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Mestre (2007) - Estilos de crianza en la adolescencia y su relación con el comportamiento prosocial

Cuando es la madre quien evalúa los estilos de crianza, éstos alcanzan menor poder predictor en el
comportamiento prosocial. La evaluación positiva del hijo/a, el apoyo emocional junto con la
coherencia en la aplicación de las normas es el estilo de crianza más relacionado positivamente
con la empatía y con el comportamiento prosocial.

El proceso de internalización de valores y normas se produce en un contexto donde la interacción


de las vivencias sociales de la prole con los padres o con los iguales, va unida a los procesos de
construcción activa, de unos y otros, ante las mismas situaciones vividas

Son cruciales las relaciones tanto con la madre como con el padre, así como la implicación de
ambos padres en la crianza, la disponibilidad y el grado de apoyo que percibe el adolescente, y en
general, el predominio de una buena comunicación, para un buen apoyo instrumental y emocional
de ambos padres

Los padres que transmiten apoyo y afecto a sus hijos, desarrollan la comunicación en el ámbito
familiar, establecen normas familiares y el cumplimiento de las mismas utilizando el razonamiento
inductivo como técnica de disciplina, educan con mayor probabilidad hijos sociables, cooperativos
y autónomos

Asentar las bases educativas sobre la disciplina inductiva, estimula a comprender hasta donde se
puede llegar y a partir de dónde se están transgrediendo las normas. Además, se asocia a una
mayor competencia y madurez moral en el niño

El uso de criterios y razonamientos se relaciona con el comportamiento prosocial y, en concreto,


con la internalización moral. Asimismo, se relaciona con la empatía y con la manifestación de
comportamientos prosociales.

El conocimiento que los padres tienen del hijo provoca que se establezcan diferentes formas de
inculcar disciplina, además la eficacia del estilo educativo dependerá, en gran medida, de la
personalidad de los hijos

Las dimensiones de control, afecto y grado de implicación en la crianza de los hijos constituyen
pilares fundamentales en la educación de los hijos y son las variables que mejor predicen un buen
estilo educativo y la calidad de las relaciones paternofiliales

Estos factores inciden sobre la cohesión familiar y el grado de adaptabilidad y la calidad de la


comunicación entre los miembros de la misma familia, que pueden favorecer o enturbiar tanto la
cohesión como la adaptabilidad

La relación entre la expresividad de los padres, definida como un estilo dominante de exhibir
expresiones verbales y no verbales en la familia y las respuestas empáticas de los hijos. Dicha
expresividad puede ser positiva si demuestra admiración y/o gratitud por un favor, como
valoración positiva del hijo, o negativa si incluye expresiones de ira y hostilidad. Es la expresividad
positiva la que predice la respuesta empática en los hijos, que incluye tanto una respuesta
emocional como una capacidad para ponerse en el lugar del otro. Así, los padres que expresan
altos niveles de emoción positiva y discuten estas emociones ayudan a sus hijos a experimentar y
comprender las emociones, por tanto las relaciones positivas padres-hijos están asociadas con
niveles más altos de internalización, conciencia y empatía

Las relaciones que fomentan vínculos cálidos y apoyos entre ambos, progenitores y prole,
estimulan una atmósfera apropiada y abierta a los mensajes paternos. Igualmente, la calidad de la
relación aumenta la motivación y la capacidad de escucha de los hijos hacia los mensajes
parentales y, con ello, potencia el desarrollo social. Las relaciones de apoyo, además, estimulan el
sentido de la eficacia personal y ésta, a su vez, influye en la calidad del funcionamiento afectivo y
del comportamiento

En las familias asentadas sobre valores sólidos, los enfrentamientos entre padres e hijos debidos a
las ansias de libertad y de nuevas experiencias –propias de la adolescencia– transcurrirán de
manera transitoria. Por el contrario, la poca solidez en la educación de las primeras edades puede
tener consecuencias muy negativas en el futuro del hijo. Se ha demostrado que la falta de
accesibilidad y de supervisión de los padres, acompañada de la escasa o nula comunicación
paterno-filial se relaciona con la tendencia de los hijos a relacionarse con compañeros conflictivos
y a fomentar comportamientos de riesgo de carácter antisocial

Los adolescentes que reciben un feedback social positivo, y se perciben aceptados por los demás,
tienden a definir estrategias alternativas de resolución de problemas relacionales, antes de
manifestar comportamientos negativos

Los estudios evolutivos parecen indicar que la respuesta prosocial se vuelve relativamente estable
durante los últimos años de la infancia y los primeros años de la adolescencia y que el desarrollo
psicológico que implica procesos atencionales y evaluativos, razonamiento moral, competencia
social y capacidad de autorregulación estimulan dicho comportamiento (Caprara, Steca, Zelli &
Capanna, 2005). Además, dicho comportamiento prosocial predispone a un ajuste personal y
social de los sujetos y actúa como factor de protección de problemas de comportamiento y
depresión durante la adolescencia

Las chicas perciben un mayor trato de igualdad, más expresión de afecto y apoyo emocional por
parte de su madre, mientras que los chicos perciben en su relación con sus padres una mayor
irritabilidad y rechazo, una mayor aplicación de normas estrictas, castigos y riñas, así como una
mayor intrusividad y dirección paterna. Perciben de su madre, una disciplina más laxa, mientras
que informan de una mayor negligencia e ignorancia de sus necesidades en la relación con su
padre.

La mayor contribución a la predicción, y por ello con mayor poder discriminador entre la alta y
baja prosocialidad, corresponde a la empatía, seguida del autocontrol de la ira como mecanismo
de afrontamiento y la agresividad, guardando ésta última una correlación negativa con el
comportamiento prosocial. Con correlaciones algo menores se sitúan los estilos de crianza de la
madre caracterizados por la evaluación positiva, el compartir, la expresión de afecto y el apoyo
emocional y la autonomía del hijo y afecto.

La función de la madre alcanza una correlación positiva con la prosocialidad si se caracteriza por
una estimulación de la autonomía del hijo junto con afecto y apoyo emocional. Por lo tanto, el
afecto hacia el hijo y la estimulación de su autonomía favorecen niveles más altos de
prosocialidad.
Existen diferencias de género en la percepción de los diferentes estilos educativos de modo que
los chicos perciben unas pautas educativas más negativas y centradas en la irritabilidad, rechazo,
castigos y riñas, y negligencia.

La capacidad de mantener comportamientos empáticos junto a la autorregulación del


comportamiento son los principales predictores del comportamiento prosocial

Amistad y Conciencia, es decir, la dimensión afectiva y cognitiva de la empatía junto a la capacidad


de autorregulación del propio comportamiento, constituyen los dos pilares predictores del
comportamiento prosocial. Por tanto, la disposición prosocial se relaciona con factores de
personalidad relacionados con la capacidad de mostrarse sensibles hacia las necesidades ajenas,
de atribuir intenciones benévolas a los demás y con la capacidad de autorregular y organizar el
propio comportamiento.

Los sujetos inestables emocionalmente, con escasas aptitudes para controlar las emociones y los
impulsos, tienden a comportamientos menos altruistas y con inclinación a centrarse en sí mismos.
Se considera a la inestabilidad emocional un factor que propicia la facultad de mostrar
vulnerabilidad e inadaptación. La irritabilidad y a la inestabilidad emocional, que reflejan las
tendencias del sujeto a percibir los acontecimientos en su vertiente negativa, propenden la
frustración y, al tiempo, potencian la exteriorización de reacciones emocionales exageradas,
acompañadas de una falta de control. Ambas dimensiones, la irritabilidad y la susceptibilidad
emocional, explican la magnitud de la agresión impulsiva o reactiva en las interacciones sociales

Los estilos de crianza alcanzan una correlación más alta con el comportamiento prosocial si son los
adolescentes los que evalúan la relación con su madre y con su padre. Esta relación baja cuando la
evaluación la hacen las propias madres. Así pues, la convivencia familiar que percibe el
adolescente caracterizada por el afecto y apoyo emocional especialmente por parte de su madre,
junto con la estimulación de la autonomía del hijo alcanza un poder predictor del comportamiento
prosocial.

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Estilos de crianza en la adolescencia y la relación con la salud mental de los adolescentes -


https://www.elmostrador.cl/agenda-pais/vida-en-linea/2017/08/24/estilos-de-crianza-en-la-
adolescencia-y-la-relacion-con-la-salud-mental-de-los-adolescentes/

La adolescencia es el periodo comprendido entre la infancia y la edad adulta, en el que ocurren


alteraciones biológicas, psicológicas y sociales, fase muchas veces estresante para los jóvenes. Esta
etapa también representa cambios para los padres, que se deparan con la formación de identidad
y cuestionamientos frecuentes de los adolescentes, con el desarrollo de su autonomía, su lucha
por la independencia y por la libertad de sus padres. Investigaciones muestran que la manera
como los padres reaccionan a esta disputa por la autonomía y autoeficacia influye si los
adolescentes presentarán o no comportamientos de riesgo.

Adolescentes con padres democráticos presentan menor probabilidad de abuso de sustancias, de


presentar conducta sexual muy activa y temprana y de desarrollar trastornos mentales. Además,
exhiben buena autoestima, alcanzan niveles más altos de rendimiento académico, son más
habilidosos socialmente que adolescentes con padres autoritarios, permisivos o negligentes.
Padres democráticos son aquellos capaces de desarrollar la habilidad de negociación y marchar de
la predominancia parental de la infancia para una relación más igualitaria sin desplomarse hacia la
permisividad y el descuido. Esto significa que los padres que gradualmente abren mano del control
pero siguen monitoreando los comportamientos de sus hijos contribuyen para que aprendan a
controlar y regular su propio comportamiento. Además, estos padres son capaces de escuchar los
argumentos y opiniones de sus hijos, aunque no cambien de idea, estimular la independencia y
establecer límites y consecuencias para los comportamientos inapropiados de manera consistente.

Investigaciones (Novak & Pelaez, 2002) sugieren que el apoyo familiar y social es extremadamente
importante para el adolescente, especialmente en periodos de estrés. Tales pesquisas
encontraron que adolescentes que reciben apoyo en situaciones de estrés intenso exhiben daños
menos severos y menores niveles de síntomas ansiosos y depresivos

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Consejos de Crianza positiva -


https://www.cdc.gov/ncbddd/spanish/childdevelopment/documents/sp-teen-15-17-w-npa.pdf

 Hable con su hijo adolescente sobre las cosas que le preocupan


 Demuestre interés en las actividades escolares de su hijo adolescente y en los intereses y
actividades extracurriculares
 Anímelo a que participe de voluntario y se involucre en actividades cívicas de la
comunidad.
 Elogie a su hijo adolescente y celebre sus logros y esfuerzos.
 Demuéstrele afecto. Pasen tiempo juntos haciendo cosas que disfruten.
 Respete la opinión de su hijo adolescente. Escúchelo sin restar importancia a sus
inquietudes.
 Ínstelo a que busque soluciones a problemas o conflictos. Ayúdele a saber cómo tomar
buenas decisiones. Cree
 las oportunidades para que use su propio criterio y muéstrese disponible para
proporcionarle consejo y apoyo.
 Si su hijo usa Internet para entretenerse con juegos, salas de "chat" y mensajes
instantáneos, aconséjele que sea
 prudente en lo que va a compartir y en la cantidad de tiempo que dedica para estas
actividades.
 Si su hijo trabaja, aproveche la oportunidad para hablar sobre expectativas,
responsabilidades y otros aspectos relacionados con el comportamiento adecuado en
ambientes públicos.
 Hable con su hijo y ayúdele a planear cómo enfrentaría situaciones difíciles o incómodas.
Hablen de lo que puede hacer si está en un grupo y alguien está usando drogas, si lo
presionan para tener relaciones sexuales o si alguien que ha estado bebiendo le ofrece
llevarlo en el carro.
 Respete la necesidad de privacidad que tiene su hijo adolescente.
 Motívelo a que duerma lo necesario y haga suficiente ejercicio y a que se alimente en
forma saludable y balanceada.
 Anímelo a que coma con la familia. Comer en familia ayuda a los adolescentes a tomar
mejores decisiones en cuanto a los alimentos que consumen, promueve un peso saludable
y permite el diálogo entre los miembros de la familia. Además, es más probable que un
adolescente que come con la familia tenga mejores calificaciones y sea menos propenso a
fumar, beber alcohol o usar drogas. También es menos probable que se meta en peleas,
que piense en el suicidio y que tenga relaciones sexuales.

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Hay un rechazo social a la imagen autoritaria de ser padre, habiendo una fuerte creencia en el
poder de decisión del hijo. Los padres se encuentran presionados por la cultura, a ser sus amigos,
por lo cual, ponerles límites y decirles “no” les genera culpas y dudas. Es por esto que el autor
señala que uno de los problemas parentales actuales gira en torno al lugar en dónde ubicarse
respecto al hijo, en tanto les resulta conflictivo enfrentarlos mediante frustraciones y
prohibiciones, porque temen que repercuta de forma negativa en su crecimiento. Hay una ligadura
del hijo al goce, pareciendo que es el hijo el que despliega un poder supremo, “quedando en
suspenso” el lugar del padre. Viñar (2013), en este sentido plantea que la ausencia de un “no”
justo, autoritario, es un factor patógeno relevante en los hijos. En los casos en que los padres
quedan sometidos al hijo, lo someten a la violencia de ser desalojado de su lugar de hijo en la
cadena generacional, que es uno de los pilares de la estructuración psíquica.

En relación a las actitudes paternas, describe Córdova que van desde modalidades autoritarias,
controladoras, intrusivas y violentas, hasta las excesivamente permisivas y carentes; algunas veces
desde una desmesurada pasión por el hijo, a la violencia que implica una desinvestidura libidinal

Esto lleva a problematizar el dilema de cómo las figuras parentales, quienes se suponen que
deberían dar el ejemplo a sus hijos, les exigen no reproducir ciertas conductas, cuando ellos
mismos en la cotidianeidad lo hacen ante los ojos de sus hijos. Una suerte de “haz lo que digo y no
lo que yo hago”. Por dicha razón, cabe preguntarse ¿Cómo repercuten estas actitudes parentales
contradictorias, en la conformación de la identidad adolescente? Estos mensajes contradictorios
de las figuras parentales repercutirán de alguna manera en torno a las identificaciones y en la
conformación subjetiva adolescente

En palabras de Guerra, (2000), una de las características actuales en el vínculo padre – hijo es la
dificultad en los límites. López de Caiafa (2015) plantea que hay dificultades en los padres para
poder frustrar adecuadamente a los hijos, para decir un “No” oportuno; lo cual alienta la ilusión de
omnipotencia de los hijos, con lo que esto implica, en el proceso de conformación de su identidad.
La frustración dosificada es imprescindible para el crecimiento psíquico de los hijos. Muchas veces
los padres hacen todo lo posible para que su hijo no se sienta así, pero en este terreno, los límites,
tienen que ver con el cuidado, y con el crecimiento adolescente.

Siguiendo a Aberastury (1969) los padres deben ir otorgando libertad a su hijo adolescente, pero
no una sin límites, lo cual implicaría un abandono, sino una libertad con límites, que impone
cuidados, observación, contacto afectivo, dialogo, para ir siguiendo la evolución de los hijos. El
adolescente necesita una libertad adecuada, con normas que lo vayan guiando y ayudando a
adaptarse a él mismo, al ambiente y a la sociedad.
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«Educar», dice la doctora María Martín. «Poner límites y hacerlo con una actitud positiva, siendo
conscientes de que los hijos no son clones de sus padres».

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Las normas y límites tienen que seguir siendo claros, aunque podemos empezar a negociar normas
en casa, teniendo claras las consecuencias de no cumplirlas. Ya no son niños, por lo que tenemos
que empezar a darles más responsabilidades y autonomía. Lo que los chavales nos piden es
independencia e intimidad y aunque nos resulte a veces difícil, poco a poco tenemos que ir
soltando cuerda.

En esta edad la autoestima y el autoconcepto pueden ser frágiles, y aunque quieran "distanciarse"
de los adultos, nuestro papel el fundamental. Confiar en ellos, escucharles, apoyarles cuando nos
necesiten, y sobretodo entender que aunque para nosotros es una etapa difícil, para ellos aún lo
es más.

Es una época en la que el conflicto es inevitable con ellos, así que debemos ser pacientes y pero a
la vez firmes con ellos. Hay que destacar que lo que hayamos hecho a nivel educativo con ellos en
la infancia, puede condicionar mucho que tengan una adolescencia más tranquila o no, y aunque
no hay dos adolescentes iguales ni fórmulas mágicas para educar a un hijo adolescente, la
paciencia y el sentido común serán aliados importantes para los padres en esta tarea.

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En el adolescente, la procesión va por dentro: su psique, sus emociones, son un hervidero de


problemas, inseguridad, dudas y contradicciones. No sabe quién es ni lo que quiere, se ve
inestable en sus propósitos. Y, en sus conductas visibles, reacciona de una forma sorprendente: se
muestra cabezota, obstinado en las discusiones, lleva la contraria casi por sistema, habla poco y
cuando lo hace es mediante susurros; o, lo que es peor, a los gritos, como quien está seguro de
todo y acaba de descubrir la verdad de las cosas.

Discute sólo para ganar, para hallar en la lucha dialéctica esa firmeza de la que en su interior
carece. Necesita ”matar al padre”, derrocar la autoridad. Por eso es contestario, ”es rebelde sin
causa”. Pero cree que sólo esa ruptura traumática le va a conducir a la emancipación. Con esa
oposición sistemática están reivindicando ante los adultos el ”yo no soy tú”.

Los chicos necesitan ser autónomos y que se los reconozcan como independientes en algunas
cuestiones. Pero a la vez, y esto azora a los padres, es frecuente que no se muestren responsables
para lidiar con sus estudios, ordenar su habitación o racionalizar sus gastos personales.

Los padres les suelen decir: ”si quieres hacer tu vida y ser independiente que sea para todo: para
estudiar y para organizarte mejor” y ellos responden con: ”el único problema es que no me
comprendes o no me dejas”.

Los adultos también hemos sido adolescentes, pero imposible en la etapa de nuestros hijos. Hace
30 años vivíamos en una dictadura, no había más que una TV, no existían las computadoras, ni
Internet, en la escuela las clases no eran mixtas, se pensaba que la masturbación era pecado, las
familias de dos y tres hijos eran lo normal, los jóvenes despertaban al sexo en la veintena y no
había preservativos ni educación sexual alguna, el trabajo abundaba, el rock era cosa de
desquiciados, casi nadie viajaba en vacaciones y sólo iban a la universidad unos pocos elegidos.

Partamos de ello, y estaremos más capacitados para entender el mundo interior de los
adolescentes, y más motivados para observarles con atención y escucharles con paciencia,
cercanía y cariño.

Ahora bien, aunque podamos ceder en cosas para ellos importantes (apariencia externa, gustos
musicales y aficiones, amistades, horarios en días festivos) hemos de mostrarnos firmes en lo
fundamental: respeto a padres y hermanos, responsabilidad en sus deberes académicos y
hogareños, salud y seguridad personal .

Porque, aunque se oponen a cualquier autoridad, necesitan una referencia, unas certidumbres
que alivien su estado de duda y les sirvan de orientación.

Si hemos mantenido en esta etapa una actitud de escucha y comunicación, combinando el afecto
con las concesiones y la firmeza, es muy probable que vuelvan a la normalidad de la vida familiar.
Porque, desde esa serenidad adquirida, percibirán a la familia como el valor seguro que es.

Y la influencia del medio social está tan llena de riesgos que los padres pueden adoptar posiciones
extremas desaconsejables: prohibición total protección excesiva obsesión por saber todo lo que
hace el hijo/a.

La flexibilidad es la actitud más inteligente: no discutamos por las cuestiones menores, pero
defendamos una posición firme, aunque siempre razonada, sobre ciertos hábitos que atentan
contra la salud, la seguridad o el ritmo de algunas diversiones que impiden que cumpla con los
estudios o se alimente y descanse correctamente.

Descubrir qué les agrada. Escucharles con paciencia e interés. Facilitar su emancipación,
cediéndoles paulatinamente cotas de libertad y de responsabilidad.

Mostrarnos flexibles en lo que entendamos accesorio, y firmes en lo fundamental.

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https://www.guiainfantil.com/articulos/educacion/conducta/limites-y-normas-en-la-educacion-
de-los-ninos/#header1

2- Debemos estar preparados para discutir con los hijos, algo agotador pero necesario. Y es que los
niños no aceptan de buen grado renunciar a sus deseos, pero los padres debemos tomar partido
en esa edad en la que el niño no es capaz de asumir grandes responsabilidades. Si el niño va a
llorar, protestar o gritar si no le dejamos pegar al hermanito pequeño, pues tendrá que llorar,
protestar o gritar, pero no le dejamos porque no está bien.

3. Hemos de ser coherentes y consecuentes. Si decimos al niño que no podrá jugar con ese juguete
por su mal comportamiento pero no lo cumplimos, el niño acabará no respetándonos. En el otro
sentido, tenemos que llevar esa consecuencia hasta el final. siempre teniendo en cuenta que la
consecuencia a de estar adaptada al comportamiento. No podemos prohibir al niño ir al parque
durante una semana porque no recogió los juguetes.

4. La firmeza: el tono de voz y la seriedad con la que hablemos es fundamental a la hora de poner
límites. Debemos mostrarnos serios y pacientes, aunque por dentro tengamos ganas de llorar o de
reírnos. No debemos gritar pero sí mostrarnos seguros de lo que estamos haciendo.

5. Debemos olvidarnos del consabido: 'porque lo digo yo y punto'. Los niños han de entender el
motivo de una regla: por qué han de irse a la cama pronto, por qué tienen que recoger la
habitación. De esta manera ellos podrán desarrollar valores internos de comportamiento. Ah y las
explicaciones cuanto más concisas y claras, mejor.

6. Consecuencia educativa. Los expertos nos hablan de los beneficios de dar consecuencias
educativas frente a los castigos pero ¿de qué se trata? Con un ejemplo lo entenderéis mejor: 'si no
haces los deberes irás al colegio sin ellos y tendrás que afrontar las consecuencias', si no quiere
tomar la cena, retiramos el plato y le damos un yogur, para que no vaya sin cenar pero no le
preparamos otro plato. Ni le gritamos u obligamos, simplemente les advertimos sobre lo que
puede pasar si ellos no hacen lo que deben.

7. No ceder. Cediendo sólo agravamos y prolongamos el problema en el tiempo. Esta es nuestra


norma y así has de hacerlo. Estemos seguros de que lo que estamos haciendo, SIEMPRE es y será
para el bien de nuestros hijos, para que crezcan felices.

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Estilo Democràtico:

- reglas flexibles

- Cuando aplica castigos estos son razonables y ejerce un control firme. Aplica una disciplina
inductiva, ya que le explica el propósito de las reglas y está abierto a las argumentaciones sobre las
mismas.

- Alto control disciplinario y

- Alta calidez afectiva

Es aquel que siguen los padres que mantienen muestras de afecto y aceptación explícitas,
presentan sensibilidad hacia las necesidades de sus hijos, favorecen que se expresen verbalmente
exteriorizando sus sentimientos y pensamientos.

Además tienen un alto nivel de exigencia que busca el esfuerzo por parte de sus hijos, dejan las
normas claras haciéndoselas saber a sus hijos, y cumplen con los castigos o sanciones.

La relación con sus hijos se caracteriza por ser cálida, cercana, afectuosa y comunicativa. Tienden a
mantener diálogos explicativos con sus hijos basados en el razonamiento y la coherencia. Utilizan
el reforzamiento positivo, y animan a sus hijos a superarse continuamente.
Frases como “porque lo digo yo”, “porque soy tu padre/madre” o “esta es mi casa y harás lo que
yo te diga” son típicas de padres autoritarios. Tienden a utilizar los castigos y las amenazas como
modo de moldear la conducta de sus hijos, que cumplen rigurosamente.

Intentan controlar el comportamiento de sus hijos a través de reglas, diálogo y razonamientos con
ellos. Escuchan la opinión de sus hijos mismo sin estar de acuerdo.

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Disciplina Inductiva

Autoridad razonable - La autoridad en la disciplina inductiva se lleva a cabo de forma razonable de


manera que usamos el diálogo, las explicaciones y discusiones (inducción) para poder razonar las
normas aunque estas sean exigidas finalmente. Es importante que pongamos entusiasmo a la hora
de dar las explicaciones para que resulten lo más didácticas posibles. De esta forma aunque se
trata de una norma establecida (exigida) intentamos que la educanda (la persona que las obedece)
las sienta como razonables e incluso necesarias.

Promover el aprendizaje y la obediencia de forma participativa - Las normas en este tipo de


disciplina inductiva se deciden con la participación de quien debe obedecerlas. Tenemos en cuenta
así la posibilidad de adaptar las normas de forma razonable a situaciones concretas o a
modificarlas si realmente existe razones con fundamento para ello. De todas formas siempre
escucharemos ambas partes de forma respetuosa y con la importancia que se merece.
Intentaremos basarnos siempre en la parte inductiva y en destacar los aspectos positivos evitando
recalcar los errores, defectos o fallos, tanto de las/os hijas/os como de las normas.

Animar la autonomía y autocontrol - Hijas/os retan en ocasiones con afán de superación


situaciones que exigen esfuerzo. Ambas partes conocen las normas consensuadas , o no (pero
siempre coherentes), y estas son previsibles. Por lo tanto no están en continua discusión. De este
modo se consigue la aceptación de las normas y el desarrollo de autonomía y autocontrol. A
medida que las niñas o niños crecen participarán más y mejor en la elaboración de las normas y en
la discusión de las razones que las justifican.

Asimetría en la relación familiar - Las hijas y los hijos deben reconocer esta asimetría al entender la
responsabilidad por parte de madre/padre de satisfacer sus necesidades y protegerles. De esta
forma se entiende el sentido de autoridad. Las normas no son negociables si no que tras el
proceso inductivo no hay acuerdo, madre/padre asumen la responsabilidad de exigir el
cumplimiento de la norma que consideran más justa y coherente.

En segundo lugar, tenemos la disciplina “inductiva”. Los padres usan técnicas basadas en la razón y
explicación para que el niño reconozca las consecuencias negativas de su conducta, para él mismo
u otras personas. Además, permite que el niño adopte el papel del otro, desarrolle empatía y una
conducta más prosocial.

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La técnica inductiva es aquella que está basada en el razonamiento de los niños, es decir, cuando
les ponemos unas normas o los regañamos va acompañado siempre de un razonamiento que hace
reflexionar a los niños sobre aquello que han hecho mal o que han de mejorar. Permite a los niños
razonar y aprender a identificar las formas correctas de comportamiento, para así poder lograr
una resolución efectiva del problema y desarrollar sus capacidades intelectuales. (Sorribes, 2002).

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Los límites deben ser claros, razonados y justificados

Implicar a los hijos e hijas en la toma de decisiones con respecto a los límites no significa que
abandonemos la autoridad parental, sino que será una manera de reconocer que están creciendo
y madurando y que tienen derecho a participar en las decisiones que les afectan

Debemos ser flexibles – Ir ajustando las normas y límites a las nuevas necesidades de nuestros
hijos e hijas a medida que van haciéndose mayores (III-IV medio)

Debemos ser coherentes y consistentes en cuanto a los límites establecidos, y las sanciones ante
su incumplimiento. Escuchar la justificación que el hijo o la hija nos da

Acuerdo de los padres a la hora de poner límites y castigos – Resolver las discrepancias en privado

Dejar en claro que cuando se sanciona, es el comportamiento de ellos/as y no a su persona

Alternativas al castigo – Expresarles como nos decepciona su comportamiento, la falta de


confianza que tendremos hacia él o ella si sigue comportándose así.

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1. Definir con claridad los motivos, razones e importancia que justifican las normas y los límites

2. Consensuar las sanciones y aprobaciones. Si no se llega a consenso, asumir la responsabilidad


parental

3. Somos responsables del cumplimiento de las normas

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A la hora de poner normas o negociarlas, no hacerlas en función de las aprensiones, miedo o


intereses personales, sino teniendo en cuenta la edad, su nivel madurativo y su grado de
responsabilidad

Si no le permites ir a un lugar, que sea porque objetivamente es peligroso o no esté acorde con su
edad

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Preguntas encaminadas a la participación de los demás para conseguir la solución de problemas,


tales como “¿cómo podemos resolver esto?”, “¿qué piensas?”, “¿qué te parece?”, etc

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Los padres también pueden ayudar a su hijo haciéndole ver que su conducta sí genera
repercusiones. Es bueno que el adolescente vea que a los padres les afecta su actitud agresiva. Por
ejemplo, si los padres le preguntaran a su hijo cómo cree que se sienten cuando reacciona de
forma tan agresiva ayuda a que el hijo se ponga en el lugar de sus padres. Ayuda a que no vea a
sus padres inmunes a su agresividad. Esto favorece a la empatía y reduce las probabilidades de
descontrolarse con sus padres.

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Cuando tu hijo se comunique acéptalo y agradece la comunicación, aunque no te guste lo que


oigas

Si por ejemplo el problema que tienes con tu hijo es con las horas de vuelta a casa, permítele
alargar el tiempo un poco a cambio de que ceda en algo que te importa o preocupa.

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"Los límites están muy lejos de comportar, exclusivamente, la sanción y la limitación. Suponen
esencialmente guiar, proteger, prevenir o aconsejar"

Si las responsabilidades y las normas son discutidas y se hace a niños y adolescentes partícipes en
su enunciación y establecimiento, ellos van a sentirse corresponsables e importantes, por lo que
su aplicación resultará más sencilla.

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Lo importante es que los límites sean coherentes, lógicos y firmes. No podemos ir cambiando las
reglas según la situación, el día o el hijo.

Errores más frecuentes de los padres

• Podemos negociar las normas a seguir, pero nunca debemos dejar que sean ellos los que
marquen los límites.

• No hay que ceder para evitar males mayores pensando que esto pasará con el tiempo.

• Los chicos pueden sentir miedo por tenerlo todo demasiado fácil.

• Debemos dejarles que desarrollen sus propias estrategias, que resuelvan sus problemas y
conflictos. Pero siempre debemos estar ahí, en un segundo plano.

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Lo primero a trabajar con los padres son las normas y reglas que les ponen a sus hijos. Para ello es
fundamental que la pareja esté de acuerdo en los límites que marcan a sus hijos y que conozcan la
razón por la que ponen una norma. De este modo cualquiera de los dos podrá explicar a su hijo
adolescente el porqué de una regla impuesta.

Las normas que se les pongan deben ser seguras, claras y ante todo coherentes con las que siguen
los propios padres. El mayor error que se puede cometer en la educación de un hijo adolescente
es el de dar mensajes contradictorios o incoherentes, ya que él aprovechará la situación para
manipular a sus padres y lograr de ellos todo lo que quiera.

En ocasiones se ponen normas que se rompen con facilidad. Esto sucede por ejemplo cuando los
padres llegan del trabajo tan cansados que no tienen fuerzas para ponerse a pelear y ceden a la
presión de sus hijos. Educar es una tarea agotadora, pero los padres deben estar ahí y aprender a
soportar la presión.

Hay que ser consciente de que algunas de las normas puestas por los padres no se van a cumplir
cuando los hijos estén con otros cuidadores como abuelos, tíos etc. Por eso hay que ser flexible ya
que las normas las deben hacer respetar los padres.

El establecimiento de ciertas normas puede estar sujeto a la negociación entre padres e hijos,
teniendo en cuenta que nunca será una negociación entre partes iguales; los padres deben poner
límites al proceso negociador.

Si ante la situación de negociación el adolescente intenta manipular, amenazar con insultos,


presionar gritando etc, los padres deben concluir el proceso y postergarlo hasta un momento en el
que el hijo esté más calmado y entienda la actitud de negociación.

Como los jóvenes de ahora no están acostumbrados a tolerar la frustración, no saben negociar ya
que esto supone hablar en un tono calmado, controlarse y escuchar a la otra parte. Los padres
también tienen la tarea de enseñar a sus hijos a negociar, aprendizaje que va a contribuir
decisivamente a que el adolescente llegue a desarrollarse como un adulto pleno.

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Los límites ayudan en la construcción de la personalidad del niño o adolescente, ya que conllevan
el desarrollo de aspectos como la voluntad, la tolerancia a la frustración, el aplazamiento de las
satisfacciones, tener en cuenta los derechos de los demás, etc.

Antes de transmitir los límites a los hijos, es importante que los padres hayan acordado y estén
convencidos sobre lo que van a pedir a los niños. A la vez, los progenitores deben haber decidido
de antemano y de mutuo acuerdo qué consecuencias tendrá el hecho de que su hijo no cumpla un
determinado límite o norma, comunicándoselo al niño.

Es aconsejable que las consecuencias que se apliquen en caso de saltarse una norma sean lógicas
o tengan alguna relación con la falta realizada (por ejemplo, pueden ir dirigidas a la restauración
del daño ocasionado al saltarse la misma). También deben ser proporcionales a la falta hecha, ya
que si se aplican grandes consecuencias a pequeñas faltas, faltarán procedimientos cuando se
produzcan faltas más graves. No son aconsejables los castigos en los que se pretenda que el niño
sufra o se sienta humillado, ni la aplicación de castigos excesivos en proporción a la falta realizada,
ya que estos hechos transmitirán miedo e inseguridad en el niño y se perderá el objetivo inicial
que se pretendía con los límites

Hay que expresar reconocimiento y gratitud cuando el niño se comporta como se le ha pedido y ha
respetado una norma o límite que se le había propuesto (por ejemplo, si ha llegado a casa a la
hora acordada).

Una vez establecido un límite hay que mantenerlo, siendo constantes en el tiempo y coherentes,
porque si se aplica arbitrariamente creará confusión. Un niño necesita sentir que sus padres saben
lo que le piden y lo que le permiten y, además, que se lo transmiten con seguridad. Al mismo
tiempo un niño dejará de insistir y oponerse a una norma con mayor probabilidad si percibe que
sus padres no están dispuestos a ceder.
El clima emocional debe ser afectivo y cordial. Establecer un límite no tiene que suponer tensión,
gritos o agresividad, ni debe plantearse como una amenaza o un castigo. Tampoco es aconsejable
entrar en discusiones o luchas de poder con los hijos, ni perder el control ante ellos.

Es necesario fomentar una buena comunicación, estando dispuestos a revisar y flexibilizar la


validez de los límites con el paso del tiempo y los avances del niño (sobre todo los relacionados
con la hora de llegada a casa, la hora de acostarse, etc.). Es de utilidad permitir que el chico, sobre
todo a partir de la adolescencia, participe cuando se fijen nuevas normas o se pacten nuevas
condiciones, ya que este hecho le dará la oportunidad de aprender a negociar y, a la vez, será más
fácil que éste se implique y se responsabilice en el cumplimiento de las mismas.

Los padres deben ser modelos válidos a seguir para los hijos. No es aconsejable pedir algo a un
niño que alguno de los progenitores no es capaz o no está dispuesto a cumplir (por ejemplo no se
le puede pedir que no grite si alguno de los padres suele hacerlo habitualmente).

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Siempre que sea posible, los jóvenes deben tener voz y voto en la elaboración de las normas que
se espera que ellos sigan. Usted se sorprenderá de lo razonable que su hijo o hija pueden ser.

Siempre escuche respetuosamente el punto de vista de su hijo, los niños tienen derecho a
desahogar la frustración ("¡Siempre me tratas como a un bebé!"), incluso la ira ("¡Eres la mamá y
el papá más malvada(o) del mundo!"). Pero al final, si usted considera que debe decir no, no se
haga atrás.

Sea específico. Usando de nuevo la hora límite de llegada a casa como un ejemplo: "Debes estar
en casa a más tardar a las ocho de la noche en días de escuela". No: “No quiero que estés fuera
tarde durante la semana”.

Sea conciso. Establecer un límite no debe tomar más de un par de oraciones.

Ponga todas las reglas importantes por escrito, para contrarrestar la memoria selectiva. "¡Pero
nunca dijiste que no se me permite llevar amigos en el auto cuando estoy conduciendo!"

“Claro que sí. ¿Lo recuerdas?”.

Los derechos y responsabilidades de un adolescente están sujetos a cambios.Las normas de


disciplina deben acoplarse no solo a la edad de un joven, sino a su comportamiento, madurez
emocional, capacidades y comprensión según su desarrollo.

A medida que demuestra una mayor responsabilidad, se le otorga más libertad. Sin embargo, si
muestra un mal juicio o rompe las reglas existentes, imponemos más restricciones hasta que
recupere nuestra confianza.

Las expectativas de un padre deben ser razonables y alcanzables. Siendo realistas, un joven
crónicamente desorganizado que siempre ha mantenido la habitación en desorden no va a
transformarse instantáneamente. Su mejora es probable que se dé en incrementos, lo que luego
se convertirá en el criterio para el elogio. Quizá la pila de libros de historietas debajo de su cama
siga acumulando polvo, pero acomodó las sábanas antes de irse a la escuela hoy, haciendo de esto
un hito digno de elogio. ¿Y una instantánea?
El castigo efectivo no es ni demasiado duro ni demasiado indulgente, pero acorde con la gravedad
de la “falta".

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