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A LAS ORILLAS DEL QUEILES

Tudela 1861
El heroísmo de Madre Rafols y Mosén Bonal, el arrojo de las Hermanas en la epidemia
de cólera de 1855, su caridad y humildad se extiende más allá de los lugares en los que
prestan sus servicios. Por ello, desde Tudela, se pide su presencia.
Apretadas en la diligencia, ante la mirada curiosa de sus vecinos, dejaron las religiosas
su segura Tarazona, con sus torres, sus sinuosas calles mudéjares y sus empinadas
cuestas para adentrarse en el camino bordeado de viñas y olivares, con el Moncayo al
fondo como si de una postal se tratase. Dos horas en las que las Hermanas expectantes
se preguntaban qué encontrarían en la que les habían dicho industriosa y alegre ciudad.
En Tudela, los aires ilustrados habían resonado con fuerza cuando en 1774 D. Pedro
Rodríguez, Conde de Campomanes, proponía la creación de Sociedades de Amigos del
País en cada provincia a fin de que se desarrollase la economía en España. Fruto de
esta invitación un grupo de tudelanos vino a formar la «Sociedad Tudelana de los
Deseosos del Bien Público». La Sociedad es aprobada el 30 de mayo de 1778 en
audiencia pública de más de 300 personas, todos ellos varones, si bien en este caso seis
señoras distinguidas pudieron seguir el acontecimiento desde una sala contigua. Una de
ellas fue Dª María Ugarte y no por casualidad. Dª María, adelantándose a sus tiempos,
decidió confiar en esta Sociedad seglar para que administrase sus bienes y pusiera en
marcha un sueño forjado durante años: la Casa de Misericordia de Tudela.
Dª María y su esposo, D. Ignacio Mur, pertenecientes ambos a linajudas familias, con
suntuoso patrimonio, tuvieron tres hijos, uno no llegó a la mayoría de edad, una hija
profesó en las dominicas y otra se casó muriendo en vida de sus padres, tampoco sus
hijos sobrevivieron a los abuelos. Viéndose el matrimonio sin descendencia conciben
la idea de donar sus bienes a distintos establecimientos de beneficencia. Mas la muerte
de Ignacio Mur, de su hija monja y el paso del tiempo hacen variar el testamento varias
veces, hasta que el 9 de septiembre de 1771, ante el escribano Pedro Mirando, Dª
María dicta el definitivo, completado por cuatro codicilios. Nombra ejecutores
testamentarios y patronos al Ayuntamiento, al Cabildo y al mayorazgo de Ugarte y, en
1778, faculta a la “Sociedad Tudelana de los Deseosos del Bien Público” la ejecución
y puesta en marcha de la Casa de Misericordia para luego entregarla a los patronos.
SS.MM el Rey Carlos III la tomó bajo su protección concediéndole el título de “Real”
en abril de 1779.
D. María Ugarte queriendo que la casa fuera un lugar de asistencia corporal y
espiritual, donó en vida todas sus posesiones, incluso su propia casa. Con su fortuna y
las aportaciones añadidas se construye una tercera parte de lo proyectado. La actividad
comenzó en 1790 asilándose a ochenta pobres.
Lamentablemente, tanta generosidad y buen hacer se vio truncado a comienzos del
XIX por el egoísmo e intransigencia de las guerras. Durante la tristemente contada
Guerra de la Independencia (1808-1809), el francés destina la ““Real Casa de
Misericordia”” a Hospital. Mientras, huérfanos, indigentes, pobres y desvalidos quedan
en las calles respirando pólvora, recibiendo balas, sepultados entre basura, piedras y
palos, calentándose con el frío de la muerte. La “batalla de Tudela” fue una catástrofe
táctica y desembocó en la más sangrienta derrota, el saqueo y la huida. “La
Misericordia” quedó quebrantada y sus puertas cerradas hasta que en 1824 vuelve a ser
ocupada por las tropas y milicias que se enfrentan en la Guerra civil de los Siete Años
entre carlistas y liberales, el edificio no se recupera para sus fines originales hasta en el
año 1852.
Por fin, el 3 de octubre de 1855 se abre definitivamente, aunque quedan reformas
pendientes. No tardó la Junta del Patronato y Gobierno de la “Real Casa de
Misericordia” en estudiar la mejor manera para alcanzar los fines de la Casa y teniendo
noticias del buen hacer de las Hermanas de la Caridad escriben, el 20 de junio de 1858,
al Sr. Obispo de Vich.
“…que no como mercenarias, sino movidas de su inexplicable y
virtuosísimo celo se ocupan siempre con felices resultados en la dirección
de tan benéficos establecimientos”.
A pesar de los halagos y el tan delicado trato no puede la Congregación atender a la
demanda y lo comunica. Sin embargo, la Junta insiste y 1860 la M. Magdalena Hecho
ve la posibilidad de dar respuesta a tan constante llamada enviándose dos Hermanas
desde Tarazona para ver la marcha de las obras y el estado de las instalaciones.
Se tratan las bases para el gobierno de la Casa y la asistencia, educación y cuidado de
los acogidos y el 5 de agosto de 1861 salen del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia hacia
Tudela cuatro Hermanas, las acompaña la Madre Magdalena Hecho y D. Joaquín
Cremos, Canónigo y comisionado de la Junta de la Casa Misericordia de Tudela.
Al día siguiente de su llegada fueron recibidas oficialmente por la Junta y conducidas al
Oratorio donde oyeron Misa y recibieron la Sagrada Comunión de mano del M.I.Sr.
Gobernador eclesiástico y concluida la acción de gracias visitaron todo el
Establecimiento y quedaron encargadas definitivamente de cuanto en él había.
La acogida que las Hermanas tuvieron en Tudela fue en extremo entusiasta … el
pueblo de Tudela salió gozoso a recibir a las Hermanas. En ellas veían mujeres que
solo pensaban en hacer el bien a pobres y necesitados… en cuidar y educar a los niños
y en extender su acción benéfica a sus vecinos. Con ellas era más fácil experimentar el
amor y la cercanía de Dios.
Con las Hermanas el número de indigentes y necesitados que son auxiliados aumenta,
pero los recursos disminuyen, a pesar de que los tudelanos no se dejan ganar en
generosidad favoreciendo con una suscripción mensual según sus posibilidades y de
los desvelos de la Junta del patronato. la “Real Casa de Misericordia” tenía poco de
real y mucho de misericordia. Si bien las Sociedades de Amigos del País potenciaron
alguna pequeña industria como la fabricación de yeso, pobres mal alimentados, hechos
al poco trabajo y al mucho vino, mujeres enfermas y niños aún no crecidos poco
podían hacer. Mientras la señora pobreza, agazapada a la puerta, no se iba ni a
escobazos.
Curiosamente, la Real Casa tenía en sus estatutos que dos hospicianos, llamados
“rapapobres”, salieran “todos los días a recorrer la población llevando un distintivo y
celarán que ningún otro pida limosna ni ande vagando por las calles y tabernas, lo
cual procurarán impedir y, si no pudieren conseguirlo por sí, implorarán el auxilio de
los ministros de justicia”. No es una cuestión estética, es una cuestión cristiana, es el
lema de la fundación: “ayudar a los pobres, disipar la pereza”. Nuestras Hermanas
sabían bien de pobreza y trabajos, por ello sentaban como un guante en “La
Misericordia”.
El esfuerzo y solidaridad de tantos no podía sino dar fruto, se adquirieron los terrenos
lindantes en los que se cultivó productos de la huerta con los que se alimentaban los
residentes a la par que trabajaban, las aguas del Queiles los regaban y una gran
noria hacía que nunca les faltase el agua. El edificio se pudo terminar en la parte
occidental construyéndose una espaciosa iglesia en forma de cruz latina, según el
plano primitivo. Siempre tuvo la “Real Casa de Misericordia” capellán, que vivía en
una casita cercana propiedad de la Casa, de manera que contaban con asistencia
espiritual niños, ancianos y Hermanas. Era la iglesia punto de encuentro en la
celebración diaria de la Eucaristía y espacio que dividía en dos el edificio, a un lado
ancianos, al otro los niños. Las Hermanas con una delicada separación entre ambos.
El grupito de niños nunca fue muy numeroso, doce o trece niñas, siete u ocho niños.
Las niñas eran formadas por las propias Hermanas, formación general por la mañana
y labores por la tarde; los niños estudiaban fuera, en la escuela pública. Como era
costumbre en la época cada uno tenía su patio, niños y niñas, además de disfrutar del
jardín y la huerta. Los domingos misa en la Catedral y paseo. De entre estas niñas
salió alguna Hermana de la Caridad de Santa.
“Al principio, no sabía si deseaba ser religiosa por tanto como quería a las
Hermanas o porque el Señor me llamaba”. Y continúa, “nunca las
Hermanas dejaron que aun siendo mayorcita les ayudase en las tareas con
los ancianos, mas veía a las Hermanas limpiar los orines de los
incontinentes de debajo de las camas que traspasaban los pobres colchones
de paja”.
El progreso llegaba lentamente a Tudela, como su famoso tren, el “Tarazonica”, tren
de vía estrecha que enlazó desde 1885 Tudela y Tarazona, pero llegaba. El Círculo
Mercantil, el Centro de Agricultores, centros recreativos y el proyecto de la
construcción de la Azucarera cerró el siglo XIX. Mas también se vio agitada por los
conflictos socio-políticos, junto a colegios privados y públicos, periódicos, créditos
bancarios, prosperidad agrícola… surge el descontento obrero, las revueltas
callejeras, las huelgas, la dictadura militar, la crisis económica y la guerra.
Hacia la gran Casa corrían niños y ancianos en la Misericordia a refugiarse,
estuvieran donde estuvieran, cuando oían la sirena desde la Azucarera anunciando
bombardeos. En ella acogieron a un numeroso grupo de adolescentes, ya casi rozando
la juventud, que en el momento de estallar la guerra pasaban del País Vasco a
Madrid. Los pararon en Tudela y los llevaron a la “Misericordia”, allí vivieron los
tres años de la guerra. Y les quedó tan buen recuerdo de su estancia en este pueblo y
tal cariño a las Hermanas, que en los años 80 aún había algunos de ellos que cogían
casa de vacaciones cerca, para visitar a las Hermanas. Otros hacían el viaje sin más
motivo que verlas, mostrarles su cariño, ya que en ellas encontraron el consuelo de
las madres que angustiadas los lloraban.
La posguerra fue terrible, las Hermanas heroicas, los trabajos y sacrificios no
desmerecieron a los de sus primeras compañeras. Tudela siempre ha reconocido
agradecida esta ingente labor. El año 1961, centenario de la fundación, un sábado 14
de noviembre, se homenajeó a las Hermanas entregándoles un bello pergamino como
recuerdo de la Ciudad y se celebró una misa pontifical oficiada por el Excmo. Obispo
Auxiliar y la participación del coro de Tudela, invitándose a un vino de honor. Tras
ello, con la presencia de Autoridades civiles y eclesiásticas, Religiosas de la
Congregación, las Madres Escolapias y numeroso público, un gracioso número cómico
escenificado por las niñas del hospicio amenizó el acto que se cerró con emotivas
palabras de agradecimiento. Tres años más tarde, 7 de mayo de 1964, el fallecimiento
de una de las Hermana lleva de nuevo al Ayuntamiento a manifestar la entrega de las
Religiosas:
“El Sr. Alcalde dice que ayer, falleció en esta Ciudad, la religiosa de la
Congregación de Santa Ana, Hermana Pilar Hernández Gómara, de 88 de
edad, que llevaba 46 años en Tudela, atendiendo a los acogidos en la “Real
Casa de Misericordia” y desarrollando una ingente labor entre los
humildes, que le hace acreedora al reconocimiento de la Ciudad.”
La Misericordia durante un periodo trabajará en coordinación con la Junta Provincial de
Protección de Menores de Navarra acogiendo a niños de esta entidad hasta su mayoría
de edad, hasta que los cambios en la Administración hicieron innecesario este servicio y
se suprimió la acogida de menores.
Las Hermanas intentaban sacar brillo a los raídos suelos de la Casa, cuando en 1966 el
Patronato, con buen criterio, acordaba construir una nueva Casa de Misericordia
encargando el anteproyecto de la misma al afamado arquitecto Rafael Moneo. El cual se
esmeró en su construcción realizando algo inusual en ese momento al dedicar una parte
de la planta primera de la casa para habitarla matrimonios o hermanos con habitación,
sala de estar, pequeña cocina y terraza.
Los expertos pensaron ubicar el edificio en la llamada huerta de la Misericordia, las
Hermanas pensaron: “¡adiós, alcachofas!”. Aunque se hizo esperar un nuevo edificio
brotó entre la calle Misericordia y la calle Alberto Pelairea. Fue en 1982 cuando las
obras se ponen en marcha y en 1987 cuando terminan. Una superficie de 13.000 metros
cuadrados, de ellos 2.600 de jardines, visibles desde todas las ventanas, con espacios de
descanso, paseo, actividades varias, con una capacidad para 180 personas. Los
residentes veteranos, ante tanto espacio y comodidad, se perdían y, sin que pudieran
oírlos, decían a las Hermanas: “Vamos a pasarnos ustedes y nosotros a la casa antigua y
los demás que se queden en lo nuevo”.
En pleno centro de Tudela, con el Queiles cubierto para evitar las aguas fecales, la
residencia es un perfecto lugar de encuentro dentro de la Ciudad. La antigua Casa se
convirtió en un prestigioso hotel: Hotel AC Ciudad de Tudela, que conserva su fachada
principal remodelando íntegramente el interior. Como en el cuento de la Cenicienta en el
que la calabaza y los ratoncitos se convirtieron en un precioso carruaje así, pobres
salones y deslucidas paredes se transformaron en un hotel de cuatro estrellas donde, tal
vez alguna “cenicienta” encontró a su príncipe. 
Nuestras Hermanas continuaron con los ancianos hasta el 30 de junio de 2002. El día 27
se les hizo un sentido homenaje por parte de la Junta y en colaboración con el
Ayuntamiento después de 141 años de entrega preferente a los más pequeños y
desamparados.

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