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AL OJO DEL AMO, NO ENGORDA EL ESTADO

Por Agustín Pérez Reynoso

Hay que vigilar los medibles de la economía para que no suceda en México lo que ha ocurrido en
gobiernos de corte populista:

La productividad de los trabajadores empleados en la industria reduce su ritmo de crecimiento,


que puede llegar a la mitad si se le compara con la década inmediata anterior, típico síntoma de
un tejido industrial protegido por el Estado. Hay que vigilar el ritmo de crecimiento del empleo en
el sector público comparado con el empleo en el sector privado, especialmente si llega a
convertirse en la principal fuente de ingresos para uno de cada cinco hogares en México, si
contamos los tres niveles de gobierno, en un ambiente donde baja la inversión y la inflación.

¿Podríamos pedir una situación laboral más precaria si los gastos exceden a los ingresos en un
Estado desfinanciado? Hay que vigilar el tope a los gastos populistas, porque varios billones de
dólares no serían suficientes para financiar, desesperadamente, los recursos necesarios para
costear salarios, subsidios y programas asistencialistas destinados a convertir a millones de
mexicanos en seres dependientes del Estado y en votantes cautivos. Sólo los contribuyentes
podrán frenar el gasto evitando el aumento de los impuestos, que ya son considerablemente altos.

También los empresarios, la economía formal, serán la barrera contra las nacionalizaciones que,
en parte, tienen el papel de financiar la fiesta populista, pero paradójicamente, terminan
produciendo menos de lo que deberían, y el gobierno acaba gastando más dinero en
importaciones para desgracia de la maltratada caja fiscal. Y lo que es peor, como ya ha sucedido
en otros gobiernos populistas, para invertir, se vuelve a rogar a empresas extranjeras que inviertan
en una empresa privada que se nacionalizó, que lo hubiera hecho si hubiera permanecido privada.

Pero un espejismo de un crecimiento en el populismo de un 8% anual dura poco y la factura llega


pronto: Inflación galopante, atonía empresarial, sequía de inversión extranjera (a costa del
empresario nacional que no está cerca de quienes imparten justicia social), una vertiginosa fuga de
divisas en la insistencia de sostener una moneda sobrevaluada, y poca credibilidad por las cifras
económicas oficiales acerca de la inflación, número de pobres, déficit fiscal, caída en las Reservas
internacionales, por no hablar de las controversias con los acreedores de la deuda del gobierno.

A pesar de que el gasto público llegue en los gobiernos populistas de un 25% del PIB al 42%, la
experiencia ha demostrado que, al final, cuando el modelo empieza a fallar, los sectores
descontentos que respaldaron el modelo desde el inicio, reclaman una radicalización estatista y
autoritaria aún mayor, mientras otro sector, más amplio, termina pidiendo un cambio en sentido
contrario. Todo lo anterior, en mayor o menor medida, es resultado de una dificultad enigmática
de las clases dirigentes y de quienes los eligen para aprender de su pasado desastroso, no como
un asunto improvisado, sino largamente elaborado. agusperezr@hotmail.com

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