerte, y con todos los trabajos de
su vida. Allí previo las blasfemias, la profanación de las fiestas y de las cosas santas, los
sacrilegios y la violación de templos y sacramentos, la indiferencia de unos, el descuido de
otros, el desprecio de la religión en unos, el odio y aversión en otros. Vio abatida la virtud,
triunfante el vicio, y pisoteada en todas partes la ley divina. Sintió, sobre todo, la ingratitud de
las personas favorecidas con especiales gracias, que no habían de corresponder á ellas sino con
una tibieza y frialdad inexplicable, y á veces con inaudita traición. De esto se quejó
amargamente a la beata margarita. “Si mi enemigo me maldijese, lo sufriría en paciencia, dice
el Señor por el Salmista; pero que tú, comensal mío y amigo mío...” (Salm. LIV.) ¿No se dirigen
á ti estas quejas, alma mía? Haz por consolarle con tu fidelidad; endulza sus penas tomando
parte en ellas, como debe hacerlo todo amigo verdadero. Pide con Jesús por la conversión de los
pecadores.
 
DIA SEXTO.
(Sexto año.)
ORDEN QUE REINA EN EL CORAZON DE JESUS.
 
Primer preludio. Ver á Jesús como un sol en el mundo, que ordena los corazones de los
fieles.
Segundo. Pedir que ordene el mío en la caridad de Dios y la paciencia de Cristo.
Primer punto. El orden es la perfección. — Segundo. Reina en el Corazón de Jesús. —
Tercero. Debe reinar en el mío.
 
PUNTO PRIMERO.
 
El orden es la perfección, porque la perfección está en el orden. Pide el orden supremo del
alto Dios que la criatura pague fiel y constantemente el tributo que debe al Creador de todo, y
que ponga en El su fin último, amándole como á Bien sumo, y á todas las cosas en El. Está en
orden el entendimiento, cuando, creyendo en Dios, que no puede engañarse ni engañarnos,
sujeta su juicio al juicio divino y no se aparta un ápice del camino de la verdad. Está en orden la
voluntad, cuando estima cada cosa en lo que vale, amando sobre las criaturas al Creador, y
encalzando la corriente de sus apetitos y afectos para que no se derramen en busca de las
criaturas, con ofensa del Señor de ellas. En orden estarán las demás potencias del alma, siempre
que, sujetas y subordinadas á la voluntad, como la voluntad á Dios, sigan su dirección sin
resistencia alguna. En orden estarán los sentidos, si sirven de instrumento á la razón alumbrada
por la fe, y observan las leyes de la modestia cristiana. Todo el hombre está en orden, cuando
ordena todas sus obras conforme á la voluntad divina, en la elección de ellas y en el modo de
ejecutarlas, pues no hace sino lo que quiere Dios que haga, y lo hace del mejor modo posible.
En una palabra, está todo en orden, cuando es Dios el principio, la regla y el fin de nuestras
obras, de suerte que no obramos sino á impulsos de la gracia, á la medida de la divina voluntad
y por la gloria de Dios.
Considera si has llegado á esta perfección, ó cuánto te falta para llegar á ella.
 
 
 
PUNTO SEGUNDO.
 
En el Corazón de Jesús reina el orden en toda su perfección. Todo en Él está ordenado,
sin que jamás haya turbado el menor desconcierto la armonía de sus facultades. Jamás se vio en
El cosa menos conforme á la disposición divina, ni un pensamiento, ni una palabra, ni una
mirada, ni un paso ni un movimiento. Y así pudo decir á los judíos: “¿Quién de vosotros me
argüirá de pecado?" (S. Juan, VIH.) Más no consiste en esto toda la perfección de Jesucristo.
Lo principal de ella está en que no sólo carecieron de imperfección sus obras, sino que todo en
ellas fue divino y perfectamente conforme á la divina ordenación. Pensamientos, obras y
palabras, todo tenia al Verbo por principio, y al Verbo se atribuye todo, “Todo lo hizo bien" dice
el Evangelista (Marc; VII), y en esto resume la santidad consumada del Hombre-Dios.
Y esto nos dará una ligera idea de la excelencia del Corazón de Jesús, puesto que en el
corazón está la regla que dirige las acciones, y el orden que admiramos por de fuera tiene allí
dentro su causa. Si nos encanta el concierto del Universo, ¿cuál será la armonía que reina en
Jesucristo, compendio del Universo, donde se ven unidos Dios y el hombre, la criatura y el
Creador?
 
PUNTO TERCERO.
 
El orden debe también reinar en el mío. Va has podido conocer, alma mía, en qué está la
santidad á que te llama Dios. Con sólo que mires al Corazón de Jesús, lo verás bien claro. Pero
mucho tienes que andar para alcanzarla, porque anda tan descarriado tu corazón, que te ha de
costar mucho el meterlo en vereda. Mira al Corazón de Jesús, y le verás tan arreglado como está
desarreglado el tuyo. Verás en ti un general desorden: desorden en las facultades que están bien
rebeldes; disipación en la fantasía; corrupción en el corazón; inclinaciones malas, deseos
frívolos; aficiones bajas y terrenas. Hallarás desordenados tus sentidos, la vista sobre todo y la
lengua; desordenadas las acciones por falta de pureza de intención, ó por intención menos recta
y fines torcidos, y aun cuando la intención sea buena, por el descuido y negligencia con que
haces las buenas obras; desordenada la voluntad, que en vez de buscar á Dios y encaminarse á
El con amor puro, se apega á las criaturas.
Entra dentro de ti, y hallarás tu corazón tan agitado como las olas del mar, ó como una
nación que ha sacudido el yugo de su soberano y se divide en mil bandos. Todo el vicio de las
obras exteriores nace del interior que está viciado. Empieza por sentar el fundamento de la
santidad. El hombre ha sido criado para servir á Dios y salvar su alma.
Medita esta verdad. Vienes de Dios, que te ha criado; vives en Dios, que te
conserva; vas á Dios, que te llama al Cielo. Observa la ley divina, y vivirás en suma paz. El
mundo está en desorden; pero mira á Cristo, que es tu modelo, y no te perderás.
 
DÍA SÉPTIMO.
(Séptimo año.)
HUMILDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Ver al Niño-Dios despreciado en una nación infiel.
Segundo. Pedir al Señor, que se ve anonadado en la Eucaristía, la gracia de una
verdadera humildad.
Punto primero. Naturaleza de la humildad. — Segundo. Modelo. — Tercero.
Frutos.
 
PUNTO PRIMERO.
 
¿En qué consiste la humildad? En conocerse uno á sí mismo tal cual es, estimarse en su
justo precio y amarse según lo que merece. Parece que no necesitábamos lecciones de humildad
siendo lo que somos, y, sin embargo, las necesitamos tanto, que el mismo Señor ha querido
enseñárnosla diciendo: “¡Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón!” Sin
esta virtud no podemos agradar á Jesucristo, porque “arroja fuera de su corazón. á los
soberbios” como dijo la Madre de Dios en el Magníficat; que es el cántico en que revela María
los profundos senos de su humildad.
¿Y cómo debemos practicar esta virtud? Del modo más natural, pues el hombre
verdaderamente humilde conoce sus miserias, y no se maravilla de verse tan miserable; conoce
sus defectos, y no se espanta de verse tan imperfecto, ni se abate, ni se desanima.
Tampoco lleva á mal que los demás le conozcan y le tengan por lo que es; pues no
quiere la estima de los hombres, sabiendo que no la merece. Lleva en paciencia, y aun sufre con
gusto, que se le desprecie y no se haga caso de él. No se escandaliza de las faltas que ve en el
prójimo, ni se gloría de estar libre de ellas, porque sabe muy bien que, si Dios no le tuviera de
su mano, cometería otras mayores. Vuelve á Dios la gloria de todo lo bueno que haya en sí. Le
gusta obedecer á otros y sujetar su juicio al parecer de los demás. Abraza los oficios
bajos y humildes, y no se cree bueno para más. Se goza de llevar la librea de Cristo, tomando
parte en sus humillaciones y desprecios.
Examínate sobre estos puntos tan importantes, y ve cuánto te falta para llegar á ser
humilde.
¡Oh Señor, qué lejos estoy de la perfección!, ¡qué lejos de vuestro espíritu! No me
conozco á mí mismo, puesto que no me desprecio. Conózcate á ti, conózcame á mí, os diré con
San Agustín.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
El Corazón de Jesús modelo de humildad. Merece Jesús toda gloria, porque es Dios,
porque es santo, porque es inocente; pero como también es hombre, y además ha tomado la
forma de pecador, tiene que ser humilde por estos dos títulos. Conocía el Salvador, .mejor que
nosotros, la bajeza de la criatura, aunque sea inocente, y la fealdad del pecado. Por haberse
hecho criatura, y por haber tomado la responsabilidad de todas nuestras culpas, se vio tan
humillado, que llegó á decir por el Salmista, que se le cubría la cara de vergüenza. (Salm.
LXVIÍI.) Andaba siempre humillado delante de su Padre celestial y á sus propios ojos, y no
menos en su trato con los hombres, pues decía que no había venido á ser servido, sino á servir.
Este prodigioso abatimiento lo explica San Pablo diciendo que se anonadó. Vivió, trabajó y
padeció por la gloria del Padre y la salud de los hombres, diciendo que su gloria no era nada.
Todo lo sacrificó á este doble fin.
¿Quieres conocer más aun la humildad de Jesucristo? Míralo en la estrechez del
Sagrario, donde se abate y anonada cuanto es posible imaginar. ¿Qué se ha hecho de su gloria y
poderío? ¿Adónde ha ido á parar la majestad imponente del Sinaí? En Belén y Nazaret, en
Egipto y en el Calvario, sólo se ocultaba la divinidad; pero aquí todo desaparece, aun la forma
de hombre.
¿Y puedes todavía ser soberbio? ¿Adónde bajaré, Señor, para estar más bajo que vos?
 
PUNTO TERCERO.
 
Frutos de la humildad. Vamos á considerar los que sacó Jesús de sus humillaciones.
Empezó por nacer en un establo; y aquel lugar tan vil se convirtió en un cielo donde cantaban
millares de ángeles á porfía: ¡Gloria á Dios en las alturas y paz á los hombres! ¿Qué más rico
fruto de los abatimientos de Cristo, que la honra de Dios y nuestra salud? Cristo por su
humildad repara el honor que quitó á Dios el orgullo de Adán. Un hombre ultrajó á Dios, y el
ultraje lo recompensa un Dios.
Aquí aprenderás que si quieres honrar á tu Creador, debes humillarte; y si quieres
ayudar á la salvación de las almas, debes humillarte también, y así darás gloria á Dios y paz á
los hombres. ¿Quieres crecer en virtud y en gracia? “Humíllate en todas las cosas, dice el
Espíritu Santo, y hallarás la gracia.” (Ecles., III.) La humildad será la llave con que se te abrirá
el Corazón de Jesús, y derramará la gracia sobre ti. Dios resiste al soberbio y da gracia al
humilde. “Mi alma aborrece al pobre soberbio,” dice Dios. (Ecles., XXV.) Si eres pobre de
virtud y buenas obras, no seas soberbio por lo menos.
Pide humildad al humildísimo Jesús. En la comunión y en las visitas al Santísimo,
después de recibir al que es la humildad misma, ¿podré conservar humos de soberbia, hablar
palabras despreciativas, rebajar á los demás? ¿De qué te engríes, polvo y ceniza?
En honra de las humillaciones de Cristo, acepta con gusto el ser ignorado y tenido en
nada.
 
 
 
 
DÍA OCTAVO.
(Octavo año.)
TERNURA DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Representarse á Jesús en toda su amabilidad tratando con los hombres.
Segundo. Pedirle la gracia de amar de veras al prójimo.
Punto primero. Jesús amigo. — Segundo. Hermano. — Tercero. Padre. — Cuarto. Esposo.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Jesús amigo. Del amor de Dios nace el amor de los hombres, que son sus hijos, y así nos ama
Jesús con un corazón de amigo, y se llama amigo nuestro, y guarda todas las leyes de la
verdadera amistad. ¡Qué nombre tan dulce! “¿Qué se comparará con mi amigo fiel? Ni el oro ni
la plata se le pueden poner en parangón” dice el Sabio. (Ecles., VI.)
¡Oh discípulo amado, que descansaste sobre el pecho de Jesús! Dinos si sabe amar este
Señor. Este es el amigo fiel que da la vida y la inmortalidad, y sirve de defensa á los que son
objeto de su ternura, como dice el Espíritu Santo en el lugar citado. No abandona á los suyos en
la desgracia ni en la muerte, y esto por puro amor y sin interés alguno.
¿Cómo he correspondido yo á tan fina amistad? Yo, que me precio de amigo fiel con todos,
sólo con vos he sido ingrato y desleal. Dios mío. ¡Cuántas veces os he abandonado con negra
traición! ¡Perdón, Jesús mío, perdón!
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús hermano. Al título de amigo añade otro más dulce, que es el de hermano. “No se
avergüenza, dice San Pablo, de llamarnos hermanos suyos." (Heb., II.)
Nada más dulce que el amor fraternal, ni más íntimo que el vínculo que une á los hermanos
entre sí. “Vé á mis hermanos, dice Jesús á María Magdalena, y diles que voy al Padre mío y
vuestro.” (San Juan, XX.) Este título no es un nombre vano en su boca, pues quiere hacernos
herederos con él del reino eterno. Semejante largueza nos parecerá más generosa aún, si
consideramos que no la hemos merecido en manera alguna, sino que antes bien la hemos
desmerecido por la indigna bajeza é ingratitud con que le hemos tratado; pues le hemos
despreciado, ultrajado y entregado á la muerte, al paso que este Señor nos amaba, buscaba y
rescataba del infierno; y de pobres desterrados que éramos, nos hacía hijos de Dios y herederos
del Cielo.
Si quieres mostrar tu gratitud á este beneficio del Señor, ama á tu prójimo, sirve á Cristo
nuestro Salvador en sus miembros, pues cuanto hicieres con ellos lo haces con Él, y tendrás la
dicha de satisfacerle sus ardientes deseos y pagarle lo mucho que le debes.
PUNTO TERCERO.
 
Jesús padre. Los lazos que unen á un padre con sus hijos son aún más estrechos que los que
unen entre sí á los hermanos. Y este nombre ha querido tomar también el amable Jesús,
llamándose padre, porque nos ama con amor paternal. Por darnos la vida ha derramado su
sangre, y nos está diariamente sustentando con su carne divina, de tal suerte, que más puede
llamarse padre nuestro que los padres que nos engendraron y que las madres que nos criaron á
sus pechos.
Mucho deben los hijos á sus padres; pero más es lo que debemos nosotros á nuestro Salvador.
¿Qué deberé hacer para mostrarle mi agradecimiento? ¿Qué deberé hacer hoy mismo?
 
PUNTO CUARTO.
 
Jesús esposo. Tiene Jesús un corazón de esposo. Este parentesco es el más íntimo que
existe en el mundo. ¿Quién podrá entender lo que encierra esta íntima alianza de la criatura con
el Creador? ¿Quién hubiera creído que llegaría el Hijo de Dios á contraer desposorios con unas
criaturas tan bajas y miserables, tan afeadas por el pecado, tan llenas de imperfecciones, tan
desarregladas en sus deseos, tan corrompidas por sus vicios, tan despreciables en todos
conceptos? Y, sin embargo, no se puede dudar que, enamorado el Señor de nuestras almas, las
ha elegido por esposas. “Has herido mi corazón, hermana y esposa mía," dice en los Cantares.
(Cant. IV.)
“Me alegraré en el Señor, dice el Profeta, porque me ha revestido con ornamentos de
justicia, como á un esposo que ciñe corona, y como á una esposa adornada de ricas galas.'' (Is.,
LXI.) Semejantes desposorios contrae el Corazón de Jesús con el del hombre, obrando tal
enlace la divina caridad. “Mi amado es para mí, y yo para mi amado." (Cant. II.)
¿Quién podrá, Señor, aspirar á tal unión con vuestra majestad? Escucha, alma mía, la que
dice el Señor: “Me desposaré contigo para siempre con un enlace de justicia, de juicio, de
misericordia y de compasión; me desposaré con fidelidad, y sabrás que Yo soy el Señor." (Os.,
II.)
A esta preciosa unión nos dispone la justicia, la pureza y la humildad; nos la concede la
Bondad divina, y nos la conserva la fidelidad.
 
DÍA NOVENO.
(Noveno año.)
PUREZA DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Ver á Jesús á la edad de diez años con toda su inocencia y candor.
Segundo. Pedir amor á la pureza y la gracia de conservar la inocencia recibida en los
Sacramentos.
Primer punto. Cristo posee la pureza. — Segundo. La enseñanza. — Tercero. La concede.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Pureza, de Jesús. — Triste es el espectáculo que ofrece el mundo desde el pecado de Adán.
Al poco tiempo, ya nos dice la Escritura que toda carne había corrompido sus caminos; y
aunque el diluvio vengó la ofensa de Dios y purificó la tierra, no tardaron los hombres en ser
peores que antes. “Corrompidos están, dice el Profeta, y se han hecho abominables en sus
criminales deseos; no hay quien obre bien, no hay ni uno solo." (Salín. XIII.) ¡Oh mi Dios!
¿No os arrepentís de haber criado al hombre? ¿Dónde pondréis vuestros ojos, esos ojos tan
puros que no pueden ver la maldad? Mas he aquí que Jesús se deja ver en este mundo, y atrae
las miradas del Altísimo, que se pone á contemplar su inocencia y santidad, y dice: Este es mi
Hijo muy amado, en quien mucho me he complacido: este es el espejo sin mancilla que refleja
mi divinidad.
No os acerquéis á ese santuario, vicios horrendos que inficionáis y corrompéis á toda la
naturaleza humana. A ese Corazón purísimo no puede llegar vuestro aliento ponzoñoso. Es puro
y santo con la pureza y santidad de Dios. Es el lirio entre las espinas, flor bellísima, cuyo aroma
ha de embalsamar el aire del mundo entero.
Ya veis, Señor, que la tierra ha dado su fruto. Miradlo y olvidad nuestros extravíos.
Contemplad ese Corazón, y perdonad la corrupción del nuestro. Siendo ya propiedad de los
hombres ese Corazón, permitid que os sea ofrecido por nuestras manos en compensación del
horrible cuadro que presenta el mundo entregado al más abominable de todos los vicios.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús, maestro y dechado de pureza. Colocado como la luz de un faro entre las tinieblas de la
noche á la vista del navegante, está siempre protestando contra los vicios de la humanidad. No
hay luz que con ella se pueda comparar. Es tan clara y resplandeciente, que no tiene excusa el
que no la ve, pues es menester cerrar los ojos para no verla. El Corazón de Jesús es una escuela
de pureza, en la que se formaron las vírgenes, y aun la misma Reina de las vírgenes, que
aprendió las lecciones del divino Maestro, aun antes de haberlo concebido en sus entrañas,
como la aurora que bebe la luz del Sol antes que haya salido.
Ven, pues, generación bendita, á colocarte alrededor del Cordero inmaculado, á quien
seguirás eternamente á cualquier parte que vaya. Ven en pos de la divina Madre, haciéndole la
corte, y entona aquel cantar nuevo, que sólo las vírgenes saben cantar. ¿Quién me diera oír sus
ecos armoniosos? ¡Cuán bella es la generación de las almas castas con la claridad del cielo!
¡Qué hermoso es un corazón puro é inocente! Parece que el Espíritu Santo no encuentra
vocablos á propósito en la lengua de los hombres para alabarlo.
¿Sientes tú, alma mía, el amor que esa virtud á Dios inspira? ¿Sabes estimarla, conservarla y
defenderla? Mira que llevas ese tesoro en vaso frágil, como decía San Pablo, y que si no hay
virtud más bella, tampoco la hay más delicada. Un soplo, una palabra, una mirada, un
pensamiento, basta para marchitarla.
 
PUNTO TERCERO.
 
Jesús, manantial de pureza. Uniéndose á la humana naturaleza, ha querido hacer pasar
por sus venas el contraveneno de la enfermedad que la carcomía. Como la sal, vino a librarnos
de la corrupción, enseñándonos el valor de la pureza, é invitándonos á codiciarla con el halago
de magníficas promesas. Pero no le pareció bastante enseñarnos la virtud angélica. Pretendió
más, y, haciéndose nuestro médico, puso en el Sacramento que engendra vírgenes el remedio
infalible del cáncer que nos consumía.
¡Qué bondad la de nuestro Dios! No desdeñarse de aplicar su carne virginal á una carne de
pecado, y de poner su asiento en un templo profanado mil veces por el ídolo de la impureza. ¿A
quién no admirará tan increíble dignación? ¿Habéis olvidado, Señor, el aborrecimiento que
siempre tuvisteis al pecado? He aquí mi cuerpo: santificadlo y purificadlo. He aquí mis ojos,
mis pensamientos, mis afectos, todo mi ser: santiticadlo y renovadlo.
Alma de Cristo, santifícame; agua del costado de Cristo, lávame. Sois fuente de gracia:
llenadme de ella, Señor, y dadme horror al pecado. ¿Podré olvidarme de que soy miembro
vuestro y entregar mi cuerpo al vicio?
Acuérdate, alma mía, que la modestia es la que guarda el tesoro de la pureza, y no abras la
puerta de tus sentidos al enemigo. Acude á María, tu Madre purísima, y ten especial devoción á
tu ángel de guarda, para que te guarde la virtud que justamente se llama angélica.
 
DÍA DÉCIMO.
(Décimo año.)
EL CORAZÓN DE JESÚS CARGADO
CON LOS PECADOS DEL MUNDO.
 
Primer preludio. Ver á Jesús aceptando la responsabilidad de nuestras culpas.
Segundo. Pedir sus sentimientos de humildad y de dolor.
Punto primero. Confusión que padeció Jesús. — Segundo. Dolor que sintió.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Confusión de Jesús. Uno de los principales efectos de la Encarnación del Hijo de Dios fue
tomar nuestras miserias al mismo tiempo que nos comunicaba su riqueza. Como se hizo hombre
para salvarnos del pecado, y por eso se llamó Jesús, tomó sobre sí la carga que nos quitaba, y, al
tomarla, experimentó toda la confusión y vergüenza que debe sentir un justo tenido por
criminal. No fue la mayor humillación de Cristo el abatimiento á que le redujo el tomar carne
humana, sino la responsabilidad que aceptó de todos los pecados del mundo haciéndose reo de
todos ellos, por lo cual dijo en el salmo: “Vos conocéis, Señor, mis delitos.” (Salm. LXVIIl.)
“Todo el día tengo delante de mis ojos mi ignominia. La vergüenza me cubre el rostro de
confusión.” (Salm. XL1II.) ¿Quién podrá explicar el tormento que padeció el Salvador, siendo
la Santidad misma, al verse cubierto, como con un manto, de tantas abominaciones y
sacrilegios, de tantas blasfemias y torpezas, viéndose reo de todos los pecados del mundo y
como identificado con ellos?
¡Oh alma cristiana! ¡Jesús se avergüenza de tus crímenes, y tú no te avergüenzas de ellos!
Los hombres se ruborizan de su nacimiento humilde, de ser pobres, de tener cortos talentos, de
algunos defectos naturales que no pueden remediar, pero no de sus pecados. Se avergüenzan de
confesarlos, sí, pero no de cometerlos. Se avergüenzan de todo, menos de lo único que debía
causarles rubor, que es el pecado. ¡Qué ciegos son, y qué injustos en la apreciación del
verdadero mal! No abochornarse de las llagas del alma que dan asco á Dios, de la corrupción
del corazón que le provoca á vómito, de los instintos depravados que tiranizan al esclavo de las
pasiones y lo envilecen y rebajan hasta la condición de las bestias, ¿puede darse mayor miseria?
¿Puede darse mayor demencia que tener empacho de presentarse mal vestido ó con manchas en
la ropa, y no tenerlo de llevar el alma llena de inmundicias y abominaciones?
 
PUNTO SEGUNDO.
 
A la humillación que padece Cristo cargado con nuestras culpas, se añade el dolor que le
causan en el Corazón, pues las mira como suyas, desde que ha tornado el oficio de Redentor. He
aquí cómo se explica por el Profeta: “He caído en un abismo de miseria, y me veo reducido á la
extremidad, acabado por la tristeza." (Salm. XXXVII.) Y si le preguntamos la causa, nos dirá:
“Porque mis iniquidades se Han levantado por encima de mi cabeza, y como en peso
insoportable me aprietan el Corazón.” (Salm. id.) Y si todavía queremos saber qué iniquidades
son esas, nos responde Isaías: “Puso Dios sobre El las iniquidades de todos nosotros.” (Is.,
LIII.)
Para entender mejor los dolores que padeció el Señor en su Corazón, conviene saber que su
infinita santidad le inspiraba un odio infinito al pecado, al cual, sin embargo, estaba como unido
por fuerza; que, habiendo salido fiador por sus hermanos, había tomado sobre sí todos los
pecados del mundo de todos los tiempos y lugares; que, amando infinitamente á su Padre,
experimentaba un dolor igual á su amor; y, por fin, que este dolor fue continuo mientras le duró
la vida, pudiendo decir como David: “Mi pecado está siempre delante de mí.”
¡Oh Salvador mío! Entre esas culpas que os hacen gemir, ¿no encontraré yo las mías? Estoy
cierto que sí. Si tanto lloráis los excesos de los idólatras, ¿cuánto más lloraréis los que comete el
pueblo cristiano, y las almas favorecidas, y yo en particular? ¡Cuántos y cuan grandes son! Vos
los lloráis, y yo no. Vos padecéis indecibles angustias, y yo me quedo indiferente y frío. ¿Hasta
cuándo durará esta mi tibieza y dureza de corazón?
Desde la cuna hasta el Calvario, habéis tenido presentes mis pecados; los habéis odiado y los
habéis expiado. Y yo apenas he hallado un momento para arrepentirme y pediros perdón de
ellos. Dadme, Señor, una verdadera contrición con que me acerque debidamente al sacramento
de la Penitencia.
Evita lo que pueda desagradar á Dios, aunque sean faltas ligeras, y excítate á una fervorosa
compunción de lo pasado.
 
DÍA UNDÉCIMO.
(Año undécimo.)
DISPOSICIÓN DEL CORAZÓN DE JESÚS
CON RESPECTO A LAS CRIATURAS.
 
Primer Preludio. Oír á Jesús infante que dice: ¿Qué deseo yo en el Cielo y en la tierra sino á
vos?
Segundo. Pedir al Señor nos aparte los ojos de la vanidad.
Punto primero. Jesús ve con indiferencia las criaturas. — Segundo. Ama á Dios en ellas. —
Tercero. A ellas en Dios.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Jesús ve con indiferencia las criaturas: Como el amor desordenado de las cosas criadas es la
causa de todos los pecados, conviene poner los ojos en el Salvador, y ver cómo miró esas cosas
cuando vivía en el mundo.
En su infinita sabiduría veía la nada y el vacío de todas ellas, y las menospreciaba. ¿Qué
podía hallar en el mundo que fuera digno de su Majestad? La Sabiduría enseña al mas sabio de
los hombres que todo es vanidad. ¿Qué diría, pues, el que sabía más que Salomón? ¿Qué ciencia
hay comparable con la suya? El es el resplandor de la gloria del Padre y figura de su sustancia,
que todo lo sustenta con su palabra, y está sentado á la diestra de la Majestad divina en los
Cielos, tanto más elevado sobre las criaturas, cuanto más alto nombre lleva que los ángeles.
Oigamos al Apóstol: “Vos al principio criasteis la tierra, y obra de vuestras manos son los
cielos; ellos perecerán, y vos durareis eternamente. Ellos envejecerán como un vestido, y los
cambiaréis como se cambia un traje; pero vos sois siempre el mismo, y no pasarán, vuestros
años." (Heb. I.)
Toda esta grandeza, ese reino del Hijo de Dios, esa elevación suya sobre todo lo criado, todo
lo has de heredar tú, alma mía. ¿Por qué te has de apegar al mundo, si eres mayor que el
mundo? “No améis el mundo ni las cosas que hay en el mundo," dice San Juan.
Examina tu corazón, y mira si tal vez se encuentra esclavizado con alguna afición á cosa de
la tierra, con algún temor ó algún deseo que le quite la paz. ¿Por qué amas la vanidad y buscas
la mentira?
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Ama Jesús á Dios en todas las criaturas. El primer fin que se propuso Dios en la creación del
Universo fue la manifestación de sus divinas perfecciones.
Si no estuviera el hombre ciego con las tinieblas del pecado, encontraría en todas partes la
imagen de su Creador, y por las cosas visibles subiría á la contemplación de las invisibles, y de
todo se ayudaría para conocer más y más al Hacedor de todo, y crecer en su amor.
De suerte que, hallando á Dios en las criaturas, le amaría en ellas, y el amor de las criaturas
se volvería amor de Dios. Esta perfección tiene en sumo grado el Corazón de Jesús, pues en El y
por El llegan á su fin los seres criados. Aquel orden interrumpido por tantos siglos á causa del
pecado, volvió á seguir su curso, y encontró un corazón, que es el Corazón de un Dios,
dispuesto á unir su voz á la voz de toda la creación, para formar un magnífico concierto de
alabanza y amor al Hacedor divino.
Mas el hombre desdichado de todo abusa, lo mismo de los bienes que de los males, y los
convierte en veneno. Abusa de los bienes que en vez de dirigirle á su fin, le paran en el camino,
le seducen con halagos y le cautivan el corazón. Los males, que debían retraerle del pecado y
darle á conocer su malicia, puesto que son castigo de la culpa, son para él ocasión de nuevas
faltas. Sólo el Corazón de Jesús se ha servido de las criaturas todas para glorificar á Dios. En El
han recobrado sus derechos la justicia y la verdad, pues los bienes de Jesús han mostrado la
bondad, y sus males la justicia de Dios.
Considera esto, alma mía, y mira si los bienes y los males te ayudan para amar más á tu
Creador. ¿Ves en todos los acontecimientos la mano de la Providencia? ¿Bendices á Dios en
ellos?
No olvides que todo se endereza al bien de los escogidos. Nada te puede separar de
Dios, Nadie te puede quitar á Dios. Con Dios todo lo tienes.
 
PUNTO TERCERO.
 
Ama el Corazón de Jesús á las criaturas en Dios. Pocos son los que entienden esta doctrina,
y por eso hay muchos idólatras que atribuyen á la criatura lo que es del Creador. Confesamos
todos sin dificultad que todo viene de Dios; pero en la práctica pocos son los que no agradecen á
las criaturas lo que debían agradecer á su autor; pocos los que, viendo los efectos, suben á
buscar la primera causa que los produce; pocos los que aman por Dios á sus padres, amigos y
bienhechores. Muy difícil es no parar la atención en la criatura y seguir su camino buscando á
Dios.
Por lo que á ti toca, si quieres acertar con la vía que lleva á la vida, aprende esta doctrina de
San Pablo: “Los que lloran, sean como si no llorasen, y los que gozan, como si no gozasen, y los
que usan de este mundo, como si no usasen” (I Cor., VII.) Sólo Dios, sólo Dios. Pasa por entre
las criaturas como si no pasases; anda tu camino y no te pares.
Por este medio adquirirás la paz del corazón y el recogimiento de los sentidos, y sujetarás la
imaginación y loca fantasía, que tanto te impide la oración y trato con Dios.
Todo nos conduce á Dios, pero nada se puede poner en su lugar. “¿Quien como nuestro Dios
que habita en los Cielos?" (Salm. CXII.)
 
DÍA DUODÉCIMO.
(Año duodécimo.)
POBREZA Y RIQUEZA DEL CORAZÓN DE JESUS.
 
Primer preludio. Ver al Niño-Dios en la pobreza de Nazaret.
Segundo. Decir: Dadme, Señor, vuestra gracia, y ésta me basta.
Punto Primero. Nada más pobre que Jesús, Segundo. Nada más rico que Jesús.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Nada más pobre que Jesús. Una de las más funestas enfermedades que contrajo el hombre en
el Paraíso es la codicia de los bienes terrenos, que San Pablo llama raíz de todos los males. Para
convencerse, basta mirar lo que pasa en el mundo, donde no se encuentra quien no adolezca de
ese mal. Lo mismo el pobre que el rico, el viejo que el joven, todos, aun los mismos niños,
sienten ese desordenado apetito. ¿De dónde viene esa inquietud, esa agitación que padecen
todas las clases de la sociedad? De la sed del oro, de la ambición, de riquezas. Ciegos los
hombres por la codicia, van en pos de bienes perecederos, que no son sino humo y vapor que
desaparece por el aire.
Para curar este mal, consagra Jesús y diviniza la pobreza, escogiéndola para sí como una
preciosa herencia, y dejando sus riquezas para ser pobre, como dice San Pablo. Entremos en la
cueva de Belén: pasemos de allí á Egipto; visitémosle en Nazaret; acompañémosle en sus viajes
apostólicos; en una palabra, sigámosle desde el establo hasta la cruz, y siempre le veremos
pobre. En el nacimiento yace en un pesebre, envuelto en pobres pañales. En Egipto pasa muchas
hambres. En Nazaret gana el pan con su sudor. En la vida pública no tiene donde reclinar la
cabeza. En la cruz está desnudo. De suerte que, si predica la pobreza la practica mejor que la
enseña. Goza en tratar con los pobres, los llama bienaventurados, y dice que á evangelizarlos ha
venido, y que de ellos es el Reino de los cielos. Condena á los ricos, poniendo muy en duda su
salvación. ¿Qué más pudo hacer para curar la llega cancerosa que corroía la humanidad?
Pues todavía no le bastó lo que hizo en su vida mortal, y quiso hacer más después de
glorioso, perpetuando y practicando con creces la pobreza de Belén y de Nazaret. La Eucaristía
es como un monumento levantado en honra de la pobreza. Veamos nuestros templos y altares,
morada perpetua de Jesús sacramentado. Al lado del palacio de un grande, se ve una miserable
capilla donde se hospeda el Dios del cielo. ¿Quién no se avergonzaría de cubrir su mesa con los
paños que á menudo cubren los altares?
¡Oh, Dios mío! ¡Qué distintos son mis pensamientos de los vuestros! Lejos de amar vuestra
pobreza, huyo de ella. Muy lejos estoy de decir: Dios es mi todo; Dios es la parte que me ha
caído en herencia, y otras expresiones que usaban los Santos en fuerza de su amor á Dios y
desprecio del mundo. Me gusta una habitación cómoda, y vestido? si no ricos, al menos bien
ajustados á mi tallo y elegantes, alimentos delicados, y todo tan á mi elección, que nada sienta
de las privaciones del pobre, Busco la amistad de los ricos, y me alejo del trato con los pobres.
Ahora, Señor, me avergüenzo de que no me falte nada, al veros mal alimentado, mal alojado
y pobremente vestido. Vuestro ejemplo me condena, y, por lo tanto, me enseña y me persuade.
Vos sois el consuelo del pobre, á quien enseñáis á amar su desnudez. Desde esas pobres iglesias
donde vivís se eleva vuestra voz para protestar contra el mundo, animar al pobre y ensalzar al
que por vos desprecia los bienes de la tierra.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Nada más rico que Jesús. Lo que le falta de bienes de la tierra, le sobra de riquezas del Cielo,
y como esas son las que valen, podemos decir que no es pobre sino en apariencia. La palabra
pobreza parece dura, aunque tan alabada por Cristo, y es porque no entendemos que,
despojándonos del afecto á los bienes terrenos, echamos de encima una carga insoportable. La
codicia es un tormento, el apego á lo que uno tiene le hace avaro é injusto, le quita la caridad
con los pobres, le inutiliza para hacer obras pías ó ayudar á ellas. Si tiene fe, debe temer el cargo
que le ha de hacer el justo Juez del uso de sus bienes, y su fe será su torcedor, que no le dejará
sosegar. Bien podemos entender por qué llama el Señor espinas á las riquezas.
El alma desprendida goza paz y santa libertad, ya conserve sus bienes, ya sea que el
Señor la prive de ellos con un revés de fortuna, en el que dirá como Job: Dios me le dio, Dios
me lo quitó: sea su nombre bendito. Esto aquí en la tierra.
¿Y qué diremos de la corona prometida á los pobres de espíritu en el cielo? Se os da el Cielo
por la tierra, Dios por las criaturas, ¿no es bastante ganar?
Anímate, pues, á desprender tu corazón de todo. Mira á Jesús, que todo lo dejó por ti.
Codicia sus riquezas de gracia, virtudes y méritos. No es rico sólo para sí, sino para todos, y de
un modo semejante los que poseen sus riquezas tienen la virtud de enriquecer á otros.
Di como el Apóstol: “A todo renuncié, mirándolo como detrimento y daño de mi alma; y así
como se desprecia el estiércol y la basura, lo desprecié todo con el fin de ganar los tesoros de
Jesucristo.” (Filip., III.)
Bástame Cristo, cuyo Corazón es mi tesoro.
Considera si estás apegado á algo en este mundo, y rompe esas cadenas. Ama la limosna: que
lo que das al pobre, lo das á Cristo.
 
 
 
DÍA TRECE.
(Año trece.)
RECOGIMIENTO DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Ver á Jesús silencioso y recogido.
Segundo. Pedir la virtud del recogimiento pura oír la voz de Dios.
Punto primero. — Despego de las criaturas. — Segundo. Unión con Dios.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Despego de las criaturas. Al vicio de la disipación se opone la virtud del recogimiento que
comprende dos cosas: el despego de las criaturas y la unión con Dios.
Ambas cosas hallamos en el Corazón de Jesús. Por lo que toca á la primera, hemos de
considerar que el hombre por el pecado se ha vuelto esclavo de sus sentidos, y por éstos se ve
sujeto á todo lo que le rodea. Alucinado por las cosas visibles, cuya imagen se pinta en su
fantasía, y arrastrado por la imaginación, que le lleva de lo pasado á lo porvenir sin darle tregua,
rara vez está presente á sí mismo, y más rara vez á Dios. Acosada el alma por la necesidad de un
bien que en sí misma no encuentra, sale por las puertas de los sentidos en su busca; y en fuerza
de la misma necesidad, deja abierta las puertas á todo el que quiera entrar, por ver si le lleva
algún consuelo ó algún placer.
De esta suerte andan errantes sus facultades, se disipan, se pierden, se fatigan inútilmente. El
entendimiento es juguete de todas las aberraciones, y el corazón de todos los engaños, hasta el
punto de no conocerse el alma á sí misma ni saberse gobernar, pues vive fuera de sí. En vano le
habla Dios al corazón, porque no le oye; verificándose lo del Profeta, que “está desolada la
tierra porque nadie piensa con el corazón.” (Jerem, XII.)
Esto es lo que pasa en el mundo, alma mía, y esto es lo que pasa en ti. Por el contrario,
contempla al Corazón de Jesús. En medio de este mar agitado, dueño como es de su espíritu, de
sus pensamientos, deseos, afectos y sentidos, libre é independiente de cuanto le rodea, rige y
gobierna su nave con la mayor tranquilidad. Cerrados sus ojos á la vanidad, y sujetas al imperio
del alma, no se abren sino con su licencia. No habla sino cuando y como conviene; no oye sino
lo que debe oír, y no se ocupa sino en lo que conviene que haga.
Este santo dominio de sí mismo y recogimiento de los sentidos, lo tenía en el seno de su
Madre, y lo conservó después de nacido, en la infancia como en la edad adulta, en la vida oculta
como en la pública, y lo perpetúa en el Sacramento. Poco entendido es este recogimiento y poco
practicado este silencio. Pocos son los que á la sombra del altar y en el secreto de su corazón
saben desprenderse de los objetos visibles y contentarse con Dios.
“Alma vaga é inconstante, ¿hasta cuándo andarás disipada en busca de humanas delicias?”
(Jeremías, XXXV.)
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Unión con Dios. La segunda parte del recogimiento es la unión con Dios. En este feliz
estado, sujeto el hombre interior y exterior al imperio de una voluntad recta y bien ordenada, se
aplica á lo que entiende ser del servicio divino. Obedecen los sentidos á la razón, y las fuerzas
todas del alma están en movimiento para caminar al último fin de la criatura racional, sin que se
les atraviese ninguna potencia contraria para detenerlas.
De aquí sacarás que la vida, actividad y energía del alma está toda en el espíritu de
recogimiento; y que el alma más recogida en sí misma es la más poderosa; como, por el
contrario, el espíritu derramado y distraído es débil é impotente.
Además, unida el alma por el recogimiento interior con Dios, que es el Bien sumo y el único
ser que puede hacernos felices, llega á gozar desde aquí toda la paz y bienaventuranza de que es
capaz en esta vida. Ven acá, pobre infeliz que te espantas de la soledad, y no puedes estar en
silencio unas pocas horas, ven al Corazón de Jesús, acércate al altar, mira ese tabernáculo,
morada estrecha y mezquina habitación de tu Dios, que pasa en ella el día y la noche, los meses,
los años y los siglos. ¿No ves que silencio guarda en su retiro? No habla con los hombres; pero
habla con Dios su Padre, y, también sabe hablar al corazón de quien le visita con fe y con amor,
aunque no oigan su voz los oídos del cuerpo.
Aprende de este Señor á conversar con Dios, en vez de disiparte con el trato de los hombres.
Ama el retiro de tu casa y aposento, y trabaja allí en presencia de tu Señor, en vez de perder
tiempo en visitas inútiles. Aprende á contemplar, no los objetos que afectan los sentidos, sino las
cosas espirituales y divinas. Acostúmbrate á escuchar la voz de Dios, y no el ruido vano del
mundo.
Toma ejemplo del Salvador. ¡Dichosa el alma que lo sigue, porque evita así un montón de
faltas y gana muchos méritos, practica grandes virtudes y goza una paz y dicha inalterable!
¡Dichoso el que pone su felicidad en pensar en Dios sólo, y se desentiende de cuidados inútiles
del mundo!
¿Te parece que el trato con Dios te ha de cansar y aburrir á la larga? Semejante temor es
injurioso á Dios. “No es desapacible su conversación, ni causa tedio su trato," dice d Sabio.
(Sab, III.) Experiméntalo, y lo verás.
 
DÍA CATORCE.
(Año catorce)
OBEDIENCIA DEL CORAZÓN DE JESÚS
 
Primer preludio. Ver á Jesús esperando las órdenes de su Madre.
Segundo. Pedir á Dios esta virtud en toda su perfección.
Punto primero. Obediencia entera. — Segunda. Obediencia continua. — Tercero.
Obediencia perfecta.
 
 
PUNTO PRIMERO.
 
Obediencia entera. Quitad la voluntad propia, dice San Bernardo, y no habrá infierno.
Ningún obediente verdadero se ha condenado, dice San Francisco de Sales. Perdida estaba yo,
dice Santa Teresa, si no hubiera obedecido.
Gran lección nos ha dado Jesús de obediencia, viviendo sujeto á sus padres. Estudia hoy en la
escuela de su Corazón esta lección, que vale por muchas.
La obediencia de Jesús fue entera. No en vano tomó la forma de esclavo, pues no tuvo cosa
que no sacrificase á la voluntad de su Padre, diciendo que su alimento era hacerla y cumplirla en
todo. Y no se contentó con obedecer directamente al Padre, sino que por su amor se hizo súbdito
de María y de José. Súbdito del todo, sin más iniciativa en sus actos que la voluntad de sus
padres, haciendo y dejando de hacer las cosas, según se las mandaban ó dejaban de mandar.
Considera bien y despacio el mérito de esta obediencia y el ejemplo que aquí te da el
Salvador. Entiende bien que el esclavo no es suyo, sino de su amo, y que tus talentos y fuerzas,
tu vida y el tiempo que vivas, todo es de Dios, y no puedes hacer uso de nada tuyo sino según su
voluntad. Esta voluntad te es conocida por los mandamientos de Dios y de la Iglesia, por los
preceptos de tus mayores, y, si vives en el claustro, por la regla y constituciones de tu instituto.
Tal vez se te hace pesado ese yugo; mas ten entendido que para el hombre espiritual no hay
mayor descanso que vivir bajo obediencia. Esta virtud rige la voluntad y evita sus extravíos, de
suerte que el súbdito vive seguro de que va por buen camino y obra sin temor. Bendice al Señor
que ha dado á tu flaqueza tan poderoso auxilio.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Obediencia continua. “Yo hago siempre lo que es agradable al Padre", decía Jesucristo. Y, en
efecto, al venir al mundo, sabemos por San Pablo que dijo al Padre celestial que venía á hacer lo
que le mandase; y lo cumplió tan bien, que, según se explica el mismo Salvador, no hizo más
que ejecutar lo que veía hacer al Padre, á la manera del que escribe lo que le dicta el maestro,
¿Puede imaginarse mayor dependencia que ésta? Y estando para morir, una de sus postreras
palabras fue decir que había hecho cuanto le había mandado el mismo Eterno Padre que hiciese
en este mundo.
¡Qué dicha la tuya si, al morir, puedes decir otro tanto! Examina tus obras diarias, y ve si es
constante tu obediencia a los mayores en todo tiempo y lugar, y si estás indiferente para hacer ó
dejar de hacer las cosas, atendiendo sólo á la voluntad del que le rige en nombre de Dios.
 
PUNTO TERCERO.
 
Obediencia perfecta. Tal fue la de Jesús, porque obedeció por amor, y se sujetó á la voluntad
de las criaturas en vista de que lo quería así el Padre celestial. Si se hizo obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz, no se propuso con tan gran sacrificio sino complacer á Dios y salvar, á
sus hermanos. No hubo nada de forzado ni violento en una obediencia cuyo principio y fin era
el amor, y aquel holocausto suyo se consumió en las llamas de la caridad.
Los que viven bajo la obediencia en este mundo y están sujetos á voluntad ajena, son. por lo
general, más bien esclavos que otra cosa. La mayor parte, si ejecutan lo que les es mandado, es
más por necesidad que por gusto, y si exteriormente se sujetan á las órdenes de los superiores,
se reservan el derecho de condenar en sus adentros los que les mandan hacer. El juicio y la
voluntad, en la mayor parte de los hombres, está en contradicción con lo que Dios siente y
quiere, pues no obedecen á la autoridad de la tierra como quien obedece á Dios, de quien toda
autoridad desciende, sino como á puros hombres que la suerte ha puesto sobre sus cabezas.
Muy baja y rastrera es semejante obediencia, que no merece el nombre de tal, pues Ir; falta la
esencia y el mérito de la virtud que lleva su nombre, y no tiene derecho al galardón á ella
prometido. No es más que un velo de malicia como dice San Bernardo.
Considera esta verdad, alma cristiana, y haz la aplicación á ti misma. Tal vez te halles
retratada en ese cuadro. Tal vez has obedecido á la autoridad de Dios, ó de la Iglesia ó de tu
instituto por respeto humano, por temor de penas ó esperanza de premios aquí en la tierra, ó por
otros motivos naturales. En ese caso, no has obedecido a Dios, y nada tienes que esperar del
Señor, pero tienes que temer el castigo de tu infidelidad.
No permitáis, Señor, que pierda el mérito de la exacta observancia de vuestra ley y de
los preceptos de mis mayores, á quienes debo mirar corno representantes vuestros. A vos miraré
en ellos, y en mi sumisión á vuestra voluntad hallaré mi verdadera libertad.
 
DÍA QUINCE.
(Año quince.)
ADELANTOS DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Ver á Jesús ya crecido, á la edad de quince años.
Segundo. Pedirle la gracia de adelantar en la virtud.
Punto primero. Jesús nos excita al fervor, — Segundo. Jesús nos enseña. — Tercero.
Jesús nos ayuda.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Jesús nos excita al fervor. Tratando del más largo espacio de la vida del Señor, no nos
dice el Evangelio sino que Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia. El Espíritu Santo nos había
dicho que la vida del justo es como la luz del Sol, que va creciendo desde la aurora hasta el
medio día; y no podía menos de obrar así el justo por excelencia, que es Jesucristo.
El mismo divino Espíritu lo compara con un gigante, que en un instante corre de un
extremo á otro; y fue tan rápida en electo su carrera, que se juntaron el principio y el fin, pues
desde el primer instante de su vida poseyó toda la plenitud de la gracia. Pero así como el Sol,
siendo siempre el mismo, alumbra y calienta cada vez más hasta el medio día, lo mismo hizo
Jesús, que, siendo siempre igualmente santo, iba dando más luz de doctrina y más calor de
candad al mundo, á medida que crecía en edad. Multiplicábanse sus trabajos, crecían sus
padecimientos, y aumentábanse los actos satisfactorios que al Eterno Padre ofrecía por los
pecados del mundo. Dábanos cada día mayores prendas del amor que del Cielo le hizo bajar al
establo, del establo le llevo al Calvario, y del Calvario al Sacramento del altar.
¡Oh modelo de almas justas, rey de los corazones y sol de los entendimientos, atraedme
con el inefable atractivo de vuestro amor y con vuestra gracia poderosa!
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús nos enseña en qué ha de consistir nuestro adelanto en la virtud. Crecía Jesús en
edad, y á medida de la edad, daba mayores muestras de la sabiduría que dirigía sus acciones,
hacía nuevos actos de virtud en obsequio del Eterno Padre, daba al mundo nuevas pruebas de su
divinidad, alumbraba á los hombres con más vivos rayos de luz, y aumentaba el tesoro de
méritos infinitos para honra de Dios y provecho de la Iglesia. Mas no podía adquirir mayor
santidad, porque desde su concepción fue unida la humanidad hipostáticamente á la Persona del
Verbo, y elevada á toda la perfección de que era capaz.
No nos sucede así á nosotros, que venimos al mundo muy imperfectos y naturalmente
inclinados al mal, y con la ayuda de Dios podemos y debemos trabajar para corregir nuestros
defectos, adquirir las virtudes que, nos faltan, y crecer en sabiduría y gracia interiormente
delante de Dios, y exteriormente delante de los hombres.
Por desgracia, crecemos en edad, y tal vez en fuerzas, salud, habilidad, ciencia y
sabiduría, mundana, pero no en la verdadera sabiduría, que, según Santo Tomás, consiste en
mirar á Dios, causa primera y fin último, conformando sus juicios con esa regla segura, dando á
cada cosa la estima que merece y encaminándolo todo á Dios.
¿Qué uso he hecho yo de los talentos que me ha dado y de las gracias que cada día me
concede?
 
PUNTO TERCERO.
 
Jesús nos ayuda á crecer en la perfección. Siendo la vida del hombre un camino por el
que viajamos á la feliz eternidad, cada paso que damos por él debe hacérnosla merecer con
creces, haciéndonos adelantar en santidad. Y si profesamos vida religiosa, que es una escuela de
perfección, cada obra nuestra debe ser un paso más hacia ella. No adelantar, dicen los Santos, es
atrasar; porque quien no se esfuerza en vencer la corriente de las aguas, es arrastrado por la
fuerza de las olas. Quien no lucha contra las pasiones, será víctima de sus incentivos y furores.
“Negociad mientras vengo,"' dice el Señor, (S. Le., XIX.)
“Los justos, dice el Profeta, subirán de virtud en virtud por grados formados en su
corazón; con la bendición del divino legislador, llegarán á ver al Dios de los dioses en Sión.”
(Salm. LXXXIII.)
Toda la vida cristiana y religiosa está encerrada en aquellas palabras del Evangelio:
“Crecía en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.”
Mas ¿cómo podremos imitar á Jesús? Con la gracia que previene, acompaña y sigue a
cada una de nuestras obras; y esta gracia mana, como de su fuente, del Corazón de Jesús.
Quisiera, Señor, crecer en humildad, obediencia, caridad, mansedumbre y paciencia. Curad mi
tibieza, y comunicad á este corazón tan frío, cobarde y flojo, los ardores que os abrasan.
¿Qué he adelantado este año, este mes que acaba de pasar? ¿He ganado ó he perdido?
Examínate, y humillándote por tus faltas é imperfecciones, da gracias á Dios por las gracias que
te ha dado y los actos de virtud que con ellas has podido practicar. Haz propósitos para lo
porvenir, y en especial para el día de hoy.
 
DÍA DIEZ Y SEIS
(Año diez y seis.)
SENCILLEZ DEL CORAZÓN DE JESÚS
 
Primer preludio. Representarse á Jesús que dice: Una sola cosa es necesaria.
Segundo. Pedir al Señor nos ayude á buscar el reino de Dios.
Punto primero. Sencillez en los pensamientos. — Segundo. En los afectos. — Tercero.
En la intención.
 
PUNTO PRIMERO
 
Sencillez en los pensamientos. Consiste esta virtud en saberse sobreponer el hombre á sí
mismo y á las demás criaturas para contemplar puramente al Creador. Muchos obstáculos se
oponen á esta vista clara y pacífica del alma que quiere unirse con Dios, por lo cual deseaba el
Profeta tener alas para volar fuera de este mundo y descansar en aquel supremo Bien. Por fuera
nos impiden este reposo de la contemplación los negocios y la agitación del mundo; por dentro,
el bullicio de las pasiones, los cuidados de la vida doméstica, las aberraciones de la fantasía, las
tempestades del corazón. ¿Dónde hallaremos un corazón tranquilo? En el pecho de Jesús lo
hallaremos tan solamente.
Unida su alma al Verbo divino, se ve sublimada á una altísima contemplación, que no
puede ser perturbada por criatura alguna de la tierra. No tiene, como nosotros, variedad de
pensamientos, en lucha unos con otros y en perpetua agitación. Nada de eso. Uno es su
pensamiento, y lo tiene fijo en Dios. En El ve todas las cosas y en todas las cosas á El. Á El
refiere todas las cosas como á su primer principio y último fin, y á El en todas ellas ama y
glorifica.
Nosotros, mientras estemos vestidos de carne mortal, no podremos alcanzar este grado
de perfección; mas no hemos de desistir de la empresa, pretendiendo acercarnos á él cuanto
posible fuere, con las fuerzas que nos da la gracia. Como para llegar á la perfecta unión con
Dios es menester desprenderse del apego á lo visible, no es extraño que haya pocos
contemplativos, siendo tan pocos los que se conforman con esa condición.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Sencillez en los afectos. Esta no es sino el amor puro con que el alma se une á Dios,
amándole en las criaturas y amando á las criaturas en El. De suerte que la sencillez del
pensamiento está en no ver sino á Dios, y la sencillez del corazón ó de los afectos está en no
amar sino á Dios. En tan dichoso estado, ya no siente el alma aquellos deseos y temores que
suelen perturbar el espíritu de los imperfectos, porque la domina entonces un amor supremo que
absorbe todos los demás. Entonces reina Dios solo en el corazón, y todo calla en su presencia,
como al salir el Sol no huyen sólo las tinieblas de la noche, sino también las estrellas, cuyo débil
resplandor no puede competir con el suyo.
“Quién ama á Dios con todo su corazón, dice el Kempis, no teme ni la muerte ni los
suplicios, ni el infierno, porque el amor perfecto nos asegura la posesión de Dios.” que es lo
que había dicho San Juan, que la perfecta caridad echa fuera el temor.
¿Quién no desea llegar á tan venturoso estado? Pero pocos son los que á él llegan, y aun
los que llegan, difícilmente perseveran.
La perfección de este amor se halla en el Corazón de Jesús. Si podemos concebir un
acto simplicísimo de amor el más perfecto, puro y noble que pueda darse, nunca interrumpido y
siempre subsistente y en ejercicio continuo, ahí tenemos el amor de Jesucristo.
Compadécete de tu pobre corazón, angustiado con mil deseos y temores, afectos
carnales y pasiones malas que no dejan lugar al amor: y ten presente que sólo es digno de tu
corazón el Señor, que lo crió para sí.
 
PUNTO TERCERO.
 
Sencillez en la intención. Si sólo Dios es digno de tu amor, á Dios sólo debe dirigirse
cuanto haces y piensas como á tu último fin. Una sola cosa es necesaria, dijo el Señor.
Busquemos, pues, la unidad en pensamientos, afectos é intenciones, como lo hizo el Corazón de
Jesús. Esta es la sencillez de que habla Cristo cuando dice: “Si tu ojo fuere sencillo, estará
alumbrado todo tu cuerpo.” (Mat., VI.) Sencillez nos falta en la vista, que es la intención, pues
en vez de una sencillísima mirada al Bien sumo, ojeamos en torno nuestro mil cosas que nos
llevan tras sí, y vemos multiplicados objetos como quien tiene la vista mala. ¡Que confusa
mezcla de amor de Dios y de amor propio! ¿Dónde encontrar un alma que, olvidada de sí
misma, deje en manos de Dios sus intereses? ¿Dónde, un alma que no busque su gusto y placer,
su voluntad y conveniencias, sino sólo el agrado de Dios?
Piensa bien esto, alma mía, y muda de rumbo. No pienses más en tu salud, ni en tu
honra, ni en tu porvenir. Estoy por decir que no debes pensar ni aun en los intereses de tu
espíritu, que nunca estarán más seguros que cuando, olvidándote de ti, pongas tu pensamiento
en Dios. Pon en sus manos todo lo que te atañe, y gozarás paz inalterable, dulce libertad y
segura confianza, que resulta del amor desinteresado y puro de la abnegación completa. Déjalo
todo, y lo hallarás todo. Así imitarás al Corazón de Jesús. Dichoso tú sí lo imitas.
 
DÍA DIEZ Y SIETE.
(Ano diez y siete.)
BELLEZA DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Ver á Jesús en toda su hermosura.
Segundo. Pedir la belleza que da al alma la virtud.
Punto primero. Belleza de Jesús. — Segundo. La belleza de Jesús se comunica á
nosotros. — Tercero, La belleza de Jesús debe comunicarse por nosotros á los demás.
 
PUNTO PRIMERO
 
Belleza de Jesús. Nada más bello que el Hombre-Dios, de cuya vista enamorado el
Profeta que de antemano le contemplaba, exclamó: “Ven rodeado de la aureola de tu belleza y
hermosura, camina con prosperidad y establece, tu reino,” (Salm. XLIV.) Contemplando su
gloria en el seno del Padre y sus abatimientos en la Encarnación, exclama San Juan: “Vimos su
gloria, que es la del Unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad,” (S. Juan. I.) San Lucas lo
describe lleno de sabiduría y gracia. (S. Lucas, II.) Tal era su atractivo, que los Apóstoles le
siguieron con una palabra que les dijo, y las turbas se olvidaban hasta del preciso sustento por ir
en su seguimiento, y los niños penetraban por entre la gente para acercarse á El.
¿Y de dónde venía ese atractivo? El mismo Señor dice que “el hombre bueno saca lo
bueno que tiene del tesoro de su corazón." (Luc., VI.) La verdadera hermosura está en el
corazón, la exterior no es más que un reflejo de aquélla. La Sabiduría increada puso su templo
en el Corazón de Jesús, adornado por el Espíritu Santo, que bajó sobre El en forma de paloma.
Mas el hombre no sabe conocer ni amar á ese Señor, que es la alegría del Cielo y á
quien adoran los ángeles y los Santos, después de tantos beneficios. El hombre, á quien tanto ha
amado y por quien tanto ha padecido, no lo paga sino con frialdad é indiferencia.
¿Y no soy yo del número de los ingratos? ¿Puedo decir como San Pedro: Señor, vos
sabéis que os amo?
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Belleza de Jesús comunicada á nosotros. Quiere hacernos partícipes de su santidad, formar,
ó, más bien, reformar nuestro corazón á imagen del suyo, que es el modelo de todos los demás,
derramar la gracia que posee, como cabeza del cuerpo místico, sobre sus miembros. Si Cristo es
Hijo de Dios por naturaleza, yo soy hijo de Dios por adopción. De mí quiere hacer el Espíritu
Santo su templo y su morada, después que ha venido á mí en el sacramento de la Confirmación
y tantas otras veces, y quiere colmarme de sus más ricos dones.
¡Dichoso el corazón que es escogido para trono de la Santísima Trinidad, y en el que las
tres divinas Personas quieren poner su morada! ¡Dichoso el corazón destinado á reparar la
ingratitud de los hombres! ¡Dichoso por el torrente de gracias que va á derramar sobre él
nuestro Salvador, tantas cuantas desechan los hombres desagradecidos!
¿Sabrás estimar, alma cristiana, la dicha que se te brinda y el bien que se te entra por las
puertas? ¿Te aprovecharás del tesoro que te ofrece la liberalidad divina?
 
PUNTO TERCERO.
 
La belleza de Jesús debe ser comunicada por nosotros á los demás. No basta reproducir
en nuestro corazón la imagen de Cristo, sino que también debe esta imagen salimos á la cara y
resplandecer en todo el hombre exterior. El buen olor de Cristo se ha de difundir alrededor
nuestro, para que todos corran en pos del perfume de sus virtudes. No hay medio más eficaz de
hacer que conozcan y amen los hombres á su Salvador, y de ganarle los corazones, que el de
mostrar en nuestro exterior un reflejo de la luz de ese Sol divino. Sois la luz del mundo, decía el
Señor á los Apóstoles; y San Pablo exhorta á los fieles á brillar como astros luminosos en el
mundo, porque poseen la palabra de vida. (Filíp., II.)
Vestid la virtud y adornadla con todos los atavíos que la hacen amable. Sea vuestra
palabra dulce y caritativa. Anuncie vuestro semblante, con la serenidad del rostro, la paz y
alegría que gozáis en el interior del alma. Sean finos vuestros modales y todo el exterior
compuesto. Pueda decirse que derramáis la gracia por los labios. En fin, aplicaos las palabras
del Salvador á los discípulos: Resplandezca vuestra luz á los ojos de los hombres, de tal suerte
que vean vuestras buenas obras y glorifiquen á vuestro Pudre celestial. (Mat., V.)
Muchas personas hay, por otra parte, piadosas que repelen por su mal genio y toscos
modales. No es común hallar personas que inspiren respeto á la religión y á la piedad, de suerte
que se vean obligados á reverenciarla los mismos que no la practican.
Examínate sobre este punto tan importante. Ve lo que necesita enmienda en tus palabras y en
todo el exterior, tono de voz y modales. Para reformar lo de fuera, hay que empezar por lo de
adentro, pues lo que siente el corazón se pinta en el semblante. Por eso, si quieres copiar la
modestia de Cristo, imprime primero en ti los sentimientos de su Corazón, y sobre todo su
mansedumbre y bondad.
 
DÍA DIEZ Y OCHO
(Año diez y ocho.)
PAZ DEL CORAZÓN DE JESUS.
 
Primer preludio. Ver á Jesús lleno de dulzura y suavidad.
Segundo. Pedirle la paz del corazón.
Punto primero. Paz en su vida. — Segundo. Paz en el Sacramento. — Tercero.
Paz en nosotros.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Paz en su vida. ¿Qué quiere decir paz? Tranquilidad en el orden, dice San Agustín.
Donde hay orden, hay paz; luego en paz hubo de estar siempre el Corazón de Jesús, porque
siempre estuvo en orden. En paz estaba cuando el bendito seno de María le servía de morada, y
desde allí veía aquel concurso de gente en movimiento que, por servir á la vanidad de un
monarca, iba de un punto á otro á empadronarse. En paz iba al destierro de Egipto, y dormía
tranquilo en los brazos de su Madre. En los tiempos de su predicación, querían los judíos
arrojarle de la cima de un peñasco, y el Señor pasa por en medio de ellos sin turbarse, y
desaparece de su vista como una sombra, ¡Qué paz conserva en los oprobios y tormentos de la
Pasión! Ya pueden descargar humillaciones y dolores sobre su cabeza: no los teme, no los
rehúsa. Nada puede turbar su ánimo en el seno de aquella paz, que goza un Corazón unido á la
divinidad y conforme en un todo con la voluntad divina. Goza una paz á prueba de vicisitudes
de la vida, á prueba de penalidades sin cuento, á prueba de persecuciones, á prueba de
tribulaciones interiores como las del huerto de Getsemaní y de la cruz. Las del huerto le hacen
pedir que le libre el Cielo de beber el cáliz; pero con gran sosiego añade que no se haga su
voluntad, sino la del Padre. En la cruz se queja del abandono en que el Padre le deja; pero queda
tranquilo, y, diciendo que todo está acabado, encomienda á Dios su espíritu, inclina la cabeza y
expira.
Si alguna vez se turba, es porque quiere; porque en Jesús las pasiones obedecían á la
razón, no la razón á las pasiones, como sucede en nosotros.
Del Corazón de Jesús se puede decir lo del Salmo XLV: “Dios está en medio de él y no
se perturbará."
¿Te sucede á ti otro tanto? ¿No vives siempre agitado con pasiones, deseos y temores?
 
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Paz en el Sacramento. En vano se conmueven los hombres, arden las guerras y se hunde
el mundo. Nada turba la tranquilidad del Dios oculto en el sagrario. Todo está sujeto a mudanza
en el orden físico y moral, menos el Señor, que habita en el templo. Pueden cambiar los
moradores de los pueblos el Sacramento no cambia. A sus pies irán á postrarse todas las
generaciones que se van sucediendo unas á otras, y el mismo Señor las recibirá á todas. A El
acudirán los pechos agitados y los corazones afligidos, y en El hallarán paz y consuelo. Del
Corazón de Jesús, como de un manantial, sale un río de paz que baña la ciudad de Dios, y por
esto es llamada la divina Eucaristía Sacramento de paz, y se da la paz al pueblo cristiano antes
de la comunión en el Sacrificio, y se pide, en la oración que se dice antes de consumir ambas
especies, la pacificación de toda la Iglesia.
¡Oh alma desconsolada! Al pie de los altares es donde has de recobrar las fuerzas
perdidas, el consuelo y la alegría. Vé á la escuela del divino Corazón, que en Él hallarás la paz,
porque es el Dios de la paz.
 
PUNTO TERCERO.
 
Paz en nosotros quiere poner el obrador de paz; y para qua logre sus intentos, debes
aplicarte á la imitación del Corazón de Jesús, conformando tu querer y no querer con la regla de
toda buena voluntad, que es la de Dios. “¿De dónde salen las guerras y contiendas, dice el
Apóstol, sino de vuestros desordenados apetitos?” Tal vez hasta aquí no te has aplicado lo
bastante al exacto cumplimiento de tus deberes; tal vez no has sido fiel á los impulsos de la
gracia, y sobre todo, tal vez no has trabajado por vencer esas pasiones que causan tempestades
en el corazón, como son la ira y la soberbia. Ten presente que la paz es fruto precioso de la
mansedumbre y humildad. Bien claro lo dice Cristo: “Aprended de mí, que soy manso y
humilde, y hallaréis descanso,” No se logra la paz cediendo el campo á las pasiones, sino
derrotándolas. No se logra dejando errar como potro indómito el corazón con todos sus deseos,
sino encauzando los afectos y dirigiéndolos al verdadero centro de nuestras aspiraciones. No
consigue la paz el que no resiste al ánimo impaciente, que se deja llevar de una impetuosidad
natural en cuanto proyecta y ejecuta. Cada cosa á su tiempo, y bien hecha sobre todo. Siempre
se hace á tiempo lo que se hace bien. Mucho hace quien bien hace, dice Kenipis.
Por fin, si quieres paz busca á Dios y conténtate con agradarle. Si logras la aprobación
de Dios ¿para qué quieres más? Nótemelas en lo que no te toca. Corta todo deseo ó temor
natural y humano.
Si á costa de algún sacrificio alcanzas la paz, tendrás un cielo anticipado. Lograrás el
espíritu de oración y la vida interior, que es tan dulce como meritoria, y podrás decir con el
Profeta que en el Corazón de Jesús hallarás el lecho de tu descanso. (Salm. IV.)
 
DÍA DIEZ Y NUEVE
(Año diez y nueve)
VIDA DE DESEOS DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Ver á Jesús orando en Nazaret.
Segundo. Pedir su espíritu de oración.
Punto primero. Jesús desea la gloria del Padre. — Segundo. Jesús desea la salud del
hombre. — Tercero. Jesús desea padecer la Pasión.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Jesús desea la gloria del Padre. El deseo es como la voz del amor, y como Jesús nunca
cesó de amar, tampoco cesó de desear. Antes de enseñarnos el Padrenuestro, había dicho mil
veces con el mayor anhelo: santificado sea tu nombre, venga á nos tu reino, hágase tu voluntad.
Jesús es el verdadero hombre de deseos, pues le conviene mejor que á los Profetas este dictado,
como á quien conocía y amaba á Dios mejor que ellos, y sabía cuan grave mal es el olvido de su
divina Majestad. Por esto, desde el primer instante de la Encarnación no hizo sino desear,
suspirar y orar, como lo sigue haciendo en la Eucaristía, para que se establezca en el mundo el
reino de Dios. Estos deseos los comunica á los Santos. Todos ellos, mientras han vivido en la
tierra, han sentido los mismos ardores, porque se han acercado al horno encendido en el
Corazón de Jesús, y ha prendido en ellos la llama de la divina caridad. ¿Sientes tú, alma mía, el
mismo fuego que consumía á los Santos? ¿Es tu vida una vida de oración y deseos? ¿Deseas la
gloria de Dios y sientes sus ofensas?
Muchas ansias y congojas siento, Señor; pero por bien bajos motivos, porque mi
corazón está asido á la tierra. Preocúpame el cuidado de la honra, la estima de los hombres, el
interés de cosas del mundo y otras bagatelas que no merecen nombrarse, porque eso es lo que
amo, y donde tiene uno su tesoro, allí pone el corazón.
No será así de aquí en adelante, Dios mío; porque desde ahora quiero aspirar á los
verdaderos bienes, y mi regla ha de ser el Corazón de Jesús.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús desea la salud de los hombres. ¿Quién podrá explicar e1 ansia con qué la deseó en
su vida mortal? Nunca perdió de vista los males de la humanidad ni sus inmensas necesidades; y
como amaba á las criaturas con amor infinito, no podía mirar con indiferencia sus quebrantos.
De Jesús puede decirse con toda verdad lo que se dijo del Profeta Jeremías: que era el amador
de sus hermanos y del pueblo de Israel, que oraba mucho por el pueblo y por la ciudad santa.
Y viniendo á mí en particular, consideraré cuánto desea mi santificación, y cómo desde
el sagrario deja oír aquella voz: ¡Sed tengo! que me muestra lo mucho que la desea. ¿No has
oído esa voz, alma mía? Y si la has oído, ¿no ha resonado su eco en tu corazón? ¿Podrás
responderle diciendo sinceramente lo del Salmo LXU: “Mi alma y mi cuerpo han tenido sed de
ti”?
Sí, Dios mío: mi alma os desea, y no puede desear nada fuera de Vos. Tres cosas me
maravillan y confunden. La primera, que me améis, cuando yo no merezco sino desprecio y
aborrecimiento; la segunda, que queráis ser amado de mí, cuando yo no puedo contribuir á
vuestra dicha; la tercera, que, siendo tanta vuestra bondad, pueda yo ser tan frío, que no os ame
con todo mi corazón como debo amaros.
 
PUNTO TERCERO.
 
Jesús desea padecer. Sabiendo que era necesaria su Pasión y muerte para la salud del
hombre, deseaba el Salvador padecer y sacrificarse hasta el punto de decir que debía ser
bautizado con su sangre, y que se le angustiaba el corazón con el ansia de derramarla. La
víspera de la Pasión decía al entrar en el cenáculo: “Con grande deseo he deseado comer esta
Pascua con vosotros antes de padecer." ¿De dónde venía esta ansia de padecer, sino del amor,
que le hacía devorar los trabajos como manjares exquisitos? De la pasión estaba pendiente la
rehabilitación de la honra divina; con ella sola podía desarmarse la justicia de Dios; á ese precio
se nos había de abrir el Cielo, y esto bastaba para que la más repugnante á la naturaleza lo
anhelase como una dicha.
Ten entendido que no alcanzarás la perfección cristiana ni trabajarás con fruto en
bien del prójimo, sino por medio de la mortificación y abnegación de tí mismo. Dura es esta
lección y difícil de entender. Se quiere el fin, y no se quieren los medios; se quiere el triunfo, y
se huye del combate; se desea la santidad, y no se rompe con el pecado; esto es engañarse uno
miserablemente á sí mismo. ¿Eres hombre de deseos como Jesús? ¿Eres hombre de oración? Lo
serás, si amas á Dios de veras, sí buscas la salud del prójimo, sí aspiras á la perfección. Donde
hay amor, hay deseo; mas la piedra de toque de los deseos verdaderos es la práctica. Hay deseos
que matan, según dice el libro de los Proverbios, y éstos son los que no llegan á la obra. Alaba a
Dios, si te los ha dado tales, que con ellos empiezas á llenarte de méritos y virtudes, y á saciar
tu alma y á alcanzar la bienaventuranza de los que tienen hambre y sed de justicia.
 
DÍA VEINTE
(Año veinte.)
VIDA OCULTA DEL CORAZÓN.
Primer preludio. Ver á. Jesús viviendo desconocido de los hombres.
Segundo. Pedir la gracia de vivir conocido de sólo Dios.
Punto primero. — Vida oculta en el mundo. Segundo. — Vida oculta en el sagrario. —
Tercero — Vida oculta en la Iglesia.
 
 
 
PUNTO PRIMERO.
 
Vida oculta m el mundo. “En medio de vosotros está, decía San Juan Bautista á los
judíos, y vosotros no lo conocéis." Y el amado Discípulo, al principio de su Evangelio, dice:
“Vino á su patria, y los suyos no le recibieron. "
Vivió Jesús en el mundo, y no le conoció el mundo, porque ni Jesús tenía el espíritu del
mundo, ni estaba apegado á él, sino que, por el contrario, lo condenó y anatematizó. No es
extraño, pues, que fuese despreciado, burlado y perseguido en la tierra. ¿Qué debe sacar de aquí
un cristiano?
Represéntate, alma cristiana, á Jesús, Hijo de Dios, infinitamente sabio, poderoso y
santo que hubiera podido, si quisiera, atraerse las miradas del universo y la admiración del
género humano, y prefiere, sin embargo, la oscuridad de una vida oculta. Hijo de Dios, ¿no
ambicionas tú la estima de los hombres? ¿No deseas andar en lenguas de todos? ¿No codicias
los altos puestos y dignidades? Esto no es estar despegado de la tierra y de sus vanidades. Esto
no es estar, como dice el Apóstol, crucificado al mundo.
Contempla el Corazón de Jesús, que se goza en la oscuridad, y gusta la vida oculta, y
pone sus delicias en una condición humilde que le esconde á los ojos de los hombres. “Muertos
estáis, escribía San Pablo á los primeros fieles, y vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios.” (Col., III.) Pórtate, pues, como muerto é insensible á todo lo de aquí abajo, indiferente á
los bienes y males de esta vida, y peregrino en el mundo.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Vida oculta en el sagrario. Y tan oculta, que puede también decirse ahora á los
cristianos lo que San Juan decía á los judíos: “En medio de vosotros está y no le conocéis.” Bien
pocos son los que, animados de viva fe, saben volver amor por amor al Señor oculto en el
Sacramento. Bien pocos saben apreciar la dicha que tienen de poderle visitar siempre que
quieren, de poder verle á todas horas, y pedirle lo que necesitan, y gozar de su trato y
conversación, y recibir su bendición paternal. Bien pocos gustan de asistir á su divino Sacrificio
y mantenerse de su carne, que se nos da en alimento. “Verdaderamente, Señor, sois el Dios
escondido”, os diré con Isaías.
Y tú, á quien ha colmado de tantos bienes, ¿sabes al menos conocerle? Tú, á quien ha
venido á visitar tantas veces, ¿no podrías visitarle una vez al día? ¿No podrías asistir
diariamente al augusto Sacrificio de los altares?
 
PUNTO TERCERO.
 
Vida oculta de Jesús en la Iglesia. Vive Jesús en la Iglesia por su santidad, infalibilidad,
poder y bondad, obrando por ella y en ella estupendas maravillas. Mas como el cuerpo ha de
seguir la suerte de la cabeza, también la Iglesia ha de participar de las humillaciones de
Jesucristo.
Bien sabemos que la luz del Sol divino brilla en las tinieblas del mundo, y que los
hombres aman más las tinieblas que la luz. Sabemos que Cristo es despreciado, negado,
perseguido y blasfemado en su Iglesia. Sabemos que el Corazón de Cristo es el foco en que se
concentran los rayos divinos que alumbran y fecundan á la Iglesia, pero que muy pocos ven su
luz y sienten su calor. Sabemos que en El está el manantial de las gracias, pero que pocos van á
beber á esa fuente, que es la raíz de donde brotan las virtudes, pero que la tierra permanece
estéril.
Bien podemos decir que Jesús en la Iglesia es el Dios desconocido.
Yo, Señor, por lo que á mí toca, os conoceré, adoraré y amaré, y os seré eternamente
agradecido.
Ahora consideraré cómo Jesús quiere vivir oculto con los hijos de la Iglesia, y que éstos
participen aquí de su estado de humillación, para que luego resplandezcan con El en la gloria.
Aquí han de morir para luego vivir. Aquí han de sufrir desprecios y persecuciones, y han de ser
tenidos por la escoria del mundo. Su santa vida, llena de méritos y virtudes, pasará por locura.
Sus acciones parecerán ridiculeces. Lo sublime de su doctrina se tendrá por bajeza, y muchas
veces morirán, no sólo sin honra, sino tenidos por criminales. Pero Dios los conoce y ama, y
como á hijos de predilección los coloca entre los ángeles. ¡Qué maravillas se verán el día del
Juicio! ¡Oh vida humilde, tan poco conocida y aun menos practicada! Tú eres la verdadera vida,
la vida de Cristo, vida escondida de Dios, depositaría de sus tesoros.
Conozco esta verdad, y haré por no ser de aquellos que sacrifican lo real á lo aparente,
el alma de la santidad á una sombra ó apariencia de virtud. Viviré con Jesucristo en el retiro, y
lejos de buscar la estima de los hombres, desearé ser ignorado de todos.
 
DÍA VEINTIUNO.
(Año veintiuno.)
VIDA DIVINA DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Ver á Jesús trabajando en el taller.
Segundo. Pedir la gracia de vivir de su vida divina.
Punto primero. Jesús vive de Dios. — Segundo. Jesús vive en Dios, Tercero. Jesús vive
para Dios.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Vida de Dios: porque nace su vida en el seno de la divinidad, y con la vida nace la
santidad y todas las virtudes que admiramos en el Hombre-Dios. Por ser Dios la fuente y
manantial de todo lo que vive, se le llama el Dios vivo; y con esta denominación se da á
entender que tiene la vida en sí, no como las criaturas, que la tienen prestada. Jesucristo, en
cuanto Dios, es el engendrado del Padre, y por eso se llama en el Credo de la Misa Dios de
Dios; como hombre, recibe cuanto tiene de la Santísima Trinidad. Por eso vive en una entera y
continua dependencia de la divinidad, y en este sentido dice que el Padre es mayor que Él.
Si quieres saber hasta qué punto llega esta dependencia, oye lo que dice El mismo: “Mi
doctrina no es mía, sino del que me envió.” (San Juan, VII) “Lo que he oído al Padre, eso
enseño en el mundo.” (San Juan, VIII.) Siempre ha estado en esta dependencia de la divinidad.
Haz la aplicación á ti mismo, y considera que debes al Corazón, de Jesús lo que el mismo Jesús
debe al Padre, pues de El has recibido la vida y el título de hijo de Dios, por el cual eres
miembro suyo y como un sarmiento de esta misteriosa vid. Debes, pues, vivir en perfecta
dependencia de tu Señor, como los miembros de la cabeza, y las ramas del árbol. Debes oír su
voz cuando te habla al corazón; debes consultar su voluntad y obedecer á sus inspiraciones. Esto
es vivir de su vida. ¿Lo haces así?
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús vive en Dios. Jesucristo, en cuanto Dios, está en el Padre, y el Padre está en Él.
Otro tanto se puede decir, proporción guardada, de la unión que reina entre la divinidad y
humanidad de Cristo nuestro Señor. Dios está en el hombre, y el hombre en Dios; Dios para el
hombre y el hombre para Dios, aunque de distinta manera. Y así puede decirse que todo allí es
común. En el Padre encuentra el Hijo el principio y la regla de sus actos; así la humanidad de
Cristo tiene el principio y la regla de los suyos en la divinidad.
Este es, alma fiel, el modelo que has de imitar. Como Jesús es del Padre, tú eres de
Jesús, Tú has de vivir en El y El en ti, como la rama en el árbol y el árbol en la rama. Sólo á esta
condición puedes vivir espiritualmente y ser fecunda en buenas obras. No debes ser tuya, sino
de Cristo, y Él es el que ha de vivir, pensar y obrar en ti; comunicándote por gracia su vida
divina; Él es el que ha de reinar en ti. ¡Dichosa esclavitud! ¡Feliz dependencia!
Mas ¿eres tú fiel en dejarte gobernar por Jesucristo, como este Señor se dejaba conducir
por el Espíritu Santo? ¿Es Jesús el director de tus acciones? ¿No es más bien la naturaleza, la
rutina, el espíritu del mundo, la pasión?
 
PUNTO TERCERO.
 
Vive para Dios. “Como el Padre que posee la vida — dice Cristo, — me ha enviado,
así vivo yo para el Padre." (San Juan, VI.) Es como si dijera: Á la gloria del Padre lo dirijo
todo, palabras, obras y trabajos. Esto debe hacer el alma Cristiana por el Salvador divino. Y
luego añade el Señor: “El que me come, ha de vivir para, mi.” Puesto que de El hemos recibido
la vida, y que á El le pertenecemos, justo es que todo se lo entreguemos á El. A El le hemos de
dar la gloria de todo bien, porque de Él viene todo bien. El es el principio de todas nuestras
acciones sobrenaturales, justo es que sea también el fin de ellas.
Ya sabes, alma cristiana, á qué te obliga la fe y la gratitud. Debes glorificar á
Jesucristo, trabajar para que le conozcan los hombres, amarle y servirle, y hacer que le amen y
sirvan los demás. Este Corazón amable vive de Dios, en Dios y para Dios; y yo, miembro de
Cristo, debo vivir de El, en El y para El.
¿Cuándo podré yo decir como San Pablo que mi vivir es Cristo? Por desgracia, vive en
mí el hombre viejo. ¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo? Llamándome Dios hijo suyo, ¿no es
justo que viva yo una vida digna de un hijo de Dios?
 
DÍA VEINTIDÓS
(Año veintidós.)
ENTREGA DEL CORAZÓN DE JESÚS AL PADRE.
 
Primer preludio. Jesús esperando las órdenes de su Padre.
Segundo. Pedir una plena sumisión a la voluntad de Dios.
Punto primero. Motivos. — Segundo. Modo. — Tercero. Efectos.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Motivos. En el dogma de la Providencia tenemos la razón y el fundamento de la
confianza con que debe el cristiano entregarse en manos de Dios. Entre las verdades de la
religión, pocas hay tan importantes y consoladoras como ésta, pocas que haya recomendado más
el Salvador. “Ved á las aves del cielo, nos dice, que ni siembran ni siegan, y vuestro Padre
celestial las mantiene. Considerad los lirios del campo cómo crecen. Si tanto cuida Dios una
flor que no ha de vivir más que un día, ¿cuánto más cuidado no tendrá de vosotros, hombres de
poca fe? Todos vuestros cabellos están contados. No temáis. Más valéis que los pajaritos del
cielo, y ninguno de ellos caerá á tierra sin la voluntad de vuestro Padre celestial.”
¿Qué temes, pues, alma cristiana? ¿No es Dios tu Rey, tu pastor y tu padre? Si su
providencia se extiende hasta á las avecillas y flores y demás cosas del orden natural, ¿cómo ha
de descuidar las del orden sobrenatural? ¡Qué palabra tan consoladora! Mis intereses están en
manos del Padre celestial, que sabe lo que me conviene, y puede dármelo, y quiere todo lo que
me está bien, porque me ama. Dejémosle obrar y aprovechémonos de cuanto nos envíe para
glorificar á nuestro Dios. En las adversidades es cuando más falta nos hace recordar esta
lección. Por todo camino viene Dios á nosotros, y se nos da bajo cualquier forma, y nos
favorece de todas maneras.
Mira, alma, si estás convencida de esta verdad.
El modo de practicar esta virtud nos lo enseña Jesús con su ejemplo, pues su vida y
todo su ser lo puso en manos de la Providencia desde la Encarnación, según nos dice por el
Profeta: “En tus brazos me he echado desde el seno de mi Madre.” (Salm. XXI,) “En tí he
buscado mi fuerza y apoyo.” (Salmo LXX.) “En tus manos está mi destino.” (Salm. XXX). Y
en esta disposición estuvo toda su vida. “Yo soy, decía, un pobre y un mendigo, pero Dios tiene
cuidado de mi.” (Salm. XXXXIX). Por último, al morir dijo estas palabras: “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu.” (Luc. XXIII). En su vida oculta, dejó todo el cuidado de su
persona á María y á José, no sólo en lo tocante al comer y al vestir, sino aun en lo que concernía
á su misma existencia y salvación de su vida, como se vio en la huida á Egipto.
En la Eucaristía se entrega en manos de los sacerdotes, dejándose traer y llevar de una
parte á otra, sin poner nunca resistencia, de cualquier manera que lo traten. ¡Qué ejemplo me da
el Señor en su Sacramento á todas horas y momentos del día!, ¡Cómo se entrega á mí cuando le
recibo! ¿Vos, Señor, os entregáis á mí, y yo no me, entregaré á Vos?
 
PUNTO TERCERO.
 
Efectos de esta virtud. Si quieres agradar á Jesucristo, conságrate á su Corazón, ofrécete
á su amor y confíale tus intereses. “Pocos llegan á esta perfecta y total entrega de sí mismos,
pero todos deben trabajar por llegar á ella. Supone esta virtud tan alta una total indiferencia para
toda, sin querer más que la voluntad divina en salud y enfermedad, penas y goces: teniendo en
nada cuanto puede sufrirse en el mundo de tentaciones, sequedades aversiones y repugnancias.
Esta es la virtud de las virtudes y la flor de la caridad.” Hasta aquí San Francisco de Sales.
Por lo que dice el santo doctor, conoceremos lo ventajosa que es al alma esta virtud,
pues le da una tranquilidad inalterable en todos los acontecimientos de la vida, cuando sin ella
andaría el alma cambiando del día á la noche y de la noche al día, siguiendo los cambios de
todas las cosas que la rodean.
Si es de mucho valor este feliz estado, por la estabilidad que da al corazón humano, más
se debe estimar, porque pone al alma en entera conformidad con los designios de Dios sobre
ella. Nada puede el cirujano, si no se deja curar el paciente. Nada puede el artesano, si se le
rompen las herramientas. Nada obrará Dios, si no nos dejamos gobernar por su divina mano.
Ofrécete, alma mía, al Señor que te crió, y no desarregles los planes de su Providencia
sobre ti. Confía siempre, ruega con fervor y espera con calma, y di como Abraham a Isaac:
“Dios proveerá.” Examina de dónde vienen tus inquietudes, y haz por sondear ese tu corazón
tan lleno de excesiva solicitud y congoja. “Echad en El toda vuestra solicitud, porque El tiene
cuidado de vosotros." (I. S. Ped..V.)
 
DÍA VEINTITRÉS
(Ano veintitrés.)
MANSEDUMBRE DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Representarse al Salvador como un manso cordero.
Segundo. Pedir á Dios esta virtud.
Punto primero. Mansedumbre de corazón. Segundo. Mansedumbre de palabras. Tercero.
Mansedumbre de obras.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Jesús es manso de corazón, como lo dice El mismo. El corazón es el lugar en que la
mansedumbre debe ejercer su imperio, porque el corazón es el blanco adonde asestan los tiros
todas las pasiones, y cuando éstas se apoderan de él, mueven las más horribles tempestades. En
él se sienten los choques de todas las injusticias y contradicciones de los hombres; en él, las
penas amargas de la vida; en él, la ingratitud y deslealtad de las personas favorecidas: en él se
siente todo.
El Corazón de Jesús tenía perfectamente sujetas á la razón todas las pasiones humanas.
Mas ¿qué amargura no debían causarle, y qué santa indignación no debían excitar en El la
dureza de los pecadores, el odio y las calumnias de sus enemigos, la baja hipocresía de los
fariseos y tantas otras cosas? A pesar de todo, se le ve siempre lleno de dulzura y suavidad en su
trato, y si alguna que otra vez usa expresiones fuertes contra los rebeldes y obstinados, no por
eso deja de ser benignísimo con los pecadores. A los dos Apóstoles que querían hiciese bajar
fuego del cielo contra el pueblo, que le cerraba las puertas, les dice: “No sabéis de qué espíritu
debéis estar animados viniendo en mi compañía.”
Yo tampoco conozco, Señor, vuestro espíritu, y por eso miro con aversión al prójimo,
juzgo temerariamente sus actos, le desprecio y me impaciento con él. ¡Cuántos movimientos
siento en mi corazón que están en abierta oposición con la benignidad del Salvador! Jesús, que
es todo un Dios infinitamente santo y perfecto, trata con la mayor dulzura á los pecadores, y yo,
cargado de pecados, juzgo con la mayor severidad, no sólo á los pecadores, sino aun á los
amigos de Dios y á las almas justas.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús es manso en sus palabras. De la dulzura del lenguaje se deduce y saca el carácter
blando de una persona, pues como dijo el Salvador: “De la abundancia del corazón habla la
lengua.” “La falsa caridad, dice San Gregorio, produce indignación, mas la verdadera
engendra compasión con los pecadores." Mira con qué bondad trataba el Señor á los Apóstoles,
aunque tan toscos é ignorantes. No leemos que dijese una palabra de reprensión á San Pedro por
su negación. A Judas le da el nombre de amigo, y permite que le abrace. Insultado por sus
enemigos, no deja caer de lo alto de la cruz sino palabras de gracia y misericordia. “Perdónalos,
Padre, que no satén lo que hacen.” Bendice á los que le maldicen y no piensa en la venganza, y
calla como un cordero cuando le despojan de su lana. Bien puede decir, después de dar tales
ejemplos: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.
Mas ¡qué pocos hay que aprendan esta doctrina! Créese deshonrado el que no responde
á injurias con injurias y á desprecios con burlas y baldones. Nadie sabe callar cuando le
ofenden, ni responder blandamente al que le habla con dureza. Pocos son los que piden por los
enemigos que los persiguen y ultrajan.
Conozco, Señor, que es amargo mi celo, y que mi lenguaje es duro y violento, y que
estoy muy lejos de vuestra divina suavidad.
 
PUNTO TERCERO.
 
Jesús es manso en sus obras. Nada más dulce que el nombre de Salvador. Pues no le
pareció bastante llamarse así, y tomó el nombre de cordero de Dios, y obró de tal manera, que le
llamaron amigo de pecadores. Si toma el título de Rey, es con la añadidura de Rey manso y
pacífico, como le llaman los profetas y evangelistas. Fue dulce y suave en su infancia, pues
refiere San Dionisio que iban á El los demás niños diciendo: vamos á la suavidad.
Lo fue en su vida pública con los pecadores, por lo cual se dijo de El que no acabaría de
romper una caña quebrantada, ni acabaría de apagar una mecha que humease aún. Lo fue con
los verdugos y con sus más encarnizados enemigos, ofreciendo por ellos su sangre y
sacrificando su vida. Lo es en la Eucaristía con los que van á insultarle y ultrajarle.
Examina tu proceder con la gente que tratas. Indigna cosa sería que un esclavo y un vil
pecador tratase con dureza á sus hermanos, y se indignase contra ellos, cuando Jesucristo los ha
amado tanto, que ha muerto por ellos. No olvides que el Señor ha dicho: “Bienaventurados los
mansos, porque ellos poseerán la, tierra." Y esta tierra es, dice San Agustín, la que llama el
Profeta tierra de los vivos.
Serás tratado por Dios como hubieres tratado á tu prójimo. Si eres benigno con tus hermanos,
Jesús lo será contigo. ¡Palabra consoladora! Acostúmbrate á pensar bien de todos y hablar con
dulzura á todos.
 
DÍA VEINTICUATRO
(Año veinticuatro.)
PACIENCIA DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Representarse á Jesús paciente.
Segundo. Pedir esta virtud.
Punto primero. Paciencia en los trabajos. Segundo. Paciencia en el trato con los
hombres. — Tercero. Paciencia en las obras de celo.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Paciencia en los trabajos. Pacientísimo fue el Corazón de Jesús en las humillaciones
que pasó, en los dolores que sufrió, en las injurias que recibió de los hombres. Soportó con
increíble paciencia los rigores de la pobreza y las fatigas de un trabajo penoso, y las
persecuciones y calumnias de sus enemigos, sin abrir siquiera la boca para quejarse. Como
había tomado sobre sí la responsabilidad de todos los pecados del mundo, vio llover sobre sí
todos los castigos posibles. Se armaron contra su persona el cielo, la tierra y el infierno: Dios,
los hombres y los demonios. Y el inocentísimo Jesús, hecho blanco de todas las iras, bebe hasta
las heces el cáliz amargo sin exhalar una queja, y recibe inmóvil el sacudimiento de las olas
como la roca del mar. ¡Oh paciencia verdaderamente divina!
Tú, alma cristiana, necesitas muy poco para perder la paciencia y la paz; pero ten
presente que debes sufrir y padecer, porque has pecado, y decir con el buen ladrón: “Nosotros
justamente padecemos, porque recibimos nuestro merecido; pero este Señor ningún mal ha
hecho." No debes, pues, quejarte por mucho que te haga Dios sufrir, porque siempre hallarás
que has merecido más castigo de lo que Dios te envía.
Por otra parte, nada más ventajoso para tí que el padecer, porque sufriendo se adquiere
la paciencia, y la paciencia lleva al alma á la perfección. Y si estas razones no te bastan, mira á
Cristo paciente en la cruz, míralo en el sagrario, donde está aguantando los desprecios de unos y
los sacrílegos insultos de otros. Y si aun esto no te basta, levanta la vista al cielo y ve si tienen
algo que ver las penas de aquí con la gloria que te espera.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Paciencia en el trato can los hombres. Sin hablar ahora de la mansedumbre que usó con
los verdugos y enemigos suyos declarados, veamos 1a paciencia con que aguantó á aquel pueblo
grosero y á aquellos discípulos ignorantes. ¡Cuánto no le hicieron sufrir los Apóstoles por
espacio de tres años que pasaron en la escuela del Salvador! Y en todo ese tiempo, ¿quién no
admirará la condescendencia que con ellos tuvo, acomodándose á su carácter, tolerando sus
defectos, reprendiéndolos con blandura, repitiéndoles aquellas lecciones que nunca acababan de
aprender? Sólo en un Dios cabe tanta paciencia. De allí pasemos á la Eucaristía, donde cada día
se ve ultrajado, y siempre lo está sufriendo todo sin dar jamás un castigo.
Poco entiendo estas lecciones de Jesús, yo que no puedo aguantar á nadie, sin pensar en
el daño que me hago á mí mismo, pues como dice San Agustín: Si no toleras, ¿quién te tolerará?
Aun cuando fueran del todo reales y verdaderos los defectos que notas en el prójimo, y
estuvieras tú libre de ellos, debías, según el Apóstol, compadecer las flaquezas ajenas y no
vanagloriarte ni creerte más que otros. Mas si tales faltas son imaginarias, ó si tú tienes las
mismas, y aun mayores, ¿qué has de hacer sino tener paciencia con todo linaje de personas,
como manda San Pablo? Si fueras humilde, no te enfadarías con nadie. ¿Quién eres tú para
condenar á tu hermano?
Ten presente que la cólera es una pasión, y que nadie se cura con ímpetus de ira. Más no
sólo es inútil, sino perjudicial, porque empeora el mal. Prevé las ocasiones de ira que podrán
presentarse el día de hoy.
 
 
PUNTO TERCERO.
 
Paciencia en las obras de celo. Sucede á menudo que la actividad natural perjudica á
las cosas que emprende, porque las personas muy activas no tienen espera, no aguardan la
ocasión oportuna, y con la contradicción se irritan ó se desaniman. No es así el Corazón de
Jesús, pues si ninguno deseó tanto como El la gloria de Dios y el bien de las almas, tampoco le
igualó nadie en calma, resignación y paciencia. Ve contradichos sus designios, ve obstinados á
los pecadores en perderse, ve triunfar á sus enemigos, y no se indigna ni exaspera. Pasa años
enteros á la puerta de un corazón endurecido aguardando que le abra, y por larga que haya sido
la resistencia, no le habla con desabrimiento, sino con ternura, cuando llega á abrir. Tal es el
Señor cual nos le describe el libro de la Sabiduría, diciendo: “Tú eres suave y verdadero y
paciente, y todo lo dispones con misericordia." (Sab., XV.)
Imita á este divino modelo, y haz por poseer tu alma con la paciencia, como dice el
Señor.
Espera pacientemente el momento de la gracia, sin desanimarte ni desesperar de la salvación de
nadie.
Paciencia: con esta palabra resolvemos muchas dificultades, y en poco decimos mucho.
 
DÍA VEINTICINCO
(Año veinticinco.)
VIDA ACTIVA DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Jesús en Nazaret orando por los hombres.
Segundo. Pedir el celo de Jesucristo y su fervor.
Punto primero. Vida activa en el mundo. Segundo. Vida activa en el Sacramento. —
Tercero. Vida activa en sus miembros.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Vida activa en el mundo. Nada más humilde que Jesucristo en su vida mortal, en la que
puede siempre llamarse el Dios escondido, el Dios aniquilado, y tal como describió un Profeta
cuando dijo: “Le hemos visto, y no tenía aspecto de nada. Su semblante estaba como escondido
y menospreciado, por lo que no hicimos ningún caso de él” (Is., LIII).
Nace como un pobre, vive desconocido en tierra extraña los primeros años, y los demás
como un pobre artesano en su tierra. A pesar de sus milagros y de su santidad y elocuencia
divina, saca escaso fruto. A las afrentas de la Pasión se sigue la humillación del sepulcro, y no
cuenta, al salir de este mundo, sino con un puñado, de discípulos, cuya fe, si no está perdida del
todo, se halla muy quebrantada y vacilante.
¿Es ésta, Señor, la misión divina que os confió el Padre celestial? Con un solo sermón
convierte San Pedro á cinco mil personas. Roma oye su voz y cree en su palabra. Los demás
Apóstoles conquistan naciones enteras. San Pablo trabaja más que todos, como Apóstol de
gentiles.
Y vos, ¿qué habéis hecho, Señor?
Levantemos el velo, y no nos dejemos engañar por las apariencias. ¿Quién obra por los
Apóstoles y en los Apóstoles? ¿Quién convierte las almas y las salva por su ministerio? ¿Quién
es el motor secreto que da impulso á los obreros evangélicos? El Corazón de Jesús. De allí sale
todo. Si ves los frutos maravillosos del grande árbol que cubre al mundo bajo su sombra, baja á
ver la raíz que le da vida. Como en el orden natural está todo en movimiento en virtud de una
causa secreta y desconocida, que mueve y dirige en su movimiento los cuerpos celestes, así en
el orden moral todo obedece á un motor conocido de nosotros, que es el Corazón de Jesús.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Vida, activa, en el Sacramento. Continúa el mismo prodigio, y de una manera más
estupenda aún. Si tiendes la mirada por la Iglesia, que ocupa la redondez del orbe, y admiras el
celo con que atiende á la salud de las almas todas y de cada una en particular, preguntarás tal
vez: ¿De dónde salen esos rayos de luz que alumbran al mundo? ¿De dónde esos ríos de gracias,
que por mil canales llevan vida y fecundidad á los miembros de Jesucristo? ¿Quién dirige este
movimiento? ¿Dónde se forma la sangre preciosa que conserva en los miembros el vigor?
A estas preguntas no se puede responder sino que el Corazón de Jesús es el Autor de
todo, y que, colocado en la Eucaristía como en su trono, puede llamarse el alma de la Iglesia,
que da á su cuerpo santidad, gracia y virtudes. Desde allí dirige todo el movimiento de las
operaciones divinas en las almas. Allí se reforma la sangre, que vivifica los miembros del
cuerpo místico. Es la causa primera de todo acto bueno. Nada se hace en orden á la salvación
eterna de la que no sea obra suya. Su acción se extiende á todos los hombres de todos los
tiempos y lugares.
¿Entiendes esta verdad? ¿Acudes á Jesús en busca de luz, vida y santificación, y de las
virtudes que te faltan?
 
PUNTO TERCERO.
 
Vida activa en sus miembros. Esta divina actividad la comunica Jesús á los fieles. Si
participan de sus humillaciones, también han de tener parte en su poder y grandeza. Por eso
vemos que unas almas oscuras y desconocidas ó despreciadas del mundo son las que, con sus
oraciones, penitencias y sacrificios, alcanzan las gracias que concede Dios al mundo, y
desarman el brazo de su justicia. Estas almas humildes y fervorosas ejercen poderoso influjo en
la Iglesia, como que de ellas se sirve Dios para comunicar sus dones á los demás miembros de
ella. A impulso de la caridad que las abrasa, oran sin cesar y trabajan cuanto pueden en bien de
sus prójimos. Sin cesar oran y trabajan, porque aman sin cesar y no puede dejarlas ociosas el
amor; y porque aman mucho, hacen mucho, según la expresión del Kempis.
Si quieres tener la dicha de estas almas, en tu mano está, pues no te negará esta gracia el
Corazón de Jesús. Mas ten entendido que del interior sale todo el mérito de las obras que tanto
nos maravillan en los Santos. Sé fiel en cosas pequeñas; haz bien lo que haces de ordinario, y
con eso harás mucho para Dios, para el prójimo y para ti.
Obra con intención pura y buen consejo y dirección; y con eso estás seguro de que obras
para Dios.
 
DÍA VEINTISÉIS
(Año veintiséis.)
AÑO DE COMBATE DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Jesús como capitán convidando al combate.
Segundo. Pedir la gracia de obedecer á su inspiración.
Punto primero. Triunfa del mundo. — Segundo. Triunfa del demonio. — Tercero.
Triunfa en todas las pruebas de su constancia.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Jesús triunfa del mundo. La vida del hombre en la tierra es una milicia, dice Job, y para
el combate nos arma el Corazón de Jesús. En un campo de batalla nos hallamos, y cada día de
nuestra vida debe señalarse con nuevas luchas y nuevas victorias. El primer enemigo que nos
sale al encuentro es el mundo con sus errores y engaños, empeñado en seducirnos y perdernos.
Añade los terrores y amenazas para detenernos en el camino de la virtud, y por otra parte nos
ofrece la copa dorada de las delicias y atractivos del vicio, exhortándonos á echar por el camino
ancho por donde van casi todos. Con estas tres armas, según dice San Agustín, espera
derrotarnos, con errores, terrores y amores.
El mundo, condenado tantas veces por Jesús, no podía menos de hacer guerra á este
Señor, pero en vano. “Confiad, dice á sus discípulos; yo he vencida al mundo." El Salvador ha
vencido al mundo. Pero nosotros, ¿cómo lo venceremos? ¿Cómo escaparemos de sus lazos?
Esto es lo que nos enseña el divino Maestro. A los errores del mundo opone su eterna verdad. A
las amenazas opone la vista de males infinitamente mayores, que están reservados al soldado
infiel á su bandera, y de bienes sin tasa y gloria sin fin, prometida al vencedor. A los halagos del
amor mundano les ha quitado la máscara, mostrándonos la vanidad de todo lo de aquí abajo, é
indicando al mismo tiempo dónde está la fuente de la verdadera felicidad. Si no sabes hacer uso
de estas armas que el Salvador te pone en las manos, ve al santuario del amor, donde et divino
Capitán te está animando á la pelea, y busca y pide las fuerzas necesarias, que allí seguramente
las encontrarás.
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús triunfa, del demonio. Otro enemigo se presenta, que es el demonio. ¿Se atreverá á
medir sus fuerzas con Jesucristo? ¿Le permitirá este Señor que se acerque á su sagrada Persona?
¿Se humillará hasta el punto de pasar por esta prueba? ¡Oh bondad infinita de mi Salvador! Para
consolar á sus siervos, ha querido sufrir tentaciones humillantes, penosas é importunas, y al
mismo tiempo nos ha dado sublimes lecciones de divina sabiduría, para que sepamos
manejarnos con prudencia en semejantes lances. Con el fin de animar á sus discípulos,
santificarlos en la tentación y merecerles gracia para salir victoriosos, se dejó conducir por el
Espíritu al desierto donde había de ser tentado, y allí permitió al demonio que se apoderase de
su Persona, y le llevase al pináculo del templo y á un alto monte. Combatióle aquel enemigo con
tentación de gula, de presunción y ambición. Tales fueron las armas que puso en juego. Vencido
y derrotado, se retiró por un poco de tiempo; pero luego volvió á la refriega una y muchas
veces, pues nos dice San Pablo que Cristo fue tentado de todas maneras para saber por
experiencia nuestros males y darnos ejemplo.
Óyelo bien, alma fiel, y consuélate. Óyelo, alma pusilánime, y anímate. No permitirá
Dios que seas tentada sobre tus fuerzas. Alégrate, alma generosa, al oír á Santiago que “es feliz
el que sufre la tentación, porque una vez probado con ella, recibirá la corona de vida”. “Teneos
por dichosos, dice el mismo, cuando seáis vejados con varias tentaciones, sabiendo que esa
tribulación produce la paciencia, y la paciencia encierra la perfección.” (Jac., I.) El soldado
valiente se alegra poder distinguirse en servicio de su príncipe. No te aflijas, pues, de lo que
hace tu mérito, te conserva en la humildad y fervor, mantiene tu vigilancia y prepara tu corona.
 
PUNTO TERCERO.
 
Jesús triunfa en las pruebas de su constancia. Hay otro género de tentaciones, y éstas
son las que vienen inmediatamente de Dios, las cuales son mucho más penosas y ponen más á
prueba la fidelidad de sus siervos. Llenas están las vidas de los Santos de semejantes ejemplos,
porque debían asemejarse á su divino Capitán Jesús, que fue grandemente probado en esta parte.
De cuantos tormentos sufrió el Corazón de Jesucristo, ninguno tan cruel como el
desamparo de su Padre, que le arrancó aquella queja dolorosa en la agonía de la cruz: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
No hay pena más amarga para un alma justa y temerosa de Dios que al creerse dejada
de la mano de Dios, privada de su amistad, objeto de su odio y desprecio. Por eso se compadece
de ella el amable Jesús, y se le ofrece por modelo de resignación y constancia. Habiendo pedido
al Padre en el Huerto que pasase de El aquel cáliz, añadió al instante: “Hágase vuestra
voluntad, y no la mía.” En el Corazón de Jesús hallarán el ánimo y valor que necesitan esas
almas en tal aprieto, y con su devoción se les suavizará la pena, porque El es un asilo seguro
contra la justicia de Dios imitada.
 
DÍA VEINTISIETE
(Año veintisiete.)
HUMILLACIONES Y GLORIA DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Representarse á Jesús humilde en Nazaret.
Segundo. Pedir la virtud de la humildad.
Punto primero. Humillaciones. Segundo. Gloria de Jesús.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Humillaciones. Las sufrió Jesús hasta el último grado. Su primer paso en el camino de
la humildad fue hacerse hombre. Conociendo el Apóstol la inmensa distancia que separa la
divinidad de la naturaleza humana, dice que se aniquiló el Señor al encarnarse. Todavía le
pareció poco esta humillación á nuestro Dios, y en vez de nacer en una condición elevada, tomó
la más vil, que es la de esclavo, por lo cual dije que no había venido á ser servido, sino á servir.
Más aún: en esta condición humilde quiso distinguirse de los demás esclavos, teniéndose por
menos que hombre, por un gusano de la tierra, y diciendo en el Salmo XXI: “Soy gusano y no
hombre, oprobio de los hombres y desprecio de la plebe." Y como tal, quiso vestir traje de loco
en casa de Heredes. ¿Tendré ya bastante con estas humillaciones? No; mucho más bajo se pone
cubriéndose con el manto de nuestras iniquidades, de las cuales se hace responsable, y lleva
toda la ignominia.
No pasa por un pecador ordinario, sino por un criminal, como dice Isaías, y no por un
criminal ordinario, sino por uno peor que Barrabás; y corrió capitán de bandidos es crucificado
entre ladrones. Ni sólo á los ojos de los hombres pasa por objeto de odio y aborrecimiento, sino
á los ojos de Dios, en cuanto á los efectos; pues, como dice San Pablo, fue objeto de maldición
en la presencia divina; é Isaías dice que le vio como un leproso herido por Dios y humillado.
Vengamos á las humillaciones de su vida mortal. No sólo se niegan los hombres á
reconocerle por Dios, sino que ni aun por hombre honrado le quieren tener; antes bien, le miran
como sedicioso, y como tal le acusan y le condenan; se avergüenzan de tratar con El, le
abandonan, no le perdonan traiciones, calumnias, blasfemias. Y todo esto lo sufre, ¿de quién?
De hombres que debían abochornarse de vivir entre la gente por las muchas maldades que
cometían y escándalos que daban. ¿De quién? De aquellos á quienes ha venido á salvar; y, lo
que es más, de sus mismos amigos, y de los amigos más privilegiados, cuales fueron los
Apóstoles. Todo esto lo sigue sufriendo en el Sacramento del altar. ¿Quién podrá contar las
humillaciones que allí padece? Admirado Jeremías de los abatimientos del Salvador, llega á
decir que se vería harto de oprobios. Y bien había para hartar al más hambriento de ellos con los
que hubo de devorar el Señor.
Detente aquí á considerar quién debe ser más humillado en recta justicia, si el que tiene
sólo la forma de pecador, ó el que lo es en realidad. Dirás que el segundo. En ese caso, ¿qué
mereces tú? ¿Hay en la tierra un lugar bastante bajo para ti? ¿Hay desprecios que no merezcas
mejor que Jesús? Y, sin embargo, ¡qué delicadeza en punto de hoy: ¡Qué resentimientos por un
desaire! ¡Qué ciego es el orgullo! Reconoce que no te han tratado nunca como mereces. No
huyas de los desprecios; antes bien, búscalos por la semejanza que te dan con Jesús.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Gloria de Jesús. No es menos admirable que sus humillaciones, porque si es verdad en
todos los santos que quien se humilla es ensalzado, mucho más tiene que serlo en el Señor de
los santos. Y en efecto, si se hace esclavo por su Padre será Rey del mundo. Si es condenado en
los tribunales, se le nombra Juez de vivos y muertos. Si le aborrecen los hombres, su Padre pone
en El sus complacencias y le declara Hijo suyo muy amado. Si le dan una muerte ignominiosa,
de esa muerte saca su mayor título de gloria y la redención del género humano, y el ejemplo
admirable, que será seguido por millones de mártires, que le harán el obsequio de sus vidas,
glorificándole en sus tormentos. Si los judíos se glorían de haberlo sacrificado á su furor, el
sepulcro de Jesús será glorioso en todos los siglos. Ese nombre tan blasfemado verá doblarse
toda rodilla á su invocación. Todas las naciones, y aun sus mismos enemigos le adorarán.
Lo más admirable será el culto que recibirá en la Eucaristía, donde, oculto bajo la forma
de pan, verá á los pueblos postrados, á sus pies, y si algunos hombres le desprecian, se verá bien
recompensado con las adoraciones de los ángeles.
¿Pararán aquí sus glorias? No; que tiene una eternidad consagrada á bendecirle,
cantando ángeles y santos aquel himno: “Digno es el Cordero inmolado de recibir virtud,
divinidad, sabiduría fortaleza, honor, gloria y bendición."' (Apoc., V.)
Si quieres participar de esta gloria, tienes que tomar parte en la humillación de Cristo,
como los Apóstoles, que salían triunfantes de los tribunales, porque habían sido dignos de
padecer injurias por Jesús. San Juan de la Cruz no pedía á Cristo por premio de sus trabajos sino
padecer y ser despreciado. ¡Qué poco entiendo esta verdad! Quiero gozar con el Señor, sin beber
su cáliz. No miréis, Señor, mis repugnancias, sino dadme parte en vuestras humillaciones, para
hacerme semejante á Vos.
 
DÍA VEINTIOCHO.
(Año veintiocho.)
DOLORES Y GOZOS DEL CORAZÓN DE JESUS.
 
Primer preludio. El Corazón de Jesús con sus tres insignias.
Segundo. Pedir la gracia de acompañarle en pena y gloria.
Punto primero. Dolores. — Segundo. Goces.
PUNTO PRIMERO.
 
Dolores del Corazón de Jesús. Como toda su vida fue Salvador, toda ella la pasó en el
dolor. No se limitaron sus dolores á la Pasión, pues desde la Encarnación empezó su martirio,
que no cesó sino al morir, por lo que Isaías le llama varón de dolores. No sólo padeció
privaciones, molestias propias de la indigencia y de una condición humilde y laboriosa, sino que
tomó sobre sí todas las penas, porque tomó todos los pecados. Quiso pagar todas las deudas,
porque había salido fiador de todos los pecadores. Y como el centro del dolor y del amor es el
corazón, en ese Corazón adorable se concentraron todos los dolores. “Verdaderamente ha
tomado sobre sí nuestras miserias, y ha cargado con la pena que debíamos pagar", dice Isaías.
(Is., LIII.) Como su vida toda fue un largo martirio, cumplió perfectamente la ley de la
expiación, y quiso así santificar nuestras penas. De suerte que por una parte curó las llagas del
pecado, y por otra comunicó á los males que son castigo del pecado el mérito que los hace
meritorios y agradables á Dios.
Del Corazón paciente dé Jesús vienen las gracias que santifican los trabajos. De El ha
nacido el heroísmo de los mártires y en su escuela han aprendido el arte de sacrificarse los
Apóstoles, confesores, vírgenes y demás santos, que de El han recibido juntamente la fortaleza,
el amor y la paciencia. Jesús quiere también endulzar con sus trabajos los nuestros, pues con su
ejemplo nos enseña la necesidad de padecer, y con la gracia que padeciendo nos mereció, ayuda
nuestra flaqueza, y ennoblece, y en cierto modo diviniza nuestras penas, comunicándoles el
mérito de las suyas.
A todo enfermo, afligido, tentado, triste é infeliz se le puede decir: Ven, mira y ten
confianza; no te niegues á sufrir á la vista de este Corazón llagado, y como El sufre por tu amor,
sufre tú por amor suyo.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Goces del Corazón de Jesús. La cruz nos mete miedo, y la vista de un Dios que padece
nos aterra. Pero consideremos ahora los consuelos que endulzan las penas del Señor, que son
tantos y tan poderosos, que llega á hallar una felicidad en el padecer. Tres cosas le sirven de
lenitivo. La primera es el pensar en la gloria que resulta á Dios de su sacrificio. En efecto: por
muy grandes y enormes que sean los pecados de los hombres, es más lo que honran á Dios los
sacrificios de Cristo que cuanto le deshonran los crímenes de todo el Universo. Los que ofenden
á Dios son hombres, quien le aplaca es Dios. Dios honra, el hombre deshonra. ¿Que pesará más
en la balanza? ¿La honra ó la deshonra? Ciertamente que nada puede compararse con un Dios
que honra, que ama, que desagravia, pues todos estos actos son de infinito valor. ¿No sería esto
un gran consuelo para Jesús?
La segunda consideración que consuela á Jesús es el fruto que sacarán los hombres de
sus trabajos y penas, y esto le fue de mucho alivio en el penar continuo de un tan prolongado
martirio. Al fin los hombres eran hermanos suyos, y por ellos se había encarnado, y de su Pasión
se había de aprovechar un muy crecido número, que gozará eternamente en el cielo el fruto de
ella. ¿Cuánto debía gozar aquel Corazón amante de los hombres pensando en la multitud de
pecadores, que por su Pasión y muerte se habían de librar de aquellos tormentos eternos que les
estaban reservados, y habían de entrar triunfantes en el Cielo?
La tercera cosa que consuela al Salvador es la vista de la gloria, que tiene asegurada.
“Si diere la vida por los pecadores, dice el Espíritu Santo, verá una dilatada posteridad." (Is.,
LIII).
Y añade, hablando por el Profeta, que se verá harto de gloria y felicidad, y distribuirá
los despojos de sus enemigos por las humillaciones que ha pasado y la muerte que ha sufrido,
puesto en el número de los criminales y malhechores.
Y tú que te espantas de la cruz y temes los trabajos, ¿has considerado bien los
maravillosos frutos que de ellos nacen para Dios, para las almas y para ti?
Nada tiene que ver cuanto aquí se puede pasar con la gloria que nos esta reservada,
según enseña San Pablo.
Si amas á Dios, si amas á tus hermanos, si te amas á ti mismo, no has de temer unos
trabajos que pueden dar tanta gloria á Dios, que pueden servir de tanta ayuda á las almas y
proporcionarte tanto bien á ti mismo. Si amas, no sufrirás mucho, porque “Adonde hay amor no
hay pena, y si hay penas se ama la pena", dice San Agustín. El Corazón de Jesús, que te enseña
la necesidad de padecer, te enseñará el modo de padecer con mérito. Examina qué es lo que más
te cuesta. Ve qué sacrificio te pide Dios, y recibe la cruz de su mano paternal.
 
DIA VEINTINUEVE
(Ano veintinueve.)
AMABILIDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Bautismo de Jesús y voz del Padre.
Segundo. Pedir que Jesús venga á mi corazón.
Punto primero. Jesús, delicia del Cielo. — Segundo. Jesús, delicia de la tierra. —
Tercero. Jesús, delicia del justo.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Jesús, delicia del Cielo. En El tiene sus complacencias la Santísima Trinidad. Después
del pecado no veía Dios en la tierra, con tas excepciones, sino pecado y desórdenes espantosos.
Lejos de ser conocido bendecido y amado, se veía escarnecido hasta tal grado, que no parecía
sino que la sola ocupación de los hombres era desfigurar la imagen de la divinidad que había
puesto en ellos el Criador. ¿Es esto, Señor, lo que teníais derecho á esperar de vuestras
criaturas? ¿Era esto lo que debíais sacar de la creación de este mundo, que está predicando por
todas partes vuestra grandeza y poder? Ahora entiendo aquella expresión tan fuerte de la
Sagrada Escritura: “Se arrepintió Dios de haber criado al hombre.” (Gen., VI.)
Pero va á empezar otro orden de cosas con la aparición de Jesús en la tierra para
restaurarlo todo, como dice San Pablo. He aquí un hombre, nuevo, verdadero padre de todos los
hombres, por el cual todo se ha hecho, y por el cual todo se ha de restaurar. Este es el verdadero
adorador por quien Dios será conocido y reverenciado, y el verdadero mediador por quien se
dará digna satisfacción á la divina justicia. Este es el Corazón puro y santo, en el cual reconoce
Dios su imagen. Ahora sí que puede gloriarse el Criador de haber criado un hombre. Ahora
puede amar la obra de sus manos, y poner en ella su Corazón, pues ve un corazón que le ama
con amor digno de su Majestad.
Gózome, Señor, al oíros decir: “Este es mi Hijo amado, en quien he puesto mis
complacencias." Gózome al oír al mismo Hijo vuestro decir A Santa Gertrudis: “He aquí mí
Corazón, que es la delicia de la Santísima Trinidad. Te lo presento para que suplas con El lo
que te falta á ti, y él cubrirá tus defectos y negligencias."
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús, delicia de la tierra. Triste morada es la de este mundo para el alma que ama á
Dios, porque no ve en él sino escándalos, no goza placer que no esté lleno de amargura, sufre
mucho y corre grandes peligros. Sin embargo, no es tan penoso é insufrible este destierro, que
carezca de todo consuelo. Tenemos á Jesús en el Sacramento, y podemos decir mejor que
David: ¡Cuan amables y queridos me son vuestros tabernáculos, oh Señor, Dios de las virtudes!
Acerquémonos al altar santo, penetremos hasta el Corazón de Jesús, santuario de la divinidad.
Allí encuentra descanso el caminante rendido y recobra fuerzas. Allí cura sus heridas el soldado
cristiano y se anima al combate. Allí, el alma pecadora se purifica y halla paz. Allí, el alma
afligida deposita sus penas y encuentra consuelo. Allí, el corazón tibio y lánguido enciende su
fervor. Y, sobre todo, allí es donde el corazón fervoroso gusta las dulzuras del amor y comienza
á beber del torrente de delicias puras con que Dios embriaga á sus amigos. Por eso nos convida
á ir allá el amante querido, y con dulcísimo acento nos dice á todos: “Si alguno tiene sed, venga
á mi y beba.” (Juan., VII) Beba del agua y sangre que manó de su costado, y se purificará con el
agua y vivificará con la sangre.
Tú, que sabes lo que es Jesús, podrás decir lo que te pasaría si te quedases sin El.
¿Podrías tolerar los rigores del destierro, si no estuviese Jesús contigo? Oye lo que decía Santa
Gertrudis: “¡En vuestro Corazón encuentro tales delicias, oh dulcísimo Jesús, que fuera de El
no me es posible hallar descanso!”
 
PUNTO TERCERO.
 
Jesús, delicia del justo. Muchos cristianos hay; pero de puro nombre la mayor parte.
Cristianos que deshonran su carácter, su religión, y al mismo Autor de ella, que se avergüenza
de tenerlos en su cuerpo místico. Cristianos que han echado á Cristo de su corazón para alojar
en él al demonio. Cristianos que de un templó vivo consagrado por la unción y presencia del
Espíritu Santo, han hecho una caverna de ladrones. En medio de tanto desorden y de tan negra
ingratitud con que paga el mundo á Jesucristo, ¿quién consolará á este divino Corazón
buscándole una morada digna de su Majestad? ¿En qué corazón hallará donde descansar, donde
explayarse libre de traidores? En la antigua Ley decía el Señor que en vano había buscado este
consuelo, porque no lo había hallado. Mas ahora podremos decir que “en sus siervos se
consolará el Señor.” (Mac., VII.) “Sus delicias son estar con los hijos de los hombres.” (Prov.,
VIII.)
A la puerta de tu corazón llama, porque espera hallar entrada en él. ¿Se la negarás? ¡Oh,
si tú supieras lo que es consolar á Jesucristo y desagraviarle de los ultrajes que recibe de los
pecadores! Para esto, purifica el templo de tu corazón, adórnalo con virtudes, entona en él
cánticos dé alabanza, reside en él acompañando á Jesucristo, y puesto que sus delicias son estar
contigo, pon tus delicias en vivir en su compañía.
 
DÍA TREINTA.
(Año treinta.)
CELO DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Jesús junto al pozo de la Samaritana.
Segundo. Pedir el celo da las almas.
Punto primero. Celo práctico. — Segundo. Celo activo. — Tercero. Celo universal.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Celo práctico. Si me preguntas por qué ha bajado Cristo á la tierra, te responderé con
San Pablo que es porque te ha amado de veras, y porque su amor no es de puro afecto, sino de
obras; por eso lo ha mostrado e tragándose á sí mismo. Tal es el sentido de aquellas palabras del
Apóstol: “Me amó y se entregó á sí mismo por mí." Si preguntas por qué trabajó tanto en su
vida, y sufrió tanto en la Pasión; por qué se humilló tanto en la Encarnación y en la Eucaristía,
responderé lo mismo: porque amó, y amó de veras. A este amor obedecen todos los hechos de su
vida. El celo engendrado por el amor ha sido el alma de sus acciones, y este celo ha sido tan
activo, que llegó á decir por el Profeta que el celo le devoraba.
Del fuego que arde en su corazón salen las llamas que prenden en pechos apostólicos
como el de San Pablo, que siempre estaba dispuesto á sacrificarse á sí mismo por las almas.
Examina tu corazón, y ve si sientes alguna centella desprendida del Corazón de
Jesucristo. Si no la sientes, señal es que está frío ese tu pecho en el amor, pues, como dice San
Agustín, “no tiene amor quien no tiene celo.” Y esto indicó también el Señor cuando dijo á San
Pedro: “¿Me amas? Apacienta, pues, mis ovejas.” Si amas á tu Padre Dios, amarás también á
los hombres, que son hijos suyos. Si amas á Cristo, amarás también á los hombres, que son
hermanos suyos y tuyos, y harás por ayudarlos á conseguir su salvación. Mira lo que has hecho
por ellos hasta aquí, y lo que podrás hacer.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Celo activo. ¿A quién no enternecerán aquellas amorosas quejas que exhalaba el alma
del Salvador á la vista de Jerusalén? ¡Qué bien pintan su solicitud maternal para con los
pecadores, cuya salvación tanto desea!
“Jerusalén, Jerusalén, que matas á los profetas y apedreas á los enviados de Dios:
¡cuántas veces he querido reunir á tus hijos, como la gallina recoge á sus polluelos bajo las
alas, y tú no quisiste!” (Luc., XV.) No menos ternura encierran estas palabras de Isaías: “¿Acaso
podrá olvidar una mujer á su tierno infante, y no compadecerse del hijo que salió de sus
entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no me olvidaré de ti.” (Is., XLIX.) Y añade, como
para hacer ver que no puede olvidar al alma: “En mis manos te llevo escrito.”
Si el Señor ha confiado el cuidado de algunos de sus hijos, toma al mismo Señor por
modelo de solicitud maternal. Mira lo que se desvela por ti, y aprende á hacer tanto con el
prójimo. ¿Qué te dice el corazón al examinar la actividad de tu celo por el bien de tus
hermanos? ¿Produce en ti el amor sobrenatural aquellos efectos que obra el cariño natural en un
padre y una madre, y aun entre los hermanos unos con otros?
Si no lo sientes tan vehemente como sería de desear ese amor divino hacia tus prójimos,
pide á Jesús que te enseñe á amar.
 
PUNTO TERCERO.
 
Celo universal. Abraza á todos los hombres, porque Jesucristo es padre, salvador y
hermano de todos. Gomo cabeza de la Iglesia, puede decir con más verdad que San Pablo:
“¿Quién se enferma, que no me enferme yo con él? ¿Quién sucumbe al pecado, que no me
consuma yo de pena y compasión?” “A mis trabajos propios y peculiares viene á añadirse la
solicitud de todas las iglesias.”
A todos los hombres se extiende el celo del Corazón de Jesús. Conoce sus males,
peligros y necesidades, y los siente y los quiere remediar. Ama á los seres más miserables, á las
almas envilecidas y á los hombres despreciables y de ningún valer, cuya miseria, lejos de
causarle repulsión, le mueve á lástima, de suerte que aquellas cosas que apagan nuestro celo
encienden el suyo.
También es universal el celo de Jesús en extensión de tiempo, porque siempre vive para
interceder por nosotros, siempre obra y siempre vela. No se dormirá el que guarda á Israel.
Veámosle en la Eucaristía, donde permanece día y noche, años y siglos sin cesar de guardarnos,
cuidarnos y socorrernos.
Y tú, ¿te olvidarás del Señor que no te olvida? ¿No pensarás en los hijos de Dios? ¿No
harás nada por los pecadores? ¿No vivirás más que para ti? Mientras tú duermes, trabajan los
que tienen más amor de Dios que tú, ¿No te estimulará su fervor? Mientras tú duermes, se agita
el demonio para perder á los hombres. ¿Y no harás nada para salvarlos? Mientras duermes vela
Jesús; y ¿tú no le acompañarás?
 
DÍA TREINTA Y UNO
(Año treinta y uno.)
COMPASIÓN DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Jesús llorando por los desgraciados.
Segundo. Pedir los sentimientos de que está penetrado.
Primer punto. Compasión de los males corporales. — Segundo. Compasión de los
males espirituales. — Tercero. Compasión de las aflicciones de sus amigos.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Compasión de los males corporales. El sagrado Escritor dice en qué se ocupaba el Hijo
de Dios mientras vivió entre los hombres, con estas pocas palabras: “Pasó haciendo bien y sa-
nando á todos los que estaban oprimidos por el diablo.” (Art., X.) ¿Quién podrá contar los
enfermos que curó? Seguíale una gran turba de gente hambrienta de oír su palabra, sin pensar en
proveerse de víveres para el camino. Mas el Señor sintió lo que ellos no sentían, y movido á
compasión: “Tengo lástima, dice, de esta turba, porque hace ya tres días que me sigue, y no
tiene que comer.” (Mat., XV.) La viuda de Naim llora á su hijo difunto. Encuéntrase con ella el
Salvador, y no puede menos de enternecerse, y pasa luego á consolarla y le dice: — No llores —
y resucita al hijo. Llora El mismo sobre el sepulcro de Lázaro, y hace exclamar á los judíos:
¡Ved cómo le amaba! ¿Sabes amar como Jesús? ¿Sabes sentir las miserias del pobre? ¿Te
compadeces de los dolores del enfermo y de las lágrimas del afligido? ¿Tienes gusto y placer en
aliviar á los desgraciados? Un corazón cristiano no puede ser un corazón duro.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Compasión de los males espirituales. Estos hieren y tocan más de cerca al Corazón de
Jesús; y de éstos hablaba San Pablo cuando decía que Jesús, probado con todo linaje de males, á
excepción del pecado, aprendió á compadecerse de los que viven en la ignorancia y el error.
¿Quién podría explicar el dolor que atravesaba su pecho al ver el lamentable estado de los que
veía envueltos en el error y en una crasísima ignorancia de Dios y de su ley? Y ¿quién podrá
decir lo que siente ahora en el Sacramento del altar á la vista de tantos cristianos cuya
conciencia está manchada con el pecado mortal? ¡Cuántas veces ofreció este divino Salvador al
Padre oraciones y lágrimas por la salud de estos desdichados! ¿Quieres saber lo que sentía
entonces en su Corazón? Acercándose á Jerusalén y viendo la ciudad que tan gran crimen había
de cometer, y por él se había de acarrear tan gran castigo, lloró sobre ella, y dijo: “¡Oh, si tú
supieras las gracias de paz y salud que hoy se te ofrecen, pero que tú completamente ignoras!”
Hoy piensa el Salvador como pensaba entonces, porque si no puede ya padecer, puede, sin
embargo, compadecer, y compadece. Lo que sentía de Jerusalén, lo siente de toda alma que
resiste á la gracia.
¿No eres tú del número de esos desgraciados? ¿No podrá decirte Jesús lo que dijo á
Jerusalén? Aplícate á ti aquellas palabras tan sentidas. ¿Oh, si conocieses y estimases la gracia
que se te brinda, y supieses oír mi voz, seguir mis inspiraciones, corresponder á mi amor! Tal
vez has dado motivos muchos de llorar á tu amado Jesús. Si ha sido así, consuela su Corazón
ahora con lágrimas de arrepentimiento y promesas de fidelidad.
 
PUNTO TERCERO.
 
Compasión de los males de sus amigos. Cuanto más se quiera á una persona, más se
sienten sus quebrantos; y como ama el Señor tan tiernamente á los que le sirven, mira sus males
como propios. Por eso dice del alma justa que está con ella en la tribulación; es decir, que no es
ella sola la que sufre, sino el Señor con ella. Consuélate, alma fiel, en tus penas, consuélate
oyendo lo que dice tu Salvador: “¿En quién pondré mis ojos sino en el pobrecillo, que tiene
traspasado el corazón, y tiembla al sonido de mis palabras?" (Is., LXVI.) Oye también las
consoladoras voces del Señor al alma, cuando le dice: “Pobrecita, agitada por la tempestad y
privada de todo consuelo, yo pondré en orden las piedras de tu casa, y echaré zafiros en sus
cimientos.” (Is. LIV.)
Al oír tan dulces palabras, cobre aliento tu corazón y espere la consolación divina, que
no tardará en llegar. Mas entre tanto debes aprovecharte del tiempo de la prueba, y sufrir
constante los rigores aparentes de tú Dios. Contigo está, ten confianza. Pasará el tiempo de la
prueba. Tras de la humillación vendrá la gloria, y tras de la aflicción la alegría.
¡Qué grato es al alma, dice San Bernardo, habitar, oh Jesús mío, en vuestro corazón! En
ese templo y santuario adoraré á mi Dios.
 
DÍA TREINTA Y DOS
(Año treinta y dos.)
MISERICORDIA DEL CORAZÓN DE JESÚS
CON LOS PECADORES.
 
Primer preludio. Ver al Padre del hijo pródigo.
Segundo. Decir con el pródigo: Padre, pequé contra ti.
Punto primero. Jesús espera á los pecadores. — Segundo, Jesús los busca. — Tercero.
Jesús los acoge.
 
 
 
PUNTO PRIMERO.
 
Jesús espera á los pecadores. Según dice en el Apocalipsis, está el Señor á la puerta del
alma esperando que le abra. ¿Puede darse mayor dignación que estar aguardando hasta que se le
antoje al alma salir á franquearle la puerta? ¿No es el Señor de la casa que pudiera obligar á que
le abrieran? Pudiera, sí; pero no quiere entrar por fuerza, sino que le entreguemos
voluntariamente un corazón que le ha de servir de templo. Más glorioso es esto; pero para
lograrlo tiene que pasar por la humillación de esperar á veces largos años. Tal es la rebeldía del
corazón humano. Y aun así no se cansa. Pasan años, y Jesús esperando. ¿Qué hace en la
Eucaristía? Está esperando. Día y noche está con el Corazón abierto, ofreciendo tesoros á quien
los quiera tomar. Espera y espera, mas en vano, porque nadie se presenta á tomarlos.
Dichosa tú, alma fiel, si en vez de hacerlo esperar, velas á su puerta, y estás acechando
el feliz momento de la inspiración; pues hay momentos en los que sale un copioso raudal, del
que sólo se aprovecha el alma prevenida. En el libro de la Sabiduría nos dice que se anticipa á
los que le buscan muy de mañana, y se presenta á ellos antes que ellos á El. Y añade que no les
costará mucho hallarle, pues, si madrugan, le encontrarán á la puerta de su propio corazón con
sólo que la abran.
Ve si le has hecho esperar mucho, y si es tiempo de darte á Dios por completo.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús Busca á los pecadores. No sólo espera á los que le cierran la puerta, sino que va
en seguimiento de los que huyen de él, y los llama, y golpea bien fuerte á la puerta de su
corazón. Para buscar al pecador ha bajado del Cielo á la tierra, y en los días de su vida mortal su
constante ocupación era ir en busca de las ovejas descarriadas de la casa de Israel, y salvar á
todos los que se habían extraviado y perdido.
¿Qué hace ahora en la Eucaristía? Como buen pastor, apacienta á sus ovejas con su
misma real sustancia; y no sólo recibe á las que vienen, sino que llama y convida á las que
rehúsan venir. Envía en su busca ángeles que les hablen al corazón, y sacerdotes que les hablen
al oído; y ya con internas inspiraciones, ya con voces y clamores, las está siempre llamando.
¿No oyes tú la voz del Pastor divino? ¿No le oyes llamar á tus puertas? Muchas veces te
inspira un sacrificio que podrías hacer y no haces, te pide más generosidad y confianza, más
modestia, recogimiento y silencio. Te reprende la disipación de tu espíritu, el descuido en el
bien obrar, la sensualidad y otras faltas de que tú misma conciencia te arguye. Oye su voz
misericordiosa y no endurezcas tu corazón. ¡Oh Señor, no os canséis de mis dilaciones! No
ceséis de llamarme; y si me hago sordo, llamad más fuerte hasta que me obliguéis á abrir,
aunque sea menester herirme con el cayado.
PUNTO TERCERO.
 
Jesús acoge á los pecadores. Con los que se dejan prender en los lazos de su caridad y
celo, despliega la generosidad más grande que se puede imaginar. He aquí lo que dice en el
Apocalipsis: “Si alguno me abriere la puerta, entraré en él y cenaré con él, y él conmigo."
(Apoc., III.) ¿Puede darse más cariñosa promesa? Después que le han hecho esperar tanto,
parece que debía mostrarse algo frío y algo reservado en sus larguezas; mas no es así. Como si
tratara con un amigo íntimo, de quien nunca hubiera recibido el menor disgusto, se pone á cenar
con él. Su ternura con el pecador arrepentido la pinta al vivo en el recibimiento del hijo pródigo,
á quien estrecha en sus brazos. ¡Oh castos y deliciosos abrazos de Jesús! ¡De qué favores te
privas, alma mía, cuando cierras tus puertas á tan divino huésped! ¿Por qué te empeñas en huir
del amable Pastor que te llama? ¿Qué temes? Échate en sus brazos, y dale el consuelo de volver
á su rebaño. Oye sus amorosas voces: “¡Ábreme, hermana mía, amiga mía,!”
Pero no basta que seas dócil á su voz. Aprende otra lección importante que te quiere dar.
Aprende de Jesús á esperar, buscar y acoger á los pecadores, á tratar con dulzura á los que te
hayan faltado, á ser benigno con tus inferiores, con la gente rústica y plebeya, con los que te
inspiran repugnancia ó desprecio por los vicios de que adolecen, por sus ingratitudes contigo ó
por otras causas.
Mira cómo obra el Señor contigo, y aprende á obrar así con tus hermanos.
 
DÍA TREINTA Y TRES.
(Año treinta y tres.)
SACRIFICIO DEL CORAZÓN DE JESÚS.
 
Primer preludio. Ver á Cristo crucificado.
Segundo. Pedir la gracia de ser víctima con El
Punto primero. Jesús, víctima. — Segundo. Jesús, sacrificador. — Tercero.
Ambas cosas es el cristiano.
 
PUNTO PRIMERO.
 
Jesús, victima. Desde el primer pecado estaba la tierra bajo el peso de la maldición, y
los hombres que la habitaban debían ser sacrificados á la justicia de Dios. Pero ni aun así podía
quedar satisfecha la justicia, que exigía una víctima de infinito precio, y por eso se ofreció al
sacrificio el Hijo de Dios. Jesucristo es, por lo tanto, en toda realidad, una víctima, y podemos
decir que el altar de su inmolación fue su Corazón sagrado, aunque todavía es más exacto
afirmar que este Corazón fue la victima principal del sacrificio.
En efecto: el corazón es el que ama, el que sufre, el que quiere el bien y lo hace. Del
corazón sale la virtud o el pecado; el corazón es lo que pide Dios al hombre; al corazón se
dirigen los mandamientos que encierran el amor de Dios y del prójimo. En fin, como el corazón
es responsable de las virtudes o vicios de los hombres, no es de extrañar que cargue con la pena
del pecado, cuando él ha sido su autor. He aquí por qué ha sido víctima de los pecados del
mundo el Corazón de Jesús, puesto que Jesucristo se hizo reo de todos ellos, y hubo de llevar el
castigo universal de todos los crímenes de la tierra. Es, pues, la víctima del mundo. Siempre fue
en la vida mortal, y sigue siéndolo en la Eucaristía.
¡Oh alma que padeces, acércate y mira á ese Corazón herido, y ve si puedes quejarte de
tus duelos! En vez de quejarte, glorifica al Señor y dale gracias, gozándote de cumplir en tu
carne, como dice el Apóstol, lo que falta á la Pasión de Cristo. Si se te ha dado un cuerpo, es
para que lo inmoles; y si tienes un corazón, es para que lo entregues á Dios, á quién pertenece tu
salud, fuerzas, talento y vida. “Nadie vive ni muere para sí,” dice San Pablo. Estado precioso es
el de víctima, pero poco gustado de las almas.
 
PUNTO SEGUNDO.
 
Jesús sacrificador. “Nadie me puede quitar la vida, dijo el Señor, sino que yo soy el que la, dejo
por mí mismo." (Juan., X.) Voluntariamente se aniquiló naciendo en un establo, viviendo
escondido en un taller y muriendo en una cruz. Al entrar en el mundo dijo: “Aquí estoy, Padre
eterno; me ofrezco á vuestra voluntad.” Antes de la Pasión dijo: “Para que sepa el mundo que
amo al Padre y que cumplo su mandato, levantaos y vámonos de aquí.” (Juan., XIV.) En la cruz
le oímos exclamar antes de morir que todo lo ha cumplido, y le vemos morir víctima de su
amor. Todo lo ha consagrado á nuestra salud aquel Corazón divino, y después de haber dado á
Jesucristo la sangre con que nos había de redimir, no quiso quedarse con una gota de ella, y por
eso quiso ser herido con la lanzada, para que fuese á todos patente que El es la fuente de la
gracia que nos salvó.
Ahora puede decir que todo está consumado, y que en las llamas del amor se ha
consumido todo el holocausto.
 
PUNTO TERCERO.
 
Víctima y sacrificador es el cristiano. Hay muchas víctimas forzadas y pocas
voluntarias. Todos tenemos mucho que padecer; pero pocos recibimos los trabajos corno
venidos de la mano de Dios, y poquísimos son los que aman la cruz por asemejarse á Jesucristo,
y la abrazan y la estrechan contra su pecho, y la ponen en medio de su corazón. Estos pocos son
los que aciertan con el camino de la perfección, porque Dios no acepta sino víctimas
voluntarias, no busca sino corazones, y sólo quiere amor. Lo que no está sazonado con amor, le
es un manjar desabrido. Por lo tanto, si quieres que sea acepta tu vida de víctima, has de ser tú el
sacrificador que voluntariamente la ha de ofrecer.
Para animarte á este sacrificio, considera que, como el cuerpo ha perdido al alma por el
pecado, así el alma debe perder, o, mejor diré, salvar el cuerpo con la mortificación. Como ha
remado el cuerpo sobre el alma, ha de reinar el alma sobre el cuerpo. Desde que nacimos, se
declaró esta guerra entre ambas potencias, y el último aliento ha de ser el golpe de gracia dado á
la víctima, cuando, al sucumbir el cuerpo, ofrezca el alma á Dios el enemigo que cae y el
espíritu que vuela.
Amar y padecer es la vida del cristiano. El primer acto de ella debe ser amar á Dios
sobre todas las cosas, y ese amor debe durar hasta la muerte; y como es un amor sobre todas las
cosas, lleva consigo el sacrificio de todas ellas.
Mira, alma, y considera si te queda algo por sacrificar al fin de este mes. Si el Corazón
de Jesús te pide algún sacrificio que no hayas hecho aún, entra dentro de ti misma, y ve si es
justo que niegues algo al que por tí nació, vivió y murió. Pasará el sacrificio, pero sus frutos
serán eternos.
 
Devoción diaria
en honor del Corazón de Jesús.
 
MORADAS.
 
Aunque Santa Margarita escribió principalmente para sus novicias lo que ella llamó
¿Moradas en el sagrado Corazón de Jesús..." y ellas ciertamente ensayaron esta devoción con
notable provecho de sus almas, no se ha de creer por ello, que esta devoción sea propia de solas
las religiosas; sino que por su facilidad y provecho lo es también de todos los devotos amantes
del Sagrado Corazón. En ellas se encuentra un medio muy fácil y eficaz para santificar, en unión
con el Corazón divino, todos los días y todas las obras de la semana. Se leerá lo concerniente al
día, ó en la noche anterior al tiempo de acostarse, ó por la mañana al levantarse; y conviene que
se fije bien en la memoria: 1.° La entrada en el Corazón de Jesús. 2.° La voz del Esposo, y 3.°
La práctica. En sustancia, la Santa las expone así:
 
DOMINGO.
 
Entrad por el Corazón inmaculado de María en el sagrado Corazón de Jesús, como en
un horno de amor, para purificaros en él de todas las manchas que hayan dejado en vuestras
almas las faltas cometidas en la semana, y para alejar de vosotros la vida del pecado, viviendo
sólo la vida del amor, que os transformará en la de su deífico Corazón, en el cual consumiréis el
hombre viejo, y os revestiréis del nuevo.
Obsequio particular. — Ofrecerás en este día cultos y adoraciones especiales á la san-
tísima Trinidad, anonadándote en su presencia, y repitiendo con el fervor que puedas, Gloria
Patri...
Escuchad de tiempo en tiempo la voz del Esposo, que os dice: “Aprended de mí, que
soy manso y humilde de Corazón.”
Práctica: La humildad.
 
LUNES.
 
Entrad por el inmaculado Corazón de María en el sagrado Corazón de Jesús, como en
una prisión de amor. Consentid ser allí ligados tan estrechamente, que no os quede libertad sino
para detestar vuestras faltas, y amar al Dios de las misericordias.
Obsequio particular. — Pedid por las almas del Purgatorio, diciendo por ellas las veces que
podáis: Réquiem æternam...
Escuchad de tiempo en tiempo la voz del Esposo, que os dice: “Sed sencillos como la
paloma.”
Práctica: La fidelidad.
 
MARTES.
 
Entrad por el inmaculado Corazón de María en el sagrado Corazón de Jesús, como en
un navío: su amor es el piloto, su sabiduría el gobernalle, su providencia las velas, y su favor un
dulce céfiro que, al través del borrascoso mar de este mundo, quiere conduciros felizmente al
puerto de la gloria.
Obsequio particular. — Pedid con interés y constancia durante el día, por la conversión
de los pecadores. Señor, salvadnos, que perecemos.
Escuchad de tiempo en tiempo la voz del Esposo, que os dice: “Si alguno quisiere venir
en pos de mi, niéguese á sí mismo.”
Práctica: La obediencia.
 
MIÉRCOLES.
 
Entrad por el inmaculado Corazón de María en el sagrado Corazón de Jesús, como en el
palacio del Esposo. ¡Qué bellezas tan sorprendentes!
Obsequio particular. — Pedid por el clero, por las comunidades religiosas y por las
personas consagradas á Dios, repitiendo con la frecuencia posible: ¡Oh Jesús! Iluminad,
sostened, haced que caminen aprisa por el camino de la perfección las personas que os están
consagradas.
Escuchad de tiempo en tiempo la voz del Esposo, que os dice: “Marta, Marta, tú te
turbas por muchas cosas; una sola es necesaria.”
Práctica: Recogimiento y docilidad á las inspiraciones.
 
JUEVES.
 
Entrad por el Corazón inmaculado de María en el sagrado Corazón de Jesús, como un
amigo convidado al festín de su amigo... ¡Qué delicias tan puras! delicias que inspiran el
disgusto de todos los placeres de la tierra. El amigo que os recibe es no menos bueno que
generoso, pero la generosidad debe ser recíproca.
Obsequio particular. — Pedid, con todo el interés posible, por la perseverancia de los
justos, diciendo y repitiendo con fervor: Santificadnos, Señor, más y más, y conservadnos vos
mismo en vuestra gracia y amistad.
Escuchad de tiempo en tiempo la voz del Esposo, que os dice: “Hijo mío, dame tu Corazón.”
Práctica: Amor á Jesús en el Santísimo Sacramento.
 
VIERNES.
 
Entrad por el Corazón inmaculado de María en el sagrado Corazón de Jesús, y desde
allí contemplad á vuestro Redentor, extendido sobre la cruz y engendrándoos á la gracia en
medio de tan acerbos dolores, desamparos, sed, prolongada agonía y muerte afrentosa;
abandonaos á su amor sin ansiedad ni desconfianza.
Obsequio particular. — Pedid por las almas afligidas, diciendo al divino Corazón:
Sostenedlas, Señor, en todas sus penas, y que ellas se conviertan en aumento de gracia y
merecimientos.
Escuchad de tiempo en tiempo la voz del Esposo, que os dice: “Si alguno quiere venir
en pos de mí, tome su cruz."
Práctica: Generosidad.
 
SABADO.
 
Entrad por el Corazón inmaculado de María en el sagrado Corazón de Jesús, como
víctima que llega al templo para ser inmolada. ¡Oh! cuándo podréis decir: “No soy yo el que
vive, sino Jesucristo es quien vive en mí.”
Obsequio particular. — Pedid por las personas devotas de los sagrados Corazones de
Jesús y de María, para que se hagan acreedoras á las promesas del divino Corazón, mediante el
de su santísima Madre.
Escuchad de tiempo en tiempo la voz del Esposo, Jesús crucificado, que os dice,
mostrándoos á María: “Ved aquí á vuestra Madre.”
Práctica: La imitación de María.
 
Gloria, honor, amor y reparación al sagrado Corazón de Jesús y al purísimo
Corazón de María. Así sea.
 
 
 
 
Invocaciones
al sagrado Corazón de Jesús,
que hacía Santa Margarita María Alacoque.
 
Os saludo, Corazón de mi Jesús, salvadme.
Os saludo, Corazón de mi Jesús, perfeccionadme.
Os saludo, Corazón de mi Juez, perdonadme.
Os saludo, Corazón de mi Padre, guiadme.
Os saludo, Corazón de mi Esposo, amadme.
Os saludo, Corazón de mi Maestro, enseñadme.
Os saludo, Corazón de mi Pastor, guardadme.
Os saludo, Corazón de mi Jesús Niño, atraedme.
Os saludo, Corazón de mi Jesús muriendo en la Cruz, pagad por mí.
Os saludo, Corazón de mi Jesús en todos vuestros estados, entregaos á mí.
Os saludo, Corazón de Hermano, quedaos conmigo.
Os saludo, Corazón caritativo, obrad por mí.
Os saludo, Corazón humildísimo, descansad en mí.
Os saludo, Corazón pacientísimo, soportadme.
Os saludo, Corazón pacífico, calmadme.
Os saludo, Corazón bendito, médico y remedio de todos mis males, curadme.
Os saludo, Corazón de Jesús, alivio de los afligidos, consoladme.
Os saludo, Corazón todo amor, horno ardiente, consumidme.
Os saludo, Corazón de bendiciones eternas, llamadme.
Humildemente postrada al pie de vuestra santa cruz, os diré siempre, mi amado Jesús,
para conmover las entrañas de vuestra misericordia, á fin de que me perdonéis:
Jesús, desconocido y despreciado, tened piedad de mí.
Jesús, calumniado y perseguido,
Jesús, abandonado de los hombres y tentado,
Jesús, entregado y vendido por vil precio,
Jesús, calumniado, acusado y condenado injustamente,
Jesús, vestido con traje de oprobio é ignominia,
Jesús, burlado y abofeteado,
Jesús, arrastrado con la cuerda al cuello, tened piedad de mí.
Jesús, azotado hasta derramar sangre,
Jesús, pospuesto á Barrabás,
Jesús, coronado de espinas y saludado con escarnio,
Jesús, cargado con la Cruz y atormentado con las maldiciones del pueblo,
Jesús, triste hasta la muerte,
Jesús, colgado en un leño infame en compañía de dos ladrones,
Jesús, anonadado y deshonrado delante de los hombres,
Jesús, colmado de dolores,
 
Oración.
 
¡Oh buen Jesús! que habéis querido sufrir oprobios y humillaciones por mi
amor, imprimid eficazmente en mi corazón, no tan sólo su recuerdo, sino también la
gratitud á tanto como por mí sufristeis. Haced sobre todo que os muestre prácticamente
este agradecimiento, siguiéndoos con fidelidad.
 
ORACIÓN PARA CADA DÍA
 
Rendido a tus pies, oh Jesús mío, considerando las inefables muestras de amor que me has
dado, y las sublimes lecciones que me enseña de continuo tu adorabilísimo Corazón, te pido
humildemente la gracia de conocerte, amarte y servirte como fiel discípulo tuyo, para hacerme
digno de las mercedes y bendiciones que generoso concedes a los que de veras te conocen,
aman y sirven.
¡Mira que soy muy pobre, dulcísimo Jesús, y necesito de Ti, como el mendigo de la limosna
que el rico le ha de dar! ¡Mira que soy muy rudo, oh soberano Maestro, y necesito de tus divinas
enseñanzas, para luz y guía de mi ignorancia! ¡Mira que soy muy débil, oh poderosísimo
amparo de los flacos, y caigo a cada paso, y necesito apoyarme en Ti para no desfallecer! Sé
todo para mí, Sagrado Corazón: socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis pasos,
remedio de mis males, auxilio en toda necesidad.
De Ti lo espera todo mi pobre corazón. Tú lo alentaste y convidaste cuando con tan tiernos
acentos dijiste repetidas veces en tu Evangelio: "Venid a Mí... Aprended de Mí... Pedid,
llamad... A las puertas de tu Corazón vengo, pues, hoy; y llamo, y pido y espero. Del mío te
hago, oh Señor, firme, formal y decidida entrega.
Tómalo Tú, y dame en cambio lo que sabes me ha de hacer bueno en la tierra y
dichoso en la eternidad. Amén.
 

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