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EJERCICIO DE LA BUENA MUERTE

Introducción
Toda nuestra vida debe ser una preparación para al-
canzar una buena muerte.
Para conseguir este importantísimo fin, nos ayudará
mucho la práctica del Ejercicio de la Buena Muerte, que
consiste en disponer un día de cada mes todos nuestros
negocios espirituales y temporales, como si en aquel día
debiésemos realmente morir.
El modo práctico para hacer tal Ejercicio es el siguien-
te:
Para ello se fija el primer día, o bien el primer domin-
go del mes; desde el día o la noche anterior se hace algu-
na reflexión acerca de la muerte, considerando que quizá
está muy próxima y que puede asaltarnos repentinamente;
pensemos cómo hemos pasado el mes precedente, y sobre
todo, si tenemos algo de que nos remuerda la conciencia
y tenga inquieta nuestra alma, en caso que debiese pre-
sentarse al tribunal de Dios; y al día siguiente confesare-
mos y comulgaremos como si verdaderamente hubiese
llegado el instante de nuestra muerte.
Podría suceder que murieseis de muerte subitánea o
repentina, y que no tuvieseis tiempo de llamar al Sacer-
dote para recibir los Santos Sacramentos; y por eso os
exhorto a que hagáis con frecuencia, durante vuestra vi-
da, aun fuera de Confesión, actos de dolor perfecto de los
pecados y actos de perfecto amor a Dios. Uno solo de
estos actos, unido al deseo de confesarse, puede bastar en
todo tiempo, y especialmente en los últimos momentos de
la vida, para borrar cualquier pecado e introduciros en el
Paraíso.
(San Juan Bosco)

ORACION PARA OBTENER


UNA BUENA MUERTE
(De San Alfonso María de Ligorio)

Señor mío Jesucristo, Dios de bondad, Padre de mise-


ricordia: Yo me presento ante Vos con el corazón humi-
llado y contrito, y te encomiendo mi última hora y lo que
después de ella me espera.
Cuando mi pies, perdiendo su movimiento, me advier-
tan que mi carrera en este mundo está próxima a su fin:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mis manos, trémulas y entorpecidas, no pue-
dan ya estrechar el crucifijo, y a pesar mío lo dejen caer
sobre el lecho de mi dolor:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mis ojos, vidriados y desencajados por el ho-
rror de la inminente muerte, fijen en Vos sus miradas lán-
guidas y moribundas:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mi cara, pálida y amoratada, cause lástima y
terror a los circunstantes, y mis cabellos, bañados con el
sudor de la muerte, erizándose en la cabeza, anuncien que
está cercano mi fin:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a
las conversaciones de los hombres, se abran para oír de tu
boca la sentencia irrevocable, que ha de fijar mi suerte
por toda la eternidad:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mi imaginación, agitada de ho-rrendos fantas-
mas, me cause mortales con-gojas, y mi espíritu, pertur-
bado con el te-mor de tu justicia por el recuerdo de mis
iniquidades, luche con el infernal ene-migo, que quisiera
quitarme la esperanza en tu misericordia y precipitarme
en los horrores de la desesperación:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mi corazón, débil y oprimido por el dolor de
la enfermedad, se vea sobrecogi-do por el temor de la
muerte, fatigado y ren-dido por los esfuerzos hechos con-
tra los ene-migos de mi salvación:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando derrame las últimas lágrimas, síntomas de mi
destrucción, recíbelas, Se-ñor, como un sacrificio de ex-
piación, a fin de que yo muera como víctima de peniten-
cia, y en aquel momento terrible:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mis parientes y amigos, juntos alrededor de
mí, se estremezcan al verme y me encomienden a Vos:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando perdido el uso de los sentidos, el mundo todo
desaparezca de mi vista, y gi-ma yo entre las angustias de
la última ago-nía y los afanes de la muerte:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando los últimos latidos del corazón fuercen al al-
ma a salir del cuerpo, acéptalos, Señor, como hijos de una
santa impa-ciencia de ir a Vos; y entonces:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Cuando mi alma salga para siempre de este mundo,
dejando el cuerpo pálido, frío y sin vida, acepta la des-
trucción de él co-mo un homenaje que rindo a tu Divi-na
Majestad; y en aquella hora:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
En fin, cuando mi alma comparezca ante Vos, y vea
por primera vez el esplendor de tu Majestad, no la arrojes
de tu presencia; dígnate recibirme en el seno de tu miseri-
cordia, para que cante eternamente tus alabanzas; y en-
tonces, ahora y siempre:
Jesús misericordioso, ten compasión de mí.
Oración
¡Oh Dios mío, que al condenarnos a la muerte, nos has
ocultado su momento y hora! Haz que, viviendo en la
justicia y santidad todos los días de mi vida, merezca salir
de este mundo en tu santo amor. Por los méritos de Nues-
tro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad
del Espíritu Santo. Amén.

ORACIÓN A SAN JOSÉ


para obtener una buena muerte
Gloriosísimo San José, afortunado esposo de María;
Vos, que merecisteis ser nombrado custodio del Salvador
del mundo Jesucristo, y abrazándole tiernamente gozas-
teis de un Paraíso anticipado, obtenedme del Señor un
entero perdón de mis pecados, y la gracia de imitar vues-
tras virtudes, a fin de que siga siempre el camino que
conduce al cielo. Vos, que a la hora de la muerte tuvisteis
la dicha de ver a Jesús y a María junto a vuestro lecho, y
entregar dulcemente entre sus brazos vuestra alma biena-
venturada: defendedme, os lo ruego, en mi última hora,
contra los enemigos de mi salvación; de suerte que, conforta-
do con la dulce esperanza de volar con Vos a la posesión de la
eterna gloria del Paraíso, expire pronunciando los santísimos
nombres de Jesús, José y María. Así sea.
ACEPTACIÓN DE LA MUERTE
(Muy recomendable para rezarse por cualquier cristiano,
sea sano, sea enfermo)

Señor y Dios mío, yo desde ahora acepto de buena


voluntad, como venido de vuestra mano, cualquier
género de muerte que os plazca enviarme, con todas
sus angustias, penas y dolores.

DE LA IMITACIÓN DE CRISTO,
LIBRO I, CAPÍTULO 23

Muy pronto llegará para ti la muerte. Considera, por lo


tanto, tu estado actual. Porque hoy el ser humano existe y
mañana desaparece; y cuando se pierde de vista, muy
pronto se esfuma también del recuerdo.
¡Qué locura y dureza la del corazón humano que sólo
piensa en lo presente sin cuidarse del futuro! En todos los
actos y pensamientos deberías conducirte como si hoy
hubieras de morir. Si tuvieras la conciencia limpia no le
temerías mucho a la muerte. Mejor sería que evitaras el
pecado que ahuyentar a la muerte. Si hoy no estás prepa-
rado, ¿cómo lo estarás mañana? El mañana es incierto.
¿Cómo sabes si tendrás un mañana?
¿Qué aprovecha vivir mucho cuando nos reformamos
tan poco? Sí; una larga vida no siempre enmienda, por lo
contrario, a veces aumenta las culpas. ¡Ojalá hubiéramos
transcurrido bien, aunque fuera un solo día en este mun-
do! Muchos llevan la cuenta de los años de su conver-
sión, pero, a menudo, es muy pobre el fruto de la enmen-
dación. El morir es, ciertamente, algo que asusta, pero, es
más peligroso, a veces, el mucho vivir.
Bienaventurado es aquel que siempre tiene delante de
sus ojos la hora de su muerte y todos los días se dispone a
morir. Si alguna vez has visto fallecer a una persona pien-
sa que tú también transitarás por el mismo camino.
Cuando empieces el día, piensa que no llegarás a la
noche y al principiar la noche no te atrevas a esperar la
mañana.
Encuéntrate, pues, siempre preparado y vive de tal
manera que la muerte nunca te sorprenda desprevenido.
Muchos mueren instantánea e improvistamen-
te, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que menos se
piensa (Lc. 12, 40). Cuando llegue aquella última hora, empe-
zarás a juzgar de muy distinta manera toda tu vida pasada y
mucho deplorarás el haber sido tan flojo y tan negligente.
Cuán sabio y prudente es el hombre que durante la
vida se esfuerza en ser como quisiera lo hallara la muerte.
Una gran confianza de morir bien la darán: el total des-
precio del mundo, el vivo anhelo de progresar en las vir-
tudes, el amor al sacrificio, el fervor en la penitencia, la
prontitud en la obediencia, la abnegación de sí mismo y
el soportar cualquier adversidad por amor a Cristo.
Mientras estés sano, puedes efectuar muchas cosas
buenas; estando enfermo no sé lo que podrás realizar.
Porque son pocos los que, sólo por el hecho de estar en-
fermos, se hacen mejores.
Asimismo, los que mucho viajan, rara vez se hacen
santos.

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