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SAN JOSÉ,

NUESTRO PADRE Y SEÑOR

REFLEXIONES
Y DEVOCIONARIO

PARA EL AÑO DE SAN JOSÉ


Proemio
El 8 de diciembre de 2020, el Papa Francisco declaró el inicio del año jubilar de San José,
que durará hasta el 8 de diciembre de 2021. Es para conmemorar los 150 años de la
declaración que hizo el Papa Pío IX, de san José como patrono de la Iglesia universal.
Para que los fieles puedan vivir este año más provechosamente, hemos recopilado en
este librito algunas oraciones y reflexiones, en el orden que sigue:
Introducción: 4 frases de la carta Patris Corde del Papa Francisco
Breve vida de san José
Frases de los papas sobre san José
San jose en la vida de los santos.
La devoción a San José en los dos últimos siglos
Devoción a san José en la flia marista
ORACIONES a san José
Indulgencias del año de san José

Romer 2
Castillo 1
Notari 5
Elias magd 6
Introducción
Frases del Papa Francisco sobre san José

El Papa Francisco escribió una Carta Apostólica titulada “Patris Corde” (con corazón de
padre) en la que anuncia el año jubilar consagrado a san José, y explica -con la sencillez y
claridad que lo caracteriza- los acontecimientos principales de la vida de san José, las
características de su santidad, y cómo debe ser nuestra devoción a él. Espigamos algunas
frases:

C C P as os a a es s a ado e os atro a e ios e io


de os ».[1]

a o ia a de e o e sa os se res e e a e resi “Ite ad Ioseph” q e a e


refere ia a tie o de a r a e i to a do a e te e ed a a a ara es
res o d a a a do de os a a oq e es di a Gn 41,55).

es s io a ter ra de ios e os Co o adre sie te ter ra or s s i os as e


e or sie te ter ra or q ie es o te e Sal 103,13).

os ara es s es a so ra de Padre e estia e a tierra o a i ia o rote e o se


a arta a s de s ado ara se ir s s asos

o eti o de esta Carta a ost i a es q e re a e a or a este ra sa to ara ser


i sados a i orar s i ter esi e i itar s s irt des o o ta i s reso i

o q eda sq ei orar a sa os a ra ia de as ra ias estra o ersi


diri a os estra ora i
Salve, custodio del Redentor
es oso de a ir e ar a
ti ios o i a su Hijo,
e ti ar a de osit su confianza,
o ti o Cristo se or como hombre.
ie a e t rado os
strate adre ta i a nosotros
a os en el camino de la vida.
Co de os ra ia iseri ordia ae ta
de i de os de todo a
Vida de san José

SAN JOSÉ
ESPOSO DE MARÍA y PADRE VIRGINAL DE JESUS
FIESTA: 19 de marzo

Modelo de padre y esposo, patrón de la Iglesia universal, de los trabajadores, de infinidad


de comunidades religiosas y de la buena muerte.
A San José Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de
la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca esta de
Jesús y de la Stma. Virgen María.
Nuestro Señor fue llamado "hijo de José" (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero
(Mateo 12:55).
No era padre natural de Jesús (quién fue engendrado en el vientre virginal de la Stma.
Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios), pero José lo adoptó y Jesús se
sometió a el como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo
humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María!
San José es llamado el "Santo del silencio" No conocemos palabras expresadas por él,
tan solo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre
responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. José fue
"santo" desde antes de los desposorios. Un "escogido" de Dios. Desde el principio recibió la
gracia de discernir los mandatos del Señor.
Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros
capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. Son al mismo tiempo las únicas fuentes
seguras por ser parte de la Revelación.
San Mateo (1:16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3:23), su padre era
Heli. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Pero al
comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en
Nazaret.
Según San Mateo 13:55 y Marcos 6:3, San José era un "tekton". La palabra significa en
particular que era carpintero. San Justino lo confirma (Dial. cum Tryph., lxxxviii, en P. G.,
VI, 688), y la tradición ha aceptado esta interpretación.
Si el matrimonio de San José con La Stma. Virgen ocurrió antes o después de la
Encarnación aun es discutido por los exegetas. La mayoría de los comentadores, siguiendo
a Santo Tomás, opinan que en la Anunciación, la Virgen María estaba solo prometida a
José. Santo Tomás observa que esta interpretación encaja mejor con los datos bíblicos.
Los hombres por lo general se casaban muy jóvenes y San José tendría quizás de 18 a
20 años de edad cuando se desposó con María. Era un joven justo, casto, honesto, humilde
carpintero...ejemplo para todos nosotros.
La literatura apócrifa, (especialmente el "Evangelio de Santiago", el "Pseudo Mateo" y el
"Evangelio de la Natividad de la Virgen María", "La Historia de San José el Carpintero", y la
"Vida de la Virgen y la Muerte de San José) provee muchos detalles pero estos libros no
están dentro del canon de las Sagradas Escrituras y no son confiables.
Amor virginal
Algunos libros apócrifos cuentan que San José era un viudo de noventa años de edad
cuando se casó con la Stma. Virgen María quien tendría entre 12 a 14 años. Estas historias
no tienen validez y San Jerónimo las llama "sueños". Sin embargo han dado pie a muchas
representaciones artísticas. La razón de pretender un San José tan mayor quizás responde
a la dificultad de una relación virginal entre dos jóvenes esposos. Esta dificultad responde
a la naturaleza caída, pero se vence con la gracia de Dios. Ambos recibieron
extraordinarias gracias a las que siempre supieron corresponder. En la relación esposal de
San José y la Virgen María tenemos un ejemplo para todo matrimonio. Nos enseña que el
fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino.
Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un
don de Dios. San José y María Santísima, sin embargo, permanecieron vírgenes por razón
de su privilegiada misión en relación a Jesús. La virginidad, como donación total a Dios,
nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma mas
pura y sublime. Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían
entre sí los frutos del amor que recibían de Dios.
El matrimonio fue auténtico, pero al mismo tiempo, según San Agustín y otros, los
esposos tenían la intención de permanecer en el estado virginal. (cf.St. Aug., "De cons.
Evang.", II, i in P.L. XXXIV, 1071-72; "Cont. Julian.", V, xii, 45 in P.L.. XLIV, 810; St. Thomas,
III:28; III:29:2).
Pronto la fe de San José fue probada con el misterioso embarazo de María. No
conociendo el misterio de la Encarnación y no queriendo exponerla al repudio y su posible
condena a lapidación, pensaba retirarse cuando el ángel del Señor se le apareció en sueño:
"Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en
secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella
es del Espíritu Santo. Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había
mandado, y tomó consigo a su mujer." (Mat. 1:19-20, 24).
Unos meses mas tarde, llegó el momento para S. José y María de partir hacia Belén para
apadrinarse según el decreto de Cesar Augustus. Esto vino en muy difícil momento ya que
ella estaba en cinta. (cf. Lucas 2:1-7).
En Belén tuvo que sufrir con La Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar
refugio en un establo. Allí nació el hijo de la Virgen. El atendía a los dos como si fuese el
verdadero padre. Cual sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los
ángeles y mas tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el
Templo, San Lucas nos dice: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de
él".(Lucas 2:33).
Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y
obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios
transmitido por un ángel: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y
estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» Mateo
2:13. San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado.

San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto. Esto
representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba
el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios,
dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por
amor sin exigir nada.
Una vez mas por medio del ángel del Señor, supo de la muerte de Herodes: "«Levántate,
toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han
muerto los que buscaban la vida del niño.» El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre,
y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de
su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea".
Mateo 2:22.
Fue así que la Sagrada Familia regresó a Nazaret. Desde entonces el único evento que
conocemos relacionado con San José es la "pérdida" de Jesús al regreso de la anual
peregrinación a Jerusalén (cf. Lucas 2, 42-51). San José y la Virgen lo buscaban por tres
angustiosos días hasta encontrarlo en el Templo. Dios quiso que este santo varón nos
diera ejemplo de humildad en la vida escondida de su sagrada familia y su taller de
carpintería.
Lo mas probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de
Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Caná ni se habla mas de él. De estar vivo,
San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de
su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto.

Poder y bondad de san José.

El Padre eterno dio a san José todo poder en el Cielo y en la tierra, cuando lo constituyó
tutor y padre adoptivo de su divino Hijo, y esposo verdadero de la Madre de Dios. Él tiene
cierta autoridad sobre Jesús y María, que le estuvieron subordinados. Como José no les
negó nada en la tierra, ellos no le pueden negar nada en el Cielo. Las súplicas de san José
son como mandatos para el corazón agradecidísimo de María y de Jesús… La gloria de san
José es más grande que la de todos los demás ángeles y santos. Está sentado a la derecha
de su esposa, la Santísima Virgen María, y debemos honrarlo con el culto más alto que se
pueda dar a un santo, después de María.
Virgen y confesor, profeta y patriarca, mártir por sus dolores, embajador de la Iglesia y
de la Sinagoga, san José llevaba en sus manos el Evangelio y la antigua ley, y encargado de
los deberes del universo para con su Dios, ofrecía al Rey inmortal de todos los siglos los
o e a es de adora i de todos os tie os de todos os o res… ¡ ! ¡Q ra
Santo es san José! Superior a los mismos ángeles, ocupó en la tierra el lugar de Dios: el de
Dios Padre por ser padre adoptivo de Jesús; el de Dios Espíritu Santo como esposo de
María, y aún el de Dios Hijo, porque todas las leyes reputan al hijo una misma cosa con su
padre.
¿Quién, entonces, no tendrá confianza ilimitada en el poder de san José?
¿Qué dicen los Evangelios sobre san José? 1

“Los dos evangelistas que evidenciaron su figura, Mateo y Lucas, refiere o o ero o
s i ie te ara e te der q ti o de adre ese a isi q e a Pro ide ia e o i
Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt des osado o ar a
(cf. Mt 1,18; Lc 1,27); un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad
de Dios manifestada en su ley (cf. Lc a tra s de os atro s e os q e t o
(cf. Mt es s de ar o d ro ia e de a aret a e io a er a
es as e ese re orq e e otro sitio o a a ar ara e os Lc e testi o
de a adora i de os astores Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que
representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos.
o a a e t a de as ir a ater idad e a de es s a q ie dio e o re q e e re e
e e e o dr s or o re es s orq e sa ar a s e o de s s e ados
(Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un nombre a una persona o a una
cosa significaba adquirir la erte e ia o o i o d e e re ato de esis -
20).
e te o are ta d as des s de a i ie to os to a a adre rese t e
i o a e or es sor re dido a ro e a q e i e ro i so re es s ar a
(cf. Lc - Para rote er a es s de erodes er a e i e i to o o e tra ero
(cf. Mt - e re reso e s tierra i i de a era o ta e e eq e o
des o o ido e o de a aret e a i ea —de do de se de a “ o sa e i ro eta”
“ o ede sa ir ada e o” Jn — e os de e s i dad de ori e de
er sa do de esta a e te o C a do d ra te a ere ri a i a er sa
erdiero a es s q e te a do e a os ar a o s aro a stiados o e o traro
e e te o ie tras dis t a o os do tores de a e Lc 2,41-50)”.

Luego, el Evangelio hace silencio sobre san José, para respetar su humildad y
ocultamiento.

1
Texto tomado de la Patris Corde
San José en la vida y las enseñanzas de
los Papas

En sus vidas…

San José fue proclamado Patrono de la Iglesia hace 150 años por el Papa Pío IX.
León XIII fue el primer Papa de la historia que escribió una Encíclica a San José con el
t t o de “QU QU P U I ”.
Pío X aprobó las letanías de San José e invitó a los fieles a honrarlo el miércoles, día
dedicado a San José.
Pío XII instituyó la fiesta de San José, el Artesano, el 1 de mayo,
El beato Juan XXIII, apenas elegido Papa, ordenó que en la basílica del Vaticano, el altar
de san José fuera especialmente adornado y embellecido. En ese altar se celebra cada día
una misa por la paz del mundo. Durante el concilio Vaticano II lo nombró patrono del
concilio y estableció que en el canon romano de la misa, memorial perpetuo de la
redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes de los apóstoles, de los sumos
Pontífices y de los mártires.

En sus obras…

Beato Pío IX
" a os e i o ios e or Pr i e de s asa…Ya q e t o o o es osa a a
Inmaculada Virgen María, de quien por obra del Espíritu Santo nació Nuestro Señor
Jesucristo, quien, entre los hombres, se dignó ser tenido como hijo de José, y a él estuvo
sometido" (Pio IX, Decr. Patrocinio de San José, 8-XII-1870).
León XIII
José esposo de María y padre se se re a de es risto … i ios o edi a a
Virgen a José como esposo, se lo dió en verdad no ya sólo como compañero de la vida,
testigo de la virginidad y defensor del honor, sino también partícipe de su excelsa
dignidad, en virtud de la misma alianza matrimonial" (León XIII, Enc. Quamquam pluries,
15-VIII-1889).
San Juan XXIII
"Custodio purísimo de María Santísima y padre putativo del Redentor" Juan XXIII, Aloc.
28-11-1962).

San Juan Pablo II


", Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la
Virgen de Nazareth. Lo que se ha cumplido en Ella por obra del Espíritu Santo expresa al
mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre
José y María" (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.23).
Benedicto XVI
Al bendecir una fuente
“ sta e te est dedi ada a sa os i ra q erida er a a a ora de e o de
ios a i ora … Q eridos er a os er a as esta e a e te dedi ada a sa
José constituye un recuerdo simbólico de los valores de la sencillez y de la humildad al
llevar a cabo día a día la voluntad de Dios, valores que distinguieron la vida silenciosa,
pero preciosa del Custodio del Redentor. A su intercesión confío las esperanzas de la
Iglesia y del mundo. Que él, junto a la Virgen María, su esposa, guíe siempre mi camino y el
vuestro, para que podamos ser instrumentos gozosos de paz y de sa a i ”
Francisco
Yo quiero mucho a San José. Porque es un hombre fuerte y de silencio. Y tengo en mi
escritorio una imagen de San José durmiendo. Y durmiendo cuida a la Iglesia. Sí, puede
hacerlo. Nosotros no.
Cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y lo pongo debajo de
San José para que lo sueñe. Esto significa para que rece por ese problema.
Devoción de los santos a san José

San José, maestro de la vida interior, guía de santos


Son muchos los santos que han venerado y tratado con devoción y cariño a San José. Sin
embargo, San José es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni
una sola palabra. Fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta antiguo: «Sean
pocas tus palabras«. Quizás Dios ha permitido que de tan grande amigo del Señor no se
conserve ni una sola palabra, para enseñarnos a amar también nosotros en silencio. «San
José, Patrono de la Vida interior, enséñanos a orar, a sufrir y a callar». Te traemos algunos
de los santos más devotos a San José con el propósito de que tú también te hagas amigo
suyo y acudas a pedirle ayuda en las distintas circunstancias de tu vida.

San José en Palabras de algunos Santos:

Decía San Efrén (306-372): Nadie puede alabar dignamente a José.

San Juan Crisóstomo (+407) afirma con relación a San José: No pienses, oh José, que por
haber sido concebido Cristo por obra del Espíritu Santo, puedes tú ser ajeno a esta divina
economía. Pues, aunque es cierto que no tienes parte alguna en su generación y la madre
permanece Virgen intacta, sin embargo, todo cuanto corresponde al oficio de padre, sin
que atente en modo alguno contra la virginidad, todo te es dado a ti. Tú le pondrás el
nombre al hijo, pues tú harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la
imposición del nombre, te uno íntimamente con el que va a nacer.

Santa Brígida (+1373), la gran mística, en sus Revelaciones, dice que un día le dijo la
Virgen María: José me sirvió tan fielmente que jamás oí de su boca una sola palabra de
lisonja ni de murmuración ni de ira, pues era muy paciente, cuidadoso en su trabajo y,
cuando era necesario, suave con los que reprendía, obediente en servirme, pronto
defensor de mi virginidad, fidelísimo testigo de las maravillas de Dios. Igualmente, estaba
tan muerto al mundo y a la carne que no deseaba más que las cosas celestiales.

San Francisco de Sales escribía a Santa Juana de Chantal el 19 de marzo de 1614: San
José es el santo de nuestro corazón, el padre de mi vida y de mi amor.

Palabras de Nuestra Señora a la Venerable María de Agreda


En el último día, cuando todos los hombres sean juzgados, los infelices condenados
llorarán amargamente por no haber conocido sus pecados, mismos que les impidieron
apreciar este poderoso y eficaz medio de salvación y aprovecharse, como fácilmente
podrían haber hecho, de este intercesor para ganar la amistad del Justo Juez.
Toda la raza humana ha subestimado mucho los privilegios y prerrogativas concedidos
a mi bendito esposo y no se dan cuenta de lo que su intercesión es capaz de hacer con Dios
y conmigo. Te aseguro, mi querida hija, que es un personaje muy favorecido en la
presencia divina y que tiene un inmenso poder para retener el brazo de la venganza
divina.
San Leonardo de Puerto Maurizio (+1751) decía: Honrad a Jesús, José y María. Grabad
en vuestro corazón con letras de oro esos tres nombres celestiales, pronunciadlos a
menudo, escribidlos en todas partes. Repetid, muchas veces al día esos nombres sagrados,
y que estén también en vuestros labios en el último suspiro.

3. San Alfonso María de Ligorio y su amor al esposo de María


San Alfonso María de Ligorio (+1787) nos hace reflexionar:
"¿Cuánto no es también de creer aumentase la santidad de José el trato familiar que
tuvo con Jesucristo en el tiempo que vivieron juntos?"
José durante esos treinta años fue el mejor amigo, el compañero de trabajo con quién
Jesús conversaba y oraba. José escuchaba las palabras de Vida Eterna de Jesús, observaba
su ejemplo de perfecta humildad, de paciencia, y de obediencia, aceptaba siempre la ayuda
servicial de Jesús en los quehaceres y responsabilidades diarios. Por todo esto, no
podemos dudar que mientras José vivió en la compañía de Jesús, creció tanto en méritos y
santificación que aventajó a todos los santos.
También escribió: Oh José, me alegro, porque Dios os ha juzgado digno de ser padre de
Jesús y habéis visto someterse a tu autoridad al que obedecen los cielos y la tierra. Dios ha
querido obedeceros. Por eso, yo quiero ponerme a tu servicio, honraros y amaros como mi
Señor y Maestro.
« Consideremos la vida santa que José llevó en compañía de Jesús y de María. En
aquella familia no se preocupaban más que de dar gloria a Dios: sus únicos
pensamientos y deseos eran complacer a Dios: sus únicos argumentos eran
referentes al amor que los hombres deben a Dios y que Dios trae a los hombres,
especialmente al haber enviado a la tierra a su Hijo único y morir en un mar de
dolores y desprecios para la salvación de la humanidad «.

San Alfonso de Ligorio sobre San José, Patrono de la Buena Muerte


Puesto que todos debemos morir, debemos tener una devoción especial a San José, para
que nos obtenga una buena muerte. Todos los cristianos lo consideran el defensor de los
moribundos y lo han honrado durante su vida, y lo hacen por tres razones:
Primero, porque Jesucristo lo amó no sólo como amigo, sino como padre, y por eso, su
mediación es mucho más eficaz que la de cualquier otro Santo.
Segundo, porque San José ha obtenido un poder especial contra los espíritus malignos,
que nos tientan con un vigor redoblado a la hora de la muerte.
Tercero, la ayuda dada a San José en su muerte por Jesús y María, obtuvo para él, el
derecho a asegurar una muerte santa y pacífica para sus siervos. Por lo tanto, si se le
invoca en la hora de la muerte, él no sólo los ayudará, sino que también obtendrá la ayuda
de Jesús y María .

San Juan Bosco según se nos cuenta en sus Memorias biográficas, era muy devoto de
san José. Lo eligió como uno de los patronos del Oratorio, colocó a los alumnos artesanos
bajo su protección y lo proclamó protector de los exámenes de los estudiantes. A él
recurría en sus apuros y exhortaba a los demás a invocarlo. Varias veces al año, hablaba en
la plática de la noche sobre la eficacia de su intercesión, hacía celebrar la fiesta del
patrocinio de san José el tercer domingo después de Pascua y solía preparar a los alumnos
con breves charlas llenas de fervor. Los jóvenes santificaban el mes dedicado a este santo
en la Iglesia, individualmente o por grupos libres, pues no había prescripción
reglamentaria, pero era tan grande la devoción que les había inspirado que casi todos
tomaban parte en aquella piadosa práctica. Don Bosco quiso siempre que hubiese un altar
dedicado a san José en todas las iglesias que él levantó. Tuvo una gran alegría y exteriorizó
su contento, cuando el Papa Pío IX lo proclamó patrono de la Iglesia universal; y estableció
en 1871 que, en todas sus casas, lo mismo los estudiantes que los aprendices, debían
celebrar su fiesta el diecinueve de marzo, guardando completo descanso de todo trabajo,
pues por aquellos años el diecinueve de marzo no era día festivo.
En 1859 daba Don Bosco una prueba de su constante devoción a san José, añadiendo en
e de o io ario “ o e ristia o” a ráctica piadosa, memoria de los siete dolores y
gozos de san José; una oración al mismo santo para obtener la virtud de la pureza y otra
para impetrar una buena muerte con hermosas canciones religiosas en su honor.
Y Don Bosco contaba lo siguiente: Hace pocos años, un pobre muchacho de Turín, que
no había recibido ninguna instrucción religiosa, fue un día a comprar una cajetilla de
tabaco. Al volver donde su compañeros, quiso leer la parte impresa en el envoltorio del
tabaco. Era una oración a san José para obtener la buena muerte... Tanto la estudió que se
la aprendió de memoria y la rezaba cada día, casi materialmente, sin intención alguna de
alcanzar ninguna gracia.
San José no quedó insensible ante aquel homenaje, en cierto modo involuntario; tocó el
corazón del pobre joven, se presentó a Don Bosco y él le proporcionó la inestimable
fortuna de llevarlo a Dios. El joven correspondió a la gracia, tuvo oportunidad de instruirse
en la religión que había descuidado hasta entonces por ignorarla y pudo hacer bien su
primera comunión. Al poco tiempo, cayó enfermo y murió, invocando el nombre de san
José, que le había obtenido la paz y el consuelo de aquellos últimos momentos.
4. San Juan Bosco y San José, el protector de los trabajadores
“ Entre las prácticas de piedad en honor de este gran patriarca, esposo de María,
padre nutricio de Jesucristo, Santa Teresa recomienda mucho, como eficaz medio
para obtenernos su protección, el dedicarle todo el mes de marzo …
Invocándolo también con jaculatorias. Por ejemplo, durante el estudio decid en
vuestro corazón: San José, ruega por mí; ayudadme a ocupar bien el tiempo de
estudio y de clase. Si os viene alguna tentación: San José, ruega por mí. Al
levantaros por la mañana: Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Al
acostaros: Jesús José y María, asistidme en mi última agonía.
No olvidéis que es el protector de todos los trabajadores y que lo es también de
los jóvenes que estudian. Porque el estudio es trabajo ”

Santa Teresita del Niño Jesús dice en su Autobiografía: Rogué a san José que fuese mi
custodio. Desde mi infancia había sentido hacia él una devoción que se confundía con mi
amor a la Santísima Virgen. Con esto emprendí sin miedo mi largo viaje. Iba tan bien
protegida que me parecía imposible tener miedo.

Santa Bernardita Soubirous, la vidente de la Virgen en Lourdes, era muy devota de san
José. Cuando murió su padre en 1870, escogió a san José como su padre en la tierra. Un día,
una hermana la sorprendió rezando una novena a la Virgen delante de una imagen de san
José, y le dijo que eso estaba muy mal, porque debía rezar la novena delante de la imagen
de la Virgen. Pero ella le respondió:
- La Santísima Virgen y san José están perfectamente de acuerdo y en el cielo no hay
celos ni envidias.
Un día de 1872, se fue a hacer una visita a la iglesia y les dijo a las hermanas de la
enfermería:
- Voy a hacer una visita a mi padre.
- ¿A vuestro padre?
- Sí, ¿no sabéis que ahora mi padre es san José?
Y decía: Cuando no se puede rezar, es bueno encomendarse a san José.
Cuando la enterraron el 30 de mayo de 1879, lo hicieron en la cripta subterránea de la
capilla de san José, en el jardín del convento y no en el cementerio público. En las Actas del
proceso de beatificación, una de las religiosas declaró que repetía frecuentemente la
invocación: San José, dame la gracia de amar a Jesús y a María como ellos quieren ser
amados. San José, ruega por mí y enséñame a rezar.

San José en el Diario de Santa Faustina


2 de febrero [1936]. Por la mañana, al despertarme al sonido de la campanilla, me entró
un sueño tan grande que no logrando despertarme del todo, di un salto al agua fría y dos
minutos después el sueño se me quitó. Al venir a la meditación (70) se agolpó en mi
cabeza toda una confusión de pensamientos necios y luché durante toda la meditación. Lo
mismo ocurrió durante las plegarias, pero cuando comenzó la Santa Misa, en mi alma reinó
una extraña calma y alegría. En ese momento vi a la Santísima Virgen con el Niño Jesús y al
Santo Anciano [221] que estaba detrás de Nuestra Señora. La Santísima Virgen me dijo:
Aquí tienes el tesoro más precioso. Y me dio al Niño Jesús. Cuando tomé al Niño Jesús en
brazos, la Virgen y San José desaparecieron; me quedé sola con el Niñito Jesús: Le dije: Sé
que eres mi Señor y Creador, a pesar de ser tan pequeño. Jesús tendió sus bracitos y me
miraba sonriendo, mi espíritu estaba lleno de un gozo incomparable. De repente Jesús
desapareció y la Santa Misa llegó al momento de acercarse a la Santa Comunión. Fui en
seguida con otras hermanas a tomar la Santa Comunión con el alma llena [de su
presencia]. Después de la Santa comunión (71) oí en el alma estas palabras: Yo soy en tu
corazón el mismo al que tuviste en tus brazos. Entonces rogué al señor por cierta alma
[222] para que le concediera la gracia en la lucha y le quitara esa prueba. Se hará según
pides, pero su mérito no disminuirá. Una alegria reinó en mi alma por ser Dios tan bueno y
tan misericordioso; Dios concede todo lo que pedimos con confianza. (Diario de Santa Sor
Faustina Kowalska, 208-209)
San José me pidió tenerle una devoción constante. Él mismo me dijo que rezara
diariamente tres oraciones y el Acuérdate [331] una vez al día. Me miró con gran bondad y
me explicó lo mucho que está apoyando esta obra. Me prometió su especialísima ayuda y
protección. Rezo diariamente las oraciones pedidas y siento su protección especial.
(Diario, 203)
+ Cuando vine a la Misa de Medianoche, una vez empezada la Santa Misa, me sumergí
toda en un profundo recogimiento en el cual vi el portal de Belén lleno de gran claridad. La
Virgen Santísima envolvía a Jesús en los pañales, absorta en gran amor; San José, en
cambio, todavía dormía. Sólo cuando la Virgen colocó a Jesús en el pesebre, entonces la luz
divina despertó a José que también se puso a orar.
Sin embargo, un momento después me quedé a solas con el pequeño Jesús que extendió
sus manitas hacia mí y comprendí que fue para que lo tomara en brazos. Jesús estrechó su
cabecita a mi corazón y con una mirada profunda me hizo comprender que estaba bien así.
En aquel momento Jesús desapareció y sonó la campanilla para (58) la Santa Comunión.
Mi alma se desmayaba de alegría. (Diario, 1442)
Dice Santa Faustina Kowalska (1905-1938): San José me ha pedido tenerle una
devoción continua. Él mismo me ha dicho que rece diariamente tres veces el Padrenuestro,
e ar a oria e “ ordaos” q e se re a e a Co re a i e a irado o
gran cordialidad y me ha hecho conocer lo mucho que apoya esta Obra (de la
misericordia) y me ha prometido su ayuda especialísima y su protección. Rezo
diariamente estas oraciones pedidas y siento su especial protección.

2. San Josemaría y su cariño y confianza en San José


– El agradecimiento a San José, protector de Jesús en el Sagrario
En el centro del Opus Dei de la calle Ferraz, nº 50 tuvieron lugar muchos episodios
importantes de la vida de san Josemaría. Se acrecentó su devoción a San José tras recibir
un paquete con todos los ornamentos y objetos del oratorio que necesitaba el 18 de marzo
de 1935.
Seis años hubieron de transcurrir antes de que se realizara el sueño de San Josemaría
de tener un oratorio con el correspondiente Sagrario en el primer centro del Opus Dei.
Para superar los obstáculos, recurrió a San José:
«En el fondo de mi alma tenía ya esta devoción a San José, que os he inculcado.
Me acordaba de aquel otro José, al que —siguiendo el consejo del Faraón— acudían
los egipcios cuando padecían hambre de buen pan: ite ad Joseph! (Génesis, 41, 55),
id a José a que os dé el trigo. Comencé a pedir a San José que nos concediera el
primer Sagrario».
El 31 de marzo de 1935 celebró la Santa Misa con el oratorio lleno de jóvenes. Escribió:
«y se quedó su divina Majestad reservado, dejándonos bien cumplidos los deseos de tantos
años» (desde 1928).
Desde entonces, la llave que custodia los sagrarios de los centros del Opus Dei llevan
a ade a a eda a a ada o a i a e de a os “Ite ad Ioseph” ra ada e
el envés. Es el agradecimiento y el cariño materializado de San Josemaría al Patrono de la
Iglesia universal por traerles a Cristo Eucaristía.
– ¿Cómo imaginaba San Josemaría a San José?
“ Yo me lo imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora,
pero en la plenitud de la edad y de la energía humana. Sabemos que no era una
persona rica: era un trabajador, como millones de otros hombres en todo el mundo;
ejercía el oficio fatigoso y humilde que Dios había escogido para sí, al tomar
nuestra carne y al querer vivir treinta años como uno más entre nosotros.
La Sagrada Escritura dice que José era artesano. Varios Padres añaden que fue
carpintero. De las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad
humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre apocado o
asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los problemas, salir
adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las
tareas que se le encomiendan ” Es Cristo que pasa, n. 40).

El fundador del Opus Dei dice: Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y
encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret.
- Rezad por mí, invocando como intercesores a nuestra Madre santa María y a san José,
nuestro padre y señor, para que yo sea un sacerdote bueno y fiel.
- Si queréis un consejo, que repito incansablemente desde hace muchos años: Id a José
(Gén 41, 55). Él os enseñará caminos concretos y modos humanos y divinos de acercarnos
a Jesús. Tratándole se descubre que el santo patriarca es además maestro de vida interior,
porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con Él, a sabernos parte de la familia de
Dios.
San José da esas lecciones siendo, como fue, un hombre corriente, un padre de familia,
un trabajador, que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos
Yo le llamo mi padre y Señor y, además, no me da vergüenza decir que lo quiero mucho.

Santa Teresa de Jesús es quizás la santa más conocida como gran devota de San José.
Isabel de la Cruz, monja carmelita, comenta sobre Santa Teresa: "era particularmente
devota de San José y he oído decir se le apareció muchas veces y andaba a su lado."
1. Santa Teresa de Jesús y su devoción a San José
– La curación de Santa Teresa por la intercesión de San José:
Cuando Santa Teresa de Jesús tenía 27 años, se encontraba postrada en la cama, sin
poder andar. A veces se arrastraba por el suelo. Estaba viviendo por aquel entonces en el
monasterio de la Encarnación. Sale de la clausura para ser curada. Se recurre a todos los
medios posibles en aquel momento. Regresa a Ávila sin haber logrado mejora alguna. Se
llega a tal extremo de gravedad que incluso llegan a darle por muerta. Tenía que ser
ayudada por las enfermeras para todo. Tras varios años así, en estas circunstancias,
recurre a San José y su vida va volviendo a la normalidad poco a poco.
Desde este momento la devoción a san José y su familiaridad con él, va a marcar un hito
en su vida. Partiendo de esta realidad escribe Teresa:
« Tomé por abogado y señor al glorioso san José, y encomendéme mucho a él.
Comencé a hacer devociones de Misas y cosas muy aprobadas de oraciones, y tomé
por abogado a san os … y él hizo, como quien es, que pudiese levantarme y andar
y no estar tullida ” i ro de a ida
– Las frases más destacadas de Santa Teresa sobre San José:
Partiendo de esta experiencia tan decisiva en su vida, va a recomendar la devoción a
San José y su poderosa intercesión. El Esposo de María va a ser un abogado e intercesor en
todos los contratiempos. San José será un personaje familiar y entrañable en el hogar
teresiano.
“ No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de
hacer ”
“ Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de
este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como
de alma ”
“ A otros parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este
glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas ”
“ Querría yo persuadir a todos fuesen muy devotos de este glorioso Santo, por la
experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona
que de veras le sea devota y haga particulares servicios que no la vea más
aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera las almas que a él se
encomiendan ”
“ Sólo pido por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere y verá por
experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle
devoción ”

Cuando nombraron a la Madre Teresa de Jesús Priora del convento de la Encarnación


de Ávila, tuvo que recurrir a todos sus santos protectores para poder aquietar a las
religiosas descontentas. En la silla de la Priora, colocó la imagen de la Virgen Nuestra
Señora de la Clemencia, con las llaves del convento en las manos. El sitial de la subpriora
estaba ocupado por una imagen de san José. Y dice ella misma: La víspera de san Sebastián
(19 de enero de 1572) el primer año que vine a ser priora en la Encarnación, comenzando
la Salve, vi en la silla prioral, adonde está puesta Nuestra Señora, bajar con gran multitud
de ángeles la Madre de Dios y ponerse allí. A mi parecer, no vi la imagen entonces, sino
esta Señora que digo. Estuvo así toda la Salve y me dijo: Bien acertaste en ponerme aquí.
Yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo y se las presentaré.
Dice el padre Jerónimo Gracián, gran amigo de santa Teresa de Jesús: Ella puso sobre la
portería de todos sus monasterios que fundó, a Nuestra Señora y al glorioso san José; y en
todas las fundaciones llevaba consigo una imagen de bulto de este glorioso santo, que
ahora está en Ávila, llamándole fundador de esta Orden... Otras muchas cosas pudiera
decir que han acaecido a esta misma Madre con el glorioso san José por haberla confesado
y haber sido su prelado mucho tiempo.
Como se ve por los escritos de Santa Teresa, trataba a san José como a un verdadero
padre. Y lo llamaba frecuentemente mi padre y señor san José, mi verdadero padre y
se or i adre sa os orios si o adre estro sa os i adre orioso sa os …

San Alberto Magno (1193-1280) dice que la utilidad del matrimonio de María y José
para el mundo es para que todos los cristianos tengan a la Virgen por madre y a san José
por padre de sus almas. Por eso, nosotros podemos llamar a san José nuestro padre, como
lo han llamado muchos santos y nosotros podemos seguir su ejemplo.

El padre Esteban Gobbi, un verdadero santo, fundador del Movimiento sacerdotal


mariano, aprobado por la Iglesia, recibió un mensaje en el que le decía la Virgen María: José
fue para mí un esposo casto y fiel, un colaborador inestimable de la custodia amorosa del
Niño Jesús; silencioso y providente, trabajador, pendiente de que nunca nos faltara los
medios necesarios para nuestra humana existencia, justo y fuerte en el diario
cumplimiento de la misión a él confiada por el Padre celestial. ¡Con cuánto amor seguía
cada día el admirable crecimiento de nuestro divino hijo Jesús! Y Jesús le correspondía con
un afecto filial y profundo. ¡Cómo lo escuchaba y le obedecía, cómo lo consolaba y le
ayudaba!... Imiten a mi amadísimo esposo José en su oración humilde y confiada, en el
fatigoso trabajo, en su paciencia y en su gran bondad

San Pedro Crisólogo: "José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes"
El nombre de José en hebreo significa "el que va en aumento. "Y así se desarrollaba el
carácter de José, crecía "de virtud en virtud" hasta llegar a una excelsa santidad.

San Bernardino de Siena "... siendo María la dispensadora de las gracias que Dios
concede a los hombres, ¿con cuánta profusión no es de creer que enriqueciese de ella a su
esposo San José, a quién tanto amaba, y del que era respectivamente amada? " Y así, José
crecía en virtud y en amor para su esposa y su Hijo, a quién cargaba en brazos en los
principios, luego enseñó su oficio y con quién convivió durante treinta años.

Devoción a san José del Padre Pío de Pietrelcina

«José se levantó, tomó al niño y a su madre y huyó a Egipto» (Mt 2,14)


El Padre Pío admiró siempre la altura espiritual de san José. Imitó sus virtudes y
recurrió a él en los momentos más difíciles de su vida, obteniendo siempre gracias y
favores celestiales.
Él, como san José, aún sin serlo en el orden natural, se sentía padre y era consciente de
los derechos y deberes de su paternidad espiritual. Por este motivo, se dirigía con
confianza a este santo, para suplicarle por sus hijos e hijas espirituales. «Ruego a san José
que, con aquel amor y con la generosidad con que cuidó de Jesús, custodie tu alma, y, como
lo defendió de Herodes, así proteja tu alma de un Herodes más feroz: ¡el demonio!». «El
patriarca san José cuide de ti con el mismo cuidado que tuvo de Jesús: te asista siempre
con su benévolo patrocinio y te libre de la persecución del impío y soberbio Herodes, y no
permita jamás que Jesús se aleje de tu corazón».
Y san José correspondió al Padre Pío con una asistencia singular y con visiones
extraordinarias. En efecto, el Siervo de Dios, en enero de 1912, confió al padre Agustín de
San Marco in Lamis: «Barbazul no se quiere dar por vencido. Se ha disfrazado de casi todas
las formas. Hace ya días que viene a visitarme con otros de sus satélites, armados con
bastones e instrumentos de hierro, y lo que es peor bajo su propia forma. ¡Quién sabe
cuántas veces me ha tirado de la cama arrastrándome por la habitación! Pero, ¡paciencia!
Casi siempre están conmigo Jesús, la Mamita, el Angelito, San José y el padre San
Francisco» (Epist. I,252).

Al mismo padre Agustín escribe el Padre Pío, el 20 de marzo de 1921: «Ayer, festividad
de San José, sólo Dios sabe las dulzuras que experimenté, sobre todo después de la misa,
tan intensas que las siento todavía en mí. La cabeza y el corazón me ardían, pero era un
fuego que me hacía bien» (Epist. I,265).
El padre Honorato Marcucci, uno de los asistentes del Padre Pío en los últimos años de
su existencia terrena, contaba este episodio.

Una tarde del mes anterior al de la muerte del venerado Padre, se encontraba con él en
la terraza contigua a la celda n. 1, esperando para acompañarle a la sacristía para la
función vespertina. Era un miércoles, día consagrado a san José, y el Padre Pío no se
decidía a moverse. De pie ante un cuadro del glorioso Patriarca, apoyado en la pared, el
venerado Padre parecía en éxtasis. Pasado un poco de tiempo, el padre Honorato le dijo:
Padre, ¿debo esperar todavía?; ¿nos hemos de ir?; vamos con retraso». Pero sus preguntas
quedaron sin respuesta. El Padre Pío seguía contemplando al glorioso Patriarca.
Al fin, después de que el padre Honorato le arrastrara del brazo y le repitiera por
enésima vez la pregunta, el Padre Pío exclamó: «Mira, mira, ¡qué bello es San José!».
Se dirigieron a la sacristía.
En la sala «San Francisco» encontraron al padre sacristán, que les preguntó: «¿Cómo
con tanto retraso?».
El padre Honorato respondió: «Hoy el Padre Pío no quería separarse del cuadro de San
José».
El Padre Pío no dejaba pasar una sola oportunidad sin invitar a sus hijos espirituales a
cultivar una sincera y profunda devoción a san José, fuente siempre rica de enseñanzas, de
consuelo y de favores.
Parece escucharse todavía hoy su voz: «Ite ad Joseph! (Gn 41,55). Id a José con
o ia a a so ta orq e ta i o o o sa ta eresa de Á i a “ o re erdo a er
edido osa a a a a os si a er a o te ido de i ediato”

SAN JOSÉ Y LA MADRE TERESA DE CALCUTA.


Continuando con la sección que iniciamos la semana pasada sobre diferentes milagros
realizados por la intercesión de San José, hoy colgamos esta interesante anecdota ocurrida
a una de las grandes mujeres santas del siglo XX, la añorada Madre Teresa de Cálcuta.

Decía la Madre Teresa de Calcuta: Confiamos en el poder del nombre de Jesús y también
en el poder intercesor de san José. En los comienzos de nuestra Congregación, había
momentos en los que no teníamos nada. Un día, en uno de esos momentos de gran
necesidad, tomamos un cuadro de san José y lo pusimos boca abajo. Esto nos recordaba
que debíamos pedir su intercesión. Cuando recibíamos alguna ayuda, lo volvíamos a poner
en la posición correcta.
Un día, un sacerdote quería imprimir unas imágenes para estimular y acrecentar la
devoción a san José. Vino a verme para pedirme dinero, pero yo tenía solamente una rupia
en toda la casa. Dudé un momento en dársela o no, pero finalmente se la di. Esa misma
noche, volvió y me entregó un sobre lleno de dinero: cien rupias. Alguien lo había parado
en la calle y le había dado ese dinero para la Madre Teresa.
La devoción a san José en el Instituto de
Hermanos Maristas

Libro sentencias, cap. XI, hno Juan Bautista Furet

Los hermanos maristas han profesado siempre devoción especial a san José, el glorioso
esposo de María.
La santísima Virgen, afirmaba el Padre Champagnat, es nuestra Madre, y san José
nuestro primer Patrono. Por eso, ya en los comienzos fue deseo suyo que los hermanos
acudieran diariame te a s a aro se e o sa rara o esta ora i “ orioso sa
os te e i o desde a ora ara sie re or i arti ar atr rote tor” … s
tarde, para las casas de noviciado, mandó que, al terminar el Rosario, se agregaran las
Letanías del santo Patriarca. La Fiesta de san José se ha celebrado siempre en el Instituto
con gran piedad.

Vida de san Marcelino Champagnat, Capítulo 21.

Pese a los dolores nefríticos y a la hinchazón de las piernas, seguía, en lo posible,


acompañando a la comunidad.
Hizo con gran fervor el Mes de san José (marzo del año 1840) para pedir una buena
muerte. Rezaba diariamente las letanías del santo Esposo de María, y cuando ya al final de
su vida no podía hacerlo por sí mismo, quiso que un hermano las rezara junto a su cama.
El día de la Fiesta de este gran santo, después de haber dado la bendición con el
Santísimo, dijo que era la última vez que la daba en ese día.

Constituciones maristas

-según la voluntad del Padre Fundador, honramos a san José, primer Patrono del
Instituto. Él nos enseña la abnegación en el servicio. Le pedimos que nos haga partícipes
de su amor a Jesús y a María.

Testamento espiritual de san Marcelino Champagnat

A la devoción a María, unan la del glorioso san José, su dignísimo Esposo; ya saben que
es uno de nuestros primeros patronos.

El padre Champagnat eligió a San José como primer patrono del Instituto.
La festividad de San José nos invita a recordar el artículo 76 de las Constituciones
Maristas.
«Según la voluntad del Padre Fundador, honramos a San José, primer patrono del
Instituto. Él nos enseña la abnegación en el servicio. Le pedimos que nos haga partícipes
de su amor a Jesús y a María».
Marcelino Champagant era devoto de San José. Lo podemos ver claramente en dos
testimonios. En la carta 238, para agradecer a sus hermanos las felicitaciones por el año
e o e resa “¿Q i odr des s de ar a e resar e or todo o q e se ti os
q e a os ¡ese ra sa to! ¡ese o re ser i o!” e i a a era e e esta e to
Espiritua e resar “ rese ia de ios a o e a aro de a a t si a ir e de
sa os …” s tarde re o ie da a os er a os “ a de o i a ar a tad a de
glorioso san José, su dignísimo esposo; ya sabéis que es uno de nuestros primeros
patronos…

Además, San José, es modelo de Educador Cristiano. San José educó a Jesús, quizá
algunas de las palabras de Jesús fueran palabras que aprendió de José. Seguro que le
e se o q i era e ios a q e a a a a q e s tarde des ri ir o o s “a a”
Seguro que le enseñó a trabajar, a comportarse en la sinagoga y todo lo relacionado con su
vida. Para Marcelino es modelo de educador cristiano.
La devoción a san José en los dos últimos
siglos
El Pontífice que sucede a Gregorio XVI es Pío IX (1846-1878) quien declarará
oficialmente a san José, como luego veremos, Patrono y Protector de la Iglesia universal.
Escribe en el BreveInclytum Patriarcham, de 7 de julio de 1871...

Una anécdota josefina a comienzos del XIX: Napoleón y Pío VII


¿Cómo se desarrolla el culto y la devoción a san José en estos doscientos años? La
Revolución francesa marca el comienzo de una nueva etapa --Edad Contemporánea, la
llaman los historiadores-- en la vida de la Iglesia hasta nuestros días, desde Pío VII a Juan
Pablo II.
Durante un cuarto de siglo comprendido entre los años 1789 y 1815, Francia estuvo en
el primer plano de la vida del mundo. Este periodo, que corre desde la reunión de los
Estados Generales hasta la caída del Imperio napoleónico, fue también trascendental para
los destinos del Cristianismo y la Iglesia. La era revolucionaria, abierta en 1789, conmovió
los fundamentos políticos y religiosos de Europa. La Revolución francesa, en sus
momentos álgidos, trató de eliminar toda huella cristiana de la vida social(1).
Un ejemplo de los favores con que el Santo Patriarca ha correspondido a los Sumos
Pontífices, y en general a los que han trabajado por su causa, lo podemos ver en un
acontecimiento en los albores del siglo XIX, que causó estremecimiento al orbe católico, en
tiempos de Pío VII (1800-1823)(2). Veamos brevemente qué ocurrió.
Desde 1970, el proceso revolucionario se radicalizó, adoptando una aptitud cada vez
más agresiva hacia la Iglesia. El 13 de febrero se decidió la supresión de los votos
monásticos, y el 12 de julio la Asamblea aprobó la «Constitución civil del clero», que
subvertía de raíz la organización eclesiástica. Surgía una iglesia galicana, al margen de la
autoridad pontificia, de estructura epicospalista y presbiteriana, donde los obispos y los
párrocos eran elegidos por el pueblo y los nombramientos episcopales serían solamente
notificados a Roma(3). Abolida la Monarquía, se proclamó la República y Luis XVI fue
ajusticiado el 2 de enero de 1793.
Los años 1793-1794 representaron la fase más trágica del periodo revolucionario. Bajo
el Terror, la persecución anticatólica alcanza su punto álgido. Muchos miles de víctimas
murieron en el patíbulo y se intentó borrar de la vida francesa toda huella cristiana. Hasta
el calendario fue sustituido por un «calendario republicano». La entronización de la «Diosa
Razón» en la catedral de Nôtre-Dame (10-XI-1973) y la institución por Robespierre del
culto al «Ser Supremo» fueron otros tantos episodios de la obra descristianizadora, que
tuvo una de sus expresiones en el furor iconoclasta, que dejó una huella --bien visible
todavía hoy-- en tantas viejas iglesias y catedrales de Francia(4). El 29 de agosto de 1799,
en la ciudadela de Valence-sur-Rhône, falleció Pío VI a los 81 años de edad. Algunos
revolucionarios proclamaron a lo cuatro vientos que había muerto el último Papa de la
Iglesia. El 9 de noviembre de aquel mismo año, el golpe de Estado del 18 Brumario elevó a
Napoleón Bonaparte a la magistratura del primer cónsul. Cuatro meses después --el 14 de
marzo de 1800-- el Cónclave reunido en Venecia elegía al Cardenal Chiaramonti como
Papa Pío VII.
Dos grandes personalidades irrumpían así en el escenario de la historia, de la que
fueron principales forjadores durante los tres primeros lustros del siglo XIX. Napoleón,
pragmático y realista, era consciente del arraigo de la fe cristiana en el pueblo francés, que
no había logrado destruir la tormenta revolucionaria. Pío VII, por su parte, deseaba
ardientemente la normalización de la vida de la Iglesia en Francia. Un nuevo
Concordato(5) sería el instrumento adecuado para regular las relaciones entre el
Pontificado y la República francesa, que pronto se transformaría en Imperio. El
Concordato se firmó el 17 de julio de 1801 y una de sus consecuencias fue la creación de
un nuevo episcopado, tras la renuncia de los obispos «constitucionales» y también de los
«legitimistas», que habían emigrado al extranjero(6).
Llegó pronto la hora en que Napoleón intentó hacer de la Iglesia y del propio
Pontificado instrumentos al servicio de sus intereses políticos, y entonces tropezó con la
serena, pero resuelta, resistencia de Pío VII. El conflicto con el Papa surgió cuando el
Emperador quiso que el Papa se uniera al bloqueo continental contra Inglaterra, decretado
en noviembre de 1806. Ante la negativa del Pontífice, Napoleón reaccionó con violencia:
los Estados Pontificios fueron anexionados y se declaró a Roma segunda capital del
Imperio. Pío VII, reducido a prisión, fue deportado a Savona (6-VII-1809) y, ante su
negativa a sancionar los decretos de un pseudoconcilio reunido en París (1811), Napoleón
ordenó su traslado a Francia, donde se le asignó como residencia el Palacio de
Fontainebleau.
El Pontífice, al verse impedido de regir con libertad el timón de la nave de la Iglesia (7),
que Dios le había encomendado, acudió al Santo Patriarca pidiendo ayuda y protección, que
a la Iglesia naciente había sacado incólume del furor de otro tirano. Pronto recibió el
socorro que imploraba. La tremenda derrota del ejército napoleónico en Leipzig fue
funesta para el Emperador, y desde entonces los desfavorables sucesos se precipitaron de
manera inesperada. Viendo Napoleón que sus glorias empezaban a desvanecerse, y
conociendo en sus derrotas la mano de Dios, vengador de tantos ultrajes, decretó fuesen
devueltos al Papa los Estados Pontificios.
No faltaron en aquel suceso señales de la protección del Santo Patriarca. El decreto de
la devolución está firmado el 10 de Marzo, cuando en Roma y en el orbe católico se
empezaba la novena a san José. Este decreto llegó al castillo de Fontainebleau, y se puso en
manos del Pontífice, el 19 del mismo mes, fiesta del glorioso Protector de la Iglesia. En
1814, Pío VII recuperó la libertad y el 7 de junio de 1815 retornaba definitivamente a
Roma, mientras su adversario, vencido y desterrado por los ingleses en Waterloo,
desembarcaba prisionero en la isla de Elba, después de haber firmado la abdicación
definitiva, por la que renunciaba al poder, para sí y para sus herederos.
El Liberalismo en la vida de la Iglesia del siglo XIX
La Restauración se frustró y el siglo XIX fue el siglo del Liberalismo, ideología de la
Revolución burguesa. Tenía una doctrina política y económica; pero se fundaba además en
una ideología, que enlazaba con el pensamiento ilustrado del siglo XVIII. Los hombres no
sólo serían libres e iguales, sino también autónomos; es decir, desvinculados de la ley
divina, que no era reconocida socialmente como norma suprema. Se enfrenta así el poder
que procede de Dios al poder que deriva del pueblo. La doctrina liberal no distingue entre
la religión verdadera y las demás religiones; la religión es para la doctrina liberal un
asunto que incumbe sólo a la intimidad de las conciencias, y también la Iglesia, separada
del Estado, quedaría al margen de la vida pública y sujeta al derecho común, como
cualquier otra asociación. Todo este planteamiento conducía a la secularización social, al
naturalismo religioso, y en última instancia al ateísmo o a la indiferencia de los ciudadanos
ante la religión.
El Papa León XII (1823-1829), sucede a Pío VII y después viene el breve pontificado de
Pío VIII (1829-1830). Precisamente hacia el año 1830 tomó cuerpo un grupo de «católicos
liberales», formado en Francia en torno a la revista «L'Avenir», bajo la dirección de F.
Lamennais. Frente a la postura tradicionalista --que postulaba el respeto a los derechos de
Dios y de la Iglesia en la vida social-- ampliamente mayoritaria en el pueblo cristiano, estos
católicos defendían una conciliación --no tanto teórica como práctica-- de la Iglesia con el
Liberalismo. «Dios y libertad» fue su lema, en la línea de la defensa de la libertad para
todos y en todas sus formas. Les parecía que esta actitud era la mejor en la sociedad
moderna para asegurar el respeto a la autoridad de Dios y a los derechos de la Iglesia.
Inicialmente fueron fieles al papado, pero la respuesta de Roma fue contraria a sus
aspiraciones. La encíclica Mirari vos (15-VIII-1832) de Gregorio XVI (1831-1846) --el
papa que sucede a Pío VIII-- condenó el programa del grupo de «L'Avenir» y su dirigente
Lamennais abandonó el sacerdocio y la Iglesia(8).
Cristianismo católico y Liberalismo se encontraron también en otro terreno. La
explosión de sentimientos nacionales, favorecida por la política liberal, promovió en
distintos países de Europa la emancipación de poblaciones católicas, sometidas al dominio
de príncipes de otras confesiones religiosas(9). Además, actitudes intelectuales de signo
antirreligioso, atacan la concepción que la Iglesia tiene del hombre y del mundo. El
positivismo de A. Comte que conducirá al cientifismo --verdadera religión sin
transcendencia-- y el idealismo del gran filósofo alemán Hegel, estarán en la base del
materialismo de Feuerbach, tan próximo ya al Marxismo(10).
La época de Pío IX: san José, Patrono de la Iglesia universal
El Pontífice que sucede a Gregorio XVI es Pío IX (1846-1878) quien declarará
oficialmente a san José, como luego veremos, Patrono y Protector de la Iglesia universal.
Escribe en el Breve Inclytum Patriarcham, de 7 de julio de 1871: «Los Romanos Pontífices,
nuestros predecesores, para acrecentar y hacer que fuesen cada día más ardientes la
devoción y veneración de los fieles en favor del Santo Patriarca; y para exhortarlos a
implorar su intercesión cerca de Dios, con una confianza sin límites, no dejaron pasar
ocasión alguna favorable de dar nueva y mayor publicidad a este culto».
Traza después el cuadro histórico de lo que han hecho sus antecesores en orden a
favorecer la devoción a san José, y concluye: «Y Nos mismo, desde que, por juicio
impenetrable de Dios, fuimos elevados a la Suprema Sede de Pedro, movidos, ya por los
ejemplos de nuestros ilustres predecesores, ya por la devoción particular al Santo
Patriarca, que desde nuestra niñez nos ha animado, con placer de nuestra alma, por
decreto de 10 de Setiembre de 1847, hemos extendido a la Iglesia universal, con rito doble
de segunda clase, la fiesta del Patrocinio, que ya se celebraba en muchas partes, por
indulto particular de la Santa Sede»
Su largo pontificado cubre toda una época. Fue una persona de talante liberal, cordial,
generosa, magnánima; un Papa singularmente amado y venerado por los católicos; sus
propios infortunios reforzaron esa cordial adhesión. La pérdida del Poder temporal marcó
un periodo de la historia cristiana de indudable renovación espiritual en lo tocante a la
vida interna de la Iglesia. Recordemos la definición del Dogma de la Inmaculada
Concepción del 8 de marzo de 1854 --seguida a los cuatro años por las "apariciones de
Lourdes"-- y el Concilio Vaticano I (1869-1870), como dos grandes frutos que nos dan la
medida de su valioso Pontificado: el más largo de la historia del papado, nada menos que
32 años: el más largo de la historia de los Papas.
El Liberalismo apareció ante sus ojos como un movimiento al que tenía que oponerse,
porque perseguía un ideal no cristiano, y en Italia trataba de arrebatar a la Santa Sede los
Estados Pontificios(11). Veinte años --desde 1850 a 1870-- duró la defensa del Poder
temporal de los Papas. Y en 1870 con el estallido de la guerra franco-prusiana provocó la
retirada de Roma de la guarnición francesa y, tras ella, la toma de la ciudad por los
soldados de Victor Manuel II, que hicieron de la Urbe católica la capital de la nueva Italia.
Entretanto, el Papa se recluía como voluntario prisionero en el Vaticano, rechazando la
«Ley de Garantías» que se le ofreció, y se abría una «cuestión romana», que tardó aún
sesenta años en resolverse(12).
La postura de la Iglesia frente a los principios «liberalistas» fue fijada por Pío IX en la
encíclica Quanta cura, del 8 de diciembre de 1864. Esta encíclica llevaba como anexo
el Syllabus, relación de 80 proposiciones en las que se resumían los errores modernos (13);
anatematizaba la absoluta autonomía de la razón, el naturalismo religioso, el
indiferentismo, el materialismo, los ataques contra el matrimonio y la defensa del divorcio,
etc(14).
El Concilio Vaticano I se abrió el 8 de diciembre de 1869. Iba a examinar los graves
problemas que planteaban a la Iglesia las inquietudes doctrinales, políticas y sociales que
agitaban el mundo. La cuestión de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, depositaria de la
verdad, estaba en el centro de las preocupaciones. La atención de los Padres conciliares se
centró, en primer lugar, sobre la cuestión de la infalibilidad, que suscitó vivas discusiones
y controversias en los periódicos e hizo que pasasen a segundo plano los otros temas de
discusión. Pese a su brevedad, impuesta por las circunstancias políticas del momento --
tuvo que interrumpir sus sesiones a causa de la guerra franco-alemana, en julio de 1870, y
de la toma de Roma dos meses más tarde.--, aprobó dos resoluciones de gran importancia:
el dogma de la infalibilidad pontificia --Pastor aeternus-- y la constitución Dei Filius, donde
se abordó el gran tema religioso del siglo XIX: el problema de las relaciones entre la fe y la
razón.
Un año antes del Concilio Vaticano I, el Papa Pío IX confesaba que ya había recibido
personalmente más de quinientas cartas de los Obispos del mundo entero, y de los fieles
de todos los países(15) pidiendo que se reconociese oficialmente a san José como Patrono
de la Iglesia. También durante el periodo conciliar se pedía lo mismo. Entre los que
firmaban el Postulatum, se señalan treinta y ocho cardenales y doscientos dieciocho
patriarcas, primados, arzobispos y obispos de todas las partes del mundo. La última de
estas firmas de Cardenales es la de Joaquín Pecci, el futuro León XIII (16). La forzosa
dispersión de los padres del Concilio no permitió que tomasen una decisión acerca de ello,
pero el Papa Pío IX no quiso dejar esta petición en suspenso. Así es que el 8 de diciembre
de 1870, aniversario de la apertura del Concilio, publicó el decreto «Quemadmodum Deus»,
en el que proclama a san José Patrono de la Iglesia Universal. Recordemos también que el
mismo día en que el Papa hace esta proclamación, los fieles de Roma que habían asistido a
los Oficios, fueron insultados y maltratados a la salida de la iglesia. Por la noche bajo las
ventanas del Vaticano, hubo unos indeseables que gritaron ¡muera el Papa! No pocas
personas creyeron, e incluso anunciaron, que con la caída de los Estados Pontificios se
había acabado la Iglesia.
Para subrayar la importancia de este acontecimiento, Pío IX quiso que la proclamación
se hiciera simultáneamente en las tres grandes Basílicas patriarcales: San Pedro, Santa
María la Mayor y San Juan de Letrán. Escogió expresamente la fiesta de la Inmaculada
Concepción y quiso que el anuncio se hiciera en el transcurso de la celebración de la Santa
Misa. Subrayaba así los lazos que existen, por voluntad de Dios, entre san José y la Virgen
María, entre la Iglesia del cielo y la de la tierra, entre la Eucaristía y la santificación de los
miembros de Cristo.
En su Decreto, el Papa enumera los motivos que lo han llevado a tomar esta decisión.
En primer lugar, la misma elección de Dios, que hizo de José su hombre de confianza, entre
cuyas manos puso lo que Él tenía de más precioso; después, porque es un hecho que la
Iglesia siempre ha honrado a san José con la Virgen María y que, en circunstancias
inquietantes, siempre la Iglesia ha recurrido con éxito a su protección. Una vez más --como
había sucedido en tiempos del Cisma de Occidente y más recientemente con Pío VII-- ante
los innumerables males que agobian actualmente a la Iglesia, el Papa se pone
personalmente, y pone a todos los fieles con él, bajo la protección de san José(17).
En un Breve fechado el 7 de julio de 1871, Inclytum Patriarcham, da a conocer al
mundo entero su decisión; recuerda lo que sus predecesores, y él mismo, han hecho para
promover la devoción de los fieles a san José; hace ver que las persecuciones sufridas por
la Iglesia en los últimos tiempos provocaron un acrecentamiento de confianza en la
protección de san José. El comienzo de este Breve Inclytum Patriarcham es de gran
importancia:
«El ilustre Patriarca, el bienaventurado José, fue escogido por Dios prefiriéndolo a
cualquier otro Santo para que fuera en la tierra el castísimo y verdadero esposo de la
Inmaculada Virgen María, y el padre putativo de Su Hijo único. Con el fin de permitir a José
que cumpliera a la perfección un encargo tan sublime, Dios lo colmó de favores
absolutamente singulares, y los multiplicó abundantemente. Por eso, es justo que la Iglesia
Católica, ahora que José está coronado de gloria y de honor en el cielo, lo rodee de
magníficas manifestaciones de culto, y que lo venere con una íntima y afectuosa devoción».
El Papa pide «que el pueblo cristiano se acostumbre a implorar, con gran piedad y
profunda confianza, a san José al mismo tiempo que a la Virgen María». Esta práctica es de
las más agradables a Nuestra Señora, que disfruta con ello. La devoción a san José está ya
ampliamente extendida, pero el Papa cree que es deber suyo estimular a los cristianos
para que esta devoción «se enraíce profundamente en los usos de la tradición católica,
pues esto es de una extrema importancia». Al declarar a san José Patrono de la Iglesia
universal, Pío IX no hizo más que expresar el sentimiento del pueblo cristiano y, al mismo
tiempo, continuar la enseñanza de sus predecesores. Sus sucesores hicieron otro tanto.
La devoción a san José en el siglo XIX
El pontificado de Pío IX, más allá de los acontecimientos ya descritos, fue una época de
claro florecimiento de la vida interna de la Iglesia. Por una parte, el aumento de las
vocaciones sacerdotales y la renovada observancia disciplinar, manifestada visiblemente
en la vuelta al uso del hábito eclesiástico(18); y, por otra, el crecimiento y propagación
considerable de las antiguas Ordenes religiosas(19); e incluso el nacimiento de nuevas
Congregaciones religiosas, algunas de ellas tan importantes como los salesianos de Dom
Bosco. También entre los simples fieles surgieron igualmente nuevas iniciativas
apostólicas y benéficas(20).
Pues bien, fue en este contexto del siglo XIX espiritualmente muy fecundo, cuando se
extiende la devoción y culto a san José, tanto en personas, como en instituciones por toda
la Iglesia. Al mismo tiempo, se va dibujando un movimiento, como hemos visto, de
peticiones para obtener que el Papa reconozca oficialmente el patronazgo de san José, no
sólo sobre las Iglesias particulares, las comunidades locales, o incluso regiones enteras,
sino sobre la Iglesia universal y sobre el mundo entero. Nadie más adecuado para cumplir
con esta misión unificadora que san José.
Así, por ejemplo, san Leonardo Murialdo (1828-1900), natural de Turín, sacerdote en
1851. Consagrado al apostolado entre las clases trabajadoras, se encarga de la dirección
del colegio de huérfanas obreras en 1856. Funda la Congregación de san José, conocida
como «los Josefinos de Murialdo» en 1863. Beatificado y canonizado por el Papa Pablo VI.
«Resplandece entre los Santos con la luz más viva aquel gran santo que conmemoramos
hoy, el gloriosísimo Esposo de la divina Madre, san José. La gloria a la que en el curso de la
vida mortal fue levantado por Dios es tan sublime, y los ejemplos que dejó de la más
perfecta virtud y santidad son tan luminosos, que el que tiene que elogiarlos no acierta a
pensar qué consideración pueda ser la más provechosa para sus oyentes, aquella que te
arrebata en un santo entusiasmo de admiración, o la que te invita y empuja a la imitación
de sus virtudes, o la que te infunde en el alma una santa confianza de que un santo tan
glorificado por Dios en la tierra, será también de Dios plenamente oído en el cielo»(21).
En la misma hora en la que los embates antirreligiosos azotaban los muros de la Iglesia,
un impulso espiritual notable suscitó en el seno del Anglicanismo una noble aventura
religiosa --el «Movimiento de Oxford»--, que condujo a los mejores espíritus, ansiosos de
autenticidad cristiana, a sus genuinos orígenes, es decir, a las puertas de la Iglesia. Algunos
de estos hombres no avanzaron más; pero otros dieron el paso decisivo y franquearon el
umbral del Catolicismo: H. Newman fue recibido en la Iglesia en 1845, y tanto él como su
compatriota Manning llegaron a ser Cardenales. Uno de estos conversos fue Federico
Guillermo Faber (1814-1843), literato y teólogo, convertido del anglicanismo a la Iglesia
Católica, bajo la influencia del que fue después Cardenal Newman, fundó una comunidad
religiosa integrada en el Oratorio de san Felipe Neri, y fue Superior en Londres desde 1849
hasta su muerte. Su obra Belén o el misterio de la Santa Infancia (Londres 1860). «El niño
de Belén reposa en el seno de su Padre en lo más alto de los cielos: allí es la causa de toda
la creación, a la par que el modelo. No podemos separar su infancia terrestre de sus
principios celestiales, porque sin ellos sería ininteligible». Contiene unos párrafos
sugestivos y profundos que presentan a José como doctor de la Santa Infancia, adorador de
Jesús niño e implantado en la vida trinitaria.
No podemos dejar de citar al jesuita Enrique Ramière (1821-1884), segundo fundador
del Apostolado de la Oración y apóstol ferviente del Corazón de Jesús, que fundó y dirigió
durante muchos años Le Messager du Coeur de Jésus. En esta revista se aprecian, entre
otros rasgos el ambiente de amor a la Iglesia y ferviente devoción a san José, que precedió
al acto de Pío IX por el que lo proclamó Patrono de la Iglesia. Su célebre libro El
Apostolado de la Oración muestra en la figura y tarea de san José, cuál es la esencia del
apostolado más eficaz. «San José es el "Jefe" de la Sagrada Familia: el Papa es el "Jefe" de la
Iglesia. Pues Jesús y María están "subordinados" a José; la Iglesia aparece ya toda entera: la
Iglesia es un gran cuerpo del que Jesús es la cabeza y los fieles los miembros; y todos los
miembros del cuerpo místico de Jesús deben nacer y nacen espiritualmente de María:
"Mater capitis, mater membrorum". Un mismo título, "Jefe de la Iglesia", es pues apropiado
a san José y al Papa, aunque en sentidos diferentes. San José fue, en el verdadero sentido,
jefe de Jesús; el Papa no lo es en absoluto: el Papa no es más que el Jefe visible de los
miembros místicos de Jesucristo. San José no estaba investido de ninguna autoridad
espiritual respecto a Jesús y María. No es como formando el cuerpo de la Iglesia que Jesús
y María estaban subordinados a José, sino más bien como miembro de su familia de
Nazaret. El Papa ejerce, por el contrario, una autoridad espiritual respecto a los miembros
del cuerpo místico de Cristo. La Virgen misma ha reverenciado en la persona del primer
Papa, san Pedro, esta autoridad de Jefe espiritual que Ella no pudo reverenciar en san
José»(22).
La gran mensajera de la infancia espiritual y del amor misericordioso, santa Teresita del
Niño Jesús (1873-1897), con su experiencia interior de riquísimo contenido
contemplativo, profesa una tierna devoción a san José a través de la sencilla poesía
expresiva de la tradición carmelitana heredada de Santa Teresa de Jesús. «Pedí también a
san José que fuera mi custodio. Mi devoción hacia él, desde la infancia, era una misma cosa
con mi amor a la Santísima Virgen. Todos los días rezaba la oración: "¡Oh san José, Padre y
Protector de las Vírgenes...". Parecíame ir muy protegida y a cubierto de todo peligro»(23).
El siglo XIX se caracteriza en Cataluña por una excepcional fecundidad apostólica y
espiritual, que se manifiesta en numerosas fundaciones de institutos y congregaciones
religiosas. Es la época de la que se ha dicho que nunca en Cataluña había habido tantos
santos como entonces(24). En respuesta a un escrito del cisterciense Félix Genover, en que
se discutía la primacía de José en santidad, los Padres Carmelitas Descalzos del convento
barcelonés de san José vindican ya en 1743 la eminencia de su oficio y de su santidad. Un
opúsculo polémico, Joseph vindicado, escrito en pocas semanas, constituye un excelente
resumen y balance de la tarea doctrinal que caracteriza el siglo anterior a su publicación, a
la vez que un testimonio de la expansión y arraigo popular de la corriente espiritual
surgida de santa Teresa de Jesús.
La devoción a san José es característica de muchos de los hombres de aquella
generación. Entre ellos Francisco Javier Butiñá (1834-1900), Fundador de las Siervas de
san José y de las Hijas de san José, destacado por su doctrina, expresada especialmente
en Las Glorias de San José, Barcelona 1893. «A san Rafael, siendo uno de los primeros
príncipes de la corte celestial, designó el Omnipotente para compañero y guía del santo y
joven Tobías en su viaje a la ciudad de Rajés: mas a san José le subió al altísimo cargo y
ministerio de acompañar y defender al Hijo de Dios en sus caminos. San Gabriel tuvo a
honra ser el mensajero de Dios para anunciar a María el incomprensible misterio de la
divina maternidad; mayor fue la de san José levantado a la dignidad incomparable de ser
virginal Consorte y compañero inseparable de la misma divina Madre. Cífrase la más
brillante gloria de san Miguel en ocupar el trono supremo de la milicia celestial, como
príncipe de los coros angélicos; mas le aventaja, y con mucho, san José, pues fue príncipe y
cabeza de la familia de Dios en la tierra, compuesta no de purísimos espíritus, sino de la
misma Reina de todos ellos y del Supremo Gobernador del universo visible e invisible»(25).
También José María Vilaseca, M.S.J. (1831-1910), fundador de los Institutos de
Misioneros Josefinos en México, nació en Igualada, en Cataluña, y estudió en el seminario
de Barcelona. Siguiendo su vocación misionera ingresó en la congregación de PP. Paúles.
Destinado ya en México desplegó una intensa actividad apostólica que fructificó en la
fundación de dos institutos josefinos, y la revista El Propagador de la Devoción a san José,
en 1872, que subsiste todavía en la actualidad. La fecundidad de su apostolado se extendió
a todo el mundo hispanoamericano, por lo que ha de ser considerado como uno de los más
grandes apóstoles de la devoción a san José. «El poder de san José sobrepuja con mucho el
poder de todos los ángeles y de todos los santos juntos, porque él es, a la vez, poderoso en
el corazón de Dios y en el corazón de María»(26).
San Enrique de Ossó y Cervelló (1840-1896), nacido en Vinebre, en la Diócesis de
Tortosa, destaca entre los sacerdotes catalanes del siglo pasado por su espíritu teresiano y
su ferviente devoción josefina. Ha sido canonizado recientemente por Juan Pablo II. Fundó
en 1876 la Compañía de santa Teresa de Jesús (Teresianas). Creador de la Hermandad
josefina en Tortosa, el mismo año de 1876, redactó un devocionario josefino completo que
con el título El devoto josefino publicó en 1890. Enumera siete privilegios de san José: 1º)
Tener a Jesús por Hijo de Dios; 2º) Ser su esposa María, madre de Dios; 3º) Ser obedecido
por Jesús y María; 4º) Haber gozado de los abrazos y caricias del Rey de la Gloria; 5º) Ser
el primer adorador del Hijo de Dios nacido en Belén; 6º) Morir en brazos de Jesús y María;
y 7º) Resucitar con Cristo en cuerpo y alma a la Gloria.
En la espiritualidad y en la acción pastoral del que fue gran Obispo Dr. Joseph Torras i
Bages (1846-1916) ocupa un lugar importante la devoción a san José. Tiene algunos textos
de su predicación como presbítero, que contienen ya expresión de pensamientos capitales,
de decisivo valor teológico. «La vida oculta es muy alabada, pero muy poco seguida. José es
el modelo de la vida oculta»(27). Desde luego, el gran sacerdote poeta Miquel Costa i
Llobera (1854-1922), principal figura del renacimiento literario de Mallorca. Se dedicó
intensamente a la predicación y recorrió los púlpitos de la isla durante muchos años. El
panegírico de san José, en el que el lector descubrirá la presencia de una gran riqueza de
fuentes, y la poesía a modo de «gozos» populares, escrita por su propio autor en
castellano, son un testimonio excelso de la tradición josefina en su tierra de Mallorca. Y
finalmente, publicadas como editorial en la revista barcelonesa Cristiandad, Jaime
Boffil (1910-1965), que fue prestigioso catedrático de Metafísica de la Universidad de
Barcelona, contienen una expresión «contemplativa» del sentido de la fe sobre el Patriarca
san José. «La fe cristiana se nutre de la contemplación. De una contemplación sencilla, que
se detiene donde sea que encuentre ternura, gozo, suavidad espiritual. Por esto las escenas
del nacimiento de Jesús han nutrido secularmente esta contemplación. Y ¿cómo
contemplar el nacimiento sin detenerse en la conversación y compañía de José»(28).
Las magníficas predicciones de Isolano se han realizado cumplidamente en la Edad
Moderna y Contemporánea. La devoción a san José viene a ser una benéfica inundación,
que se extiende por toda la Iglesia, para producir en todas partes abundantísima cosecha
de flores y frutos de virtudes.
León XIII y La primera encíclica pontificia sobre san José
El siglo XIX presenció también una notable transformación de las realidades sociales. El
auge del Capitalismo, la revolución industrial y la creación de los proletariados urbanos
provocaron la aparición de un «problema social», desconocido hasta entonces. Ideologías
de signo anticristiano, como el Marxismo y el Anarquismo(29), propugnaron nuevos
modelos de sociedad e influyeron poderosamente en los movimientos obreros. El
Papa León XIII (1878-1903) propuso un programa cristiano para el nuevo mundo del
trabajo.
Ya el Concilio Vaticano I había reunido abundante documentación acerca de la cuestión
social, con la intención de ocuparse del tema. Pero el brusco final de la Asamblea conciliar
no llegó a tratarlo y fue León XIII quien lo hizo en su encíclica Rerum novarum, el 15 de
mayo de 1891. Rechazaba por principio la dialéctica de la lucha de clases y pedía a
patronos y obreros una armónica colaboración para el desarrollo de la nueva sociedad.
Este pontificado fue el punto de partida del Catolicismo social, dentro del cual se
perfilaron pronto una tendencia corporativista y otra, más politizada, de orientación
democrático-progresista.
León XIII escribió la primera y magistral Encíclica dedicada a san José, Quamquam
pluries, y después publicó el Breve Neminem fugit, por medio del cual pedía a los hogares
cristianos que se consagraran a la Sagrada Familia de Nazaret, «ejemplo perfectísimo de la
Sociedad doméstica, al mismo tiempo que modelo de toda virtud y de toda santidad».
En ella enseña el papel de san José en la Iglesia: «La Sagrada Familia, que san José
gobernó como investido de autoridad paterna, contenía en germen a la Iglesia. La
Santísima Virgen María, al mismo tiempo que Madre de Jesucristo, es también Madre de
todos los cristianos... Asimismo, Jesucristo es como el primogénito de los cristianos, que
son sus hermanos de adopción y de redención. Estas son las razones por las que san José
mismo se da cuenta de que la multitud de los cristianos le ha sido confiada de una manera
muy particular. Esta multitud es la Iglesia, familia inmensa extendida por toda la tierra. Él
tiene sobre ella la autoridad paterna, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesús.
Es lógico que José cubra ahora a la Iglesia con su celestial patronazgo, como en otros
tiempos atendía a las necesidades de la Sagrada Familia». Y para subrayar todavía más su
deseo de ver a los fieles unir a José y a María en sus oraciones, pide que se termine el rezo
del Santo Rosario con la invocación a san José: «Recurrimos a Vos en nuestra tribulación,
bienaventurado José...».
Los 25 años que duró el Pontificado de León XIII, nos introducen ya en el siglo XX. Su
magisterio desarrollado a través de sus grandes encíclicas fue de gran importancia, y un
particular valor tuvo para la renovación del pensamiento cristiano la solemne
restauración de la filosofía tomista. El anciano Papa acabó ganándose el respeto del
mundo entero, pese a que en algún lugar, como Francia, sus esfuerzos conciliadores no
tuvieron una respuesta satisfactoria.
La veneración pontificia por san José en el siglo XX
La presencia activa de los católicos en la vida político-social, tal como impulsó León
XIII, tenía también sus riesgos y en el interior de la Iglesia se incubaba, además, una crisis
doctrinal, que no tardaría en declararse abiertamente. Los primeros años del siglo XX,
hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, se recordarán siempre como un periodo
brillante y feliz de la historia europea, que vino a truncar el estallido de la más inútil y
absurda de la contiendas bélicas. En la vida cristiana, sin embargo, no fue una época fácil y
sin problemas. Pero la gran crisis doctrinal que agitó a la Iglesia, fue la llamada crisis
modernista, ya en el pontificado del último de los papas que ha merecido el honor de los
altares: san Pío X (1903-1914)(30).
Bajo el influjo de causas muy diversas --como las filosofías irreligiosas, el cientifismo
decimonónico y el Protestantismo liberal-- tomó cuerpo en la Iglesia el fenómeno
modernista. El Modernismo, que en el ánimo de algunos habría de reconciliar Catolicismo
y mentalidad moderna y superar así la pretendida quiebra entre la fe y la ciencia, venía en
la práctica a vaciar de contenido sobrenatural la fe católica. San Pío X fue un Papa valiente
que atendió por encima de todo a los «intereses de Dios» y promovió con ardor la piedad
cristiana. Pío X tenía una gran devoción por san José, cuyo nombre le impusieron en el
Bautismo. Él fue quien aprobó las letanías en honor de este Santo y autorizó su inserción
en los libros litúrgicos. En esto, como dice él mismo, está de plena conformidad con sus
predecesores: Pío IX y León XIII. José es una ayuda poderosa y muy útil para la familia y
para la sociedad (1909).
La Primera Guerra Mundial estalló el 28 de julio de 1914. A las tres semanas fallecía san
Pío X (el 20 de agosto). El nuevo Papa Benedicto XV (1914-1922) apenas pudo hacer otra
cosa durante aquellos años que esforzarse inútilmente en intentar la paz entre los bandos
beligerantes. El final llegó en noviembre de 1918, gracias a la victoria de los Aliados sobre
los Imperios centrales. La Santa Sede fue rigurosamente excluida de la mesa donde se
negoció el Tratado de Versalles. Pero este tratado no trajo la paz, sino veinte años de
«entreguerras», una simple tregua entre dos conflictos mundiales. Benedicto XV, en 1917
promulgó el primer Código de Derecho Canónico, --que inició su predecesor Pío X-- y
publicó en 1920, un poco después de la Primera Guerra Mundial, una Encíclica sobre la
paz; más tarde, publicó un Motu proprio invitando a todos los obispos del mundo a
celebrar el cincuentenario del patronazgo de san José animando a los fieles para que
renovasen su devoción al Santo y a la Sagrada Familia. «El desenvolvimiento de la
devoción de los fieles hacia san José, traerá consigo como una consecuencia necesaria, el
culto hacia la Sagrada Familia de Nazaret, de la que fue san José el augusto jefe;
naturalmente, una de estas devociones hace brotar la otra. José nos conduce directamente
a María y por medio de María a la fuente de toda santidad, Jesús, que santificó las virtudes
familiares por su obediencia a José y a María...»(31).
En efecto, un ejemplo de estas orientaciones del Papa se ve en el documento colectivo
de los Obispos de todas las diócesis catalanas. En particular, el Obispo de
Barcelona, Enrique Reig y Casanova, publicaba una Carta Pastoral, que tiene un gran valor
doctrinal, el carácter de un testimonio de la ferviente tradición josefina de Cataluña y en
especial de Barcelona, y un gran interés histórico, por aludir al origen josefino del Templo
de la Sagrada Familia(32), y referirse al movimiento espiritual suscitado por la Madre Petra
de san José, fundadora del Santuario de San José de la Montaña. Recurrir a san José es un
remedio para «la situación difícil en que se encuentra hoy el género humano». Sus
ejemplos y su protección sostendrán en su deber, y preservarán de las falsas doctrinas a
quienes ganan su vida con su trabajo, en todas partes del mundo. El 26 de octubre de 1921,
Benedicto XV extendió a toda la Iglesia la fiesta de la Sagrada Familia.
El periodo de «entreguerras» coincidió prácticamente con el Pontificado de Pío
XI (1922-1939); y fue la edad de oro de la Acción Católica(33) y de claro florecimiento del
Cristianismo y la Iglesia(34). El prestigio de la Santa Sede en el mundo creció de modo
extraordinario y su personalidad internacional se vio robustecida por la firma de
numerosos Concordatos, varios de ellos con los nuevos países nacidos de la última guerra.
Pero el acontecimiento de más envergadura fue la firma de los «Pactos Lateranenses» que
pusieron fin a la «cuestión romana». Así el 11 de febrero de 1929 aparece el Estado de la
Ciudad del Vaticano, mínimo solar territorial indispensable para garantizar la
independencia de la Santa Sede.
Como contrapunto negativo tuvieron lugar sangrientas persecuciones sobre la Iglesia
en distintos países. En Rusia, la implantación del Comunismo produjo un sinfín de
violencias antirreligiosas, que afectaron sobre todo a los cristianos ortodoxos. Pero la
persecución llegó también a países de población católica con una dureza nunca alcanzadas
por el anticlericalismo del siglo pasado. La persecución en México, y sobre todo la
desencadenada en España durante la guerra civil de 1936 a 1939.
Pío XI pronunció sobre san José palabras de excepcional importancia. Este hombre
audaz y valiente no puede ser acusado de ignorancia o de piedad sentimental. El 21 de
abril de 1926, con ocasión de la beatificación de Jeanne-Anthide Thouret y de Andre-
Hubert Fournet, concreta cuáles son los fundamentos del patronazgo de san José, cuya
fiesta caía en ese día:
«Este es un Santo que entra en la vida y se desgasta entero cumpliendo una misión
única de parte de Dios, la misión de conservar la pureza de María, de proteger a nuestro
Señor, y de esconder, por medio de su admirable cooperación, el secreto de la Redención.
La santidad incomparable de san José tiene sus raíces en la grandeza de esta misión, ya
que no fue confiada a ningún otro santo... Es evidente que, en virtud de tan alta misión,
José poseía ya el título de gloria que le corresponde, el de Patrono de la Iglesia universal.
Toda la Iglesia se encontraba ya presente junto a él, en estado de germen fecundo».
Dos años más tarde, el 19 de marzo de 1928 en la fiesta de san José, vuelve sobre el
mismo tema y muestra cómo la misión de san José es más importante que las de san Juan
el Bautista y la de san Pedro. Entre la misión de Juan el Bautista y la de san Pedro está la de
san José. «Misión recogida, silenciosa, casi inadvertida y desconocida, misión llevada a
cabo con humildad y silencio... Allá en donde más profundo es el misterio, en donde más
espesa la noche que lo envuelve y mayor el silencio, es precisamente donde encontramos
la misión más alta y el más brillante cortejo de virtudes requeridas y de méritos que de
ellas derivan. Misión única, altísima, la de conservar la virginidad y la santidad de María, la
de tomar parte en el gran misterio escondido a los ojos de los siglos y cooperar así en la
Encarnación y en la Redención».
Esta misión única de José en la tierra se traduce en el cielo por un gran poder de
intercesión. Pío XI declara el 19 de marzo de 1935: «José es quien lo puede todo cerca del
divino Redentor y cerca de su divina Madre, de una manera y con una autoridad que
superan las de un simple depositario». Y tres años más tarde en la misma fecha: «La
intercesión de María es la de la madre, no vemos qué es lo que su divino Hijo podría
negarle a tal madre. La intercesión de José es la del esposo, la del padre putativo, la del jefe
de familia, no puede dejar de ser todopoderosa, pues nada pueden negarle Jesús y María a
José que les consagró toda su vida y a quien realmente debieron los medios de su
existencia terrestre».
Ante la tangible amenaza de los totalitarismos ateos o paganos y para hacer realidad su
divisa: «La paz de Cristo en el reino de Cristo», Pío XI cuenta especialmente con la
intervención de san José. En su célebre Encíclica Divini Redemptoris, contra el comunismo,
en 1937(35), donde fijaba con claridad la actitud de la Iglesia, declara: «Ponemos la gran
acción de la Iglesia católica contra el comunismo ateo mundial bajo la égida del poderoso
protector de la Iglesia, san José. Él pertenece a la clase obrera y él experimentó el peso de
la pobreza en sí y en la Sagrada Familia, de la que era jefe solícito y amante; a él le fue
confiado el divino niño, cuando Herodes envió sus sicarios contra él. Con una vida de
absoluta fidelidad en el cumplimiento del deber cotidiano, ha dejado un ejemplo de vida a
todos los que tienen que ganar el pan con el trabajo de sus manos. Y mereció ser llamado
el justo, ejemplo viviente de la justicia cristiana que debe dominar en la vida social».
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) superó ampliamente a la Primera en duración
y magnitud. Millones de personas perdieron la vida en los frentes de batalla y en los
campos de concentración. El sucesor de Pío XI fue Pío XII (1939-1958) que dio un paso
grande en la universalidad real de la Iglesia cuando en 1946 realizó su primera promoción
cardenalicia(36). Ejercitó un infatigable magisterio, tratando en sus alocuciones múltiples
aspectos de la vida y moral cristianas, en las nuevas circunstancias del mundo(37). Quiso
cristianizar la "fiesta del trabajo del 1 de mayo" instituyendo la fiesta de san José Artesano.
Una y otra vez señalaba a san José como el protector con mejor título de todas las clases de
la sociedad y de todas las profesiones. Habló de este Santo a los obreros, a los matrimonios
jóvenes, a los cristianos militantes, a los estudiantes y a los niños. Para él, el patronazgo de
san José no es una hermosa fórmula teológica, o una piadosa apelación, sino una verdad
fundamental. José, igual que María, está íntimamente unido a la doctrina del cuerpo
místico de Cristo que es la Iglesia del cielo y de la tierra.
El Concilio Vaticano II y san José
Juan XXIII (1958-1963) sucede a Pío XII. Cuando fue elegido Papa, sintió no poder
tomar el nombre de José, a causa de la costumbre, pero no obstante, escogió el 19 de
marzo como fecha de su fiesta personal. Pese a su brevedad tuvo gran impacto en la
Iglesia. A los tres meses de su elección, el 25 de enero de 1959, reveló su intención de
convocar un concilio ecuménico y así en la Bula Humanae salutis lo convocó el 25 de
diciembre de 1961 para «promover el incremento de la fe católica y una saludable
renovación de las costumbres del pueblo cristiano, y adaptar la disciplina eclesiástica a la
condiciones de nuestro tiempo».
Juan XXIII, dio múltiples testimonios de su devoción a san José. Confesaba: «Amo
mucho a san José, hasta tal punto que no sé empezar mi jornada, ni terminarla, sin que mi
primera palabra y mi último pensamiento se dirijan a él». Siendo Nuncio en París visitó la
casa madre de las Hermanitas de los Pobres en La Tour Saint-Joseph. En esta ocasión
contó que quiso recibir la consagración episcopal en la fiesta de san José «porque es el
Patrono de los diplomáticos». Explicó: «Como san José, los diplomáticos pueden al mismo
tiempo presentar a Jesús y esconderlo. Como san José, deben saber callar, medir sus
palabras, saber emplearse sin mirar la dignidad del servicio... y sobre todo paladear dulce
y tragar amargo..., obedecer aun cuando no se comprenda, como san José cuando partió
con su borriquillo».
Cuando fue Papa, dio las mismas consignas a todos los cristianos: Emplearse igual en
tareas humildes que en misiones importantes, sin calibrar la dignidad de lo que se hace.
José, esposo de María, no fue más que un artesano que ganaba su pan con su trabajo. Lo
que cuenta delante de Dios es la fidelidad. El 19 de marzo de 1959, celebrando la Misa para
un grupo de trabajadores de la ciudad de Roma, les decía: «Todos los santos glorificados
merecen un honor y un respeto particulares, pero es evidente que san José posee, con
justo título, un lugar muy particular, más suave, más íntimo, más penetrante en nuestro
corazón».
El 1 de mayo de 1960, Juan XXIII dirige un radio-mensaje sobre san José a todos los que
trabajan y a todos los que sufren. Comienza así: «Es natural que nuestro pensamiento se
dirija a cada una de las regiones y ciudades en que se desenvuelve la vida de todos los días:
los hogares, las escuelas, las oficinas, los mercados, las fábricas, los despachos, los
laboratorios, a todos los lugares santificados por el trabajo intelectual o manual, en las
varias y nobles formas que reviste según la fuerza y capacidad de cada uno... Con la ayuda
de san José, cada familia cristiana dedicada al trabajo puede reflejar fielmente el ejemplo y
la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret... El trabajo es, en verdad, una alta misión: es
para el hombre como una colaboración inteligente y efectiva con Dios Creador, del cual ha
recibido los bienes de la tierra para cultivarlos y hacerlos prosperar».
La gran iniciativa de Juan XXIII fue convocar el Concilio Vaticano II. En las Letras
Apostólicas de 19 de marzo de 1961, explica por qué quiere este Concilio tan importante,
que ha colocado bajo la protección especial de san José. Comienza por recordar lo que sus
predecesores hicieron por la gloria de san José, a continuación explica que el Concilio es
para todo el pueblo cristiano, que debe beneficiarse de él por una corriente de gracia, para
una vitalidad mayor. Añade que no se puede encontrar mejor protector que san José para
obtener la ayuda del cielo en la preparación y el desarrollo de este Concilio, que debe
señalar toda una época.
Otra iniciativa importante de Juan XXIII fue introducir en 1962 el nombre de san José
en el Canon de la Santa Misa, inmediatamente detrás de la Virgen María. Pío IX no se
decidió a hacerlo. Las peticiones que habían sido formuladas en el Concilio Vaticano I,
volvieron a formularse en número muy grande en el Concilio Vaticano II(38). Los Padres del
Concilio no tenían nada que deliberar acerca de esto, puesto que se refería a un rito
litúrgico entre tantos otros(39).
No obstante, el Concilio hizo suya esta decisión de Juan XXIII incorporando el texto
del Communicantes, en el que se encuentra el nombre de san José, en la Constitución
dogmática Lumen gentium. Esta Constitución habla del misterio de la Iglesia, cuerpo
místico de Cristo. El capítulo séptimo concierne especialmente a la unión muy íntima que
liga a los miembros de la Iglesia que caminan todavía en la tierra con aquellos que ya
gozan de la vida de plenitud en el cielo. Esta presencia invisible de nuestros amigos los
santos se actualiza cuando nos reunimos para orar, y muy particularmente en la
celebración de la Santa Misa. El texto es digno de meditación, pues afirma que san José
merece un lugar escogido:
«Nuestra unión con la Iglesia celestial se realiza de manera nobilísima especialmente en
la sagrada liturgia, en la que la fuerza del Espíritu Santo se ejerce sobre nosotros a través
de los signos sacramentales, celebrando juntos la alabanza de la majestad divina con
alegría común..., celebrando el Sacrificio Eucarístico es como nos sumamos mejor al culto
de la Iglesia celestial, unidos en una misma comunión y venerando la memoria, en primer
lugar, de la gloriosa siempre Virgen María y de san José, de los bienaventurados Apóstoles
y mártires y de todos los Santos»(40).
La apertura solemne fue el 11 de octubre de 1962, pero el buen Papa Juan tan sólo vivió
el primer periodo de sesiones. Le sucedió Pablo VI (1963-1978), que gobernó la Iglesia
durante las tres etapas ulteriores del Concilio, celebradas en los tres años siguientes, hasta
la clausura, el 8 de diciembre de 1965. El desarrollo económico producido tras el periodo
de la posguerra hizo surgir en los países más ricos una nueva «sociedad del bienestar»,
que ha demostrado tener una sorprendente capacidad de disolución del espíritu cristiano.
El vértigo del consumismo ha difundido entre gentes de todos los niveles una oleada de
materialismo práctico, una afán hedonista de gozar si medida de las cosas terrenas, con
olvido de las realidades eternas. En suma, una visión naturalista de la vida humana,
reducida al plano de la pura temporalidad(41).
El Concilio Vaticano II trazó un importante programa de renovación cristiana, capaz de
reportar grandes bienes a la Iglesia(42). Pero en torno a la época de su celebración afloró a
la superficie una profunda crisis en la vida eclesial, traducida en un sinfín de abusos
cometidos en nombre de un pretendido «espíritu conciliar». En la sociedad eclesiástica se
produjo entonces una violenta explosión «neomodernista» de extensión y alcance
universales(43). Pablo VI habla con frecuencia de san José. Se detiene menos en subrayar
sus prerrogativas que en recordar su misión en la Iglesia de hoy. Así en el Ángelus del 19
de marzo de 1970 decía: «la misión de José al lado de Jesús y de María fue una misión de
protección, de defensa, de salvaguardia y de subsistencia... La Iglesia tiene necesidad de
ser defendida, tiene necesidad de ser custodiada, en la escuela de Nazaret, pobre y
laboriosa, pero viva, consciente y disponible para su vocación mesiánica. Esta necesidad
de protección, hoy, es grande para poder mantenernos indemnes y para actuar en el
mundo..., la misión de san José es la nuestra: custodiar a Cristo, hacerle presente, en
nosotros y alrededor de nosotros».
Y tres años más repetía en una homilía: «José es el protector de Cristo cuando entra en
este mundo, el protector de la Virgen María, de la Sagrada Familia, el protector de la
Iglesia, el protector de quienes trabajan. Todos podemos decir: Nuestro protector».
La devoción a san José en el siglo XX
En nuestro siglo XX, desde el Oriente al Occidente, allí donde resuena el nombre del
Salvador, resuena también con gloria y alabanza, el nombre del que tan perfectamente
hizo con Él las veces de "padre". Por todas partes templos, imágenes, altares dedicados en
honor de san José. Por todo el mundo cofradías y congregaciones, para implorar su favor
durante la vida y en el trance de la muerte. Por doquier muchedumbres, cada vez más
numerosas, que respondiendo a los deseos de la Iglesia, acuden a san José, para
obsequiarle y pedir su protección, con fervientes cultos, en novenas, visitas semanales,
siete domingos y aun meses enteros.
El documento colectivo de los Obispos del Canadá, del 26-XI-1955, lo escogemos como
una muestra eminente de la enseñanza universal del Episcopado católico sobre el glorioso
Patriarca. Por ser Canadá el primer país del mundo --año 1624-- puesto bajo el Patrocinio
de san José, y por el hecho de la existencia en él del Oratoire de Saint Joseph, de tan
providencial significado en nuestra época.
Se puede afirmar, sin embargo, que la devoción tradicional a san José permanece viva
hasta el Concilio Vaticano II, en que para ella, lo mismo que para el culto de María,
comienza un período de crisis. En la etapa posconciliar, concretamente en 1975 escribe H.
Holstein en un fascículo de los Cahiers marials dedicado a san José, un artículo titulado
«¿Una devoción desacelerada?»(44). El autor observa ante todo que «la devoción a san José
experimenta actualmente un declive del que no es preciso aducir pruebas: relegación de
las estatuas al fondo de las sacristías o de los graneros polvorientos, desuso de los meses
de san José, escasez de predicaciones y novenas». Respecto a las múltiples causas de este
desinterés o alergia respecto a san José, H. Holstein descubre la principal en la «reacción,
espontánea más que refleja, contra el fervor experimentado en el siglo XIX hacia el padre
nutricio de Jesús».
Frente a una presentación de José que acentúa su autoridad en la familia y
su poder para defender a la Iglesia y a la sociedad de los peligros del mundo moderno, está
justificada la reacción de disgusto y hasta de rechazo. Sí --insiste H. Holstein-- porque se
trata de un triple rechazo: «Rechazo de un espléndido aislamiento de san José, admirado e
invocado en su poder de padre de familia, sin referencia primordial al misterio de la
Encarnación; rechazo de la sociología familiar y del respeto al orden establecido, que se
funda en la obediencia impuesta por el orden providencial...; rechazo del clima de asedio
de una Iglesia que, lejos de buscar una irradiación, se ve reducida a implorar
un defensor contra incesantes ataques y peligros inminentes...».
Sin forzar las deficiencias del pasado ni renegar de sus valores, se impone no obstante
una renovación de la teología y del culto de san José siguiendo las huellas de cuanto han
propuesto sobre María el Concilio Vaticano II y la Marialis cultus de Pablo VI. El cristiano
en nuestros días no tiene una especial devoción al Santo Patriarca. Para contrarrestar los
peligros de la sociedad moderna, ha querido la Iglesia nuestra Madre ofrecernos en la
devoción a nuestro Santo un auxilio y un modelo perfectísimo. Auxilio y modelo para la
pureza, en medio del mundo corrompido; auxilio y modelo para la vida de oración, en
medio del mundo disipado como nunca; auxilio para el trabajo encaminado al servicio de
Dios; auxilio para el amor y abnegación en obsequio al Verbo humanado y a su santísima
Madre, auxilio para una santa vida, y para una santa muerte. He aquí por qué la Iglesia nos
encamina en estos tiempos, y con tanto anhelo, al Santo Patriarca.
Ya escribía sobre san José el entonces Obispo auxiliar de Cracovia, Karol Wojtyla, el 20
de marzo de 1960 en el semanario Tygodnik Powszechny: «Desde el siglo XIX predomina
en la Iglesia, tanto en su Magisterio como en su liturgia, otro modo de interpretar a san
José. No se acentúa tanto el rasgo contemplativo, sino más bien su papel social»(45). «San
José, que fue durante su vida en la tierra el tutor del Cristo histórico, tiene que ser ahora
necesariamente el tutor del Cristo místico, esto es, de la santa Iglesia»(46).
Vemos, pues, que la Iglesia está renovando constantemente la lectura de este personaje
y que no cesa de hallar en él nuevas riquezas no conocidas, mejor, no reveladas desde el
principio, pues la historia de la humanidad ayuda también a esta comprensión. La
personalidad de san José nos permite acercarnos a los más profundos valores humanos. Si
en siglos pasados el Santo Patriarca era puesto como modelo de las almas contemplativas,
actualmente hemos de verlo modelo del hombre contemporáneo, más social y más como
tutor o padre.
El futuro Papa reflexiona sobre el problema del hombre. Siendo san José uno de los
muchos hombres que aparecen en el Evangelio, todos ellos están relacionados con Cristo,
el Señor. Entre los que están de parte de Jesús destacan los Apóstoles y Juan el Bautista.
San José cierra el cuadro. En efecto, «la personalidad de san José tiene un peso específico
muy considerable en el Evangelio, y el tipo de hombre que configura su persona, en sí, nos
señala, no solamente la disposición natural de las fuerzas y relaciones dominantes en el
Reino de Dios en la tierra, en la Iglesia. La Iglesia, en su configuración externa, es la
organización, la sociedad transparentemente organizada; pero en su interior es la familia
de Dios, gracias a su comunidad de fines y a su vida sobrenatural. Por lo mismo toda su
actividad externa, socialmente organizada por el hombre dentro de la Iglesia, debe estar
impregnada del espíritu de paternidad o tutela. En caso contrario, esa actividad, a pesar
del posible esplendor externo, se realizaría dentro de un vacío interior. Ateniéndonos,
pues, al problema del hombre en su totalidad y en el Evangelio, deberíamos pensar
igualmente en cierta paternidad de los Apóstoles y en cierto apostolado en san José. En
consecuencia puede decirse que, en la Iglesia se es apóstol, cuando se es a la vez tutor y
padre. Solamente entonces se cumple en pleno sentido de la palabra la misión del Reino de
Dios en la tierra».
La devoción a san José en el Beato Josemaría Escrivá
Es indudable que la persona de san José, su vocación y misión, meditada a la luz del
amplio contexto evangélico, puede conducirnos ciertamente a una confrontación con la
vida actual. Quien lo ha conseguido de modo admirable en el siglo XX es el Beato Josemaría
Escrivá de Balaguer (1902-1975), Fundador del Opus Dei, pionero --desde 1928-- en la
difusión de la llamada universal a la santidad en nuestros días, mensaje nuclear del
Concilio Vaticano II. El lector encontrará en su homilía En el taller de José(47), un rico
pensamiento teológico entroncado con las fuentes más tradicionales, y en especial sintonía
con Santa Teresa de Jesús. Y a su vez, sus enseñanzas sobre san José --y su devoción
personal--, tanto por escrito como recogidas de viva voz, componen toda una teología
espiritual --sobre fundamentos sólidamente dogmáticos--, de base firme para la devoción
relevante que en la Prelatura Opus Dei se tiene a san José.
En una primera lectura de En el taller de José se ve claramente que se propone al Santo
Patriarca como modelo acabado para los cristianos que viven en el mundo. «Ningún
hombre es despreciado por Dios. Todos, siguiendo cada uno su propia vocación --en su
hogar, en su profesión u oficio, en el cumplimiento de las obligaciones que le corresponden
por su estado, en sus deberes de ciudadano, en el ejercicio de sus derechos-- estamos
llamados a participar del reino de los cielos. Eso nos enseña la vida de san José: sencilla,
normal y ordinaria, hecha de años de trabajo siempre igual, de días humanamente
monótonos, que se suceden los unos a los otros. Lo he pensado muchas veces, al meditar
sobre la figura de san José, y ésta es una de las razones que hace que sienta por él una
devoción especial»(48).
Los que le conocían sabían de sobra hasta qué hondura llegaban las raíces de esa
devoción, realmente especial, que el Beato Josemaría manifestaba haber tenido "desde el
principio". Cuenta el mismo Fundador del Opus Dei en la homilía que hemos citado:
«Cuando en su discurso de clausura de la primera sesión del Concilio Vaticano II, el pasado
8 de diciembre, el Santo Padre Juan XXIII anunció que en el canon de la Misa se haría
mención del nombre de san José, una altísima personalidad eclesiástica me llamó en
seguida por teléfono para decirme: Rallegramenti! ¡Felicidades!: al escuchar ese anuncio
pensé en seguida en usted, en la alegría que le habría producido. Y así era: porque en la
asamblea conciliar, que representa a la Iglesia entera reunida en el Espíritu Santo, se
proclama el inmenso valor sobrenatural de la vida de san José, el valor de una vida sencilla
de trabajo cara a Dios, en total cumplimiento de la divina voluntad(49). Esa era la razón
fundamental de aquella alegría que le produjo el gesto de Juan XXIII. Es conocido que, en la
lista de firmantes en la petición presentada con tal motivo al Santo Padre, figuraba la del
Beato Josemaría Escrivá de Balaguer(50).
Quienes lo trataban conocían su devoción a san José y lo proclamaba con gratitud y
orgullo filial: «Yo le llamo mi Padre y Señor y, además, no me da vergüenza decir que lo
quiero mucho»(51). «San José --decía en otra ocasión--, que no te puedo separar de Jesús y
de María; san José, por el que he tenido siempre devoción, pero comprendo que debo
amarte cada día más y proclamarlo a los cuatro vientos, porque éste es el modo de
manifestar el amor entre los hombres, diciendo: ¡te quiero!, San José, Padre y Señor
nuestro: ¡en cuántos sitios te habrán repetido ya a estas horas, invocándote, esta misma
frase, estas mismas palabras! San José, nuestro Padre y Señor, intercede por nosotros »(52).
Este amor al Santo Patriarca se desarrolló con ímpetu creciente(53) en los últimos años de
su vida en la tierra, y con singular intensidad desde la gran catequesis que hizo por
América. Ciertamente había sido una constante este cariño, esta devoción especial hacia
san José, maestro de vida interior protector de la Iglesia universal y patrono del Opus Dei.
Como vivencia personal apoyada en sólidas bases doctrinales, se explica que la
devoción a san José tenga un lugar notablemente destacado en la espiritualidad del Opus
Dei: en la celebración de su fiesta de marzo y en la tradicional costumbre de los Siete
Domingos; en la veneración de sus imágenes; en el recurso constante a «San José, nuestro
Padre y Señor» a la hora del trato con Dios en la oración; en la inseparabilidad de los tres
nombres --Jesús, María y José--, redescubrimiento, en línea con la más entrañable
devoción popular, del puesto protagonista que ocupa en la Historia de la Salvación la
Sagrada Familia, la trinidad de la tierra, como gustaba de repetir el Beato Josemaría
Escrivá de Balaguer(54).

A modo de conclusión: Juan Pablo II y la "Redemptoris Custos"


Tras la muerte de Pablo VI, vino el fugaz pero luminoso pontificado de Juan Pablo I (26-
VIII al 29-IX de 1978); y el 16 de octubre de 1978, el cardenal Karol Wojtila, arzobipo de
Cracovia, fue elegido Papa y tomó el nombre de Juan Pablo II. La nueva elección pontificia
constituyó un acontecimiento de gran trascendencia: por primera vez en cuatro siglos y
medio un no italiano ocupaba la Cátedra de Pedro.
En una Audiencia general del 19 de marzo de 1980, Juan Pablo II, con gran riqueza de
ideas tradicionales, comentando algunos pasajes evangélicos de la vida de Infancia,
profundiza en la paternidad de san José y en su continuidad en la familia de Dios, que es la
Iglesia: «José, al que conocemos por el Evangelio, es hombre de acción. Es hombre de
trabajo. El Evangelio no ha conservado ninguna apalabra suya. En cambio, ha descrito sus
acciones; acciones sencillas, cotidianas, que tienen a la vez el significado límpido para la
realización de la promesa divina en la historia del hombre; obras llenas de profundidad
espiritual y de la sencillez madura. Así es la actividad de José, así son sus obras, antes de
que le fuese revelado el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, que el Espíritu Santo
había obrado en su Esposa (...) El Hijo de Dios, el verbo encarnado, durante los treinta
años de la vida terrena permaneció oculto: se ocultó a la sombra de José. Al mismo tiempo
María y José permanecieron "escondidos en Cristo", en su misterio y en su misión»
Y más adelante añade: «Eran necesarias almas profundas --como santa Teresa de Jesús-
- y los ojos penetrantes de "la contemplación", para que pudiesen ser revelados los
espléndidos rasgos de José de Nazaret: aquel de quien el Padre celestial quiso hacer, en la
tierra, el hombre de su confianza. Sin embargo, la Iglesia ha sido siempre consciente, y lo
es hoy especialmente, de cuán fundamental ha sido la vocación de este hombre: del esposo
de María, de Aquél que, ante los hombres, pasaba por el padre de Jesús y que fue, según el
espíritu, una "encarnación" perfecta de la paternidad en la familia humana y al mismo
tiempo sagrada».
El domingo día 23 de mayo de 1982, Juan Pablo II beatificó a cinco siervos de Dios, y
entre ellos a Frère André (1845-1837), canadiense, Hermano de la Congregación de la
Santa Cruz, que ha sido un apóstol escogido por Dios en nuestro siglo para la difusión del
culto y confianza hacia san José, fundador del Oratoire de Saint Joseph, al que acuden
anualmente millones de peregrinos y por el que Montreal se ha convertido en «la capital
mundial del culto a san José». Dice el Papa en la homilía de la Beatificación que el hermano
Andrés se sintió muy próximo a la vida de san José «trabajador pobre y aislado, tan
cercano al Salvador», Santo a quien Canadá, y especialmente la Congregación de la Santa
Cruz, ha honrado siempre mucho. El hermano Andrés tuvo que soportar incomprensiones
y burlas por el éxito de su apostolado, pero siguió siendo siempre sencillo y jovial, porque
«acudió a san José y ante el Santísimo Sacramento, practicaba él largamente y con fervor
en nombre de los enfermos, la oración que les enseñaba».
Además, Juan Pablo II, con motivo del centenario de la encíclica de León
XIII, Quamquam pluries --que ya comentamos--, publica la Exhortación
apostólica Redemptoris Custos, el 15-VIII-1989, para preparar a la Iglesia bajo la
protección del santo Patriarca en su entrada en el Tercer Milenio. Es ya el último
comentario sobre José de Nazaret del Magisterio pontificio. El Romano Pontífice actual nos
resume, por una parte, la reciente historia del magisterio pontificio sobre el patronazgo de
san José para la Iglesia universal(55), y, por otra, recuerda así que en tiempos difíciles para
la Iglesia, Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo
declaró «patrono de la Iglesia Católica»(56). El pontífice sabía que no se trataba de un gesto
peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, «la
Iglesia, después de la virgen santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de
alabanzas al bienaventurado José y a él recurrió sin cesar en las angustias»(57).
En nuestros días, el recién fallecido P. Francisco de Paula(58) escribe una introducción a
la lectura de la Exhortación apostólica Redemptoris Custos de Juan Pablo II, en estos
términos: «Nuestro Papa actual Juan Pablo II, al verse envuelto en tan graves
acontecimientos mundiales, ha vuelto los ojos a san José. La "Redemptoris Custos", que
forma una trilogía con la Redemptor Hominis y la Redemptoris Mater es una llamada a san
José para que "bendiga a la Iglesia", el Santo personalmente. El Santo Padre, cede el lugar
que ocupa de "representante", a san José que es el "verdadero Padre", en el sentido en que
el Padre Eterno, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, le concedió la
potestad paterna sobre Cristo y su Obra. La exhortación apostólica de Juan Pablo II, se
firmó también el 15 de agosto. (...) Que san José proteja a la Iglesia, la bendiga y con ella de
modo particular al Papa Juan Pablo II, que tan providencialmente nos ha dado Dios y la
Virgen, en estos momentos cruciales en la historia de la humanidad y que se ha puesto al
servicio y bajo la protección de toda la Sagrada Familia»(59).
En efecto, hace cien años el papa León XIII exhortaba al mundo católico a orar para
obtener la protección de san José, patrono de toda la Iglesia. La carta encíclica Quamquam
pluries se refería a aquel «amor paterno» que José «profesaba al niño Jesús»; a él, «próvido
custodio de la sagrada familia», recomendaba la «heredad que Jesucristo conquistó con su
sangre». Desde entonces la Iglesia --como he recordado al comienzo de esta sección--
implora la protección de san José en virtud de "aquel sagrado vínculo que lo une a la
inmaculada Virgen María", y le encomienda todas sus preocupaciones y los peligros que
amenazan a la familia humana. Aún hoy tenemos muchos motivos para orar con las
mismas palabras de León XIII: "Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de
errores y vicios... Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las
tinieblas...; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús,
así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda
adversidad"(60). Y termina glosando Juan Pablo II: «Aún hoy existen suficientes motivos
para encomendar a todos los hombres a san José»(61). Que así sea.

Notas
1. Dos Papas fueron prisioneros de los gobiernos revolucionarios. Napoleón,
restaurador de la Iglesia en Francia, asumió también la herencia del Galicanismo. La
Restauración pretendió un retorno al Antiguo Régimen. Muchos católicos, impresionados
por la experiencia sufrida, propugnaron una «alianza entre el Trono y el Altar».
2. Cfr José Orlandis, Historia Breve del Cristianismo, Rialp, 5ª ed., Madrid 1997, pp. 155-
159.
3. La Asamblea exigió a los sacerdotes juramento de fidelidad a la Constitución política,
dentro de la cual estaba la mencionada «Constitución civil». El Papa Pío VI prohibió el
juramento y excomulgó a los sacerdotes que lo prestaran (12-III-1791). Un cisma se abrió
entre los sacerdotes «juramentados» y los «no juramentados», que se convirtieron
legalmente en individuos bajo sospecha. La Asamblea Legislativa, que sucedió a la
Constituyente, decretó el 27 de mayo de 1792 la deportación de los sacerdotes «no
juramentados»; en septiembre, la Convención sustituyó a la Asamblea Legislativa y
comenzaron las matanzas de sacerdotes.
4. Los años siguientes registraron alternativas de distensión y renovada persecución
religiosa. Esta se recrudeció bajo el Directorio Jacobino (1797-1799), cuando los franceses
ocuparon Roma y se proclamó la República Romana. El Papa Pío VI, anciano y enfermo, fue
deportado a Siena, Florencia y, finalmente, a Francia.
5. El Concordato tuvo, sin duda, consecuencias favorables para la Iglesia: permitió una
restauración de la vida cristiana en Francia, favorecida por la renovación del sentimiento
religioso, propia del primer Romanticismo, reacción apasionada contra el seco
racionalismo de la Ilustración. El «Genio del Cristianismo» de Chateaubriand (1802),
refleja fielmente un tal estado del espíritu. El Concordato hizo también posible la apertura
de seminarios sostenidos por el Estado y la consiguiente formación de un nuevo clero; el
criterio de Napoleón fue en cambio muy restrictivo con respecto a la Ordenes religiosas.
Hay que advertir, por otra parte, que durante la época napoleónica tomó cuerpo en
Francia un partido o un grupo de opinión claramente opuesto al Cristianismo y a la Iglesia,
integrado por gentes de diversa extracción: propietarios de antiguos bienes eclesiásticos,
funcionarios públicos, militares profesionales, intelectuales del Instituto de Francia y
obreros del incipiente proletariado urbano. Estos sectores de opinión de signo
anticristiano integraron una poderosa fuerza que se enfrentaría con la Iglesia a lo largo de
todo el siglo XIX.
6. Por decisión unilateral y sin consultar a la Santa Sede, Napoleón promulgó, junto al
texto del Concordato, los «Setenta y siete Artículos orgánicos», que recogían el espíritu --y
en ocasiones la letra-- de los viejos «Artículos» galicanos, impuestos por Luis XIV en 1682.
7. Muchos fueron los vejámenes que el Pontífice, en Savona, y después en el castillo de
Fontainebleau, tuvo que sufrir en los tres años de destierro. Baste decir que Napoleón era
quien gobernaba la Iglesia; que llegó a exigir se le entregase el Anillo del Pescador con que
el Papa sellaba sus Breves, y el Papa le rompió antes de entregarle.
8. Muy distinta fue la reacción de sus principales colaboradores, que se mantuvieron
fieles a la Iglesia: Lacordaire fue el restaurador de la Orden dominicana en Francia; otros
como Montalembert y Falloux, profesaron un liberalismo mitigado y defendieron con
ahinco la libertad de enseñanza.
9. Los liberales aplaudieron los reiterados alzamientos de la católica Polonia contra la
opresión de la Rusia de los Zares. La Revolución de 1830 dio pie a una alianza entre
católicos y liberales belgas, que lograron sustraer a Bélgica del dominio calvinista de la
Monarquía holandesa y dotaron al nuevo reino de una Constitución liberal. El pueblo
irlandés obtuvo su emancipación de la Corona británica bajo O'Connel. También en la
Península itálica, enfebrecida por el «Risorgimento», su camino hacia la unidad nacional
pasaba por la desaparición de los Estados Pontificios y la conversión de la Roma papal en
la capital del Reino de los Saboya.
10. Todas estas doctrinas sirvieron de base a una ofensiva generalizada contra el
Cristianismo en el terreno de la ciencia y en particular de las Ciencias Naturales. Pero
también el propio ámbito de las ciencias sagradas se transformó en palestra de lucha
anticristiana. La crítica de la historicidad de la Sagrada Escritura o su vaciamiento de
contenido sobrenatural llevaron a Straus hasta la negación de la existencia de Cristo y
movieron a E. Renan a escribir una célebre «Vida de Jesús», de un Jesús que ya no sería
Dios, aunque fuera el más noble de los hijos de los hombres.
11. Es posible que muchos en nuestros días no terminen de comprender el empeño
puesto por el Papa en la defensa del poder temporal. Pero la historia se falsea cuando no
se acierta a contemplar los hechos desde el punto de vista de sus protagonistas. Pío IX
defendió sus derechos hasta el final porque estos derechos eran para él un precioso legado
que había recibido de sus antecesores en el Pontificado. Y, con mayor razón aún, porque
aquellos Estados, con más de mil años de existencia, se consideraban entonces como
condición indispensable para garantizar la independencia de los Papas en el gobierno de la
Iglesia universal.
12. A todo esto habría que añadir la pérdida de los cantones suizos en favor de los
protestantes en la guerra del «Sonderbund» (1847) y la violencia anticlerical y los ataques
del «Kulturkampf» de Bismark contra los católicos alemanes en los últimos años de Pío IX.
13. El documento no encerraba novedades sustanciales, ya que todos los errores habían
sido denunciados previamente en anteriores textos del Magisterio. Lo novedoso era ahora
la forma y el acento más rotundo que parecían tener aquellas propuestas extraídas de sus
anteriores contextos y puestas una tras otra, a manera de impresionante silabario.
14. La última proposición en la que se rechazaba el pretendido deber del Romano
Pontífice de reconciliarse con el progreso y la «civilización moderna», hizo rasgarse las
vestiduras a los críticos liberales y enardeció el entusiasmo de los católicos tradicionales.
15. Una de estas cartas le había emocionado particularmente, la del Padre Lataste,
dominico, fundador de las dominicas de Betania, que había ofrecido su vida para que san
José fuese proclamado Patrono de la Iglesia y para que su nombre fuese incluido en el
Canon de la Santa Misa.
16. Cuando fue Papa, publicó el 15 de agosto de 1889 la Encíclica Quamquam
pluries sobre el verdadero lugar de san José en la Iglesia y sobre las razones que tenemos
para invocarle.
17. Por parte de Pío IX, éste es un gesto, una señal intrépida, un verdadero gesto
profético. No hay más que pensar en las circunstancias trágicas en que se encontraba,
todos sus Estados acababan de serle arrebatados; algunas semanas antes las tropas
piamontesas se habían apoderado de Roma. El Papa estaba prisionero en su palacio del
Vaticano. Permanecía preso allí voluntariamente con el fin de salvaguardar su libertad y la
de la Iglesia. El nuevo rey de Italia le ofreció su policía y sus tropas para protegerle,
muchas naciones le invitaron como huésped para que se instalara donde mejor quisiera.
Pío IX rechazó todas estas propuestas, con el fin de no depender de ningún gobierno
protector, y sobre todo para mantener en Roma el centro de la Iglesia.
18. Entre este clero secular, el Cura de Ars, san Juan Maria Vianney, es un ejemplo de
santidad heroica en la persona de un humilde párroco de aldea.
19. Recordemos a los benedictinos de Dom Guéranguer, los dominicos impulsados por
Lacordaire y a los jesuitas, restaurados por Pío VII.
20. Entre ellas sobresalieron las «Conferencias de san Vicente», creadas por Federico
Ozanam.
21. Los párrafos que reproducimos corresponden a un retiro para huérfanas obreras
pronunciado en Turín el 19 de marzo de 1857. Cfr Archivio Storico della Congregazione di
S. Giuseppe, Casa generalicia de Roma, vol. XXXIII, p. 1316.
22. Cfr El Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús, 1870, pp. 174-180.
23. Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma, cap. VI.
24. Cfr F. Canals Vidal, San José, Patriarca del Pueblo de Dios, Balmes, Barcelona 1994,
pp. 292 y ss.
25. F.J. Butiñá, Las Glorias de San José, cap. III.
26. J.M. Villaseca, Muy piadosas preces al Señor San José (México 1887; reeditado en
1966), Lección III.
27. J. Torras i Bages, Obras completas, t. II, Balmes, Barcelona 1954, pp. 9-10.
28. Jaime Boffil, vid nº 234, 24-XII-1953.
29. La revolución industrial había dado lugar a la formación de una nueva clase obrera -
-un «proletariado»--, concentrado en los suburbios fabriles de las grandes urbes. La
situación de esta clase obrera, en una época de absoluto predominio del capitalismo
liberal, fue en sus orígenes deplorable: jornadas laborales agotadoras, jornales escasos,
trabajo infantil, viviendas insalubres fueron algunos de tantos abusos que tuvieron que
sufrir los obreros y algunos de los aspectos más oscuros que presentaba a mediados del
siglo XIX la llamada «cuestión social». Esto suscitó lógicamente reacciones dirigidas a
luchar contra la injusticia. El Anarquismo (M. Bakunin) propugnaba la acción violenta para
terminar con el Estado y una ordenación social injusta. Diversos sistemas «socialistas»,
ideados por doctrinarios como Saint-Simón, Fourier o Proudhon, quedaron pronto
eclipsados por el «socialismo científico» de Carlos Marx --el «Marxismo»--. Desde un punto
cristiano era rechazada esta doctrina por su materialismo histórico y la dialéctica de la
lucha de clases, y porque consideraba a la religión como el «opio del pueblo». El antiteísmo
marxista mostró una particular hostilidad hacia la religión católica y fue un poderoso
agente de descristianización de las clases trabajadoras.
30. Recientemente se ha anunciado la próxima beatificación en setiembre del año 2000,
de dos Papas: Pío IX y Juan XXIII.
31. Benedicto XV, Breve Bonum sane, 25-VII-1920: AAS 12 (1920) 313-317.
32. En fecha muy reciente se ha anunciado también la incoación del proceso de
beatificación de su arquitecto, Gaudí.
33. Pío XI concedía gran importancia al apostolado seglar y se esforzó por encuadrarlo
dentro de una nueva concepción de la Acción Católica. Como movimiento apostólico
multiforme existía ya con anterioridad, había sido impulsado por san Pío X, pero en este
tiempo le dio una organización centralizada y jerárquica, con el fin de ser un instrumento
privilegiado para la cristianización de una sociedad cada vez más secularizada. La
institución de la fiesta de Cristo Rey, en la encíclica Quas primas (1925), fue la expresión
de este reinado social de Jesucristo, núcleo fundamental del magisterio de Pío XI. Y a la luz
de este proyecto recristianizador han de contemplarse las encíclicas Casti connubi (30-XII-
1930) sobre el matrimonio y la familia; y la Quadragesimo Anno (15-V-1931), puesta al
día de la doctrina social de la Iglesia a los 40 años de la Rerum novarum de León XIII.
34. La expansión misionera en Asia y Africa hizo grandes progresos, se multiplicaron
las conversiones, y se dieron pasos decisivos para la consolidación de las nuevas
cristiandades. Importancia en tal sentido tuvo el desarrollo del clero indígena. Una fecha
señalada en la historia de las Misiones fue el 28 de octubre de 1926, en la que Pío XI
consagró solemnemente, en la basílica de san Pedro de Roma, a seis nuevos Obispos de
raza china.
35. Con pocos días de diferencia publica otra encíclica, Mit Brennender Sorge, contra el
nacional-Socialismo alemán y su doctrina racista.
36. Terminada la contienda, existían 32 vacantes en un Colegio cardenalicio de 70. En el
primer nombramiento de su pontificado creó cuatro cardenales italianos y 28 de otras
nacionalidades, poniendo así término a un periodo de predominio absoluto de purpurados
italianos en el Sacro Colegio
37. Particular importancia tuvo, desde el punto de vista doctrinal, la encíclica Humani
Generis del 12-VIII-1950, que enlazaba con las enseñanzas de san Pío X, ante los rebrotes
neomodernistas.
38. El movimiento mariano, que adquiere nuevo impulso con las apariciones de la Rue
du Bac (1830) y de Lourdes (1858), aparte de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción (1854), tiene su correspondencia en un movimiento de amplificación del culto
de san José a partir de 1865. Se pedían tres cosas: el patronato sobre la iglesia universal, el
culto de protodulía y la inserción del nombre de José en las oraciones de la misa. Más que
ningún otro autor, el jesuita Cipriano Macabiau (+1915) expresa este movimiento con sus
significativos volúmenes De cultu s. Joseph amplificando... (1887) y Primauté de saint
Joseph (1897). Las peticiones son acogidas, pero progresivamente o de modo equivalente:
en 1870 Pío IX proclama a san José "patrono de la iglesia"; la protodulia no entra en los
documentos oficiales, sin embargo los pontífices exaltan la dignidad y el poder del santo y
recomiendan su devoción: "José nos conduce directamente a María y, por medio de ella, a
Jesús, fuente de toda santidad" (Bendicto XV, Bonum sane, 25-VII-1920, en AAS 12,313-
317).
39. También las liturgias orientales se hacen eco de las enseñanzas de los Papas: «¡Oh
José! Gloria a quien te ha honrado, gloria al que te ha coronado, gloria al que te ha hecho
patrono de nuestras almas» (Rito melquita). «¡Oh José! lleva a David la buena nueva: Aquí
está el Padre de Dios. Tú has visto a la Virgen encinta, junto con los pastores has cantado el
Gloria, con los Magos te has postrado, con el Ángel has tratado asuntos divinos. Ruega,
pues, a Cristo, nuestro Dios, que salve nuestras almas» (Rito bizantino).
40. LG, 50.
41. Entre las expresiones más típicas de este fenómeno pueden señalarse: la
disminución de la práctica religiosa en tierras de vieja cristiandad, el menosprecio de la ley
divina como norma de moralidad, la crisis de numerosos matrimonios y de la propia
institución familiar, víctimas de la plga del divorcio; los atentados contra el derecho a la
vida de los seres más indefensos, el desbordamiento de la violencia.
42. No hizo el Concilio ninguna definición dogmática, por lo que sus enseñanzas no
tienen la prerrogativa de la infalibilidad; pero constituyen actos del magisterio solemne de
la Iglesia y exigen por tanto de los fieles una adhesión interna y externa. Constituciones
dogmáticas, Decretos, declaraciones y una Constitución pastoral --la Gaudium et spes--
sobre la Iglesia en el mundo actual.
43. El eclipse de la virtud teologal de la fe y la pérdida del sentido trascendente de la
vida del hombre parecen ser las raíces últimas de la crisis, uno de cuyos principales
intentos fue la tergiversación de la naturaleza de la Redención y, en consecuencia, de la
misión de la Iglesia en el mundo. Este es el objetivo de dos importantes documentos de
Pablo VI: «El Credo del Pueblo de Dios» (30-VI-1968) y la encíclica Humanae vitae (25-VII-
1968) sobre los problemas del matrimonio y la familia. Cfr supra p. II-22.
44. H. Holstein, Une dévotion en perte de vitesse?, en "Cahiers Marials", Paris, 20
(1975) 5, n. 100, pp. 289-297.
45. En primer lugar san José es la cabeza de la familia de Nazaret, y ya se sabe que la
familia es la célula elemental de toda sociedad, nación, Estado o Iglesia. En segundo lugar,
al ser su cabeza, trabaja para su sustento y para sostener la familia con el trabajo de sus
manos. El Evangelio en varias ocasiones señala que era artesano, carpintero, y que
pertenecía, con su familia, a la clase de hombres pobres. El personaje y la figura de san José
obrero empapó tanto, en los últimos tiempos, a la misma liturgia, que incluso logró
desdibujar el culto de la paternidad de san José dentro de la familia nazaretana, con la
consecuencia de su calidad de tutor de Jesús y también de padre de la Iglesia.
46. Este magnífico pensamiento litúrgico, tomado de la antigua fiesta que se celebraba
el miércoles de la tercera semana de Pascua de Resurrección (con octava), lleno de
profundidad y a la vez de singular sabor litúrgico, ha sido relegado a segundo plano ante el
papel social de san José.
47. Es una de las homilías recogidas en su obra Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973.
48. ECP, 44.
49. ECP, 44.
50. Cfr. Isidoro de José y José de Jesús María, San José en e1 Sacrificio de la
Misa (Historia de una magna campaña josefina) Centro Español de Investigaciones
Josefinas, Padres Carmelitas Descalzos, Valladolid, 1963.
51. En una tertulia en Pozoalbero, 9-XI-1972.
52. Citado por S. Bernal, o.c., epílogo, pág. 319. Cfr FOR, 272.
53. Cfr ECP, 38.
54. Comentando un cuadro que había encargado pintar, decía: "Amad al Señor: Padre,
Hijo y Espíritu Santo, a la Trinidad Beatísima, Dios único. Y también a ésta como trinidad
de la tierra --no soy el primero que lo dice, pero a mí me da mucha devoción--, a Jesús,
María y José". De una tertulia en Roma, 19-III-1973. Pero ya antes, en una meditación
predicada en Roma en la fiesta de San José, el año 1971, afirmaba: "Entre los bienes que el
Señor ha querido darme está la devoción a la Trinidad Beatísima, la Trinidad del Cielo,
Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, único Dios; y la trinidad de la tierra: Jesús María
y José. Comprendo bien la unidad y el cariño de esta Sagrada Familia. Eran tres corazones,
pero un solo amor". Cfr FOR, 551.
55. Cfr RC, nn. 28-31.
56. Cfr Sacr. Rituum Congr., decr. Quemadmodum Deus (8-XII-1870): l.c., 283.
57. Ibidem l.c., 282s.
58. P. Francisco de Paula Solá Carrió (1907-1993), profesor de Teología Dogmática y
Bibliotecario de la Fundación Balmesiana de Barcelona, es internacionalmente conocido
como uno de los más eminentes estudiosos en el campo de la Mariología y de la
Josefología.
59. Se reproduce aquí su editorial en la revista Cristiandad (nº 703-705, X-XII 1989).
60. Cfr León XIII, "Oratio ad Sanctum Ioseph", que aparece inmediatamente después del
texto de la carta enc. Quamquam pluries (15-VIII-1889): Leonis XIII P.M. Acta IX (1890)
183
61. RC, 31 in fine.

AUTOR: Josemaría Monforte


TOMADO DE: José de Nazaret en el Tercer Milenio cristiano. Eiunsa, 2000, cap. III
Oraciones a San José

Devoción de los 30 días a San José


¡Oh amabilísimo Patriarca San José! Desde el abismo de mi pequeñez y miseria os
contemplo con emoción y alegría de mi alma en vuestro trono del cielo, como gloria y gozo
de los Bienaventurados, pero también como padre de los huérfanos en la tierra,
consolador de los tristes, amparador de los desvalidos, gozo y amor de tus devotos ante el
trono de Dios, de tu Jesús y de tu santa Esposa.

Por eso yo, pobre, desvalido, triste y necesitado, a Vos dirijo hoy y siempre mis lágrimas
y penas, mis ruegos y clamores del alma, mis arrepentimientos y mis esperanzas; y hoy
especialmente os traigo ante vuestro altar y vuestra imagen una pena que consoléis, un
mal que remediéis, una desgracia que impidáis, una necesidad que socorráis, una gracia
que obtengáis para mí y para mis seres queridos.

Y para conmoveros y obligaros a oírme y conseguírmelo, os lo pediré y demandaré


durante treinta días continuos en reverencia a los treinta años que vivisteis en la tierra
con Jesús y María, y os lo pediré, urgente y confiadamente, invocando todos los títulos que
tenéis para compadeceros de mí y todos los motivos que tengo para esperar que no
dilataréis el oír mi petición y remediar mi necesidad; siendo tan cierta mi fe en vuestra
bondad y poder, que al sentirla os sentiréis también obligado a obtener y darme más aún
de lo que os pido, y deseo.

1.- Os lo pido por la bondad divina que obligó al Verbo Eterno a encarnarse y nacer en
la pobre naturaleza humana, como Dios de Dios, Dios Hombre y Dios del hombre.

2.- Os lo suplico por vuestra ansiedad de sentiros obligado a abandonar a vuestra


Esposa.

3.- Os lo ruego por vuestra resignación dolorosísima para buscar un establo y un


pesebre para palacio y cuna de Dios, nacido entre los hombres

4.- Os lo imploro por la dolorosa y humillante circuncisión de vuestro Jesús, y por el


santo, glorioso y dulcísimo nombre que le impusisteis por orden del Eterno

5.- Os lo demando por vuestro sobresalto al oír del Angel la muerte decretada contra
vuestro Hijo Dios, por vuestra obedentísima huida a Egipto, por las penalidades y peligros
del camino, por la pobreza del destierro, y por vuestras ansiedades al volver de Egipto a
Nazaret.

6.- Os lo pido por vuestra aflicción dolorosísima de tres días al perder a vuestro Hijo, y
por vuestra consolación suavísima al encontrarle en el templo; y por vuestra felicidad
inefable de los treinta años que vivisteis en Nazaret con Jesús y María sujetos a vuestra
autoridad y providencia.

7.- Os lo ruego y espero por el heroico sacrificio, con que ofrecisteis la víctima de
vuestro Jesús al Dios Eterno para la cruz y para la muerte por nuestros pecados y nuestra
redención.
8.- Os lo demando por la dolorosa previsión, que os ha-cía todos los días contemplar
aquellas manos infantiles, taladradas un día en la Cruz por agudos clavos; aquella cabeza
que se reclinaba dulcísimamente sobre vuestro pecho, coronada de espinas; aquel cuerpo
divino que estrechabais contra vuestro corazón, ensangrentado y extendido sobre los
brazos de la Cruz; aquel último momento en que le veíais expirar y morir por mí, por mi
alma, por mis pecados.

9.- Os lo pido por vuestro dulcísimo tránsito de esta vida en los brazos de Jesús y María
y vuestra entrada en el Limbo de los Justos, y al fin en el cielo.

10.- Os lo suplico por vuestro gozo y vuestra gloria, cuando contemplasteis la


Resurrección de vuestro Jesús, su subida y entrada en los cielos y su trono de Rey inmortal
de los siglos.

11.- Os lo demando por vuestra dicha inefable cuando visteis quedar dormida a vuestra
santísima Esposa y ser subida a. los cielos por ángeles, y coronada por el Eterno, y
entronizada en un solio junto al vuestro como Madre, Señora y Reina de los ángeles y
hombres.

12.- Os lo pido y ruego y espero confiadamente por vuestros trabajos, penalidades y


sacrificios en la tierra, y por vuestros triunfos y glorias y feliz bienaventuranza en el Cielo
con vuestro Hijo Jesús y vuestra esposa Santa María.

¡Oh mi buen San José! Yo, inspirado en las enseñanzas de la Iglesia Santa y de sus
Doctores y Teólogos y en el sentido universal del pueblo cristiano, siento en mí una fuerza
misteriosa, que me alienta y obliga a pediros y suplicaros y esperar me obtengáis de Dios
la grande y extraordinaria gracia que voy a poner ante este tu altar e imagen y ante tu
trono de bondad y poder en el alto Cielo.

(Aquí, levantado el corazón a lo alto, se le pedirá al Santo con amorosa instancia la


gracia que se desea.)

Obtenme también para los míos y los que me han pedido que ruegue por ellos todo
cuanto desean y es conveniente.

La práctica de esta devoción ha de ser muy sencilla. Récese la oración treinta días
consecutivos, y será más eficaz rezarla ante la imagen o altar del Santo; pero cuando eso
no sea posible, puede rezarse en la casa particular. Se recomienda mucho la comunión, al
e os os i r o es de esos trei ta d as…
Letanías a San José

Señor, ten piedad. Señor, ten piedad


Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos.
Cristo, escúchanos
Dios Padre celestial,
ten piedad de nosotros
Dios Hijo Redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Santa Trinidad, un solo Dios,
Santa María, ruega por nosotros
San José,
Ínclito descendiente de David,
Lumbrera de los Patriarcas,
Esposo de la Madre de Dios,
Custodio casto de la Virgen,
Padre nutricio del Hijo de Dios,
Solícito defensor de Cristo,
Jefe de la Sagrada Familia,
José justísimo,
José castísimo,
José prudentísimo,
José fortísimo,
José obedientísimo,
José fidelísimo,
Espejo de paciencia,
Amante de la pobreza,
Modelo de los obreros,
Honra de la vida doméstica,
Custodio de Vírgenes,
Amparo de las familias,
Consuelo de los desgraciados,
Esperanza de los enfermos,
Abogado de los moribundos,
Terror de los demonios,
Protector de la Santa Iglesia,
San José, nuestro Padre y Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.
Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.
Escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.
Ten piedad de nosotros.
Le constituyó Señor de su casa.
Y príncipe de todas sus posesiones.
Oremos. Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste elegir a San José para esposo
de tu Madre Santísima: te rogamos nos concedas que, pues le veneramos como protector
en la tierra, merezcamos tenerle por intercesor en el cielo: Tú que vives y reinas por los
siglos de los siglos. Amén.

2. ORACIÓN DE LEÓN XIII


“ ti o ie a e t rado os ”
A ti, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación y después de implorar el
auxilio de tu Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio. Por
aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, te tuvo unido; y por el
paternal amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas
benigno tus ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo y con tu poder y
auxilio socorras nuestras necesidades. Protege, providente custodio de la divina familia, a
la escogida descendencia de Jesucristo; aparta de nosotros toda mancha de error y de
corrupción, asístenos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro en esta lucha
con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste al niño Jesús del inminente
peligro de su vida, así ahora defiende a la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus
enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protégenos con tu perpetuo
patrocinio para que, a ejemplo tuyo y sostenidos con tu auxilio, podamos santamente vivir,
piadosamente morir y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

3. Oración del Papa Francisco


Al final de Patris Corde
Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María. A ti Dios confió a su Hijo, en ti
María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre. Oh, bienaventurado
José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida. Concédenos
gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén.
Oración que habitualmente reza el papa Francisco
(lo relata en Patris corde)
«Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven
en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las
situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi
amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en
vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan
grande como tu poder. Amén».

A san José Obrero


Nos dirigimos a ti, oh bendito San José, nuestro protector en la tierra, como quien
conoce el valor del trabajo y la respuesta a nuestro llamado. A través de tu Santa Esposa, la
Inmaculada Virgen Madre de Dios, y sabiendo el amor paternal que tuviste a nuestro Señor
Jesús, te pedimos nos asistas en nuestras necesidades y fortalezcas en nuestros trabajos.
Por la promesa de realizar dignamente nuestras tareas diarias, líbranos de caer en el
pecado de la avaricia, de un corazón corrupto. Sé tú el solícito guardián de nuestro trabajo,
nuestro defensor y fortaleza contra la injusticia y el error.
Seguimos tu ejemplo y buscamos tu auxilio. Socórrenos en todos nuestros esfuerzos,
para así poder obtener contigo el descanso eterno en el Cielo. Amén.

Oración a san José después de la comunión eucarística


Custodio y padre de vírgenes San José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la
misma inocencia Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María: por estas dos queridísimas
prendas, Jesús y María, te ruego y te suplico me alcances que, preservado de toda
impureza, sirva siempre con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María.
Amén.

SUPLICA CONFIADA

Santísimo Patriarca San José, Padre adoptivo de Jesús, virginal Esposo de María,
Tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, a Vos elijo desde hoy por mi
verdadero Padre y Señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de tu querida hija y
apasionada devota Santa Teresa de Jesús. Enséñame oración, Maestro de tan soberana
virtud, y alcánzame de Jesús y María, que no saben negarte cosa alguna, la gracia de vivir y
morir santamente como Vos, y lo que te pido en este día, si es para mayor gloria de Dios,
honra de la Santísima Virgen y bien de mi alma. Amén.

Oración de la humildad

"Enséñanos José
C o se es “ o rota o ista”
Cómo se avanza sin pisotear.
Cómo se colabora sin imponerse.
Cómo se ama sin reclamar....
i os os o se i e sie do ‘ ero dos’
Cómo se hacen cosas fenomenales
desde un segundo puesto.
Explícanos ...
Cómo se es grande sin exhibirse.
Cómo se lucha sin aplauso.
Cómo se avanza sin publicidad.
Cómo se persevera y se muere uno,
sin esperanza de que le hagan un homenaje...

"San José ruega por nosotros!"

Oración de San Pío X


a San José, patrono y modelo de trabajadores

Glorioso San José, modelo de todos aquellos que se dedican al trabajo, obtenedme la
gracia de trabajar con espíritu de penitencia para la expiación de mis numerosos pecados;
de trabajar en conciencia, poniendo el culto del deber por encima de mis inclinaciones; de
trabajar con reconocimiento y alegría, considerando un honor el emplear y desarrollar por
el trabajo los dones recibidos de Dios; de trabajar con orden, paz, moderación y paciencia,
sin retroceder jamás ante la pereza y las dificultades; de trabajar sobre todo con pureza de
intención y desprendimiento de mí mismo, teniendo sin cesar ante mis ojos la muerte y la
cuenta que deberé rendir del tiempo perdido, de los talentos inutilizados, del bien omitido
y de las vanas complacencias en el éxito, tan funestas para la obra de Dios.
Todo por Jesús, todo por María, todo a imitación vuestra ¡oh Patriarca San José! Tal será
mi divisa en la vida y en la muerte. Así sea.

Oración de san Juan XXIII


a san José Obrero para pedir protección en el trabajo

San José, guardián de Jesús y casto esposo de María,


tu empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento de tu deber,
tu mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos.
Protege bondadosamente a los que recurren confiadamente a ti.
Tu conoces sus aspiraciones y sus esperanzas.
Se dirigen a ti porque saben que tu los comprendes y proteges.
Tu también conociste pruebas, cansancio y trabajos.
Pero, aun dentro de las preocupaciones materiales de la vida,
tu alma estaba llena de profunda paz y cantó llena de verdadera alegría por el íntimo
trato que goza con el Hijo de Dios,
el cual te fue confiado a ti a la vez que a María, su tierna Madre.
Ayúdanos a comprender que no estamos solos en nuestro trabajo,
a saber descubrir a Jesús junto a nosotros a acogerlo con la gracia
y custodiarlo con fidelidad como tu lo hiciste.
Obtiene que en nuestra familia todo sea santificado
en la caridad, en la paciencia, en la justicia y en la búsqueda del bien.
Amén.

Oración del Papa Beato Pablo VI

A SAN JOSÉ, PATRONO DE LOS TRABAJADORES.


Oh san José, patrono de la Iglesia, tú que junto con el Verbo encarnado trabajaste cada
día para ganarte el pan, encontrando en Él la fuerza de vivir y trabajar; tú que has probado
el ansia del mañana, la amargura de la pobreza, la incertidumbre del trabajo; tú que
muestras hoy el ejemplo de tu figura, humilde delante de los hombres, pero grandísima
delante de Dios, mira la inmensa familia que te ha sido confiada.
Bendice la Iglesia, animándola siempre más en el camino de la fidelidad evangélica;
protege a los trabajadores en su dura existencia diaria, defiéndeles del desaliento como de
la tentación del hedonismo; ruega por los pobres que continúan en la tierra la pobreza de
Cristo, suscitando para ellos la justicia y la solidaridad continua de sus hermanos más
dotados.
Cela por la paz del mundo, la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos y
la plena realización de las esperanzas humanas, para el bien de la humanidad, para la
misión de la Iglesia y para la gloria de la Santísima Trinidad.

Amén.

Oración para pedir confianza


a san José

Amabilísimo san José, cuya firmísima confianza en Dios no disminuyó ningún


sufrimiento, alcánzame de Jesús y María una gran Fe, y plena confianza en la Divina
Providencia.
Veo, Protector mío, a Jesús en tu regazo; y por eso me acojo a Ti como a trono de
confianza, y suplico a Jesús que por tu intercesión llene mi corazón de esta virtud, para que
haga todas mis obras y padezca todas mis cruces con mucha confianza en su Divino
Auxilio. Amén.

Triduo mensual a nuestro Padre y Señor san José.

Súplicas.
Oh glorioso patriarca san José, en quien Dios ha concentrado los esplendores de todos
los Santos, concédenos que en este mundo de soberbia nos refugiemos en la virtud de la
humildad. Gloria…
Oh glorioso patriarca san José, fidelísimo cooperador en la tierra del gran designio de la
Encarnación redentora, concédenos que en estos tiempos de idolatría nos refugiemos en la
virtud de la humildad. Gloria…
Oh glorioso patriarca san José, firme consuelo de la Madre de Dios, concédenos que en
este mundo esclavizado al pecado, seamos fieles a la santa Esclavitud Mariana. Gloria…

¡Acuérdate!
¡Acuérdate! Oh castísimo Esposo de la Virgen María, que jamás se ha oído decir que
ninguno de los que han invocado tu protección e implorado tu auxilio, haya quedado sin
consuelo. Animado con esta confianza, vengo a tu presencia, y me recomiendo
fervorosamente a tu bondad. No desatiendas mis súplicas, ¡Oh Padre adoptivo del
Redentor! Antes bien acógelas propicio y dígnate socorrerme con piedad. Amén.

Acuérdate a San José

Acuérdate, oh guardián del Redentor y nuestro amoroso custodio, San José, que nunca
se ha escuchado decir que ninguno que haya invocado tu protección o buscado tu
intercesión, no haya sido consolado. Con esta confianza acudo a ti, mi amoroso protector,
casto esposo de María, padre de los tesoros de Su Sagrado Corazón. No deseches mi
ardiente oración, antes bien recíbela co t idado ater o o t i eti i … q se
menciona la petición)
Oh Padre, que en tu designio de amor elegiste a San José para ser esposo de la
Santísima Virgen y el custodio de los misterios de la Encarnación, concédenos, te
imploramos que a través de su paternal intercesión, recibamos las gracias de disponernos
con generosidad y humildad de corazón a cumplir tus designios de amor para nuestra vida
y para nuestra Familia Espiritual. Amén.
¡San José, llévanos a nuestro hogar, dirige nuestros corazones al Corazón de la Madre y
al Corazón del Niño!
a os C stodio de os isterios de a or de os Cora o es ras asados… r e a or
nosotros.
¡Acuérdate! ¡Oh castísimo esposo de la Virgen María y dulce protector mío, San José,
que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado tu protección e implorado
tu auxilio haya quedado sin consuelo!
Animado con esta confianza, vengo a tu presencia y me encomiendo fervorosamente a
tu bondad. No desatiendas mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien
acógelas propicio y dígnate socorrerme con piedad. Amén.
Acuérdate, oh ilustre Patriarca San José, y por testimonio de Santa Teresa, tu fiel
devota, que jamás se ha oído decir que aquel que invoque tu protección o solicite tu
intercesión, no haya recibido consuelo. Lleno de confianza en tu poder, vengo ante ti, mi
amadísimo protector, castísimo esposo de María y padre putativo del Salvador de los
hombres. No deseches mis súplicas, más bien acógelas y obtén mi petición. Oh Dios, que
por Tu Providencia inefable elegiste a San José por esposo de Tu Santísima Madre, Te
ruego, que aquel a quien veneramos como nuestro protector en la tierra, pueda ser
nuestro intercesor en el cielo, Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Los siete dolores y gozos de san José

1- Casto esposo de María Santísima, glorioso San José: por el dolor que tuviste ante la
duda de tener que abandonar a tu querida esposa, y por el gozo que te causó la revelación
angélica del misterio de la Encarnación; te suplico me alcances dolor de mis juicios
temerarios e indebidas críticas al prójimo, y el gozo de ejercer la caridad viendo en él a
Cristo.
2- Feliz patriarca, hijo de David, padre virginal del Verbo humanado, glorioso San José:
Por el dolor que te conmovió viendo nacer al Niño Jesús en tanta pobreza y por el gozo que
te inundó al verle cantado por los Angeles y adorado por los pastores; te suplico me
alcances dolor de mis codicias y egoísmos, y el gozo de servirle con pobreza y humildad.
3- Obediente ejecutor de las leyes divinas, glorioso San José: Por el dolor que te produjo
en la circuncisión ver derramar la primera sangre al Mesías, y por el gozo que sentiste al
oír su nombre de Jesús, Salvador; te suplico me alcances dolor de mis vicios y
sensualidades, y el gozo de purificar mi espíritu practicando la mortificación.
4- Fiel santo, partícipe en los misterios de nuestra redención, glorioso San José: Por el
dolor que te traspasó al escuchar en la profecía de Simeón lo que había de sufrir Jesús y
María, y por el gozo que te llenó al saber que sería para la salvación de innumerables
almas; te suplico me alcances dolor de haber crucificado a Cristo con mis culpas, y el gozo
de llevarle los hombres mediante mi ejemplo y mi palabra.
5- Vigilante custodio del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José: Por el dolor que
te angustió al saber que Herodes quería matar al Niño, y por el gozo que te confortó al huir
con Jesús y María a Egipto; te suplico me alcances dolor de mis pecados de escándalo, y el
gozo de apartarme de las ocasiones de ofender a Dios.
6- Ángel de la tierra, que tuviste a tus órdenes al Rey del cielo, glorioso San José: Por el
dolor que te infundió el temor de Arquelao, y por el gozo con que te tranquilizó el Angel,
de volver a Nazareth; te suplico me alcances dolor por mis cobardías y respetos humanos,
y el gozo de confesar a Cristo en toda mi vida pública y privada.
7- Modelo de toda santidad, glorioso San José: Por el dolor que padeciste al perder, sin
culpa, durante tres días al Niño, y por el gozo que experimentaste al encontrarlo en el
templo entre los doctores; te suplico me alcances dolor cada vez que por mi culpa pierda a
Cristo, y el gozo de vivir siempre en gracia y morir felizmente, bajo su patrocinio, en los
brazos de Jesús y María, para cantar eternamente sus misericordias.
-Ruega por nosotros padre nuestro San José
-Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Oremos:
Dios Todopoderoso que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres
a la fiel custodia de San José: haz que por su intercesión la Iglesia los conserve fielmente y
los lleve a plenitud en su misión salvadora. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Buen san José, protégenos


San José, muestra que eres nuestro Padre.
HIMNOS A SAN JOSÉ
Salve José Glorioso

Salve José Glorioso,


esposo de María,
consuelo del que fía
en tí su protección.

MIRA A LA SANTA IGLESIA


POR TI PATROCINADA,
QUE POBRE Y ANGUSTIADA
IMPLORA TU FAVOR.

En tí José tenemos
al protector que vela
por nuestra fe y alegra
al triste corazón

Custodio de Jesús

Custodio de Jesús en su divina infancia


protege en la niñez la vida de la gracia.

Modelo en el hogar de amor sincero y casto,


que reine el puro amor en el hogar cristiano.

Humilde San José, paciente en la pobreza,


aumenta nuestro amor y fe en la providencia.

Obrero del taller y obrero de las almas


ayuda en su labor al hombre que trabaja.

Protege, San José, la Iglesia a ti confiada;


defiéndela del mal, condúcela a la Patria.
Salve José Glorioso

Salve, José glorioso,


Padre del mismo Dios,
Desde tu excelso trono
Benigno míranos.

Escúchanos piadoso,
Danos tu bendición,
Danos reinar dichoso
En la inmortal Sión.

Mi espíritu arrebata
Tu plácida ventura,
Y el alma en ti pensando
Se llena de dulzura.

En ti, José, tenemos


Al protector que vela
Por nuestro bien y en horas
De llanto nos consuela.

Ven cuando invoquemos


Tu excelso poderío
E infunde en nuestras almas
De vencedor el brío.

Hoy a tus pies

Hoy a tus pies ponemos nuestra vida.


Hoy a tus pies, Glorioso San José.
Escucha nuestra oración y por tu intercesión
obtendremos la paz del corazón.

En Nazaret junto a la Virgen Santa.


En Nazaret, Glorioso San José
cuidaste al niño Jesús pues por tu gran virtud
fuiste digno custodio de la luz.

Con sencillez humilde carpintero.


Con sencillez, Glorioso San José
hiciste bien tu labor obrero del Señor
ofreciendo trabajo y oración.

Tuviste Fe en Dios y su promesa.


Tuviste Fe, Glorioso San José.
Maestro de oración alcánzanos el don
de escuchar y seguir la voz de Dios.

Te Ioseph Celebrent

¡Oh José! que los coros celestiales celebren tus grandezas, / que los cantos de todos los
cristianos hagan resonar sus alabanzas. / Glorioso ya por tus méritos, te uniste por una
casta alianza / a la Augusta Virgen. Cuando, dominado por la duda y la ansiedad, / te
asombras del estado en que se halla tu esposa / un Ángel viene a decirte que el Hijo que
Ella ha concebido / es del Espíritu Santo.
El Señor ha nacido, y lo estrechas en tus brazos; / partes con El hacia las lejanas playas
de Egipto; / después de haberlo perdido en Jerusalén, lo encuentras de nuevo; así tus
gozos van mezclados con lágrimas.
Otros son glorificados después de una santa muerte, / y los que han merecido la palma
son recibidos en el seno de la gloria; pero tú, por un admirable destino, semejante a los
Santos, y aún más dichoso, / disfrutas ya en esta vida de la presencia de Dios.
¡Oh Trinidad Soberana! oye nuestras preces, concédenos el perdón; / que los méritos
de José nos ayuden a subir al cielo, para que nos sea dado cantar para siempre el cántico
de acción de gracias y de felicidad. Amén.
Se trata de un himno escrito originalmente en latín y que suele utilizarse en las vísperas
de las festividades de San José (19 de marzo) y San José obrero (1 de mayo).
Indulgencias concedidas por el Año de
san José

Se concede el don de indulgencias especiales con ocasión del Año de San José, convocado
por el Papa Francisco para celebrar el 150 aniversario de la proclamación de San José como
Patrono de la Iglesia universal

Se concede el don de indulgencias especiales con ocasión del Año de San José,
convocado por el Papa Francisco para celebrar el 150 aniversario de la proclamación de
San José como patrono de la Iglesia universal.
Hoy se cumple el 150 aniversario del decreto Quemadmodum Deus, por el cual el Beato
Pío IX, conmovido por las graves y luctuosas circunstancias en las que se encontraba una
Iglesia acosada por la hostilidad de los hombres, declaró a san José Patrono de la Iglesia
Católica.
Para perpetuar la dedicación de toda la Iglesia al poderoso patrocinio del Custodio de
Jesús, el Papa Francisco ha establecido que, desde hoy, el aniversario del decreto de
proclamación así como el día consagrado a la Virgen Inmaculada y esposa del casto José,
hasta el 8 de diciembre de 2021, se celebre un Año especial de San José, en el que cada fiel,
siguiendo su ejemplo, pueda fortalecer diariamente su vida de fe en el pleno cumplimiento
de la voluntad de Dios.
Todos los fieles tendrán así la oportunidad de comprometerse, con oraciones y buenas
obras, para obtener, con la ayuda de San José, cabeza de la celestial Familia de Nazaret,
consuelo y alivio de las graves tribulaciones humanas y sociales que afligen al mundo
contemporáneo.
La devoción al Custodio del Redentor se ha desarrollado ampliamente a lo largo de la
historia de la Iglesia, que no sólo le atribuye uno de los cultoa más altos después del de la
Madre de Dios su esposa, sino que también le ha otorgado muchos patrocinios.
El Magisterio de la Iglesia sigue descubriendo grandezas antiguas y nuevas en este
tesoro que es San José, como el padre de Evangelio de Mateo "que extrae de su tesoro
cosas nuevas y viejas" (Mt 13, 52).
De gran beneficio para la perfecta consecución del fin que se persigue será el don de las
Indulgencias que la Penitenciaría Apostólica, por medio del presente decreto emitido de
acuerdo con la voluntad del Papa Francisco, concede benévolamente durante el Año de
San José.
La indulgencia plenaria se concede en las condiciones habituales (confesión
sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre) a los
fieles que, con espíritu desprendido de cualquier pecado, participen en el Año de San José
en las ocasiones y en el modo indicado por esta Penitenciaría Apostólica.
— a. San José, auténtico hombre de fe, nos invita a redescubrir nuestra relación filial
con el Padre, a renovar nuestra fidelidad a la oración, a escuchar y responder con
profundo discernimiento a la voluntad de Dios. La Indulgencia plenaria se concede a
aquellos que mediten durante al menos 30 minutos en el rezo del Padre Nuestro, o que
participen en un retiro espiritual de al menos un día que incluya una meditación sobre San
José;
— b. El Evangelio atribuye a San José el título de "hombre justo" (cf. Mt 1,19): él,
guardián del "íntimo secreto que se halla en el fondo del corazón y del alma"[1],
depositario del misterio de Dios y, por tanto, patrono ideal del foro interior, nos impulsa a
redescubrir el valor del silencio, de la prudencia y de la lealtad en el cumplimiento de
nuestros deberes. La virtud de la justicia practicada de manera ejemplar por José es la
plena adhesión a la ley divina, que es la ley de la misericordia, «porque es precisamente la
misericordia de Dios que lleva a cumplimiento la verdadera justicia»[2]. Por lo tanto,
aquellos que, siguiendo el ejemplo de San José, realicen una obra de misericordia corporal
o espiritual, también podrán lograr el don de la Indulgencia plenaria;
— c. El aspecto principal de la vocación de José fue ser custodio de la Sagrada Familia
de Nazaret, esposo de la Santísima Virgen María y padre legal de Jesús. Para que todas las
familias cristianas sean estimuladas a recrear el mismo clima de íntima comunión, amor y
oración que se vivía en la Sagrada Familia, se concede la Indulgencia Plenaria por el rezo
del Santo Rosario en las familias y entre los novios.
— d. El 1 de mayo de 1955, el Siervo de Dios Pío XII instituyó la fiesta de San José
obrero, "con la intención de que todos reconozcan la dignidad del trabajo y que ella inspire
la vida social y las leyes fundadas sobre la equitativa repartición de derechos y de
de eres” [3]. Podrá, por lo tanto, conseguir la indulgencia plenaria todo aquel que confíe
diariamente su trabajo a la protección de San José y a todo creyente que invoque con sus
oraciones la intercesión del obrero de Nazaret, para que los que buscan trabajo lo
encuentren y el trabajo de todos sea más digno.
— e. La huida de la Sagrada Familia a Egipto "nos muestra Dios está allí donde el
hombre está en peligro, allí donde el hombre sufre, allí donde huye, donde experimenta el
re a o e a a do o”[4]. Se concede la indulgencia plenaria a los fieles que recen la
letanía de San José (para la tradición latina), o el Akathistos a San José, en su totalidad o al
menos una parte de ella (para la tradición bizantina), o alguna otra oración a San José,
propia de las otras tradiciones litúrgicas, en favor de la Iglesia perseguida ad intra y ad
extra y para el alivio de todos los cristianos que sufren toda forma de persecución.
Santa Teresa de Ávila reconoció en San José al protector de todas las circunstancias de
la vida: "A otros parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este
glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas"[5]. Más recientemente, San Juan
Pablo II reiteró que la figura de San José adquiere "una renovada actualidad para la Iglesia
de nuestro tiempo, en relación con el nuevo milenio cristiano"[6].
Con el fin de reafirmar la universalidad del patrocinio de la Iglesia por parte de San
José, además de las ocasiones mencionadas, la Penitenciaría Apostólica concede una
indulgencia plenaria a los fieles que recen cualquier oración o acto de piedad
legítimamente aprobado en honor de San José, por ejemplo "A ti", oh bienaventurado
José", especialmente el 19 de marzo y el 1 de mayo, fiesta de la Sagrada Familia de Jesús,
María y José, el domingo de San José (según la tradición bizantina), el 19 de cada mes y
cada miércoles, día dedicado a la memoria del Santo según la tradición latina.
En el actual contexto de emergencia sanitaria, el don de la indulgencia plenaria se
extiende particularmente a los ancianos, los enfermos, los moribundos y todos aquellos
que por razones legítimas no pueden salir de su casa, los cuales, con el ánimo desprendido
de cualquier pecado y con la intención de cumplir, tan pronto como sea posible, las tres
condiciones habituales, en su propia casa o dondequiera que el impedimento les retenga,
recen un acto de piedad en honor de San José, consuelo de los enfermos y patrono de la
buena muerte, ofreciendo con confianza a Dios los dolores y las dificultades de su vida.
Para que el logro de la gracia divina a través del poder de las Llaves sea facilitado
pastoralmente, esta Penitenciaría ruega encarecidamente que todos los sacerdotes con las
facultades apropiadas se ofrezcan con un ánimo dispuesto y generoso a la celebración del
sacramento de la Penitencia y administren a menudo la Sagrada Comunión a los enfermos.
Este decreto es válido para el Año de San José, no obstante cualquier disposición en
contrario.
Dado en Roma, por la Sede de la Penitenciaría Apostólica, el 8 de diciembre de 2020.

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