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NO SOMOS UNA TABLILLA VACÍA

Por Agustín Pérez Reynoso

Tal vez seamos más aficionados a la política de lo que pensamos. La teoría de la Tabula Rasa o
pizarra en blanco, que es la creencia que propone que cada individuo nace con la mente «vacía»,
es decir, sin cualidades innatas, de modo que todas nuestras inclinaciones, comportamientos o
habilidades provienen exclusivamente del aprendizaje, la voluntad y el entorno social, ha
encontrado, en la política socialmente correcta, su última tentativa para salvarse, desfigurando,
para ello, la ciencia y la vida intelectual, negando la objetividad y la verdad, y reduciendo todos los
temas a dicotomías.

Pocas personas, que crean públicamente que las diferencias de género, junto a las historias o
rostros atractivos, son una construcción social reversible, que niños y niñas son intercambiables,
que todas las diferencias en inteligencia proceden del entorno, que los padres pueden
macrogestionar la personalidad de sus hijos, que los humanos nacemos libres de tendencias
egoístas, etc., dirían lo mismo en la intimidad de su hogar, en sus momentos de charla distendida,
de humor o de reflexión sobre su vida, cuando aconsejan a sus hijas en sus relaciones con el sexo
opuesto.

La Tabla Rasa es innegablemente atractiva. Parece ser un baluarte contra todo tipo de
pensamiento que conduce al racismo, el sexismo, los prejuicios de clase o al genocidio. Pretendía
evitar que las personas cayeran en un fatalismo prematuro sobre las dolencias sociales evitables.
Dirigía la atención hacia el trato de los niños, de los pueblos indígenas y de las clases marginadas.
De este modo, se convirtió en parte de una fe secular y parecía constituir la posición general
correcta de nuestros tiempos. Pero no es, para nada, un ideal que todos debiéramos rogar que
fuera verdad.

Porque tiene su lado oscuro, de acuerdo al psicólogo Steven Pinker. El vacío de la naturaleza
humana que se le siga negando a las ciencias modernas de la mente, el cerebro, los genes y la
evolución que demuestran, cada vez con mayor claridad, que no somos una pizarra en blanco, lo
llenarán, con avidez, los regímenes totalitarios, provocando lo que dicen evitar: genocidios,
pervirtiendo la enseñanza, la educación y las artes, usándolas como formas de ingeniería social,
muy a tono con la cultura de izquierda, que se caracteriza por la sistemática destrucción de la
cultura tradicional.

No es un camino con un final afortunado aquel que prohíbe la investigación médica o científica
que podría aliviar el sufrimiento humano, que prefiera no ver nuestras deficiencias cognitivas y
morales. Y en cuestiones de política o economía, en vez de buscar soluciones viables, elije dogmas
ñoños, contrarios a la vida, antihumanos, que niegan nuestro potencial, nuestros intereses
inherentes y preferencias individuales. Somos más que una oquedad pasiva y una tablilla vacía. No
seamos como los intelectuales que han permitido que sus teorías le ganen la batalla a lo que es o
no verdadero.
Saquemos la vida intelectual de su universo paralelo y volvamos a unirla a la ciencia y, cuando ésta
la confirme, al sentido común. agusperezr@hotmail.com

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