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HEGEMONÍA CULTURAL

Por Agustín Pérez Reynoso

Antonio Gramsci, presidente y fundador del partido comunista italiano, ha sido uno de los
intelectuales más influyentes que ha producido el marxismo. Una de sus ideas más relevantes ha
sido el concepto de la “hegemonía cultural”, según el cual, la mejor forma de construir un orden
socialista no es por la vía revolucionaria violenta de los marxista leninistas, sino mediante una
gradual y persistente transformación de las diversas instituciones, ideas y valores que predominan
en una sociedad, de acuerdo a los autores Axel Kaiser y Gloria Álvarez.

Según la premisa del pensamiento gramsciano, los seres humanos no sólo estamos regidos por la
fuerza, sino también por las ideas, de acuerdo a Thomas Bates. La clase dirigente basa su poder en
la legitimidad que para el pueblo tienen las instituciones que les permiten tener ese poder. Y esto
es posible con las ideas y la cultura que transforman las categorías que explican la realidad. Pero
en el mercado de las ideas, distintas visiones compiten por la hegemonía. Es aquí donde los
intelectuales cumplen la función de “vender” las ideas a favor de los que dominan o dominarán.

El poder de las clases dominantes o que quieren dominar no sólo depende de instrumentos de
presión o de relaciones económicas, sino del control del sistema educativo, de la religión y de los
medios de comunicación, instrumentos cruciales de la lucha política. Pero para llevar a cabo este
trabajo de penetración cultural es necesario cambiar el lenguaje predominante, cuestionando el
lenguaje del adversario político, en vez de aceptarlo, y de este modo, de acuerdo al político
marxista español Pablo Iglesias, cambiar el sentido común instalado para sustituirlo por otro.

El fenómeno populista, especialmente en su variante totalitaria, se sirve de todo un nuevo


lenguaje y aparataje intelectual creado especialmente para destruir la libertad y justificar las
aspiraciones de poder del líder. El escritor George Orwell, le llamaría “neolengua” (newspeak) para
representar en la mente de las personas, como diría filósofo Luis Althusser, la idea de la lucha de
clases, por medio de palabras con cargas valorativas y emotivas, y llevarlas a rechazar o aceptar
determinadas ideas, instituciones e, incluso, sistemas económicos y sociales completos.

Pongamos por ejemplo la palabra “neoliberal”. Aunque produzca resultados extraordinarios, no es


aceptada, pues el rechazo al concepto es emocional y no racional. Orwell, reformista socialista
antitotalitario y uno de los críticos más demoledores del comunismo, explica que el lenguaje
político es la herramienta más efectiva para manipular las mentes de las masas. Las mentiras
suenan verdaderas, el asesinato es respetable y se venden ideas tan absurdas que sólo un
intelectual es capaz de creerlas. Esto explica que gente educada crea en ideologías grotescas como
el marxismo.

La teoría de la dependencia, que ha arruinado a América Latina por décadas, ha sido promovida
por intelectuales altamente preparados e inteligentes que buscan posiciones de influencia. Hoy
vemos que miles de académicos apoyan a nuestros líderes populistas con vocación totalitaria en
una serie de proyectos descabellados y el resultado lo vemos, ahora, en los pobres resultados al
respeto de los derechos individuales (desaparecidos) y el desprecio por la fortaleza institucional
(Instituto Nacional Electoral). agusperezr@hotmail.com

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