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AVILÉS

Noticias Históricas
Por
Julián García San Miguel
C. de la Real Academia de la Historia

-MADRID-
Imprenta de la Viuda de M. Minuesa de los Ríos
Miguel Servet, 13.—Teléfono 631.

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Julián García San Miguel y Zaldua (Avilés, 8 de
marzo de 1841-Olmedo, 4 de octubre de 1911) fue un
político y escritor español, ministro de Gracia y Justicia
durante la regencia de María Cristina de Habsburgo.
Estudió Derecho en la Universidad de Oviedo,
doctorándose en Madrid en 1865, con una tesis acerca
del derecho histórico de España, sobre cuestiones de
matrimonio. Posteriormente, fue abogado en Oviedo,
ejerciendo la docencia en la Universidad de Oviedo.
También fue miembro de la Comisión de Monumentos y
miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. Fue asiduo colaborador
de la prensa asturiana, en especial de El Faro Asturiano, donde escribía artículos
eruditos y razonados a raíz de la polémica suscitada sobre la autenticidad del Fuero
de Avilés, en la que tomaron parte importantes historiadores, filólogos y paleógrafos
españoles de la época.
Dada su ideología liberal-monárquica, apoyó la revolución de 1868, enfrentándose
posteriormente a los partidarios de la candidatura al trono de Antonio de Orleans, a
quienes venció en las elecciones de 1869 en la circunscripción de Avilés. Fue partidario
de Amadeo de Saboya, quien le nombró gentilhombre de cámara, concediendo el título
de marqués de Teverga a su padre. Al derrumbarse la monarquía amadeísta y después
la República, San Miguel reconoció la Restauración borbónica.
Ya en el régimen de la Restauración, volvería a ser elegido diputado a Cortes
por Avilés, en los comicios celebrados entre 1879 y 1905. Pasó al Senado en 1907
como senador vitalicio. Desempeñó el cargo de ministro de Gracia y Justicia entre
el 6 de marzo de 1901 y el 19 de marzo de 1902 en un gabinete Sagasta. También
fue director general de beneficencia y subsecretario de gobernación. Fue miembro del
Consejo de Estado y de la Real Academia de Jurisprudencia.
En 1885, al morir su padre, heredó el título de marqués de Teverga. Estuvo
vinculado a la construcción del ramal del ferrocarril a Avilés, que fue inaugurado
en 1890. Su padre había sido uno de los más pujantes armadores y comerciantes de
Avilés, y a su muerte heredó también sus negocios. Fue autor de gran número de
discursos parlamentarios.

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AVILÉS
Noticias Históricas
Por
Julián García San Miguel
C. de la Real Academia de la Historia

-MADRID-
Imprenta de la Viuda de M. Minuesa de los Ríos
Miguel Servet, 13.—Teléfono 631.

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Al Excmo.

Ayuntamiento de Avilés.

Para corresponder a la confianza que me dispensa la histórica


y noble villa en que nací, honrándome con su representación en
Cortes desde hace veintisiete años, dedico este modesto trabajo a su
Excma. Corporación Municipal, como débil muestra de gratitud y
reconocimiento a mi querido Avilés.

Madrid, Julio 10 de 1897.

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Al lector de «Avilés »

Y a era tiempo.
Época de florecimiento es la presente para la historia asturiana, que estaba
muy necesitada de asiduo e inteligente cultivo.
Campomanes y Jovellanos, Marina y Caveda pensaron mucho en esta
empresa; y con ricos materiales y más amplios horizontes se preparaban a la obra
acopiando muchos y variados materiales, que en mal hora se desparramaron o
perdieron, retrasando así el deseado libro de las Glorias y Hazañas asturianas,
fijadas y narradas con cuenta y razón y sin las candideces y confusiones del
obispo D. Pelayo y Tirso de Avilés, de Carballo (el Mariana asturiano) y Trelles.
Nunca se lamentará bastante el extravío ele papeles que juntaron aquellos
insignes hijos del Principado; y si bien algunos se recogieron - a la manera que
el mar arroja mil y mil restos a la playa,-sin embargo, la pérdida fue grandísima
y detuvo por mucho tiempo la historia provincial, que, a sus timbres gloriosos,
juntaría la autoridad y crítica de tan esclarecidos narradores.
La prensa periódica de la provincia, a partir de El Nalón -1842, -puso mano
a la noble tarea de juntar los materiales reaparecidos y de publicar otros nuevos,
facilitando así el camino de cuantos, llevados por sus aficiones y admiración al

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pasado, se decidieron con filial amor a reanudar el paralizado trabajo de cultivar el
campo de la historia de Asturias, que estaba como de barbecho o donde, cuando
más, fructificaban algunas semillas tomadas de Morales y Dávila, Argáiz y Sota,
Marañón y Risco.
Al primer esfuerzo la cosecha fue abundantísima, si bien el cultivador fue
extraño, aunque trabajaron con él colaboradores de la tierruca.
Pudo producirse de esta manera por Quadrado el magnífico tomo de Asturias,
de los Recuerdos y Bellezas de España, siendo aquel famoso mallorquín el
«primer historiador de Asturias», a la manera con que debe presentarse la
historia en los días que vivimos.
En seguida vino también, de tierra de Castilla, otro docto escritor, el
Sr. Sangrador, que quiso hacer más variada la tarea y publicó la curiosa pero
deficiente Historia del Gobierno y Administración de Asturias.
A partir de aquí, los trabajos históricos provinciales fueron cada día más
frecuentes y más amplios, debidos otra vez a hijos de esta brillante región, en la
que sobresalieron Posada, Pidal y Canga Argüelles, y figuraron en primera línea
D. Máximo Fuertes Acebedo, prematuramente fallecido, y D. Ciríaco Miguel
Vigil, el Cronista, mi querido maestro y continuo favorecedor.
Muy cerca de éstos siguen en importancia por sus producciones histórico-
regionales Arias de Miranda y mi amantísimo padre don Benito; Caunedo y
Díaz Ordóñez; Estrada y Menéndez de Luarca; Tuñón y Luanco; Laverde y
Labra; Bárcena y Amandi; Pedregal y Cantón; Solís y Escalera; González Llanos
y González Llana; Rendueles y San Miguel; Ochoa y Perdones; Carreño y Arias;
Hevia y Polledo; Selgas y Somoza; Aramburu y Acevedo; Vigón y Jove; Cotarelo
y Balbín; Cortés, Vallina y bastantes más que figuran entre los colaboradores de
Asturias, obra que, en unión de Octavio Bellmunt, imprimo en la actualidad.
Páginas de esta publicación, donde con otras producciones aparecen
monografías de los concejos del Principado, son las que constituyen el libro que,
en edición especial, reimprime ahora mi buen amigo de toda la vida el Marqués
de Teverga.
Es un volumen de la bibliografía provincial que tiene doble significación:
una, la ya indicada de ser un estudio más de historia asturiana; y otra, de ser
expresión íntima de amoroso homenaje, que el autor ofrece a su pueblo natal
después de haberle consagrado incesantes esfuerzos para su prosperidad y

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engrandecimiento.
El libro de AVILÉS por Julián García San Miguel será merecidamente
estimado por los hijos de aquella hermosa villa, que, en la institución sucesora de
la Junta general del Principado y en el Congreso de los Diputados, viene desde
1866 y desde 1870 confiándole su representación y sus poderes en el templo de
las leves.
Para que no se diga que es lisonja - aunque en mi independiente modo de ser
no di, ni he de dar, Dios mediante, en semejante inclinación,- callaré méritos
indiscutibles del cariñoso amigo, que en las aulas de la Universidad ovetense, en
la Prensa, en la Academia, en el Parlamento y en las primeras Corporaciones de
la nación supo distinguirse entre los primeros y no ser aventajado - que es lo que
importa mucho desde Pajares al Cabo de Peñas - por otros coterráneos en afecto
y en servicios a lo que ahora se llama patria chica, aunque tratándose de Asturias
debiera decirse siempre la cuna de la patria española.
Por ser públicas y notorias aquellas condiciones del Marqués de Teverga;
por estar bien acreditada su firmeza liberal y su viejo culto a los principios
democráticos, nada he de escribir aquí que personalmente a él se refiera, y
cuando saben bien sus paisanos que nunca desperdició ocasión de servir a la
tierra nativa.
Otro es mi propósito en este lugar, donde, por bondadosa distinción del
autor, he de asociar a su nombre, conocido dentro y fuera de esta tierra, el mío
humilde, que no ha pasado ni tiene por qué pasar, más allá de nuestras montañas.
Considerando mi devoción a la provincial historia y por haberle impulsado
además a escribir el libro para mi obra Asturias, quiere, con hábil intención, que
yo fatigue en estas líneas a los lectores avilesinos y así mejor se deleiten en las
páginas siguientes, exposición razonada de los fastos de su pueblo. Si otro fuera
el pensamiento de mi excelente amigo, hubiera buscado, a la usanza de muchos,
prestigiosa firma para este prólogo o preámbulo, que he de ceñir á breve y sincera
expresión de mi complacencia por el estudio AVILÉS.
Prescindiendo de rápidos y aislados trabajos en periódicos, y siguiendo inédita
la laureada «Memoria» del Sr. Arias, aparece ahora la primera historia - digna de
este nombre - de la pintoresca villa; y para quien tanto por ella se desvive, como el
autor, viene a ser el libro un resumen o balance de timbres honorables en historia
y arte, un apuntamiento de recuerdos y bellezas del rincón amado, para que sus

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convecinos más hondamente se solacen considerando y comparando gloriosos
tiempos antiguos con los de prósperos y florecientes que anuncia lo porvenir.
Bien se ve no ha escrito el Marqués de Teverga paciente y minuciosa crónica
de su villa, pues otro era nuestro propósito, que él ha coronado con inteligente
acierto: y en esto hay un mérito evidente, porque sin que falten los sucesos
principales y sobre todo las consideraciones que de ellos se desprenden, se
aprecia clara y distintamente lo que fue y es Avilés, y hasta parece que se adivina
lo que ha de ser por ley de herencia un pueblo de tan bizarros alientos en sus
instituciones y en sus ilustres hijos.
Supo así el celoso Diputado ajustarse a las instrucciones y consejos que para
una historia asturiana daba el sapientísimo Jovellanos al erudito magistral
González de Posada, indicándole « que el orden y la combinación de materiales
y las deducciones analíticas forman lo más precioso de estos trabajos».
No puso nuestro cariñoso amigo larga y empalagosa disertación sobre
aborígenes en tiempos oscuros, que no encajaba en la índole de la publicación;
pero indica lo principal para debido punto de partida, tal como esta materia
puede ser tratada en momentos de vacilación por recientes descubrimientos
con nuevos enunciados a problema tan debatido. Y son también suficiente
preparación las memorias y noticias remotas de los Zoelas, de la situación de
Noega en Nieva, de los vestigios de Gauzón -baluarte formidable de gran papel
en nuestros anales, - y para muy meditadas las manifestaciones referentes a las
Aras Sestianas, preciados monumentos romanos sobre los que, desde referencias
de Morales y Mariana, reina cierta confusión acerca de su situación y alcance.
Más interesante y movida es la parte referente a la Edad Media; los esbozos
de local invasión árabe; en plena monarquía asturiana y leonesa, las donaciones
regias del territorio de la villa a la iglesia de Oviedo, mientras los nobles se
engrandecían por otro lado, para que por tan opuestos golpes brotasen con
tenaz porfía las fulgurantes chispas de libertad popular, que se formó andando
los tiempos, la luz que iluminó radiante la historia de nuestras municipalidades,
conquistadora de preciados fueros.
Sabida es la importancia que tuvo y tiene el de Avilés, no ya en su manifestación
primera de Alfonso VI - 1085,-que se perdió, sino en la confirmación de Alfonso
VII-1155, - que llegó hasta nosotros, como primera y pública manifestación del
romance castellano.

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Es, por tanto, joya nacional el diploma avilesino y, sin que sea de olvidar su
valioso contenido jurídico, por el concepto filológico tuvo y tiene fama en la
diplomática y literatura nacionales. Un día la puso en tela de juicio un escritor
insigne, y suscitóse polémica animada en que, desde uno y otro bando, diciendo
ser o no ser falsificación y fingimiento la carta puebla, al fin ha resultado más
conocido y más considerado el pergamino de Avilés.
No he de recordar aquella discusión cimentada en el notabilísimo discurso
de D. Aureliano Fernández-Guerra, vir optimus, a quien debí entrañable y
predilecta amistad. Cuanto pasó entonces lo recuerda el Marqués de Teverga,
que, con ánimo sereno y dominando locales inclinaciones, entró en el palenque
con armas de buena ley, sirviendo a la verdad histórica sin alucinamiento ni
preocupaciones de lugar. Desde entonces a hoy se hizo mucha luz sobre esta
cuestión; aparecieron nuevos documentos y se aquilataron más las hipótesis en
que principalmente descansaba la impugnación, llevada también por el famoso
académico al Fuero de Oviedo, debido a los mismos monarcas.
La defensa de Avilés por el Sr. Arias de Miranda fue trabajo de mérito, mas no
la última palabra, que aun está por decir, cual acontece con semejantes litigios,
en que siempre se ocurre algo a demandantes y demandados. En favor de Avilés
no desmayaron autoridades de primera línea, y fue Quadrado, muy perito en
la materia, uno de los nunca convencidos por D. Aureliano, que en sus últimos
tiempos y en nuestro íntimo trato, va no se manifestaba tan insistente como en
los años de la Oración inaugural ante la Academia Española.
El diligente cronista asturiano Sr. Vigil vino a la contienda con armas de
gran alcance diez años después y, por ser igual la causa de los cuadernos forales
de Avilés y Oviedo, presentó documentos en favor de éste, que alcanzan a
la autenticidad de aquél, debatida por referencias a pérdidas e incendios, a
confusiones con otro diploma, o suponiendo suplantaciones fáciles de conocer
en cancillerías y tribunales, donde se aquilataban las franquicias y preeminencias
de los pueblos. Y no he de insistir sobre este tema, que D. Julián García San
Miguel dilucida con atinada crítica.
Los asturianos todos, y principalmente los hijos de Avilés, han de interesarse
en este libro con la reseña sintética y clara de la vida política y administrativa de
la villa y de su dilatado alfoz, que se extendía por Gozón, Carreño, Corvera, Illas
y Castrillón.

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Así ha de verse por las siguientes páginas que el municipio avilesino tuvo
grande y vigoroso empuje en su gobierno, con incesantes alientos de soberanía y
a veces con energía bizarra propia de la majestad.
No he de seguir paso a paso al autor ni disertar aquí sobre el concejo de molde
leonés, emancipándose del clero y de la nobleza, y sirviéndose después de ésta;
hoy celebrando hermandades con otros municipios, mañana poniéndose bajo
la protección del prócer D. Rodrigo; siguiendo leal a D. Pedro de Castilla, y no
figurando-lo que es de extrañar y no está bien explicado-en la asamblea ovetense
contra el de Trastámara.
Muy de notar será siempre en la historia del Principado que Avilés reemplaza
a Oviedo en los momentos más críticos de los siglos XIV y XV, y en su recinto
se congregan y discuten los representantes asturianos para poner a salvo las
libertades municipales contra el inquieto y falaz Conde de Gijón, contra los
Quiñones usurpadores, y contra los enemigos del Príncipe, señor natural, que
aseguraba mayor independencia a la región.
Por esto los monarcas citaban a la villa de Avilés después de la cabeza del
Principado, y en la foral y suprimida Junta general tenía puesto de honor en
seguida de la capital.
Un suceso se apunta, el incendio de 1479, que debiera ser más esclarecido,
porque, a semejanza de lo que pasó en otras villas asturianas, parece ser
manifestación del movimiento beltranejo - no bien estudiado todavía - que
perturbó a nuestra provincia en los gloriosos años de los Reyes Católicos.
Termina con éstos la regia Casa Bastarda de Castilla y, centralizada la vida
pública por las siguientes de Austria y de Borbón, la historia de Avilés está en
la defensa de su costa contra armadas extranjeras y piratas que la acosaban,
corriendo por ellos mil peligros, y aun teniendo bríos para auxiliar a los Reyes
en sus campañas y contiendas por el mundo. Mientras tanto se cubren de gloria
en América los Menéndez, las Alas, los Estébanez, y es tal la nombradía del
celebérrimo Adelantado de la Florida, que con su nombre, y el de Rui Pérez,
conquistador de Sevilla con San Fernando, se denomina la villa solar de tan
esclarecidos hijos.
Los demás sucesos son de ayer: la guerra de la Independencia con el
levantamiento de Asturias contra el Capitán del siglo; los desastres y divisiones
políticas con bandos de «blancos» y «negros»; y, por último, los viajes regios, que

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fueron como anuncio de la transformación y engrandecimiento de Avilés.
Para que el cuadro histórico de esta villa y concejo, trazado por el Marqués de
Tcverga, fuese más acabado y para que el estudio resultase completo, no se ciñó,
como muchos autores de desnudas historias, a simple narración de conquistas
y guerras, casamientos do príncipes y sucesos de significación externa, que
impiden ser a la misma historia, según la conocida frase de Cicerón, el mejor
testigo de los tiempos pasados, maestra de la vida y mensajera de la antigüedad.
El autor de AVILÉS dio más variedad a su libro para provechosas enseñanzas
y, porque importa más, más se detuvo en apreciar la «constitución interna», la
organización y régimen antiguos del concejo, ya «cerrado», ya «abierto», donde
la cualidad de vecindad era la superior distinción con franquicias y derechos,
después olvidados, tenidos siglos después por conquistas modernas, cuando
nada o muy poco hay nuevo bajo el sol, según el conocido aforismo.
Aquella «república» gobernada por sí misma en cargos y oficios un día
libres por el pueblo y otro día amortizados por la corona; la diferencia de clases
sucesivamente borrada y confundida; las propias e independientes Ordenanzas,
no sujetas entonces a patrón centralizado; la industria con sus gremios; el tráfico
con sus libertades y también con sus trabas incomprensibles; las jurisdicciones
diversas con celos de respectiva independencia y con celoso respeto a los derechos
de sus aforados; las dilataciones y segregaciones del extenso término municipal,
resucitando el viejo problema de los grandes y pequeños Ayuntamientos; la
hacienda, los recursos y los tributos populares, como siempre divididos con
desigualdad; la profesión marinera de preferente significación en comarca
costera; las elecciones reñidas frecuentemente y puras en pocas ocasiones para
acusar crónicos y arraigadísimos males; y, a este tenor, la vida toda avilesina en
sus funciones civiles y religiosas que, con animadas mudanzas, caracterizan los
tiempos todo ha procurado presentarlo en su obra el Marqués de Teverga.
No he de fatigar al lector con referencias, cuando verá el asunto en páginas
bien próximas a estas descoloridas que voy llenando a vuela pluma y deplorando
de verdad no responder al honor con que me distingue tan cordial amigo.
Las transformaciones del Arte acusadas en monumentos antiguos, que aun se
mantienen en pie, son también materia de este interesante libro, con breve pero
suficiente descripción e historia de construcciones religiosas y civiles, que van
señalando el tránsito del llamado estilo bizantino al gótico, y de éste al clásico. A

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tal propósito van apareciendo la casa de los Baragañas, los templos de Sabugo,
San Nicolás y San Francisco, y más tarde la «herreriana», casa municipal, la cárcel
- entonces inusitada,-el palacio fastuoso y churrigueresco de Camposagrado, el
severo de Ferrera, etc.
No falta también en la obra esbozo biográfico de los ilustres avilesinos,
resallando de bulto entre próceres y prelados, capitanes y ministros, magistrados
y escritores, como Alas y Camposagrado, Moran y Abarca, Lucuce y Alonso,
Ponte y Ruiz Gómez, Inclán y González Llanos, etc., cuatro asturianos insignes
que llenan los siglos en que vivieron. Son Rui-Pérez y Pedro Menéndez, el pintor
Carreño y el poeta Candamo.
Con «ferrada» y cortante nave, el Rui-Pérez franqueó el Guadalquivir a las
tropas del Santo Rey y fijó el blasón de su pueblo. Pedro Menéndez limpió los
mares de piratas; sacrificó su fortuna y sus lujos en aras de la patria; conquistó con
hazañas portentosas dilatados territorios y otros gobernó con justicia, sabiduría
y honradez inmaculada; mandó las armadas del rey y preparó la «invencible»,
cuando le atajó la muerte traidora, celosa de la grandeza de España. Dominó
reinos, murió paupérrimo y, en una palabra, fue varón tan esclarecido, que bien
dijo de tal Adelantado el doctísimo Fernández-Guerra: «Fue el mejor marino del
siglo XVI, a quien España debe un monumento, la historia un libro, las musas
un poema.» Mientras inspirada lira cante tantas proezas, malogrado amigo del
Marqués de Teverga y mío -Eugenio Ruidíaz- le consagró laureado libro, y el
Marqués ha iniciado en la patria afortunada el debido monumento al legendario
«Capitán General del Mar Océano».
Cuando más larde palidecían nuestras glorias y menguaba nuestro poderío, el
pincel de Velázquez fue recogido por Carreño de Miranda, y el cetro de Calderón
y Lope por el sabuguero Bances Candamo.
¡ Timbres bien envidiables los de la hermosa villa!
¿Y he de proseguir aquí indicando recientes esfuerzos para profundos
cambios de su venturoso porvenir? Puerto, muelle y dársena, carreteras y vía
férrea, arbitrios y condonaciones, obras y reformas son como punto de partida
para vida nueva, y no deben entrar, por las antes indicadas consideraciones
personales, en esta ya pesada introducción.
Bástele a quien tanto consiguió - ultimando patrióticas empresas, coronando
otras transcendentales de iniciativa propia, y todavía aspirando a más para bien

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de Avilés - la gratitud de sus convecinos con la estimación de todos los paisanos.
Entre éstos, naturalmente, me cuento, unido a Julián San Miguel por lazos
de nunca quebrantada amistad.
Recuerdos de la misma Escuela, aunque en ella no contemporáneos, nos
unen con amor a la alma mater; en su Claustro formamos juntos desde que, por
él apadrinado, en solemnidad académica tuve roja borla doctoral; juntos en la
prensa, trabajamos por el engrandecimiento de la provincia; y separados después
por deberes y altos cargos de su brillante vida política, nunca se entibió un afecto
que en nuestras almas se arraiga más, según los años van pasando.
De una manera pública profesé también con él el estudio de la historia
de Asturias, pues que le sucedí en la Secretaría de la Comisión provincial de
Monumentos por él desempeñada con tanto celo.
No por otros motivos quiso cariñosamente que yo escribiese aquí desaliñado
preámbulo al patriótico libro, consagrado a su Avilés amado.

Fermín Canella Secades.


Oviedo, 7 Julio 1897.

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INTRODUCCIÓN

N ada estaba tan lejos de nosotros como escribir en esta ocasión un bosquejo
histórico de la hermosa villa que representamos; no ciertamente por falta de
deseo, sino por carecer de tiempo para reunir los datos y antecedentes necesarios
al estudio detallado de la gloriosa historia de Avilés, desde su fundación hasta
nuestros días.
Fue preciso que nuestro cariñoso amigo el erudito escritor D. Fermín Canella
nos comprometiera a tomar a nuestro cargo esta penosa labor, con destino a la
importante obra que dirige (1), para que nos decidiéramos a emprenderla con
premura de tiempo y escasos elementos de consulta.
Era nuestro propósito, ya que no podíamos eludir el compromiso, concretar
el trabajo cuanto nos fuera dable; pero la remota antigüedad de este pueblo, uno
de los primeros de la provincia; el importante papel que jugó antes de la invasión
agarena, y durante el período de la Edad Media hasta finalizar el siglo XVII, en
que comenzó su decadencia; así como nuestra situación personal con relación a
la villa en que nacimos, y en cuya regeneración hemos tomado parte muy activa,
motivos son que justifican la necesidad en que nos encontramos de dar a este

(1) Asturias, revista ilustrada.

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desaliñado estudio mayor extensión de la que nos habíamos propuesto.
La materia es sobrado vasta para ser tratada con apremio, y bien merece
atención detenida la importancia que alcanzó Avilés en la historia general
del Principado, y la influencia que ejerció en la reconquista de la nacionalidad
española y en su engrandecimiento, cuando, después de la rendición de Granada,
la nación tomó nuevos derroteros, llevando sus armas victoriosas a otros pueblos
de Europa, mientras extendía sus dominios por el Nuevo Mundo y conquistaba
extensos territorios para la Corona.
Hablar de nuestra villa natal -a la que consagramos todos nuestros amores y
energías - y no estudiar los hechos culminantes de su historia, para investigar su
pasado en remotas edades; sus gloriosas tradiciones; sus victorias, prosperidades
y vicisitudes hasta llegar a los progresos que hoy realiza con poderosos elementos
que le preparan brillante porvenir, fuera en nosotros falta imperdonable.
Preferimos decir bien o mal lo que aprendimos en los preciosos documentos
que resistieron la acción destructora del tiempo, y los varios incendios que
abrasaron la villa, revelando, a través de los siglos, lo que fue este pueblo, y las
muchas distinciones y privilegios que mereció de los Reyes por su acrisolada
lealtad en las luchas sostenidas, así para defender la legitimidad dinástica contra
la ambiciosa nobleza y rebeldías de los bastardos, como contra las huestes
agarenas hasta arrojarlas del suelo nacional.
Las contiendas promovidas por el hijo de D. Alfonso el Sabio, y las poderosas
comunidades religiosas de San Pelayo y de la Vega, de Oviedo, contra los vecinos
de la villa, negándoles las franquicias otorgadas, y la entereza con que Avilés
defendió sus preciados privilegios, prueban lo mucho que valía, y su influencia
en la Corte, donde sus quejas fueron atendidas y las exenciones respetadas.
Su famoso Fuero, tan discutido en el último tercio del siglo XIII, como ha
pocos años, en ruidosa polémica promovida por eruditos publicistas acerca de su
autenticidad -sin que con relación a este interesante tema se haya dicho la última
palabra, - nos obliga a estudiar notables pergaminos que avaloran el archivo
municipal, en el que se conservan antiguos documentos, que el Ayuntamiento
debe mandar examinar, investigando el paradero de otros que en él existían en
1605, reinando Felipe III, cuyo hallazgo sería del mayor interés para la historia
avilesina.
Por otra parte: los afamados guerreros y atrevidos navegantes que de Avilés

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salieron para pelear heroicamente en los campos de batalla o luchar con bravura
en los mares, a fin de limpiar de corsarios el Océano y descubrir y conquistar
nuevas tierras, son también motivo poderoso que nos obliga a no pasar en silencio
los principales acontecimientos en que intervinieron estos valerosos soldados,
que honran tanto a la villa en que nacieron como a la nación a quien sirvieron; y
es bien que los recordemos para reparar la injusticia e ingratitud de generaciones
que nada hicieron para enaltecer su memoria y perpetuar los valiosos triunfos
alcanzados por tan insignes patricios.
Rui Pérez, compartiendo con su pueblo natal las armas que el Santo Rey D.
Fernando le concedió después de la toma de Sevilla en premio de su valeroso
arrojo y relevantes servicios; y Pedro Menéndez, conquistador y Adelantado de
la Florida, que tanto brillo alcanzó en el reinado de Felipe II, son dos figuras que
no pueden pasar desapercibidas, bastando sus proezas para escribir voluminoso
libro, y dar honra y prez a la noble tierra avilesina, en la que dejaron imperecederos
recuerdos que abrillantan su historia.
Cuando se contempla el modesto sepulcro en que yacen olvidados los restos
de este grande hombre, que llegó a ser el guerrero más insigne y el General de
la Armada más temido y respetado de su tiempo, no se comprende ni se explica
la ingratitud del monarca para el esclarecido capitán que consagró a la patria
su vida y su fortuna, y en cuya muerte se complacieron los enemigos con quien
España luchaba en Europa.
Bastan por el momento estas ligeras indicaciones, que habrán de tener
oportuno desarrollo en el curso de este trabajo, para justificar el interés que la
historia de Avilés debe inspirar á los que aman las gloriosas tradiciones del noble
Principado asturiano; pero antes de dar comienzo a nuestra laboriosa tarea,
oblíganos la justicia y el afecto personal a consagrar recuerdo de gratitud a nuestro
modesto y buen amigo D. David Arias, autor de una interesante Memoria inédita
sobre la Historia de Avilés, premiada en los Juegos Florales celebrados en la Villa
ha pocos años, que puso generosamente a nuestra disposición, para evitarnos la
molestia de leer las actas y documentos que se conservan en el archivo municipal,
por él estudiados con minucioso detenimiento; y no corresponderíamos a tan
hidalgo proceder si no reconociéramos su valiosa ayuda, sin perjuicio de anotar
el origen de los datos por nosotros tomados en su notable obra, que el Excmo.
Ayuntamiento debe publicar a la mayor brevedad. Con ella llevará Avilés su

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concurso a la historia nacional, que se está rehaciendo en el presente siglo, y
proporcionará a sus hijos, y a los aficionados al estudio del pasado, conocimiento
exacto de las gloriosas tradiciones de este pueblo, tarea que iniciaron el Obispo
Llano Ponte, el Arcipreste Muniz y el sabio Martínez Marina, entre otros
eruditos escritores, pero que ninguno ultimó hasta el Sr. Arias.
Nuestra modesta labor, aunque dirigida al mismo fin, es de otra índole,
por no haber entrado en nuestro propósito escribir la historia cronológica
y circunstanciada de Avilés, sino hacer un estudio crítico y descriptivo de los
hechos más culminantes que en la villa y su concejo se fueron desarrollando,
para justificar la importancia que alcanzó en el período de la Edad Media, y las
posteriores vicisitudes que produjeron su decadencia, hasta iniciarse, pasado el
primer tercio ele este siglo, su regeneración.
Nueva vida e indiscutible progreso al que cooperan con entusiasmo todos
los hijos de Avilés, estimulados por el deseo de que la hermosa villa recobre la
importancia que tuvo en el siglo XVI y gran parle del XVII, aprovechando los
poderosos elementos que al presente contribuyen a que su industria y comercio
se desarrollen rápidamente, y la aseguren brillante porvenir.

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CAPÍTULO PRIMERO

Orígenes de Avilés; primeros pobladores; los Celtas.- Dominación romana;


vestigios que dejó en la provincia; Zoela y Noega; castillo de Gauzón; Aras sestianas;
murallas de Avilés; dominación gótica. - Organización y costumbres de los primeros
pobladores de Asturias, y en particular de Avilés; industrias que ejercían.

P oco podemos decir acerca del origen y primeros pobladores de Avilés, como
no aceptemos las fábulas por algunos historiadores recogidas para buscar
en las primitivas edades vestigios de civilizaciones que pasaron sin dejar rastro
que explique satisfactoriamente su existencia y permita alguna afirmación, no
basada en hipótesis o en coincidencias de nombres más o menos verosímiles.
Si existió alguna agrupación o pueblo que corresponda a lo que, más
tarde, se llamó Abilies (1), sus moradores serían los mismos que poblaron la
antigua Asturia o alguna de sus tribus, fueran o no aborígenes, y más o menos

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dominados por las razas que sucesivamente vinieron a la Península, empleando
para conseguirlo la fuerza, la astucia ó trato frecuente con los naturales hasta
identificarse con ellos.
Puede acogerse con probabilidades de verosimilitud que los ligures fueron
de los más remotos pobladores de la provincia, y que, según Festo Avieno,
habitaron la marina, en la parte del promontorio céltico que mira al septentrión,
y no es difícil, por consiguiente, que ocuparan este territorio; pero de ellos, de
su civilización y costumbres no hay dato alguno, sabiéndose únicamente que
sostuvieron lucha incesante con los celtas, y que éstos, victoriosos, tras larga y
empeñada resistencia, los echaron del país.
Afirman otros escritores que la raza céltica se extendió por toda la Península,
y especialmente por la costa septentrional de España, ocupando a Asturica, sin
ser inquietada en su posesión por los iberos, fenicios y griegos, ni más tarde por
los cartagineses, que no llegaron a la provincia; ni tampoco por los romanos, cuyo
poder resistieron hasta que, pasados los dos primeros siglos de su dominación en
España, y vencidos los cántabros, tuvieron que rendirse.
De la dominación céltica quedan escasos vestigios, citándose, principalmente,
el dolmen de Santa Cruz en Cangas de Onís. Morales y otros eruditos escritores
consideran el mencionado monumento de tiempos célticos, dudando sólo si
estuvo allí siempre enterrado o fue trasladado de otra parle para conservarlo.
La cuestión parece resuelta al presente. Oculto por el montículo, túmulo o
montón de testimonios como eran este género de construcciones celtas, hay un
verdadero dolmen «compuesto de grandes piedras ciclópeas sin muestra alguna
de argamasa ni trabajo de hierro, según afirma el erudito Sr. Cortés Llanos (D.
A.), que lo pudo examinar en 1848, hallando en su centro un cuchillo de piedra
y huesos de animales (2), indicación probable de sacrificios a la divinidad, única

(1) En un documento del siglo IX se le llama Illés; en otro del X, Abiliés, y en otros Avillés,
Abillés, Abeliés, Abellés y Abeyés.
(2)En 1868, siendo el autor de este trabajo Vocal secretario de la Comisión provincial de
monumentos históricos y artísticos de Oviedo, visitó la ermita de Santa Cruz, y estudió su
inscripción votiva, no habiendo podido bajar a la cripta para reconocer el dolmen por falta
de permiso del aristocrático propietario. Por entonces dirigió una Memoria a la Comisión
citada el Sr. Cortés Llanos, que se publicó en el Resumen de sus anuales tareas en 1870,
refiriéndose en este importante trabajo a sus anteriores excavaciones.

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y sin nombre, en quien creían los celtas ártabros y astures ya fusionados, y más
que vencidos, hermanos». Sobre el dolmen se levantó un adoratorio cristiano,
convertido en ermita de Santa Cruz por el Rey Favila y su mujer Froiliuba en
737, «sobre el mismo sitio donde el Obispo cántabro Astemo consagró altares
a Cristo en los revueltos días de la centuria tricentésima», según el texto de la
preciosa inscripción cristiana (3) que el piadoso hijo de Pelayo escribió en el
templo, construido, como afirman doctos escritores, en acción de gracias por la
milagrosa victoria que su padre alcanzó sobre los musulmanes en la memorable
batalla de Covadonga, y tal vez para depositar en él la «Santa Cruz» de roble
enarbolada por el insigne caudillo en el Auseba, bajo cuya gloriosa advocación
pelearon heroicamente los cristianos.
Con estos antecedentes y la aseveración de historiadores antiguos y modernos
(4) que se ocuparon en los primeros pobladores de Asturias, podemos afirmar
que los celtas, después de las empeñadas luchas sostenidas con los ligures, los
arrojaron del país y ocuparon la comarca, confundiéndose con los aborígenes
por la identidad de costumbres y hábitos, y formando con ellos una sola raza, que
gozó de libertad é independencia durante la dominación fenicia y cartaginesa, y
gran parte de la romana hasta el tiempo de Augusto

II
Vencedor el imperio romano en todas partes; posesionado de casi toda la
Península, la soberbia de Augusto no podía detenerse ante la indomable fiereza
de los astures, y sojuzgando primero a los cántabros, tras titánica resistencia,

(3)Fue esta inscripción objeto de copias y estudios diferentes por muchos arqueólogos,
hasta que últimamente sacó fidelísimo calco el Sr. Frassineli, con el que pudo
decir la última palabra sobre su interpretación el sabio académico don Aureliano
Fernández-Guerra en sus interesantes obras El libro de Santoña (Madrid, 1872) y
Cantabria (Madrid, 1878).
Véanse Vigil, en Asturias monumental epigráfica y diplomática (Oviedo, 1887), y
Canella, Memoria sobre la iglesia de Santa María de Naranco (Madrid, 1884).
(4) Memoria del Sr. Pedregal sobre los Primeros pobladores de Asturias y su relación
con los demás pueblos (Oviedo, 1870).

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dirigió sus legiones a Asturias, donde los naturales del país se batieron con tanto
valor y bizarría, que, según L. Floro, casi había llegado a perder la esperanza de
vencerlos. Lo consiguió al fin, más que por la fuerza de las armas, por la perfidia
de los brijecimos, que los traicionaron, descubriendo al Emperador el plan de
la cruenta batalla que puso término a la larga y empeñada lucha que con los
romanos sostuvieron.
Aun continuaron por algún tiempo resistiendo su dominación; pero no
tiene duda que ésta se impuso en el país, ocupándolo primero militarmente,
o identificándose después con los moradores de la tierra, a los que respetaron
su religión, leyes y costumbres, o interesaron en la explotación de los grandes
veneros de riqueza que encerraba la región astúrica, mostrando preferencia por
la metalurgia y minería, en la que llegaron a ser tan hábiles, que merecieron
elogios de Marcial, Lucano y el poeta Silio Itálico.
De la ocupación romana y su civilización aun quedan vestigios en toda la
provincia, como lo atestiguan sepulcros, monedas y monumentos varios bailados
en Corao (cerca de Covadonga), Colunga, Villaviciosa, Gijón, Lena, Oviedo,
Aller, Tineo, etc., cual se ve en escritos de Morales, Risco. Carballo, Jovellanos,
Yigil y Hubner.
Distinguíanse entre las gentes y tribus que en ella encontraron los romanos,
los zoelas y los pésicos. Los primeros, que desembarcaron en Gijón, según el
testimonio de antiguos escritores, y el muy autorizado del sabio académico Sr.
Fernández-Guerra, se establecieron entre el Nalón y Avilés, cerca de esta villa; y
los segundos, dice Plinio, habitaron el territorio comprendido entre los concejos
de Cangas de Tineo, Grandas de Salime y Pesoz, que conserva el nombre en
recuerdo suyo, y como derivación de Pésico.
Afirma Cortés Llanos que a la ciudad de Zoela corresponde la actual población
y villa de Avilés, aserto difícil de comprobar, por no existir de ella vestigios que
tal creencia confirmen. Era célebre en la antigüedad por sus linos salutíferos,
y por los pactos de hospitalidad que los zoelas grababan en láminas de cobre o
tesseras, en las que se consignaban los contratos de amistad y protección que
entre sí convenían, guardándolos con gran fidelidad.
La ciudad romana llamada Noega existió en San Juan de Nieva, aunque
Carballo la llevó cerca de Navia; Arias de Miranda, al Franco; y Risco y Ceán,
ala parte oriental de la provincia. Pero el Sr. Fernández-Guerra, con testimonios

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seguros, afirma (1) que la Noega mencionada por Mela, Estrabón y Plinio,
estuvo situada a la entrada del puerto de Avilés, en el promontorio de San Juan
de Nieva, nombre derivado de aquél, después de haber tenido el de Neta, como
aparece en una donación del año 948, hecha por el prelado Vimara, de la iglesia
de San Juan Bautista, a un hermano suyo, haciendo constar que en este templo
yacía el cuerpo del Obispo Alfonso (2). Un siglo después la mencionan también
los Reyes D. Fernando I y Doña Sancha, donando a Neva a San Vicente de
Oviedo (3).
El sitio en que la expresada población estuvo emplazada, tal cual hoy lo
conocemos, no es ciertamente a propósito, por falla de capacidad, para asiento
de un gran pueblo; pero el aserto de los indicados geógrafos, el del propio erudito
a quien nos referimos y los documentos mencionados no dejan lugar a duda.
Enfrente de Noega y en el propio puerto de Avilés, duna del Espartal, fue
célebre otro monumento romano situado en el peñón de Roíriz (hoy Raíces), el
célebre castillo de Causón (voz primitiva astúrica), después llamado Castiello,
del que cuentan maravillas de magnificencia y fortaleza los escritores antiguos.
Por espacio de mucho tiempo se dudó acerca del punto de la costa donde
estuvo emplazado, opinando Morales, Mariana y Risco que en el concejo de
Gozón, del que tomara su nombre; y otros, que entre la desembocadura del Nalón
y el cabo de Peñas; pero hoy aparece plenamente comprobado que ocupó el sitio
indicado, en la orilla opuesta a Neva. Con muchos asertos lo demostró el Sr.
Fernández-Guerra (4) y personalmente lo hemos podido confirmar en estudios
de investigación, cuando en 1864 acompañamos a este ilustre académico con D.
Fernando María de Ochoa y D. Simón Fernández Perdones, doctos anticuarios
avilesinos, sabiendo por los vecinos de Raíces que ellos mismos extrajeran,
pocos años antes, muchos carros de escombros y argamasa, empleados en la
construcción de casas y cerramiento de heredades. Y, en efecto, aun pudimos
recoger pedazos de ladrillos romanos con la característica marca del alfarero,
(1) En El Fuero de Aviles, discurso de la Real Academia Española (Madrid, 1865), págs.
12 y 45; y en Cantabria, página 42.
(2) Risco, España Sagrada, t. XXXVIII, 275.
(3) Selgas, De Avilés á Cudillero (Revista de Asturias, t. de 1880).
(4) Fuero de Avilés, pág. 46. Lo mismo afirman Carballo y el canónigo de Tarragona D.
Carlos González Posada en sus Memorias históricas del Principado de Asturias (1794,
tomo I).

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perfectamente clara, y grandes trozos de argamasa endurecida, procedentes de
los muros del Castillo, que, según el testimonio del anciano D. José Álvarez de
la Campa, tenían cinco o seis varas de espesor, con troneras y saeteras, y para
amarrar las naves grandes argollones de hierro que les costó mucho trabajo
arrancar, hallándose en un escondite crecida cantidad en monedas de oro de
antiquísima procedencia, de las que no conservaba ninguna.
Examinada la meseta de la pequeña península, hoy separada de la montaña
vecina por la carretera de Pravia, no se encuentra vestigio del célebre Palacio-
fortaleza; pero si se hicieran excavaciones profundas, se hallarían seguramente
gran parte de los cimientos y sería fácil levantar un plano del perímetro que ocupó.
Basta examinar su emplazamiento para formar idea de él, y aun señalar el punto
en que debió estar situada la plaza de armas, capaz, según los historiadores, para
gran número de guerreros.
No hay noticia de la época en que el castillo se construyó; mas todo hace
suponer fue una de las muchas fortalezas que los romanos levantaron en Asturias
y Cantabria para asegurar su dominación. Varios escritores dicen que de Italia se
trajeron para su adorno mármoles y jaspes, pudiendo deducirse de este dato que
se edificó en los últimos tiempos de la dominación romana (5), restaurándose
en el reinado de Alfonso 111, que evidentemente hizo construir dentro de
sus muros la iglesia del Salvador, notable por la magnificencia y riqueza de su
ornamentación (6).
De la suntuosidad de aquel soberbio edificio aun se conserva un recuerdo en
la pila bautismal de la iglesia parroquial de San Nicolás de Avilés, antes de San
Francisco, si la tradición acierta al suponer que perteneció al castillo de Gauzón,
y sirvió de capitel a una columna del patio, lo que, si fuera verdad, permitiría
formar juicio aproximado de su grandiosidad e importancia. Es un precioso
capitel corintio de mármol de Italia, con primorosa talla de la época romana,
mutilada por torpe mano.
Que Gauzón fue palacio suntuoso, morada de Reyes e inexpugnable
fortaleza, lo afirman cuantos escritores hablan de él, pareciendo cierto que en
su ornamentación trabajaron diestros artífices, especialmente en la restauración
realizada en tiempo de Alfonso III. Allí, por encargo suyo, se cubrió de oro y
(5) Es preciso tener presente que en Asturias se prolongó hasta el reinado de Sisebuto.
(6) González Posada, obra citada.

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pedrería la Cruz de la Victoria que enarboló Pelayo en Covadonga, y es hoy
inapreciable tesoro de la Catedral de Oviedo.
Como plaza fuerte fue defensa de las «astures marinas y terror de los piratas
normandos», no ofreciendo duda que las olas del Océano batieron el robusto
peñasco cuya cima coronaba, pudiendo todavía apreciarse la indeleble huella
que en la roca dejaron, aunque en la actualidad la separe del mar la extensa
duna del Espartal, y sólo laman sus cimientos las cristalinas aguas del río de
las Guardadas, que, con tenues murmullos, corren a perderse en el playón de
Raizes.
También Gauzón fue prisión de príncipes rebeldes y baluarte de aristócratas
turbulentos; contando la historia que Alfonso el Magno encarceló en sus muros
a su hijo primogénito D. García, y por los años de 1132 y 33, el Conde astur D.
Gonzalo Peláez se rebeló en él contra el Emperador Alfonso VII; y la fantasía
inventó la patraña de que el castillo estaba unido a los fuertes de Noega, en el
escarpado promontorio de Nieva, por gruesa cadena que impedía la entrada en
el puerto a las naves enemigas, tomando de ella su origen el blasón y armas de
Avilés (7).
Lo que no tiene duda es que el castillo de Gauzón tuvo en su época gran
importancia, brillando en todo su esplendor durante los primeros reinados de
la monarquía asturiana, y primer período de la Edad Media hasta el siglo XIII,
siendo al fin derruido por la acción destructora del tiempo.
Otro recuerdo de la dominación romana en Asturias son las Aras sestianas,
erigidas en honor de Augusto, seguramente a los pocos años de la célebre batalla
que puso fin a la lucha que con los astures sostuvo después de vencer á los
cántabros.
Han discutido mucho los historiadores acerca del nombre, estructura y sitio
donde las iras estuvieron emplazadas. Todos convienen en que eran tres; pero
no están conformes en quién las mandó construir, si Sexto Apuleyo o L. Sestio,
muy querido de Augusto, siendo más verosímil fuera este Cónsul o alguno de su
familia quien las hiciera levantar, en agradecimiento a los favores del Emperador
recibidos, y para celebrar la gloriosa y casi inesperada victoria que sobre los
astures alcanzara. Cuando este acontecimiento tuvo lugar, ya había vuelto a

(7) Fernández-Guerra, Fuero de Avilés, pág. 13. Ya diremos más tarde que el verdadero
origen de las armas de la villa viene de la conquista de Sevilla por San Fernando.

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Roma Sexto Apuleyo, no llamándose tampoco Sextianas las mencionadas Aras,
sino Sestianas, como dicen Mela, Plinio y Ptolomeo (8).
Tampoco están conformes los autores en la forma que tuvieron, consignando
Ambrosio Morales que eran tres grandes pirámides huecas, con caracolas en el
interior para subir a lo más alto, siendo de la misma opinión Mariana, confusión
a que le llevó el haber sabido en un viaje que hizo a Gijón que cerca de la villa se
encontrara una pirámide de la forma indicada, observando muy acertadamente
M. Flórez que ésta, si perteneció a la época romana, nada tiene que ver con las
famosas Aras, que eran de forma enteramente diferente.
Hoy se afirma con fundamento que estaban situadas a la orilla izquierda de
la desembocadura del río Aboño (concejo de Carreño), frente y separado por la
ría del cabo de Torres. Risco (9) describe en este sitio los vestigios de una (10),
diciendo que era «un altar rodeado de «andenes o tránsitos para los ministros
de los sacrificios, cerrado por todas partes de paredes, y que a la parte oriental
se hallaba una basa que hubo de servir a la estatua que allí se erigió en honor
del Emperador Augusto, a cuyo nombre fue dedicado el altar, como se lee en la
inscripción que se grabó en su parte anterior».
De la misma opinión es el Arcediano de Tineo, y añade: «que cuando el
mar crecía, llegaba a cubrir todo aquel edificio, y que a «esto se debe atribuir la
falta de las otras dos Aras, que debieron ocupar lugar inmediato a los vestigios
encontrados.»
La lápida en que consta la inscripción referida se conserva sirviendo de frontal
al altar de la capilla que poseen en Carrió, próximo al río Aboño, los condes de

(8) M. Risco, España Sagrada, t. XXXVII, págs. 42 y 43.


(9) Asi traslada el Sr. Fernández-Guerra, peritísimo en geografía latina, el texto del
geógrafo español: «In Asturum litore NOEGA est oppidum (hoy Nieva, mal estudiada por
to¬dos nuestros anticuarios): et tres arae, quas Sestianas vocant in paene ínsula sedent (en la
desembocadura del rio Aboño y á su izquierda), et sunt Angustí nomine Sacrae, illustranl-
que ierras ante ignobiles.)) Mola, III, I.
(10) La planta de un temido á Júpiter y restos de monu¬mentos análogos fueron también
descubiertos en Torres pel¬el arquitecto asturiano Reguera González, y de ellos tratan los
historiadores de Gijón, suponiendo que eran las Aras ses- lianas, pero á nuestro juicio con
error evidente, por las causas expresadas en el texto.

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Peñalva (11).
Aun nos resta decir algo de las murallas de Avilés, que Trelles y Fernández-
Guerra, con D. Rafael González Llanos -que las estudió en 1845 en erudita
Memoria,- consideran de origen romano, sin que falte quien asegure fueron
obra de la Edad Media (12).
De ellas se conservan algunos vestigios tras de la Casa Consistorial y en el
muelle; pero han desaparecido los fuertes, baluartes y el alcázar o torre de cinco
cuerpos, emplazado en el sitio que ocupó la casa de las Alas, enfrente de la iglesia
de San Nicolás.
Se funda Trelles para creer que proceden de la época romana en su construcción
y solidez. Eran de argamasa durísima, difícil de deshacer, de cinco metros de
espesor, aspilleradas y con fosos en algunos lienzos. Tenían seis puertas, diez
y nueve baluartes y un espacioso adarve. En 1818 fueron destruidas para dar
ensanche a la población, y unir la que se construyera fuera del recinto amurallado
con la que había dentro de él, conservándose algunos trozos en varios sitios de
la villa.
Trelles afirma también que por su altura y solidez no pudieron nunca ser
escaladas por vándalos y sarracenos en los diversos asaltos que intentaron; pero
es muy dudoso que los segundos hayan sostenido ningún encuentro con los
de Avilés, a pesar de haber residido Munuza en Gijón; y si esto ocurrió, debió
ser antes de la jornada de Covadonga, porque después huyeron en dirección
a las montañas. Y respecto a los vándalos, aunque algunos autores aseguran
que estuvieron en Asturias con su primer rey Gunderico, está probado, y lo
confirman Ambrosio Morales, Bivar, Risco y otros muchos historiadores, que
ocuparon parte de Galicia, pero que los asturianos trasmontanos no estuvieron
sujetos a su yugo, manteniéndose, por el contrario, libres de las calamidades que
por aquel tiempo sufrieron otras regiones de España (13).
No es por consiguiente verosímil que los vándalos vinieran sobre Avilés, ni
asaltaran sus murallas, siendo de creer más bien que sirvieron para defenderse
de los normandos y otros piratas marítimos, que, rechazados por la guarnición

(11) Vigil, en su obra Asturias Monumental, pag. 329.


(12) Arias de Miranda, Refutación al discurso de D. Aure- liano Fernández-Guerra.
Madrid, 1867, pág. 5.
(13) Risco, España Sagrada, t. XXXVII, págs. 52 y 53.

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de Gauzón, solían correrse río arriba, y más tarde para robustecer los derechos
y defender las franquicias y libertades por los reyes otorgadas á esta privilegiada
villa.
Habían venido los godos a la Península, de acuerdo con los emperadores
romanos, a sojuzgar a las tribus que de ella se apoderaran consiguiendo
dominarlas, y aun continuaban los astures negándose a reconocer su señorío,
sin que aquéllos les molestaran; pero cuentan las crónicas que era tan grande
la aversión que los naturales del país tenían a los bárbaros, que hicieron armas
contra Sisebuto, confiando, como otras veces, en su valor y en la aspereza y
defensa natural de las montañas.
Pensó entonces este monarca en dominar a los astures y rucones o vascones, que
también se rebelaran, para sujetar a su autoridad las pocas ciudades identificadas
con los romanos que no se habían sometido, encomendando a Richelano la
difícil empresa de apoderarse de la provincia con formidable ejército; y fue tan
afortunado en su expedición, que, según San Isidoro, que escribió pocos años
después, consiguió vencer a los valerosos astures, que resistieran denodadamente
el poder de Augusto y fueran el terror de los soldados romanos. Y aunque
algunos escritores modernos sostienen que no estuvo jamás Asturias sometida
a los godos, juzgamos más verídica la opinión de aquel santo Arzobispo, con la
que están conformes los cronicones de Abelda, D. Rodrigo y D. Lucas, Obispo
de Túy, viviendo desde entonces sujeta á la obediencia de los reyes godos, en
cuyo estado la sorprendió la invasión de los sarracenos, cuando después de la
desastrosa batalla de Guadalete se desparramaron por la Península, llegando a
las faldas del Auseba, donde el invicto D. Pelayo detuvo la bárbara irrupción,
poniendo a la morisma en precipitada fuga.

III
En la imposibilidad de historiar concretamente lo ocurrido en el territorio
de Avilés en este largo período que medió entre la dominación celta y la venida
de los sarracenos, necesitamos estudiar los sucesos que se desarrollaron en la
provincia, comunes a los pueblos que de ella formaban parte, pues todos tenían
los mismos hábitos y defendían la misma causa.

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Es difícil saber, ni aun por conjeturas verosímiles, lo que ocurrió en estas
montañas en las primitivas edades, sobre todo con relación a un pueblo
determinado. Sábese solamente que en las cercanías de Avilés vivieron algunos
pueblos hiperbóreos, anteriores a los fenicios y griegos, permitiendo esta creencia
el importante hemeróscopo que como observatorio existía en el promontorio
Scytilico del que habla Plinio (14), hoy cabo de Peñas, destinado seguramente a
servir de guía y amparo a los habitantes de la costa que se dedicaban a la pesca,
como los de las montañas a la caza. Unos y otros eran gentes sencillas y frugales,
pero de naturaleza robusta, endurecida por la rudeza de sus habituales tareas,
viviendo en lucha constante con los elementos y tribus extrañas que aspiraban a
dominarlos.
De los celtas ártabros se sabe algo más, aunque no todos los autores están
conformes en la apreciación de sus costumbres. Conservaron la sencillez de los
naturales del país y su frugalidad, alimentándose con vegetales y carne de los osos,
gamos y rebecos que cazaban; usaban el pan de harina de bellotas y de castaña,
y como base de la condimentación empleaban la manteca, por no conocer el
aceite, y bebían agua, leche y sidra. Vestían modestamente: los hombres usaban
túnicas cortas o ferreruelos de color oscuro, y con ellas se acostaban en camas de
hierba.
Las mujeres, según Estrabón, hacían sus vestidos de telas adornadas de flores
pintadas, y cubrían la cabeza con velos de diversos colores.
Sus costumbres, dice este mismo autor, eran feroces e inhumanas; pero esta
era la nota característica de aquellos tiempos, guerreros por excelencia, en los
que imperaba el derecho de la fuerza. Sin embargo, tenían entre sí cordialidad
de relaciones, vivían pacíficamente, respetaban mucho la edad y dignidad de
las personas, convidándose con frecuencia las familias a consumir los mejores
manjares y frutos de la tierra y la escasa cosecha de vino que elaboraban.
Los naturales de la costa eran de carácter alegre, y empleaban en sus fiestas
familiares instrumentos músicos, que tañían mientras los demás bailaban
cadenciosamente con gran moderación.
Los matrimonios los contraían al estilo griego (lo que acusa relación o
influencia con este pueblo invasor); castigaban con dureza a los delincuentes,

(14) Pomponio Mela lo coloca en la costa septentrional de la Iberia; Masdeu, en la Cantabria:


y Fernández-Guerra, en el cabo de Peñas.

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precipitando desde un peñasco al condenado a muerte, y cubrían con piedras,
fuera del pueblo, al que cometía el delito de parricidio.
Ya hemos indicado que no aceptaban el politeísmo y la idolatría de otros
pueblos bárbaros, adorando a un Dios único, creador del Universo, al que
ofrecían sacrificios.
Odiaban al extranjero, para el que reservaban toda su ferocidad; trataban al
enemigo inhumanamente, y se gozaban en el horrendo espectáculo de sacrificar
a los prisioneros, abriéndoles las entrañas para en las palpitaciones del corazón
adivinar sus destinos.
En los primeros tiempos, los hombres se dedicaban á las faenas de la guerra
y a la lucha en las montañas con los animales feroces; pero se ocupaban también
en la agricultura, especialmente las mujeres, fuertes y robustas- costumbre que
aun subsiste en el país; - mas entonces, como ahora, los astures las acompañaban
en esta ruda labor y en todos los trabajos agrícolas.
La crianza de ganado caballar era una de sus ocupaciones predilectas, siendo
muy estimados los caballos asturcones, que elogian Marcial, Séneca, Silio Itálico,
Plinio y otros escritores antiguos, por sus excelentes condiciones de fortaleza y
agilidad para la guerra.
Tampoco eran extraños al comercio y a la industria, y usaban principalmente
el cambio de productos para satisfacer sus mutuas necesidades, por no conocer
la moneda, empleando más tarde láminas de plata en pago de los artículos que
compraban. Para el comercio marítimo se valían de unos barquichuelos de piel
y madera, con los que muchas veces abandonaban la costa y navegaban mar
adentro.
Pero a medida que fueron pasando los siglos progresó la cultura y civilización
de estos pueblos, especialmente desde que los romanos desarrollaron el comercio,
la industria y las artes liberales, dedicándose a la extracción del oro y plata, que
abundaban en las montañas de Asturias, y a la fabricación de armas, en la que
se distinguieron por la variedad y temple que les daban, sobresaliendo también
en el arte militar por su valor, disciplina y estrategia, que merecieron grandes
elogios de Lucano y Floro.
Visible fue en aquellos tiempos la influencia que los romanos ejercieron en la
provincia, y sus moradores no tardaron en identificarse con ellos después de la
dominación de Augusto, pues el astur se ha distinguido en todas ocasiones por

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la viveza de entendimiento para apropiarse las ideas ajenas y los adelantos de
otros pueblos.
Por eso llegaron a ser excelentes mineros, al decir de Marcial, Lucano y el
poeta Silio Itálico, especialmente para la extracción de minerales preciosos, por
lo mucho que abundaban las minas de oro, sin llegar a ser «avarientos», como
los llamó el historiador poeta de la Segunda Guerra Púnica; sobresaliendo en la
metalurgia, como progresaron en la agricultura y en la industria lanera.
Distinguíanse sobre todo los zoelas, moradores de las cercanías de Avilés,
en la elaboración de telas de lino muy finas, que exportaban para Roma y otras
ciudades, o empleaban por sus condiciones salutíferas en la curación de llagas y
úlceras, y principalmente en la confección de las preciosas túnicas que vestían
las mujeres, de las que cuenta Estrabón llevaban al cuello dos varillas de hierro
formando arco sobre la cabeza para sostener la toca que defendía su blancura de
los rayos del sol (15).
Como dijimos, los zoelas dieron grande importancia a los pactos de
hospitalidad, protección y amistad que entre si celebraban, grabándolos en
láminas de cobre o tesseras; pactos que observaban y cumplían con la mayor
fidelidad, recibiéndose y hospedándose mutuamente las familias por ellos
obligadas. El huésped era tratado con respeto y disfrutaba completa seguridad.
El P. Rico publicó dos tesseras notabilísimas de los zoelas, una del año 27 de J. C.
y otra del 152, cuando imperaba Antonino, que contienen los nombres de varias
tribus y familias asturianas de aquellos tiempos (16).
En las proximidades de Avilés existen aún dos industrias que algunos suponen
de origen romano (17): las famosas vasijas de barro ennegrecido cocidas en
Miranda, y los objetos de cobre labrados en Corvera; pero nos parece aventurado
suponer que tengan tan remota antigüedad, aunque la primera es una industria
especial, sin precedente en la provincia, exclusiva del indicado pueblo, ejercida
sólo por los naturales del país, que conservan el secreto de la fabricación; pero la
forma de las indicadas vasijas, de varias clases y destinos, aunque latina, según
Fernández-Guerra, no se parece a las de la cerámica romana, ni alcanzó su
elegancia y perfección. No puede, por tanto, afirmarse que tenga este origen;

(15) También lo afirma el Sr. Arias en su notable Memoria de la historia de Adiós (M. S.).
(16) España Sagrada, t. XXXVII, págs. 11 y siguientes.
(17) Fernández-Guerra, Fuero de Avilés, pág. 14.

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pero tampoco hay noticia de la época en que comenzó, ni de dónde pudo ser
importada por los vecinos del próspero y hermoso pueblo de Miranda, que la
transmiten de padres a hijos en el mismo estado en que la recibieron de sus
mayores, sin mejorarla ni perfeccionarla.
La elaboración de objetos de cobre en las fábricas de Corvera, a que se refiere
aquel erudito académico, no tiene más que siglo y medio de existencia, y aun
con el precedente de las testeras, ninguna relación debe existir entre ella y la
industria cobriza que explotaron los romanos, de la que se conservan preciosas
ánforas y otros objetos, que recuerdan el grado de perfección a que llegó; pero
con anterioridad a aquélla se conocía en el inmediato pueblo de Villalegre la
fabricación de cobre, y era numeroso el gremio de caldereros, que pagaba crecida
cantidad por el impuesto de alcabala.
Por último, los astures, en los últimos tiempos de la dominación romana y
el no largo periodo de la gótica, progresaron rápidamente en sus costumbres y
llegaron a identificarse casi por completo con las razas conquistadoras, que no
se impusieron a los naturales del país y les permitieron conservar sus hábitos,
legislación y manera de ser. De este modo consiguieron atraerlos fácilmente, y
que sin resistencia aceptaran la religión católica desde el imperio de Calígula,
siendo verosímil predicaran en Asturias la nueva doctrina Santiago y San
Pablo(18).
Y por si algo faltaba, vino poco después la invasión de los sarracenos a unir
más estrechamente a los moradores de la tierra y a los que en ella se refugiaran
huyendo de la persecución de los agarenos, que se extendieron rápidamente por
España, sin encontrar dique que los contuviera en su atrevida correría hasta
llegar a las montañas de Asturias, donde un puñado de valientes alentados por
la fe, según los historiadores, derrotaron milagrosamente al victorioso ejército
musulmán.

(18) Carballo, Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias. Madrid,


1695..

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CAPÍTULO SEGUNDO

Invasión de los árabes y Munuza en Avilés; monarquía asturiana; memorias de


Gauzón. - Traslado de la corte a León; la nobleza, el clero y estado llano; el Fuero
de Avilés de Alfonso VI, confirmado por Alfonso VII. - Su examen; confirmación
y otorgamiento de otras franquicias por los monarcas sucesivos.- Cuestiones que
suscitó la autenticidad del Fuero.

S i interesante es la historia de Avilés antes de la heroica batalla de Covadonga,


lo es mu¬cho más durante el período de la reconquista de la nacionalidad
española, en la que su intervención en varios de los grandes acontecimientos de
la Edad Media aparece claramente dibujada.
Apoderado Munuza de Gijón con respetable hueste morisca y próximo Avilés
a esta plaza fuerte, es natural presumir, como afirma Trelles, que el invasor,
alentado por sus increíbles victorias, inquietara a los moradores de la villa
pretendiendo escalar sus murallas; y si este aserto fuera exacto, lo verdaderamente
sorprendente es que no lo haya conseguido, sin duda por la tenaz resistencia que

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los avilesinos le opusieron, y el espanto que la noticia de la desastrosa derrota del
Auseba llevó al ejército de Alkamán.
La sorpresa que produjo a Munuza la dispersión de sus huestes en Covadonga,
con la muerte de la mayor parte de los caudillos que las mandaban, fue tan
grande, que no considerándose seguro en Asturias, abandonó a Gijón con toda
su gente para trasponer las montañas; pero alcanzado por los cristianos a siete
leguas de la costa, le vencieron y derrotaron en Olanes, perdiendo la vida en
este memorable hecho de armas, en el que murieron, según afirman antiguos
cronistas, casi todos los moros que le seguían.
Así dio principio la monarquía asturiana con su primer rey el invicto D.
Pelayo, que estableció la corte de su pequeño reino en la antigua Canica, hoy
Cangas de Onís, no pudiendo los árabes y bereberes volver a apoderarse de la
provincia, a pesar de haberlo intentado varias veces en los reinados sucesivos (1).
En ellos dio Avilés pruebas de lealtad a sus reyes, y fue baluarte inexpugnable
contra las turbulencias y rebeldías que con frecuencia ensangrentaron el suelo
patrio, gastando en intestinas revueltas energías necesarias para perseguir a
los sarracenos, cual hizo Alfonso I; pero de una parte la poca duración de los
reinados y la necesidad de atender a poblar las tierras conquistadas, y de otra
los cuidados que inspiraba a los monarcas la inquieta nobleza, fue causa de que
marchase lentamente la gloriosa empresa con tantos alientos iniciada.
Llegó al trono asturiano D. Alfonso el Casto, primer rey que estableció su
corte en Oviedo, después de haber andado errante de Cangas a Pravia, y entre
otros triunfos, obtuvo sobre la morisma memorable victoria en el pueblo de
Lutos, hacia el occidente de Asturias.
Pero ésta no bastó para asegurar al esforzado monarca la tranquilidad del
reino; pues desasosegados los nobles por los regios pactos de amistad que con
Carlomagno concertara, levantáronse en armas contra él, y el virtuoso D.
Alfonso, a fin de evitar la guerra civil, abandonó el trono y se refugió en Avilés,
buscando en la lealtad de sus moradores y en la fortaleza de sus murallas y alcázar
seguro asilo que le librara de la persecución de los rebeldes. Allí se mantuvo
tranquilamente en un monasterio de la villa, según opinión de Carballo,
siguiendo la muy autorizada del P. Yepes, Beuter y otros historiadores, que, con
el P. Mariana, le llaman Abeliense, aunque no faltan cronistas que aseguran
(1) Risco, España Sagrada, t. XXXVII, págs. 75 y 85.

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se retiró al de Albania ó Abelania, en Galicia, sin precisar el punto donde el
monasterio estaba situado; suceso que tampoco aclaran el Allendense y D.
Rodrigo, y que calla el Obispo Sebastián.
Con aquellos historiadores coincide el señor Arias (2), diciendo que el Casto
se refugió en el monasterio de San Benito de dicha villa, antes de los Templarios,
y que de él (3) lo sacó el caballero Theudio con los principales de la corle, cuando
se enteraron de la tiranía de los intrusos y rebeldes, «volviéndole a su casa de
Oviedo» (4) para que prosiguiera su glorioso reinado.
La misma incertidumbre se encuentra en los escritores antiguos al hablar de
la monarquía de D. Alfonso el Magno, en los primeros años combatida por el
usurpador gallego Conde Froilan, y después agitada y turbulenta hasta domeñar
a los alaveses y vencer a los musulmanes, llegando en su victoriosa correría a
las estribaciones de Sierra Morena, donde, cansado de batallar, puso fin a la
incesante lucha, corridos los dos primeros tercios de su reinado sin dar paz a la
espada.
Descansó entonces el rey de la azarosa vida, y pudo tranquilo dedicarse a
poblar las tierras conquistadas y al gobierno de sus estados, preparándose de
nuevo para la guerra. Construyó muchos templos y monasterios; levantó una
serie de palacios fortificados en el interior para aseguranza de su reino, y en la
costa, a fin de librarla de las piraterías de los normandos y sarracenos, el castillo
de Gauzón, según afirma Lafuente (5), siguiendo la errónea opinión de otros
historiadores, «sobre altas peñas, a orillas del mar, cerca de Gijón»; pero ya
hicimos notar que esta célebre fortaleza fué edificada en los últimos tiempos de
la dominación romana, y que al glorioso monarca sólo se le debe su restauración.
Para probar nuestro aserto, nos referimos á una escritura del año 741, en
la que Don Alfonso el Católico concede iglesias y privilegios a Santa María
de Covadonga, y llama de Sausón (6) al castillo do Gauzón, demostración

(2) Memoria inédita sobre la Historia de Avilés.


(3) Madoz dice que D. Alfonso II se retiró al monasterio de Sanios, en Avilés.
(4) Carballo.
(5) Historia de España.
(6) «Cloriéis, que in monasterio Beatae Mariae de Cocadefonga, die, noctequc Deuni
semper laudaní donamus otnnes Ecclesias usque ad Gixonc/n et Sausoncm.)) Risco, España
Sagrada, XXXVII, 305.

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evidente de que este inexpugnable baluarte, defensa de la ría de Avilés contra
las agresiones de las razas bárbaras, existía antes de la invasión agarena; y en
el testamento otorgado por D. Ordoño I en 857, dona a la iglesia de Oviedo
la villa de Castillione (Castiello) inter Navecas et Quiloníum, situación que
corresponde al expresado castillo de Gauzón. Es, por tanto, equivocada la
opinión que sustentaron los expresados historiadores respecto a la fecha y lugar
donde se emplazó esta fortaleza (7).
Fué Gauzón, como dijimos, suntuoso palacio y residencia real, muchas
veces habitado por D. Alfonso el Magno, (pie, hacia el año 42 de su reinado,
hizo cubrir de oro y pedrería la Cruz de la Victoria ó de Pelayo, ejecutándose
esta peregrina labor en el indicado castillo, «asilo de diestros artífices», según
Fernández-Guerra (8), y poco después prisión de su hijo don García, cuando se
rebeló contra su padre en Zamora, donándole, por último, antes de su muerto,
acaecida el año 910, a la iglesia del Salvador, de Oviedo, como consta en escritura
de 20 de Enero de 905 (9).
Parece, pues, indudable que el tercer Alfonso fue quien restauró el castillo de
Gauzón y dentro de sus muros levantó el suntuoso templo del Salvador, a cuya
consagración concurrieron tres Obispos, adornándolo con los mejores mármoles
y jaspes de Italia, siendo sin duda por esto por lo que allí se encontraban los
artífices á quienes encomendó la primorosa labor que ejecutaron en la memorable
Cruz que se venera en la catedral de Oviedo.
Debió también este esclarecido monarca distinguir con sus mercedes a los
moradores de Avilés, entre los que pasaba grandes temporadas, por lo que, al
preocuparse de la seguridad de la costa contra las correrías normandas, hizo
restaurar, con la fortaleza expresada, los fuertes de San Juan de Nieva y las
murallas de la villa, para defender el anchuroso puerto de los navíos piratas y
escuadras enemigas.

(7) Puede que la confundan con el palacio de Boides, situado en las inmediaciones de Gijón,
que Alfonso III mandó construir y le sirvió de morada cuando la ingratitud de su hijo
D. García le hizo deponer la corona, de cuyo edificio no queda vestigio alguno; o con el de
Cultrocies, hoy Contrueces, también cercano a aquella villa.
(8) Fuero de Avilés, pág. 12.
(9) Castellum etiam concedimus Gauzonem cum Ecclesia Sancti Salcatoris, etc. - Risco,
España Sagrada, tomo XXXVII, 330.

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II
Es discutible si con D. Alfonso III concluyó la monarquía asturiana, por
haberse dividido el reino entre sus hijos, aunque algunos figuraron como reyes
de Oviedo; pero lo que no ofrece duda es que, pasado el primer tercio del siglo
X, la corte se trasladó a León, después de la desastrosa derrota de Almanzor,
perdiendo importancia la provincia.
Con la lejanía del trono tomó para los astures nueva faz la restauración, y
levantóse el municipio, que adquirió gran prestigio en la Edad Media, en lucha
constante con la noble¬za y especialmente con el cabildo de Oviedo, que llegó á
ejercer señorío en casi toda Asturias por las muchas donaciones que de los reyes
recibiera.
La aristocracia y el clero fueron en España dos grandes elementos sociales
que influyeron poderosamente en la gobernación del Estado, y dieron a este
período histórico un tinte de marcada intransigencia y división de clases, que
se dejó sentir en todas las relaciones de la vida, debilitando a veces el poder real.
Mientras los reyes necesitaron el apoyo de los nobles para combatir a
los sarracenos y en ocasiones defenderse de las frecuentes rebeldías de los
aspirantes al trono, no era posible que dejaran de recompensar sus servicios,
concediéndoles mercedes y distinciones y la propiedad de parte de las tierras que
iban conquistando, por lo que adquirieron gran preponderancia.
Pero el carácter marcadamente religioso que tuvo la Reconquista se reflejó
también, como no podía menos, en la gobernación del país; pues para levantar a los
pueblos contra la morisma y alentarlos a la pelea, los reyes enarbolaban la enseña
de Cristo a la vez que la espada, e influidos por la fe, luchaban heroicamente hasta
vencer o morir. Esto daba gran prestigio al clero; y los monarcas, atribuyendo a
auxilio divino sus victorias, construían y dotaban iglesias, levantaban y sostenían
conventos, que llegaron a tener grande influencia y á disfrutar pingües rentas.
Así se formó el poder clerical, no menos absorbente que el de los nobles,
con los que muchas veces luchó y venció, influyendo no poco en nuestro
desenvolvimiento histórico.
Vino entonces la indicada lucha de clases para imponerse cerca de los reyes,
y éstos, a fin de dominarlas, se inclinaron al estado llano, buscando apoyo en los
municipios.

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En Asturias tuvo el clero, y especialmente el cabildo de Oviedo, más fuerza
e importancia que la nobleza, por las muchas donaciones reales concedidas a
la iglesia del Salvador, que edificara Alfonso el Casto y restaurara el Magno,
convirtiéndola en metropolitana.
Esto fue causa de que los municipios asturianos hicieran esfuerzos poderosos
para sacudir el yugo del cabildo, al que estaban sujetos por regios favores, siendo
frecuentemente ayudados por los aristócratas e infanzones de la provincia, que a
su vez pretendían amenguar la influencia eclesiástica.
Distinguíase Avilés por la lealtad acrisolada a sus reyes, combatiendo á su
lado lo mismo contra la morisma que contra los ambiciosos que promovían
rebeliones y disturbios en des¬prestigio de la autoridad real. De este modo pudo
el virtuoso Alfonso II, perseguido por los rebeldes, buscar amparo en la villa;
pero mal se compadecen este y otros hechos de monárquica adhesión de sus
moradores con la escritura de 905 otorgada por Alfonso III, en la que dona la
villa de Avilés, con los templos do San Juan Bautista y Santa María, a la iglesia
ovetense.
Estas reales donaciones en favor de la nobleza, y principalmente del clero,
hicieron que, oprimidos los pueblos por el absorbente poder que sobre ellos
se ejercía, interviniendo ilegítimamente en su régimen interior, aspiraran a
obtener exenciones de tributos, franquicias y libertades que les permitieran
desenvolverse y gobernarse por sí mismos; y comprendiendo los reyes que fueran
demasiado pródigos con aquellas clases en perjuicio del estado llano, a medida
que las localidades ya pobladas se lo pedían, o cuando se iban reorganizando,
comenzaron a concederles Fueros y Cartas Pueblas, que robustecieron la decaída
autoridad del municipio y formaron un cuerpo de doctrina legal por la que se
regían sus vecinos.
Luchaban entonces con el cabildo de Oviedo acerca del alcance de su
respectiva jurisdicción, el Ayuntamiento de esta ciudad y el de Avilés, que, aun
donado a la iglesia del Salvador, jamás se sometiera a su dominio, y continuaba
gobernándose por usos de la tierra; por su antiquísimo derecho consuetudinario.
Tal situación ocasionaba a ambos pueblos enconados litigios con aquella
poderosa comunidad y el Obispo, pues los vecinos de la villa y moradores de
Oviedo alardeaban de independientes, negando obediencia al prelado y cabildo.
Así continuaban las cosas, sin que los unos ni los otros cejaran en su actitud

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batalladora: el clero pretendiendo imponerse a los municipios y éstos rechazando
su intervención, a la vez que recordaban a los reyes sus servicios, basta alcanzar
de Alfonso VI la concesión de Fuero, con las franquicias y exenciones que
consignaba el de Sahagún, al que se asemejaba.
Conmoviérase hondamente el reino á la muerte de su hija doña Urraca,
y levantárase en Asturias contra D. Alfonso VII, heredero de la corona,
amparándose de muchas fortalezas y del castillo de Gauzón, el prócer D. Gonzalo
Peláez, con el que el Emperador sostuvo larga y empeñada lucha, acudiendo en
persona a someterle, por el poderoso auxilio que los nobles e infanzones de la
tierra prestaban al rebelde; pero al lado del monarca lucharon los de Avilés y
Oviedo, que en esta, como en otras ocasiones de la historia, pelearon juntos al
amparo de la misma bandera.
Grandes eran el poder e influencia del cabildo en aquella época; pero
tampoco se podían desatender los servicios que los indicados pueblos prestaran
al monarca, y el Emperador los recompensó confirmando a Avilés y Oviedo el
Fuero o Carta Puebla que les otorgara su abuelo Alfonso VI, con lo que aumentó
considerablemente la importancia e independencia de estas municipalidades,
volviendo la villa a ser realenga, una vez redimido el señorío de la iglesia de
Oviedo, al que la sujetara Alfonso el Magno (10).
No llegó basta nosotros el diploma avilesino que el valeroso conquistador de
Toledo le otorgó en 1085, conociéndole sólo por la confirmación de Alfonso
VII de 1155 (11), que habremos de estudiar en su sentido histórico y jurídico,
antes de continuar la relación de los sucesos ocurridos en el último periodo
de la Edad Media, exponiendo algunas consideraciones acerca de su origen,
confirmaciones que obtuvo y acaloradas polémicas que suscitó este célebre
pergamino, aun hoy discutido por los que, negándole autenticidad, pretenden
amenguar su importancia y arrebatarle la gloria de ser el documento oficial más
antiguo escrito en romance, base de la lengua castellana.

III
Es el Fuero, como hemos indicado, un cuerpo de doctrina jurídica en el que se
(10) Fernández-Guerra, Fuero de Avilés, págs. 13, 47 y 48.
(11) Apéndice primero.

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conceden a los moradores de Avilés franquicias, libertades y exención de tributos
tan importantes como el de no pagar portazgo desde la mar a León.
La igualdad ante la ley de todos los habitantes, ya fuesen simples ciudadanos
o infanzones, potestades o condes; la libertad individual; la inviolabilidad del
domicilio, autorizando a los hijos de Avilés para defenderse con sus vecinos hasta
el último extremo (12); el derecho de propiedad y de poder disponer libremente
de sus bienes; el de que no pudieran ser obligados a marchar a la guerra sino
cuando el mismo rey fuisse cercado, vel lide campal habuisse, son libertades que,
aun concedidas como privilegio y en la forma embrionaria que aquellos tiempos
permitían, demuestran claramente el aprecio en que el monarca tenía a los
moradores de Avilés, y los vientos democráticos que al amparo de los municipios
agitaban aquellas monarquías, tan combatidas por el absorbente poder de los
nobles.
Establece el Fuero que el rey nombre dos merinos, uno franco y otro gallego,
pero a satisfacción del concejo, y precisamente vecinos de la villa.
Siguiendo costumbres y reminiscencias godas y el carácter y rudeza de
aquellos tiempos, aun admite el desafío y la lid particular para la satisfacción
de agravios y decisión de pleitos cuando las partes no se conformaban con la
resolución del juez; pero atenuando estos combates personales con formalidades
y restricciones que tendían a dificultarlos.
También preceptuaba la prueba del hierro candente en determinados delitos:
en las deudas inciertas, demandas de créditos sobre herencias y en las acusaciones
de latrocinio; y penas pecuniarias para las calumnias, heridas, mutilaciones y
homicidios.
Contiene prescripciones de carácter civil referentes a la libertad absoluta
de testar con limitación de dar al hijo alguna cosa a mano, y otras relativas a la
celebración de matrimonios.
Establecía asimismo medidas administrativas y aun de policía urbana; y
consignaba, por último, como hemos indicado, la exención de pontaje, portazgo
y ribaje desde la mar a León para todo vecino de la villa.
Inspíranse las disposiciones del Fuero en el carácter de igualdad y justicia que
predominaba en aquella época contra el espíritu feudal; y por eso encontramos

(12) «E neguno home non pose en casa de orne de Abiliés sine suo grado. Si non per suo
grado pausar, et á forcia pausar, deféndasi con suos vecinos quanto poder.»

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en él libertades después destruidas por el absolutismo, por las que, pasados
algunos siglos, los pueblos lucharon denodadamente, considerándolas hoy
como una gran conquista de los liberales ingleses en la famosa Carta Magna;
de la revolución francesa en la Constitución de fines del siglo pasado, y de la
democracia española en la de 1869.
Predomina en él la tendencia a que los vecinos de Avilés no fueran vasallos de
nadie, como se desprende de la arrogante afirmación de que «en la villa del rey
no haya vasallo sino del rey», rechazando todo feudo y dependencia extraña; y
a que se administrasen la justicia por sí mismos, no aceptando juez de fuera del
concejo sino cuando éste lo pidiera.
De este modo el Fuero de Avilés representa para aquellos tiempos de opresión
y vasallaje (13) un gran progreso, conseguido por el estado llano contra los dos
absorbentes poderes que se disputaban la influencia y predominio social.
Pueblo de tal manera «aforado» no podía dejar de ser estimado por los
sucesores del Emperador, que dio a la provincia por reina a su hija bastarda doña
Urraca, llamada la Asturiana. Y reconociendo ser Avilés realengo, Fernando II
en 1188 donó a la iglesia de Oviedo la tercera parte de los pechos, derrames y
multas del concejo, y el tributo de su puerto llamado naviaje: Alfonso VIII, -IX
de León,- que favoreció a Val-de-Dios con una renta de 500 maravedís sobre las
salinas de la villa, estuvo en Avilés (Abeliés o Abellés) en 1220 y 1227, firmando
allí regias donaciones, como la que la reina Berenguela, su mujer, consignó
en 1202 sobre el portazgo avilesino a beneficio del mencionado monasterio
cisterciense, y la que tres años antes los regios esposos concedieran a la silla
episcopal de Oviedo de la quinta parte de los «fogares y calumpnias de Sabugo»;
todo sin menoscabo del Fuero, por los derechos que a la corona reservaban los
monarcas «pobladores».
Pero no fue tan indiscutible el notable pergamino, ni tan respetadas las
exenciones en él concedidas a los vecinos de Avilés, que no provocaran ruidosas
contiendas, primero con las monjas de San Pelayo y de la Vega de Oviedo, que
les exigían el pago de portazgo en Olloniego (14); después con D. Alfonso
Fernández, Señor de Molina y Teniente de la villa de Oviedo, hijo natural de

(13) Del monasterio de las Huelgas de Avilés era una carta de ingenuidad otorgada por
Gelvira Velasquis a favor de cierta familia de criación, precisamente en 1155.
(14) Apéndice segundo.

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D. Alfonso X, que se oponía a que los de Avilés, «sin tener carta real que los
hiciera francos, rehusaran dar portazgo en la capital de Asturias; y más tarde
con los portazgueros que en Puebla de Cordón tenía el Adelantado do León D.
Gutier Suárez. Venció sin embargo la villa a tan poderosos contendientes, que el
sabio Rey redujo a silencio con soberanas disposiciones y sentencias, ordenando
por privilegio de Valladolid de 30 de Abril de 1274 (15) que no pagasen los de
Avilés portazgo en Oviedo; por carta real lechada en Córdoba a 28 de Julio de
1281 (16), que no lo diesen en Puebla de Cordón; y por nueva caria firmada en
Sevilla a 20 de Diciembre del mismo año (17), que se les respetara la exención
de portazgo desde la mar á León por fuero del Emperador, «que confirma»,
aunque sin inserción, y por simple referencia al pergamino que le presentaron
los personeros del concejo.
Desde entonces nadie volvió a discutir a los mercaderes de Avilés la franquicia
que les fuera concedida, y D. Sancho el Bravo pudo sin dificultad confirmar con
inserción el Fuero de Alfonso VII por carta dada en Burgos a 8 de Agosto de
1289 (18).
La regencia de doña María de Molina fue uno de los períodos más críticos
y turbulentos en la historia de la monarquía castellana; y en él los hijos de
Avilés demostraron su hidalguía defendiendo heroicamente los derechos de
la desamparada viuda y regio huérfano, contra el que se concitara la codicia de
los ambiciosos y rebeldes para arrebatarle el trono heredado de su padre; y aun
conociendo los enojos del infante D. Juan, que les causó mucho daño, sufrieron
valerosamente las contrariedades y sinsabores de la guerra y cuantas penalidades
fueron menester para sostener con tesón la causa del rey, probando una vez más
cuán dignos eran de las mercedes con que los monarcas recompensaban sus
servicios.
Acudieron los procuradores de la villa a las Cortes que la Reina Gobernadora
convocara en Valladolid, y firmaron la célebre carta de hermandad otorgada y
jurada por los concejos de León y Galicia (19) sin faltar a la fidelidad que al
(15) Archivo municipal de Avilés. - Apéndice tercero.
(16) Idem. - Apéndice cuarto.
(17) Idem. -Apéndice quinto.
(18) Idem. - Apéndice séptimo.
(19) Benavides, Memoria de D. Fernando IV de Castilla, Madrid, 1860, t. 2.°-Archivo
municipal.-Apéndice séptimo.

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rey prometieran, obteniendo cuatro años después, en 1299, real carta de D.
Fernando IV concediendo al concejo, oficiales e hombres buenos de la villa de
Abillés, en recompensa de los muchos servicios que «Nos ficieron é facen», la
exención de portazgo, peaje y adua- je en todos los lugares de sus reinos, menos
en Murcia, Toledo y Sevilla (20).
Otras mercedes obtienen los de Avilés de Fernando el Emplazado (21) en
las Cortes de Zamora de 1301; y en las de Medina del Campo de 1305, en las
que con su esposa doña Constanza confirma el Fuero del Emperador, que le
presentaron los personeros del concejo Juan Nicolás y Alfonso Juan, por el que
se les eximía de ir á la guerra y dar para ella tributos, sino cuando el Rey «fuisse
cercado, cel lide campal habuisse», como expresa el indicado Fuero, que también
confirmaron más tarde las Cortes de Madrid de 1329 y las de Valladolid de 1331.
Debe Avilés a D. Alfonso XI que convocase a sus procuradores Alfonso Yánez
y Gonzalo Rodríguez a Cortes de Burgos de 1315, y que confirmase en Valladolid
a 2 de Junio de 1318 (22) el privilegio que su padre le concediera nueve años antes
en el cerco de Algeciras, en el que se consigna que para acrecentar «la su villa de
Avilés le da por sus alfoces y su término la tierra de Gozón, Carreño, Corvera,
Ules et Castrillon», declarando que todos los moradores sean sus vecinos, se
juzguen por el Fuero y pechen en el concejo, señalándoles la cantidad con que
cada uno había de contribuir, concesión grandemente beneficiosa para la villa,
que de esta suerte recobró el radio jurisdiccional que en tiempo de los romanos
tuviera la antigua Noega (23). Son también del onceno Alfonso privilegios y
confirmaciones análogas de 1329, 1335 y 1339 (24).
Asimismo confirmó I). Pedro 1 con el Fue¬ro imperial las franquicias
y exenciones de Avilés en diplomas (25) de Valladolid en 1351 y 1352, y
concedióle en Tarazona, á 13 de Mayo de 1357, privilegio para que «no entren
en la villa adelantado ni merino a merinar, ni vayan sus vecinos y moradores a sus
emplazamientos, ahora ni de aquí adelante» (26), con lo que no fueron menos

(20) Archivo municipal de Avilés. - Apéndice séptimo.


(21) Idem. -Idom.
(22) Archivo municipal de Avilés. - Apéndice séptimo.
(23) Idem.- Idem.
(24) Idem. - Idem.
(25) Idem. - Idem.
(26) Archivo municipal de Avilés.—Apéndice séptimo.

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generosos con la villa don Enrique II, D. Juan I (1379, 1384, 1386), don Enrique
III (1391, 1400, 1401) y D. Juan II (1416), que dieron a Avilés muestras de su
real aprecio, confirmando el Fuero, exenciones y privilegios que le concedieran
sus antepasados , como consta en las respectivas cartas reales (26).
Estos y otros muchos documentos acreditan cumplidamente la consideración
y respeto que mereció a todos los monarcas el Fuero de Alfonso VII, cuyos
privilegios y exenciones en favor de la villa y su alfoz fueron tantas veces objeto
de reñidos litigios ante los mismos reyes, autoridades y tribunales, para que,
después de siete siglos, de nuevo resucitara la contienda, aunque sólo en sentido
literario e histórico, en academias, libros y publicaciones periodísticas.
La autenticidad de la «Carta puebla» avilesina fue el tema de la ruidosa
polémica suscitada en 1815, en la que, aunque modestamente, hemos colaborado;
y esto nos obliga a estudiar con imparcialidad el afamado pergamino, con tanto
más motivo, cuanto el transcurso de los años y el hallazgo de documentos que
desconocíamos aclararon puntos dudosos que influyen poderosamente en la
cuestión que se debate, y exigen detenido examen del diploma foral.

IV
Inició la cuestión el sabio académico D. Aureliano Fernández-Guerra y
Orbe en el discurso leído en junta pública de la Real Academia Española el año
de 1865, para solemnizar el aniversario de su fundación (27).
Concluíamos de salir del aula universitaria cuando esto ocurrió, y, escasos en
luces para tomar parte en la contienda, nos fue preciso hacerlo para responder
a alusiones que en la prensa nos dirigieran los que impugnaban el notable
trabajo del Sr. Fernández-Guerra, con el que nos creían identificados, por haber
acompañado a este erudito anticuario en la excursión que hizo a la villa para
estudiar su historia y monumentos.
La investigación de confusos sucesos históricos a través de los siglos es
siempre tarea difícil, contribuyendo a su estudio por regla general la casualidad
como factor importante; y si muchas veces los escritores coetáneos hablan de los
(26) Archivo municipal de Avilés. - Apéndice séptimo.
(27) Antes que el Sr. Fernández-Guerra, insinuó algunas dudas acerca de la autenticidad
del Fuero el señor marqués de Pidal en su discurso de ingreso en la misma Real Academia.

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acontecimientos que se desarrollan en su época con incertidumbre y vaguedad,
¿qué no ocurrirá cuando algunas centurias borran las huellas del pasado, y
el abandono y la incuria hacen desaparecer preciosos pergaminos, valiosos
documentos que serían fuente de comprobación para aquilatar la verdad
histórica?
Después de aquella apasionada polémica entre insignes literatos sostenida
(28), en la que tan gran derroche se hizo de ingenio y erudición, quedó el Fuero
de Alfonso VII más preciado y con más abrillantada fama que antes, para que
se le conserve como valiosísima joya histórica, que habrá de ser estudiada con
interés por cuantos eruditos pretendan inquirir si en realidad es el documento
oficial más antiguo que se conserva del romance, o primitiva manifestación de
la lengua castellana.
Este, y no otro, es el punto litigioso, porque nadie niega a Avilés su importancia,
ni las preferencias que el heroísmo y acrisolada lealtad de sus hijos merecieron.
Si se discutieran sus gloriosos recuerdos y tradiciones; si se aquilatara su
pasado o pusiera en duda su valía y el brillante papel que jugó en los grandes
acontecimientos de la Edad Media, luchando valerosamente al lado de la
monarquía para sostener sus derechos y reconquistar el territorio nacional,
ocupado por la morisma; si se acusara a nuestros antepasados de tibieza para
defender con tesón sus libertades y franquicias noblemente ganadas, a nadie
cederíamos en fortaleza para luchar en favor de la hermosa villa en que nacimos,
y a la que con gusto sacrificamos cuanto somos y valemos, llevando nuestra
pasión al extremo de merecer críticas y censuras de exclusivismo local por
nuestro excesivo apego al pueblo que representamos.
Pero no se trata de eso; quedando la cuestión reducida puramente al estudio
(28) En la prensa de Madrid, y principalmente en la de Oviedo y Avilés, se publicaron
diferentes trabajos de los señores D. José Hevia, Jove y Bravo, González Llanos (D. R.),
Balbin y Unquera, Rico, Solave, Ochoa (D. F. M.), Fernández Perdones, el autor de estas
páginas y otros que no dieron su nombre.
El laureado publicista D. José Arias de Miranda escribió y publicó notable Refutación
(Madrid, 1867, un tomo) D. Ciriaco M. Vigil, tan conocido por sus investigaciones y eruditos
trabajos de diplomacia, epigrafía y genealogía, importantísimos en la historia de Asturias,
en 2 de Octubre de 1874 dirigió una extensa comunicación á la Real Academia Española,
remitiendo interesantes documentos que, en su entender, resuelven dudas y asertos del Sr.
Fernández-Guerra. - Apéndice octavo.

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literario del tema filológico indicado, que tanto interesa a la historia del habla
castellana, a fin de saber si en tiempo del Emperador Alfonso VII se empleaba
el bable o romance para redactar los documentos y cartas reales que salían de la
Cancillería del monarca, o si se continuaban escribiendo en el latín corrompido,
que aun predominaba en aquella época; pues que el romance se usaba en el
lenguaje vulgar, no ofrece duda, siendo prueba de ello aquellas sentidas palabras
que Alfonso VI dirigió a los guerreros y grandes del reino que volvían de la
desastrosa batalla de Uclés, en la que pereciera su único hijo varón. «¡Ay meu
filio! ¡ay meu filio! ¡ay meu espello, en que yo me soya ver é con que tomaba moy
gran placer!, ¡ay meu heredero mayor! Caballeros, ¿hu me lo dejastes?» (29).
De modo que a fines del siglo XI se hablaba indudablemente el romance
o bable, y lo que falla averiguar es si setenta años después se empleaba en la
Cancillería real para redactar los documentos oficiales, a fin de que no pueda
causar extrañeza que el Emperador lo usara en los Fueros de Avilés y Oviedo,
que son de la misma época, y fueron igualmente combatidos. Este es el problema
que se discute.
Cuando aquella polémica literaria, aun no agotada, tuvo lugar, sostuvimos
en carta dirigida al Sr. Fernández-Guerra, en Mayo de 1866 (30), que no
había ningún dato de todos los aducidos que se opusiera á la creencia de que
Avilés obtuviera Fuero de Alfonso VI y del Emperador Alfonso VII, sea o no el
mismo que salió de la Cancillería real el notable y valiosísimo pergamino que se
conserva en el Archivo municipal; y justo es reconocer que lo primero tampoco
lo niega el docto académico (31); y aceptada esta premisa, no hay más remedio
que admitir la confirmación del segundo, por varias razones que a nuestro
juicio la justifican sobradamente: Primera, porque los de Avilés, siempre leales
a sus reyes, combatieron al lado del Emperador contra el rebelde Peláez, que

(29) Sospechamos que al transmitir los historiadores estas sentidas palabras del conquistador
de Toledo, las han debido alterar, porque en el último tercio del siglo XI no se hablaba el
castellano con esa corrección, como es fácil comprobar leyendo documentos muy posteriores,
en los que el lenguaje es mas incorrecto y tiene mucha mezcla de palabras latinas y del bable
del país.
(30) Se publicó por Apéndice á la «Memoria» de los trabajos de la Comisión de Monumentos
de la provincia por el vocal Secretario D. Fermín Canella (Oviedo, 1874).
(31) Fernández-Guerra, Fuero de Avilés, pág. 15.

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se apoderara del castillo de Gauzón, basta que, vencido, depuso las armas, y
acompañaron después al monarca en sus gloriosas correrías contra los moros.
Segunda, porque en la corte de Alfonso VII figuró mucho el ilustre avilesino D.
Ñuño Pérez de Quiñones, Comendador de Nambroca, Maestre de Calatrava
y Alférez o Portaestandarte del Rey, y era natural aprovechara la influencia
que su posición le daba en favor de la villa en que naciera y en la que residía
su aristocrática familia. Tercera, porque habiendo confirmado los Fueros que
Oviedo y Sahagún tenían de su abuelo, es lógico suponer hiciera lo mismo con
el de Avilés, de quien estaba personalmente agradecido, y al que distinguía por
la lealtad y fortaleza de sus hijos.
Y autoriza esta creencia la certeza de que el Emperador otorgó a la villa en
la misma fecha otro privilegio que hasta el reinado de Felipe III se conservó
en el Archivo municipal, según consta en carta real de 1605 (32) por haberlo
presentado el concejo con el Fuero y demás exenciones que al pueblo se le
concedieran, para que fueran visadas por el Consejo de Hacienda y confirmadas
por el monarca. De suerte que si Alfonso VII concedió a Avilés otras mercedes
en pago de sus servicios, más fácil era que confirmara la «Carta-Puebla» que
tenía de su abuelo, como hiciera con otras villas y ciudades.
Esto es de todo punto evidente; y además no hay ninguna razón de
importancia que abone la opinión contraria, pues en los litigios que Avilés
sostuvo con las monjas de San Pelayo y de la Vega, y con el infante D. Alfonso
sobre pago de portazgo en Olloniego y Oviedo, no se habla del Fuero del
Emperador, como entonces creíamos, sino del que les concediera su abuelo
Alfonso IX (33), eximiéndoles de este tributo; y si a él se refirieron por primera
vez los personeros del concejo cuando se quejan al Rey de los portazgueros que
D. Gutier Suárez tenía en Puebla de Gordón por exigirles el pago de portazgo,
diciendo que gozaban de franquicia desde la mar a León por fuero de Alfonso
VII (34), tampoco se puso en duda su existencia y el Sabio monarca lo confirmó
poco después cuando se lo presentaron los personeros de la villa (35).
De modo que la dificultad está en averiguar si el notable pergamino que se
(32) Apéndice sexto.
(33) Apéndices segundo y tercero.
(34) Apéndice cuarto.
(35) Apéndice quinto.

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conserva en el Archivo municipal es el mismo Fuero que el Emperador concedió
a Avilés, o una falsificación de fecha posterior.
Y dejando a un lado el intrincado laberinto en el que el Sr. Fernández-Guerra
se metió al estudiar sus caracteres intrínsecos y extrínsecos, comparándolos con
los de otros documentos coetáneos; las falsedades que supone en algunos de
sus asertos; las mayores o menores solemnidades y fórmulas cancillerescas en
él empleadas, y hasta las dudas que la firma del monarca le suscita por no tener
la forma de la que usaba en aquella época, porque de estos juicios, meramente
inductivos y comparativos, pero siempre hipotéticos, nada se puede deducir
que demuestre la autenticidad o falsedad del Fuero, entendemos que sólo
dos argumentos serios se aducen contra él, que merezcan discutirse, sin que
resuelvan la cuestión, que a nuestro juicio queda en pie, y aun habrá de ser
objeto de profundas meditaciones, cuando se encuentren otros documentos que
aporten mayor luz para estudiarla en el terreno filológico.
Primera cuestión: ¿Cómo se salvó el Fuero del Emperador del voraz incendio
que en el reinado de Alfonso IX abrasó la villa, y su Archivo municipal?
Confesamos que esta observación despertó en nuestro espíritu grande
incertidumbre al aducirse en 18GG, con referencia á la contesta-ción que diera
al Rey Sabio el personero del concejo Martín Benáyliz, en el litigio que la villa
sostenía con el infante D. Alfonso, cuando, apremiado por td procurador de
éste para que presentara el Fuero, contestó el de Avilés «cremose»(36); porque
si entonces no existía, y pereciera en el incendio que abrasara el pueblo, mal
había de aparecer después. Pero cuando así discurría el Sr. Fernández-Guerra,
no conocía, más que por referencia del señor González Llanos, la sentencia
que Alfonso X diera en Sevilla a 30 de Abril de 1274, que aclara la cuestión y
desvanece casi por completo las dudas que la escueta contestación del personero
despertara (37).
En efecto; de ella se deduce que en este litigio no se habló del Fuero del
Emperador, sino de un privilegio que los de Avilés tenían de Alfonso IX, que
les eximia de dar portazgo en Oviedo y Olloniego, y no podían presentar porque
«les ardiera cuando se les quemara la villa». Por consiguiente, no es el Fuero de

(36) Fernández-Guerra, Fuero de Avilés, pág. 17.


(37) Después veremos que ni se pronunció esta palabra, ni fue Martín Benáyliz quien
representó al concejo, cerca del Rey, como creíamos.

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Alfonso VII, sino el de su nieto el que consumieran las llamas; y la verdad es que
de este pergamino como del Fuero de Alfonso VI no hay noticia alguna, ni en el
Archivo municipal se encuentra, con anterioridad al Rey Sabio, más documento
que el mencionado Fuero del Emperador, que, siete años y medio después de la
expresada sentencia, presentaron a Alfonso X en Sevilla para su confirmación
«Johan pixota y Johan perez, personeros del concejo de Avilés».
¿De dónde salió este importantísimo pergamino, no mencionado en los
ruidosos litigios que la villa sostuvo con personajes tan prepotentes como el
propio hijo del Rey, y las poderosas comunidades de San Pelayo y de la Vega de
Oviedo? ¿Cómo se salvó del incendio, en el que pereció el privilegio de Alfonso
IX y cuántas cartas reales existían de época anterior? ¿Estaba este interesante
documento por cualquier motivo fuera del Archivo (38), en casa de algún
particular, o en otra dependencia, y fue después restituido por el que le tuviera
en su poder?
Nada se sabe, ni existe el menor indicio que permita suponer cómo se salvó;
pero hay un dato que antes no conocíamos, y que al presente permite afirmar
que de aquella horrorosa catástrofe se libró también otro importante privilegio
otorgado a la villa por el propio Emperador en el mismo día que el Fuero, que la
Justicia y Regimiento de Avilés presentó al Consejo de Hacienda, como dijimos,
para ser anotado en el Registro de la Contaduría Mayor, juntamente con aquél y
los demás fueros y privilegios posteriores, por haber solicitado del rey D. Felipe
III la confirmación de sus franquicias y exenciones (39).
  De modo que en realidad fueron dos los valiosos pergaminos que se salvaron
del incendio, y ambos del Emperador, siendo de lamentar que el segundo no
haya llegado hasta nosotros, porque resolvería por completo la cuestión que se
debate.
Y no fue tampoco este el único incendio que abrasó la villa, pues en tiempo
de los Reyes Católicos de nuevo las llamas pusieron en gran peligro al pueblo,
siendo preciso que estos esclarecidos monarcas, para repoblarla e indemnizarla
de los perjuicios recibidos, le concedieran el privilegio de un mercado franco los
lunes de cada semana, que aun subsiste, después confirmado el año 1622 por D.
Felipe IV (40).
El argumento de los incendios, frecuentemente aducido contra la validez
de documentos antiguos, o para justificar su extravío, no es concluyente, como

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afirma el docto paleógrafo Sr. Vigil, y en este caso menos; pues él mismo tuvo
ocasión de restituir al archivo municipal de Avilés dos que por casualidad
encontró en el de un particular: un privilegio de D. Juan I, de 1378, sometiendo
a los vecinos de Illas a la jurisdicción de Avilés; y un contrato celebrado el año
1424 entre el mismo concejo y la villa sobre jurisdicción y repartimiento (41).
Así que no es posible afirmar que el fuero del Emperador pereciera en el
incendio que quemó el archivo municipal en el reinado de Alfonso IX, desde el
momento en que se sabe por modo indubitado que hay otro privilegio del mismo
monarca que se salvó de él, autorizando la creencia de que ambos pergaminos
estaban fuera del archivo, aunque después de los siglos transcurridos no sea
posible precisar la causa que lo motivara, en poder de quién se encontraban
y cuándo fueron devueltos; pero bien se puede asegurar, de no ser todo ello
una patraña, que esto ocurrió seguramente desde el 30 de Abril de 1271, en
que se dictó la sentencia del Rey Sabio, hasta el 28 de Julio de 1281, en que
los personeros de Avilés, al querellarse al monarca contra los portazgueros de
Puebla de Gordón, anuncian, por primera vez, que tienen fuero de Alfonso VII
que les exime del pago de portazgo desde la mar a León.
Queda, pues, sólo una ligera duda bajo este punto de vista contra la
autenticidad del mencionado Fuero; pero esto no puede ser motivo suficiente
para dar por sentado que no sea verdadero.
Segunda cuestión: El argumento de más fuerza que se empleó contra el
afamado código alfonsino, sin ser tampoco concluyente, es el de que no pudo ser
escrito en romance.
Cuando en nuestra juventud estudiamos el notable pergamino y cuantos
razonamientos se adujeron por los ilustrados contendientes que terciaron en la
polémica promovida por el importante trabajo del muy erudito Sr. Fernández-
Guerra, este aspecto de la cuestión nos impresionó vivamente, sin que se haya
desvanecido por completo la incertidumbre que nos produjo, por ser en el que
están más débiles los impugnadores del sabio académico.

(38) No seria la única vez que el Fuero estuvo fuera del Archivo, porque el mismo
Fernández-Guerra lo tuvo en Madrid varios meses para su estudio y para fotolitografiarlo
en el Depósito de la Guerra.
(39) Apéndice sexto, Real carta del rey D. Felipe III dada en Valladolid a 11 de Julio de
1605, que se conserva en el Archivo municipal.

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No ofrece duda que en tiempo de Alfonso VII se hablaba el romance en el
uso vulgar, mezcla del dialecto del país con palabras de origen romano y otras
importadas por las razas que sucesivamente nos dominaron; pero, si esto es
verdad, también lo es que en la Cancillería real se empleaba sólo el latín para
la redacción de los documentos oficiales que de ella salían, estando escritas en
esta lengua la confirmación del fuero de Burgos de Alfonso VI, otorgada por el
Emperador en 1125; la del de Sahagún de Diciembre de 11.52, dos años antes
que la de Avilés, y un privilegio de Alfonso IX de 1227, confirmando la cláusula
del fuero de Oviedo, que eximía a los vecinos del concejo del pago de portaje y
ribaje desde la mar a León (42), entre otras muchas cartas reales que podríamos
citar.
Historiadores y filólogos están conformes en esto; y el erudito Sr. Marqués de
Pidal, que tendía a añejar la lengua castellana, afirma que si antes se empleó en
la redacción de algunas escrituras y aun en algunas «Cartas Pueblas», tiene por
seguro que en el idioma de las leyes y de la Corte no se empezó a usar hasta los
últimos tiempos de San Fernando y primeros de su hijo, es decir, una centuria
después del año en que el Emperador confirmó a Avilés el Fuero de su abuelo.
Convengamos en que el argumento es de mucha fuerza, aunque no resolutivo;
porque si la Cancillería real venía en costumbre de usar el latín por los clérigos
que de ella estaban encargados, y tardó esta dependencia del palacio de los
reyes más de medio siglo en secularizarse, ¿qué motivo pudo existir para que,
fallando al ritual, escribieran en el romance que usaba el vulgo la confirmación
de los Fueros de Avilés y Oviedo, aunque en éste abunden más que en aquél las
palabras latinas? (43).
¿Seria porque así lo ordenara el propio monarca? Los reyes no acostumbraban
a intervenir directamente en la redacción de las cartas reales, que la Cancillería
les daba preparadas, como ahora los ministros les llevan extendidos los reales
decretos que autorizan con su firma. ¿Lo sería por la propia iniciativa de aquélla
para dar entrada en palacio al lenguaje del pueblo? Puede ser; pero entonces,
¿por qué no lo continuó usando en los albalás y cartas reales que después firmó el

(42) Vigil, Asturias Monumental, Epigráfica y Diplomática, pág. 279.


(43) La cuestión sobre autenticidad del Fuero de Oviedo, íntimamente unido al de Avilés,
ha sido estudiada por el erudito asturiano Sr. Canella en El Libro de Oviedo, Oviedo,
1887, págs. 356 y siguientes.

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Emperador en los pocos años que vivió, y no lo emplearon tampoco sus sucesores
hasta pasado el primer tercio del siglo XIII?
Creemos excusado ningún trabajo comparativo entre el romance o bable, en
que está escrito el Fuero de Alfonso VII, y el de los documentos redactados en la
época en que Fernández-Guerra supone que fue falsificado, porque este estudio
filológico no aclararía la cuestión, tanto más, cuanto, según hemos afirmado, el
romance lo hablaba el vulgo en tiempo de aquel monarca.
Tampoco escapa a nuestra consideración que, en frente de las objeciones que
la crítica literaria opone, a través de más de siete siglos, a la autenticidad del
Fuero, existen razonamientos de gran peso que contradicen la opinión de los
sabios.
En primer lugar, ¿qué motivo podía impulsar a los de Avilés a falsificar un
Fuero si el que el Emperador les diera se hubiera quemado? ¿Simplemente la
exención del pago de portazgo desde la mar a León?. No, porque los litigios
por esta causa entablados estaban resueltos favorablemente a la villa, sin la
presentación del privilegio y con sólo la prueba de disfrutar de esta exención por
merced que les concediera Alfonso IX, cuyo documento se quemara.
De modo que, para acallar cualquiera otra pretensión de este género, les
bastaba la sentencia recaída en el pleito que sostuvieran con el Infante D.
Alfonso (44), y el albalá que el Rey diera en Córdoba en 1281 (45), en el que
mandaba á los portazgueros de Puebla de Gordón que respetaran a los de Avilés
la franquicia que disfrutaban, bajo pena de cien morabelinos de la moneda
nueva, confirmando además el Fuero del Emperador antes de que se lo hubieran
presentado. Y, sin embargo, los personeros del concejo Julián pixota y Julián
perez van a Sevilla espontáneamente a ver al Rey siete meses después, y le ponen
de manifiesto el Fuero que tenían de Alfonso VII a que fueran poblados, «et
confirmado de mí», dice el monarca, simplemente para que ordenara de nuevo
a los merinos y portazgueros que lo hicieran guardar desde la mar a León, bajo
la pena de «mil morabelinos de la moneda nueua et aellos todos los dannos
dublados» (46).
No parece, por consiguiente, que el apremio de los de Avilés fuera tan grande
que les obligara a tomarse las molestias y riesgos que la falsificación imponía,

(44) Apéndice tercero.


(45) Idem cuarto.

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cuando el Fuero había sido respetado y confirmado por el propio monarca; pero
aun creemos más digno de tenerse en cuenta la facilidad con que el Sabio Rey lo
mandó cumplir, aumentando la pena a los que faltaran a sus preceptos.
Por otra parte, a D. Alfonso X, más que a otro alguno, le hubiera sido fácil
comprobar la falsificación, si en el pergamino que le presentaron los personeros
de Avilés encontrara algo que le llamara la atención; pues no estaba tan lejos
la fecha en que el Emperador le había dado, que no pudiera apreciar por sí
mismo la veracidad de sus caracteres intrínsecos y extrínsecos; la autenticidad
de la firma del monarca, y sobre todo la lengua en que estaba escrito, porque,
según indicamos, había pocos años que la Cancillería real se secularizara dando
entrada al castellano para la redacción de los documentos oficiales; y era natural
le sorprendiera el Fuero escrito en romance de fecha anterior, si en absoluto
nunca se hubiera empleado por aquella dependencia antes de su secularización.
Así que, si el Fuero de Alfonso VII estuviera falsificado, nadie como el Rey
Sabio lo hubiera podido apreciar antes de confirmarlo; pues el criterio jurídico
que predomina en sus disposiciones difiere tanto del que inspira las inmortales
leyes de Partida que el propio monarca estaba preparando, que no es de creer
lo aceptara como bueno y lo mandara cumplir si la autenticidad del notable
pergamino le hubiera ofrecido la más ligera duda.
Sin embargo, siempre habrá de llamar la atención de los eruditos, y será
objeto de sucesivas investigaciones, el averiguar si en tiempo del Emperador
se pudo emplear el romance para la redacción del Fuero estando en latín los
concedidos a otras villas y ciudades, antes y después de la fecha en que el de
Avilés se otorgó, y las demás cartas reales que durante su reinado y los de su
hijo y nieto salieron de la Cancillería palatina. Pero habremos de confesar, aun
rectificando nuestro anterior criterio, que las consideraciones expuestas y dudas
suscitadas no pueden privar al célebre diploma avilesino de su autenticidad y del
noble blasón que ostenta en la lengua castellana.
Y aun abrigamos la halagüeña esperanza de que la incertidumbre cese por
completo, si examinado con más detenimiento el archivo municipal por docta
mano, se encuentra el otro privilegio que el propio monarca otorgó a la villa,
cuando confirmó el Fuero en la ciudad de León a 12 de Enero de 1155, que aun
existía en los comienzos del siglo XVII, y después desapareció con otros muchos
(46) Apéndice quinto.

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documentos y cartas reales; pues si también estuviera escrito en romance, ya no
podría ofrecer duda la autenticidad del mencionado Fuero.
Luz radiante disiparía entonces las sombras que sobre él proyectó el muy
erudito Sr. Fernández-Guerra con la más recta intención y sólo por amor a la
ciencia; no para oscurecerla, ciertamente, ni para quitarle importancia, sino para
aclarar la verdad histórica.
Por el contrario; este notable pergamino, que, después de rodar por el palacio
de los reyes, campos de batalla y tribunales de justicia, combatido por grandes y
potentados, deseosos de privar a la linajuda villa de sus franquicias y exenciones,
yacía olvidado en el archivo municipal, adquirió con la polémica mayor
notoriedad, y atrajo la atención de los sabios, convirtiéndose en preciosa joya
de subido valor histórico para España y de inestimable importancia para Avilés,
que le considera como el más preciado blasón de sus gloriosas tradiciones.

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CAPÍTULO TERCERO

Principales acontecimientos ocurridos en los siglos XIV y XV; guerras de D. Pedro


y D. Enrique; el Principado de Asturias; juntas de nobles asturianos en Avilés;
expulsión de los Quiñones; Reyes Católicos; renacimiento de la villa. - Monumentos
histórico-artísticos de Avilés en la Edad Media; palacio de Valdecarzana; casa de
las Alas; iglesias de Santo Tomás; San Nicolás; capilla de las Alas; San Francisco
y Santa Magdalena de Corros. - Organización municipal de Avilés en los siglos
medios; carácter nobiliario y emprendedor de la villa; su progreso y riqueza; su
puerto y comercio ; industrias que se explotaron en aquella época.

C on privilegiado Fuero y regias concesiones para dilatado y floreciente alfoz,


creció y vivió próspero Avilés en los últimos siglos de la Edad Media,
alentando su progreso las exenciones y franquicias que los reyes le otorgaron
para recompensar los valiosos servicios que prestara a la causa nacional y a la
propia monarquía, llegando la afortunada villa a influir poderosamente en los
sucesos ocurridos en la provincia durante las XIV y XV centurias, cuya narración
histórica proseguimos, después de haber examinado el diploma foral que guarda
cuidadosamente en su archivo.
La independencia que adquirió el municipio en este período histórico con la
protección que los monarcas le dispensaron para combatir el poder absorbente

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de la nobleza y del clero, hizo necesario el concierto de los concejos limítrofes,
celebrando pactos de hermandad para protegerse y defenderse mutuamente,
como el que para fines urgentes de buen gobierno convino Avilés en 1316 con
Oviedo, Grado, Pravia, Salas y otras municipalidades, cuya defensa contra
Lope González Quirós y sus «compañas» encomendaron, dos años después, al
poderoso D. Rodrigo Álvarez de las Asturias, a condición de no hacer amistad
con él, ni recibirle por vasallo (47).
La importancia o influencia que este afamado procer, señor de Gauzón y
conde de dilatados territorios, ejercía en la provincia fue tan grande y decisiva,
que nada se hacía en ella sin su personal intervención, por lo que el concejo de
Oviedo le confió el encargo de dirimir con personeros de Avilés las cuestiones
que estos municipios sostenían sobre asuntos de carga y descarga en el puerto
avilesino (48).
Pero D. Rodrigo no limitaba su valioso poder a Asturias; era también querido
y respetado en la corte, en la que desempeñaba altos cargos palatinos, y disfrutaba
la confianza del rey D. Alfonso XI, distinguiendo al infante D. Enrique con su
cariño, hasta el punto de adoptarle por hijo y dejarle sus Estados, de los que a su
muerte se posesionó, titulándose desde entonces Conde de Gijón.
La enemistad que de su hermano D. Pedro le separaba; el rigor o injusticia con
que la Reina y sus cortesanos trataron a su madre, y su propia ambición personal,
le llevaron a levantar pendón de rebeldía contra el Rey castellano, haciéndose
fuerte en aquella villa y amparando su causa muchos nobles e importantes
personajes asturianos, contra los que lucharon Avilés y Oviedo en defensa de
la legitimidad, sosteniendo rudos combates con las huestes del bastardo, que
no pudieron dominar ni vencer a los leales avilesinos basta que D. Enrique se
ciñó la corona, tinta en sangre fratricida, después del memorable y tristemente
célebre suceso de Montiel (49). Llama, sin embargo, la atención que, habiendo
tomado Avilés parte tan activa en la encarnizada lucha que D. Pedro sostuvo
con su hermano, no figure en la Magna Junta Ovetense de la Vega, donde para
ser espejo de lealtad se congregaron los fieles defensores del rey legítimo (50),

(47) Quadrado, Recuerdos y Bellezas de España: Asturias y León. Madrid, 1855.


(48) Vigil, Colección diplomática del Ayuntamiento de Oviedo. Oviedo, 1889.
(49) Vio Jovellanos en el archivo municipal de Oviedo una provisión del Adelantado Pedro
Núñez de Guzmán, en la cual dispone que la ciudad de León no vaya en socorro de

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que favoreció a la villa con extraordinarias franquicias, y personalmente la visitó,
eligiéndola por morada, cuando con este motivo vino a la provincia.
Vencido Avilés con la muerte de D. Pedro, la importancia que adquiriera y
la bravura y bizarría de sus hijos obligaron a Enrique II a respetarlo; y a fin de
congraciarse con él, y tal vez asegurar su adhesión, le hizo merced en Cortes de
Burgos del contrato que en su nombre otorgaran ciertas personas para entregar
la Torre en tenencia a Pedro Menéndez de Gozón, con objeto de que la tuviese
con quince hombres en servicio del rey y de la villa (51), porque ya interesaba
saber á qué atenerse res¬pecto a este pueblo, que crecía y se desarrollaba hasta
el punto de competir con la capital, y de haber sido en varias ocasiones elegido
para reunir los representantes de Asturias con preferencia a la ciudad y otras
villas importantes.
Celebróse en 1378 junta general de personeros asturianos para tener a raya
al conde gijonés D. Alfonso Enríquez, bastardo del de las Mercedes, cuando
pretendió imponer tributo a toda la provincia; pero con denuedo defendieron
su libertad y condición realenga los procuradores de los concejos, y entre ellos
Gonzalo de Salas y Lope de Bango, que representaban a Avilés.
En los reinados de su hermano y sobrino D. Juan I y D. Enrique III, de
nuevo el perjuro y alevoso Conde de Gijón conmovió a Asturias con incesantes
luchas, que les obligaron a poner cerco a la villa para sujetar y vencer al infante
D. Alfonso, que tantas veces burló el perdón de sus regios deudos, hasta que el
amurallado pueblo, su baluarte y el palacio que habitaba la animosa Condesa
fueron derruidos, sosteniendo la causa de la monarquía legítima el Obispo D.
Gutierre, los nobles y fuerzas de los concejos, entre los que se distinguió Avilés
con D. Rodrigo Álvarez de Bandujo y otros linajudos aristócratas.
Así llegamos al siglo XV, que se inauguró con estas rebeldías; y cuando Asturias
comenzaba a disfrutar las dulzuras de la paz, a veces turbada por luchas que los
nobles mantenían entre sí o con el Obispo y cabildo de Oviedo, de cuyo poder
e influencia no estaban satisfechos, de nuevo se encendió la guerra, provocada

la villa de Avilés, cercada por el Conde de Gijón. - (Academia de la Historia. Colección de


documentos de Jovellanos.)
(50) Memorias del Abad D. Diego (M. S.), cuyo paradero se ignora, y a él se refieren
Carballo, Trelles y otros escritores asturianos.
(51) Archivo municipal.

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por la poderosa familia de los Quiñones, que por mucho tiempo ejercieran los
cargos de Adelantado y Merino mayor en la provincia, con motivo de haberse
apoderado de casi todas las tierras y señoríos del Mayorazgo y Principado, que en
1388 se creara para los príncipes inmediatos sucesores de la coro¬na de Castilla.
No satisfecha Asturias con la privanza que D. Alvaro de Luna ejercía
cerca del rey don Juan II, aprovechó este descontento D. Diego Fernández de
Quiñones para ir poco a poco haciendo suyas muchas villas y lugares que decía
haber heredado de su lío el Adelantado; y consta por ejecutoria que existe en el
archivo municipal de Avilés que, habiéndose posesionado Gonzalo Fernández y
Fernández de la villa y del alcázar por encargo suyo, se negó a reconocer y guardar
sus fueros, por lo que los valerosos avilesinos, capitaneados por D. Martín de las
Alas y Pedro Valdés, le hicieron abandonar el pueblo y su jurisdicción.
Mal iban las cosas en la provincia para el príncipe D. Enrique, cuando el
Rey le encargó su gobierno y administración, por las frecuentes disensiones y
disturbios que se suscitaban, teniendo que mandar real provisión a los Justicias
de la ciudad, villas y concejos, para hacerles saber que todas las tierras y rentas
eran del mayorazgo y señorío, y sus moradores no tenían por qué reconocer y
obedecer a otro señor que a él, como Príncipe de Asturias, y «a los primogénitos
que después de él viniesen y hubiesen de heredar el reino».
Para hacerla cumplir y tomar en su nombre posesión del Principado, envió a
tres de los mejores capitanes, Fernando Valdés, Gonzalo Rodríguez de Arguelles
y Juan Pariente de Llanes; pero mal lo hubieran pasado si Avilés no les abre
las puertas de sus murallas, ofreciéndoles seguro asilo; porque apoderados los
Quiñones y su aliado el conde de Armiñaque de casi toda la provincia, incluso
Oviedo y su merindad, que estaba ocupada por Pedro Quiñones, tuvieron que
refugiarse en la heroica villa, que se mantenía fiel al rey D. Juan II y al príncipe
D. Enrique, dispuesta a resistir con bravura las acometidas de los rebeldes.
Sólo así pudieron convocar a los concejos, para que mandaran a Avilés
representantes elegidos entre los vasallos del Príncipe, que siguieran su bandera
y fueran hijodalgos, a fin de determinar lo que convenía hacer para librar a la
tierra de la tiranía de los Quiñones.
Concurrieron 25 diputados de los municipios, y en el mes de Abril de 1444
celebraron junta en el alcázar, resolviendo decir a D. Enrique, por conducto
de Juan Pariente, que estaban dispuestos a echar de Asturias a los Quiñones y

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Armiñaques si les empeñaba su real palabra de no donarles las tierras y señoríos
de que fueran arrojados, ni hacer concesión alguna a sus hermanos y parientes.
Conocido por el Príncipe el acuerdo de los nobles y caballeros que a la junta
concurrieran, otorgó carta de seguro y amparo, ratificada el mismo año en
Oviedo por el Rey su padre, de que conservaría para sí el mayorazgo y señorío
del Principado, «sin dividir ni enajenar parte de él, ni de la merindad, ni otro
oficio, cargo, tenencia de Castilla, ni fortaleza a ninguno de los Quiñones»,
prestando después pleito homenaje en manos del caballero hijodalgo Gonzalo
de Mejía de Vives en la iglesia de San Salvador de Avila, a 31 de Mayo de 1444,
con la asistencia del Obispo Fray Lope de Barrientos y otros grandes y nobles
de la corte.
Cumplieron los asturianos como buenos su palabra, y arrojaron de la tierra
a los Quiñones, según prometieran por el acuerdo de Avilés, sin que desde
entonces gobernaran la provincia más adelantados, merinos ni justicias que los
nombrados por el Rey.
Mostróse el Príncipe muy reconocido, y el 18 de Febrero del año siguiente
otorgó en Segovia poder a su Maestresala Pedro de Tapia para tomar, en
su nombre, posesión del Principado, lo que efectuó en la iglesia del Salvador
de Oviedo el 18 de Marzo, a presencia del escribano del Rey Juan Sánchez
Tamargo, y de la mayor parte de los procuradores de la ciudad, Avilés y otros
concejos, que le aceptaron por Justicia mayor, después de haber prometido
«guardar sus buenos usos, costumbres, libertades e privilegios que habían» (52),
contribuyendo la villa con mayor cantidad, en razón de su importancia, al sueldo
del nuevo magistrado gobernador.
Así continuó el Principado hasta el año de 1466 en que, depuesto el rey D.
Enrique IV por los nobles que en Avila se juntaron, fue proclamado su hermano
D. Alfonso heredero de la corona. Este suceso dio ocasión a que de nuevo
figurara Avilés como cabeza de la región asturiana, y en su recinto se reunieron
los procuradores de los concejos, acordando reconocerle por rey de Castilla y
León, y encargar a Juan de Caso y Fernando Álvarez de la Rivera presentarle
un cuaderno de peticiones en el que solicitaban la confirmación de sus fueros,
privilegios, usos, costumbres y otras gracias; y el Rey contestó en Ocaña el 20
de Enero de 1467, que confirmaba la hermandad «que fisistes en la junta que se
(52) Archivo municipal.

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fiso en la villa de Avillés, para que tengades o guardades segund e en la manera
e forma que la fesistes e ordenastes, en tanto cuanto por mi merced e voluntad
fuere, porque así entiendo cumple a mi servicio» (53).
Como se ve, en estos acontecimientos desempeñó la villa importantísimo
papel, y con su extenso alfoz contribuyó poderosamente a que el Principado
de Asturias, creado por Juan I y confirmado por su nieto, prevaleciera de la
insaciable ambición de los Quiñones, Armiñaques y otros rebeldes.
De nuevo elevados aventureros pretendieron conmover a Castilla, cuando
la Providencia, uniendo los estados cristianos de la Península, juntó los tronos
castellano y aragonés con los cetros unidos de los memorables reyes Doña Isabel
y D. Fernando; pero pronto se apagaron las chispas que en algunos concejos de la
provincia quisieron propagar, con disfraz de beltranejos, sucesores y partidarios
de los Quiñones, dividiendo en bandos la aristocracia asturiana, que los severos
monarcas Católicos sujetaron, llevando con mano firme el orden a todas partes.
Protegidos por su recto y justiciero gobierno progresaron los pueblos, rendidos
de la incesante lucha y continuas revueltas que tantos perjuicios les causaran, y
progresó sobre todo Avilés, aunque acrisolándose en el fuego, para brillar poco
después con más vigor y energía hasta nuestros días.
Voraz incendio consumió la villa en los comienzos del glorioso reinado
de tan esclarecidos e ilustres Príncipes, ocasionando la catástrofe grandes
pérdidas al vecindario. Pero pronto los bondadosos Reyes acudieron en su
auxilio, concediéndole varias mercedes, que contribuyeron a restañar la herida
y repoblarla, y entre ellas una carta de privilegio de 1479 otorgando a Avilés un
mercado franco los lunes de cada semana, que ofreció nuevo estímulo al comercio
y promovió extraordinaria concurrencia de forasteros, ávidos de aprovechar la
franquicia. Con tan poderoso aliento poco tardó en rehacerse del quebranto y
surgir vigoroso de entre sus cenizas para continuar creciendo en importancia,
siempre dispuesto a servir y engrandecer a la patria.
«De su puerto y ría, escribió el sabio académico Sr. Fernández-Guerra,
festoneados de flores a quien no marchitan las salobres aguas, partieron a
la conquista de la isla de Tenerife en 1494 los galeones que comandaba Juan
Alfonso de Avilés, padre de veinte hijos legítimos, casi todos aventureros y
soldados» (54).
(53) Archivo municipal de Avilés

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Con estos y otros hechos remarcables de su historia; con la buena
administración del Principado, y el valimiento de los nobles y guerreros avilesinos
que se distinguieron en la corte y en los campos de batalla, obteniendo señaladas
victorias contra los sarracenos hasta ser totalmente domeñados en Granada, vio
la hermosa villa asturiana amanecer los más tranquilos días de la edad moderna.
Pero antes de historiarlos, habremos de detenernos brevemente a contemplar
las preciadas memorias de aquella época que resisten valerosamente en este
afortunado pueblo la acción destructora del tiempo.

II
«Pocas, aun entre las ciudades de primer orden, dice Quadrado, han sido
tan celosas o afortunadas como Avilés en la conservación de sus monumentos;
pocas han sabido conciliar las mejoras del presente y las aspiraciones a su futuro
desarrollo con el respeto a lo pasado» (55).
La observación del erudito y docto arqueólogo resulta exacta; y ya sea por
el cuidado de las corporaciones locales, por el respeto de los avilesinos a sus
gloriosas tradiciones o por obra de la casualidad, es lo cierto que en esta risueña
villa existen bellos monumentos artísticos en buen estado de conservación.
Casi todas las construcciones antiguas de Avilés son de la misma época y
orden arquitectónico, sin que pueda sostenerse la opinión de los escritores que
remontan a la primera mitad de la duodécima centuria la casa solariega del
Marqués de Valdecarzana y la iglesia parroquial de Santo Tomás de Sabugo.
Está aquélla situada en la calle del Marqués de Pinar del Río, antes Herrería,
y basta fijarse en su vetusta construcción para comprender se trata de señorial
palacio, mansión de linajuda familia, ennoblecida por los años y gloriosa historia
de los primeros poseedores.
Del viejo edificio sólo queda la fachada que mira a la expresada calle; las otras
y el interior fueron reformadas por su nuevo dueño, el ilustrado D. Fernando
María de Ochoa (56), que procuró conservar tan estimable monumento de la
Edad Media sin alterar su estilo, ni desvirtuar el mérito artístico.

(54) Fuero de Avilés, pág. 15.


(55) Asturias y León, pág. 273.

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Su portal ojival adornado de molduras y los ajimeces de doble arco semicircular,
divididos por graciosa columna bizantina coronada por un rosetón redondo; sus
dos cornisas que corren a lo largo del lienzo, una cortada en puntas por debajo
de las ventanas, y otra tachonada de llorones, describiendo curvas concéntricas
a los arcos, dan a esta antiquísima morada venerable aspecto, faltándole sólo el
labrado alero que sostenía la techumbre.
Cuenta la tradición que allí moró D. Pedro I a su paso por la Villa, cuando en
los primeros años de su reinado vino a la provincia a someter al rebelde Conde
de Gijón, su hermano bastardo; pero en realidad no tenemos ningún dato
que nos permita afirmar esta creencia, aun cuando si, como aseguran algunos
historiadores, el monarca levantó su campamento en las cercanías de Avilés, es
creíble residiera en el murado recinto y ocupara el palacio de uno de los nobles
más visibles de la corte.
Otras casas solariegas de principios de la Edad Media han llegado casi a
nuestros días, como la de las Alas, que fue no ha muchos años demolida. En ella
estuvo emplazado el célebre alcázar que coronaba la muralla, poderoso torreón
en el que se cobijaron los nobles e hijodalgos que se juntaron en la villa para
defender el naciente Principado de Asturias.
No están conformes los arqueólogos acerca de la antigüedad de la iglesia
dedicada a Santo Tomás de Cantorberi, hoy parroquial de Sabugo. Fernández-
Guerra la cree de mediados del siglo XII, y dice que es lo más verosímil la
mandara construir la reina doña Sancha, hermana del Emperador Alfonso
VII, consagrándola dos Obispos, cuyos tres bustos están tallados en uno de
los capiteles de la puerta principal de este bello monumento de las artes, muy
parecido a las iglesias de Villamayor y Villanueva (57).
Quadrado la juzga del siglo XIII, impidiéndole la forma ojiva de la puerta
principal y arco toral de la capilla mayor comprender este hermoso templo en
los dos que donaron los reyes D. Alfonso IX y doña Berenguela al Obispo de
Oviedo en 1199, con la quinta parte de los fogares et calumpnias de Sabugo,
y prohibición de que nadie más que el Prelado pudiera fabricar allí otra iglesia
(58).
En los períodos de transición cabe que se cometan inevitables errores, porque
(56) Hoy pertenece á sus herederos, por haber dejado de existir este distinguido avilesino.
(57) Fuero de Avilés, pág. 48.

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el cambio en el arte no se operó tan rápidamente, sobre todo en el tránsito del
bizantino al gótico, que no hayan estado amalgamados y casi confundidos
durante más de medio siglo, dando lugar a que no sea posible señalar con
precisión la antigüedad de los monumentos que en él tuvieron su origen.
El Sr. Selgas, tan competente en estudios arqueológicos, dice de la iglesia
de Sabugo: «Ningún documento existe en que conste haber sido levantada
en el siglo XII, ni puede hallarse, porque la arquitectura a que pertenece, es la
románica de transición, empleada dos siglos después, viéndose en la portada
principal y en algunos vanos cerrados las archivoltas por arcos acentuadamente
apuntados y otros ornatos pertenecientes al arte ojival.» «El capitel a que se
refiere el Sr. Guerra le forma un tambor circular en la parte inferior y cuadrado
en su unión con el ábaco, agrupándose al rededor de él, no tres cabezas, como
dice, sino cinco, todas iguales, al parecer femeniles, con trenzas orillando la
frente y los lados, cubierta cada una con su caperuza triangular, algo parecida a la
montera asturiana. Aquellas simétricas cabezas, toscamente esculpidas, rígidas
e inmóviles, no tienen símbolo alguno que demuestre ser de reinas y obispos;
son simplemente mascarones, elemento decorativo muy usado entonces para
exornar capiteles, ménsulas, y los canecillos que sostienen los tejaroces» (59).
De suerte que la opinión de los tres eruditos anticuarios á que nos hemos
referido está en evidente contradicción, respecto a la época en que el mencionado
templo fue construido. Y mientras Fernández-Guerra lo lleva a la primera
mitad del siglo XII, Quadrado lo supone del XIII y Selgas del XIV, siendo muy
difícil armonizar tan encontrados como inseguros pareceres para señalar con
fijeza su antigüedad. Pero a nuestro juicio pertenecen a los últimos tiempos del
período románico en la iglesia de Sabugo las columnas con hermosos capiteles
de abultadas figuras y cinceladas piñas que sostienen los cuatro arcos ojivos
que forman la portada de la fachada principal; las que en la parte exterior del
ábside apoyan el alero en pequeñas ménsulas labradas; las que franquean el
arco de medio punto de la puerta lateral, y los llorones y clavos que esmaltan las
arquivoltas y cornisas.

(58) Quadrado y Fernández-Guerra: obras citadas. - Archivo de la Catedral de Oviedo.


-Vigil, Asturias Monumental, Epigráfica y Diplomática, páginas 94 y 276.
(59) D. Fortunato Selgas, De Adiós a Cudillero (viaje histórico y arqueológico), Revista de
Asturias, Oviedo, 1880.

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A principios del siglo actual se le rodeó de un espacioso atrio, donde el gremio
de mareantes acostumbraba a reunirse con gran solemnidad, bajo la presidencia
de sus diputados, para tratar asuntos de la comunidad y cofradía de la Virgen de
las Mareas, excelsa patrona por ellos venerada con entusiasta fe religiosa.
Arrumbado en lo que fue cementerio existe un hermoso crucero de piedra, que
conocimos enhiesto en el campo de Bogaz, que es una preciosa joya bizantina
de la misma época del templo, y sería bien que el ilustrado sacerdote que está al
frente de la parroquia lo hiciera levantar delante de la iglesia o en el atrio, para
que no se pierda este valioso recuerdo del pasado, o no sufra alguna sensible
mutilación que lo inutilice para el arte.
Ya bien adelantado el siglo XIII se construyó la iglesia de San Nicolás, mirando
al mar, en la plazoleta de este nombre, que por su elevación y por comunicar con
la muralla sirvió muchas veces de inaccesible baluarte a los guerreros avilesinos,
cuando los Alas, abandonando su residencia señorial de Raíces, se trasladaban
a la villa para defenderla de los ataques de los barcos piratas que abundaban en
el Océano, o de la turbulenta nobleza con frecuencia sublevada contra sus reyes.
La iglesia de San Nicolás es también del tránsito del arte bizantino al gótico,
como lo revelan su esbelta portada y la ventana ojiva con columnas bizantinas
sobre ella colocada. Desluce sobremanera la fachada el pesado cobertizo de
pésimo gusto que se le adosó en este siglo, quitando lucimiento a la preciosa
puerta, que da entrada al templo, formada por cuatro arcos ojivos, sostenidos
por columnas bizantinas, con bellos capiteles cuajados de hermosa talla de
figuras y animales, que con la profusa labor de sus tableros y los romboides y
dientes de sierra que bordan sus arquivoltas, hacen de ella un valioso ejemplar
arquitectónico de la época mencionada. El ático o espadaña que le corona debe
ser agregación de la pasada centuria.
Dícese que, en una de las varias visitas que hizo a Avilés Alfonso IX (60), vino
el Obispo D. Juan a consagrar en este templo al Abad de Coriás D. Juan Pérez,
y por eso algunos escritores, como Fernández-Guerra, pretenden retrotraer su
construcción al siglo XII.
Adosadas a la iglesia de San Nicolás, y en comunicación con ella, hay dos
(60) Este monarca hizo en la villa donación de varios bienes al monasterio de Valdediós,
fechando las cartas reales en Abeliés ó Abelfés en los días 20 y 22 de Marzo de 1220 y 17
de Mayo de 1227. - Colección manuscrito de Marina en la Real Academia de la Historia.

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capillas de época posterior. La más antigua es la de la Asunción, conocida
también con el nombre de «Los Ángeles», sin duda tomado de los que en la
fachada sostienen sobre airosa puerta ojiva un escudo de armas rodeado de
inscripción votiva, ya ilegible por haber carcomido el tiempo la piedra caliza en
que está esculpida; pero la conservó Ceán Bermúdez. Dice en extracto que «el
mui reverendo Señor D. Pedro de Solís la mandó fazer á su costa, el dotóla de
muchos bienes espirituales e otros temporales perpetuamente; el mandó trasladar
a ella los huesos de los mui honrados Señores sus abuelos, padre y madre, que
estaban enterrados en el monasterio de San Francisco de esta villa de Avilés,
por cuyas animas fue la voluntad de dicho Señor D. Pedro de Solís se celebrase
cada día misa en dicha capilla». Fue construida por Juan Rodríguez de Borceros,
concluyéndose el año de 1499, y sus constituciones en 1507. Comunica con la
iglesia por una puerta de estilo ojival adornada con profusión de dibujos calados
imitando hojas.
Detrás de ella se ve otra capilla llamada de Camposagrado, dedicada a
enterramiento de los ilustres antepasados de esta heráldica familia. En el centro
hay un panteón colocado sobre ocho leones de piedra, con dos tumbas, y escudo
de armas entre los epitafios de los «magníficos Señores D. Fernando de las Alas
y su mujer doña Catalina de Quirós» del año de 1545.
Pero el recuerdo más valioso de San Nicolás, aunque de época posterior, es
el sepulcro empotrado en la pared de la capilla mayor del lado del Evangelio.
Encierra los gloriosos restos del muy ilustre avilesino, Adelantado y conquistador
de la Florida Pedro Menéndez, uno de los guerreros más insignes de su tiempo,
y según Fernández-Guerra, el más excelente y atrevido navegante del siglo XVI,
a quien España debe un monumento, la historia un libro (61) y las musas un
poema.
La mezquina y pobre sepultura que guarda los preciados despojos de tan
valeroso e ilustre capitán pasaba hasta nuestros días casi inadvertida a los pocos
(61) Recientemente se han publicado dos; uno titulado: a Noticias biográfico-genealógicas de
Pedro Menéndez de Avilés, con las de otros asturianos que figuraron en el descubrimiento y
colonización de las Américas», por D. Ciría¬co M. Vigil, Avilés, 1892. - Contiene también
un árbol genealógico y diez apéndices con documentos.
El otro se llama La Florida: su conquista y colonización por Pedro Menéndez de Avilés,
por D. Eugenio Ruidiaz y Caravia, Madrid, 1892, dos tomos. - Contiene el primero la
descripción de la Florida, su historia hasta la llegada de Pedro Menéndez, la biografía de

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fieles que visitaban el templo desde que se trasladó la parroquia a San Francisco,
y era totalmente desconocida para la mayoría de los mismos hijos de Avilés. Ni
la villa que se honra con su cuna, ni los próceres que le sucedieron y se enaltecen
con su nombre, ni la nación que se engrandeció con sus atrevidas conquistas, le
dedicaron recuerdo de más valía que el humilde sepulcro (62), en el que se lee la
siguiente inscripción bajo los escudos de Avilés y Arango:
AQVI IAZE SEPVLTADO EL MVI YLUSTRE CAVALLERO
PEDRO MENEZ DE AVILES NATVRAL DESTA VILLA
ADELANTADO DE LAS PROVINCIAS DE LA FLORIDA
COMENDADOR DE SANTA CRVZ DE LA ÇARÇA DE LA
ORDEN DE SANTIAGO Y CN GENAL DEL MAR OCCEANO
Y DE LA ARMADA CATOLICA QUE EL SEÑOR FELIPE 2.°
JVNTO EN SANTANDER CONTRA YNGLA TERRA EN EL
AÑO l574 DONDE FALLECIO A LOS 17 DE SETIEMBRE
DEL DICHO AÑO SIENDO DE EDAD DE 55 AÑOS. 
Al Norte de la iglesia, retirada al fondo del atrio y sin comunicación con ella,
se edificó a mediados del siglo XIV, cerca de lo que fue cementerio, la preciosa
capilla de Santa María, llamada de las Alas, que mandó construir D. Pedro Juan
para que sirviera de enterramiento a sus padres, a él y a su mujer, según dispuso
en testamento que otorgó en la villa a 6 de Septiembre de 1346, fundando una
capellanía con cargo de misa diaria por su alma y la de sus parientes que en ella
yacían (63). Quadrado cree que la debió fabricar Juan Alfonso «de só la Iglesia»,
que firma aquel documento como testigo.
En la portada se combinan la forma ojiva del arco y la bizantina de las
columnas con labrados capiteles, en los que resaltan abultados mascarones de
mujer y hombre con larga cabellera caprichosamente peinada y adornada de
cintas y plumas. Igual figura afectan dos cabezas colocadas a los extremos de

éste y el curioso memorial de la conquista por el Dr. Solis de Meras; y el segundo un sinnúmero
de documentos, desconocidos muchos; las biografías de los Adelantados (titulo honorífico),
etcétera. La obra fue premiada por la Real Academia de la Historia y está ilustrada con
láminas y mapas.
(62)La urna colocada sobro la tumba contiene las cenizas de una malograda joven, doña
Carlota de Lujan y Silva, que falleció en 1776, hija de D. Pedro X, Adelantado do la Florida.
(63) Quadrado. - Obra citada, pág. 180.

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«un trebolado colgadizo de la arcada», y otras dos en la parte exterior de ésta,
correspondiendo todas al mismo orden arquitectónico.
Sobre la puerta se ve un escudo de armas bastante deteriorado; al interior un
ajimez, y a los lados dos nichos apuntados, en los que descansan el fundador y
su mujer Sancha Pérez, que debieron ser antepasados de las Alas, cuyo nombre
lleva la aristocrática capilla. Ostentan también los blasones de la casa las lápidas
sepulcrales de Esteban Pérez de las Alas, de Juan Alonso Estevanes de las Alas y
otras dos colocadas en el suelo, que pertenecen al siglo XV (64), y de esta época
es el precioso retablo de alabastro, de gran mérito artístico, con menudos relieves
que representan escenas de la vida del Salvador y de la Virgen.
Por último, en la iglesia de San Nicolás hay, enfrente de la capilla de los
Ángeles, otra que se edificó el año de 1723 por cuenta de la villa, con auxilio de
los vecinos, llamada del Cristo, por venerarse en ella esta efigie, que es una buena
escultura del siglo XVII, arrojada por el mar a estas costas, según la tradición, y
recogida por unos pescadores, igualmente que el Santo Cristo de Candas.
La iglesia de San Francisco, hoy parroquial de San Nicolás, es algo más
moderna que las anteriores; pero del mismo estilo y variantes arquitectónicos
que ellas. Formó parte de un grandioso monasterio de frailes franciscanos,
después de la exclaustración ocupado por las monjas de Santa Clara de Oviedo
hasta el año 1845, que se trasladaron a la capital.
Son varias las noticias históricas que corren como válidas relativas a este
convento. Madóz supone que debió ser el de Samos, al que se retiró D. Alfonso
el Casto cuando huyó de Oviedo por la revuelta que contra él movieron los
nobles de su corte (65). Otros dicen que le ocuparon frailes de la orden de San
Benito; pero es más probable que el actual monasterio se fundara en el siglo
XIII por el discípulo y compañero de Asís, Juan Compater, llamándose «San
Francisco del Monte» por haber sido edificado en una pequeña prominencia,
fuera de las murallas de la villa, y haber estado rodeado de bosques basta muy
entrado el siglo XVI.

(64) Este ilustrado arqueólogo en la pág. 181; Jovellanos en sus Obras coleccionadas, t.
II. págs. 178 y 179, y Vigil en la Asturias Monumental, Epigráfica g Diplomática, pág.
274, copian tres de los expresados epitafios, no habiendo podido leer el cuarto por estar
ininteligible.
(65) Diccionario Geográfico, t. III, pág. 187.

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Esta iglesia es la más espaciosa de Avilés, encontrándose en ella perfectamente
señalada la marcha progresiva de la transición del arte bizantino al ojival. Así en
la hermosa portada de la fachada, formada por cuatro arcos apuntados y unidos
de mayor a menor, la ojiva está perfectamente dibujada, mientras predomina el
estilo bizantino en las columnas cilíndricas con preciosos capiteles de follaje, y
en las pequeñas ménsulas con figuras talladas que, unidas por bellos antepaños
labrados, coronan la puerta que da paso al templo y sostienen la techumbre del
pórtico construido a fines del siglo XVII, muy posteriormente a la reedificación
de parte del monasterio caído por virtud de un gran terremoto que en 25 de
Junio de 1522 derribó casi todo el edificio, cuya primitiva fábrica ha debido ser
notable, a juzgar por lo que de ella se conserva.
Antes de pasar adelante, vamos a referir un caso digno de notarse, que habla
muy alto en favor de los artistas de Avilés.
Ocurriérase a los encargados de esta iglesia la malhadada idea, muy
generalizada hasta ha pocos años, que comenzó a estudiarse en los seminarios
la arqueología cristiana, de encalar la preciosa portada y pintarla de amarillo;
pero cediendo el párroco a las súplicas de personas doctas, y a las exhortaciones
de la Comisión provincial de monumentos (66), al restaurar la iglesia mandó
limpiar la cantería para que volviese a resaltar la hermosa talla de sus capiteles y
arquivoltas.
Limpióse, en efecto, con mucho cuidado; pero las ménsulas de la cornisa se
encontraron unas desportilladas y otras deshechas por completo. Lamentábamos
el desperfecto, cuando un hábil e inteligente cantero de la villa se ofreció a
reponer las que faltaban con cantería de la misma clase y figuras iguales a las que
se conservaban en buen estado; y con tal primor y perfección las hizo, que no es
fácil distinguir las falsas de las verdaderas, equivocándose con frecuencia aun los
que se juzgan más inteligentes.
En el interior de esta iglesia hay en la capilla de Santiago, dos preciosos
sepulcros bastante bien conservados, del estilo de la portada, y probablemente
también del siglo XIII. Están empotrados en la pared, y bajo arcos ojivales de
poca elevación y mucha talla de follaje se ven dos estatuas yacentes de varón y
hembra, con trajes de la época, descansando su cabeza, velada por ángeles, sobre
un cojín. Ambos tienen primorosa y abundante labor, con cinco escudos en cada
(66) Desempeñábamos en ella el cargo de Vocal Secretario.

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delantero, sin ninguna inscripción.
Al lado opuesto hay otro sepulcro empotrado en el muro, apoyándose la urna
cineraria de labores góticas sobre tres cabezas de león, también con escultura
yacente en la misma forma; pero tanto su traje como el arco de medio punto,
indican se construyó a fines del siglo XV o principios del XVI (67).
Existe además una capilla no destinada al culto, que comunica con el claustro,
en la que predomina el estilo ojival, y es, indudablemente, de la misma fecha que
la iglesia, a juzgar por las columnas y labrados capiteles de la puerta y ventanas
que sostienen arcos medio circulares. Había en el interior, según nos han dicho,
antiguas efigies de madera abandonadas, y después recogidas, cuando con
el retablo se trató de restaurar; pero las obras se paralizaron a la muerte de la
señora Marquesa de Ferrera, a cuyo patronato pertenece, y es de esperar que
las continúen sus sucesores. Tiene también bajo arco ojivo una sepultura que
descansa, como la anterior, sobre toscos leones.
Ya hemos dicho en otro lugar que la pila bautismal de San Francisco es un
hermoso capitel corintio del arte romano, procedente del castillo de Gauzón; y
empotrado en la pared de la capilla del Cristo, se conserva un precioso trozo de
mármol de un metro de largo próximamente por medio de ancho, con primorosa
talla latino-bizantina, de desconocido origen, pudiendo muy bien ser, como
indica el Sr. Selgas, valioso resto de alguna basílica del tiempo de la monarquía
asturiana.
Se halló enterrado en la misma iglesia, y es posible perteneciera al primitivo
templo, si antes del siglo XIII existió otro monasterio, como indican algunos
escritores, acaso el de Samos; pero de todos modos, este bello fragmento
arquitectónico revela la existencia de un notable y grandioso monumento de la
decadencia romana (68).
Y, finalmente, la iglesia parroquial de Santa Magdalena de Corros, inmediata
a Avilés, debe haber sido construida a principios del siglo XIII, a juzgar por el
estilo románico que predomina en la portada, arco toral, traza y bellos capiteles,
todo en linda proporción, con adornos semejantes a los templos de aquella época.

(67) Quadrado, págs. 181 y 182; Vigil, pág. 174.


(68) Apéndice segundo á la Memoria de la Comisión de monumentos históricos y artísticos
de la provincia, de 1870.

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III
Tras la breve narración de los recuerdos artísticos que Avilés conserva, y antes
de ocuparnos de otro período histórico, necesitamos decir algo del estado de
progreso en que la villa se encontraba al finalizar la Edad Media con relación a
la vida municipal, comercio, industria y artes que en ella se cultivaban.
El municipio era libre y autónomo en la forma que hemos descrito, y tenía
por ley fundamental el Fuero de Alfonso VII, confirmado y ampliado por sus
sucesores, con Ordenanzas municipales para el mejor gobierno y régimen
interior, al que atendían merino y jueces, alcalde y omes bonos, portiellos y
vicarios, personeros y sayones, formando lo que se, llamaba el concejo «cerrado»
o justicia y regimiento; Ayuntamiento mucho más tarde. Al concejo «abierto»
acudían o podían acudir todos los vecinos, congregados primero en un templo;
piadosa costumbre que aun subsistía al comenzar el siglo XIV. «Seyendo el
concello de avillés, - leemos en documento de 1315, - ayuntado por pregón en la
yglesia del monefterio de fan ffrancisco de avillés aquellos que fe y acercaron affí
conmo ye de costume.»
Y unos vecinos en armas de las mesnadas de reyes y señores, y otros en artes
y oficios de gremios y cofradías - muy principalmente los mareantes, - vivían y
prosperaban, creciendo de día en día la villa y el pequeño concejo, pero con el
extenso alfoz que a otros se extendía, como ya sabemos, a veces en dependencia o
tutela, y a veces en hermandad y concordia. La base de esta relación estaba en el
privilegio indicado de Alfonso XI de 1318, «et porque había grande voluntad de
acrecentar la su villa de Avillés, dabale por sus alfoces et por su termino la tierra
de Gozón et de Carrenno et de Corvera et de Ylles et de Castrillon: et mandaba
que los homes y mujeres que hi moran et moraren, sean sus vecinos et fagan hi
su vecindad, et que vayan á juicio et a llamado de los juices el alcalles de Avillés
et se juzguen por el et que pechen con el conceio de Avillés; el que non vaian a
otro juicio ni a otro llamado, ni fagan vecindat ni otro tributo nenguno» (69).
Y por el estilo fue la conveniencia, hecha y ordenada en 1348, entre los
moradores de Illas y Avilés, obligándose aquellos a ser «buenos vecinos suyos,
leales et verdaderos, daqui adelante et para sempre, bien et lealmente a buena fe
e sin mal enganno, dispuestos unos y otros a olvidar y perdonar yerros, quejas,
(69) Archivo municipal de Avilés. - Apéndice séptimo.

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querellas, incendios y muertes pasadas» (70).
Los personeros de Avilés tenían ya sitio preferente en la Junta general de
Asturias, institución foral en que la villa intervino poderosamente, para afirmarla
y sostenerla en aquellos belicosos días de constante y agitada lucha.
No por eso la riqueza pública estaba abandonada en la Edad Media; antes
bien, se cultivaba con esmero, adaptándola a los usos y costumbres de aquel
tiempo, no ciertamente a propósito para explotar ninguna industria ajena al
carácter distintivo de la época, en la que el continuo batallar con los sarracenos,
las turbulencias interiores, la lucha de clases, las frecuentes rebeliones con
que por lo general se inauguraban los reinados, la insaciable ambición de los
nobles, el absorbente poder del clero y el espíritu de independencia iniciado por
los municipios, impedían a los pueblos pensar en otra cosa que en el choque
incesante de las armas, que constituía su principal ocupación.
Y no fue Avilés el que menos parte tomó en tales contiendas, ni se economizó
en la guerra, según tuvimos ocasión de observar; antes bien, como pueblo
fuertemente amurallado, estaba preparado para ella, sirviendo unas veces de
firme baluarte a la monarquía, otras de dique infranqueable a la ambición de los
nobles que pretendían hacerse dueños de la provincia o al absorbente poder del
Obispo y cabildo de Oviedo, y defendiendo siempre con tesón las exenciones,
privilegios y libertades municipales, con las que floreció la villa y llegó a tener
verdadera importancia en los siglos XYI y XVII.
La guerra creó la clase nobiliaria, nacida, como dijimos, de aquellos esforzados
capitanes que ayudaban a sus reyes conquistando gloria y laureles para la patria,
y obteniendo para sí señoríos y castillos al amparo de los que vivían los colonos,
tan dispuestos a labrar las tierras del señor, como a seguirle á los campos de
batalla.
Muchos fueron los lujos de Avilés que en la lucha de las armas se distinguieron,
y muchos los que como marinos sobresalieron en las atrevidas empresas en
aquellos tiempos realizadas.
Pero a medida que el espíritu guerrero se fue debilitando, y el descanso de
la paz sucedió al agitado bullicio de la guerra, la clase nobiliaria abandonó sus
castillos para replegarse a los pueblos, levantar casas solariegas y ejercer en ellos
grande influencia, que, como era natural, se dejó sentir en el municipio, al que

(70) Archivo municipal de Avilés. - Apéndice séptimo.

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robustecieron con su apoyo, y se reflejó en las costumbres y manera de ser de la
sociedad en que vivían.
Y esto sucedió principalmente en aquella villa, donde brillaron muchas
familias linajudas que le dieron tinte marcadamente aristocrático y batallador
sobre los demás pueblos del Principado.
Por eso no puede afirmarse que en aquellos tiempos constituyera su principal
ocupación el tráfico mercantil, ni estuviera esencialmente dedicado a la industria
y al comercio, como asegura un erudito escritor (71).
No; esta floreciente villa era, por el contrario, aristocrática, y en ella
predominaban los nobles, hijodalgos y guerreros, que no vivían en la ociosidad,
acostumbrados a la cotidiana lucha de la guerra; pero, decididos a sostener el
lustre de sus blasones, tampoco explotaban la industria, ni ejercían el comercio,
que sin embargo se desarrollaba a su sombra, para satisfacer las necesidades
que les creaban las comodidades de su casa y el lujo que sus pingües rentas les
permitían.
Avilés utilizaba su excelente posición marítima, y no cejaba en la defensa
de sus derechos, luchando hasta con la poderosa Oviedo, a la que más tarde se
unió en firmísima hermandad con amor y simpatías no entibiadas a través de
los tiempos. En 1282 y 1280 hicieron primero un convenio que convirtieron
poco después en formal compromiso, zanjando en amigable fallo demandas y
diferencias, pleitos y contiendas, prisiones de respectivos moradores y embargos
mutuos (72).
D. Alfonso XI dio una provisión en Burgos el año 1315 para que los de
Oviedo introdujesen por el puerto de Avilés pan, vino y otras mercancías; y la
villa autorizó a los ovetenses para que descargasen un bajel que estaba detenido
con cargamento dirigido a mercaderes de la capital, obligándose cinco años
después los avilesinos, por la intervención de D. Rodrigo Álvarez de las Asturias,
a ayudar a la descarga y dejar libres los vinos y comestibles que por la mar venían
para la ciudad (73).
Pueblo de la costa y puerto importante en el Cantábrico, consagrábanse
también los avilesinos a las arriesgadas empresas marítimas y tomaban parte en

(71) Fernández-Guerra, Fuero de Avilés, págs. 14 y 15.


(72) Vigil, Colección diplomática del Ayuntamiento de Oviedo.

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aquellas formidables expediciones que se prepararon para librar de corsarios el
mar oceánico y llevar nuestras armas a lejanas tierras.
De Avilés partieron las aceradas naves que capitanearon Rui Pérez y Ramón
Bonifaz en la conquista de Sevilla, reinando D. Fernando III, para ganar el
noble blasón que la villa ostenta; con galeras, armas, combatientes y marinos
contribuyó el pueblo cuando fue menester a las armadas de Castilla, e hijos
suyos fueron los famosos guerreros y navegantes que tanta gloria alcanzaron en
África y América.
Y a falta de otra ocupación, sus valerosos hombres de mar se dedicaban
a la navegación de altura, a la arriesgada y peligrosa pesca de la ballena y
otros monstruos marinos, que tanto abundaban en aquella costa (74), y a las
alborotadas olas del Océano el diario sustento.
Las faenas marítimas trajeron como consecuencia inevitable la necesidad de
explotar industrias con ellas relacionadas, dando la construcción naval ocupación
a mucha gente, y creándose el importante gremio de carpinteros de ribera, que

(73) Vigil, Colección diplomática del Ayuntamiento de Oviedo.


(74) Fernández-Guerra hace mención de una curiosa escritura del año 1232, que Marina
copió en el archivo de la abadía de Arbas del Puerto, según la que el Abad hace «pleito
con homes Abeyés, con Fernán del Monte e con luán Berin, menos expuesta, y sin duda
más lucrativa, de la sardina, el besugo, el congrio y la merluza, cuyos sabrosos pescados les
producían pingües ganancias; y de este modo vivían en constante lucha con los elementos,
cuyos riesgos les eran familiares, buscando en las algucl, é arrendárnosles el puerto de
Entre lusa (Cala de Entre-lusa, termino de Perlora, concejo de Carreño, según aquel
erudito escritor) con suas exidas é suas entradas e con suas derecturas; e que nos den de
cuantas balenas mataren que a térra vengan, tantos 20 maravedís de cada balena e suas
costumbres: e ses por ventura tal balena mataren que non valga esos maravedís, den lo
tercio de la balena: et de la balena que bajen cria mar muerta dale el cuarto de la. E se 1 abad
quisiere enante 30 maravedís, que los 20 maravedís de cada balena, dáijelos a este primero
entruecho que ven con suas costumres, de cada balena. E el puerto ténelo por uno anno. E
este pleito debe aseer entre nos y vos á bona fet se/i mal engano; e debe nos a dar carta el abad
con no convento deito o de García Roderici, que nos tenga salvos et seguros. E se por ventura
quisieren arrendar adelante otros homes, tanto por tanto, no lo tolero Fernán del Monte é
Juan Beringuel. E sobre todo esto debe Fernán del Monte o dar a don Gonzalo Petri tres
ducenas de balenas e seis ducenas de pixotas é XII ff. (saldos) paro calzas: e esto debe ser
pagado de la prima balena que mataren; e si non mataren balena, deben ser pagados ata

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llegó a mediados de este siglo, hasta que el vapor reemplazó a los buques de
vela (75). Hacía más fácil la industria naviera la gran abundancia de madera de
ro¬ble que había en las cercanías de Avilés, rodeado de poblados bosques en la
Tejera, Galiana, Río de San Martín, Miranda, Llamero y otros renombrados
montes maderables, algunos de los cuales casi tocaban las murallas.
De este modo se creó la construcción de pe¬queñas embarcaciones dedicadas
a la pesca y a la marina mercante, y después la de poderosos galeones y galeras
para la naciente armada nacional, destinada al servicio del rey, exportándose más
tarde maderas para los reales arsenales del Ferrol, cuyo corte en los bosques, y
embarco en los cays o muelles de la villa, eran vigilados y dirigidos por Delegados
regios y Comisarios de Marina.
Fue el puerto de Avilés en la Edad Media el más concurrido de Asturias, y
uno de los principales de la costa cantábrica. A él llegaban buques franceses e
ingleses y del Mediterráneo con variados artículos de comercio, vinos y ricas
telas, entre las que sobresalían los rasos y terciopelos, que ya en el siglo XV
figuraban entre los tributos que percibía la villa, pagando crecidas alcabalas
y diezmos, que llegaron a importar respetable cantidad, a pesar de lo mucho
que los regidores del concejo favorecían la libre importación de géneros que
se consumían en el pueblo o eran importados en naves o por comerciantes de
la localidad. Existía de hecho la libertad comercial para favorecer el comercio
marítimo, aunque sin comprender el alcance de este principio económico; y se
autorizaba a los capitanes para que sólo pagasen tributo por las mercancías que
vendían en el muelle, reexportando las que no pudieran expender.
Así llegó a ser el puerto más importante del litoral cantábrico en tiempo de
los Reyes Católicos, según afirman doctos escritores, y la capital marítima de
la provincia (76), ocurriendo frecuentes conflictos entre los capitanes de navios
extranjeros que á él arribaban y comerciantes de la villa, por lo que en más de una
entrogío. E de ésto son mañeros don Juan Pelaiz, Duran Pelaiz, Migael Dominici; testes
Gonzalvo Petri, Lorencio Vidal, Gonzalvo Ioannis, Duran Petriz, Santiago Vadara,
Pelayo Pelaiz, Juan Pascualiz, Pedro Campana, Monio Alfonso, Juan Petri. Alfonsus
Ioannis notavit, et aliorurn multorum qui viderura et audierunt.»
(75) Uno de los últimos buques que se construyó en Avilés en el tan renombrado campo de
Bogaz fué la corbeta «Eusebia», que al mando de su experto capitán D. Juan Casariego,
hizo más de 30 viajes redondos a la Habana, llegando por el cabo de Buena Esperanza a las
repúblicas de la América del Sur, para volver cargada de cacao Caratas.

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ocasión tuvo que intervenir la justicia para arreglar sus diferencias.
Otra industria, relacionada con la navegación, explotó Avilés en gran escala, y
llegó a tener verdadera importancia en la Edad Media: la de la sal, que se extraía
en hornos costeros de Asturias, y constituía un comercio que monopolizaban casi
exclusivamente sus expertos marinos (77), hasta que con la conquista de Murcia
y Andalucía á mediados del siglo XIII comenzó a venir de estas provincias.
Es curioso el suceso que refiere Carballo ocurrido a unos navegantes de
Avilés: «Viniendo, dice, con unos navíos cargados de sal, cayeron en poder de
corsarios, los cuales pasaron la sal a sus navíos, y queriendo también pasar cierta
cantidad que traían para la santa Iglesia de Oviedo, jamás la pudieron mover
ni pasar; espantados los corsarios de este portento, diciéndoles cómo era la sal
de San Salvador de Oviedo, no la tomaron de temor y antes restituyeron la que
habían pasado á sus naves» (78).
Es indudable que esta industria se explotó en Avilés desde la más remota
antigüedad; primero con grandes alfolíes en San Juan de Nieva, después
trasladados a la villa para que estuvieran resguardados y pudieran ser defendidos
de cualquier ataque de los corsarios que infestaban la costa, llegando a tomar tal
incremento, que sus almacenes de sal fueron los más importantes de Asturias,
y allí residía la capitalidad y el Administrador general de las salinas de la
provincia, que el Rey nombraba y posesionaba la corporación municipal, previa
la presentación del título que le autorizaba para ejercer las funciones que se le
encomendaban, haciendo constar que al admitir el pueblo estos funcionarios no
quedaban mermados sus fueros y privilegios.
Algunas otras industrias florecían en la villa protegidas con la exención de
tributos, distinguiéndose entre ellas la de tejidos; y eran muchos los vecinos que
comerciaban en lino de Galicia o del extranjero para venderlo en rama o hilarlo
y tejerlo a fin de exportar las muy acreditadas telas que en Avilés se elaboraban
a Bilbao, San Sebastián y otros mercados importantes, donde las expendían con
grande estimación. No pagaba este artículo más que el cupo del gremio, y de este
modo pudo su elaboración resistir con pujanza el período de la decadencia, y

(76) Por residir en Avilés el Comisario de Marina del Principado, le guarnecían un cabo de
escuadra y algunos soldados de la Marina real.
(77) Selgas. - De Avilés a Cudillero.
(78) Antigüedades de Asturias.

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llegar vigorosa a nuestros días.
Otras dos se explotaban con éxito, que aun se conservan: la fabricación de teja
para la cubrición de edificios, hoy extendida a otros productos similares, y la de la
cal, que se producía en gran cantidad y exportaba para Galicia, construyéndose
un muelle especialmente dedicado a la carga de esta mercancía. También se
hacía con el extranjero gran comercio de madera de castaño, muy abundante en
las cercanías de la villa; pero fueron tantos los navíos franceses que se dedicaron
a exportarla, que, alarmado el concejo, hubo que prohibir su extracción en 1621,
por ser necesaria para la edificación de casas en el pueblo.
Estaba en aquella época en el mayor apogeo la industria de calderería, hasta
tal punto floreciente, que los vecinos de Vidriero y Miranda, que la ejercían,
llegaron a pagar tres mil maravedís cada uno por el cupo de alcabala, siendo
libre el oficio de calderero (79); y en esto se fundó, sin duda, Fernández-Guerra
para decir que la industria cobriza traía su origen de los últimos tiempos de la
domina¬ción romana en Asturias.
Ya hemos visto las ruidosas polémicas que durante este período se promovieron
con las poderosas comunidades de San Pelayo y de la Vega de Oviedo; con el muy
ilustre Señor de Molina, hijo del rey D. Alfonso el Sabio, y con el Adelantado de
León D. Gutier Suárez sobre el pago de portazgo, y esto prueba que el comercio
de arriería, único medio de transporte entonces conocido para comunicarse con
Castilla, era muy importante, cuando con tal empeño defendió Avilés la exención
del tributo de peaje que le fuera concedido por Alfonso VII y confirmado por sus
sucesores.
De este modo, ni las ocupaciones de la guerra; ni los timbres nobiliarios de las
linajudas familias que levantaron en la villa sus casas solariegas; ni la influencia
que su manera de ser ejerció en las costumbres, fueron motivo para que los
honrados y trabajadores avilesinos dejaran de explotar las industrias que más se
armonizaban con el carácter de la época.

(79) Más tarde se restringió, exigiéndose examen y titulo de calderero expedido por
el Corregidor de León, que necesitaban presentar a la Justicia de la villa para que lo
confirmara y autorizara su uso.

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CAPÍTULO CUARTO

Sucesos principales ocurridos en Avilés de los siglos XVI al XVIII; crecimiento


de la villa; obras y monumentos; el «cay»; traída de aguas; casa Ayuntamiento;
cárcel y hospitales; la Merced; palacios de Camposagrado y Ferrera. - Organización
municipal de Avilés; importancia del concejo. - Cargos concejiles: su elección y
atribuciones. - Ordenanzas municipales para servicios públicos; Instrucción
pública. - El Municipio y el culto católico; fiestas y regocijos populares. - Recursos y
hacienda del concejo.

D istinguíase Avilés al finalizar la Edad Media como pueblo belicoso y


linajudo. Aprisionado en estrecho círculo amurallado, sus animosos
vecinos estaban siempre dispuestos á tomar parte en las atrevidas empresas
en que la nobleza realzaba sus blasones y timbres no¬biliarios; pero á medida
que las torres de los castillos se fueron resquebrajando y los baluartes y aprestos
bélicos se hicieron innecesarios, el comercio, la industria, las artes y la actividad
individual se abrieron camino, ofreciendo el nuevo mundo, que el inmortal
Colón concluía de descubrir, ancho campo a las aspiraciones de ambiciosos y
aventureros, y de cuantos, no pudiendo vivir en la ociosidad, buscaban ocasión
de probar que eran dignos sucesores de aquellos héroes que tanto renombre

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alcanzaran en las luchas de la Reconquista.
Comenzó entonces el período de las empresas marítimas y atrevidas
expediciones al otro lado de los mares, en busca de tierras que conquistar y
de soñadas riquezas en países cuya civilización y costumbres desconocían.
Las noticias que de ellos trajeran los primeros expedicionarios despertaban
la ambición de los que, no muy sobrados de recursos, aspiraban a mejorar de
fortuna o a dar lustre a sus blasones, influidos por el espíritu aventurero que
predominaba en aquellos tiempos.
¿Qué mucho que en Avilés, puerto importante, en el que abundaban los
hombres de mar acostumbrados a luchar con las olas, repercutiera el entusiasmo
que al finalizar el siglo XV despertaban las expediciones a las Indias en busca de
territorios aun no descubiertos?
Sintiéronse en la histórica Villa los efectos de la general aspiración que se
apoderara de gran parte de la sociedad española de domeñar al nuevo mundo,
especialmente entre la gente de armas; y Avilés produjo en aquella época marinos
insignes, como antes diera esforzados capitanes.
La familia de los Estébanez, inteligentes y arrojados navegantes que aprestaron
en la villa sus naves para las atrevidas empresas del Atlántico; la de los Alfonsos,
va mencionada en la conquista de Tenerife; la de las Alas, que llevaron sus armas
victoriosas a Túnez, a la Goleta y al Peñón; y por último, la del inmortal Pedro
Menéndez, que con increíbles sacrificios armó en Avilés las carabelas que le
llevaron a la Florida con sus hermanos, deudos y marineros de Sabugo que le
acompañaron, hijos fueron de este hermoso pueblo que tantas páginas gloriosas
dió á la patria en los reinados de Carlos I, Felipe II y sus sucesores.
Concentrada la vida pública de España en la capital de la monarquía con la
severa y absorbente política de los Austrias, la historia de Avilés en la época
moderna, bajo el punto de vista general y por lo que interesa a la Nación, perdió
parte de su pasada importancia, como aconteció a todos los demás pueblos de
esta apartada provincia.
Contribuyó, sin embargo, a la formación de los famosos tercios que fueron
pasmo de Europa; en los arsenales de sus riberas se construyeron naos para
la Invencible; defendió su puerto y costa de las piraterías del inglés Drake, y
sufrió la peste asoladora que azotó a Asturias en el último tercio del siglo XVI,
haciendo más luctuosos aquellos años en que llegaron a la Villa los inanimados

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y gloriosos restos del gran Pedro Menéndez, mientras en remotas tierras, cuyas
gentes y clima nos eran traicioneros, corrían peligro otros ilustres hijos de la
comarca.
En acuerdos de la Junta general del Principado y de la Justicia y Regimiento
de Avilés, se encuentran abundantes noticias relativas a los aprestos de la villa, a
consecuencia de nuestras guerras con Francia, Portugal, Inglaterra y Holanda,
en los reinados de Felipe III y Felipe IV, habiendo revalidado este último, a 20
de Abril de 1622, el privilegio que le otorgaran los Reyes Católicos del mercado
franco los lunes de cada semana.
Durante esta época tuvo Avilés importancia bajo el punto de vista militar,
no sólo por la fortaleza de sus murallas, sino por defender el puerto el antiguo
castillo de Gauzón, que impedía a las naos piratas subir río arriba, y el de
San Juan de Nieva, del que fue Castellano nombrado por el Rey en 1641 D.
Martín Menéndez de Avilés, Adelantado de la Florida, como descendiente
del conquistador, llevando su familia aquel honorífico título desde el año 1644,
hasta que andando los tiempos los artilleros del ejército real reemplazaron en el
mando y servicio del fuerte a los Condes de Canalejas.
El municipio proveía a las necesidades del castillo en armas y pertrechos de
guerra, dotándolo, cuando fue menester, de los cañones necesarios para defender
la costa, a cuyo efecto se trasladaron a esta fortaleza algunos de los emplazados
en la iglesia de San Nicolás, que por su excelente posición dominaba la extensa
ría, cuyas aguas lamían la muralla, enfilando el puerto y haciendo imposible que
ningún buque se acercara a la villa.
Había en Avilés una compañía de milicias al mando del Alférez mayor, a la
vez jefe de la plaza, por lo que en 1692 salió a reconocer dos buques, creyéndolos
corsarios que pretendían apoderarse del fuerte.
Abundaban en el Océano, como hemos indicado, los barcos piratas, y tal
temor inspiraban, que con frecuencia los vecinos de la villa se vieron obligados a
tomar las armas y a reforzar las guardias de la Atalaya y de San Juan de Nieva. En
1689 hubo necesidad de aumentar la defensa del cercano puerto de Santa María
del Mar con algunos cañones, por haber entrado en él una fragata francesa,
persiguiendo a un buque gallego, al que saqueó tras de empeñada lucha en la que
pereció uno de los tripulantes, solicitando Castrillón de la cabeza del antiguo
alfoz que artillase aquel pueblo.

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No fue Avilés extraño a los auxilios que el Principado dio al primer Rey
de la casa de Borbón; y obligando a los avilesinos la guerra de sucesión a vivir
apercibidos para la defensa, organizaron en 1708 un regimiento de milicias, y
llamaron a las armas en 1719 a todos los jóvenes de diez y ocho a veinte años
con motivo de las frecuentes invasiones de enemigos por Castropol y Galicia,
que dieron ocasión a los regidores del concejo para ofrecerse al Rey con frases
patrióticas, manifestándose dispuestos a sacrificar por él vidas y haciendas.
Pero cuando verdaderamente corrió peligro la villa fue después del desastroso
pacto de familia, que trajo a la costa asturiana buques ingleses con propósitos
poco tranquilizadores, por lo que se aumentó la artillería de San Juan de Nieva,
se reforzó la guarnición y se pusieron centinelas de vista en la Garita para vigilar
los barcos enemigos que se acercaban al puerto, prestando este servicio todos los
vecinos por el turno que les correspondía.
Esto no fue obstáculo para que en Julio de 1762 se aproximaran a la barra
algunas embarcaciones inglesas, persiguiendo a otra francesa que apresara un
barco británico, y hubiéranle dado caza a no impedirlo certeros disparos del
castillo. Menos afortunada la guarnición en Septiembre del mismo año no pudo
evitar que dos buques ingleses entraran en el puerto, y después de incendiar
el navío San José, de la compañía de Caracas, desembarcaran su gente y se
apoderaran del fuerte, clavando sus cañones y arrojándolos al mar; pero poco les
duró su posesión, pues apercibidos los paisanos les acometieron con tal denuedo
y energía que no lo pudieron conservar, teniendo que abandonarlo a las pocas
horas, y mal lo hubieran pasado, si con presteza no se embarcan para librarse de
la persecución de aquellos valerosos campesinos (1).
Al terminar esta rápida reseña histórica de Avilés en la edad moderna, falta
sólo indicar que resistió los cambios de administración y gobierno centralistas
de la casa de Borbón, protestando contra ellos por creerlos atentatorios a los
antiguos fueros del Principado y a los que el pueblo disfrutaba; pues a partir del
simulado apeo del oidor Cepeda, después primer Regente del Real acuerdo y
Audiencia de Oviedo, Felipe V abogó las iniciativas de los municipios asturianos
por las omnímodas facultades de que revistió a aquellos funcionarios.

(1) Con motivo de las obras que se están ejecutando en el puerto de Avilés, se extrajo un
mortero de bronce, que se supone sea uno de los que los ingleses arrojaron al mar cuando se
apoderaron del castillo de San Juan de Nieva.

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Pero no pasaremos á otro período histórico sin detenernos, aunque sea
brevemente, a estudiar los principales monumentos, organización y vida local
que la villa tuvo en aquella época.

II
De lo que basta ahora hemos dicho se desprende que al terminar la Edad
Media principiaba para Avilés un periodo floreciente, al que contribuyeron
poderosamente las concesiones y reales privilegios que le fueron otorgados, y
sobre todo el carácter emprendedor de sus hijos.
Este trabajador y linajudo pueblo siempre procuró disfrutar la mayor libertad
e independencia en su régimen interior, llegando en el reinado de Felipe II a
ser uno de los más ricos y prósperos de la provincia, según afirma el laureado
escritor Sr. Arias en su «Memoria histórica de Avilés», trabajo meritísimo ya
mencionado, y al que aun habremos de acudir con frecuencia.
A partir del siglo XVII el crecimiento que alcanzó la villa fue tan rápido como
evidente.
El municipio emprendió obras locales de importancia; y rivalizando las
corporaciones populares en interés y celo, llevaron a cabo mejoras que aun no
comprendemos cómo se pudieron realizar, contando sólo con los recursos del
pueblo y algunas sisas que los reyes les concedieron.
La primera que ejecutaron al finalizar el siglo XVI, en 1573, fue la
construcción del puente de San Sebastián, que resistió hasta estos días por
su solidez y fortaleza, y aun continuaría prestando servicio si la piqueta
demoledora no hubiera alentado a su existencia. Construyóse a la vez el cay o
muelle, al que, según las actas de sesiones del concejo, atracaron navíos cargados
con 2.000 fanegas de trigo, concediendo el Rey una sisa de 4.100 ducados sobre
determinados artículos de consumo, que amplió más tarde con otros 1.000 para
que la obra se pudiera realizar.
Hacia tiempo que se agitaba en Avilés el pensamiento de la traída de aguas
del abundante manantial de Valparaíso, y aquellos animosos regidores, que no
se arredraban ante las más atrevidas empresas para mejorar la villa, pidieron al
Rey una sisa de 3.500 ducados, que amplió a doble cantidad, y en 1584 dieron
comienzo a los trabajos, que terminaron nueve años después. Aun subsiste esta

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importante obra con las reformas que para su conservación fueron necesarias,
y quedan como recuerdo de aquel tiempo los caños de San Francisco, que,
derramando abundoso caudal de agua, anuncian la riqueza del manantial,
bastante a surtir con esplendidez las fuentes públicas y a llenar las necesidades
del porvenir de esta creciente población.
De la misma época es la construcción del bello palacio municipal. Presa la villa
de las llamas en varias ocasiones, quemárase en tiempo de los Reyes Católicos
el cabildo popular, como indicamos en el curso de este trabajo. Con este motivo
háse discutido mucho si Avilés tuvo posteriormente casa del concejo donde
reunirse, y el punto donde antes y después celebraba sus sesiones.
Parece indudable que tenía en la calle de la Fruta, hoy de Suárez Inclán, una
que allá por el año 1570 debía estar en muy mal estado. Deseosos los regidores de
un edificio destinado a sus reuniones, solicitaron del Rey Felipe II autorización
para imponer una «sisa», e invertir sus productos en la construcción de nueva casa
municipal con cárcel debajo; y en efecto, obtuvieron del monarca real provisión
para edificarla; pero debieron encontrar grandes dificultades, pues la obra no
comenzó hasta el año 1670, después de vencidas las muchas contrariedades con
que tuvieron que luchar, tomándola a su cargo Marcos Martínez, que se obligó a
construirla en la entonces respetable cantidad de 61.950 reales.
Respecto al sitio en que hasta entonces se reunía el concejo, sábese por las
actas de sesiones que unas veces se celebraron en la mencionada casa de la calle
de la Fruta, quemada el año de 1621, según afirma el Sr. Arias de Miranda
(2), y otras en el Hospital de San Juan que estaba situado en la plaza. Antes
de esta época se congregaba, como dijimos, en San Francisco, y después, por
regla general, en el «atrio», en el «pórtico», y aun en el «cementerio» y «sagrado»
de la iglesia de San Nicolás, donde el consistorio celebró la última sesión el 17
de Abril de 1677, acordando trasladar sus reuniones al nuevo edificio, que se
inauguró a los cinco días.
Es una de las mejores obras de los discípulos de Herrera, pues a pesar de
haber transcurrido más de dos siglos desde que se terminó, llama la atención
por su esbeltez y belleza arquitectónica, al par que por la sencillez y corrección
de líneas.
Se levantó este hermoso palacio en la espaciosa Plaza Mayor, apoyando su
(2) Refutación de la Memoria del Sr. Fernández-Guerra, sobre el Fuero de Avilés.

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fachada trasera en la muralla, con la que comunicaba, en el espacio intermedio de
las puertas que daban a la calle de la Fruta, entonces Oscura, y a la de la Ferrería,
hoy del Marqués de Pinar del Río. Se quiso sin duda sacar la casa del concejo
del recinto amurallado, porque la época de batallar había pasado, y el pueblo
se extendía por las afueras; y es preciso reconocer que los regidores estuvieron
acertados en el emplazamiento de la nueva casa consistorial.
Forma el primer cuerpo airoso pórtico con once arcos de medio punto
elevados y elegantes, sobre los que se apoyan otros tantos balcones del segundo,
flanqueados por pilastras; y rompe la monotonía de la larga fachada un cuerpo
central de buen gusto, coronado de agradable ático, donde se colocó la esfera del
reloj, cuya campana se eleva sobre bonita torre levantada modernamente.
Este palacio está muy bien conservado. Tiene dos espaciosos salones, uno
decorado con gusto y sencillez para los actos oficiales, y otro destinado a servicios
públicos, pudiendo aun hoy llenar con holgura las necesidades del concejo.
No se había concluido este notable edificio, y ya el Marqués de Camposagrado
propusiera la construcción de una cárcel con audiencia para los jueces, y
habitación en el piso bajo para la romana del concejo, destinada a repesar las
mercancías que se vendían en el mercado; la de un hospital para pobres, «como
antes solía tener», y la reedificación del hospital de San Juan, levantando estos
edificios en la plaza para que con el palacio municipal la hermosearan (3). Y
aunque los proyectos eran muchos, no manifestaron aquellos regidores la menor
extrañeza, antes aceptaron el pensamiento con entusiasmo, «porque la villa
tenía medios de que se fueran ejecutando», y al efecto comisionaron al mismo
Marqués y a otro regidor para que presentasen el proyecto de las obras, con tal
presteza realizadas, que en 1682 se daban por terminados el nuevo hospital y
cárcel, que no llegaron a nuestros días.
No era este el «Hospital de San Juan» que existía antes del siglo XVI, y no
desapareció hasta muy entrado el actual; ni tampoco se puede confundir con
el «Asilo de peregrinos», fundado en 1513 por el ilustre prebendado D. Pedro
Solís, como indica la lápida inscripcional, que, muy reformado, aun se conserva
en la calle de Rivero con el nombre de «Hospital de Caridad», bajo la acertada
dirección de una junta encargada de su administración v los solícitos cuidados
de las señoras de la villa, que, con humanitario celo, lo visitan diariamente, y
(3) Arias, Memoria histórica de Avilés (M. S.)

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procuran la conservación de las ropas de la enfermería, juntamente con las
religiosas que asisten a los enfermos y cuidan del orden interior de esta benéfica
institución, hoy sostenida exclusivamente con las limosnas del pueblo.
El «Hospital de San Juan» era de patronato del consistorio, y estaba
administrado por un regidor, disfrutando pingües rentas, producto de donaciones
y fundaciones piadosas con las que vivió más de cuatrocientos años.
De suerte que al finalizar el siglo XVII había en Avilés dos hospitales
destinados a curación de enfermos pobres, y un Asilo de peregrinos y caminantes
desvalidos, además de la cercana «Malatería de la Magdalena», lo que demuestra
el espíritu cristiano y caritativo de la época, así como la buena administración
municipal del concejo, a la par que la verdadera esplendidez con que se atendía
a la conservación de la salud pública, y la protección que se dispensaba a los
desgraciados y desvalidos.
Estaba a punto de terminar esta centuria cuando los frailes mercenarios
reedificaron su convento, reemplazando el modesto edificio que les sirviera
de albergue al abandonar en 1414 el que habitaran en Santa María de Raíces,
para convertirlo en hermoso templo y morada suntuosa, que hoy van cayendo al
despiadado golpe de la piqueta, para edificar bella iglesia destinada a parroquial
del populoso barrio de Sabugo.
Debióse el convento de la Merced (4) a la esplendidez de su patrono el Sr.
Marqués de Camposagrado para complacer a su piadosa madre Doña Eulalia,
último vástago directo de la noble familia de las Alas. El Consejo de Castilla puso
dificultades a la traslación del monasterio; pero las diligencias del juez primero
de Avilés D. Diego de Miranda, del Obispo de Oviedo y de los PP. Isla y Salas,
Provincial y Comendador de la Merced respectivamente, vencieron los reparos
del Gobierno, opuesto al aumento de comunidades religiosas, sobre todo en
Avilés, que para 500 vecinos ya tenia dos conventos y varias iglesias. Aunque el
permiso se concedió el año de 1668, quien realizó la obra fue D. Martín Bernaldo
de Quirós, segundo Marqués de Camposagrado, terminándola en 1689.
En la misma época agregábase al convento de San Francisco el hermoso

(3) Arias, Memoria histórica de Avilés (M. S.)


(4) A principios del siglo XVII aun era Comendador en esta comunidad el célebre Fr. Gabriel
Téllez ó Tirso de Molina, insigne y celebrado poeta dramático, que entre sus muchas obras
notables dejó el inmortal Burlador de Sevilla, tipo popular de D. Juan Tenorio.

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pórtico que precede a la iglesia; y hacíanse grandes reparaciones en el de Santa
María de las Huelgas, que no hemos conocido.
Edificaron los de Camposagrado su aristocrático palacio, con la fachada
principal a la plazoleta que aun conserva su nombre en la calle de San Bernardo,
y la opuesta al mar, unido a la muralla, y en comunicación con su espacioso
adarve; pero hay quien dice (5), acaso con razón, que antes del actual existió en
el mismo solar otro palacio fortaleza, preparado para la guerra, del que quedan
algunos torreones y matacanes, que no se compadecen con el estilo barroco
del suntuoso frontispicio, cuya arquitectura, aunque del género plateresco
degenerado, es uno de los más bellos ejemplares de su clase, siendo de lamentar
que sus propietarios no procuren conservarlo salvándolo de inminente ruina.
De otra suerte este bello monumento del siglo XVI desaparecerá, como tantos
otros que se vinieron al suelo por incuria y abandono (6).
Asegúrase que el palacio de los Bernaldo de Quirós estuvo unido al antiguo y
afamado Alcázar que coronaba las murallas, después casa solariega de las Alas;
pero es más creíble que san edificios independientes, y así los conocimos cuando
aun estaba en pie el segundo, comunicándose sólo por el adarve, al que los dos
tenían salida por el lado del mar.
La suntuosa morada de los Cainposagrado tiene de notable la preciosa
fachada por la riqueza de su ornamentación, tan recargada de adorno como
todas las obras de su género.
«El cuerpo del centro, dice Quadrado, lleva «decoración de columnas,
estriadas en el piso bajo, retorcidas en el segundo, salomónicas y orladas de
pámpanos en el tercero, campeando en el ático, que sobresale al nivel de las dos
torres laterales, un gran escudo de armas sostenido por dos guerreros (7): dinteles
almohadillados realzan sus dos órdenes de balcones, nueve por fila, y bordan
los recuadros de sus entrepaños hojarascas y florones de relieve». La fachada
trasera no tiene nada de particular, pero debe ser de fecha muy posterior. Llama,
sin embargo, la atención la hermosa arquería del piso principal que sostiene el

(5) Quadrado, Recuerdos y bellezas de España; Asturias y León, pág. 266.


(6) Recientemente lo tomó en arrendamiento el Ayuntamiento para servicios municipales,
y ha hecho en él grandes obras de seguridad y conservación.
(7) Uno de ellos está desfigurado, por haberse desprendido del tronco la cabeza, con grave
riesgo de los transeúntes.

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segundo de maciza cantería, dando al conjunto un corte nuevo, severo y elegante.
El piso terreno, al que llegaban las aguas del mar hasta el primer tercio de este
siglo, no tenía comunicación con el exterior, estaba fuertemente preparado para
la guerra con grueso muro, que aun conserva las saeteras y troneras, en más de
una ocasión utilizadas para defenderse de los que pretendían asaltar la muralla.
A principios de este siglo, cuando las tropas de Napoleón invadieron la
provincia, la brigada de Marcognet, que se destacó sobre Avilés, se apoderó del
señorial palacio, y en él se hicieron fuertes los franceses por algún tiempo, hasta
que, temiendo la irritación popular, la abandonaron, huyendo de la Villa. Esta
fue la última vez que en esta aristocrática mansión se hicieron aprestos bélicos,
convirtiéndose después en tranquila residencia de los representantes de la casa
del Marqués de Santiago, en quienes recayó; pero sus propietarios rara vez la
habitaron. El tiempo se encargará de concluir con tan suntuosa morada, digna
de ser conservada como recuerdo de la importancia que en el pueblo tuvo la
linajuda familia de Camposagrado.
Y no pondremos fin a estas breves noticias artísticas de los monumentos que
Avilés conserva de los cuatro últimos siglos, sin que digamos dos palabras del
romancesco y bello palacio de los marqueses de Ferrera, construido, según todas
las probabilidades, a mediados de la XVII centuria.
Se alza airoso y severo en la plaza mayor, dando frente a la casa municipal, y
recordando con ella la importancia que la villa alcanzó en la época en que ambos
edificios se construyeron, así como la significación de la aristocrática familia que
lo edificó.
Ningún rasgo arquitectónico llama la atención en la fachada principal,
enteramente lisa, destacándose en el ángulo almenada torre de poca elevación,
que recuerda el carácter heráldico de este nobiliario edificio, uno de los buenos
monumentos del siglo XVII, situado en el centro del pueblo con extensos jardines
y praderías, que dan mayor importancia y comodidad a la solariega mansión.
Terminaba la última centuria cuando los avilesinos construyeron a la salida
de la Villa, en la antigua calzada de Oviedo, un paseo para que les sirviera de
esparcimiento, del que aun se conservan en buen estado los monumentales y
pesados asientos de piedra o «canapés», donde en grandes medallones se lee esta
inscripción:

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REINANDO LA MAGESTAD DEL
Sr Dn CARLOS III SE HIZO
ESTA OBRA.

AXPENSAS DE LOS PROPIOS


Y ARUITRIOS DE ESTA UILLA
AÑO DE MDCCLXXXVI.

III
Al finalizar el siglo XV los municipios eran corporaciones independientes
con amplias facultades en la administración y gobierno del concejo; y lo mismo
en lo político y gubernativo que en lo civil y criminal, y aun en lo militar, ejercían
funciones más o menos relacionadas con las del poder central, según el alcance
y extensión de los privilegios y exenciones que disfrutaban. Eran, digámoslo así,
una especie de pequeñas repúblicas federadas, que se entendían y concertaban
estipulando pactos y alianzas, llamadas hermandades, para protegerse y
defenderse mutuamente, con las que robustecieron el poder municipal enfrente
de los que pretendían amenguar su influencia y menoscabar su autonomía (1).
La amistad con el municipio de Avilés, plaza fuerte, villa prepotente y puerto
importante del Cantábrico, era en aquella época muy apetecida, y las buenas
relaciones que tenía con Oviedo, unidos en la lucha que sostenían para sacudir el
yugo del Obispo y Cabildo, al que estaban sujetos por reales donaciones que les
ocasionaban reñidas contiendas, contribuyeron a estrechar su inteligencia en los
sucesos ocurridos en aquellas agitadas monarquías, y en las luchas promovidas
para hacer que se les respetaran las franquicias y libertades que el Fuero del
Emperador les concediera, concluyendo por transigir sus litigios, como hemos
indicado, y constituir un pacto de hermandad, que observaron religiosamente,
(1) En una sesión de principios del siglo XVIII en la que se habla de la jurisdicción y privilegio
de primera instancia, con motivo de unos despachos del Gobernador que se oponían a este
fuero, dice el Alguacil mayor D. Lope Miranda refiriéndose a este funcionario: «no teniendo
jurisdicción en las cosas que tocan a los vecinos de esta república en primera instancia,
vulnera los reales privilegios con el auto que dio en los despachos referidos».

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ayudándose y protegiéndose cuantas veces fue menester (2).
Por él los vecinos de la ciudad disfrutaban en la villa la exención del pago
de tributos en su puerto, y los de Avilés obtuvieron en Oviedo otras ventajas
.parecidas, luchando juntos en la guerra, y observando entre si tan buenas
relaciones de amistad e inteligencia, que cuando en 1587 se dio cuenta al concejo
de una carta del municipio de la capital dirigida a Tomás de Avilés en asunto
que afectaba al pacto, pudo acordar «que la villa siempre guardó y conservó la
hermandad, y que allá (en Oviedo) tengan cuenta de conservarla y guardarla»
(3).
De aquí vienen, sin duda, los lazos de afecto y simpatía que tradicionalmente
les unen, anudados más fuertemente en los buenos tiempos del poder municipal,
que subsisten a través de los siglos, como recuerdo de la antigua amistad.
La representación del concejo no fue privativa de la clase aristocrática; al
contrario, era esencialmente popular, al extremo de ser frecuente que los regidores
y el procurador general solicitaran de los Jueces, durante los meses de Julio y
Agosto, se les concediesen «misiegas» o permisos para no asistir al consistorio, a
fin de poder dedicarse a la recolección de la hierba y del trigo, concediéndolos el
presidente, con la obligación de asistir los viernes, bajo pena de 100 maravedís.
De modo que la importancia del municipio avilesino no viene de la calidad
de los regidores, sino de la representación misma; del prestigio de la corporación
municipal, y del respeto que inspiraba a propios y a extraños la entereza con que
sostenía sus fueros y exenciones.
Entre las preeminencias y distinciones que Avilés disfrutaba, fue muy
principal y antigua costumbre que las autoridades superiores de la provincia
viniesen en persona a la casa del concejo a ratificar la posesión de su cargo y
reconocer sus fueros, sin lo que eran desobedecidas sus disposiciones y mandatos,
a los que negaban «el uso» aquellos independientes regidores, tan celosos de la
conservación de sus derechos, que con frecuencia recordaban a los Gobernadores
la necesidad de celebrar la indicada ceremonia (4), para que el despacho de los

(2) El historiador asturiano Tirso de Avilés hace constar la existencia del pacto de
hermandad entre Oviedo y Avilés.
(3) Arias. Memoria histórica de Adiós (M. S.) - Actas de las sesiones conservados en el
Archivo municipal.

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asuntos de la villa no sufriera retraso y fueran obedecidas sus disposiciones; pues
no afirmaban su jurisdicción mientras no vinieran a Avilés a renovar la posesión
de su empleo siguiendo antiguos usos (5).
Tenía también la villa derecho a que se le guardara y respetara el privilegio
llamado de primera instancia, que consistía en que los Gobernadores, que hasta
fines del pasado siglo ejercían el mando militar, los Comisarios de Marina, y
demás Jefes provinciales, no pudieran entender en asuntos del concejo sin
que previamente fueran resueltos por las autoridades locales. Esto dio lugar a
choques frecuentes que el municipio sostuvo con entereza, fundándose en sus
fueros y exenciones.
En 1670, con motivo de haberse presentado un ministro del Gobernador a
ejecutar por deudas a un vecino de Avilés, que renunciara al Fuero, se le contestó:
«El conocimiento de este caso toca previamente a la jurisdicción ordinaria de la
villa, conforme a los reales privilegios y ejecutorias; el Gobernador no puede
mediante ellos, criar ni enviar ningún ministro contra ningún vecino suyo por
ninguna causa que sea, no obstante la renuncia del Fuero, porque éste y los
privilegios son locales y no personales » (6).
Las distinciones forales y franquicias que disfrutaban sus moradores; el
rápido progreso de su industria y comercio, y la importancia que la villa alcanzó
en los siglos XVI y XVII, fueron causa de que se tuviera por gran honor ser
vecino de Avilés, y se pretendiera con empeño obtener «carta de vecindad»,
que solicitaban muchos infanzones e hijodalgos. No bastaba para conseguirla
residir en el pueblo más o menos tiempo, si expresamente no se pedía, siendo
necesario prestar juramento de fidelidad a los Fueros y dar fiador de la promesa;
pero aún era condición indispensable, antes de entrar en posesión del derecho
(4) Por ser costosa para la villa la ceremonia de la posesión de los Gobernadores a causa de
los muchos días que acostumbraban a detenerse en ella, se consiguió en 1716 que se dictara
Real provisión disponiendo que no pagaran los propios y rentas del concejo los gastos que
aquéllos y su comitiva ocasionaban.
(5) En 1661 el juez de Avilés hizo prender a un delegado del Gobernador por no querer
presentar la comisión que le ordenaba llevar preso al castillo de Oviedo a un vecino de
Miranda, porque el Gobernador no tomara todavía posesión de su cargo en Avilés, y en
tanto no lo hiciera no se podían recibir ni obedecer sus órdenes ni mandatos, como a ninguno
se han recibido hasta que preceda lo dicho».
(6) Arias. - Memoria histórica de Avilés (M. S.).

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de vecindad y disfrute de sus privilegios, solemnizarlo con el yantar, más o
menos espléndido según la posición social del nuevo vecino. De tal suerte estaba
arraigado en las costumbres este obsequio, especie de reconocimiento señorial a
la representación municipal, como los pueblos lo daban al Rey, que en 1603, sin
duda porque iba cayendo en desuso, se acordó de nuevo que no se concediera a
nadie carta de vecindad sin «la convidada» de antiguo establecida.
De este modo pudo el municipio avilesino conservar incólume su prestigio,
sin permitir que se menoscabaran sus preeminencias y distinciones, juzgando
que eran derechos colectivos que no se podían renunciar, ni dejar de exigir su
cumplimiento.
Y basta tal punto se consideraba el Fuero privilegio otorgado a la comunidad,
del que se disfrutaba, no como derecho personal, sino por ser vecinos de la villa,
que para hacer valer fuera de ella la reñida exención del pago del portazgo,
necesitaban proveerse de autorización especial llamada «carta de portazgo», a
fin de acreditar que les alcanzaba el albalá de Fernando IV de 1299, eximiéndoles
del tributo en todo el reino, excepto en Murcia, Toledo y Sevilla; importante y
honorífica distinción a la que los hijos de Avilés jamás renunciaron y el pueblo
sostuvo con empeño, luchando valerosamente en favor de los privilegios y
exenciones que le fueron concedidos para recompensar su acrisolada lealtad
y relevantes servicios a la monarquía y a la patria en el largo periodo de la
reconquista de la nacionalidad española.

IV
Libre era el municipio para la elección de cargos, sin que el Alférez mayor,
ni otro alguno, pudiera intervenir en ella, y con independencia designaba
el consistorio los concejales que los habían de ejercer, solamente por un año,
porque todas las funciones públicas se renovaban anualmente, excepto las del
regidor semanero.
Los jueces debían ser personas «beneméritas», vecinos de la Villa, y estaban
incapacitados para ejercer este oficio los deudores al concejo, y los que al ser
nombrados regidores no lo fueran con la calidad de poder ser elegidos.
La elección era de segundo grado, empleándose para mayor garantía de
imparcialidad la doble insaculación. Se encerraban los nombres de los regidores

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en pelotas de plata antes de meterlas en un cántaro, del que «un muchacho
inocente», dicen las actas municipales, sacaba ocho, y los designados en ellas
eran los que tenían derecho a hacer la elección de jueces, indicando cada uno
dos nombres (7), que a su vez se metían en el cántaro en la forma expresada,
extrayéndose dos solamente, para que los favorecidos por la suerte ejercieran
las funciones de juez, que se extendían a lo judicial, político, gubernativo,
económico, etc, y a la ejecución de los acuerdos de la mayoría del consistorio, sin
poder separarse del mayor número (8). El oficio no era reelegible, sino después
de pasar tres años de haber cesado en su ejercicio.
Uno de los cargos más antiguos que se conservó hasta muy entrado el
siglo actual, fue el de regidor semanero, encargado del ramo de abastos y
mantenimientos públicos, con facultades propias para corregir y castigar las
transgresiones de los mercaderes y rematantes en perjuicio del buen servicio e
intereses de la villa; pero en más de una ocasión tuvieron diferencias con los
jueces sobre la extensión de sus respectivas jurisdicciones.
Sus funciones eran mensuales, y durante los siglos XV y XVI se sorteaban
una vez por año, designándose el mes que a cada regidor correspondía; pero más
tarde comenzaron a elegirse a la suerte al principio de cada mes, recibiendo un
sello de plata, signo de su autoridad.
Avilés defendió con entereza sus privilegios y libertades enfrente del poder
absoluto de los Austrias, y de su empeño en concluir con los fueros y franquicias
populares, resistiendo con valentía las absorciones de las autoridades superiores,
y la admisión en las funciones municipales de los nobles que a fines del siglo XVI
conseguían oficios reales, con menoscabo del derecho del concejo a elegir sus
representantes.
Aun reinando Felipe V, tan inclinado a la preponderancia militar, se negó en
1708 a que el capitán regidor D. Francisco Carreño acudiera al llamamiento del
Gobernador por ser contrario a sus privilegios desaforar a los vecinos; más no se
pudo evitar que, poco a poco, fueran formando parte del Ayuntamiento los que
obtenían del monarca oficios para compartirlos con los elegidos por el pueblo, si
bien unos y otros trabajaron con buena voluntad por su engrandecimiento.

(7) El número de regidores que debían nombrar los jueces se elevó en el siglo XVII a diez,
elegidos por la suerte, y el Alférez mayor por su oficio.
(8) Arias. - Memoria histórica de Adiós (M. S.).

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Nombróse en 1558 Alférez mayor al ilustre hijo de Avilés D. Martín de las
Alas, descendiente de esta noble familia, que tanto figura en la villa desde los
primeros tiempos, y tantas páginas de la historia nacional llena con sus proezas;
pero no por eso dejó la representación municipal de oponer formal resistencia al
preclaro varón que obtuviera tan señalada merced, por considerar atentatorias
a sus franquicias las prerrogativas que se le concedían. Y fueron frecuentes
las cuestiones que se promovieron con los que, después de él, continuaron
ejerciendo este oficio, por no permitir el concejo que para el nombramiento de
cargos municipales se considerase electo al Alférez mayor, especialmente para
la designación de los dos diputados que le habían de representar en las Juntas
generales del Principado, hasta que en 1635 el Marqués de Camposagrado. que
desempeñaba esta función, celebró concordia con el municipio, estipulando
que de cada seis juntas, sólo a una asistiría el Alférez mayor como electo por la
calidad de su oficio. Con este pacto terminó la larga y empeñada lucha sostenida
entre el poder señorial que pretendían ejercer en el pueblo las poderosas casas
de las Alas y Bernaldo de Quirós, dueños del alferazgo con la dirección de los
alardes, y el Ayuntamiento que batallaba por conservar su independencia.
No fue este el único oficio perpetuo que se ejerció en Avilés; y tras el Alférez
mayor vino en el reinado de Felipe IV la creación del Alguacil Mayor con la
facultad de nombrar la mitad de los alguaciles o alcaldes ejecutores de la villa.
Obtúvolo el capitán D. Bernardo Valdés de las Alas, otro miembro de esta ilustre
familia, en quien parece vinculada la representación señorial del concejo, como
recompensa a sus servicios, pero túvose sobre todo en cuenta al concederlo, las
cantidades con que había contribuido para las guerras de Italia (9). Renuévanse
con este motivo las diferencias entre los regidores electos por los vecinos y el
Alguacil mayor, oponiéndose a darle posesión por no existir los alguaciles que
se le facultaba para nombrar, hasta que por Real cédula del mismo monarca se
resolvió que el privilegio se limitara al nombramiento de la mitad de los alcaldes
receptores.
El Alférez y Alguacil mayores tenían derecho a entrar en el consistorio
con armas y vara, y ocupaban los puestos inmediatos al Juez presidente, pues
este funcionario jamás dejó de ejercer su magistratura, ni la presidencia del

(9) Afirma el Sr. Arias que valían 22.000 reales las siete cuentas y 48.000 maravedises que
dio para aquellas guerras.

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Regimiento.
Otros oficios de Regidores perpetuos se concedieron a algunos señores, que
consideraban más honorífico obtenerlos del Rey que del cuerpo electoral, dando
esto ocasión a grandes contiendas, por lo que a fines del siglo XVI se dividió el
pueblo en dos bandos representantes del derecho señorial y democrático, lo que
perjudicó a la villa, e influyó en el porvenir del municipio, que fue lentamente
perdiendo su independencia.
Esta lucha de clases produjo en la práctica funestos resultados, y para
cohonestarla y aquietar a los regidores elegidos por el pueblo, se hizo necesario
crear otras magistraturas municipales que contrarrestasen las obtenidas por el
favor real.
Fue una de ellas la del Receptor o Corrector, con ambos nombres conocida,
que ya existía a fines de la decimosexta centuria, y tenia a su cargo principalmente
el cobro de los tributos impuestos a las mercancías que entraban en la villa, y
algunos otros derechos del municipio. Los elegía la corporación municipal por
el sistema de la doble insaculación.
Más importante era la del Alcalde de mar, y también más antigua, con
funciones análogas a las que hoy ejerce el Capitán de puerto, aunque sometido
al Ayuntamiento. Este le designaba anualmente, cuando se elegían los demás
cargos concejiles, y de ordinario recaía el nombramiento en algún mareante de
Sabugo.
En 1740, con motivo de una orden del Almirante general de la Armada para
que las Justicias no nombrasen «Alcaldes de mar», temiendo el Ayuntamiento de
Avilés no poder seguir haciendo este nombramiento, dio comisión al Marqués
de Ferrera para presentar el privilegio que confirmara Felipe IV, a fin de sostener
la costumbre de nombrar dichos magistrados.
Cumplió el Marqués el encargo en un notable informe sobre los privilegios del
concejo, derechos, usos y costumbres que pretendían desconocer los Ministros
de Marina, establecidos por el Almirantazgo, resultando de esta contienda que
el Ayuntamiento volviera en 1743 a hacer el nombramiento de Alcalde de mar
en «mareantes» de Sabugo, que, como su fiador, se obligaron a estar sujetos a la
Justicia ordinaria de la villa (10).
Pero no por eso cesó la tendencia a crear jurisdicción especial de marina; y al
(10) Arias. Obra citada.

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poco tiempo el Gremio de mareantes reclamó ante el Comisario contra la regalía
de cobrar derechos de carga y descarga de los buques que entraban en el puerto;
y aunque el procurador general de Avilés defendió al Ayuntamiento alegando la
exención de Enrique IV, confirmada por sus sucesores y por el Consejo Supremo
de la Guerra con otras ejecutorias presentadas al Almirantazgo, terminó la
polémica accediendo el Comisario a los deseos del procurador, menos en
lo referente a la elección de Alcalde de mar y derechos que le correspondían.
Conformóse el pueblo con la solución, y no se volvió a hacer este nombramiento.
No se puede decir que los oficios municipales fueran retribuidos directamente
por el concejo, pero percibían los derechos asignados al ejercicio de sus funciones,
y en cuanto a los jueces, regidores y procurador general, tampoco tenían salario,
porque Avilés siempre repugnó gravar con retribuciones de esta clase el tesoro
municipal. Pero pronto la corruptela se abrió paso; pues si en 1692 se desechó
una reclamación de 1.000 maravedís por estipendio de un año, fundándose el
consistorio en que « no había costumbre de pagar salario», en 1737 pidió D.
Diego de Llano Queipo que se le abonaran treinta años por su oficio a 10 reales
anuales, y aunque se opuso a la pretensión D. José de las Alas, se le pagaron (11);
pero poco tiempo después desaparecieron por completo los salarios.
Había, por último, otra magistratura de carácter puramente local, que
subsistió hasta fines de la pasada centuria. Era el Juez de ausencias creado por
el Ayuntamiento en 1679. Se nombraba todos los años por el procedimiento de
la suerte, y sólo podía levantar vara cuando estuviera vacante la jurisdicción por
ausencia de los jueces, con la particularidad de que hasta que pasaran tres días
no podía ejercer autoridad.
Esta fue la organización que tuvo el municipio de Avilés desde fines del siglo
XV a principios del actual; dejándose sentir en la vida municipal de la histórica
villa el absolutismo de la dinastía austriaca, durante la que participó del período
de decadencia, empobrecimiento y miseria que afligió a todo el reino, aunque
defendiéndose más que otras municipalidades de los estragos causados por los
regidores perpetuos y oficios enajenados, que concluyeron con la representación
popular y con la independencia de aquellas corporaciones que tanto ayudaron a
los reyes a resistir las imposiciones de la turbulenta nobleza, y las rebeldías que
con frecuencia empañaban el brillo de la autoridad real.
(11) Arias. Obra citada.

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Avilés, con más medios y elementos que otros pueblos por la tendencia
de la aristocracia avilesina (12), que, inspirada en las costumbres de la villa,
contribuía en primer término a sostener sus libertades y privilegios; por el
carácter independiente y altivo de sus hijos; por la importancia del puerto y por el
poderoso incremento que alcanzaron el comercio y la industria, pudo salvar esta
horrible crisis sin perder por completo su vitalidad; pero sufrió gran quebranto y
se paralizó por mucho tiempo su progreso y desarrollo.

V
Tales fueron las magistraturas populares que gobernaban la villa y su concejo
en relación con las comarcas del antiguo y extenso alfoz.
Estaban influidas las municipalidades del siglo XVI por un espíritu
eminentemente local que les daba fisonomía propia, y la autonomía e
independencia necesarias para vivir de sus mismas fuerzas, reflejando las
condiciones y manera de ser del pueblo que representaban. Por eso el consistorio
avilesino fue en todo tiempo espejo en que se reproducían las costumbres,
hábitos, tendencia e historia de la antiquísima villa, cuyos hijos sobresalieron
en las armas, en la navegación, en las ciencias, en las artes y en la industria y
comercio, llevando su carácter, valor e inteligencia a todas partes; pero siempre
unidos con lazos de imperecedero cariño a la noble tierra en que nacieron; a la
pequeña república, como la llamaban nuestros antepasados.
Nada le fallaba a la representación municipal de Avilés para desenvolverse
con desembarazo en favor de sus administrados y del pueblo que representaba.
Satisfacían las necesidades de la vida colectiva las diferentes Ordenanzas que
tuvo el concejo, breves y rudas en los primeros tiempos, conforme a los servicios
públicos de aquellos días; más amplias y completas según avanzaban los siglos,
y progresaban las costumbres, regulando el régimen local disposiciones varias,
análogas todavía a muchos de los preceptos que informan el articulado de las
novísimas leyes orgánicas por las que se rigen los actuales Ayuntamientos.

(12) Tirso de Avilés menciona en su Nobiliario a los Alas, Cascos, Alfonsos, Leras y Bangos,
pero había otras muchas familias también ilustres. De los Cascos, dice el canónigo ovetense
«que antes que hubiese regidores perpetuos en »dicha villa (Avilés), el principal de este
apellido daba el «ramo a uno de los jueces a quien ellos nombraban».

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El estudio comparativo de las diversas Ordenanzas municipales que tuvo
Avilés a través de su historia (13), demostraría la ley del progreso que informa
lo pasado y alienta lo porvenir, y permitiría apreciar la distancia que media entre
los embrionarios mandatos del merino de la villa a los reglamentos formados
por jueces, alcaldes, regidores y demás funcionarios en solemnes sesiones,
principalmente a partir del siglo XVI.
En los comienzos del XVII debía tener el concejo una ley municipal
especialmente concedida para él, pues al reclamar el Marqués de Ferrera contra
una resolución del juez, que se separaba del acuerdo votado por la mayoría,
faltando al Fuero y a la tradicional costumbre, invoca en su apoyo una ley que
«concedieran el Rey y el Supremo Consejo de Castilla». Sin duda se refería a
las Ordenanzas municipales que, a propuesta del procurador general D. Pedro
Solís y del regidor D. Pedro Valdés, aprobara el consistorio en 1602, acordando
prorrogarlas «en bien y pro del concejo», a fin de que por ellas se rigiera el
municipio y las observara el pueblo (14).
A mediados del siglo pasado, en 1740, se adoptaron disposiciones relativas
á la convocatoria de sesiones, asistencia a las mismas, asuntos que habían de
tratarse y publicidad de los acuerdos.
Los servicios municipales en sus distintos ramos estaban bien organizados.
Cuidaban, sobre todo, de la moralidad y costumbres públicas, persiguiendo y
castigando con rigor la vagancia (15), y dificultaban y penaban la prostitución,
poniendo a la expectación pública y «haciendo vestir toca especial a las mozas de
sospechosa conducta», que echaban del pueblo, si no lo hacían, condenándolas
aseis años de destierro y «cien azotes».
Respondiendo a atenciones de salubridad, había médico titular desde el siglo
XVI, y el indicado hospital de San Juan para los enfermos pobres.
Referentes al ornato y policía de las calles, encontramos en las actas del
consistorio acuerdos que regulan estos servicios, obligando a los vecinos a
empedrar y conservar limpio el frente de sus casas; a que las aguas de Valparaíso

(13) Las últimas, con reminiscencias a usos y costumbres antiguos, son las de 1779 y 1783,
que se conservan también en copia en el Archivo provincial de Oviedo.
(14) Sr. Arias.- Memoria histórica de Avilés.
(15) Se obligaba a los desocupados a tomar trabajo dentro del sexto día o a abandonar la
villa, bajo pena de cien azotes y un año de destierro.

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y de las fuentes públicas no se enturbiasen; a que los arroyos que corrían por las
calles hasta el mar no se interrumpieran poniendo obstáculos en su curso; a que
los moradores de la Rúa Nueva no dificultasen el paso y tránsito para el pósito y
panera de la villa a los transeúntes que fueran a medir y pesar las mercancías, que
después llevaban al mercado, y otras muchas disposiciones, mereciendo especial
mención una del año 1591, en la que, «para evitar los malos olores», se mandaba
sacar del pueblo a los lechones, so pena de que se les pudiera matar libremente,
y a este tenor otras que demuestran lo mucho que en aquella época se ocupaban
los avilesinos de la limpieza y de la higiene.
Antes de las ordenanzas de 1602 se procuró regularizar el mercado público,
para evitar que se engañara a los compradores en peso, medida y precio.
Dificultábase la reventa a las zabarceras, impidiendo comprasen artículos fuera
del mercado, y salieran a los caminos a acaparar las mercancías para venderlas
después con sobreprecio. Se les obligaba a comprar el grano en la panera del
común y a cocer el pan «suyo» en los hornos de la villa (16), cuando no lo tenían
propio; vigilándose el peso para evitar los abusos que entonces, como ahora,
cometían los panaderos.
Así estaban reglamentados los servicios municipales; y en cuanto a otra clase
de atenciones públicas, merece consignarse que hasta mediados del siglo XVII
Avilés no tuvo correo, acordándose en 1658 que el pueblo pagase semanalmente
a quien fuese a Oviedo «por las cartas y volviese con las respuestas», subastándose
este servicio en 1690, para ir a la capital dos veces por semana, menos en los
meses de Diciembre, Enero y Febrero, que sólo estaba obligado el contratista a
hacer un viaje.
La representación municipal cuidaba muy principalmente de la instrucción
pública en este período histórico.
Consta en los libros de actas que a fines del siglo XV tenía la villa maestros
asalariados, y a mediados del siglo XVI se les daba sueldo y casa, estando dotado
el de niños en 1605 con siete mil maravedís, sin perjuicio de cobrar real y medio
a los que enseñaba a leer, y tres a los que aprendían a leer y a escribir. El maestro
tenía la obligación de cantar en el coro de la iglesia parroquial, costumbre que
aun subsiste en casi lodos los pueblos rurales de Asturias.
(16) Los hornos de la villa estaban en la calle de San Bernardo, y alguna vez se quejaron las
monjas de esta orden, que en ella tenían el convento, de que les molestaba el humo.

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Pero no se limitaba Avilés a cuidar y estimular la enseñanza primaria;
subvencionaba también un profesor de latín y humanidades, solicitando el
licenciado Guyena en 1670 que se le aumentase el salario por estar subido el
precio de «los mantenimientos», y eso que además de los 30 ducados del concejo,
cobraba estipendio a los alumnos.
Y no se conformaban los regidores con que los maestros encargados de
la enseñanza dijeran que eran aptos para ella; exigíanles prueba oficial de
competencia en certamen público, cual se ordenó al bachiller Lorenzana para
que se examinara en el colegio de Jesuítas de Oviedo, y llevara certificado de
aprobación; y a principios del siglo pasado al preceptor de gramática y «otras
cosas» D. Manuel de la Cruz, se le mandó concurrir con los demás pretendientes
a oposición al consistorio, «que había nombrado personas inteligentes para
discutir con ellos en lengua latina».
Pero la enseñanza, que fuera tan protegida en los siglos XVI y XVII, corrió la
suerte de los escasos recursos del tesoro municipal, y participó de la decadencia
que sufrieron las corporaciones populares, llegando el maestro de niños a
pedir limosna en 1679, y a solicitar que se le socorriera con algunos maravedís,
acordándose que «sin ejemplar» se le diesen cincuenta reales, lo que trajo como
obligada consecuencia el abandono de maestros y discípulos, al extremo de verse
los padres precisados a prohibir que sus hijos asistieran a las escuelas del concejo.
Vino, por fin, la reacción en favor de la instrucción pública al terminar la
pasada centuria, cuando la enseñanza privada, que se creara para suplir sus
deficiencias, competía con la oficial, contribuyendo a estimularla y regularizarla
las sabias disposiciones dictadas en el reinado de Carlos III, que tan próspero y
venturoso fue para la patria.

VI
El Ayuntamiento de Avilés protegía el culto católico, y gastaba sumas de
consideración en las iglesias de la villa, pagando sus principales atenciones. Así,
en 1587 contribuyó a levantar la sacristía y capilla de San Francisco; en 1653
reedificó la de San Roque; en 1660 costeó la bóveda de la capilla mayor de San
Nicolás, y más tarde edificó la del Cristo, e hizo construir el precioso retablo de
esta iglesia y el magnífico órgano, que fue obra de Alonso Menéndez Forcines.

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Pagaba también los sermones de Cuaresma; los solemnes cultos y procesiones
de Semana Santa; las funciones religiosas «de tabla», a las que asistía en
corporación, y las ropas y ornamentos que los templos necesitaban.
Fundaba cofradías y dotaba capellanías como la del célebre Callinal (17),
contribuyendo en varias formas al mayor esplendor del catolicismo.
A mediados del siglo pasado, obtuvo privilegio de Su Santidad para que en el
palacio municipal se dijera misa los días que celebraba sesión, y con este motivo
se construyó bello oratorio, en comunicación con la sala capitular, dedicado a la
Purísima Concepción, que bendijo un delegado del obispo de Oviedo.
Había en aquella época grande emulación religiosa entre las parroquias
de San Nicolás, Sabugo y el convento de franciscanos, fundándose con este
motivo varias cofradías con numerosos adeptos, que sostenían los gremios y
congregaciones, entre las que se despertaban profundas rivalidades, no siempre
pacíficas, sobre el lujo y ostentación con que celebraban las funciones religiosas
que dedicaban al culto de sus respectivos patronos.
Alguna vez fueron testigos, regidores y pueblo, de escenas poco edificantes,
basadas en enemistades del clero y feligreses de arabas parroquias por cuestiones
de gremios y hermandades, que con frecuencia se traducían en irreverencias
y actos de fuerza, como ocurrió un año, en el siglo XVII, en la procesión del
Corpus, a la que, como hoy, concurrían aquellas con sus respectivas imágenes.
«Al pasar por la Plaza la procesión, dice el libro de actas del concejo, que
saliera de San Nicolás sin esperar a la de Sabugo, llegaron los «marineros de
este populoso barrio con la imagen de San Tolmo y la de Nuestra Señora de
las Mareas, patrona del gremio de mercantes, y de hecho y arrojadamente se
introdujeron en ella en los puestos y lugares que llevaban las demás imágenes
de dicha parroquia, tomándolos con violencia. Y porque no se les permitió,
se alteraron e irritaron con mucho exceso de tumulto y vocerío, no queriendo
ponerse al principio de la procesión como debían y llegó a tanto, que algunos
de Sabugo sacaron espadas en acto tan reverente, dando ocasión a disturbios,
pendencias y discusiones, y causando mucha nota, rumor y escándalo público,
sin poderlos aquietar la Justicia» (18).
Otros muchos datos pudiéramos aducir para demostrar que no siempre las

(17) Sr. Arias. - Obra citada.


(18) Archivo municipal. - Actas de las sesiones.

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fiestas y procesiones religiosas en ambas parroquias celebradas fueron modelo de
prudencia y cordura; pero basta a nuestro propósito esta sola indicación para que
se conozca el carácter distintivo de la época. Claro es que estos aislados excesos,
producto de exagerado y mal entendido celo religioso, en nada amenguaron la
sensatez y cordura del pueblo avilesino y su amor al catolicismo, bien probado
con tener para tan escaso vecindario dos parroquias, dos conventos de frailes, dos
de monjas con sus respectivas iglesias, y tres o cuatro capillas que despertaban,
como hoy la de Jesús de Galiana, verdadera fe religiosa y acendrada devoción
(19).
Por consiguiente; si el municipio floreció en los siglos XVI y XVII, la
iglesia encontró en él poderoso apoyo, y participó de los grandes elementos de
que entonces disponía, respondiendo al sentimiento religioso de que estaba
impregnada aquella culta sociedad.
Pero íntimamente ligadas a las festividades religiosas, y como formando
parte de ellas, celebrábanse en Avilés fiestas y regocijos públicos para solemnizar
aquéllas y festejar los extraordinarios acontecimientos nacionales; y aunque
poco, algo diremos de las que alcanzaron más aceptación, a fin de que se pueda
formar juicio de las costumbres de aquel tiempo.
Había entrado el municipio en el período de decadencia, y la miseria llamaba a
la puerta de muchos vecinos, mientras frailes y regidores mendigaban la caridad
para socorrer a los desgraciados; y, sin embargo, la fiesta nacional, como aun se
le llama, continuaba siendo el incentivo de las grandes solemnidades de la iglesia
y faustos sucesos de la patria.
Se daban en Avilés corridas de toros, por lo menos una vez al año, para
celebrar la fiesta de Nuestra Señora, que, después de la del Corpus, era la más
festejada, siendo el obligado contratista el rematante del abasto de carne que,
por condición inherente al contrato, presentaba cuatro toros, pagando lo demás
(19) Sería curioso estudiar la organización y vida interior de las cofradías, sus funciones y
especiales propósitos; pero aunque no lo podemos hacer en este trabajo, no debemos omitir,
para que sirva de ejemplo, una institución de la Cofradía de Animas bajo la advocación de
Santo Domingo de la Calzada, fundada en 1725, en la ermita de este nombre en la Riera,
de la parroquia de Miranda:
Item, que en esta hermandad y cofradía no se haya de «admitir cofrade Señor que tenga
Don, traiga espadín, peluca ni bolsa en el caballo; y que el mayordomo que le admitiese sea
multado en cuatro libras de cera».

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el mayordomo de fábrica.
La corrida tenía lugar en la plaza, que antes de construirse el palacio municipal
era más extensa y regular que ahora, y estaba rodeada de frondosos árboles que la
hermoseaban, convirtiéndola en agradabilísimo paseo, sobre todo después que
en 1602 se trasladó a la calle de la Cámara el oprobioso rollo, hasta entonces
colocado en medio de ella.
Tomábanse las avenidas; levantábase un tablado para los jueces y capitulares
del popular Regimiento avilesino, a los que no faltaba la correspondiente
merienda; y por carecer de toril, encerrábanse los toros en una bodega próxima,
hasta que en 1633 se construyó uno ad hoc.
No tenemos noticia de la fecha en que esta fiesta «española» cesó en aquella
villa; lo que sí podemos afirmar es que no llegó al presente siglo, sin duda por
haber decaído la afición que este espectáculo despertara en nuestros antepasados.
Más incentivo ofrecía la de la sortija, que era una de las belicosas diversiones
populares que despertaba en Avilés mayor afición. Cubríase de arena la antigua
calle de la Ferrería, y colocándose el «palenque» cerca de la iglesia de San
Nicolás, corrían los caballeros, lanza en ristre, alentados por los aplausos de las
damas y vocerío de la gente, que se encaramaba en los tejados para presenciar el
espectáculo.
Pero era más antigua la danza con la que se solemnizaban las principales fiestas
del pueblo, y especialmente la del Corpus, a la que concurrían los danzantes de
los gremios con cantores y gaiteros. El de carpinteros, que al finalizar el siglo
XVI tenía mucha importancia, sostuvo a mediados del siguiente una contienda
con la justicia, porque no quería salir formando danza, y, en efecto, en 1658 se le
dispensó de hacerlo, obligándose a asistir a la procesión, y llevar en ella el Santo
Patrón del gremio cuatro cofrades carpinteros, el estandarte uno que fuera señor,
y doce hachas (20).
Otra de sus fiestas tradicionales fue la delos alardes de armas que se celebraban
en la plaza durante el siglo XVII, con asistencia del Alférez mayor. Se ejecutaban
por las compañías de milicias, y tenían por objeto adiestrar a la gente en el manejo
de las armas, al mando de un capitán y un alférez, el primero nombrado por la
corporación municipal, a propuesta en terna de la respectiva compañía.
Estas fiestas eran muy concurridas de los vecinos del concejo y forasteros
(20) Arias. - Obra citada.

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que acudían en gran número a presenciarlas, sobre todo la de las renombradas
«danzas de los gremios». En una ocasión, queriendo Oviedo celebrar la
procesión del Corpus con mayor solemnidad, solicitó del Regimiento avilesino
que le enviase las danzas, y, como le fueran negadas por tener que asistir a la de
la Villa, manifestó que se contentaba con las que no necesitasen, por no ser allí
conocidas.
Y porque Avilés no tuviera entonces casa de comedias no puede decirse que
fueran en él desconocidas las representaciones dramáticas, pues en los siglos
XVII y XVIII se ejecutaron no pocas veces en días de grandes solemnidades
religiosas y profanas. Colocábase la escena ambulante sobre un tablado en el
atrio del convento de San Francisco, acudiendo el pueblo a la plazuela y a sitio
preferente las personas invitadas por la Justicia y Regimiento, para aplaudir
obras, autos y farsas de celebérrimos poetas, cuando no de autores de menor
cuantía, ejecutadas por «comediantes» forasteros y hasta por aficionados de la
localidad.
Con estos y otros regocijos públicos se celebraban, como dijimos, no sólo las
grandes festividades de la iglesia, uniendo al culto religioso la profana diversión,
sino también los faustos acontecimientos de la patria o cualquier otro suceso que
interesara a la localidad.
Por tanto, una vez más resulta que en este período histórico, tan dominado
por el espíritu religioso, no por eso dejaban de celebrarse espectáculos que, como
los toros y la sortija, tan mal se compadecen con los preceptos humanitarios de
la religión del Crucificado; pero entonces, como ahora, andaban confundidas
tan contradictorias aficiones, sin que para las alegres damas el vestido de medio
paso y la mantilla de madroños con encorvada peineta, bajo la que se cobijaba
abultado manojo de claveles, fueran obstáculo a que contritas y compungidas
acudieran al siguiente día a borrar en el confesonario los remordimientos e
impresiones que en su corazón dejara la gallarda figura del apuesto caballero
que venciera en el torneo, o la complacencia con que admiraran en la corrida
la apostura y valor de los diestros. Pero achaques son estos en todos tiempos
de nuestra flaca naturaleza, y no es de extrañar que en lo pasado como en lo
presente se olviden momentáneamente los austeros preceptos de la iglesia por el
ruido de las diversiones públicas, porque éstas no impiden proteger al desvalido,
aliviar la mise¬ria y practicar otras obras de virtud y caridad cristiana.

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VII
Algo diremos, aunque poco, para no hacer más extenso este capítulo, de los
recursos y elementos de producción con que la villa contaba en este período
histórico para sostener con holgura la vida municipal y llevar a cabo las
importantes mejoras que durante él se realizaron, determinando en Avilés gran
progreso y crecimiento, a la par que prosperidad y riqueza.
Eran de dos clases las contribuciones y rentas públicas: las que se imponían
para los gastos generales de la nación, más gravosos en tiempo de la dinastía
austriaca, que la afligió con impuestos basta llevarla a la miseria, y las que
constituían los llamados arbitrios locales; pero no haremos de ellas estudio
detenido, por no corresponder a las condiciones de este trabajo. Las primeras
alcanzaban a Avilés como a los demás pueblos de la monarquía, y en más de una
ocasión suscitaron dificultades y disgustos, como ocurrió en el reinado de Felipe
V, en el que, además de las alcabalas que con distintos nombres se pagaban, se
gravó la villa con la cantidad de 28.606 reales que le correspondieran en otra
contribución impuesta en 1712. Necesitó la Justicia y Regimiento convocar a
los vecinos a junta o concejo abierto al «pórtico y cementerio de San Nicolás»
para tratar del modo de satisfacer tan exorbitante impuesto, muy superior a los
recursos del pueblo, por lo mucho que disminuyera el vecindario y aumentaran
los pobres, decidiendo tomarla a censo, no sin que algún regidor propusiera
esperar a ver lo que hacia Oviedo, por «estar la capital y sus vecinos tan exhaustos
de medios como la villa».
Constituían en Avilés los arbitrios locales el impuesto sobre artículos de
consumo, o contribución sobre la venta de mercancías que venían al mercado
en los días de la semana que no eran francos, porque los lunes nada pagaban por
virtud del privilegio especial de los Reyes Católicos.
Atendíanse los servicios urbanos y rurales y las obras importantes que en
este periodo se realizaron, con los indicados recursos del concejo, otros arbitrios
especiales, alguna derrama extraordinaria, y las sisas reales que se imponían
sobre determinadas especies, siendo de tal consideración el comercio de la
villa, y tan concurrido el mercado, que pudieron fácilmente cobrarse, sin gran
quebranto de las fuerzas contributivas. Había arbitrios que eran singulares,
como el de la cuchar, concedido en 1459 por privilegio de Enrique IV sobre los

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granos del mercado o los que se depositaban en la alhóndiga del concejo; pero
este impuesto no alcanzaba a los vecinos de la villa (21).
Otro de los recursos locales era el de la cestería, que ocasionó empeñado
litigio entre el Ayuntamiento y pescadores de Sabugo. Consistía en el derecho
de rematar el abasto de las cestas o banastas que se empleaban para conducir el
pescado fuera del pueblo o para guardarlo hasta que se vendía, obligando a los
pescadores a tomar las que necesitaban al rematante de este artículo.
En 1751, con motivo de haber sido muy abundante la pesca de la sardina, el
abastecedor de banastas no pudo atender los pedidos, y el Comisario de marina,
en atención a las quejas de los pescadores, dispuso que los matriculados quedasen
en libertad para comprar las cestas; y como esta resolución atacaba los derechos
del municipio, se entabló un pleito que se resolvió a los tres años por transacción
con los mareantes de Sabugo, por virtud de la que continuaría subsistente el
arbitrio, y el Ayuntamiento daría al gremio 150 reales anuales para invertirlos en
beneficio del mismo.
Otro de los impuestos municipales era el de la nieve, de la que se consumía
gran cantidad, por lo que fue preciso, para evitar abusos, sujetar a tasa el precio
de este artículo. Se empleaba principalmente para conservar fríos y beneficiar
los pescados «frescos» o «salpresos », y era su abasto objeto de remate público,
prefiriendo para la venta a los enfermos pobres por condición establecida en
la subasta; así como se obligaba a los forasteros a tomar al rematante la que
necesitasen. Dice un acuerdo de 1712: «Si viniese a Avilés algún botiller haya de
ser obligado a gastar nieve de la persona en quien se remató.»
Había otros tributos de más escaso rendimiento que gravaban varias
mercancías y objetos de consumo, demostrando la mucha importancia comercial
que la villa llegó á alcanzar durante el siglo XVI y gran parte del XVII. Desde
mediados de éste, se comenzó a sentir la penuria y escasez que agobiaba a los
demás pueblos, dando principio el período de la decadencia, hasta desaparecer
casi por completo el tráfico mercantil y reducirse considerablemente el número
de forasteros que acudían al mercado. Dejó de existir aquel comercio exterior
que se hacía en telas preciosas, rasos y terciopelos, quedando el tráfico limitado

(21) Dice el Sr. Arias que el nombre cuchar proviene de la forma de la medida que se sacaba
de cada saco o fanega, y además de que eran cucharas las que componían la ochava de la
fanega.

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en los comienzos de la última centuria a las humildes proporciones de unos
cuantos establecimientos pobremente montados, en los que apenas se vendían
más que cintas y botones (22).
Esta industriosa villa, que llegara a ser el pueblo más rico y floreciente de
la provincia al finalizar el siglo XV, sintió las angustias de la crisis que afligió a
todo el reino, perdiendo su importancia mercantil, y quedando reducida a los
pequeños recursos del concejo y al escaso comercio que con la pesca, granos,
cal y otros artículos hacia con el exterior, buscando en ellos, y en el carácter
emprendedor de sus hijos, la regeneración de su pasada grandeza; pero tardó
más de una centuria en reponerse del quebranto que sufriera desde mediados del
siglo XVII hasta el último tercio del XVIII.

(22) Arias. - Memoria histórica de Avilés (M. S.).

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CAPÍTULO QUINTO

Siglo XIX; Invasión de los franceses y desastres que causaron en Avilés. -


Sucesos políticos; una fecha triste; viajes regios. - Cambios en el antiguo régimen
municipal. - Progreso de la villa; obras y principales reformas; puerto y muelle;
ferrocarril - Instrucción pública; Escuela de Artes y Oficios y otros elementos de
cultura; Industria y Comercio. - Mejoras locales, parques y plaza de las Aceñas; luz
eléctrica; Villalegre; nuevos proyectos de obras; ayer y hoy.

D aba fin el siglo XVIII cuando ocurrió la Revolución francesa, que proclamó
los principios de la escuela democrática enfrente del absolutismo,
importando de la vieja Albión la hermosa teoría de los derechos del hombre,
que repercutiendo al otro lado de los mares, en la joven república de los Estados
Unidos, volvió a Europa regenerada para afirmar la igualdad de los ciudadanos
ante la ley, y los derechos individuales que, a través de poco más de media centuria,
se consolidaron en España, y forman parte de la Constitución del Estado. No eran
para nosotros ciertamente cosa nueva; pues mucho antes de que los concediera
Inglaterra en la famosa Carta Magna, se practicaban en estos reinos al amparo
de los Fueros y Cartas pueblas que los Reyes concedieran á los municipios; los

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proclamaba en parte Alfonso VIII en las Cortes de León, y vivían al calor de las
libertades municipales, mermando los derechos señoriales de aquella turbulenta
nobleza que sometiera a su imperio a los plebeyos, juzgándolos de raza inferior
sujeta a su voluntad.
Bien podemos afirmar, apartándonos del rigorismo cronológico, que el
portentoso y ya expirante siglo XIX, en el que ocurrieron tantos sucesos
extraordinarios, descubrimientos notables, progresos y transformaciones
sorprendentes, principia entre nosotros con la gloriosa guerra de la
Independencia, que inicia la revolución española, como resultado y eco de la
francesa, que se hizo sentir en toda Europa.
El alzamiento nacional de 1808, oponiéndose con heroísmo a la invasión
extranjera, si comienza en Madrid valerosamente con la épica jornada del 2 de
Mayo, en la que murieron bizarramente los tres héroes legendarios de la historia,
Daoiz, Velarde y Ruiz, toma cuerpo y se vigoriza en Asturias, primera provincia
que se levantó en armas contra el ejército de Napoleón.
Inicióse el movimiento en Oviedo en la noche del 9 a la llegada del correo
de Castilla, apenas se conocieron los sucesos ocurridos en la Corte, estallando
espontáneamente la indignación popular cuando el Secretario de Cámara
D. Pedro de la Escosura intentó leer los bandos de Murat que la Audiencia
le encargara publicar. Y en vano fue que el propio tribunal, acompañado de
fuerte escolla de soldados, pretendiera hacerlos leer a su presencia, porque el
grito patriótico de rebelión lanzado por la animosa y exaltada Joaquina Bóbela
lo impidió, secundándola con entusiasmo la ciudad, que respondió unánime
a las voces de indignación contra los franceses del canónigo Llano Ponte, y
a las belicosas arengas del médico Reconco y el Conde de Peñalva contra la
dominación extranjera.
Pretendía el pueblo, provisto ya de armas en el Parque, que se le entregaran
los humillantes bandos cuya lectura estorbara, sin atender las exhortaciones
del Obispo para que respetara el poder constituido. Nada bastaba a contenerle;
y echando abajo las puertas de la casa de Gobierno, penetra en la estancia en
que las autoridades superiores estaban reunidas, se los arranca al Secretario el
Procurador general del Principado D. Gregorio Jove, y seguido de las masas
se dirige al Campo de San Francisco, donde se quemaron con los mayores
transportes de alegría.

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Así comenzó en Oviedo el movimiento nacional, que se extendió
rápidamente a toda la provincia, encargándose de encauzarle la Junta del
Principado, histórica y noble institución que alcanza a los tiempos más remotos.
Reuniéronse con presteza aquella noche en la Sala capitular de la Catedral los
diputados que residían en la capital, presidiéndoles el señor Flórez Arango, por
ausencia del Marqués de Santa Cruz de Marcenado; y, alentados por el pueblo,
acordaron por unanimidad protestar de las órdenes de los generales franceses,
por no reconocerles autoridad y ser perjudiciales a la monarquía de Fernando
VII; promover un movimiento general en el país contra los invasores de la
patria, y enviar comisionados a las provincias limítrofes para que secundaran el
alzamiento y les diesen apoyo.
Pero los afrancesados no se dormían; y mientras los patriotas se preparaban
a la defensa y llevaban la rebelión a la provincia, la Audiencia se entendía
secretamente con el Gobierno para que le mandara fuerzas, con las que se hiciera
obedecer, e instruía proceso contra los vocales de la Junta, a fin de vengar en ellos
el agravio que infirieran a su autoridad. A los primeros entusiasmos sucedieron
días de angustia para los que se encontraban comprometidos, y no veían llegar
los refuerzos que necesitaban, y en vano el rey Fernando los alentaba desde
Bayona a que salvaran su Monarquía; el peligro aumentaba, y los comisionados
que salieran a los pueblos limítrofes a reclutar hombres para la lucha que se
acercaba, no daban cuenta de sí. 
En tanto venía sobre Oviedo el general La Llave con un batallón de línea y un
escuadrón de Carabineros, haciendo su entrada en la ciudad el día 24.
La inquietud del juez noble Sr. García del Busto, principalmente
comprometido, iba en aumento a medida que la tarde declinaba; y ya se disponía
a abandonar su domicilio para no ser sorprendido por los alguaciles de la
Audiencia, cuando se le presentó sigilosamente el incansable canónigo Llano
Ponte, anunciándole que todo lo tenía preparado para dar el golpe aquella
misma noche, acampando en las afueras de la población 4.000 hombres de los
alrededores en espera de la señal convenida para apoderarse del Parque, donde
oficiales comprometidos les aguardaban, y una vez armados, intimarían la
rendición a las autoridades y proclamarían la independencia de la patria.
Satisfizo en alto grado al Sr. Busto la oportuna llegada del canónigo, que le
salvaba de los golillas del Real Acuerdo, y ultimaron con presteza el plan que

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habían de desarrollar.
Ya el toque de ánimas anunciaba a la ciudad que la noche había llegado,
cubriendo con espeso velo los últimos rayos de luz de aquel interminable día,
y favorecidos por la oscuridad, avisan cautelosamente a los patriotas con quien
contaban, en tanto que los magistrados se reunían con el general La Llave para
enterarle del estado de alarma en que la provincia se encontraba.
Pronto el momento deseado debía de llegar, y deslizándose con sigilo por las
calles de la ciudad D. Gregorio Piquero, que, disfrazado de artesano, concluía
de recibir las últimas instrucciones del Sr. Busto, se acerca a la plaza del Parque,
donde le esperaban los revolucionarios, entra con ellos en la casa de armas sin
la menor resistencia, y provistos de fusiles, se adelanta con los que le merecían
más confianza, y sorprende la guardia del general, sin darle tiempo a defenderse,
sustituyéndola con los que le acompañaban, en tanto que los demás sublevados
formaban delante de la casa de gobierno.
La fortuna les favorecía, y no queriendo perder tiempo, sube precipitadamente
a la sala donde las autoridades estaban reunidas, y después de vencer las
dificultades que se le pusieron para ver al general, consigue hablarle y le
intima la rendición en nombre del pueblo armado, invitándole a convocar con
urgencia a las personas indicadas en una lista que le entrega para que se reúnan
inmediatamente. Vaciló el general; pero convencido de que le habían cortado la
retirada, accede a la exigencia de Piquero y manda extender las citaciones.
Sonaban en aquel momento en el reloj de la catedral las doce de la noche, y
el disparo de unos cohetes anuncia a los patriotas que llegara la hora de entrar
en la ciudad. Tocan de repente a rebato las campanas de todas las iglesias y
conventos, y los conjurados se precipitan por las calles, dando vivas al Rey y a la
independencia nacional, en medio de los mayores transportes de alegría, sin que
ocurriera el menor disgusto, ni se manchara con ningún acto vituperable aquel
glorioso alzamiento, que forma época en la historia del Principado.
Acuden a la Audiencia los individuos de la Junta que se encontraban en
Oviedo; los magistrados, autoridades y otras personas de posición que fueron
invitadas, y entre ellas don Alvaro Flórez Estrada, que, nombrado Procurador
general del Principado, aun no tomara posesión del cargo. Era la una de la
madrugada cuando la sesión dió comienzo, bajo la presidencia del general La
Llave, dando lectura a un pliego cerrado que Queipo le entregara. Contenía

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diez proposiciones redactadas por el Sr. García Busto para que les sirvieran de
programa, y no queriendo el general prestar el juramento de obediencia que se
le pedía, abandonó la presidencia, nombrándose para sustituirle al Marqués de
Santa Cruz, que se lo tomó a los vocales con la siguiente fórmula:
«¿Juráis a Dios y a los Santos Evangelios desempeñar con lealtad y
conciencia, y según vuestro saber y entender, la honrosa y distinguida misión
a que sois por el pueblo llamados, sostener la independencia de la NACIÓN
contra la infame agresión del Emperador de los franceses, hasta conseguir
que sea restituido al trono de sus mayores nuestro legítimo Rey Fernando
VII, único a quien ha reconocido y jurado la Nación?»
Prestáronlo sin vacilar todos los concurrentes, incluso aquellos mismos
recelosos magistrados que tanto empeño demostraran en cumplir las órdenes
del usurpador, dando así comienzo la memorable sesión, en la que tan
transcendentales acuerdos se tomaron para los altos intereses de la patria.
Todas las proposiciones se votaron por unanimidad con el mayor entusiasmo;
y no contentos aquellos venerables patriotas con rebelarse contra las órdenes
del Duque de Berg, que ejercía en España el supremo poder en nombre del Rey
intruso, ni con acordar que se pusieran sobre las armas 20.000 asturianos para
resistir el ataque de das tropas francesas, realizaron el acto más ostensible de
heroísmo y valor cívico de que hay ejemplo en la historia; y en medio del mayor
silencio se atrevieron a declarar solemnemente la guerra al gran coloso del siglo,
al invicto Emperador de los franceses, Napoleón I, acordando comunicárselo
al Rey de la Gran Bretaña, y pactar con él una alianza ofensiva y defensiva
contra aquel monarca, dando encargo al ilustre Conde de Toreno de salir
inmediatamente para Inglaterra a cumplir tan delicada misión.
Nombráronse después los generales que se habían de poner al frente del
cuerpo de ejército que se iba a organizar al mando del Marqués de Santa Cruz
con el empleo de Capitán general, y ya se retiraban a descansar aquellos insignes
patriotas, cuando el Sr. García Busto, con gran previsión, les dijo: «según la sabia
y filosófica máxima del Redentor del mundo, el que no va conmigo va contra
mi; y como el general La Llave se negó a tomar parte en el alzamiento, conviene
detenerle para seguridad de su propia persona, juntamente con el coronel francés
que hace cuatro días llegó con pliegos, en los que se mandaba fusilar a los 58
individuos de la Junta que el día 9 acordaran el armamento de la provincia contra

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las autoridades constituidas por el usurpador del trono de Fernando VII».
Así terminó aquella memorable sesión, que pasó a la historia como uno de
los actos más atrevidos y de mayor heroísmo, sólo comparable al del invicto
D. Pelayo en Covadonga, cuando, rodeado de un puñado de valientes, puso en
dispersión a la morisma y proclamó la independencia de la patria, echando los
cimientos de la nueva Monarquía.
Acontecimientos fueron aquéllos comunes a todos los pueblos de la provincia,
que con sus representantes (1) en ellos tomaron parte, y contribuyeron con
increíbles sacrificios de hombres y dinero a sostener los acuerdos de la patriótica
asamblea, y a realizar aquella porfiada resistencia organizada contra la fuerte
división que vino a Asturias al mando de los generales Ney, Kellerman y Bonnet
para atacar los tres cuerpos en que se dividiera el ejército provincial.
Mandaba ya las fuerzas que había en Oviedo el Marqués de la Romana, y
considerando que no podía resistir el ataque del general Ney, abandonó la capital,
de la que se apoderaron los franceses, entregándose al pillaje y cometiendo todo
género de tropelías.
Fue coronel del regimiento de Avilés, organizado en Oviedo en 1808, D. José
Valdés Solis, que era capitán del ejército nacional. 
Poco tiempo después, en Mayo de 1809, fue sobre Avilés la brigada Marcognet,
a cuyo encuentro salieron los valerosos hijos de la villa, sin organización y
mal armados, confiando sólo en su valor personal (2). Encontráronse en
los altos de Valliniello (Gozón), donde fueron batidos sin gran resistencia,
ensañándose inicuamente en los cándidos campesinos, que con hoces y palos
pretendieran detener a aquellos aguerridos soldados. La mortandad que hizo
la caballería, especialmente la compañía de dragones mandada por el capitán
Clavet, atravesando a galope el puente de San Sebastián, fue tan horrorosa, que
perecieron acuchillados 230 avilesinos, sin atender las súplicas de clemencia de
los que se entregaran confiados a la generosidad del vencedor. No ha muchos años
aún se veían por aquellos lugares numerosas cruces de piedra, triste recuerdo de

(1) De Avilés en 1808 lo fueron el coronel D. Ramón Miranda Solis, nombrado después
gobernador militar de la villa, concejo y sus jurisdicciones, y D. Nicolás de Llano Ponte. En
1811 lo fue D. Rodrigo Valdés Busto, cura párroco de San Nicolás.
(2) Mathieu dice que no pasaban de 1.000 los patriotas avilesinos que intentaron oponerse
al paso de los franceses.

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aquella espantosa hecatombe, como la que se conserva cerca de la iglesia de San
Cristóbal de Entreviñas, dedicada a la memoria de D. Ramón Robes, también
asesinado por los franceses cuando se corrieron a Galicia.
¡Bien pagaron su error los hijos de Avilés! Hubiéranse encerrado dentro de
sus murallas, organizando la defensa en el interior, como hicieron sus mayores,
y los soldados de Marcognel no penetrarían en la villa, como no lo pudieron
conseguir los sarracenos, los piratas normandos, los rebeldes que a las órdenes
del bastardo D. Enrique hicieron armas contra su hermano D. Pedro, ni los
que, capitaneados por los Quiñones, pretendieron arrebatar las tierras del
Principado al primogénito de D. Juan II. El enemigo entró en ella, sin embargo,
aprovechándose del pánico que produjera la carnicería cometida en los indefensos
vecinos que salieran a su encuentro, por la imprevisión de haber dejado abierta la
puerta de la muralla que daba al muelle, y penetrando rápidamente en el pueblo,
apoderáronse del palacio de Camposagrado, que por su sólida construcción
con torres y sótanos aspillerados reunía excelentes condiciones para la defensa,
emplazando en él sus cañones.
Si cruenta y sanguinaria fue para los avilesinos la desastrosa jornada de
San Pedro Navarro, mayor lo fue la lucha entablada en las calles, en las que
sembraron el terror, y se ensañaron ferozmente en los pacíficos vecinos, creyendo
que con sus inicuas crueldades conseguirían subyugarlos; pero se estrellaron
contra el ánimo viril y esforzado de aquel heroico pueblo. Entonces comenzó
la lucha sorda, tenaz y resistente que hacía imposible la dominación, sin que los
extranjeros pudieran considerarse dueños de los fuertes y calles más que mientras
los ocupaban, teniendo que vivir siempre prevenidos y en vigilancia constante
para no caer en las asechanzas que a diario les preparaban a fin de «cazarlos»
poco a poco. Y fueron tan numerosas las bajas que de este modo hicieron a los
soldados de Napoleón, y tal el peligro que los franceses corrían en la villa, que se
vio precisado el general Kellerman, comandante general de Oviedo, a mandar
una orden al Corregimiento de Avilés haciendo responsables de la vida de sus
soldados a los alcaldes, jueces y regidores.
Costó gran trabajo evitar que las tropas de Marcognet se entregasen al saqueo
en los primeros momentos de su entrada en el pueblo, teniendo que darles
en equivalencia la cantidad de 49.000 reales en metálico, que adelantaron los
vecinos mejor acomodados, para después distribuirlos entre los contribuyentes

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del concejo, Illas y Castrillón, en cierta manera todavía unidos a la villa.
Las vejaciones y gravámenes de todas clases que el pueblo sufrió durante
la ocupación fue¬ron tan grandes, que en el verano de 1809, el Presidente del
Ayuntamiento renunció el cargo, fundándose en «haber concluido los granos de
su casa y sus caudales» (3), por lo que fue necesario pedir a Gijón 200 fanegas
de trigo para que el vecindario no se muriera de hambre. No por eso decayó
el espíritu público, ni nuestros mayores desmayaron en la defensa del Rey y
de la independencia española, sufriendo con viril entereza las imposiciones y
arbitrariedades del invasor (4).
Dos años permanecieron los franceses en Avilés, hasta que, convencidos de
que no lo podían dominar ni disminuir la guarnición, obedeciendo a la necesidad
de reconcentrar sus fuerzas para sostener la guerra, generalizada en toda la
Península, se decidieron a abandonar la villa casi a mediados del 1811.
Constituyóse entonces una junta patriótica, presidida por el cura de San
Nicolás, Sr. Busto, para atender al sostenimiento de las tropas leales, viniendo a
guarnecer la villa el tercer regimiento de Asturias, que se acuarteló en el palacio
de Camposagrado, después de hacer en él grandes reparaciones, encomendadas
por el Ayuntamiento al comandante Solís.
Avilés se impuso por la causa de la independencia nacional cuantiosos
sacrificios (5), sin que ni por un momento flaqueara su entusiasmo. Celebró
con gran regocijo la publicación y juramento de la Constitución de 1812, y la
vuelta del deseado Rey, que había de corresponder con la más negra ingratitud
a los favores recibidos, convirtiéndose en enemigo de cuantos por él sacrificaran
vidas y haciendas, al extremo de tener que huir al extranjero para librarse de
las persecuciones de los que querían restaurar el poder absoluto, y borrar de la
historia los acontecimientos ocurridos con motivo del alzamiento de 1808, al
que pusieron digno remate las inmortales Cortes de Cádiz. Ellas afirmaron en
la Constitución las libertades que sirvieran de bandera para levantar el espíritu

(3) Así lo afirma el Sr. Arias con relación d los datos que obran en el Archivo municipal.
(4) Dice Madoz que «Avilés hizo en aquella guerra cuantos esfuerzos pudo por la causa
nacional». Diccionario geográfico, pag. 187.
(5) Contribuyó a la formación del ejército asturiano, creado por la Junta general del
Principado, con un regimiento que llevó su nombre y parte del de cazadores de Fernando
VII.

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público, proclamar la independencia de la patria, e instaurar en el trono de sus
mayores al Rey Fernando, que representaba la legitimidad y la independencia
nacional en frente de la inicua usurpación de José Bonaparte.
Fue aquel período histórico de frecuentes agitaciones populares y apasionado
encono entre constitucionales y realistas, produciéndose a diario luchas
vehementes entre «blancos» y «negros», que llevaban la intranquilidad y
desasosiego al seno de las familias y convertían la vida local en continuada serie
de persecuciones y venganzas, especialmente mientras duró el terror reaccionario
de 1823 al 33, en el que los absolutistas extremaron el odio contra los liberales,
obsesionados por las predicaciones de los fanáticos que les aconsejaban el
exterminio de los «negros» hasta la cuarta generación.
Por fortuna no se hicieron sentir en Avilés las violencias de otros pueblos
durante los seis primeros años del gobierno realista que siguieron al regreso del
monarca de su cautiverio, a pesar de predominar en la villa las ideas liberales;
pero siempre se distinguió, aun en la época de los reyes absolutos de la casa
de Austria, por la templanza y moderación de sus costumbres y por la buena
armonía y familiaridad de los vecinos, ya fueran señores o plebeyos.
Tampoco del 20 al 23 ocurrió nada extraordinario. Contentáronse los liberales
con publicar y jurar de nuevo la Constitución con grandes demostraciones de
entusiasmo, pero sin molestar a los adversarios, limitándose a disolver la milicia
realista y armar la nacional, pasando así, sin violencia y pacíficamente, las armas
de los unos a los otros, según mandaran los constitucionales o los absolutistas.
Existía, sin embargo, la tirantez de relaciones propia de la efervescencia y pasión
política que caracteriza la primera mitad de la presente centuria, basta que se
afirmó el régimen constitucional, y poco a poco fue cediendo la intransigencia
que los separaba.
No ocurrió lo mismo durante la reacción del año 23. Entonces la opresión de los
realistas se hizo sentir más vivamente contra los liberales, a los que persiguieron
hasta el punto de tener que abandonar el pueblo las personas significadas
que formaran parte de la milicia nacional, organizada bajo la dirección de un
consejo de subordinación que presidía el ilustre Marqués de Ferrera, tachado
por aquéllos de «exaltado», por lo que le privaron de sus honores y privilegios
durante la época de terror reaccionario (6).
Apenas el lº de Octubre de 1823 se restableció el Gobierno absoluto,

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constituyóse en Avilés el Ayuntamiento realista, y se alistó un batallón de
voluntarios que mandaba el Brigadier D. Alonso Arango y Sierra; dándose el
caso, también frecuente en otras localidades, de que casi todos los inscritos fueran
artesanos y gente de oficio, al contrario de lo ocurrido con la milicia nacional, de
la que formaban parte las personas más caracterizadas y mejor acomodadas.
Inauguraron los absolutistas sus funciones ordenando que en el término de
tercero día salieran de la villa, y «dos leguas en contorno», todos los forasteros,
por suponerlos huidos de sus pueblos para librarse del castigo de los realistas,
repitiéndose la orden de expulsión a los pocos días, por continuar resistentes o
la causa del Rey.
Prohibiéronse las reuniones en la vía pública de más de cuatro personas, por
molestar a los amigos de la situación que se juntaran los liberales, suponiendo
que se ocuparían de asuntos políticos; registráronse varias veces las casas de los
negros más significados, y durante las ferias de San Roque pusiéronse sobre
las armas los milicianos realistas, «para contrarrestar cualquier tumulto de los
malévolos», llegando en sus exageraciones al extremo de formar causa a un loco
por el enorme delito de leer en público un manuscrito extravagante, obra de su
entendimiento perturbado (7). Mas en realidad, actos de ven¬ganza como los que
se realizaron en otros pueblos, no los hubo, limitándose á las mor¬tificaciones
y molestias que causaban a los adversarios con los epítetos ofensivos que les
dirigían, sin ocasionarles ningún daño personal.
Sin embargo, aquel período fue demasiado largo para los que vivían
en continua zozobra, por la inquietud que les causaba el fanatismo de los
absolutistas, que consideraban a los liberales como elementos perjudiciales a la
sociedad, pareciéndoles lícitos y meritorios los agravios que les inferían, hasta
que por fin llegó el año de 1833, en el que la política tomó nuevos derroteros, y la
milicia urbana sustituyó a la realista, celebrándose con gran expansión y regocijo
la caída del poder absoluto.
Avilés eligió al Marqués de Ferrera y a don Francisco Sierra para que le
representaran en la Junta general que había de nombrar los diputados a Cortes,
y festejó con grandes fiestas populares la apertura del parlamento y los días de
la Reina.

(6) Datos del Archivo municipal.


(7) Arias, Memoria histórica de Avilés (M. S.)

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Ya en plena guerra civil, la villa sufrió bastantes inquietudes y sobresaltos,
pasando no pequeño susto el 6 de Julio de 1833 el alcalde D. Galo de las Alas y
otros concejales, que abandonaron sus puestos por temor a los facciosos, siendo
preciso nombrar una junta de defensa compuesta de los coroneles D. José Miguel
Valdés y D. Nicolás Caunedo, del teniente coronel Sr. González Arango, de los
capitanes Sr. Troncoso, D. Víctor de las Alas y D. Antonio Sánchez Valdés, y de
los Sres. Miranda, Valdés Valsinde y curas párrocos de San Nicolás y Sabugo (8).
No ocurrió, sin embargo, novedad durante la noche; pero al siguiente día se
presentó en el pueblo una partida carlista mandada por el titulado oficial D.
Bernardo A. Valdés, escribano en las Barzanas, y con este motivo el teniente
coronel D. Bernardo Carbajal, avecindado en la villa, dio cuenta a la junta de un
oficio del general Gómez, fechado la víspera en el cuartel general de Oviedo, en
el que se le nombraba comandante de armas de Avilés y su concejo. Limitóse por
entonces a pedir raciones; pero volvió a los tres días a recoger las armas de los
milicianos, y después de incautarse de ellas, abandonó el pueblo sin molestar a
nadie, para incorporarse al grueso de la partida en los altos de Miranda, mientras
el entusiasta carlista Fray José Vega corría al convento de San Francisco a tocar
las campanas, y rodeado de muchachos festejaba el suceso disparando cohetes.
En 22 de Octubre de 1836 se presentó la facción mandada por Sanz, y alojada
y racionada pidió a la Junta la cantidad de 100.000 reales como contribución de
guerra; pero antes de que se pudiera recaudar llegó a la vista de Avilés la división
del general Alvarez, que pernoctó en Villalegre y en los altos de la Luz para atacar
la villa al amanecer; mas habiendo sabido los carlistas que se intentaba cortarles
el paso del puente de Peñaflor, a media noche se alejaron sigilosamente, llevando
prisioneros a D. Fernando Arias, D. Juan C. Arango y D. Pedro M. Arcos, a los
que no dejaron en libertad hasta que entregaron la indicada contribución por su
rescate.
Los milicianos nacionales de Avilés acudieron a Oviedo cuando Sanz atacó
la ciudad, sobresaliendo en la lucha entablada a la entrada y en las calles de la
capital varios patriotas de la Villa, que se batieron con arrojo y bizarría (9),
siendo alguno de ellos víctima de su valor.
Avilés tenía verdadero entusiasmo por la causa de la Reina, distinguiéndose

(8) Arias. -Obra citada.


(9) Entre otros D. Fernando Sánchez, D. Bernardo Suárez Cortina y D. Eduardo Sánchez.

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en todo tiempo por su amor a la libertad; así que recibió la Constitución de
1837 con verdadero júbilo; y después de celebrar exequias por los valientes que
murieran en el sitio de Bilbao, la proclamó con gran solemnidad en la Plaza
Mayor desde un tablado, que ocuparon el Ayuntamiento e invitados al acto, al
que asistieron en formación la milicia nacional y carabineros, celebrándose este
fausto suceso con el mayor regocijo y festejos populares.
Desde entonces la historia avilesina va unida a la de la provincia, en la que
repercuten los acontecimientos que afectan a la Patria, sin que se pueda registrar
ninguno que especialmente interese al Principado.
Pocos son los sucesos de carácter local ocurridos en Avilés desde que
definitivamente se implantó el régimen constitucional con la monarquía de
Doña Isabel II, apareciendo en primer término una fecha triste de penosa
recordación, y después los viajes regios que tanto influyeron en el progreso de la
villa, constituyendo su propia y verdadera historia contemporánea.
La miseria por la falta de cosecha y de trabajo la afligió el año de 1847,
haciéndose sentir por modo lamentable en la clase jornalera, cual aconteciera
en 1824 y en otras épocas anteriores, ocasionando motines y desórdenes que
apaciguó con tino la corporación municipal. Pero no sucedió lo mismo el 27
de Mayo del indicado año: entonces el motín tomó caracteres alarmantes con
ocasión de exportar trigo para fuera de la provincia.
Las autoridades locales previeran el conflicto, y para evitarlo llegara el día
anterior el Jefe político con 200 soldados de infantería y una escolta de caballería,
tomando las medidas necesarias a fin de que no ocurriera ningún desmán y se
respetara la libertad comercial.
Amaneció el infausto día 27, y apenas comenzaron los preparativos para
el embarco del grano, el pueblo enfurecido apedreó la casa del consignatario
hasta no dejar cristal sano, sin que la tropa hiciera nada para evitarlo. Se dio
entonces orden para que formara delante de ella, con lo que cesó la pedrea; pero
alentado el populacho con la impunidad, rasgó con navajas y cuchillos los sacos
de trigo que en carros se transportaban al barco, sin atender las exhortaciones
de las autoridades que le aconsejaban prudencia y respeto a la propiedad. Nunca
se pudo averiguar cómo sin preceder las intimaciones de ordenanza se ordenó
a los soldados hacer fuego en el momento en que el muelle estaba ocupado
por multitud de niños y mujeres que recogían el grano esparcido por el suelo,

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mientras los hombres proseguían su insana y destructora labor.
¡Horrible escena aquella! Seis muertos y algunos heridos yacían tendidos
por consecuencia de las primeras descargas que pusieron fin a tan lamentable
jornada, convirtiendo el embarcadero en campo de desolación, cuyo recuerdo
dejó en los anales de la tranquila villa desconsoladora página de dolor.
Y por contraste, que parece ley inexcusable de la vida, transcurridos algunos
años, las fiestas y regocijos públicos con que se celebraron las regias visitas de
Doña Isabel II, D. Amadeo I y D. Alfonso XII, ofrecieron al pueblo alegres días
y motivos de satisfacción aun no olvidados.
Acompañaron á la Reina Isabel en 1858 el Rey D. Francisco, el entonces
Principe de Asturias D. Alfonso, la Infanta doña María Isabel, hospedándose en
el palacio de la señora Marquesa de Ferrera. Rápido, pero muy grato, fue el paso
de la real familia por Avilés, celebrándose con tal motivo grandes festejos (10).
Era necesario que S. M. conociese el puerto - asunto de vital interés para la villa,
- y con pretexto de visitar la fábrica de Arnao, preparóse deliciosa expedición
a San Juan de Nieva, cuyo recuerdo aun no se borró de la memoria de cuantos
presenciaron tan bello espectáculo. Escoltaban la falúa real (11) numerosas
embarcaciones con el séquito palatino y distinguidas personas, mientras desde
dos enramadas lanchas cantaban hermosas jóvenes, de las que dan fama a Avilés,
himnos armoniosos dedicados a la Reina, y una barcarola de popular poeta que
ya no existe (12), cuyas estrofas agradaron en extremo a la augusta soberana,
como años después se repitieron a sus sucesores, con las necesarias variantes,
cuando hicieron a la villa análoga visita. Fue D. Amadeo I hospedado en la casa
paterna del autor de estas líneas en 15 de Agosto de 1872, y D. Alfonso XII,

(10) Véase el folleto «Relación de los festejos con que la villa de Avilés celebró la venida de
SS. MM. y AA. los días 23 y 24 de Agosto de 1858, y noticia de los sucesos ocurridos en estos
días. Añadidas varias poesías compuestas con el mismo objeto». — Oviedo, imprenta de D.
B. González, 1858.
Fue el autor de esta crónica D. Pedro Carreño, y algunas de las composiciones poéticas van
suscritas por sus autores, el mismo Sr. Carreño, y los Sres. D. M. González Quirós, D. B. de
las Alas, U. Nicolás Suárez Inclán. No llevan firma dos excelentes romances en bable.
(11) La dirección de ésta fue confiada al excelente piloto, muy conocedor del puerto, D.
Hermenegildo Rodríguez.
(12) D. Teodoro Cuesta, afamado poeta y excelente músico.

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acompañado de su augusta hermana doña María Isabel, entonces Princesa de
Asturias, en el indicado palacio de Ferrera, siendo recibidos ambos monarcas
con el entusiasmo que los leales hijos de Avilés han demostrado a sus reyes en
todas ocasiones.
Mas no es la historia escueta relación de hechos, y, como en capítulos
anteriores, habremos de consignar brevemente algunos datos y noticias relativos
a la organización y progreso moral y material de la villa en la presente centuria,
que tan próspera fue para el hermoso pueblo avilesino por las muchas mejoras y
transformaciones que durante ella se realizaron en todos los órdenes de la vida,
hasta convertirlo en uno de los más bellos, cultos y adelantados de la provincia.

III
Al comenzar el siglo actual, la importancia de Avilés, en lo que afecta al
régimen municipal, había descendido considerablemente, pues ya el concejo
no extendía su jurisdicción a los alfoces de Gozón, Carreño, Corvera, Illas y
Castrillón, como ordenara D. Fernando IV en su real privilegio de 1309,
pechando en Avilés y disfrutando de su Fuero y franquicias; porque a medida
que los reyes de la casa de Austria dificultaron a los municipios la conservación
de sus antiguos privilegios y exenciones, fue desapareciendo el aliciente que los
unía a la villa, de la que ya no necesitaban para su defensa, y, en cambio, les
afligían los tributos que les imponía.
Así, en el reinado de Carlos II comenzaron a pretender más libre condición,
y aunque Avilés se opuso tenazmente para sostener su privilegio, como la
separación no le perjudicaba , primero Carreño y después Gozón se declararon
independientes, practicándose con éste en 1605 un deslinde de términos
municipales, en el que se tomó por base la mayor extensión de las aguas saladas
en las mareas equinocciales. Este deslinde perjudicó a la Villa por imprevisión
de los que en él la representaron, pues con el saneamiento de las Huelgas carece
de terreno para extender por ese lado su creciente población, que está a punto de
invadir el municipio de Gozón.
La separación no fue, sin embargo, tan radical que no dejara entre ellos
algún lazo, pues los alcaldes y jueces de este concejo podían traer vara hasta las
primeras casas de la villa, pasado el puente de San Sebastián, sin que por eso

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se entendiera que ejercían jurisdicción en territorio de Avilés; pero realizaban
dentro de él actos de autoridad con sus vecinos sin llegar a la prisión, porque
esto les estaba prohibido. Conservaban también las antiguas relaciones nacidas
en la misma municipalidad; así que cuando después de la invasión francesa vino
a Avilés el regimiento de Zaragoza, destinándose destacamentos a Candas y
Luanco, estos concejos convinieron con la Villa en que se acuartelara en ella
toda la fuerza, «porque los vecinos de aquellos pueblos eran pordioseros en sus
dos terceras partes y no podían soportar esta carga». De modo que Avilés aun
se creía obligado a aliviar la suerte de los que habían pertenecido a su extensa
jurisdicción.
Pronto pretendieron seguir el mismo ejemplo Illas y Castrillón; pero
a principios de este siglo aun permanecían unidos, y en 1800 la justicia y
corregimiento de Avilés nombraba los alcaldes ordinarios para aquellos
municipios, que venían a tomar posesión a la sala capitular del avilesino
palacio; estaban a las órdenes del juez presidente de la corporación municipal,
reconociéndole los alcaldes de Illas y Castrillón como juez de apelación, y
entendía la villa en asuntos de sus antiguos alfoces como tribunal de alzada.
Y hasta tal punto era efectiva la autoridad que sobre ellos ejercía, que en una
ocasión D. Ramón Miranda protestó contra la elección del alcalde ordinario de
Illas por haber intervenido en su nombramiento dos regidores perpetuos que
habían ejercido el cargo durante la dominación francesa y jurado obediencia al
rey intruso, y esto bastó para que se anulara el nombramiento.
Sin embargo, en 1816 pretendieron de nuevo emanciparse, negándose sus
jueces a recibir la vara en la villa, por lo que el de ésta redujo a prisión al de
Castrillón. Hubo litigio, y en la Audiencia territorial se personó el Procurador
general de Avilés, alegando en su favor el privilegio de 1309, la antigua
costumbre y la escritura de concordia celebrada en 1386 con este concejo. Y,
en efecto, continuaron viniendo sus jueces a posesionarse y a jurar el cargo a la
Villa hasta el establecimiento del nuevo régimen constitucional, que cambió la
organización de los municipios; pero en 1830 aun tomó posesión en ella el juez
de Illas, y dio el tradicional yantar de vino y bizcochos.
La corporación municipal de Avilés pasó en la primera mitad de este siglo
por las vicisitudes que afligieron a todas las del reino; y según mandasen los
constitucionales o realistas, variaba su fisonomía, y los regidores salientes eran

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perseguidos y molestados por los adversarios, haciéndolos blanco de sus odios y
diferencias políticas.
Después de publicada la Constitución de 1812, se convocó por primera vez
al pueblo para la elección de Ayuntamiento, compuesto de dos alcaldes, ocho
regidores y dos procuradores síndicos; pero el número de electores era muy
reducido, no pasando de «diez y nueve », distribuidos proporcionalmente entre
las parroquias del concejo. Restablecióse el antiguo sistema con la reacción
de 1814, para cesar de nuevo de 1820 al 23, hasta que en 1820 se cambió el
organismo municipal, nombrando el Rey todos los cargos concejiles a propuesta
en terna de los Ayuntamientos, que la Audiencia elevaba al monarca, creándose
entonces el procurador del estado llano y los pedáneos de las rieras en los barrios
inmediatos a la villa.
Vivió este organismo hasta la muerte de Fernando VII, que se restableció
la legislación anterior, sustituyendo definitivamente el sistema electivo para el
nombramiento de Ayuntamientos al de la insaculación, que hemos descrito.
Celebróse la primera elección en 1835 con arreglo a la reciente ley, dando lugar a
que en Avilés hubiera reñida lucha electoral. Tenía el concejo 1577 vecinos, y de
éstos eran electores 373, acudiendo a las urnas 251, y 110 que eran elegibles; es
decir, casi lodo el censo. Componían el Ayuntamiento un alcalde, dos tenientes,
un procurador del común y siete regidores.
Desde entonces continuó sin interrupción el sistema electivo, con un censo
más o menos amplio, según la mayor o menor expansión liberal del Gobierno,
hasta que con la revolución de 1868 y la ley electoral vigente se estableció el
sufragio universal como base del sistema representativo.
En los comienzos de este siglo aun continuaban comprendidas en la
representación municipal funciones que afectan al poder público, eligiendo
el corregimiento los jueces que entendían lo mismo en asuntos judiciales que
administrativos y gubernativos, y los agentes del juzgado, por lo que en 1811,
escaseando el número de procuradores, acordó crear dos plazas más para que los
litigantes no carecieran de representación en juicio.
También continuaba a su cargo la recaudación de tributos, cuya percepción
arrendaba, subsistiendo los que anteriormente gravaban las especies de consumo
y algunas industrias, y creando por primera vez el impuesto sobre la explotación
de las minas de carbón. Avilés tenía además arbitrios especiales de carácter local,

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que en 1811 llegaron a producir 49.000 reales, y el de la sextaferia o prestación
personal, dedicado a la construcción y reparación de caminos vecinales.
Cuando los concejos que sustituyeron al antiguo alfoz ya se habían separado,
aun se reunían sus representantes para distribuirse el cupo de soldados y la
cantidad con que contribuían al sostenimiento del ejército nacional, así como
para entender en otros asuntos de carácter general y satisfacer atenciones
comunes; pero siempre aspiró Gozón a una independencia absoluta, negándose
en el año indicado a pagar la cantidad que le correspondía en la contribución de
14.750 reales destinados a cubrir atenciones del ejército asturiano. 
Y como dato final de la antigua organización municipal avilesina y de la
importancia que tuvo, no omitiremos que Avilés figuró desde los primeros
tiempos en sitio preferente en la histórica junta general del Principado, asamblea
foral, peculiar de Asturias hasta el primer tercio del siglo actual. La villa y sus
procuradores se nombraban inmediatamente después de la ciudad de Oviedo
y los suyos, ocupando el primer asiento de la izquierda desde el siglo XV, salvo
pequeña intermitencia; pues si en 1676 se le disputó Villaviciosa, se acordó
guardar la vieja costumbre. Para el nombramiento de la diputación permanente,
era cabeza del partido de su nombre, comprendiendo los ayuntamientos de
Avilés, Carreño, Gozón, Corvera, Lena, Aller y Labiana, y elegía el segundo
diputado, por corresponder el primero á la capital.

IV
Emprendiéronse por el Ayuntamiento, durante la primera mitad de este siglo,
obras de verdadera importancia, que prepararon el cambio radical operado en la
villa posteriormente.
Derribóse en 1818 la antiquísima muralla que aprisionaba el pueblo,
reduciéndole al cercado recinto, reforma que exigía su creciente desarrollo por
no ser ya necesaria, pues el espíritu guerrero que caracterizaba los siglos medios
había cesado, y los pueblos cambiaran las aficiones bélicas por la industria y
comercio, a las que dedicaban sus energías. Tampoco debía impedir la demolición
su belleza arquitectónica, porque si era un muro robusto de sólida construcción
y fortaleza, en cambio carecía de mérito artístico, y únicamente por venerable
respeto a su ancianidad merecería conservarse; pero las ineludibles necesidades

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de la vida local impidieron a los avilesinos pagar este tributo a sus gloriosas
tradiciones.
En 1826 se derribó también la histórica torre de la Plaza, de la que fuera
Castellano el Conde de Canalejas y sirviera de prisión durante el período de la
Edad Media a muchos reos políticos en las frecuentes contiendas que los nobles
sostenían con el monarca, llenándose de prisioneros portugueses en tiempo
de la guerra de sucesión, y sirviendo más tarde de cárcel, aunque por su mal
estado no ofrecía seguridad. Empleáronse los materiales en la construcción de
la actual cárcel de partido, que en aquella fecha fue un buen edificio; pero hoy
no satisface las exigencias de la moderna ciencia penitenciaria, siendo, por otra
parte, inconveniente su conservación en el sitio en que está emplazada, por ser
una de las calles más céntricas y concurridas del pueblo.
En esta época se tomó al mar mucho terreno y se iniciaron las obras de
encauzamiento de la ría, que se realizaron en nuestros días, dejando reducido
aquel, anchuroso puerto que llegaba a Trasona, la Magdalena y Tuluergo, a las
aguas que corren aprisionadas entre los malecones que las encauzan hasta la
barra y grandiosa dársena de San Juan de Nieva.
Esto permitió la construcción en el muelle del antiguo paseo del Bombe, que
por muchos años sirvió de solaz y esparcimiento a nuestros mayores, hasta que
los progresos recientemente realizados lo hicieron desaparecer, para con grandes
y costosos terraplenes sustituirlo por el hermoso Parque que tanto contribuye a
convertir a Avilés en uno de los pueblos más alegres y adelantados de la provincia.
Entonces se concedió también a D. Antonio Ruiz el cerramiento de las
Huelgas, que produjo, con la renovación del cieno y estancamiento de las
aguas, mortífera y pertinaz epidemia de fiebres palúdicas, que por fortuna
desaparecieron a medida que los terrenos se fueron saneando, para convertirse
en fincas de labor y extensas praderías que no tardarán en urbanizarse y formar
parte de la villa.
Todo se preparaba en Avilés al terminar la primera mitad del presente siglo
para que el tráfico mercantil, paralizado durante el período de decadencia de
la pasada centuria, se animara a impulso de la mayor expansión y energía que
las nuevas ideas produjeran, desarrollándose la actividad comercial por modo
prodigioso, y creándose industrias hasta entonces no explotadas, que aumentaron
considerablemente la riqueza y bienestar del pueblo.

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En esta época comienza a extraerse en grande escala el carbón mineral en las
minas de Arnao y Santo Firme, próximas a Avilés; créanse fábricas de vidrio,
tejidos, fundición de hierro, curtidos, harinas y otros artículos industriales.
La Real Compañía Asturiana levanta en el cercano concejo de Castrillón
altos hornos de fundición de zinc, que alimentan numerosa población obrera;
aumenta considerablemente el mercado de ganado; se hacen grandes compras
de avellana y manzana para Inglaterra; créase la industria naviera de la carrera
de América, que vivió hasta que la navegación de vapor concluyó con los buques
de vela; impórtanse directamente frutos coloniales al por mayor, especialmente
azúcar y cacao; tráense fuertes remesas de maíz y trigo de Rusia y de los Estados
Unidos; se establecen grandes depósitos de madera del Báltico, y se desarrolla,
en fin, notoria actividad económica, con la que bien puede asegurarse que Avilés
entró decididamente en la vida moderna, abriendo nuevos cauces de prosperidad
a su creciente desarrollo.
Pero cuando el progreso de los tiempos cambió la dirección de la corriente
social, y a la incesante lucha sin tregua ni descanso sucedió la actividad industrial
y mercantil de los pueblos modernos, Avilés, dejándose impresionar por la
influencia que ejercieron en el mundo estos poderosos agentes, puso en acción
sus energías para no dormirse sobre las glorias del pasado y seguir el camino de
progreso que aquéllos le trazaban.
Fuera un pueblo esencialmente naviero aprovechando las excelentes
condiciones de su puerto, el mejor y más extenso del litoral cantábrico, según
afirman los historiadores y tuvimos ocasión de observar en el curso de este
trabajo; pero el arrastre continuo de las arenas de Nalón, arrojadas por las
corrientes a nuestra costa, fueron poco a poco enterrándole hasta hacerle casi
inservible para el comercio marítimo y la navegación de altura a mediados de
este siglo.
Ya en el reinado de Felipe II, alarmados los avilesinos por los desastrosos
efectos que los aterramientos producían, pensaron en encauzar la corriente por
medio de empalizadas que evitaran el ensamblamiento de la ría y produjeran
un canal con la profundidad necesaria para que los buques pudieran subir sin
dificultad hasta el cay de la villa, en el que, como dijimos oportunamente, se
amarraban en aquella época navíos cargados con 2.000 fanegas de trigo.
La que en el siglo XIII fuera extensa ensenada con cuatro y cinco metros de

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calado a baja mar de mareas equinocciales, cuando Ruipérez preparaba en el
campo de Bogaz las aceradas naves que llevó al Guadalquivir, se convirtiera en
ría en el XVI al aprestar Pedro Menéndez las carabelas que le condujeron a la
Florida, llegando a ser junqueras lo que antes fueran profundos fondeaderos,
como hoy son tierras de labor y fértiles praderías. 
Concedió Felipe II la sisa que el Consistorio le pidió, cuando todavía el
puerto figuraba como uno de los mejores del litoral cantábrico, por lo que el Rey
le designara para exportar las lanas españolas a los mercados extranjeros, y en él
residía la autoridad superior de marina y el administrador general de las salinas
del Principado.
No se realizaron, sin embargo, las obras proyectadas, ni se construyó a
la entrada del puerto el cay necesario para evitar que los accidentes de mar
ocasionaran frecuentes desgracias a los navíos que hacían el comercio con la villa,
llegando a nuestros días sin llevar a cabo los trabajos de defensa indicados; pero
se ha concluido recientemente un camino de sirga que, rodeando la montaña
en que estaba situado el castillo de San Juan de Nieva, hoy ocupado por el faro,
prestará auxilio a las embarcaciones quo vengan corriendo un temporal y tomen
el puerto en malas condiciones (13).
Así continuaron las cosas hasta que, algún tiempo después, D. Martín
Menéndez, Adelantado de la Florida, llamó nuevamente la atención del
Consistorio acerca de la falta de corrientes y calado, ofreciendo la madera
necesaria «para construir una estacada a los lados de la ría, a fin de que no se di
vertieran las aguas y vinieran por su madre y corriente, para que ellas mismas con
su pujanza limpiaran y arrastraran la arena, dándola cada día más profundidad».
Aceptó la corporación municipal el generoso ofrecimiento de este ilustre
avilesino, y nombró una comisión que llevara a cabo el proyecto, poniéndose
de acuerdo con alguno de los extranjeros entendidos en esta clase de obras que
solían venir a Avilés. Mas tampoco se ejecutaron, y continuó la ría aterrándose,

(13) Está también a punto de construirse en este mismo sitio un semáforo que, poniéndose
en comunicación con los buques que se acerquen al puerto, sepan cuándo lo pueden tomar
sin dificultad; y la humanitaria Sociedad de Salvamento de Náufragos proyecta establecer
en San Juan de Nieva una bien montada estación, con los aparatos necesarios para prestar
auxilio a los barcos que cruzan la inhospitalaria costa asturiana en los borrascosos días del
invierno.

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hasta el extremo de tener dificultad para atracar al muelle a mediados del pasado
siglo los buques que a él venían, quejándose el Comisario de marina de que
estaba cegado por la piedra y lastre que aquéllos arrojaban.
Y, en efecto, reconocido por el Procurador general y dicho Comisario
de marina en Asturias, se consideró necesario hacer obras de limpia, que se
realizaron por cuenta del común de la villa, después de ruidosa polémica entre
el Consistorio y este funcionario, por entender aquél que, habiéndole privado
del derecho de nombrar Alcalde de mar y de la jurisdicción que esta autoridad
municipal ejercía como capitán de puerto, no tenía obligación de reparar los
muelles, ni limpiar la ría de la tierra y lastre mencionados.
Mas a pesar de las grandes obras que se ejecutaron, la entrada del puerto
y la navegación dentro de él fue ofreciendo cada día mayores dificultades por
lo mucho que disminuía el calado, hasta el punto de considerar próximo su
completo aterramiento a mediados de la presente centuria, si prontamente no se
ponía remedio al mal, realizándose los trabajos de canalización proyectados en
el reinado de Felipe II.
El remedio era urgente, y no se podía perder tiempo si Avilés había de
recobrar su primitiva importancia; pero carecía de recursos para llevar a cabo
obra tan costosa sin auxilio del Estado.
Ocurrió a la sazón la regia visita de la Reina doña Isabel II, entusiastamente
acogida en la villa, y aprovecháron los avilesinos tan propicia oportunidad para
que la augusta soberana conociera el lamentable estado en que el puerto se
encontraba, inclinando su magnánimo corazón o apoyar cerca del Gobierno la
ejecución del proyecto de mejora por el Ayuntamiento solicitado, obteniendo
el celoso Diputado D. Estanislao Suárez Inclán que el encauzamiento de la ría,
estudiado por el ilustrado ingeniero D. Pedro Pérez de la Sala, se realizara por la
nación y el pueblo, comprometiéndose éste a pagar la mitad de su costo, para lo
que se le concedieron arbitrios especiales.
Inmensa fue la alegría con que Avilés recibió tan fausta nueva, y grande su
gratitud para el ilustre representante en Cortes, que consiguió se subastaran
las obras a principios de 1860, inaugurándose a poco los trabajos, en los que la
villa cifraba sus esperanzas. Pero los años pasaban sin que se les viera adelantar,
estrellándose las enérgicas gestiones del Sr. Suárez Inclán con la rémora
del expediente oficial, que esteriliza las más generosas iniciativas; y como el

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Ayuntamiento no tenía intervención en ellos ni se atendían las reclamaciones
que formulaba, no pudo evitar que llegara el 1871 sin estar terminados.
Por el contrario, el Estado apremiaba para cobrar la mitad de la cantidad
invertida (próximamente tres millones de reales); carecía el Ayuntamiento de
recursos para satisfacerla. y tras de mucho gestionar, no había medio de eludir
el pago.
Con tan críticas y angustiosas circunstancias coincidió la reunión en
Asamblea nacional de las dos Cámaras, con motivo de haber renunciado el trono
de España el caballeroso y magnánimo Rey D. Amadeo I; y el representante en
Cortes de la villa (14), contando con el valioso apoyo de su inolvidable amigo
don Cristino Martos, presidente del Congreso, a cuya memoria consagramos
eterno recuerdo de gratitud, presentó una proposición de ley pidiendo que se
le condonara la cantidad de 761 .681 pesetas que le reclamaban por los trabajos
ejecutados, relevándola de la subvención del 60 por 100, y encargándose el
Estado de terminar las obras proyectadas y prolongar los malecones hasta
debajo del faro, para asegurar la entrada y construir un buen puerto comercial,
dando a la barra y ría el calado necesario para que pudiera ser visitado por
buques de alto bordo. Y consignamos con satisfacción que Avilés contó para la
aprobación de este proyecto de ley con el espontáneo y patriótico concurso de los
Diputados y Senadores asturianos, que formaron parte de la comisión, a los que
el Ayuntamiento avilesino expresó oportunamente su reconocimiento.
De este modo la ley de 7 de Marzo de 1837, además de librar al pueblo
del pago de la enorme cantidad que se le exigía, fue firmísimo cimiento de
su porvenir y progreso, y punto de partida de los importantes trabajos con
posterioridad realizados. A ella se debe la construcción de la hermosa dársena
de San Juan de Nieva; la preciosa carretera que la une con la villa; las obras de
encauzamiento del río Raíces; las que se ejecutaron en el muelle local, aun no
terminadas; las de prolongación del malecón del Este para que desapareciera la
barra: el camino de sirga que se construyó por debajo del faro; el canal abierto
a través de la Rechalda para dar paso a los grandes vapores que con frecuencia
llegan a la dársena; las de limpia completa de la ría y extracción de peñas que la
obstruyen, dándole un calado mínimo y uniforme de cinco a seis metros: y por
último, las que se consideren necesarias para ultimar el proyecto de reforma del
(14) Ejercía este cargo el autor de este trabajo.

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puerto, hoy uno de los mejores de la costa cantábrica, cuyo estudio realizó con
notable acierto el ilustrado ingeniero D. Carlos Larrañaga, después director y
contratista de las obras mencionadas.
Ofrece sobre otros la ventaja de ser fácilmente abordable con los vientos
del tercero y cuarto cuadrante, tan peligrosos en la costa asturiana durante el
invierno, circunstancia providencial que aprovechan las lanchas y vapores
de pesca, cuando les sorprende la tormenta, para refugiarse en él y esperar
tranquilamente a que el tiempo abonance.
¡Cuántas lágrimas e infortunios se han evitado en estos últimos años con las
obras que el Estado ejecutó en San Juan de Nieva! Grande fue el sacrificio que se
impuso; pero se ha conseguido tener un excelente puerto comercial por donde
se exportan los abundantes veneros de carbón que encierran nuestras montañas,
habiendo aumentado tan considerablemente la exportación de este mineral
por la hermosa dársena avilesina, que excede las más lisonjeras previsiones, y
todo hace esperar que cuando la Compañía del Norte transforme y acreciente
su material, el embarco de carbón será mucho mayor, por la facilidad con que se
hacen las operaciones de carga y descarga, merced a las grúas de gran potencia
que el Sindicato minero estableció en los muelles.
Pero de nada servirían las costosas obras realizadas en el puerto, si a la vez no
se hubiera construido el ferrocarril que pone a Avilés en comunicación con las
cuencas carboníferas de Asturias y el interior del reino (15).
Era una necesidad primordial que demandaba el porvenir de esta importante
comarca, separada del movimiento general desde que la construcción del
ferrocarril de León a Gijón la dejara olvidada, con lo que padecían el comercio
e industria amenazados de muerte por falta de vías de comunicación, si se les
condenaba al aislamiento, haciendo infructuosos los importantes trabajos que
en el puerto se estaban realizando.
El horizonte estaba cerrado por todas partes; pero el ánimo esforzado de los

(15) Hasta la mitad del presente siglo solamente tenía Avilés medianos caminos vecinales,
y uno de éstos era su única comunicación con Oviedo. De 1847 es la carretera proyectada y
dirigida por el ingeniero D. Severo Robles, que se construyó con un empréstito provincial,
bajo la acertada dirección y administración de una celosa junta, en la que figuraban don
Juan Ruíz Cermeño, jefe político presidente; D. Francisco J. Sierra, D. Juan Coll y Malats,
D. Antonio de Llano Ponte,- vocales, y D. Benito Canella Meana, secretario.

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entusiastas avilesinos no decaía, y antes bien la adversidad los alentaba, fiando
más en sus propias fuerzas que en el auxilio extraño.
El Ayuntamiento agitaba la opinión a fin de reunir en la villa los recursos
necesarios para construir la línea con capital propio, a falta de contratista que la
tomase con la subvención que las Cortes le concedieran en 1873.
Pero anunciada la subasta del ferrocarril de Villabona a San Juan de Nieva sin
esperar la terminación de la línea general de León a Gijón, la obtuvo la sociedad
«Crédito general de ferrocarriles», sobre la base del proyecto del reputado
ingeniero D. Salustio G. Regueral, dejando transcurrir el plazo estipulado
sin dar cumplimiento al contrato, por lo que fue necesario conseguir la ley de
prórroga de 1886. Una feliz coincidencia puso entonces al autor de esta modesta
reseña histórica en condiciones de sorprender a su pueblo natal con la noticia de
que la Compañía de los Caminos de hierro del Norte había tomado en traspaso
la concesión, y muy pronto daría comienzo a los trabajos.
Grande fue el entusiasmo con que se inauguraron en lº de Junio de 1887, y para
siempre memorable el banquete del Circo de Somines en el que fraternizaron las
personas notables de Avilés, brindando con verdadera alegría por su venturoso
porvenir; y no es necesario recordar las ligeras nubes que después empañaron
por poco tiempo el cielo azul de aquella brillante fiesta, por fortuna disipadas
para bien de la villa, a la que sus hijos consagran con entusiasmo los poderosos
esfuerzos de su energía, a fin de elevarla a la altura de los pueblos más adelantados.
Tres años solamente se emplearon en la construcción de la línea (16),
inaugurada con indecible júbilo el 6 de Julio de 1800, con la que se complementan
las obras del puerto, abriendo estos dos grandes elementos de pro¬greso anchos
cauces y lisonjero porvenir al hermoso pueblo, para que recobre la impor¬tancia
que tuvo en los pasados siglos.

V
No menores esfuerzos hizo Avilés en la presente centuria por la cultura de
todas las clases sociales, y por el progreso moral y material de los elementos que
influyen en su bienestar.
(16) Fue contratista y constructor de este camino de hierro el Excmo. Sr. Conde de Sizzo-
Noris, ingeniero italiano.

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La instrucción pública, que llegara a su mayor apogeo en los siglos XVI y
XVII, sufriendo mucho en el período de la decadencia, principia a renacer en
los comienzos del actual, merced a los acertados trabajos de la corporación
municipal para impulsar y difundir la enseñanza, estableciendo escuelas de
niños y niñas en todas las parroquias, dirigidas por profesores de ambos sexos
que hubieran demostrado su suficiencia en certámenes públicos.
A fin de despertar en los jóvenes afición al estudio, se crearon premios para
los que se distinguieran por su aplicación y aprovechamiento, acuñándose en
1815 medallas conmemorativas, con las que en sesión pública del Ayuntamiento
se galardonaba a los que las habían merecido en los exámenes, sirviéndoles de
aliciente para en adelante, y de estímulo a los que no las hubieran obtenido.
Estas recompensas al trabajo infantil produjeron los más lisonjeros
resultados: y para que el interés de los alumnos fuera en aumento, creóse la fiesta
de los niños, que se celebra anualmente en uno de los días de las ferias de San
Agustín, formando parte del programa de festejos, con alegre procesión cívica
de maestros y discípulos hasta el palacio municipal, donde se hace la solemne
distribución de diplomas y medallas de oro y plata en recompensa del estudio y
aprovechamiento de los jóvenes que sobresalen y se distinguen durante el año
por su laboriosidad y aplicación.
Tiene Avilés once escuelas públicas de primera enseñanza: una superior,
cuatro elementales, una incompleta de niños y cinco elementales de niñas.
También se atendió con interés al desarrollo de la segunda enseñanza,
creándose por los padres de familia una especie de instituto con carácter
particular, en el que se estudiaban las asignaturas correspondientes a los tres
primeros años de latinidad; y después que el reglamento de 1861 dio amplitud
a los estudios privados, fundóse el Colegio de la Merced, bajo la dirección del
docto profesor D. Domingo Álvarez Aceval, que, con gran acierto, estableció
la enseñanza de humanidades y asignaturas del bachillerato, carrera mercantil y
otras de preparación para escuelas especiales, prestando gran servicio a la cultura
avilesina.
A mediados de esta centuria, el Ayuntamiento se encargó del ex-convento de
San Francisco, por concesión del Gobierno, después que las monjas clarisas lo
abandonaron para trasladarse a Oviedo, y en un pabellón del antiguo edificio, se
constituyó, por entusiastas hijos de Avilés, una sociedad filarmónica y recreativa

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titulada El Liceo, que se dedicó, en primer término, a la enseñanza de música
a los jóvenes de la villa, y sostenimiento de una buena banda para distracción
del pueblo, aprovechando parte de él para celebrar reuniones de confianza los
jueves y domingos, a las que concurrían las familias de los socios y forasteros,
atraídos por la fama que en la provincia adquirieran los celebrados bailes de esta
sociedad en determinados días del año, y con especialidad durante las ferias de
San Agustín.
Procuró también Avilés estimular la enseñanza popular entre los artesanos,
y al efecto siguiendo el ejemplo de la Sociedad Económica de Amigos del País,
de Asturias, que en 1879 creó la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, en la
misma fecha, y por iniciativa de los vecinos de Avilés, se estableció en la villa,
primero con subvención del Ayuntamiento, y después del Estado, otra Escuela
de la misma clase con enseñanzas de carácter general relacionadas con todos los
oficios, y otras que, sin ser de inmediata aplicación, son muy útiles para fomentar
la afición al estudio y mejorar las condiciones morales de la clase obrera.
La institución progresa de día en día y aumenta considerablemente la
matrícula, favoreciendo el adelanto que se nota en las clases orales y gráficas
las disposiciones oficiales del decreto de 1886, que facilita y estimula los
conocimientos populares. Si no han podido establecerse aun talleres destinados
al estudio práctico, por carecer de recursos, se procuró subsanar la falta
interesando en la instrucción del obrero a los maestros, capataces, jefes de obras
e industrias particulares, muchos de ellos alumnos aventajados de la Escuela,
que toman a su cuidado la benemérita y patriótica labor de dirigir con acierto y
aprovechamiento a los jóvenes aprendices en la enseñanza experimental de las
asignaturas en que están matriculados.
Las clases nocturnas han dado excelentes resultados, pues son muchos
los alumnos que de ellas salen para ocupar plazas de maestros de obras, de
maquinistas o de artistas aventajados en sus respectivos oficios, correspondiendo
a los sacrificios que la villa se impone para sostener este centro de enseñanza en
favor de la clase obrera, a fin de facilitar su ilustración y cultura.
La Escuela, por acuerdo del Ayuntamiento, amplió ha pocos años el cuadro
de sus asignaturas con las clases de música teórica y práctica, encomendando
al celo incansable de la junta directiva la excelente banda municipal, de la que
forman parte honrados trabajadores que dedican las horas de descanso a tan

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agradable estudio para proporcionar al pueblo recreo y distracción (17).
Emulando los progresos de esLo benemérito instituto, la municipalidad ha
creado clases nocturnas para mujeres, bajo la acertada di¬rección de la maestra
superior Doña Genero¬sa Castilla, y son muchas las alumnas pobres que en
ellas se matriculan, para recibir, con éxito lisonjero, diaria y gratuita instrucción
después que dejan el trabajo.
Y por lo que se refiere a otros ramos de la cultura pública, consignamos con
gusto que en 1865 se estableció en Avilés la primera imprenta, asociándose varios
vecinos para publicar El Eco, al que siguieron otros periódicos a medida que el
famoso invento de Guttenberg tuvo más talleres, hasta El Diario de Avilés, que
avanza en el año X de su creación.
Celebráronse también Juegos Florales en 1892, siendo premiadas en este
certamen científico-literario la Historia de Avilés y su concejo por D. David
Arias, a la que tantas veces nos hemos referido en este trabajo, y la Memoria de D.
Castor Álvarez Aceval sobre el Porvenir de Avilés con relación a la Agricultura,
Industria y Comercio, trabajos ambos dignos de ser conocidos de los hombres
de estudio, en los que encontrarán mucho bueno que aprender.
También merece fijar nuestra atención, siquiera lo hagamos sobriamente, el
progreso que alcanzó la industria y el comercio de Avilés en la presente centuria.
De muy antiguo conocíamos los renombrados productos de alfarería de loza
común de Miranda, que algunos remontan con la vieja industria de calderería
de cobre de Villalegre a los tiempos de la dominación romana; y no menos
crédito alcanzaron los renombrados telares de lino que, según González de
Posada, proveían de lienzo y calcetas a todos los regimientos provinciales del
Reino; así como los hornos de cal que se beneficiaba en gran cantidad para surtir
las provincias limítrofes (18), y en la edad presente los talleres de vidrio plano
que desde su instalación fueron superiores a los tan renombrados de Marsella y
compiten ventajosamente con ellos.
(17) Asociado al nombre e importancia de la Escuela de Artes y Oficios de Avilés irán
siempre el de sus generosos iniciadores y profesores, ya difuntos, D. Gregorio Zaldúa. D.
Julio García Zabala, D. Gregorio Bango y Zaldúa, D. Manuel G. Buria, D. Lorenzo
Alvarez Aceval, para los cuales guardan la villa y los alumnos de este centro de enseñanza
perdurable recuerdo de gratitud.
(18) Hoy aun existen los acreditados hornos de cal de los Sres. Bango, Herederos do D.
Bonifacio de las Alas, y de algunos otros industriales que la producen en menor cantidad.

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Pero cuando la industria avilesina tomó mayor vuelo fue desde mediados de
este siglo; y sin dejar de consignar la importancia que para la villa tienen las
explotaciones mineras de Llumeres en Gozón, Santa María del Mar. Santo
Firme v Ferroñes, enclavadas en concejos limítrofes, merecen mención especial
la grandiosa fábrica de fundición de zinc de la Real Compañía Asturiana en
Arnao; la de harina «El Aguila» de los Sres. Mesa Oria y hermano, con instalación
austro-húngara, movida por potente salto de agua: las de vidrio plano de los
Sres. Orobio y Compañía, establecida en 1844, y de Ibarra, Pola y Compañía,
ambas importantes; la sierra mecánica de vapor y almacén de maderas en grande
escala del señor Cueto; los telares de tejidos de lino de Mareuse; la fábrica de
curtidos de Rodríguez Villamil, v las de fundición de hierro de García López y
Manzaneda, que van tomando incremento.
Es asimismo digna de tenerse en cuenta, por la importancia que en estos días
va adquiriendo, la industria pesquera, que, ejercida con éxito por los atrevidos
mareantes de Sabugo en la Edad Media, viniera muy a menos en la segunda
mitad del siglo pasado, para renacer en estos últimos años con más brío, y llegar
a constituir en Avilés un poderoso elemento de riqueza por los muchos vapores
que a ella se dedican, proporcionando ocupación a numerosos artesanos que,
cuando carecen de trabajo en sus respectivos oficios, buscan en las rudas y
peligrosas faenas del mar el sustento de sus hijos y el bienestar de sus familias.
Y no menores progresos realizó el comercio avilesino en la segunda mitad de
este siglo, aumentando considerablemente el de importación y el movimiento de
la aduana (19) desde que se abrió al servicio público la gran dársena de San Juan
de Nieva, en todo género de mercancías, pero especialmente en ultramarinos,
maderas, cereales, brea, calamina, hierro y otros artículos. Y por lo que se refiere
al de exportación, el crecimiento y desarrollo es aún más notable, figurando
en primer término el carbón de piedra, cuya salida aumenta por modo tan
importante, que habiéndose embarcado en 1894 solamente 37.000 toneladas,
subió la exportación a 110.000 en el año siguiente, y casi llegó a 200.000 en el 96,
siendo de esperar se eleve a cifra más respetable en los años sucesivos, a medida
que se vayan terminando las obras del puerto, que cuenta ya con potentes grúas
de vapor para efectuar las operaciones de carga y descarga con la rapidez que
exige el comercio marítimo, a fin de que los vapores se detengan en la dársena el
(19) Recientemente se elevó á la categoría de primera clase.

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menor tiempo posible. Son también de importancia las exportaciones de zinc,
vidrios, cal, frutas y otros productos del país (20).
El mercado local de los lunes, creado por los Reyes Católicos para repoblar la
villa, es muy abundante y concurrido, y continúan siendo muy renombradas las
ferias de San Roque, y principalmente las de San Agustín, que el Ayuntamiento
ameniza con fiestas y regocijos, para distracción de los muchos forasteros que en
estos días visitan el pueblo.
De suerte que nada le falta a Avilés para que su industria y comercio prosperen
rápidamente, merced a los poderosos elementos de que dispone, haciéndose
notar por modo tan considerable el aumento de población desde que se abrieron
al tráfico el ferrocarril y el puerto, que ya se deja sentir la carencia de viviendas
para las muchas familias que trasladan su residencia á la hermosa y floreciente
villa.

VI
No menor desarrollo adquirió Avilés en orden a las mejoras locales, y bien
puede afirmarse que inició este importante movimiento el entusiasta avilesino
D. Juan de Llano Ponte, con la construcción de la calle que lleva su nombre
y la extensa barriada para obreros que en ella edificó. Imitaron su ejemplo
otros ricos convecinos, amantes del progreso avilesino; y unos con capital
ganado honradamente en el pueblo, y otros con inteligencia y laboriosidad
adquirido en América, construyeron y reedificaron numerosas casas, mientras la
administración municipal mejoraba las calles y paseos, consiguiendo transformar
en pocos años la histórica villa, hoy una de las más bellas de la provincia.
Para tan rápido progreso fueron necesarias grandes reformas en todos
los servicios municipales, realizadas con perseverante entusiasmo por los
Ayuntamientos que se sucedieron en la celosa administración de los intereses
comunales, llevándose a cabo mejoras que llaman justamente la atención a
cuantos visitan el pueblo de Pedro Menéndez, a pesar de los pequeños recursos de
que el erario municipal podía disponer; pero la constancia y energía desplegadas
(20) El movimiento de buques en el puerto de Avilés durante los años 1894 y 95 fue el
siguiente: Entraron en el primero 172 de vapor y 119 de vela, y salieron 154 y 60: en el
segundo entraron 232 de vapor y 77 de vela, y salieron 324 y 84 respectivamente.

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suplieron lo que faltaba para dotar a Avilés de los elementos de cultura que
poseen otras poblaciones.
De este modo pudo construirse el hermoso Parque del Muelle, para lo que fue
preciso expropiar costosa barriada, adquirida en condiciones ventajosas, y gastar
respetable suma en terraplenar profundos o insalubres barrancos, convertidos
en preciosos jardines.
Con obras semejantes se hizo el Parque del Retiro sobre la pantanosa marisma
de las Meanas, transformada en frondoso bosque y delicioso paseo apartado del
bullicio, con extenso velódromo que responde a las modernas exigencias del
sport y ciclismo, para pagar tributo a la voluble moda.
Edificóse también sobre terrenos no ha muchos años bañados por el mar, y
teniendo que hacer costoso terraplén, la grandiosa plaza de las Aceñas, cerrada
por más de treinta edificios iguales, de elegante y sólida construcción, con frente
a cuatro calles y espacioso soportal al interior que sirve de abrigo y cómodo paseo
en el invierno y días de lluvia. Se cometió, sin embargo, el error de construir en
el centro un mercado cubierto, que la hace desmerecer por el mal efecto que
produce, y es de esperar se traslade a otro sitio, dejando para jardines la extensa
explanada que ocupa dentro de la espaciosa plaza, gallarda muestra de la riqueza
de la villa, y de los alientos y patriotismo de los avilesinos para impulsar a su
pueblo por el camino del progreso.
De otras obras pudiéramos hablar no menos importantes, como la
construcción de escuelas, macelo, lavaderos cubiertos, abastecimiento de aguas,
prolongación de la moderna calle de la Cámara y magnifico cementerio de la
Carriona, etc.
Debe Avilés valiosa mejora a la generosa iniciativa de uno de sus hijos
predilectos, el Excmo. Sr. Marqués de Pinar del Río, que ha querido compartir
con él su cuantiosa fortuna, dándole magnífica instalación eléctrica para el
alumbrado público, sin dispendio alguno para el pueblo, que corresponde con
merecida gratitud al cariño del ilustre compatriota que no olvida el hogar nativo
y contribuye como el que más a su rápido progreso.
Otros entusiastas hijos de las parroquias limítrofes las favorecieron con
importantes mejoras; pero descuella sobre todas y merece especial mención el
hermoso Villalegre, que, confirmando la razón de su nombre, une a las bellezas
del paisaje elegantes y caprichosas construcciones modernas y casas de campo

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que le dan aspecto y consideración de villa.
Ya de antiguo realzaban su importancia las solariegas casas de Quirós,
Miranda, Velarde, Menéndez y otras; pero recientemente se transformó con los
preciosos jardines que rodean los chalets, hoteles y otras lujosas edificaciones
situadas en la carretera de Oviedo y calle del malogrado «Rafael Suárez», a quien
Villalegre consagra perdurable recuerdo de gratitud por su amor al pueblo en
que nació y generosas iniciativas para mejorarle, secundándole en tan prestigiosa
labor otros parientes y convecinos, como él interesados en convertirlo en
delicioso y próspero barrio de Avilés.
Cambios y mejoras tan radicales no significan que la villa haya llegado a
la meta de sus aspiraciones: otros muchos proyectos, algunos ya en vías de
realización, harán más visible su progreso.
Ha poco más de un año que el Reverendo Sr. Obispo de la diócesis, Fray
Ramón Martínez Vigil, inauguró con gran solemnidad la construcción de un
grandioso templo, dedicado a parroquial de Santo Tomás, sobre el solar del
antiguo monasterio de la Merced, cedido por el Estado al Ayuntamiento, y es de
esperar que las obras se realicen por el inteligente contratista que las tomó a su
cargo con la actividad que demanden las crecientes necesidades de la población.
Proyéctase asimismo la construcción de un mercado cubierto para la venta de
pescados y carnes frescas al lado del hermoso puente metálico que cruza la ría y da
paso a la carretera de Luanco; la de una cárcel de partido con buenas condiciones
higiénicas y penitenciarias; un teatro, cual lo demandan los progresos de la villa,
y nuevas escuelas con la subvención a que el Ayuntamiento tiene derecho por sus
gastos de enseñanza.
Con estas y otras mejoras proyectadas, Avilés habrá completado su reforma,
colocándose a la altura de los pueblos más cultos y adelantados.
Hay que recordar lo que fue en los belicosos tiempos de su gloriosa historia
y aun a principios de este siglo, para poder apreciar la importancia de su
transformación. Hasta entonces le caracterizaba un sello de antigüedad tan
marcada, y de tal modo conservaba impresas en su fisonomía las huellas del
pasado, que bien pudo afirmar el docto escritor asturiano, Sr. Arias de Miranda,
que era un pueblo linajudo de infanzones e hijodalgos en el que predominaban
las remembranzas nobiliarias de la Edad Media. Los Quiñones, las Alas, los
Menéndez y otras aristocráticas familias influían poderosamente en él, y resueltos

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y valerosos le defendían con bravura, como después se lanzaron a las atrevidas y
arriesgadas empresas del Atlántico, al que llevaron su aventurero carácter para
limpiar de corsarios el mar y conquistar nuevas tierras para la corona de Castilla.
Mas a impulso de recientes y transcendentales cambios la heráldica y murada
villa se transformó por completo en su urbanización y ensanche, recibiendo más
valiosa vida al dirigirse la actividad, inteligencia y laboriosidad de sus hijos por
nuevos derroteros, para convertirle en pueblo más que rejuvenecido, casi nuevo.
Hoy tiene Avilés anchas y limpias calles, algunas con los característicos
soportales que recuerdan el pasado; bellos parques con hermosos jardines en los
que se cultivan plantas delicadas que la cultura del vecindario respeta; modernas
y elegantes construcciones; tranvía de vapor a la extensa playa de Salinas, donde
se reúnen durante el estío numerosos forasteros que con tan fácil medio de
transporte están en constante comunicación con la villa; cómodos vaporcitos de
baños a San Juan de Nieva; alegres cercanías; fértiles campiñas, y fáciles vías de
comunicación con los pueblos de la comarca.
Tiene también elegantes cafés, fondas y casas de huéspedes; bazares y
comercios bien surtidos; sociedades de recreo, entre las que sobresalen el Casino,
con lujosos salones en los que se reúne la sociedad más distinguida y se dan
renombrados bailes que son muy concurridos; el Círculo de Artesanos, en el que
los obreros se asocian a los muchos particulares que a él pertenecen, y se celebran
frecuentes reuniones nocturnas amenizadas por la sección de declamación
con funciones de teatro perfectamente representadas, y por último, el Casino
Industrial, del que también forman parte artesanos que viven en buena armonía
con socios de más elevada alcurnia, demostrando la facilidad con que los
honrados trabajadores se adaptan al trato de la buena sociedad, prefiriéndola a
los antros donde el vicio debilita las fuerzas físicas y desmoraliza las costumbres.
Esto prueba que Avilés ha vencido los obstáculos que se oponían a su progreso,
y que, tanto por el incansable esfuerzo de sus hijos, como por la honrada e
inteligente gestión de los intereses públicos, entró de lleno en el período de
prosperidad a que le llevan la dulzura del clima, las excelentes condiciones del
puerto, el entusiasmo y actividad incansable de la representación municipal y la
enérgica protección del Estado, al que debe eterna gratitud por las cuantiosas
sumas invertidas en obras importantes que contribuyeron poderosamente a
dotarlo de los elementos necesarios para asegurarle un brillante porvenir.

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Bien lo merece la animosa villa, todavía nota brillante, alegre y característica
de su pasado en el noble Principado asturiano.
La facilidad en las comunicaciones; el trato frecuente de unos pueblos con
otros y su unión con la capital de la monarquía; el carácter universalizador de
las leyes y los adelantos modernos en ciencias y artes, industria y comercio,
que llevaron a todas partes innovaciones y progresos, hicieron desaparecer los
últimos restos de la vida local, para imponer a los pueblos el sello de igualdad
imperante en toda la nación; pero aun quedan en antiguos municipios huellas y
recuerdos que dejaron impresas su historia y antecedentes con relación o lo que
fueron en las pasadas edades.
Esto acontece en Avilés, abrillantado con las galas de la naturaleza, para ser,
según pública voz y fama, la villa risueña y animada; por sus hijos siempre querida
con acendrado amor y patriotismo, ayer coronada con glorias imperecederas e
impulsada hoy por vías de progreso, y en lodo tiempo famosa por la tradicional
hermosura de las avilesinas, que con gracia peregrina señaló el buenísimo
Campoamor, prez de Navia y honor de Asturias, en «Los Caminos de la villa»,
diciendo:
«Como el milagro de tu tía Andrea,
que es de Avilés, y sin embargo es fea».

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CAPÍTULO SEXTO

Hijos ilustres de Avilés. -Armas de la villa y concejo.- Conclusión.

C omo complemento a la monografía de nuestro querido pueblo, escrita a la


ligera para la importante revista titulada «Asturias», haremos breve relación
de los hijos ilustres de Avilés que sobresalieron en la milicia, en las ciencias, en las
artes, en la iglesia y en la industria, haciendo glorioso e imperecedero el nombre
de la villa, por tantos títulos digno de su historia y de la importancia que alcanzó
en los siglos XVI y XVII.
Para ello habremos de prescindir de tradiciones y datos inseguros de autores
de blasón, como cuando para darle mayor importancia ponen en el pasado de la
ilustre casa de las Alas al valeroso astur Alario (1), aliado de los hispano-romanos,
luchando contra los bárbaros, y más tarde al caballero Martín Peláez, de quien
refieren Trelles y Tirso de Avilés que se defendió de los árabes y los venció en
(1) El erudito historiador de Avilés, Sr. Arias, acoge esta leyenda, aunque sin darla crédito,
y dice, con referencia a viejos cronistas, que en el museo de León se encontró una lápida con
la figura del soldado albano a caballo y armado con lanza.

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su casa y castillo solariego de Raíces, por lo que nada menos que D. Pelayo le
concedió nobiliario escudo con el lema: Vindica, domine, causam tuam. Así no
se escribe la historia.
Lo que no tiene duda es que esta aristocrática familia conquistó sus timbres
y blasones peleando denodadamente en la reconquista y siglos posteriores, y
que dio a la patria hombres notables que sobresalieron en la guerra y en la paz,
distinguiéndose en las atrevidas empresas del Atlántico, «y llevando sus armas
victoriosas a Túnez, a la Goleta y al Peñón, un Fernando, un Alonso y un Andrés
Estébanes, de esta nobilísima familia», como escribió el sabio académico Sr.
Fernández-Guerra (2).
A ella perteneció también el fundador de la capilla de las Alas, Pedro Juan, de
quien hablamos al describir este precioso monumento, que ostenta en la fachada
el escudo de armas de la casa. Y este ilustre apellido llevan otros preclaros
varones que honran a la villa, como tendremos ocasión de apreciar en el curso
de este trabajo.
Hijo de Avilés, y de los más ilustres, fue D. Ñuño Pérez de Quiñones,
que ejerció poderosa influencia en la corte del Emperador Alfonso VII,
desempeñando los cargos de Alférez Mayor y Portaestandarte, Comendador de
Nambroca y Maestre de Alcántara. Distinguióse en la guerra por su arrojo y
bizarría y se hizo temer de la morisma en las llanuras de Córdoba y Jaén, en las
que conquistó laureles que le valieron la estimación del monarca, con el cual ha
debido influir para que concediera a su pueblo natal la confirmación del Fuero
de Alfonso VI, ampliado con otras exenciones y privilegios que contribuyeron
asu engrandecimiento.
Perteneció también a tan ilustre familia uno de los avilesinos que más nombre
dio a la villa, experto y hábil navegante, valeroso guerrero, el intrépido Rui Pérez
de Avilés, que tanta gloria alcanzó en la conquista de Sevilla por D. Fernando
III. Fue hijo de Pedro Pérez y sobrino de Ñuño Pérez Quiñones.
Rui Pérez de Avilés tomó este último apellido del pueblo en que nació.
Distinguióse como marino en la costa cantábrica, en la que adquirió gran
prestigio luchando sin descanso con los corsarios que infestaban el mar Océano.
Ocupábase el Rey de Castilla en la preparación de una flota que, subiendo
por el Guadalquivir, facilitara el paso a Sevilla, de cuyo mando encargara al
(2) El Fuero de Avilés, pág. 15.

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Almirante D. Ramón Bonifaz, pariente de Rui Pérez por ser hijo de D. Diego
Rodríguez de Avilés, según afirma el erudito historiador asturiano Sr. Vigil (3),
cuando se le ocurrió al héroe avilesino, de acuerdo con aquél, construir en la Villa,
y probablemente con maderas de los bosques de la Tejera, Galiana y San Martín,
próximos al pueblo, dos naves con fuerte sierra en la proa para acometer con ellas
el puente de barcas, enlazadas con gruesas cadenas, que unía la Torre del Oro
con el Castillo de Triana, impidiendo el paso del río, invencible obstáculo en que
se estrellaban los afanes del Santo Rey. Reunióse Rui Pérez con otras gentes del
Cantábrico a la escuadra de Bonifaz, y por acuerdo de los capitanes de la flota
lo embistió con sus naves, siendo tan afortunado en la empresa, que consiguió
romper los hierros en que la morisma cifraba sus esperanzas, franqueando el
paso a Sevilla, que no tardó en caer en poder de los cristianos.
D. Fernando recompensó este glorioso hecho de armas concediendo al
Almirante y a sus capitanes un escudo que recordara la hazaña y usaran los
pueblos de su naturaleza.
Avilés está en deuda con tan ilustre hijo, pues muy humilde fué el tributo que
ha pocos años le dedicó dando su nombre a una calle de la villa, y es necesario
que la generación presente repare el olvido de las que le precedieron, levantando
una estatua a Rui Pérez que perpetúe su nombre y demuestre el agradecimiento
de su pueblo natal al heroico marino que con valeroso arrojo conquistó las armas
que la villa ostenta como el más estimado blasón de su gloriosa historia.
Incidentalmente hemos hablado de D. Diego Rodríguez de Avilés, hijo
también de este pueblo, y Señor de la casa y distrito de Santa Paya, que ha dado a
la patria no pocos hombres notables. Es una de las más antiguas de la provincia,
alcanzando su origen a los primeros tiempos de la monarquía asturiana. Sus
fundadores fueron hijos de Avilés y levantaron su casa solariega, con frecuencia
morada de reyes cuando la corte residía en Pravia, en el término de Monte del
Rey (hoy Monterrey), situado a cinco kilómetros de aquella villa, existiendo aún,
como recuerdo, un caserío llamado Doña Palla.
A tan preclara familia pertenecieron Gonzalo Rodríguez de Avilés,
descendiente de Rui Pérez, que figuró mucho en el reinado de Alfonso XI; Lope
Rodríguez y su hermano Rodrigo Rodríguez de Avilés, que murió heroicamente
defendiendo en tiempo de D. Juan II el castillo de Huertal, tomado por los

(3) Noticias biográfico-genealógicas de Pedro Menéndez de Avilés, pág. 14.

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moros después de larga y obstinada resistencia, y cuando sólo quedaban con vida
unos cuantos combatientes, que fueron pasados a cuchillo y arrasada la célebre
fortaleza.
Fue también Señor de esta ilustre casa Don Juan Alfonso Sánchez de Avilés,
que sirvió a los Reyes Católicos en los campos de Granada. Tuvo muchos hijos,
y casi todos se distinguieron como esforzados guerreros, muriendo Don Diego
y D. Juan Menéndez de Avilés en las guerras de Flandes.
Como marinos sobresalieron D. Bartolomé, y sobre todo su hermano D.
PEDRO MENÉNDEZ DE AVILES, que obtuvo en el reinado de Felipe II las
más altas y merecidas distinciones, como hicimos notar al describir su modesta
sepultura en la iglesia de San Nicolás.
Tres siglos han pasado desde que ocurrió su muerte en Santander, en el
momento mismo de hacerse a la mar con la formidable escuadra llamada
«Invencible», compuesta de 150 navíos de guerra, galeones y galeazas con
20.000 soldados de desembarco, 8.000 marineros y 2.630 cañones, que el Rey
Felipe II pusiera a su disposición para cumplir la misión reservada que le había
encomendado, a fin de que, después de limpiar de corsarios el mar oceánico,
fuese en auxilio de Requesens a los Países Bajos, para ayudarle en la guerra que
sostenía con los Orangistas.
Desde entonces pudo España haber reparado la injusticia que con este grande
hombre cometieron la patria y el Rey a quienes sirvió, y sin embargo nadie ha
pensado en erigirle un monumento que reviva su nombre y recuerde al guerrero
más insigne y más atrevido marino de su tiempo. Corresponde a Aviles tomar la
iniciativa para enaltecer su memoria (4), y cumplirá los deberes que la historia y
los merecimientos del Adelantado le imponen, después de haberle consagrado
dos libros muy notables los eruditos escritores asturianos Sres. Vigil y Ruidíaz.
Fue este ilustre avilesino aristócrata por su cuna, y tuvo por padres al
mencionado Don Juan Alonso Sánchez de Avilés y Doña María Alonso de
Arango, también de hidalgo origen, por pertenecer a la noble familia de Solís.
Distinguióse como marino por su serenidad para luchar con los elementos
y sus conocimientos náuticos, alcanzando renombre en incesantes combates

(4) El Ayuntamiento acordó nombrar una comisión de hombres competentes para preparar
un proyecto de monumento al insigne Pedro Menéndez, a fin de levantarlo por cuenta del
municipio en el sitio de la villa que se considere más apropósito.

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con corsarios y piratas, basta merecer de Felipe II las más altas distinciones.
Acompañó a Inglaterra a este severo monarca, mandando la escuadra que le
condujo a contraer matrimonio con la virtuosa reina Doña María, después
de haberle honrado con el nombramiento de Capitán General de las flotas de
Indias, en las que hizo varios viajes, hasta el año de 1557, que de nuevo se dedicó
a perseguir corsarios al frente de respetable escuadra, con la que consiguió
llegaran a su destino 24 navíos de comercio con socorros de hombres y dinero,
que escoltó basta Holanda. 
A su pericia se debió también que, dos años después, pudiera regresar el
Rey sin novedad de Flandes a Laredo, adelantándose con dos de las naves más
veleras para evitar que le cogiera en el mar la horrorosa tormenta que estalló
poco después de haber desembarcado.
Mostróse el Rey agradecido; pero la envidia que sus victorias despertaban le
creó émulos poderosos que en la Corte trabajaron contra él, inclinando a Felipe
II a no recompensarle su pericia y proezas navales, haciéndose temer de los
corsarios franceses, con los que tantas veces habla luchado ventajosamente.
No quebrantó este desengaño su entusiasmo y bizarría; antes bien le animó
a emprender nuevos viajes a las Indias, hasta que en 1565 se le confió el penoso
encargo de conquistar las provincias de la Florida, y expulsar a los corsarios
que en ellas encontrara, desterrando la idolatría o implantando la fe católica en
sus dominios, a cuyo fin se le dieron los títulos de Adelantado, Gobernador y
Capitán General de la Armada, después de haberle concedido la Encomienda
de Santa Cruz de la Zarza y el hábito de Santiago para premiar sus relevantes
servicios.
Apenaba a la sazón á Pedro Menéndez el temor de que su único hijo D.
Juan, gentilhombre de S. M., hubiese muerto, viniendo de Nueva España como
General de una flota, pues había desaparecido la nao en que navegaba cerca de las
islas Bermudas, siendo de presumir pereciese ahogado, si no había conseguido
salvarse ganando tierra en la Florida. Esta pequeña esperanza animaba al
Adelantado a cumplir con premura el regio encargo, a fin de llegar lo más pronto
posible a aquellas costas, y recorrerlas en busca de su hijo (5).
Diose prisa a preparar la expedición y gastó en ella gran parte de su fortuna y la
de su familia, comprometiendo a sus deudos y amigos a ayudarle en la arriesgada
(5) Ruidiaz; La Florida, pág. 47.

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empresa, en la que, corno marineros y soldados, tomaron parte muchos hijos de
la villa, entre ellos Esteban de las Alas, su lugarteniente, que embarcó en Avilés
252 hombres de mar en tres naves cargadas de armas, pertrechos y municiones,
y su sobrino Pedro Menéndez Marqués, que salió de Gijón con 78 en dos naves,
llevando los bastimentos necesarios para tan larga expedición.
Partió de Cádiz la flota mandada por el Adelantado, que embarcó en el
galeón «San Pelayo», el 28 de Julio de 1565, sin esperar la escuadra de Asturias
y Vizcaya, capitaneada por Alas, con la que se reunió en Canarias, y llegó a la
Florida el 28 de Agosto, día de San Agustín, sólo con la tercera parte de las
naves y hombres de desembarco, por haberles obligado a separarse un furioso
temporal que les asaltó al segundo día de abandonar el puerto de la Palma, sin
que se volvieran a encontrar en la travesía.
No seguiremos al héroe avilesino en las vicisitudes que pasó para afirmar
el dominio de España en las tierras conquistadas, convertir a los indios a la fe
católica y apoderarse de los fuertes que en algunos puntos de la costa levantaran
los protestantes franceses que, al mando de Juan Rivao, se le habían adelantado;
ni hablaremos de los medios que empleó para vencerlos con el escaso número de
hombres que llevaba, degollando a los que no dijeron ser católicos, cuyo excesivo
rigor le valió la nota la de cruel y sanguinario que algunos escritores le aplicaron,
sin tener en cuenta las poderosas razones de tiempo y circunstancias que hoy no
se pueden apreciar.
Las órdenes del monarca, la escasa fuerza con que llegara a la Florida, muy
inferior a la de los luteranos y hugonotes franceses, y la influencia que ejercían
en los naturales del país, con los que estaban en contacto, extendiendo entre
ellos el culto disidente e impidiendo la propaganda de la religión católica,
fueron razones poderosas que obligaron a Pedro Menéndez a deshacerse de sus
enemigos. También influyó en su espíritu la íntima amistad que le unía al que
después llamó la Iglesia San Francisco de Borja, con el que conviniera antes de
emprender el viaje cuanto concernía a la propagación de la fe de Jesucristo, y sobre
todo la encarnizada lucha que Felipe II sostenía con los protestantes franceses e
ingleses, así como el carácter eminentemente católico de la monarquía española.
Tampoco hablaremos de las inicuas persecuciones de que fue objeto por
parte del Consejo de Indias y Casa Contratación de Sevilla, hasta el extremo
de reducirle a prisión con su hermano Bartolomé; y en insano calabozo hubiera

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muerto, sin que sus quejas fueran atendidas por el monarca que le dejara entregado
a sus enemigos, si no se decide a evadir el encierro para presentarse a Felipe II y
convencerle de la injusticia con que se le perseguía. Ganó de nuevo su voluntad
y obtuvo permiso para volver a la Florida a terminar la colonización de la isla,
hasta que a principios del año de 1574 se le mandó regresar a la Península, a fin
de concederle el nombramiento de Capitán general de la formidable escuadra
que, bajo su dirección, se preparaba en Santander «para limpiar de corsarios las
costas de Poniente y el canal de Flandes», según dice el título; pero en realidad,
para llevar a cabo los secretos proyectos del monarca contra Inglaterra, que el
Adelantado conocía y prohijaba, por el mucho daño que la reina Isabel hacía a
España ayudando a nuestros enemigos y proporcionando a los protestantes de
los Países Bajos los elementos de combate que necesitaban para la lucha que con
ellos sosteníamos.
La muerte sorprendió a Pedro Menéndez a los nueve días de haber tomado
solemnemente el mando de la escuadra, y cuando la tenía preparada para hacerse
a la vela, arrebatándole la vida «rebelde tabardillo maligno» que le llevó al sepulcro
sin haber podido desarrollar los vastos planes a su pericia encomendados por el
astuto Felipe II.
Fue pocos días después embarcado su cadáver para enterrarlo en Avilés con
arreglo a su última voluntad; pero un fuerte temporal impidió que el buque
llegara a su destino, teniendo que arribar a Llanes, donde le depositaron en la
iglesia parroquial, sin que el Rey ni la Patria se volvieran a acordar de este grande
hombre, cuya memoria permitieron ultrajara el Consejo de Indias embargando
los pocos bienes que dejara y hasta los muebles de su uso y las armas con las que
tantas victorias había alcanzado y tantas tierras conquistara para la corona de
Castilla.
Quedó su hija Doña Catalina en el mayor desamparo y sin recursos, no
pudiendo trasladar a Avilés los restos de su padre hasta que el año 1591 D.
Gonzalo Solís, Arcediano de Benavente, se encargó de llevarlos por su cuenta a
la villa, para depositarlos en el modesto sepulcro de la iglesia de San Nicolás, que
hemos descrito oportunamente .
Pero Menéndez tuvo mientras vivió muchos enemigos envidiosos de su gloria
que le calumniaron innoblemente, procurando amenguar el brillo de sus victorias;
y después de su muerte no faltaron escritores extranjeros que, como Laudoniere

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y otros, se ensañaron en su memoria; pero le defienden publicistas españoles tan
acreditados como D. Jacobo de la Pezuela, Cárdenas, Vigil, Ruidíaz, con datos
de historia y de critica, y particularmente el doctor D. Gonzalo Solís de Merás,
cuñado del Adelantado, en su «Memorial sobre las jornadas y sucesos ocurridos
en la Florida durante su mando». La falta de espacio nos impide reproducir sus
bien fundadas consideraciones acerca de la rectitud y caballerosidad, desinterés,
abnegación y patriotismo en que inspiró todos sus actos, habiendo recibido en
1569 una carta del Papa Pío V encomiando su celo religioso y mandándole su
bendición apostólica.
El Adelantado se distinguió, no sólo como marino, guerrero y político, sino
como hombre de ciencia y profundos conocimientos náuticos, debiendo a sus
observaciones y acertadas experiencias, adquiridas en más de cincuenta viajes a
distintos puntos de América, que se haya podido navegar sin riesgo por el mar
Océano.
Impresa dejó una relación de «Cosas tocantes a la Florida», y dirigió al Rey,
entre otros escritos curiosos, unas «cartas» sobre el paso del Norte al Sur y
navegación de las costas de Indias, etc., trabajos que fueron muy consultados
por los cosmógrafos, y sirvieron de base a otros más exactos, que posteriormente
se hicieron, para facilitar la navegación por aquellos mares (6).
La muerte le sorprendió en los mejores días de la vida, y, sin embargo, fue la
figura más saliente de su tiempo, distinguiéndose lo mismo cuando perseguía
corsarios en el Océano, que en la conquista y colonización de la Florida, y
gobierno y defensa de la Isla de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, sin que
la Patria haya correspondido a sus merecimientos, dedicándole un recuerdo
que inmortalizara su nombre, cuando tantos monumentos se erigieron a otros
insignes patricios que seguramente no alcanzaron su fama, ni prestaron los
relevantes servicios que nuestro héroe avilesino ; pero Avilés reparará en breve
las injusticias de la historia y la ingratitud de sus contemporáneos.
Brilló al lado del Adelantado su hermano Bartolomé, que compartió con él
persecuciones, amarguras y enfermedades. Fue su auxiliar en las expediciones
que hizo a las Indias, y formó parte de los tripulantes de la flota de Nueva España
y Tierra Firme, desempeñando cargos de importancia.
A su familia perteneció también Pedro Menéndez Marqués, hijo de su
(6) Vigil, Ruidiaz.-Obras citadas.

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hermano D. Álvaro Sánchez de Avilés, Señor de Santa Paya, que se distinguió
como Capitán de infantería en las guerras de Flandes, y después como Capitán
general de las flotas de la carrera de las Indias, título que se le concedió el año de
1558 en atención a sus señalados servicios y conocimientos náuticos, cuando D.
Pedro fue a los Estados de Flandes en compañía de la reina Doña María, tía de
Felipe II.
Pero después del Adelantado, el que más sobresalió como experto y atrevido
marino, esforzado capitán, hábil gobernante y escritor distinguido, fue su
sobrino Pedro Menéndez Marqués de Avilés, tercer Adelantado de la Florida,
por haberle sucedido en los señoríos de su casa y vínculo, a causa de no haber
dejado sucesión su hija Doña Catalina.
Tomó parte en la primera expedición a la Florida, y como segundo del General
D. Esteban de las Alas se incorporó a la flota asturiana, saliendo de Gijón con
dos naves para reunirse en Canarias a la escuadra del Adelantado.
Desempeñó comisiones importantes en las que prestó buenos servicios, e
hizo varias expediciones a España para cumplir órdenes que su tío le confiaba, y
enterar al Rey del estado de la conquista y colonización de la Florida, llevando a
su regreso recursos y bastimentos.
Nombrado el Adelantado Gobernador de Cuba, su sobrino le sustituyó
interinamente en el mando, como su lugarteniente, cuando por necesidades del
servicio tuvo que volver a aquella isla para atender personalmente a su defensa
y colonización.
En el gobierno de la Habana, Menéndez Marqués dió pruebas de tener
grandes dotes de mando. Mejoró la administración, impulsó el desarrollo de
las obras públicas, especialmente las del castillo de la Fuerza y Hospital militar,
prestó preferente atención a la vigilancia de la costa, infestada de piratas,
imponiendo duro correctivo a su osadía, y cuidó de proveer a su tío de los recursos
que necesitaba en la Florida.
Fue peritísimo piloto, y conocía cuanto entonces se sabía de geodesia, por
lo que, para evitar los frecuentes naufragios que ocurrían en aquellos mares, le
encargó el Adelantado estudiar el archipiélago de Bahama y costa de la Florida,
desempeñando tan difícil comisión con Pardo Osorio, y en poco tiempo
levantaron la primera carta original de los dos canales y archipiélago, costas de
Cuba y la Florida (7).

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Concluido este trabajo volvió al gobierno de la Habana, hasta el año 1572,
que se lo entregó a Osorio, para reunirse con su tío en la Florida y encargarse
del mando de la isla, mientras Pedro Menéndez, cumpliendo órdenes del rey,
limpiaba de corsarios y negros cimarrones las costas de Tierra Firme, viniendo
después a España a mandar la Invencible.
Esto no impidió que, como su tío el Adelantado, fuera blanco de las
persecuciones de la Casa de Contratación de Sevilla, y que la nación y el rey
se mostraran ingratos con su memoria, permitiendo se le hicieran injustas
reclamaciones por supuestas responsabilidades contraídas en los cargos que
había desempeñado, sin cuidarse de pagarle lo que el Erario le debía, dándose
el escándalo de que los oficiales reales embargasen y vendiesen después de su
muerte, no sólo sus bienes, sino los que pertenecían a su esposa doña Mayor de
Aragón, entre los que figuraban, según Ruidíaz, un negro y una negra (8).
Menéndez Marqués dejó, como escritor, trabajos de importancia, algunos de
los cuales fueron impresos y figuran en varias obras citadas por aquel erudito
cronista en su interesante trabajo (9).
No podemos pasar adelante sin hablar del General D. Esteban de las Alas,
otro de los héroes de esta ilustre familia. Fue compañero y amigo íntimo de
Pedro Menéndez, al que mereció como guerrero valeroso y esforzado la mayor
estimación, y especialmente como marino sereno y atrevido, por lo que le
nombró su lugarteniente, y le dio el mando de la escuadra de Asturias y Vizcaya.
Armó y equipó en Avilés, según dijimos, tres navíos con cargamento de armas y
municiones y 252 hombres, entre los que iban muchos guerreros y marineros de
la Villa y algunos frailes de San Francisco, que voluntariamente tomaron parte
en la expedición.
La tormenta que estalló a poco de salir de Canarias la escuadra del Adelantado
obligó a los buques a diseminarse arrastrados por la tempestad, que impidió se
volvieran a encontrar en la travesía, yendo a parar algunos con Pedro Menéndez
a Puerto Rico; otros con Menéndez Marqués a la Habana, y los restantes con
Esteban de las Alas a la Yaguana, donde tuvo que detenerse hasta principios
de Enero de 1566, que llegó a la capital de la Isla de Cuba con dos naves y 200

(7) Ruidíaz. - La Florida, t. 1, pág. CXCV, y II, pág. 632.


(8) La Florida, t. I, pág. CXCV, y II, págs. 625 y 632.
(9) Ruidíaz. — La Florida, t. II, pág. 633.

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hombres.
El Adelantado distinguió mucho a su lugarteniente, y después de haberle
nombrado Contador de la Florida, y de encomendarle varias comisiones de
confianza, le llevó a la expedición de Santa Elena, donde encontraron grandes
simpatías entre los indios, y construyeron, de acuerdo con el cacique Orista, el
fuerte de San Felipe, cuyo mando le confió.
Muchas fueron las penalidades que sufrió Esteban de las Alas en esta isla,
hasta que se le destinó a mandar el fuerte de San Agustín, con la misma categoría,
cesando en 1570, cuando por orden de Pedro Menéndez regresó a España.
Sorprendió al Rey su llegada, y por su encargo, los jueces y oficiales de la Casa
de Contratación de Sevilla instruyeron diligencias en averiguación de la causa
que motivara el viaje y estado de defensa y bastimentos en que dejara la Florida:
sólo después de terminada esta información se mandó al Tesoro de la armada
facilitar 800 ducados, con objeto de preparar 50 soldados para la fragata que
Esteban de las Alas había traído, a fin de que regresara a la Habana a perseguir
corsarios (10).
Sería tarea interminable hablar de todos los hijos de Avilés que se distinguieron
en la conquista y colonización de la Florida, figurando entre ellos el General D.
Alonso de las Alas, también de esta aristocrática familia, y Pedro Menéndez de
Avilés, sobrino del Adelantado e hijo de Menéndez Marqués, que, después de su
trágica muerte, le sucedió en este título y en el Señorío de la casa de Santa Paya.
Fue nombrado en 1601 Gobernador y Capitán general de la Florida, y en 1611
se le concedió el hábito de Santiago, armándole caballero en Madrid, con grande
ostentación, el Conde de Oñate en la iglesia de Comendadoras de la Orden.
Por este tiempo se distinguió también como piloto de fama Antonio Flórez,
hijo de Avilés, y con este cargo tomó parte en la expedición de Sebastián Vizcaíno
en 1602 al mar del Sur para descubrir el cabo de Mendocino, consiguiendo llegar
en Enero del año siguiente al estrecho de Amian, navegación arriesgada en la
que se estrellaran las anteriores tentativas; pero tampoco Flórez vio coronados
sus esfuerzos para dar la vuelta al mundo; pues cuando se aproximaba al término
de su viaje, cruel enfermedad de carácter infeccioso le arrebató la vida, muriendo
lejos de la patria con 48 tripulantes de la flota (11).
Por no interrumpir la relación de los hijos ilustres de Avilés que acompañaron
(10) Pedro Menéndez pág. 120.

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á Pedro Menéndez a la Florida, no hablamos de otros hombres notables de la
villa que brillaron en el siglo XVI, no ciertamente peleando como valerosos
soldados, sino en la milicia eclesiástica y en el servicio de Dios.
Fue el primero D. Pedro Solís, de la ilustre familia que lleva este nobiliario
apellido, a la que perteneció la virtuosa doña María, mujer del Adelantado, y su
hermano el Doctor don Gonzalo Solís de Meras, que le acompañó a la Florida,
y después de su muerte escribió el indicado «Memorial» para relatar los sucesos
ocurridos en la conquista de esta isla, y vindicarle de las injustas acusaciones que
se le dirigieron, inspiradas en las envidias que sus victorias despertaron en los
émulos de su gloria (12). Brilló D. Pedro Solís en la Iglesia, desempeñando los
cargos de Canónigo de la catedral de Toledo, Protonotario de S. S. Alejandro
VI, Arcediano de Madrid, Abad de Santa María de Astorga y de Arbas, etc.
Como indicamos al hablar de la iglesia de San Nicolás de Avilés, el Sr.
Solís construyó, adosada a este templo, la capilla de los Ángeles, y fundó dos
capellanías con cuantiosas rentas para sostenimiento de los capellanes, a los que
impuso la obligación de decir misa diaria.
Pero la fundación que le dio más nombre fue la del Hospital de Peregrinos, que
aun existe, aunque sin las pingües rentas de que le dotó, por haberse incautado
de ellas el Estado, teniendo que vivir de las limosnas que los humanitarios hijos
de la villa hacen a este benéfico asilo, para que en él encuentren amparo y solícita
asistencia los enfermos pobres del concejo.
Emparentada con esta aristocrática familia vivió en Avilés la de León,
también de linajudo origen, que figuró mucho en los siglos XYI y XVII. De
ella fue ilustre descendiente el Cardenal D. Alonso Rodríguez de León, de
quien se conservan escasas noticias en el archivo municipal de la villa. Sábese
que fue un esclarecido Príncipe de la Iglesia, en cuyo alto puesto se distinguió, y
que tenía mucho cariño a su pueblo natal, al que legó algunos bienes para que,
con sus rentas, se celebraran anualmente doce misas en la capilla de Ribero.
Donó también a la parroquia de San Nicolás notable y valiosa tapicería que se
conservaba con mucho cuidado para los días de gran solemnidad, imponiendo

(11) Vigil, Pedro Menéndez, tomo I, pág. 116. - Arias.. Historia de Avilés.
(12) Hasta ha pocos años este importante manuscrito se guardó inédito en el archivo de la
casa del Conde de Revillagigedo; pero recientemente lo publicó Ruidíaz en su notable libro
La Florida.

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el Cardenal León la obligación de celebrar una fiesta a la Invención de la Cruz
el día 3 de Mayo (13).
Otra de las casas solariegas que tuvo importancia en Avilés fue la de Trasona,
que trae su origen del matrimonio celebrado por D. Juan Rodríguez de la Rúa,
procedente de familia muy principal de la ciudad de León, con doña María
Fernández de Avilés, dama ilustre de este pueblo; pero el mayorazgo y vinculo
lo fundó el año de 1389 su nieto D. Rodrigo Alonso de León y doña Sancha
Menéndez de Avilés (14). De modo que, en realidad, la casa de Trasona tiene su
origen en la familia de León, que, como dijimos, figuró mucho en la villa y dio a
la patria hombres tan importantes como el Cardenal D. Alonso, distinguiéndose
también D. Juan de León y su hermano D. Nicolás de Almazán, que tomaron
parte en la conquista del Perú y Nueva Castilla. Prestaron allí eminentes servicios,
contribuyendo al descubrimiento y pacificación de aquellos territorios, y fueron
de los primeros pobladores de la ciudad de Arequipa, en la que desempeñaron
cargos importantes, sobre todo D. Juan, que fue Alguacil mayor de aquellos
reinos, Regidor perpetuo de la ciudad de los Reyes y Chanciller de la Audiencia
Real; por lo que Carlos I, para recompensar sus muchos y leales servicios, le
concedió en 1542 escudo de armas para su casa y familia, muriendo sin sucesión
directa en la batalla que los leales de S. M. sostuvieron contra Gonzalo Pizarro
y sus partidarios.
Su hermano Nicolás, que estuvo casado en Valdepeñas con doña Olalla de
Merlo, tuvo que venir a España a petición de esta señora; y después de haber
obtenido licencia real para volver a las Indias con su familia, y de pasar unos días
en Avilés, regresó a Arequipa, donde murió en 1578 (15).
También D. Rodrigo Alonso de León, fundador del vinculo y mayorazgo
de la casa de Trasona, y D. Tomás de Avilés, su hermano, tomaron parte en las
expediciones a las Indias, entonces muy en boga entre la nobleza castellana.
Sobresalió en los reinados de Carlos I y Felipe II D. Martín de las Alas,
descendiente de esta antigua e ilustre casa, a quien el último monarca nombró

(13) Arias, obra citada.-No hemos podido averiguar lo que fuó de esta tapicería, ni la época
en que desapareció. Nos dijeron que se la llevaron los franceses cuando se apoderaron de la
villa, pero no lo sabemos con certeza.
(14) Vigil, obra citada.
(15) Vigil, obra citada.

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Alférez mayor del Regimiento de Avilés, según dijimos en otro capítulo (16).
Fue D. Martín hijo de D. Hernando de las Alas, que prestó a la Nación
eminentes servicios durante treinta y cinco años, en tiempo de los Reyes
Católicos y de Carlos I, haciendo construir por cuenta de su propio peculio
dos naves, con las que tomó parte en la expedición a Túnez y luchó bravamente
en las costas de Asturias con el corsario Rochelés, apresándole tres navíos y
obligándole a refugiarse en la Rochela (17). No desmintió D. Martín la valerosa
historia de sus antepasados, y concurrió con su padre a la jornada de Túnez; se
batió con bravura en las guerras de Francia y Flandes, y acompañó a Felipe II a
Inglaterra, cuando se fue a casar con la infortunada doña María, mandando un
buque de su propiedad, que formó parte de la brillante escuadra que capitaneaba
Pedro Menéndez.
Terminada esta expedición obtuvo el nombramiento de General de las
escuadras y navios del mar Océano y de la carrera de Indias; concurrió con su
flota a la toma del Peñón de Vélez, y prestó otros muchos servicios, hasta que fue
nombrado Capitán general de Cartagena de Indias, en cuyo mando realizó la
heroica empresa de defender la ciudad, que estaba mal fortificada, con sólo 200
hombres y dos piezas de artillería, del formidable ataque del corsario «Aquius»,
que con 13 navíos y 2.000 hombres de desembarco pretendía tomarla y entregarla
al saqueo.
D. Martín gastó su fortuna en servir a la nación, habiendo hecho construir en
1549 una galera que, de orden del Rey, aparejó y armó para perseguir corsarios en
el Cabo de Finisterre, al mando de su sobrino D. Hernando de las Alas, echando
a pique dos navíos de la armada, con los que peleó temerariamente en las costas
de Irlanda, adonde le llevara una tormenta que le alcanzó en el primer viaje,
quedando prisioneros el capitán y tripulantes de la nave. Prestó aquel ilustre
avilesino otros servicios, que la Patria no le recompensó, y murió pobre en el
mando de Cartagena de Indias, dejando varios hijos, entre los que sobresalieron
D. Gregorio y D. Martín.
El primero acompañó a su padre en el gobierno de Santa Marta; fue capitán en
Cartagena de Indias; tomó parte en la expedición de Magallanes, que mandaba el
ilustre asturiano D. Diego Flórez de León, y capitaneó una escuadra de galeones

(16) Páginas 175 y 176.


(17) Vigil, obra indicada, pág. 134.

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en la armada contra Inglaterra, donde obtuvo el título de General, regresando
a España con el Almirante. Después, en recompensa de su brillante carrera, le
concedió S. M. merced del hábito de Santiago; pero murió en Santander sin
haberse armado caballero (18).
Su hermano D. Martín fue también capitán en Cartagena de Indias, y en la
expedición a Inglaterra, en la que recibió un balazo que lo dejó tullido, a pesar de
lo que tomó parte en la empresa de Magallanes y en otras muchas, consumiendo
su fortuna en servicio del rey, y, como su padre, murió pobre. Desempeñó en
Avilés con acierto y rectitud el cargo de Juez, y fue muy querido de sus convecinos
(19).
Representada la histórica y linajuda familia de las Alas por doña Catalina
Miranda, hija de D. Sancho y doña Leonor de las Alas, uniose a la muy ilustre
de los Bernaldo de Quirós por casamiento con D. Gonzalo Bernaldo de Quirós,
llamándose desde entonces sus descendientes señores de la casa de las Alas, por
haber reunido con este matrimonio las distinciones y preeminencias que ambas
disfrutaban en Avilés.
De esta unión procede D. Gutierre Bernaldo Quirós de las Alas, que a
mediados del siglo XVII fue nombrado Alférez mayor de Avilés por cesión de
su madre doña Eulalia de las Alas Carreño. Así pasó este cargo honorífico a los
Marqueses de Campo Sagrado, título nobiliario otorgado en 1661. Gutierre,
que ejerció en la villa grande influencia, y en ella residía siempre que se lo
permitían los altos puestos que ocupó, asistiendo con asiduidad a las sesiones
del consistorio. Fue también Alguacil mayor en Oviedo, Corregidor de Madrid
y de Burgos, Alcalde mayor del Adelantamiento de Castilla y Administrador
superintendente general de rentas reales, después de haber desempeñado altos
cargos en América, y tuvo la propiedad de varios oficios en el Regimiento de
Avilés, cediendo dos a D. Juan Antonio Quirós y Carreño y D. José Antonio
Prendes Solís (20).
En un Alas recayó también el cargo de Alguacil mayor del concejo, que
D. Felipe IV concedió a D. Bernardo Valdés de las Alas para recompensar
merecimientos de esta ilustre casa.

(18) Vigil. - Pedro Menéndez, pág. 122.


(19) Arias. - Obra citada.
(20) Arias. Historia de Avilés.

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Es innecesario recordemos lo mucho que se opuso la corporación municipal
a este nombramiento, que como dijimos coartaba el derecho que le concedía
el Fuero del Emperador Alfonso VII para elegir los magistrados municipales;
pero como Felipe II lo vulnerara concediendo el título de Alférez mayor a don
Martín de las Alas, y Felipe III el de Regidor perpetuo a D. Fernando de las Alas,
no tuvo medio de oponerse al nuevo nombramiento, y con la correspondiente
protesta le posesionó del cargo.
Obtuvo también el título de Regidor perpetuo, en 1636, de este último
monarca, Don Martín Menéndez de Avilés, sobrino del Adelantado, de
quien ya tuvimos ocasión de hablar por la generosa iniciativa que tomó para
que se hicieran en la ría obras de encauzamiento, que impidieran su completo
aterramiento.
Fué D. Martín un buen avilesino, que se interesó vivamente por la prosperidad
de su pueblo natal, y ejerció el cargo de Alcalde mayor, a pesar de haberse opuesto
D. Fernando Carreño de las Alas a que se le diera posesión; pero las simpatías
que tenía en la villa fueron causa de que no se le creara ninguna dificultad (21).
Desempeñó además los cargos de Gobernador de los Estados de Flandes,
Juez de la Audiencia de los Grados en la ciudad de Sevilla, Merino de la Infanta
Doña Isabel Blanca, Caballero del hábito de Alcántara, y algunos otros que
demuestran su importancia (22). Sucedió a sus antepasados en el cargo de
Adelantado de la Florida, y obtuvo en 1641 el título de Castellano de la fortaleza
de San Juan de Nieva y de la torre de la Plaza, que transmitió a su familia.
Por haber muerto sin sucesión, heredó casi todos sus títulos, y obtuvo otros
muy valiosos, su hermano D. Gabriel, que poseyó el mayorazgo de la casa de
Avilés, y fue el primer Conde de Canalejas por concesión de la Reina Doña
María Ana de Austria, al contraer matrimonio en segundas nupcias con Doña
Juana Luján Acuña y Rivadeneira, dama de S. M. Así se unió este título al de
Adelantado de la Florida, y los Condes de Canalejas fueron desde entonces
Castellanos de las indicadas fortalezas.
Descienden los Marqueses de Ferrera por línea materna de la familia de
León, por ser su primer poseedor nieto de D. Pedro Martínez de León, Regidor
perpetuo de Avilés. Se creo el Marquesado en 1697, reinando Carlos II el

(21) Arias, obra citada.


(22) Vigil, Pedro Menéndez, pág. 54.

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Hechizado, para D. Juan Alonso de Navia, hijo de D. Alvaro Alonso Pérez de
Navia y de doña Mayor Menéndez de Avilés, y ejerció en la villa el cargo de
Regidor perpetuo en sustitución de su padre, consiguiendo que Felipe V lo
uniera al mayorazgo fundado por su abuelo D. Pedro.
De este modo los Marqueses de Ferrera fueron Regidores perpetuos,
distinguiéndose en este cargo D. Juan José Alonso Navia, segundo Marqués,
que luchó bizarramente por la conservación de las preeminencias y distinciones
de la villa.
En épocas posteriores hubo algunos otros representantes de esta ilustre
familia que se identificaron con las aspiraciones del pueblo, según observamos
oportunamente, bastando consignar que esta nobiliaria casa, como todas las
que brillaron en Avilés en los siglos XVI y XVII, demostró interesarse por su
progreso y desarrollo.
Se hizo notar en esta época como pintor de fama D. Juan Carreño Miranda,
descendiente de hidalga familia avilesina. Abandonó su pueblo, cuando apenas
tenía diez años, para acompañar a su padre a Madrid. Mostraba gran afición
al arte pictórico, y para cultivarlo se dedicó al dibujo bajo la dirección de Las
Cuevas, y pasó después al estudio de Román a aprender el colorido.
Carreño tuvo también por maestro al inimitable Velázquez, y estudió con
aprovechamiento las obras de los grandes pintores de su tiempo, consiguiendo
formar una escuela especial que tenía algo de Murillo, de Vandyck y de Rubens,
por haber tomado de cada uno lo mejor, pero sobre todo de Velázquez, aunque
adoptando para sus obras un estilo propio, que siguieron sus discípulos, entre los
que sobresalió Mateo Cerezo.
Dedicose principalmente a los retratos, en los que superó a casi todos los
pintores de su época, y a los asuntos religiosos, conservando muchas iglesias de
España lienzos notables de este celebrado artista.
Felipe IV y Carlos II le distinguieron con el nombramiento de pintor de
Cámara y Ayudante del Aposentador real, siendo recibido con señaladas
deferencias en los salones aristocráticos de la corte. Avilés le nombró en 1657
su representante en los Estados de la nobleza, y Madrid le favoreció con igual
distinción al año siguiente.
El rey le concedió el hábito de Santiago, mandándole una preciosa venera
de la Orden por conducto del Almirante; pero como éste la acompañara de

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una carta en que le decía: «que era honor concedido a la pintura», Carreño,
sintiéndose herido en su dignidad de artista y en el carácter nobiliario de su
origen, se la devolvió manifestándole que «la pintura no necesitaba honores, ella
podía darlos a todo el mundo» (23). El Ayuntamiento de Avilés acordó ha pocos
años dar su nombre a una de las calles de la villa para perpetuar el recuerdo de
tan ilustre hijo.
En la misma época brillaba en la corte y se distinguía como poeta D. Francisco
de Bances Candamo, afamado avilesino, hijo de un sastre de Sabugo. Se dedicó
al arte dramático cuando el teatro español entrara en el período de decadencia,
consiguiendo detenerla con sus producciones, que fueron muy celebradas.
El erudito literato Sr. Canella Secades, al biografiar con gran copia de datos
a este inspirado poeta de fines del siglo XVII, dice «que Bances Candamo fue el
embeleso del teatro de la corte de Carlos II». Y a decir verdad, no sólo sobresalió
en el arte a que especialmente consagró su talento, conquistando aplausos en «El
esclavo en grillos de oro», «El duelo contra su dama», «El sastre del Campillo»,
«El español más amante» , «Por su rey y por su dama», «La restauración de
Buda», etc.: su sólida instrucción y vastos conocimientos le permitieron
dedicarse a otros trabajos literarios y escribir libros tan notables como «El culto
del verdadero Dios desde Adán», «El César africano», «El teatro de los teatros»,
y muchos más.
Bances Candamo, que naciera en humilde cuna el año de 1662, se elevó por
su talento y aplicación a la altura de los más ilustres literatos de su tiempo, y el
Ayuntamiento de Avilés le honró recientemente dando su nombre a la calle en
que pasó los primeros años de la vida.
Figuró mucho en la villa a mediados del siglo XVII la noble casa de los
Mirandas, cuyos descendientes llegaron a nuestros días, tomando parte activa
en la administración de los intereses comunales e interesándose vivamente por
su prosperidad.
Se fundó el vínculo de esta hidalga familia en el barrio de Vidriero, del risueño
pueblo de Villalegre, y pertenecieron a ella varones de mérito.
Se distinguió, sobre todo, D. Benito Miranda Arango, que tomó parte en
las guerras de Flandes y en el ejército de Galicia, llegando a obtener el grado de

(23) El escritor asturiano D. F. Canella escribió una completa biografía de este célebre
avilesino (Véase Cartafueyos d’Asturias, Oviedo, 1886).—Tello Téllez.

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Capitán de corazas y caballos, después de veinticuatro años de buenos servicios.
Retiróse a Avilés y le concedió Carlos II en 1695 el título de Regidor perpetuo,
que ejerció con mucho celo e interés (24).
Continuó en sus sucesores la buena tradición de la casa, y todos conservaron
cariño al pueblo de que procedían, dejando en él grato recuerdo los últimos
poseedores del vínculo, el brigadier D. Ramón y su hijo D. Eugenio Miranda,
magistrado jubilado que, después de haber pasado la mayor parte de la vida
sirviendo al Estado, y de alcanzar grandes merecimientos y distinciones en la
carrera judicial, sin ambición, volvió a su inolvidable Villa, y allí vivió respetado
y querido de sus convecinos, interviniendo con entusiasmo y gran interés en los
asuntos locales (25).
Fernando Valdés y Quirós Sierra y Llano, emparentado con la ilustre casa
de Quirós, ejerció el cargo de Regidor perpetuo, concedido a su padre por
Felipe V; y después de haber sido Corregidor en Córdoba, Capitán a guerra,
Superintendente y Juez conservador de rentas reales y oficios de millones, el Rey,
a cuyo Consejo pertenecía, le concedió el derecho de entrar en el Corregimiento
de la villa con espada y daga, y ocupar asiento preferente a los que por su cargo no
lo tenían señalado expresamente (26). Su hijo D. Cayetano, entusiasta avilesino,
fue Comisario de guerra en Andalucía, cargo que ofreció al pueblo en sentida
comunicación.
Demostró también cariño a la villa D. Martín Fernández de Avilés,
Gobernador de la ciudad y plaza de Guayaquil, en la provincia de Palao, del
reino del Perú. Al posesionarse de este cargo ofició al Ayuntamiento diciéndole
que «en su destino y en todas partes le tuviese por su más respetuoso hijo, para
mandarle en cuanto gustase», a cuyo noble ofrecimiento respondió con gratitud
la corporación municipal, después de expresivas manifestaciones del regidor Sr.
Marqués de Ferrera.
Fue notoria figura militar en el siglo XVIII el ilustre general D. Pedro Lucuce
y Ponce, que nació en Avilés en 1692. Comenzó sus estudios con propósito de
dedicarse a carrera literaria, cursando en la Universidad de Oviedo latinidad,

(24) Arias, Historia de Avilés.


(25) Nos honramos con la amistad del Sr. Miranda, y celebramos poder dispensar a su
memoria este recuerdo de inextinguible afecto.
(26) Arias, obra citada.

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filosofía y teología; pero a los diez y ocho años abrazó la profesión de las
armas, sentando plaza de soldado distinguido en un regimiento de caballería, y
ascendiendo en seguida a alférez, tomó parte en todas las campañas de la guerra
de sucesión. En 1719 se le destinó al Cuerpo de Guardias de Corps, dedicándose
al estudio de las matemáticas y de las ciencias militares con tal aprovechamiento,
que fue solicitado por los generales de Artillería e Ingenieros para pasar a estas
armas, optando por la última, en la que fue promovido a Comisario, y después a
ingeniero extraordinario en nuestras posesiones de África.
La aplicación y celo del ingeniero Lucuce le proporcionaron ocasión para
prestar distinguidos servicios en el arma, y tal concepto adquirió en los estudios
matemáticos, que fue nombrado profesor de la Academia militar de Barcelona,
y poco después Director del mismo establecimiento, cargo que con la mayor
reputación desempeñó durante cuarenta años. Así llegó, paso a paso, a Teniente
General e Ingeniero General del arma en 1779, cuyo empleo disfrutó poco
tiempo por haber fallecido el mismo año, sin dejar familia en la villa, que siempre
le mereció singular afecto.
Publicó importantes obras y dejó otras inéditas que demuestran su gran
ilustración, figurando entre las primeras un «Tratado de Matemáticas»,
que sirvió de texto para la enseñanza durante muchos años; «Discurso
sobre la conservación o abandono de los presidios de Africa»; «Principios de
fortificación»; «Disertación sobre medidas militares»; «Carta al Doctor Finistres
sobre la lengua española», etc. (27).
Brilló también á mediados del pasado siglo por su talento y santidad otro
insigne avilesi¬no, Fray Valentín Moran, que pasó en su pue¬blo los primeros
años de la vida, tomando el hábito religioso en el convento de la Merced. Fué
elocuente orador sagrado, y después de haber desempeñado en Roma el cargo
de Pro¬curador de la Orden, volvió á España para ser predicador de la Corte de
Felipe V y a poco Obispo de Canarias.
Conquistó en esta diócesis grandes simpatías por sus muchas virtudes, y
desempeñó el sagrado ministerio con autoridad y prestigio; pero se resintió su
salud, y tuvo que dejar el episcopado para volver al convento de frailes mercenarios,
donde hiciera su profesión religiosa, renunciando con modestia y humildad a
tan brillante porvenir. Hizo su entrada en Avilés con gran solemnidad el año de
(27) Fuertes Acevedo. Biblioteca de Escritores Asturianos (M. S. en la Biblioteca Nacional).

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1761, recibiéndole el Ayuntamiento, clero, comunidad de la Merced y el pueblo
todo, con las mayores demostraciones de alegría. Cuenta un cronista que la
concurrencia fue tan numerosa como si se celebrara la procesión del Corpus.
Avilés debe a su munificencia algunas obras públicas y el haber contribuido
a la construcción del puente de Sabugo, que puso en comunicación este
importante barrio con la villa. Por su cuenta se edificó también, contigua a la
preciosa iglesia de la orden, la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, que
concluye de ser demolida, y le sirvió de enterramiento en 1766. Empotrado en
uno de los muros se veía el modesto sepulcro en que yacían los mortales restos de
este ilustre prelado (28), cuya memoria ha querido honrar el Ayuntamiento ha
pocos años, acordando dar su nombre a una de las calles del pueblo, en recuerdo
de sus grandes virtudes y merecimientos.
Se distinguió en la misma época por sus relevantes prestigios el docto y
respetable Don Juan de Llano Ponte, que brilló como Prior de la catedral de
Oviedo y Obispo in partibus de Larén, auxiliar del Sr. Pisador, al que sucedió
en la silla episcopal ovetense, cuya diócesis rigió con notable acierto desde el
año 1791 a 1805. Fue un buen hijo de Avilés, y el pueblo le debe gratitud por los
importantes servicios que le prestó, y por haber contribuido con su peculio a la
reforma de la calle de Rivero para suprimir los soportales de un lado, con objeto
de ensancharla, a fin de que pudiera ser utilizada para el tránsito de carros y
carruajes.
Otro ilustre prelado de apostólicas condiciones y gran sabiduría se hizo notar
en los comienzos de este siglo, mereciendo de la Iglesia las mayores distinciones:
el sabio Doctor D. Fray Felipe González Abarca, como los anteriores hijo
de Avilés, donde nació el año de 1765. Desde muy joven se dedicó a la vida
monástica, tomando el hábito religioso en un convento de frailes mercenarios
de Castilla: y después de estudiar con aprovechamiento la filosofía en Logroño
y la teología en Salamanca, y de haber sido pasante en Segovia, hizo oposición
a la cátedra de teología del colegio de la Merced en Roma, donde se dedicó al
(28) Ha pocos meses que se abrió su sepulcro para trasladar provisionalmente sus restos a la
iglesia parroquial de Santo Tomás, y entre ellos se encontró el pectoral que usaba el ilustre
Prelado. No sucedió lo mismo con el anillo pastoral, que debió caer en poder de algún listo
que le viera antes que las distinguidas personas que asistieron a la apertura del sarcófago;
pues de su existencia dejó visible huella en el guante de seda, perfectamente conservado, que
cubría la huesuda mano.

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estudio de las lenguas orientales y recibió en 1792 el grado de Doctor. A su
regreso a España obtuvo en público certamen la cátedra de lengua hebrea de la
Universidad de Santiago, que desempeñó con gran prestigio, hasta que por sus
relevantes merecimientos fue promovido al episcopado en 1816, preconizándole
su Santidad Pío VII, Obispo de Ibiza, cuya diócesis rigió con celo y caridad
evangélica hasta el 1829, que fue trasladado á la silla episcopal de Santander, en
la que se distinguió por su talento y prodigalidad con los pobres, a los que trataba
como padre compasivo y cariñoso, muriendo en esta ciudad el año de 1842.
Tuvo siempre por su pueblo natal verdadero entusiasmo; y antes de tomar
posesión de este Obispado hizo un viaje a Avilés, recibiéndole sus paisanos con
grandes demostraciones de regocijo y alegría.
En la villa permaneció el tiempo que pudo sustraer a los deberes del
episcopado, y antes de abandonarla visitó personalmente a la corporación
municipal, celebrando con tal motivo solemne sesión el Ayuntamiento, que
salió en corporación a recibir al sabio prelado a la puerta del palacio municipal.
Saludole el Alcalde en nombre del pueblo y felicitole por la nueva diócesis que le
fuera concedida, demostrándole profundo agradecimiento por el afecto que a la
villa dispensaba, y contestó el venerable obispo con elocuente y cariñoso discurso,
prometiendo no olvidar a su querido Avilés y auxiliarle en el mejoramiento de la
instrucción pública, ornato y policía (29). Tampoco el pueblo se olvidó de él, y
para honrar su memoria acordó recientemente perpetuarla en una de sus calles.
Tuvo el mismo amor a la villa y se distinguió en su carrera D. Nicolás de Sama
Fuerte, virtuoso sacerdote que por sus merecimientos fue capellán de honor y
predicador de Fernando VII, al que profesaba gran cariño.
El Ayuntamiento le confió delicadas comisiones en la Corte, que desempeñó
con acierto, demostrando el mayor interés en su servicio.
El Sr. Sama acompañó al rey en el destierro y compartió con él las vicisitudes
de Valencey, siendo tal la alegría que le produjo la noticia de la regia libertad,
coincidiendo con la derrota y destronamiento de Napoleón I, que le ocasionó
la muerte, antes de tener la satisfacción de ver al monarca en el palacio de sus
antepasados.
  Brilló el Teniente general D. Pedro Rodríguez de la Buria, ilustre avilesino
(29), en los reina¬dos de Carlos IV y Fernando Vil, figurando mucho en los

(29) Actas de sesiones del Ayuntamiento.-Arias, Historia de Avilés.

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acontecimientos que se desarrollaron en España en los primeros años de este
siglo, por la confianza que los reyes le dispensaron.
Fue La Buria pundonoroso militar; conquistó sus empleos en los campos de
batalla, comenzando a servir en el reinado de Carlos III, y llegó viejo a Teniente
general, después de haber peleado bravamente en Alemania, Francia y América
y en la Península durante la invasión francesa, que ocasionó la muerte a su
mujer de resultas del miedo que pasó huyendo por los montes de Toledo de la
persecución de los enemigos de la Patria.
A esta accidentada época pertenece también D. Antonio Alonso, que nació
en la villa en 1774. Fue nombrado Contador y Tesorero de la Armada a los
veintiún años de edad, y en todos los cargos que ocupó prestó grandes servicios
a la Patria. Desempeñó además muchas comisiones políticas y económicas, y
la Regencia y las Corles aceptaron los proyectos que presentó para el arreglo y
dirección de los ejércitos nacionales, y para organizar la administración militar,
manifestándole público agradecimiento por estos trabajos, entonces nuevos y
muy necesarios.
El Sr. Alonso fue Ministro del Consejo Real de España e Indias, del Supremo
de Hacienda, Director general de Rentas, Intendente de los ejércitos y provincia
de Cataluña y Secretario de la Junta, en Sevilla titulada Suprema gubernativa
del Reino. Avilés le nombró su Procurador síndico general por el estado noble
de hijodalgos, y la Sociedad económica de Amigos del país en Asturias envió el
diploma de socio a este ilustre compatriota, que murió en Madrid en 1849.
Se hizo notar como literato de mérito a mediados de este siglo D. Rafael
González Llanos, ilustrado avilesino, elogiado por el sabio académico Sr.
Fernández-Guerra en la tantas veces mencionada disertación sobre el «Fuero de
Avilés», y por su impugnador el docto asturiano Sr. Arias de Miranda.
González Llanos, siendo aun muy joven, se distinguió como periodista en
Oviedo, y después en la corte, colaborando en varios periódicos, principalmente
en La Abeja, La Verdad y en la famosa Revista de Madrid (segunda época), al
lado de los más eminentes literatos de su tiempo, brillando sobre todo en los
estudios históricos. En 1845 defendió la autenticidad del «Fuero de Alfonso
VII» en un notable trabajo titulado «Examen paleográfico-histórico del Códice
y Código del Espéculo», y fue autor de otras obras en las que acreditó profundos
y variados conocimientos, que le hubieran creado brillante porvenir si la muerte

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no le arrebatara prematuramente.
Fue el primero que sacó de la obscuridad y olvido del archivo municipal el
notable diploma avilesino, que tantas polémicas suscitó, publicándolo en la
expresada revista, para que le conocieran las personas ilustradas que sólo tenían
de él ligeras referencias, defendiéndole con brío de las insinuaciones que contra
su autenticidad deslizara el ilustre Marqués de Pidal en un discurso académico
ya mencionado.
Años después, y con motivo de la apasionada polémica que en la prensa
asturiana suscitó la Memoria del Sr. Fernández Guerra, en la que este sabio
académico niega autenticidad al célebre pergamino de mediados del siglo XII,
tomó en ella parte muy activa, y se distinguió también como literato, D. Ramón
González Llanos, hermano del anterior, defendiendo el notable Fuero avilesino
de los ataques de sus impugnadores; y en ésta como en otras muchas contiendas
periodísticas, demostró el docto magistrado vastos conocimientos, claro talento
y afición a los estudios históricos.
En esta misma época se hicieron conocidos en el mundo de las letras por sus
profundos conocimientos dos modestos hijos de Avilés: D. Simón Fernández
Perdones, que fue muchos años secretario del Ayuntamiento, y su pariente D.
Fernando María de Ochoa, ambos Académicos correspondientes de la Historia,
y hábiles campeones en las polémicas científicas que con frecuencia se suscitaban
entre estos tres ilustrados literatos y D. Juan de Llano Ponte, entusiasta avilesino
que con ellos brilló a mediados de este siglo.
Al hablar del progreso de la villa en los últimos tiempos, hicimos mención
de este conocido escritor, y encomiamos con justicia el interés que por ella
demostró, luchando sin descanso en favor de la prosperidad y desarrollo de su
pueblo, siempre con talento y vasta erudición, adquirida en brillante carrera
literaria y frecuentes viajes por Europa.
Sostuvo verdaderas batallas en El Faro Asturiano y otras publicaciones en
favor de las mejoras locales, vías de comunicación en la provincia y proyectos de
obras, particularmente desde 1854 a 1866, que dejó de existir. El docto Laverde
Ruiz propuso con acierto que la Diputación asturiana coleccionase los trabajos
literarios de «Juan de las Carreteras», modesto pseudónimo empleado por el
Sr. Llano Ponte para autorizar sus ilustradas producciones. El recuerdo que
dejó tan distinguido asturiano aun vive entre nosotros; y los que siendo muy

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jóvenes tuvimos la dicha de tratarle y compartir con él las tareas periodísticas, no
podemos olvidar la independencia y caballerosidad con que discutía el popular
aristócrata, que representó en la Diputación provincial a su querido Avilés y al
distrito de Labiana. Bien hizo el Ayuntamiento en tributar a la memoria de tan
esclarecido hijo merecida distinción, perpetuando su nombre en la calle que con
su propio peculio construyó sobre el mar para dar paso a la carretera de Oviedo,
porque los pueblos deben ser agradecidos para los que, como Llano Ponte, les
prestan señalados servicios con abnegación y patriotismo.
Formaban estos cuatro literatos el núcleo de la juventud ilustrada de Avilés
cuando comenzó la segunda mitad del presente siglo, sirviéndonos de ejemplo y
de maestros a los que comenzábamos la carrera literaria: y al dejar el mundo de
los vivos, su memoria no puede ser olvidada por los gratos recuerdos que dejaron
y sus relevantes merecimientos, que sobrevivirán perdurablemente en el pueblo,
a cuyo embellecimiento y reforma contribuyeron poderosamente, impulsando
su desarrollo por las anchas vías del progreso.
Moviéndose en esfera más elevada, después de haber recibido esmerada
educación en el extranjero, ocupó los primeros puestos del Estado, y fue tres veces
Ministro de la corona, D. Servando Ruiz Gómez, ilustre hijo de Avilés, hombre
modesto, trabajador incansable, literato distinguido, profundo y concienzudo
hacendista, de vasta erudición, sobre lodo en materias económicas, y apasionado
por el arte pictórico.
Se distinguió Ruiz Gómez en los puestos que ocupó por sus iniciativas e
intachable moralidad, siendo su mejor elogio el haber vivido humildemente y
muerto con escasa fortuna el que, antes de intervenir en la política, heredara de
sus padres desahogada posición.
No era orador de formas brillantes; pero se expresaba con facilidad y corrección,
y decía lo que quería, demostrando profundo conocimiento de las materias que
trataba, y estudio aprovechado de la organización política y administrativa de las
naciones que había visitado.
D. Servando, como le llamaban los hombres políticos de su tiempo, antes de
llegar a Ministro, había sido Director General de Rentas estancadas, de Obras
públicas, Gobernador de Madrid y Consejero de Estado, brillante preparación
para que su paso por los Ministerios de Hacienda y Estado fuera fructuoso a
los intereses públicos. Murió siendo Director de la Compañía Arrendataria

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de Tabacos, en la que hizo transcendentales reformas, que aumentaron
considerablemente sus rendimientos y aseguraron a la Sociedad el buen éxito
del contrato celebrado con el Estado.
Fue en sus mocedades distinguido periodista al lado de Calvo Asensio,
Fernández de los Ríos y de aquellos honrados progresistas que hicieron la
campaña precursora de la revolución de 1868, siendo sobre lodo muy amigo
de D. Salustiano Olózaga, del inolvidable General Prim y de nuestro ilustre
paisano Don José Posada Herrera.
Su ilustración le llevó a la Academia de Ciencias Morales y Políticas,
ocupando, por raro capricho de la suerte, el mismo sitial que poco antes dejara
vacío aquel inolvidable y nunca bastante llorado hombre público, gloria de
Asturias y de la patria española.
D. Servando nunca olvidó su origen, ni abandonó a sus paisanos, queriendo a
su pueblo natal como todos los que en él hemos abierto los ojos a la luz.
Avilés debía a su memoria recuerdo de gratitud; y para que su nombre no se
olvide por las generaciones venideras, acordó a fines del pasado año dárselo a
una de las principales calles del pueblo para perpetuar su recuerdo.
Ha desaparecido también del mundo de los vivos, dejando rastro luminoso,
otro ilustre estadista, unido al anterior por lazos de familia: D. Estanislao Suárez
Inclán, hijo de Avilés, cuyo distrito representó por espacio de muchos años en
el Congreso de los Diputados, luchando sin descanso en favor de los intereses
locales. Nuestro pueblo le debe importantes mejoras y el comienzo de las obras
de encauzamiento de la ría, base de las que después se realizaron en el puerto con
la construcción de la hermosa dársena de San Juan Nieva.
Fue Suárez Inclán hombre de gran ilustración y talento, sobresaliendo
especialmente en los estudios administrativos. Nunca le fatigó el trabajo: probo
y severo en los altos puestos que ocupó antes de llegar al Ministerio de Ultramar,
también en él demostró austera moralidad y perfecto conocimiento del
problema colonial que interesa a nuestras posesiones ultramarinas, resolviendo
con imparcialidad y justicia las difíciles e importantes cuestiones en que tuvo
que intervenir mientras desempeñó aquella cartera (30) en el Ministerio que
presidía su íntimo amigo el Sr. Posada Herrera, al lado del que hizo su carrera
política, figurando desde su formación en el partido de la Unión liberal, que
(30) Véase el interesante libro «El Gobierno del Ministerio presidido por el Sr.

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dirigía el ilustre Duque de Tetuán.
Como literato distinguido y hombre de ciencia publicó desde 18G1 á 1870
un periódico de administración titulado Boletín Oficial del Ministerio de
la Gobernación, y después Boletín de los ramos de Gobernación. Hacienda
y Fomento, en el que demostró grandes conocimientos administrativos e
indiscutible competencia en estas materias, y más tarde dirigió el Diccionario
de Política y Administración, que comenzó a publicar con su malogrado amigo
D. Francisco Barca: obra notable en la que colaboraron los más distinguidos
publicistas y hombres políticos, siendo sensible que no se haya podido terminar
esta interesante publicación, que hubiera facilitado el estudio de la ciencia
político-administrativa.
El Sr. Suárez Inclán colaboró además en varias revistas científicas, publicando
artículos notables que llamaron la atención de los aficionados al estudio de los
arduos problemas que afectan a la gobernación del Estado; trabajó con fruto
en el Congreso y Senado, distinguiéndose por su constancia y laboriosidad,
tanto como por el interés que demostró en cuantas comisiones parlamentarias
se le encomendaron, y tomó con frecuencia parte en los debates de las Cámaras,
siempre con oportunidad y perfecto conocimiento de las cuestiones que discutía,
por lo que sus discursos resultaban sobrios y correctos, a la par que claros y
eruditos.
Desempeñó altos puestos en los ministerios de Gobernación y Hacienda
antes de haber sido Director general en ambos departamentos, y después de
ocupar con gran lucimiento la Subsecretaría del primero, fue algunos años
Consejero de Estado y Presidente de la sección de Ultramar de este alto cuerpo
consultivo, llevando una preparación científico-administrativa al Ministerio,
que fue altamente beneficiosa a los intereses públicos, y sobre todo al gobierno
de las provincias antillanas. De su paso por el departamento de Ultramar dejó
grato e imperecedero recuerdo con la supresión del cepo y el grillete, inhumanos
castigos incompatibles con los progresos de la civilización e ideas democráticas
que inspiraban el gobierno de la metrópoli, haciendo honor a los sentimientos
cristianos del Sr. Suárez Inclán este decreto, que puso fin a aquella oprobiosa
tiranía que degradaba a la humanidad y a la generosa e hidalga nación española.

Posada Herrera con respecto a la administración de las provincias de Ultramar»,


por D. Estanislao Suárez Inclán, Senador del Reino. - Madrid, 1884.

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Representó el distrito de Avilés en once elecciones generales y una parcial; fue
Senador electivo por Asturias y después vitalicio, manifestando en su larga vida
política intenso amor a la provincia, y particularmente al distrito que por espacio
de tantos años le dispensó su confianza, a la que correspondió noblemente,
dejando gratos recuerdos de su patriótica y bienhechora labor, que forma
época en la historia avilesina y señala el comienzo de la nueva era de progreso,
actividad y trabajo, que influyó poderosamente en su regeneración, hasta llegar
al floreciente estado de prosperidad en que hoy se encuentra.
Ninguno con más imparcialidad que el autor de estas líneas puede proclamar
con justicia los altos merecimientos de este ilustre hombre público, por lo mismo
que las exigencias de la política nos obligaron a luchar con frecuencia en campos
opuestos, y a veces con sobrada viveza, aunque siempre obedeciendo a móviles
honrados; pero hoy que la muerte nos separa y la pasión no puede amortiguar los
afectos del corazón, nos es verdaderamente satisfactorio declarar, sin la menor
violencia, que nunca dejamos de tratar con el respeto que merecía al varón
honrado que encaneció en el servicio del Estado; al digno y severo patricio que
consagró su existencia y todas sus energías al pueblo en que nació; al que desde
la niñez hemos tratado como amigo, sin que hayamos dejado jamás de estimarle
y respetarle, ni aun en los días de más viva y apasionada lucha política.
Descanse en paz el preclaro ciudadano que dejó en Avilés tan grato como
imperecedero recuerdo por los importantísimos servicios que prestó a la villa
durante los muchos años que llevó su representación al Parlamento, ofreciendo a
las generaciones venideras ejemplo de amor cívico que los avilesinos no olvidarán,
y al que es justo haya correspondido el Ayuntamiento dando su nombre a la calle
en que pasó los primeros años de la vida, sin perjuicio de honrar su memoria con
más altas y merecidas distinciones.
En esta misma época se hizo notar otro modesto pero entusiasta avilesino,
al que estamos unidos por lazos de amor filial, que nos vedan decir lo que
expondríamos de buen grado, si no temiéramos ser mal interpretados; pero la
verdad histórica nos impone el deber de consagrar algunas palabras a nuestro
bondadoso padre D. José García San Miguel, primer Marqués de Teverga, en
varias ocasiones Alcalde de Avilés.
Sin salir de él, supo hacer una modesta y honrada fortuna que le permitió
vivir desahogadamente y crear el comercio antillano, construyendo en el antiguo

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campo de Bogaz, en otro tiempo amplio fondeadero de naves de gran porte,
la corbeta Eusebia y otros buques, que hicieron muchos viajes a la Habana y
ensancharon las relaciones mercantiles de la provincia con la isla de Cuba,
contribuyendo a crear numerosos capitales, que influyeron poderosamente en el
progreso que desde mediados de este siglo se inició en la villa.
De su amor y entusiasmo por Avilés, pudiéramos ofrecer numerosos
testimonios, si nosotros mismos no fuéramos de ello vivo ejemplo; porque él nos
enseñó con sus paternales consejos a consagrarle todas nuestras energías, y de él
heredamos el cariño que tenemos al hermoso pueblo que nos honra una y otra
vez con su representación en Cortes.
Nuestro inolvidable padre consagró su vida de incansable actividad y trabajo
a hacer por sus semejantes todo el bien que pudo; procuró por cuantos medios
estuvieron a su alcance ser útil a sus convecinos; tuvo para el obrero incesante
interés y solícita ayuda; para el pobre y desvalido eficaz y siempre oportuna
protección, y vivió con la mayor modestia en la obscuridad de su tranquilo bogar,
complaciéndose con entusiasta amor en el engrandecimiento de su querida villa.
No en vano el Ayuntamiento dedicó al Marqués de Teverga público testimonio
de estimación al dar su nombre a una de las calles del pueblo, por el que tanto se
afanó. La corporación municipal enalteció su memoria consagrándola recuerdo
perdurable que agradecemos profundamente reconocidos, y este generoso
acuerdo nos servirá de estímulo para continuar luchando sin descanso por el
engrandecimiento de la histórica villa que tan noblemente recompensa el cariño
de sus hijos, y a cuyo bienestar y progreso dedicamos con el mayor entusiasmo
todas nuestras energías.
Otros dos distinguidos avilesinos, desgraciadamente malogrados para la
ciencia y para las glorias nacionales, solicitan nuestra atención antes de terminar
esta rápida reseña.
Es uno D. Eduardo Carreño Valdés, cuyos extraordinarios merecimientos
condensa el erudito publicista asturiano Sr. Canella, diciendo que fue discípulo
predilecto de Lagasca, que en su honor llamó a una planta carrenoa; colaborador
de Boissier, Paslatore y Web; redactor del gran «Diccionario de Botánica» por
nombramiento del gobierno francés, y miembro importante de las sociedades
cuveriana y entomológica de Francia. Falleció prematuramente en París a los
veintidós años de edad, después de recibir el grado de Doctor en medicina,

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diciendo de él el barón Saint Cyr: «La España ha perdido uno de sus más
esclarecidos genios, y la Francia uno de los hijos adoptivos que más le hubieran
honrado.» Dejó varios trabajos y colecciones, pudiendo decirse de tan distinguido
naturalista que fue brillante y esplendorosa flor de un día.
El otro malogrado sabio, también gloria de Avilés, fue nuestro compañero y
amigo de la infancia D. Estanislao Sánchez Calvo y Ochoa, profundo pensador
y filósofo, que consagró su vida al estudio de los problemas más abstrusos de
la ciencia para investigarlos con su privilegiado entendimiento y vastísima
erudición, publicando obras tan notables como «El nombre de los Dioses»,
traducida al alemán y justamente admirada y elogiada por los más sabios
filósofos extranjeros, y con especialidad por el célebre Max Muller, distinguido
profesor de la Universidad de Viena; y la «Filosofía de lo maravilloso positivo»,
de la que dijo el insigne Valera que «era uno de los libros más notables de la
España moderna».
Dejó dos obras inéditas de la mayor importancia, que por los temas en ellas
estudiados llamarían la atención de los sabios; y publicó otros muchos trabajos
en la prensa de Avilés y Oviedo, en cuyos pueblos pasó la vida, dedicado casi
por completo al estudio y a la educación de sus hijos, habiendo sido Diputado
provincial y Alcalde de la capital brevemente, porque su carácter retraído y
modesto y sus aficiones literarias no le llevaban por el camino de la política, en la
que seguramente hubiera brillado por la corrección, amenidad y elocuencia con
que hablaba.
Cuantos tuvimos la dicha de tratar a Sánchez Calvo le quisimos y respetamos
por su bellísimo corazón, sinceridad y sencillez, jamás turbadas por los brillantes
triunfos alcanzados y envidiable reputación adquirida entre sabios y Academias
extranjeras, sin que los justificados elogios le hicieran mella, ni le animaran a
dejar el pueblo natal para moverse en más elevada esfera, donde su prodigiosa
pluma y privilegiado talento le abrieran paso, haciéndole conocer en el mundo
literario como astro luminoso. Retirado en su amada villa, y consagrado por
completo a la investigación científica, fue Sánchez Calvo un avilesino de pura
raza, y pocos como él habrán bajado al sepulcro sin un solo enemigo, siendo de
todos querido y por todos llorado, cuando la muerte cortó prematuramente su
preciosa existencia, de la que España y Avilés tenían mucho que esperar en bien
de la ciencia y de la patria, habiendo honrado recientemente el Ayuntamiento

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tan preciada memoria dando su nombre a una de las calles próximas a la casa
donde vivió.
Si nos fuera dable hablar de los vivos, dedicaríamos merecidos elogios á
nuestro joven é ilustrado amigo D. David Arias, laureado autor de la Historia de
Avilés, aun inédita, premiada en los Juegos Florales que en la villa se celebraron:
pero no queremos ofender su modestia, y preferimos alentarle a que prosiga
con fe y resolución el camino emprendido, seguros de que habrá de conquistar
puesto distinguido en la historia avilesina.
No nos fue posible hablar de todos los hijos de Avilés que sobresalieron en las
ciencias y en las artes; en la industria y el comercio; en las incesantes y agitadas
luchas de la guerra o en las tranquilas competencias de la paz. Muchos, por
varios conceptos dignos de respeto, dejamos de mencionar, contrariando nuestro
propósito, porque sería labor interminable hablar de todos los avilesinos que se
distinguieron, haciéndose acreedores a la estimación y cariño de su pueblo; pero
no terminaremos sin decir algo relativo al noble blasón que la villa ostenta como
importante recuerdo de su glorioso pasado.

II
Fue Avilés, según afirma un erudito cronista de heráldica y antigüedades de
Asturias, «el pueblo más principal de armas pintar que hay en el Principado,
después de la ciudad de Oviedo». «Hay pocas villas y ciudades de España que las
tengan mejores», escribió el mismo historiador (31), diciendo con referencia a
la «Crónica General de España» que fueron concesión del Rey D. Fernando el
Santo cuando tomó a Sevilla.
Por órdenes del Almirante y General de la Armada D. Ramón Bonifaz,
se aprestaron dos naos con las proas ferradas y dentadas que Rui Pérez hizo
construir en Avilés con maderas de los abundantes bosques que rodeaban el
pueblo. Con ellas se reunió a la escuadra del Cantábrico, emprendiendo el viaje
a Sevilla por el Guadalquivir hasta el puente de barcas que interrumpía el paso,
haciendo imposible que la ciudad fuera atacada por aquella parte.
Era preciso deshacer el formidable obstáculo que se oponía a la marcha de
(31) El canónigo ovetense Tirso de Avilés, de Bolgues en las Regueras, y oriundo de la villa,
donde residió mucho tiempo, y tuvo familia y numerosos deudos.

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las naves, y el experto Capitán avilesino se encargó de embestirlo con sus naos,
consiguiendo desbaratarlo el 20 de Mayo de 1248, y romper las fuertes cadenas
que desde la Torre del Oro al Castillo de Triana cruzaban el río, sin permitir
aproximarse a la playa.
De este modo pudo el Santo Rey apoderarse de Sevilla pocos meses después,
y arrojar de ella a la morisma, liberándola de la larga y penosa dominación
musulmana, por lo que concedió a Rui Pérez, héroe de esta valerosa jornada,
al Almirante Bonifaz, a los capitanes que tomaron parte en la gloriosa y tan
afortunada como atrevida empresa y a los pueblos de su naturaleza (31), un
escudo de campo de gules, con nao a la vela, cruz sobre el palo mayor y sierra en
la proa, quebrando la cadena unida por sus extremos los dos castillos sevillanos
(32).
Fernández Guerra quiso explicar el blasón avilesino suponiendo que era
recuerdo de los fuertes de San Juan de Nieva y Gauzón, que estorbaban con gruesa
cadena de hierro la entrada del puerto, impidiendo el paso de bien pertrechada
nave; pero ya liemos dicho que esta versión es de todo punto inverosímil, por
la enorme distancia que separaba a tan formidables fortalezas, destinadas a
hostilizar a los buques corsarios que intentaran atacar la Villa, impidiéndoles
subir basta ella.
La tradición y los historiadores que de estos sucesos se ocuparon, dan á
las armas de Avilés el heroico origen que hemos referido, igual á las que por
la misma causa disfrutan otros puertos del Cantábrico, y no hay por qué
desfigurar los hechos, ni negar al valeroso capitán avilesino la gloria de haber
conquistado para su pueblo el honroso escudo que ostenta como preciado blasón
de su heráldica historia, enaltecida por muchos gloriosos triunfos, la nobleza
e hidalguía de sus hijos y la energía con que en todas ocasiones sostuvieron la
causa de la legitimidad y de la justicia en frente de la deslealtad y rebeldía. Bien
haya el ilustre Rui Pérez, que con heroísmo conquistó las armas que la villa usa
con justificado orgullo, porque representan el valor y la pericia de este afamado

(31) Con diferentes adiciones tienen igual divisa Santander, San Vicente de la Barquera,
Comillas, Laredo y Castro-Urdiales. («Costas y Montañas», por Juan Garda. - D. Amós
Escalante.-Madrid, 1871.)
(32) Tirso do Avilés, Carballo, Piferrer, Muñiz, Vigil y otros autores de heráldica.
Los casas de Bonifaz, Avilés y Falcón pintaban también estas armas en sus escudos.

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y atrevido marino en el momento en que la patria necesitaba de su poderoso
esfuerzo para salvar el obstáculo que impedía al Santo Rey acercarse a Sevilla, y
reconquistar esta hermosa ciudad para la corona de Castilla.

III
Hemos dado fin a nuestro trabajo, sintiendo haber excedido los límites que
nos habíamos trazado; pero la historia de Avilés tiene bastante importancia para
que no hayamos podido prescindir de los sucesos más interesantes de este pueblo,
cuyo origen se remonta a los tiempos de la dominación romana, interviniendo
después en casi todos los grandes acontecimientos que en España tuvieron lugar,
ya directamente o por medio de sus hombres más notables.
No entró en nuestro propósito escribir la historia cronológica de la villa con
todos sus accidentes y sucesos importantes, que requería estudio más detenido
del archivo municipal, aun no bastante conocido y ordenado, para investigar el
paradero de notables pergaminos que en él existieron y han desaparecido; pero
en este precioso arsenal encontrará abundantes materiales el que se proponga
depurar lo que fue la villa en las primitivas edades, y la parte que tomó en los
acontecimientos que en nuestra patria se desarrollaron desde que se inició
la reconquista hasta que los reyes de la casa de Austria concluyeron con la
independencia de las municipalidades, privándolas de las libertades, franquicias
y exenciones que los fueros y cartas-pueblas les habían concedido.
Limitamos nuestra labor, apremiados por la amistad de los directores de
«Asturias», a trazar ligero bosquejo histórico del pueblo en que nacimos, y con
cuya representación parlamentaria nos honramos hace veintisiete años. Tal
vez esta circunstancia fuera obstáculo para realizar este modesto trabajo con la
imparcialidad que requiere el juicio crítico de acontecimientos históricos que
influyen poderosamente en la vida local y determinan su importancia, porque
nada hay que apasione tanto como el amor al nativo suelo: pero por fortuna
nunca nos dejamos arrastrar por tan secundarios estímulos, ni por las pasiones
que engendran los ideales políticos, pensando que valen poco al lado de los
intereses permanentes que dan vida y porvenir a los pueblos.
Ceñidos a este criterio, no estorbaron nuestro propósito el acendrado cariño
que a la villa tenemos, ni las contingencias de su honrosa representación en

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Cortes, para narrar el glorioso pasado de Avilés, esmaltado de bien merecidos
laureles y regias prerrogativas con lugar preeminente en la provincia. Por ley
de la historia y vicisitudes de los tiempos, sintió los efectos de la decadencia y
paralización que por cerca de dos siglos afligieron a todas las municipalidades,
y aun alcanzaron nuestros padres; mas por fortuna, ya se disiparon los negros
celajes que ocultaban nuestra buena estrella, y de nuevo el sol de la esperanza
alumbra a la hermosa villa, entrando en franco período de actividad y trabajo
que la ofrecen risueño porvenir.
Nuestros mayores le dieron brillo y enaltecieron en perenne lucha armada,
combatiendo con denuedo en los mares y en los campos de batalla. Hoy
prevalecen las tranquilas competencias de la paz, más beneficiosas que las
inquietudes de la guerra, y dedicando los avilesinos sus energías a la industria y
al comercio, Avilés recobrará la significación o importancia que tuvo en el siglo
XVI y casi todo el XVII.
Elementos para conseguirlo no le faltan, y los primeros pasos en el camino
del progreso se dieron con fortuna. Prosigan con constancia los buenos lujos de
la villa la labor emprendida, y el éxito coronará sus esfuerzos para que el pueblo
de Pedro Menéndez alcance esplendoroso porvenir y supere a lo que fue en los
mejores y más venturosos días de su gloriosa historia.

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APÉNDICES

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APÉNDICE PRIMERO

Fuero de Avilés descifrado por el Excmo. Sr.D. Aureliano


Fernández-Guerra (1).

I n nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, cuios regnum et inperium sine


fine permanet in sécula seculorum, amen. Ego Adefonsus sub Christi gratia
Hyspanie imperator, una cum coniuge mea dom(n)a Richa regina et filiis
meis Sancio, Fredenando, vel cum sorore mea infante domna Sancia, vobis
habitatoribus de Abilies tam presentibus quam futuris, fació karta stabilitatis
vobis et ville vestre de illos foros per quos fuit populata villa de Abilies et villa
(1) Archivo municipal de Avilés.
Tomamos el Fuero descifrado del discurso académico del Sr. Fernández-Guerra sobre «El
Fuero de Avilés» en la imposibilidad de unir a este trabajo una fotolitografía del célebre
pergamino de Alfonso VII.
Advertencia del traductor. - Lo que va entre paréntesis y en letra bastardilla, parece que
falla en el original; por el contrario, quizá .sobra lo que también entre paréntesis se conserva
en carácter redondo.

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Sancti Facundi tempore avi mei regis domoni Adefonsi: ut illos bonos foros
habeatis vos, et filii, et nebotes vestri, et onmes successores vestri in villa de
Abilies usque in finem seculi firmos et salvos modo sub scripto.
Estos sunt los foros que deu el rei don Alfonso ad Abilies quando la poblou
par foro Sancti Facundi; el otorgóla Emperador.

Em primo: per solar prender I sólido a lo Reu et II denarios a lo saion: e cada


anuo I sólido en censo per lo solar. E qui lo vender’, de I sólido a lo Rai. E qu’ il
comparar' dará II denarios a lo saion. El si uno solar si partir', en quantos sortes si
partir tantos sólidos dará: e quantos solares si tornaren in uno, uno censo darán.

2
De kasa (o) homo morar' é fogo fezer', dará I sólido de fornage; é faza forno
qui quiser’.

3
Omne poblador de Abiliés quanta heredat poder' comparar de fora, de terras
de villas, seia franca de levar on quesir’, é de vender, é de dar, el de fazer de ela zo
qu’ il plazer'; et non faza per ela neguno servitio.

4
E neguno horme non pose en casa de ome de Abiliés sine suo grado. Si non
per suo grado pausar’ (et) a forcia pausar’, deféndasi cum suos vezinos quanto
poder’.

5
En estos foros quam deó rei dono Alfonso, [et] oturgó quam omnes de Abiliés

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non vadant in fosado, si él meismo non fuisse cercado, vel lidi campal non habel,
coma de quantos reis que pos él viassenl. E si él acercado fosse, vel lide campal
habuisse, des qua les pregoneros fuissent per illa térra, quam non exissent omnes
de Abiliés non fuissent in fosado, ata que non vissent tota illa gente movuda,
peion et cavallario, de boca de Valcálcer ata Leo, et de Leo. Et que illos passados
seránt, non exeant ata tercio dia.

6
Et illos maiorinos que i lio Rei poser’ siant vezinos de illa villa, I franco et
I gallego; que illos ponga per laudamento de illo concellio que demandent
sos directos dou Rei. Et tegant los vezinos eo foro et altero sic los saiones. Et
quomodo tanto placerá ad illo Rei que sedeat maiorino non sedeat expectado. Et
si illo non quesierit [non quesieril] non sedeat maiorino.

7
Merino nec saione non intrent in lcasa de omne de Abiliés por peinos
prender, si fidiador li parar’ per foro de illa villa. Et si sobre fidiador quesierit
intrar, deféndasi lo don de illa kasa quomodo illo poder’. Et si mal illo merino vel
saione prender’ supra isto, logros’ lo. Et si fidiador non li parar’, preda illos peinos
et díalos ad illo rancuros'; et si los li revelar’, prenda dél altero dia V sólidos.

8
Si vezino á vecino kasa demandar’, dé cada uno fidiador (en) LX sólidos; que
aquel que será venzudo pectet LX sólidos al Rei.

9
Si omne de fora [de fora] demandar kasa e(n) la villa, venga ala villa dar et

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prender directo per foro de illa villa; el del fidiador que si caer’ de iuso, doble illa
kasa in álter(o) tal lugar, et pectet LX sólidos al Rei.

10
Efanzó, Podestade, Comité que kasa habuerit in illa villa, habeat tale foro,
quomodo habet maiore vel minore.

11
Por debdo cognozudo que habeat dar vezino a vezino, preda peinos illo
saione, et det illos al quereloso, et non det plazo, si non quesir'. Et si medo aver’
qu’al si vaia, teste o al maiorino que no s’ vaia ata que l’ dé directo. Et s’ el se for’
vaia lo maiorino ad illa kasa et préndala el prétela quomodo si el fos’. Et si los li
vedar’ altero dia prenda V sólidos el repreda peinos. Et quantos dias los toller’,
tantos V sólidos prenda del ata que det so abe- re[re]. Et si peinos toller’, non dé
l’ peinos del cabo del aver; et si no li da so aver, de VIIII et VIIII dias li de peinos
del cabo ata que sedeat pagado.

12
De rancura que aia vczino de altro, de debdo (que) cognozudo no sia, váá cum
lo maiorino et demande fidiador, el si illo der’, prédelo. Et si él diz: «Non daré
agora fidiador, mas buscar iré oi toth lo dia el darlo l’ei,» vaia lo maiorino sua
via, et illo busca suo fidiador en toth lo dia et level’ ad alla casa del rancuroso. Et
si illo rancuroso non hi for’, faga testigos de los vezinos et diga: «fidiador quero
dar a fulano, e no es i; a es fidiador fulano;» e si asi no levar’ fidiador, vada altro
dia lo maiorino (et) prenda dél V sólidos. E si él diz: «Non daré fidiador,» intr’el
maiorino per peines; é si los li vedar, prenda dél altro dia V sólidos e de cabo; é
per quantos dias li vederá peinos é fidiador en tal guisa, de tantos V sólidos. E s’il
maiorino per alguna confecta a pre tal non quesierit daré directo, faga testigos
et escafora pindrare sen calumpnia; é dé l’efiado, et venga a la villa, el prenda
fidiador per foro de la villa, et sedea solta illa pindra. Et si ante non rancurar’ a
maiorino o a saion, é foras quesil’ pindral, torne la pindra a suo don e pecte LX

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sólidos al Re. Et si vezino a vezino fidiadura negar’ colla del fidiador a doble, a
cabo que si pot arrancar per iuditio de la villa, que hil pectet a doble.

13
Et si dos omnes travaren, maguer qu’el maiorino o’l saion davant esté, non a i
nada, si uno d'elos non il da sua voz, si ferro esmoludo non i sacar’a mal fazer. E
si sacar armas esmolidas vel omne i matar’, escóllasi lo maiorino qual si quesir’,
o las armas o 'l omicidio, s'es qu'il sia dada (voz): LX sólidos per las armas, e
per omicidio CCC sólidos. Et quantas i sacaren, levantes’ uno de la volta, qual
si quesil’, el det fidiador per totos, et para los tras si; et non pectet por totas las
armas nisi LX sólidos. Et si voz li da uno d’aquelos qui travaren, al maiorino, vaia
cum el et dé efiar (al) ra(n)curoso per foro de la villa, et a tercio dia det directo.
El maiorino non te(n)ga voz per negun de eles; maias elos tengant sua voz si
soberent: et si non soberent, rogont vezinos de villa que tengant suas vozes. Et
quel fiado(r) fore’ per foro de la villa demande al altro fidiador de quada, per tot
sempre per foro de la villa; et el delo tan gran es lus fidiador como l'altro, ata que
prendo iuditio. Et si alguno d’elos retraersi quesir del iuditio pectet V sólidos á
suo contendor; et suo contendor préndalos cum lo maiorino: el maiorino aia los
medios et illo medios. Et al fidiador de cui prenden los V sólidos, donent fidiador
al doble á cabo ambos los contendores; et aiant sobre coto lor iuditio ambos dos;
(et) el qui caer, doble la fidiador. Et d’aquelos qui travaren, el qui sovado fur' cum
torto, si voz der’ al maiorino el arrancado fur’ el altro per iuditio, pecte V sólidos
al maiorino el él no lo prenda ata (que) lo rancuroso seia cumplido. El rancuroso
per quanas feridas aver’ on l’artro arrancado for’ periuditio vel per pesquisa, per
cada ferida de los dentes en iuso pectet VII sólidos é medio. E de los denles et é
suso o sánguine rumper, per quantas plagas aver' que desebradas sunt unas ad
alteras, XV sólidos per cada una: et si sangne non rumper, VII sólidos et medio;
ó escudo é lanza et espada; ó XII homnes descalzos de sua casa ala la sua que illo
vaiant pedir mercede. Et de istos III directos prédalo el uno, et bésalo. Et s il
rancuroso non quiser’ preder uno de estos III directos, pártiansse concilio d'ele,
et tenganse cum altro. Et si altro non [non] li quisier’ dar, partanse illo concilio
d’él, et ténganse cum altro.

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14
Nullius homne qui sacar’ armas esmoludas vel espadas nudas, de fora manta,
conra suo vezino, pectet LX sólidos. Et si portar’ espada nuda de iuso su manto,
o in sua vaina e no la sacar’, non aia i calumpnia. Et si vezino de villa sacar' armas
esmoludas contra omne (de) fora, in qualque mesura sedea, non aia icalumpnia.
Nul vezino qui venir’ de fora villa e portar’ armas cumsigo, si so vezino l‘ asalir’, si
se defender’ cum illas non a i calumpnia. E s’il vezino qui do fora viner’ et portar’
armas cumsigo, si á so vezino commeter’ primere et ferirlo quiser’cum las armas
qui porta desnudas sen cosa qui li diga, ó qui li faga, pectet LX sólidos, si con
mal las saca de casa.

15

Est(e) coto es dentro in la villa: Si barailar' vezino en vezino, el uno denostar’


al arto per uno de istos IIII dcnostos...... servo, traditor, cégulo, si ferir’ subra
questo una vez cum illo que tever’en mano, que non se báis’ per prender alguna
cosa ni vaia a sua kasa per armas cerquer, feria sin calumpnia. E qui emprimar’
poi’ssas, pecte zo que fezer’ et logres’ aquel a qu’ il fezer’. Et per islos IIII denostos,
per qual que il diga, non uviar’ferir una vez aquel qu’il nostó, pois li quesir’ venir
a directo per foro de la villa, paress’ en concello e diga: «Lo que dis dislo contra
él con mal talento, et non per tal que verdat sea; e mentí per esta mia boca:» et
saco lo dedo per los denles. Et per estos altros dénostos non traía dedo per boca;
maias planamente se desmenta.

16
Si omne de fora rancura over’ de vezino de villa et al maiorino vener’ é lo
rancurar’ ante que l' pindre, vaia lo maiorino al vezino cum lo rancuroso de fora,
el diga lo maiorino al vezino: «Tu, fula, da directo a est’ omne qui s’ ranculó de tí.»
E s’ il vezino dreito li quiser’ dar por el maiorino, vaia lo maiorino cum lo vezino
al plazo a mennedo, et válali et aiúdelo. Et s’ il vezino non over’ fidiador buque lo
merino fidiador e meta lo vezino cum sua manu. Quan se tornar’ a casa no il do
gentar ni cena, ni ’l fazza servitio per azó, si non queser. E si fidiador no il quesir’

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dar per lo maiorino al quereloso de fora, vaia sua karrera illo rancuroso, (e) el
maiorino non aia calumnia. Et si prindrar’ lo rancuroso, pois venga lo maiorino
cum lo pindrado, e diga «Tu, fulano, saca la (prinda) de to vezino et dai el plazo
cum lo prindrador seu vezino.» (E) el pindrado saque sua prindra enfiada d’aquel
que peindró, si quer efiada; si non com' el podel’ et adduca a meanedo aquel
quereloso de fora, e vaia alá el vezino per que pendraro(n) ad aquel plazo que
taillaren, e non vaia el maiorino cum él si non quesiel’, porque non deó fidiador
antes que peindrasso quando ad él veno. Et si el de fora veno ad medianedo, et
vezino non il for’ per cui pendrar[d]on, torne lo pindrado illa pindra e’ mano; e
tornese a mano de villa et aprételo cum lo maiorino ata que vaia dar fidiador a pe
de la pindra. Et s’il vezino a meianedo for al plazo que taillaren, et el de fora non
venir, aquel que pindrado es saque sua preindra e dúgala a meianedo.

17
Nul vezino que predar’ fora sen rancura, que monstrar’ al maiorino o al saio,
pectet LX sólidos al maiorino, et torne la pindra. Maias si él monstrar’ rancura
al maiorino o saio, que enderezar non quera, on él testigos posca aver solos duos
bonos omnos leiales, esca fora pindrar sen calumpnia et dé la efiada; e torne
a villa e prenda fidiador per foro de la villa e seia solta illa pindra. Et neguno
vezino dintro villa non debe pindrar; e si pindrar’, pecte V sólidos al maiorino o
al saio, et torne la pindra a so don.

18
E nul vezino qui demandar’ voz de V sólidos a so vecino (é) el allro lo negar’,
(é) el altro perquisitio non pot aver, deu I omne de sua mano, (e) sia christiano
sisquer de VII annos in arriba qui responda: «Amen.» Et aquel qui l’ aiuramentar’
aiuraménter’ per quanto si queser’; (et) el iurador kalle quando él aver’ dicto;
responda una vez: «Amen.» Quant li iutgaren det el fidiador de sua iura a
tercer dia per (foro) de la villa. E si voz demandar’ de V sólidos a asuso, sequer
de V sólidos el I denario si(a) la voz, iure él per sua cabeza al tercio dia. Et s'il
altro queser’ tornar a lith, recudal’ l’ altre é dense fidiador de la lith é mano del
maiorino del Rei: e d’aquel dia a VIIII dias sien aparelliadas de la lith; e dense

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fidiador l’un ad altro en Cm sólidos per conduco e do fidiador al maiorino del
Rei en LX sólidos. Et si s’ estrivir’ lidiar uno de ellos, lidi; si non, metra altro per
si. Et si agora antes que escant a campo, pois que efiada es illa lide e’ mano del
maiorino, per quem restar’ pectet V sólidos al maiorino. Et si al campo exirent
et non se ferirent, per quem restar’ pectel X sólidos al maiorino. Et (si) lidiarent
que illi se ferirent. el qui fur’ venzudo pectet lucho et conduco: LX sólidos al Rei
en lucho, e L sólidos in conduco al vencedor.

19
E’ la villa del Rei non pol haver vasallo si non el Rei; si de kasa non fur’ o
de so manu posta. E nul omne qui dentro villa s’aclamar’ a senior de fora, qui
pobladore vezino de la villa (for’), pectet LX (sólidos) al maiorino.

20
Et omne qui pindres tenga de omne de fora et sos peinos sacar li quiser’ per
iuro, per iuditio, o per fábula, et pendrar per illo, non compla iuditio a medianedo;
maias venga ad illa villa et prenda iuditio sobre sos pindres e firme sobr’ ellos quí
los tever’, et non esca [fora] per ellos foras a meanedo.

21
Hospes qui pausa in kasa, si so aver comendar’ ad ospet o áa la óspeda, et en
testigos poda aver de los vezinos, de tanto que li da a condesar, tanto li torne. Et
si testigos non a d’aqueli dar qui (d)io a condesar, quando ill osper le tornal’ suo
aver, l’ospes algo il [qui] quiser’ sobreponer, salve (lo) don de casa per sua cabeza
que maias non li deó d’aquello, et parcasse el altro d’ él. E si quando in sua casa
intra e so aver me[n]te deintro e al óspede non da, et algo í perde, et al óspede
sospecta a, e demándalo o a el o a sua criazion, -per quantos si quiser salvar don
de casa iure per ellos que per él, ne per illos, ne per sos consilios, minos non a so
aver; et parcasse d’ellos.

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22
Toth omne, qui pane aut sícera aver’ á vender, véndalo qual ora si quiser’ sin
calumpnia, (e) non lexe per nullo omne.

23
Hoinne ó mulier quam venir’ ad ora de transido per mandar suo aver et sua
directura mandar, queque fezer’ sedeat stavido. Et si la mandar’ en sua sanitat é
pois no la desfazer’, estabila en es de aver et de lieredat.

24
Totli omne qui populador for’ e’ la villa del Rei, de quant aver quiser aver,
si aver como heredat, de fer en toth suo placer de vender o de dar. Et a quen lo
donar’ que sedeat stábile, si filio non aver’. Et si filio aver’ dél delo a mano illo
quis quiser’ et fur’ plazer, que non deserede de toto. Et si (de) toto lo desseredar,
toto lo perdant aquellos a quen lo der’.

25
Et omne que mulier prenda pedida a sos parentes o a suos amicos et per
concilio, et arras li ded(er)it ante que la sponse, déli fidiador de suas arras quales
si conveniren per foro de villa.De qual dia qu’el fidiador li der’, abeat facta sua
karta ata VIIII dies o (a) la mulier o sos parentes; et robret la karta illo marito
in concilio, el fidiador solto d’estas arras qu’el marito li da. Des que filio aver, las
arras mortas et partiant zo que Deus los der’.

26
Hom qui so aver perder’, si sospecta over’ de suo vezino, et homo leal sia ’l
vezino que ladrón non siat de altro furto provado per concilio, sálvese per sua
cabeza, et non lide por en. Et si hommo fur’qui leal non sit, que altro furto aia

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facto on provado sea per concilio, deféndase per lith. Et si lidiar non quiser’, leve
ferro kaldo; et si si cremar’, pectet illo aver cum suas novenas al don del aver,
et sólidos X per las tangantes al maiorino. Et si mulier fur' que in altro furto
sia prisa provada per concilio, leve ferro caldo. Et si marito aver’ o pa[p]rente o
filio, que la defenda [et], lilh’ per illa: et si vencido fur’, pectet la aver cum suas
novenas, et X sólidos a maiorino per suas tagantes.

27
Hom qui sua sícera vendir’, et falsa mesura teñir’, el lo poder’ saber concilio,
el maiorino prenda[lo el] III de los bonos omnes ; o vaia a casa de aquel, e feran
las mesuras a las que directas sunt per concellio, et si falsas exirent, britalas el
maiorino el prenda V sólidos de aquel sobre quen falsas las trobarent.

28
Qui vassura gectar de sua kasa e’ las calles pectet V sólidos al maiorino, e
tollal' en. Et vezino qui per mal talento iectar’ pelra in casa de suo vezino, pectet
V sólidos al don de la kasa, si tal nino non fur’ que sedea de X anuos in iuso.

29
Ifomne que sua kasa lugar’ (a) quem se quesil, si pera si la quisel, o pera so
filio, ó (per)a sua filia, equaqui morarenl in illa de illo luguer per quanto í moró,
et esca d'ela; et si sacarlo quiser’ per altro, perda(t) luguera. Maias si convenientia
li miserit, qui non la perga per él ni pro altro, téngala iu(s)que suo plazo, et del’
suo luguer.

30
Homo qui demandar aver' ad ome morto, onde lo morto de manifesto non
estit en sua infirmitate, quam si manifestare et suos debdos cognoscit, que los
que avia a dar et altero ad él, - iure el qui demanda sob’ el morto, et leve ferro

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cálido ad ecclesia; et antes que leve, del ille fidiador de so aver. Et si homo morto
(d)e de la vi(ll)a no for’, iure et leve ferro caldo e’ l’ ecclesia: et si exire cremado,
vaia per mentiroso el periurado; et si salvo exir’ denli suo avere illos qui heredunt
la bona del morto. Et si párentes del morto demandar’, aver en voz del morto
al vivo, ond'el vivo cognoscido non foe in vida del morto, n'il morto non illi
demandó in sua vida,-el parente, que aquel aver demanda, iure et leve ferro caldo
ad ecclesia; el leve tres passares per foro de illa villa de Abiliés. Et qui ferro aver’
levado sí, babel illa manu seialada iusc’ ar tercio dia. El quam venrá á tercio dia,
dessellonl illa mano illos vigarios, et cántella: et si issir’ cremada, sea periurado
e lais’ ster l'altro; et si salvo issir’ dentli suo aver. Et si morto en sua vida al altro
vivo demando, el directo non il compluivit, tal iuditio quomodo avria in sua
vida, tal si aia cum parentes del morto. Et s’il vivo illo cognoscivil en sua vida del
morto, et agora diz ad illos parentes que aquel aver demand(ant), que al morto
complivit aquel aver, - iure que illo dedit ad omne per él ad quen illo morto
mandó en sua vida: et si illos párentes qu’el aver demandan(ant) e(n) la voz del
morto, tornal li quiseren a lith, lide per él; et si vencido fur’ dé l’aver.

31
Nul omne qui á testimonio se clamar’, o mulier qui disser’ qui testimonios
ai de bonos omnes leíales el de bonas mulieres, prestenli. Et loth omne el tota
mulier que a perquisitio se clamar’ en qualque voz que l' demandar’; no la saque
neguno d’ ela. Et quando iulgada for’ sua pesquisilio, dense fidiador ad illa l'uno
(d') éntegra, (altero) da queda: aquel que demandó, da queda; l’altre, d'énlegra, si
arrancar’ per pesquisilio.

32
Homne qui vizino es, et casa non a en la villa, quan dél’ fidiador per calumpnia
que faga ó per rancura que aia suo (vezino) d’él, - e der’ per ello fidiador per foro
de illa villa: et (si) non abastar’ a tercio dia, si él (se) foro o se sté, que pectet
fidiador V sólidos et aduca l’ome á directo per foro de la villa; et si aducer non
poth, compla la voz. Et si omne que casa aver’ e la villa, per quaque calumpnia
sia, dé fidiador en V sólidos: et si (s) fur’ peche ’l fidiador V sólidos; (é) el fidiador

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solto, et tórnesi á la kasa d’aquel que l’ miso fidiador é la bona o que la trovar’.

33
Em barailla que levantur en la villa on omnes querrán á volta, si omne í
matarent, non saquent que uno homiciro, per nomen lo matador, o quel qui s'
quisel d’aquelos qui podrán saber per pesquisitio quién el feriron. Unde sospecta
haberent, de directo per foro de villa, iure per sua cabeza, et non seia bomiciero.
Mentre que in esta volta sunt, ante que directo prendent, fagant treguas per foro
de la villa, sí de aquestas voltas cum de altras; e de las treguas dent fidiadores: sí
de la una parte cum de altra den fidiador en mil sólidos; (é tailles’) el poíno destro
(d'aquel qui las treguas franger’): ó siant les treguas bonas et salvas d’elo(s), et de
ses párenles, et de VI suos amicos el de suo conseillo, et istas treguas per quant si
convenirent: é qui las treguas franger’ pecte mil sólidos, medios al Rei, et medios
al concilio: el poinno prenda lo conceillo; ó si non, redímalo del concedió como
poda trobar á mercet.

34
Tolh homne que en [sa] kasa de Abiliés entrar’, per qualque calumpnia que
faga, non responda al maiorino ó saio, si non testar’ cum dos omnes leíales; e si
lo testar’ et el don de la casa l’amparar’, responda con él. Si non l’amparar', non
responda per él don de kasa, si non aver testigos; e si aver testigos leíales, qui al
don de la kasa ensinne, o iecte fora lo don de la kasa o li responda cum él.

35
Toth omne ó tota mulier que falsa esquisitio disser’, on provada poder’ seer
per concilio, pectet LX sólidos, elos medios al Rei elos medios al concedió. Et per
falsa perquisitio non perda lo rancuroso so dreito. E non persquirant de patre, ne
de matre, ne de ermano, ne de los contendores, ni de omne de suo manu posta, o
d’om que aia parte en la voz: et esto esquirant de omne leial, o de bona mulier, o
de bono mancibo, o de bona manceba que vaia ad penitentia.

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36
Hom qui per ferida tolier' membra ad altero, a quen li lolier», o del’ C sólidos
o li faza homenisco, qual s’escoilir’ lo ferido.

37
Hom qui aver comparar’ de romeo, qualque aver, on testigos posca aver, - nul
omne, qui de furto lo [de] demandar’, cum los testigos que él a que de romeo lo
comparó, de los testigos que a, e salve él solo que non furtó, ne l’ aconseilló; et
tenga so aver.

38
E ganado de los bomnes de Abiliés paisscant per tolh logar; et taillent per
montes, así como al tempo del Rei dompno Alfon[fo]so.

39
Vezino qui kasa non aver’ en villa, si ba(ra)illa aver, con el qui kasa i aia, el qui
kasa non i aver s’a delantrar aventes, et efiar a es’ qui kasa i a. Et si rancura aver’
el qui kasa í a d’aquel (que) no i a kasa, e fidiador no il’ quisir’ dar el qui kasa non
i a per maiorino del Rei o per saio, o per él meismo si no il’ dar',- tenga la voz
peindrada el vezino qui kasa aver’ al qui kasa non i a, ata que li dé fidiador; e quan
li der’ fidiador, troca sua (voz) del qui primero efió e pois de dreito al altro.

40
Homne de la villa de Abiliés non colla t(estat)io de nul omne, si de maiorino
o del saio.
41
Homnes qui vezinos siant de la villa de Abilés super quem invenirent aver

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de furto é auctor non podia aver, vaia adelantre aquel qui la aver ademandar’, et
salve per sua cabeza que no lo deó ni lo vended, maias que de furto l’ a menos:
et aquel altro á quen lo demanda vaia apres é salve logo per sua cabeza que no
lo furto nec auctor non poth aver, et día l’aver cabalmente al allro. Et si autor se
clamar’, taile plazo ata VIIII dies et aduga l'aulor qui iecthc fidiador e párcese
de aquel aquel que lo demandó e tangas’ al quel. Et si auctor se clamar' e plazo
tailar’, (et) él al plazo non adusser’, peicte l'aver cum suas novenas al dompno de
l’aver qui l’ demanda, et X sólidos al Rei per suas tagantes.

42
Et de rotura de kasa, CCC sólidos al Rei, et C sólidos al don de la kasa, et
C sólidos á conceillo de villa. Dúos homnes cum armas derrumpent kasa: et de
rotura de orta serrada, LX sólidos al don de la orta, et medio al Rei, et medio al
don d'ela.

43
Homnes populatores de Abiliés, non dent portage ne ribage desde la mar ata
León.
Si quis hanc kartam stabilitatis frange(re) temptaverit, sit excomunicatus
et a lege Dei segregatus, et cum Datan et Abiron in infernus dampnatus et in
vita sua careat lumen occulorum suorum: el pectet ad partem Regis D solidos
purissimi argénti, et ad illo concilio aliud tantum persolvat. Facta karta serie
testamenti in mense ianuario era M. C. LXXXX. III. Regnante imperatore
domno Adefonso cum coniuge sua dom(n)a Richa regina, una pariter cum
sorore mea infante domna Sancia, et filiis meis Sanctio, Fernando, et filia regina
Urracha, in Legióne. Ego iam dictus Adefonsus Hyspanie hymperator, simul
cum uxore mea et filiis meis karta quam fieri iussi et legere audivi, manu propria
robora vi et signa inieci. †
Infante dompna Santia conf. Sanctius rex conf. Rex Fernandus conf.

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Regina domna (Urracha) conf. Martinus episcopus ovetensis ecclesie conf.
Comité domno Petro conf. Comes Pontius conf. Comes Malricus conf. Didaco
Abrigone conf. Didago Cidiz, in Oveto maiorino. Monnio García, maiorino
in Gozone. Suario Menendiz conf. Martino Martinis conf. De Oveto, Pelagio
Gallego conf. Petro Zervizes conf. Ord(onet con)f. Gulielme de Allariz conf.
Coram testes Petrus testis, Johanne lestis, Pelagius testis, Rodrico testis, Suarius

Notuit. Et aliorum bono(rum multorum hic) confirmant.

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APÉNDICE SEGUNDO

Carta del requerimiento que hizo Pedro Pelaez, personero del concejo de Avilés,
a las abadesas y conventos de San Pelayo y La Vega, con una carta de emplazamiento
del Rey D. Alfonso X, dada en Toledo a 3 de Diciembre de la era 1307 (A. D. 1369),
para que pareciesen ante el Rey a responder en derecho sobre lo del portazgo de
Olloniego. - En Oviedo jueves 19 de Diciembre de la era 1307. (A. D. 1369.) (1).

C onoscida cosa sea aquantos esta carta vieren. Como ante mi Beneyto
Iohannis teniente la notaría de Nicolao Iohannis notario del Rey en
Ouiedo et ante las testemunnas de yuso escripias. Pedro Pelaiz mostro vna
carta del Rey fecha en esta guisa. = Don Alfonso por la gracia de Dios Rey de
Castiella, de Toledo, de León, de Gallizia, de Seuilla, de Cordoua, de Murcia,
de Jahen, et del Algarue. Alas abbadesas el alos conuentos de sant Pelavo et de
santa María dela Vega de Ouiedo. Salut et gracia. El conceio de Abilies se me
enbiaron querellar et dizen quelos que tienen el portalgo de Olloniego de uos
(1) El original en el Archivo de Avilés.- Esta copia la tomamos del Apéndice a la Memoria
sobro «El Fuero de Avilés» del Sr. Fernández-Guerra.

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arrendado queles toman portalgo. lo quelles non deuen tomar njn lo nunqua
dieron entiempo del Rey don Fferrando mió padre njn del Rey don Afonsso mió
auuelo(2). Onde uos mando que si assi es que deffendades a los arrendadores
sobredichos queles non tomen portalgo en Olloniego njn los prinden por ello, et
si dalguna cosa les tomaron sobresta razón fazet que gelo entreguen, et si fazer
non lo quisieren tollet les el porlalgo. pero si uos contra esto algo quisierdes
razonar, enbiat vuestros personeros antemj otro dia desta nauidat primera que
,vien arrazonar conel personero de Abilies sobrestá razón, et yo oyr los he et
mandare lo que touier por bien et por derecho. La carta leyda datgela. Dada en
Toledo tres dias de dezembre. Ffernan rromyo la fizo por mandado de Fieman
Esteuanez, alcalde. Era de mili et trezientos et siete anuos. Et la carta del Rey
leyda dixo vna duenna de parte dela abbadesa de san Pelayo quela abbadesa yera
doliente auia bien XV dias et mas. que aun non comiera et estaua flaqua et que
primas que cómier quellj mostras la carta del Rey el faria lo que deuies. Et Pedro
Pelaiz dixo que yera personero del concello de Abilies et que pos non podia veer
la abbadesa, que ellj que citaua alla abbadesa et al conuento de san Pelayo que
paresciesen antel Rey otro dia de Natal assi comino la carta del Rey dezia. Esto
foe en monasterio de san Pelayo joues XVIIIJ dias de dezembre depues de gentar.
Era de mill et trezientos et siete anuos, presentes dichos Iohnis. aldary girald....
edro girald, cambiadores. Alfonso fernandez, alfayat, et otros. Et eneste mesmo
dia sobredicho Pedro Pelaiz mostro la sobredicha carta del Rey ala abbadesa de
santa María déla Vega en faz demi Beneyto Iohannis et délas testemunnas de
suso escripias, et dixo que citaua ala abbadesa et al conuento de santa Marya que
paresciessen antel Rey otro dia de Natal assi comino dezia la sobredicha carta.
et la abbadesa dixo que mostraua la carta tarde en guisa que non podía enuiar al
plazo, mas quellj dies el traslado et auria so consello. Et esto foe en monasterio
de santa Maria dela Vega eu presencia de dichos Iohns. et Alfonso Fernandez
sobredichos et Pedro Iohnis, criado del arcediano Mestro Coascia. el de otros
omes.
Et yo Beneyto Iohannis sobredicho a ruego de Pedro Pelaiz fuy presente
aesto deuan dicho. et escreui esta carta con mia mano et fiz enella mió sinal.

(2) Alfonso IX, hizo donación del portazgo de Olloniego a las monjas de San Pelayo y de la
Vega de Oviedo.

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(Hay un signo.)

APÉNDICE TERCERO

Carta sentencia del Rey D. Alfonso X en el litigio sostenido por su hijo el Infante
D. Alfonso y la villa de Avilés sobre pago de portazgo de Oviedo-Valladolid 30 de
abril de la era 1313. (A. D. 1274) (1).

D on Alfonsso por la gracia de dios Rey de Castiella, de León, de Tholedo,


de Galliza, de Seuilla, de Cordoua, de Murcia, de Jahien et del Algarue.
A todos los que esta mj carta vieren Salut et gracia, sobre querella que don
Alfonsso mjo fijo Sennor de Molina et de Mesa me fizo quel Concejo de Abilies
non querian dar el Portage enna villa de Oujedo quel tenja de mj por gracia. Et

(1) El original en el archivo municipal de Avilés. - Tomamos la copia del Apéndice a la


Memoria sobre «El Fuero de Avilés» del Sr. Fernández-Guerra, pág. 24. - Contestación del
Sr. Arias de Miranda, pág. 97.

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esto que lo fazian non auiendo Carta njn prcuileqio por quelo non deuiessen y adar.
sobresto yo enbie mandar por mj caria al Concejo que enbiassen su perssonero
quele respondiesse a derecho a don Alíonsso ho a su perssonero ante mj aun plazo
que dezia en esta mj carta et a conplir quanto yo mandas en razón desla querella,
el. al plazo Agostin perez por don Alíonsso et el perssonero de Abilies con sus
cartas de perssone- rías. venieron ante mj Et Agostin perez pers-sonero de don
Alíonsso en este pleito razono diziendo quel Concejo de Abilies non querían dar
el Porlalgo en Oujedo assi comino lo dauan los otros todos dela tierra, et esto
quelo fazian non auiendo carta njn preuilegio por quelo non deuiessen y dar.
Et pediome que mandasse al Concejo quelo diessen y daqui adelantre et quelos
fiziesse dar las costas et los dannos que yo fallas por derecho por esta razón. Et
el perssonero del Concejo dixo que uerdat yera que non dauan y el Portalgo njn
aujan por quelo dar el que ouieran sobre ello preuilegio del Rey don Alfonsso mjo
auolo (2) por quelo non deuian y dar. et queles ardira quando seles quemara la
villa. EL el perssonero de don Alíonsso dixo quelo non sabia njlo creija. Et el
perssonero del Concejo dixo quelo quería prouar el que nunqua lo husaran y dar.
Et sobresto nonbraron recebtores que recibiessen las prouas et yo enbie mj carta
alos receptores enque se auenieron los perssoneros enque les enbie mandar de
commo recebiessen las prouas quela parte del Concejo diessen en esta razón et
quelas juramentassen en faz del perssonero del Concejo selas quisies uéér jurar et
si non que non dexassen délas recebir. el des quelas ouiessen recebidas que melas
enbiassen aun plazo que fos guisado, et al plazo que aplazassen al perssonero de
don Alfonso et al perssonero del Concejo que fossen ante mj aauer so derecho. Et
los receptores recebiron las prouas et enujaron melas et emplazaron al Concejo
que enbiassen su perssonero. et emplazearon el perssonero de don Alfonso que
apareciessen ante mj. et cadauna parte auer su derecho sobre esta razón segúnt
queles yo mandara por la mj carta. Et al plazo Agostin perez perssonero de don

(2) No puede ofrecer duda que el abuelo a quien D. Alfonso el Sabio se refiere es D. Alfonso
IX, como aparece más claramente en la carta de requerimiento a las Abadesas de San Pelayo
y de Santa María de la Vega de Oviedo, del Apéndice segundo, sobre pago de portazgo de los
de Avilés en Olloniego, en la que se dice que «nunca dieron en tiempo del Rey D. Ffernando
mio padre» es, pues, indudable que el privilegio que alegan los de Avilés para no pagar el
portazgo en Oviedo y al que esta sentencia se refiere es de Alfonso IX, y éste es también el
que se quemó en el incendio que abrasó la villa.

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Alfonso, et Martin benaytiz perssonero del Concejo do Abillés con cartas de
perssonerias de cada parte uenieron ante mj. et este perssonero del Concejo
diome las prouas seelladas del Seello del Concejo de Oujedo. Et los perssoneros
pediron me que mandas abrir las prouas et darles los traslados dellas per que
podiessen gardar so derecho en este pleyto. et yo fiz abrir las prouas en faz délos
perssoneros sobredichos et diles acadauno los traslados dellas, et pusiles plazo
aque fossen ante mj razonar so derecho por cada parte, et al plazo don Alfonso
seyendo conmigo dio por so perssonero a Agostin perez en este pleito que
razonas so derecho et otorgo quanto auia Agostin perez fecho et razonado en
este pleyto et pora oyr juyzio sobrello si rnester fos. Et por el Concejo apareceo
Johan martinez por su perssonero con su carta de perssoneria seellada del Seello
desse Concejo de Abilies et razonaron sobresto lo que touieron por bien. Et yo
vistos los dichos delas prouas el oydas las razones de ambas las partes falle que el
Concejo que prouaron su entencion en esta razón en guisa queles cumplía. Et.
mande por juyzio quelos vezinos et moradores de Abilies que con el Concejo
pechan en los pechos que amj fazen por razon dela villa que non dien Portage
en Oujedo. Et mando et defiendo que njnguno nonles passe contra esto. Dada
en valladolit postremero dia del mes de Abril. Era de mill et Trezientos et doze
annos, Johan uermudez alcalde del Rey la mando fazer por mandado del Rey.
Johan martinez la fizo escreuir.

v. j. Johan uermudiz

R.ª(Registrada)

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APÉNDICE CUARTO

Real carta de D. Alfonso X a los Portazgueros de Puebla de Gordón para que no


cobren a los de Avilés el portazgo, fechada en Córdoba á 28 de Julio de 1281 (1)

D on Alffonsso, por la gracia de Dios rey de Castiella, de León, de Toledo,


de Gallizia, de Seuilla, de Cordoua, de Murcia, de Jahien e del Algarbe:
e los portazgueros de la puebla de Gordon, salut e gracia. Sobre querella quel
concejo de Abiliés me enviaron fazer, que vos les tomasties portadgo, ora noua
miente, contra su fuero que tienen del Emperador, que manda que non den
portadgo de la mar fata León,- yo vos enbié mandar por otra mi carta, que gelo
non demandássedes; pero si contra esto algo quisiéssedes decir, que enbiássedes

(1) Archivo municipal de Avilés.

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nuestro pressonero ante mi, a plazo cierto, que es passado, a responder les
a derecho en razón desta querella. Et al plazo, Pedro Alffonso e Iohan Perez
pressoneros del Concejo, parecieron ante mi e mostraron el traslado de una mi
carta, en que diz de como ya sobresto el pressonero de don Alffonso les fizo
demanda al Concejo quel non querían dar el porladgo en Ouiedo, quel devia
auer por mi; é que yo, oidas las razonas damas las partes, mandé por sentencia
que gelo non diesse. Otrossi, me mostraron una carta de testemuña, fecha
por mano de Alffonso Martínez, notario de la puebla de Gordon, en que diz
de como García Iuannes, cauallero de don Gutier Suárez, que tien’ por él el
portadgo de essa puebla, dixo delante del e dotras testemuñas, de cómo uió la mi
carta sobredicha que uos enbié, e otra de don Gutier Suárez, en quél mandó que
non tomen el portadgo a los de Abillés en esa puebla; et que él, vistas las cartas,
dixo que non quería pasar contra ellas, nin tomarles el porladgo. Et pediron me
merced, que yo mandas’ y lo que toues’ por bien: por qué, tengo por bien é uos
mando, que les non demandedes el portazgo contra la carta que de mi tienen,
nin contra su fuero, commo non debedes, sopena de cient morabetinos de la
moneda noua cada un de uos. Et más. mando a los juizes e alcaldes dessa puebla,
o al meryno que y andar, que uos lo non consientan que passedes contra esto, so
la pena sobredicha cada un dellos: e a carta leyda, dádgela. Dada en Córdoua,
veynte e ocho dias de julio, era de mill é trecientos e diez e noue anuos.-Yo,
Michaele Pelaez, la fiz escriuir por mandado de Giral Estéuanez, alcalde del rey.
- Giraldo Estéuanez.-Gómez Eañez (2).

(2) Publicada por el Sr. González Llanos en la Revista de Madrid, segunda época, VIII,
202. y por Fernández-Guerra en «El Fuero de Avilés».

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APÉNDICE QUINTO

Carta del Rey Don Alfonso X disponiendo que se guarde a los de Avilés la
exención de portazgo que desde la mar hasta León tenían por fuero del Emperador.-
Sevilla 20 de diciembre de la era 1319 (A. D. 1281) (1).

S epan quantos esta carta vieren como yo don Alfonsso por la gracia de Dios
Rey de Castiella, de León, de Toledo, de Gallizia, de Seuilla, de Cordoua,
de Jerez, de Jahen et del Algarbe. Venieron Jolian pixota el Johan perez vezinos
et moradores de Auilles con carta de perssoneros del Concejo de Auilles et
(1) Archivo municipal de Avilés. - Apéndice a la Memoria del Sr. Fernández-Guerra
sobre «El Fuero de Avilés», páginas 25 y 20. - Contestación del Sr. Arias de Miranda,
Apéndice tercero, pág. 100.

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mostráronme su fuero qe tienen del Emperador á que fueron poblados,et
confirmado de mi et por mis cartas, en que dezia que non diessen portazgo
desde la mar fasta los puertos de León. Agora dixeronme que auia lugares
quelos enibargauan et los forciauan en pasándoles contra el fuero del emperador
et contra mi carta que tienen sobre esta razón, el pidiéronme por merced que
mandase yo lo que touiese por bien. Onde vos mando acadaunos de vos en estos
lugares sobredichos desde la mar fasta León que ninguno non sea osado deles
pasar contra el fuero del emperador et confirmado de mi en esta razón, saino el
derecho dela ciudad de Ouiedo en razón del portazgo el delos otros derechos que
an et douen de auer que es mi voluntad quelo ayan. Et quales quier quelo fiziesen
a ellos et a quanto que ouiesen me tornaría por ello. Et ademas pechar me y a
en pena mil mrs. de la moneda nueua. et aellos todos los dannos dublados. et
mando alos merinos et alos aportellados de cada vno délos lugares sobre dichos
que aellos quelo fagan guardar so la pena sobre dicha, e non fagan ende al. Dada
en Seuilla. veinte dias de dezembre era de mil e ccc e diez et nueue annos. == yo
ífmj (2) (¿Garci fferrandez?) la fize escreuir por mandado del Rey.

Juan Afonso.

(2) Fernández-Guerra dice que la copia que se le mandó del Original traslada así la firma
del notario, no siendo fácil acertar con el nombre, y supone que es García Ferrández por
haber autorizado otras cartas reales el mismo año, pero sin poder afirmar que sea el que
suscribió ésta.

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APÉNDICE SEXTO

Real carta de Felipe III dada en Valladolid 4 11 de Julio de 1605, en la cual, a


virtud de haber presentado el Ayuntamiento de Avilés al Consejo de Hacienda los
fueros y privilegios originales que los reyes le concedieran desde Alfonso VII, mandase
anoten en los libros de la Contaduría Mayor, sellen y despachen devolviéndolos 4 su
origen (1).

D Felipe por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón etc. Por
cuanto por parte de la villa de Avilés se nos hizo relación que habiéndosele
mandado despachar confirmación de sus previlegios, fueros, usos y costumhres,
y teniendo despachada la dicha confirmación, aviendo acudido al nuestro sello
(1) El original en el Archivo municipal do Avilés. -Tomamos esta copia de la contestación
del Sr. Arias de Miranda a la Memoria académica sobre «El Fuero de Avilés» del Sr.
Fernández-Guerra. Apéndice quinto, pág. 105.

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Real no la havia querido sellar diciendo tener orden verbal de que no hubiese de
ir la dicha confirmación en cierta forma pasada por los libros de lo salvado, y que
habiendo acudido al contador de ellos había dado cierta respuesta, y la materia
de dichos privilegios que no era tocante a los dichos libros, y que habiéndolo
contradicho el nuestro fiscal se había mandado en la dicha nuestra Contaduría
mayor de Hacienda que la dicha villa exiviese los privilegios originales, y en su
cumplimiento los había exivido que eran los contenidos en un memorial que
presentó y pues con esto por su parte se satisfacía los dichos privilegios, no eran
de calidad que tuviesen necesidad de presentarse en los dichos libros, nos suplicó
mandásemos proveer como el nuestro sello real sellase las dichas confirmaciones,
y se les diese para ello recaudo necesario. Visto por el presidente y los de mi
Consejo y Contaduría mayor de Hacienda juntamente con los dichos privilegios
que son del tenor siguiente. Primeramente los fueros que dió el Emperador D.
Alonso a la villa de Avilés cuando se pobló: otro del mismo Señor (2) autorizados
entrambos y auténticos que son los originales sus fechas en el mes de Enero era
de mil ciento y noventa y tres en la Ciudad de León. Otro privilegio de los dichos
fueros autentico del Rey D. Sancho que es confirmación de los dichos fueros, e
inserta otra confirmación del Rey D. Alonso su padre fecho en Burgos a ocho
de Agosto hera de mil trescientos veinte y siete. Otro privilegio de los fueros
signado del que dio el Rey D. Sancho con que se requirió en la ciudad de Oviedo
hera de mil y trescientos y cuarenta y tres. Un privilegio autentico original del
Rey D. Alfonso de confirmación e inserto en el del Rey D. Fernando su padre
en que les confirma sus fueros y particularmente uno en que ningún vecino de
Avilés vaya a la guerra excepto que el Rey esté cercado o vaya en liz campal y que
sobre esto no paguen ningún derecho con otras calidades a ello anejas, fecho
en Madrid á diez y seis de Agosto hera de mil y trescientos y sesenta y siete
años. El privilegio del Rey D. Fernando que dice arriba va inserto en el otro
sobre lo de la guerra, dado en Medina del Campo a doce de Abril hera de mil y
trescientos y cuarenta y tres años. Otro del tenor de los de arriba sobre lo de la
guerra original del rey D. Pedro, inserto en el fecho en las Cortes de valladolid a
veinte de Setiembre hera de mil y trescientos y ochenta y nueve. Otro privilegio
de lo mismo signado y autentico era de mil y trescientos y cuarenta y cuatro
fecho en Oviedo. Otro signado de lo mismo, fecho en Avilés á nueve de Enero
de mil y cuatrocientos y cinco años».

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Siguen por orden cronológico enumerándose los muchos alvalaes y
concesiones de privilegios con sus confirmaciones por los monarcas anteriores á
Felipe III, y concluye de este modo: «......Y lo que por parle de nuestro Ministro
Fiscal contra todo ello se dijo y alegó por autos de vista y revista sobre ellos dados
y pronunciados, fué acordado que debíamos de mandar dar esta nuestra carta por
la cual mandamos que asentándose en los nuestros libros «las confirmaciones
de los dichos privilegios que de suso se hace mención y van referidos en esta
nuestra carta, el nuestro sello real las despaché y sellé, que así lo tenemos por
bien y mandamos que de esta nuestra carta tomen la razón de ella los Ministros
Contadores en cuyo poder están los libros de las nuestras confirmaciones, y
tomada la dicha razón mandamos que esta nuestra carta original se entregue
a la parte de la dicha villa de Avilés. Dada en Valladolid a once dias del mes
de Julio de mil seiscientos y cinco años. Siguen las firmas de los Ministros y
Contadores autorizando el secretario de Cámara del Rey, D. Pedro Alonso
Hiero, y a continuación el sello de las Armas Reales de España, y la toma de
razón en los libros de confirmación.»

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APÉNDICE SÉPTIMO

Comunicación dirigida a la Real Academia Española en defensa de los Fueros de


Oviedo y Avilés por D. Ciríaco Miguel Vigil en Septiembre de 1874 (1).

E xcmo. Sr. Presidente de la Academia Española.- Una de las más importantes


cuestiones históricas, filológicas y diplomáticas que se han debatido en estos
últimos años ante esa ilustrada Academia, es indudablemente la relativa a los
Fueros de Oviedo y Avilés, sobre cuya procedencia y origen están divididos los
sabios. Quien ha llevado más lejos sus investigaciones atacando la autenticidad
y legitimidad de los citados documentos, ha sido el ilustrado miembro de esa

(1)Asturias Monumental, Epigráfica y Diplomática, páginas 277 a 282

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corporación don Aureliano Fernández-Guerra y Orbe, en su estudio crítico,
y en el Informe inserto en el Resumen de las tareas y actos de esa Academia.
Numerosos, hábiles e ilustrados contendientes han terciado en la polémica
suscitada, sosteniendo los unos y atacando los otros la autenticidad de los citados
documentos, sin que la cuestión haya adelantado un paso, debiendo confesar, a
pesar del respeto que nos inspira la ciencia y el talento del ilustre académico,
que hoy aquélla permanece en pie y en el estado en que se encontraba antes de
publicarse sus trabajos.
Se resiste el ánimo a admitir dos falsificaciones, casi coetáneas, de dos
documentos importantes, concediendo privilegios y derechos en cuya anulación
estaban interesadas infinito número de personas; y conservándose el secreto tan
fielmente y prestándose todos con tal complacencia y candidez a la propagación
del fraude que, a pesar de haber sido examinados, reconocidos y confirmados
repetidas veces, no se ha ocurrido la idea de la falsificación hasta una fecha muy
reciente.
Pero no es mi propósito terciar en el debate, y me limito al modesto papel de
suministrar nuevos materiales, con la esperanza de ser imitado, porque abrigo
el convencimiento que, de la abundancia de datos, ha de resultar la luz en tan
enmarañado litigio.
Comisionado por el Ayuntamiento de Oviedo para descifrar y copiar los
numerosos e interesantes documentos que figuran en su archivo, trabajo
terminado para la casi totalidad, y preparado para la publicación e impresión
acordada por el municipio, tuve ocasión de tropezar con algunos que, a juicio
mío, arrojan nueva luz sobre el debate, y destruyen una parte de las conclusiones
del señor Guerra, en especial las que se refieren a la época y a los motivos de
la falsificación. - En efecto, el Sr. Fernández-Guerra, llevado del ardor que
anima y con frecuencia ciega a los inventores, asegura, que no había en 1274 ni
memoria, ni sospecha, ni idea de un fuero de población otorgado a Avilés. (Resumen
de las actas de la Real Academia Española, fº 27). Que está fuera de duda ser la
falsificación posterior a 1280 y anterior a 1289. (Id. id., fº 27). En otros lugares
de sus dos memorias persiste en la misma idea y señala épocas análogas, como la
del reinado de D. Alfonso el Sabio (Discurso leído en la propia Academia, fº11),
o los primeros años del siglo XIII. (Id. id., fº 34.)
En cuanto a los motivos de la falsificación son el pobrísimo de la exención

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de portazgos, que ocupa en el fuero una sola línea: y para tan mezquino objeto
inventa el falsificador un fuero, acaso el más voluminoso que se conoce, en donde
se consigna la inviolabilidad del domicilio del ciudadano, la libertad de testar y
de industria, etc., etc.
El resumen de las tareas y actos de la Real Academia Española correspondiente
al año 1865, inserta como argumentos concluyentes (fs. 21 y 22) dos cartas del
Rey D. Alfonso el Sabio, y en verdad que atentamente leídas nada se descubre
en ellas que confirme o destruya las pruebas existentes. Son dos decretos o
resoluciones dictadas con alguna ligereza por el Rey Sabio en virtud de quejas
dadas contra los de Avilés, sin oir a sus vecinos, y casi sin enterarse del asunto.
¿Tan difícil se supone que el favor o la ignorancia pudiera sacar entonces una
orden del Rey, cuando tantas se dan hoy, en época mucho menos favorable para
ello?
Queda el pleito sostenido ante el Rey por los de Avilés, contra D. Alfonso de
Molina, en el cual no presentan aquéllos el fuero como título de su derecho a no
pagar el portazgo: dicen que se quemó en el incendio de la villa. En esta respuesta
hay un fondo de verdad; pudo haberse extraviado en el incendio, recogido
por alguno, y permanecido ignorado por algún tiempo, y al fin reintegrado al
Municipio, como ha sucedido con otros documentos pertenecientes a su archivo.
Yo mismo he devuelto dos, encontrados en el archivo de un particular; uno de
ellos es un privilegio de D. Juan I, de 1378, sometiendo a los vecinos de Illas a la
jurisdicción de Avilés: y otro es un contrato celebrado entre el mismo concejo y
la villa de Avilés, sobre jurisdicción y repartimiento, año de 1424.
Los documentos que vamos a citar se refieren al fuero de Oviedo y no al de
Avilés; pero son tan estrechos los lazos que los unen, que es imposible separarlos,
y las pruebas aducidas en favor de cualquiera de ellos, lo son igualmente en favor
del otro. Y, por último, basta para la cuestión que se debate, admitir la legitimidad
de uno de los fueros, porque entonces las deducciones históricas, lingüísticas y
arqueológicas fundadas en ellos, quedan firmes y valederas.
Los documentos anejos a este escrito son ocho en número y abrazan el período
de tiempo desde los años de 1227 hasta 1324: cuatro de ellos son anteriores a
la fecha de 1280, límite señalado por el Sr. Guerra a la falsificación: uno algo
posterior a aquella fecha (1282), y los restantes fueron expedidos después de
1289, cuando, según el mismo académico, la falsificación estaba consumada;

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pero que añaden gran fuerza a nuestros argumentos; porque algunos de ellos
fueron expedidos por los interesados en destruir el contenido del fuero, y que,
por su propia conveniencia, habrían cuidado de examinar.
De los nuevos datos resulta, que si hubo falsificación ha debido ser anterior
al año de 1227, y es evidente que las dificultades crecen a medida que la fecha
se acerca a la del fuero. Resulta, además, que los interesados que examinaron
y confrontaron el documento son muy numerosos, y nunca ha surgido la más
leve duda acerca de su autenticidad. Ante estas consideraciones no queda otro
recurso que el de declarar apócrifos los nuevos documentos que presentamos,
convirtiendo a los municipios de Oviedo y Avilés en una verdadera fábrica de
falsos diplomas, trabajando con tal sigilo y destreza, que nadie, hasta ahora, ha
caído en cuenta del engaño. - Los documentos de que remitimos copia son los
siguientes: el primero se inserta íntegro; de los demás se hace un extracto ligero.
Núm. 1º - Terminantemente se manifiesta que el Rey D. Alfonso IX al
confirmar al concejo de Oviedo la exención de portazgo y derecho de ribera
desde la mar hasta León, lo hizo con presencia de la carta de fuero: tiene por data
el año de 1227. Su hijo el Rey Santo le confirma, con inserción, en el de 1251.
- Bastaría por sí solo este documento para llevar la convicción más cumplida
acerca de la verídica historia del fuero de Oviedo, que se menciona en el núm. 6º
Núm. 2º - El Cabildo de Arvas en el año de 1259 declara a los vecinos del
concejo de Oviedo exentos del diezmo de portazgo a su paso por Villanueva de
Riodiermo, de conformidad con el fuero y privilegios que tenían.
Núm. 3º - Es una confirmación del año 1264, de los privilegios que gozaba el
concejo de Oviedo en razón del portazgo, los cuales fueron vistos por D. Alfonso
X; mandando que valieran para lo sucesivo, como lo fueran hasta entonces.
Núm. 4º - El propio D. Alfonso X por un Albalá fechado en el año de 1280,
mandó a los portazgueros de la Pola de Gordón que no cobraran tributo a los
vecinos de Oviedo a su paso para Astorga y Benavente; maravillándose de que
hicieran lo contrario en virtud del privilegio que gozaban.
Núm. 5º - El Infante D. Sancho por un Albalá del año 1282 exime al concejo
de Oviedo de dar yantar, a no ser al Rey, conforme a su fuero; confirmación que
le otorgó, siendo Rey, en el de 1290.
Núm. 6º - Los jueces del concejo de Argüello, por sentencia dictada en el año
de 1309, declaran a los vecinos de Oviedo exentos de portazgo y de peaje desde

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la mar hasta León, conforme a su fuero y privilegios. Por los documentos que
se insertan se ve clara la historia del fuero de Oviedo, resultando que había sido
concedido a sus vecinos por el Emperador Don Alfonso VII, y confirmado por
los Reyes Don Alfonso IX de León, Don Fernando III, Don Alfonso X, Don
Sancho IV y Don Fernando IV.
Núm. 7º - El recaudador del portazgo de la Pobla de Lena, se obligó en el
año de 1342 a no cobrar tributo a los vecinos de Oviedo, de conformidad con
dos Reales Cédulas de que hicieran presentación; las cuales expedidas por Don
Alfonso XI en el año 1341, corroboraban la exención del portazgo que disfrutaba
el vecindario de Oviedo desde la mar basta León.
Núm. 8º - Finalmente, el potentado Don Rodrigo Álvarez de las Asturias
expidió un mandamiento en el año de 1324, para que los vecinos de su pobla de
Gijón y demás lugares de su señorío en Asturias, no cobraran portazgo ni otro
tributo a los de Oviedo, conforme a su fuero.
Existen además otros muchos documentos referentes a litigios sobre libre
tránsito de mercancías por Asturias y otros pueblos del Reino, fallados siempre
a favor de los naturales de Oviedo, fundándose en la cláusula de su fuero, que
dice Onmes pobladores de Oviedo non dian Portage nin Ribage desde la mar ata
León.- Entre ellos, y otros de la colección, posible sería que resultaran mas datos
en apoyo de la autenticidad que se pretende; pudiendo asegurar que nada en
contrario ha llamado nuestra atención al tiempo de sacar las copias.
Es posible que registrando otros archivos, el de la Catedral, del convento
de San Pelayo y otros particulares, se encontrasen nuevos documentos que
decidiesen el punto debatido, siendo de desear se comisionen personas aptas
para llevar a cabo la investigación. Entretanto, bueno fuera recopilar cuanto en
pro y en contra de la legitimidad de los fueros se ha escrito; y para facilitar el
trabajo doy la lisia de los que han terciado en tan interesante y transcendental
debate.
Al libro del Sr. Fernández-Guerra, ha contestado el Sr. D. José Arias de
Miranda, con otro libro impreso en Madrid en 1807, oponiendo razones a
razones, y rebatiéndole bajo los diversos puntos de vista con que había sido
apreciada la falsedad del fuero. Sin hacerme cargo de los fundamentos aducidos
por el Sr. Miranda, no seré el primero en reconocer que, pesados los argumentos
de ambos contendientes, podría muy bien inclinarse la balanza del lado de la

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autenticidad, no puesta en duda en el transcurso de muchos siglos, sin que
por eso dejara de ser necesario el acopio de otros datos auténticos para su más
cumplida corroboración.
En la prensa asturiana aparecieron por aquella fecha diversos artículos
dedicados a la misma cuestión. - Como defensores de la opinión del Sr. Guerra
figuran los señores:
D. Julián García San Miguel; en El Faro Asturiano, periódico de Oviedo, de
los días 8 de Febrero, I, 2, 3 y 4 de Julio de 1868.
Y D. Simón Fernández Perdones; en id., del 16 y 24 de Enero de 1868.
En favor de la autenticidad del fuero:
D. Plácido de Jove y Hevia; en El Norte de Asturias, periódico de Gijón, de
los días 14, 16, 19, 21 y 22 de Agosto de 1867.
D. Rogelio Jove y Bravo; en El Eco de Avilés, de los días 18 y 19 de Agosto
de 1867.
D. Antonio Balbín de Unquera; en El Faro Asturiano, del 27, 28, 29 y 30 de
Agosto de 1807.
D. Ramón González Llanos; en Id., de los días II y 21 de Enero, 1. de Febrero
y 20 de Agosto de 1868.
D. Cipriano Rico: en id., del 22 de Febrero de 1868.
Y D. Roque Salave; en id., de los días 20 de Mayo y 10 de Junio de 1868; y en
El Anunciador, periódico de Oviedo, del 4 de Julio de id.
Y en sentido indiferente, reservándose su opinión:
Anónimo: en el periódico de Madrid La Reforma, de los días 20 y 23 de
Febrero de 1866.
Anónimo: Fechado en Cangas de Tineo; en El Faro Asturiano, de 22 de
Enero de 1868.
Y D. Fernando María de Ochoa; en id., del 24 del propio mes y año.
Como complemento del trabajo, doy también la lista de los pergaminos
existentes en el archivo del municipio de Oviedo, y que he descifrado y traducido
para la publicación, pendiente de aquella corporación. - Oviedo 3 de Septiembre
de 1874.

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APÉNDICE OCTAVO

Documentos importantes que se conservan en el Archivo municipal de Avilés


(1).

C arta-puebla o Fuero confirmado por el Emperador D. Alfonso VII. León.


12 de Enero, era 1193.
1209. Carta de emplazamiento del Rey D. Alfonso X a las abadesas y
conventos de San Pelayo y Santa María de la Vega de Oviedo, con motivo
del portazgo de Olloniego que cobraban a los vecinos de Avilés. Toledo, 3 de
diciembre, era 1307.
1274. Carta sentencia del mismo principe, mandando que los avilenses no

(1) Este resumen lo publica el Sr. Fernández-Guerra en su Memoria sobre «El Fuero de
Avilés», págs. 49 á 53. - Apéndice, págs. 26 y 27.- Lo adicionamos con otros documentos no
comprendidos en él.

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den portazgo en Oviedo. Valladolid, 30 de abril, era 1312.
1281. Carta del propio monarca para que los portazgueros de la Puebla de
Gordón no pasen contra sus cartas reales, ni contra el Fuero del Emperador
sobre que no diesen portazgo aquellos asturianos. Córdoba. 28 de julio, era 1319.
1281. Carta del mismo Rey mandando que se guarde a los de Avilés la
exención de portazgo que desde la mar a León tenían por Fuero del Emperador
que le mostraron. Sevilla, 20 de diciembre, era 1319.
1289. Carla de D. Sancho el Bravo, que, viendo confirmado por su padre D.
Alfonso X el privilegio del Emperador, le copia integro y le otorga y confirma,
para que sea guardado firmemente. Burgos, 8 de agosto, era de 1327.
1295. Confirmación de los privilegios dada en Valladolid por los comisionados
de los concejos del reino de León y Galicia, era 1333.
1295. Ordenanza del rey D. Fernando IV sobre libertades de los naturales de
Avilés, era 1333.
1299. Privilegio de Fernando IV para que los vecinos de Avilés no den
portazgo, peaje, ni aduaje, en ningún lugar de sus reinos, salvo en Murcia, Toledo
y Sevilla. Valladolid, 4 de abril, era 1337.
1299. Otro para que ningún juez pueda venir con salario a la villa, a no pedirlo
ésta; y que a las justicias de ella sea licito proceder conforme a su fuero, y entrar
en cualquier coto y tierra de señorío en persecución de delincuentes. Lo cual fue
dispuesto en hermandad con la ciudad de Oviedo, y concejos de Lena y Grado.
Toledo, 23 de abril, era 1337.
1301. Cuaderno de las Cortes de Zamora, u ordenamiento de D. Fernando
IV, 12 de agosto, era 1339.
1305. Privilegio de Fernando IV y su mujer doña Constanza, en las Cortes
de Medina del Campo, mandando guardar a los vecinos de Avilés el fuero del
Emperador para no dar fonsadera, ni ir en fonsado. 12 de abril, era 1343.
1318. Privilegio de Alfonso XI. Confirma el que su padre Fernando IV había
dado nueve años antes a 7 de octubre de 1300, en la cerca de sobre Algeciras, en
el cual «por facer bien et merced al conceyo de Avillés; é por muchos servicios
que le ficieron á él et á los reyes onde venia, el porque halda grande voluntad de
acrecentar la su villa de Avillés,- dábale por sus alfoces el por su término la tierra
de Gozón et de Carrenno et de Corvera et de Illes et de Castrillón: e mandaba
que los hormes et mujeres que hí moran et moraren, sean sus vecinos, et fagan hí

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su vecindad, el que vayan a juicio et á llamado de los juicos et aleados de Avillés,
o de aquellos que ellos hí pusieren; el que hayan el fuero de Arillés e se juzguen
por él, et que pechen con el conceio de Avillés; et que non vaian a otro juicio ni a
otro llamado, ni fagan vecindat ni otro tributo a otro ninguno; et que los homes
de la tierra de Gozón pechen 600 maravedís; et los de Carrenno. 1.200; et los de
Corvera, 660; et los de Castrillón, 600; et los de Illes, 300. Y era su voluntad que
esta merced que facia al conceio de Avillés, le fuese temida e guardada en todo,
pena de haber la ira de Dios e la suya, e diez mil maravedís de la bona moneda».
Valladolid, 2 de junio, era 1356.
1329. Privilegio de Alfonso XI insertando y confirmando el de 1305, dado
por su padre. Madrid, 6 de agosto, era 1367.
1335. Tres confirmaciones del rey D. Alfonso XI sobre la obligación de pechar
en Avilés impuesta a Gozón, Corvera, Illas y Carreño. 10 de octubre, era 1373.
1339. Alfonso XI confirma la exención de portazgo concedida en 1299 a la
villa. 3 de junio, era 1377.
1348. Conveniencia (esto es, pacto, convenio) hecha y ordenada entre los
vecinos y moradores de Illas y el concejo de Avilés, obligándosele aquéllos a
ser «buenos vecinos suyos, leales et verdaderos, daqui adelante et para sempre,
bien el, lealmente a bona fed sin mal enganno»; ofreciendo lo mismo Avilés, y
comprometiéndose a que los hombres buenos de Illas nombrasen anualmente
su alcalde, y a distribuir los pechos y tributos en justa y debida proporción:
dispuestos unos y otros a olvidar y perdonar los yerros, quejas, querellas,
incendios y muertes pasados. 14 de mayo, era 1386.
1351. El rey D. Pedro confirma la exen¬ción de 1305, robustecida por la
declaración de 1329, estando en las Cortes de Valladolid, á 20 de setiembre, era
1389.
1351. El mismo rey confirma dos cartas, una de su padre D. Alfonso y otra
de D. Fernando su abuelo, mandando guardar a los de Avilés el fuero de no dar
portaje ni ribaje desde la mar hasta León. En las mismas Cortes, a 19 de octubre.
1352. El mismo, disponiendo por carta que Avilés no le pague los 600
maravedís que le debe de un yantar, excepto cuando viniese en persona a la villa.
Dada en Valladolid, a 28 de julio, era 1390.
1357. Privilegio del rey D. Pedro. Quien dice que por razón que el Concejo
de Avillés se le enviara a querellar de muchos desafueros y daños y males que

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recibían de los adelantados y merinos que por él andaban en las merindades de
Asturias (por la cual razón se despoblaba la dicha villa y venía a él de ello gran
deservicio); y por esto y por guardar la dicha villa de Avillés y a los que en ella
moraren, de daño y de mal; por muchos servicios y buenos que los de la dicha
villa de Avillés hicieran a los reyes de donde él venía y señaladamente al rey D.
Alfonso su padre en los sus menesteres, e hicieron y hacen a él de cada día; y por
les dar galardón de ello, porque la dicha villa se pueble mejor para su servicio,-
tiene por bien y manda que de allí adelante no entren en la dicha villa de Avillés
adelantado ni merino a mermar, ni vayan los vecinos ni moradores de la dicha
villa a sus emplazamientos ni llamamientos ahora ni de aquí adelante. Fecha en
Tarazona á 13 de mayo, era de 1395.
1378. Sentencia y carta de privilegio del rey D. Juan I para que los vecinos de
Illas estén sujetos a la justicia de Avilés, era 1416.
1379. Confirmación del mismo rey don Juan I insertando otra del rey D.
Enrique su padre con la merced que hizo a la villa de Avillés, en las Cortes de
Burgos, del contrato que en su nombre otorgaron ciertas personas para entregar
la Torre en tenencia a Pedro Menéndez de Gozón, con el fin de que la tuviese
con quince hombres en servicio del rey y de la villa, y pudiese meter más gente
en ella. Por lo cual se le confirmaron todos sus privilegios, fueros y costumbres,
y que no tuviesen adelantado ni merino; y otras cualesquiera mercedes que les
hubiere hecho el rey D. Pedro. Burgos a 8 de agosto, era 1417.
1384. Privilegio del mismo rey D. Juan confirmando todos los demás
concedidos a la villa por los reyes sus antecesores. Valladolid a 8 de abril, era
1422.
1380. Privilegio del rey D. Juan I insertando y confirmando la exención de
portazgo, aduanaje y peaje, otorgada en 1290. Burgos a 30 de marzo, era 1424.
1391. Carta del rey D. Enrique III sobre los derechos de la sal, dada en las
Cortes de Madrid a 20 de abril, era 1429.
1391. El mismo rey D. Enrique en la misma fecha, confirma los buenos
fueros, usos y costumbres de la villa de Avillés, como lo fueran en tiempo del rey
D. Enrique su abuelo y del rey D. Juan su padre.
1400. Traslado de un albalá del rey Don Enrique sobre portazgos, que
principia: «Yo el Rey fago saber a vos los mis oidores, chancellares e notarios
que estades a la tabla de los mis seellos, que el concejo y omes bonos de la mi

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villa de Avillés me enbiaron dixir que en el tiempo que yo estobe en Avillés que
les confirmé sus usos e previlegios de los reyes onde yo vengo, e de mi e después,
por la ordenación que yo fice en Madrid en que fasta tiempo gesto, se beniese a
confirmar otra vez; que ellos que lo non ficieron después que yo salí de tutoría: por
lo cual dicen que lles non son guardados los dichos sus previlegios y libertades e
sus buenos usos e costumbres; e pediron me merced que lles pusiese de remedio
en esta parle. E yo tóbilo por bien, porque vos mando que sin embargo de la dicha
ordenación, que fagades luego confirmar los dichos previlegios, cartas, mercedes
e buenos usos e buenas costumbres que tienen mandado les dar y librar los otros
previlegios. Etc. Fecho en 15 de abril, era 1438.
1401. Confirmación del rey D. Enrique III insertando el privilegio de
Alfonso XI de 1318, dado por su padre D. Fernando IV, para que la tierra de
Gozón, Carreño, Corvera, Castrillón o Illas fuese término del concejo de Aviles,
disfrutase de sus privilegios, viniese a los llamamientos de la justicia de la villa,
pechando y contribuyendo con ella y se juzgase por sus fueros. Era de 1439.
1409. Privilegio del rey D. Juan II para que ningún juez pueda ir a Avilés con
salario, a no ser pedido por la villa. Era 1447.
1416. Habiéndose querellado el concejo y vecinos de Avilés, porque Diego
Fernández de Quiñones, merino mayor de Asturias, les había usurpado la
jurisdicción en tierra de Illas, que pretendía ser exenta y realenga, siguieron
pleito, y por sentencia y carta del rey D. Juan el II fecha en Valladolid a 9 de
abril, le ganaron con las costas.
1424. Contrato entre la villa de Avilés y el concejo de Illas sobre jurisdicción
y repartimiento.
1444. Noticia de la junta celebrada en Avilés. - Apoderados los Quiñones
y sus parciales de las mejores villas de Asturias, y aun de la ciudad de Oviedo,
refugiáronse los asturianos leales, representantes de los concejos y cabezas
que llevaban la voz del Principe, Hernando de Valdés, Gonzalo Rodríguez de
Argüelles y Juan Pariente de Llanes, a la fortaleza de Avilés y a su alcázar: y
con sus acertadas providencias triunfaron de los insurgentes, dando muestras
de la más acendrada lealtad hacia el príncipe de Asturias D. Enrique, después el
cuarto de este nombre entre los reyes de España.
1445. «En la ciudad de Oviedo jueves diez e ocho dias del mes de marzo
año del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo de 1445, en presencia de Juan

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Sánchez de Tamargo, escribano de nuestro señor el Rey e de los testigos de yuso
escritos; estando ayuntados la mayor parte de los procuradores de la ciudad de
Oviedo e de la villa de Avilés e de los otros concejos del principado de Asturias;
estando adjuntados en su junta, según que lo han de uso y costumbre, en la
iglesia del Señor San Salvador de esta dicha ciudad, pareció ende presente
Pedro de Tapia, maestre-sala de nuestro señor el Rey, e presentó e fizo leer la
carta comprehensiva de el título de nombramiento de corregidor, dirigida a
los concejos, alcaldes e hombres buenos de la mi ciudad de Oviedo e villas de
Avilés y Llanes, e de todas las otras ciudades, villas y lugares del principado de
Asturias.......E luego los dichos procuradores de la dicha ciudad de Oviedo e de
la villa de Avilés e de los otros concejos..... dijeron que rescibian e réicibieron
al dicho señor Pedro de Tapia en nombre de dicho señor Príncipe por justicia
mayor del dicho principado; e que guardándoles el dicho Pedro de Tapia sus
buenos usos e costumbres e libertades e previlegios que habían, que prestos eran
de lo recibir por merino de la ciudad e villa de Avilés e de los otros concejos.»
1466. Noticia de otra junta en Avilés. Se congregaron los procuradores de los
concejos asturianos, depuesto Enrique IV en Ávila, declarándose por el Infante
D. Alonso, y reconociéndolo por rey de Castilla y de León. En su consecuencia
extendieron un cuaderno de peticiones donde solicitaban confirmación de
sus fueros, privilegios, libertades, usos y costumbres y otras gracias: el cual
fue presentado en Ocaña ante el Rey y los de su consejo por los procuradores
nombrados al efecto Juan de Caso y Fernand Álvarez de la Rivera. Entre sus
capítulos se lee el siguiente: «Otrosí a lo que me suplicastes que vos confirmase
la hermandad que fesistes en la junta que se fiso en la villa de Avillés en el mes
de noviembre del año que pasó de mill e cuatro cientos e sesenta e seis años,
por cuanto fue e es muy necesario al bien común dese mi principado, - a esto
vos respondo que me piase e vos la confirmo, para que la tengades e guardedes
segund e en la manera o forma que la fesistes e ordenastes en tanto cuanto mi
merced e voluntad fuere; porque así entiendo que cumple a mi servicio.» El Rey
accedió a todas las peticiones, confirmándolas por carta dada en Ocaña a 20 de
enero de 1407.
1522. Real carta ejecutoria ganada por la villa de Avilés contra Nicolás
Alonso, juez de Villanueva del Camino, sobre la paga y portazgo de dicho lugar.
1527. Real carta ejecutoria en razón de los portazgos, en la que también se

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comprende el derecho llamado de la cuchar.
1527. Cuaderno legalizado con el testimonio dado por Antonio del Corral,
escribano de S. M., conteniendo extracto de algunas sentencias ganadas por el
concejo de Avilés contra otros del Adelantamiento de León y Principado de
Asturias, y contra varios señores y comunidades en el siglo XVI, y declaraciones
que pronunció el Licenciado Pedro Zorita el año de 1527.
1538. Ejecutoria ganada por la villa de Avilés al Cabildo de León sobre la
exención de portazgos.
1538. Real carta ejecutoria de Carlos I sobre el privilegio de 1ª instancia que
Avilés disfrutaba, y para que los Gobernadores y Tenientes vayan a la villa a
tomar en persona posesión de su cargo, y den fianza después de ser recibidos en
junta general.
1562. Confirmación otorgada por Felipe II del privilegio de portazgos,
peajes, aduanajes, etc.
1568. Real carta ejecutoria del mismo Rey, obtenida por la Justicia y
Regimiento de Avilés, reconociendo a la villa el derecho de entender en 1ª
instancia en las causas que se instruyan a sus vecinos.
1572. Traslado de disposiciones del Justicia mayor del Principado de una Real
Cédula de Felipe II para la defensa de la villa en tiempo de guerra, extensiva a
otros varios concejos de Asturias. 
1585. Confirmación otorgada por Felipe II del privilegio do exención de
portazgo, andaje y pontaje a favor de los vecinos de la villa de Avilés.
1605. Real carta de Felipe III, dada en Valladolid a 11 de Julio, en la cual, por
virtud de haber presentado el Ayuntamiento de Avilés al Consejo de Hacienda
los privilegios originales que tenía de los reyes sus antecesores desde Alfonso VII
para que se tomara nota de ellos en la Contaduría mayor de Hacienda, manda
Rey... «que asentándose en los nuestros libros las confirmaciones de los dichos
privilegios que de suso se hace mención y van referidos en esta nuestra carta, el
nuestro sello real los despaché y sellé, que así lo tenemos por bien e mandamos
que de esta nuestra carta tomen la razón de ella los Ministros Contadores en
cuyo poder están los libros de las nuestras confirmaciones, y tomada la dicha
razón mandamos que esta nuestra carta original se entregue a la parte de la dicha
villa de Avilés. Dada en Valladolid a once días del mes de Julio de mil seiscientos
y cinco años. Siguen las firmas de los Ministros y Contadores, autorizando el

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Secretario de Cámara del Rev, D. Pedro Alonso Hiero, y a continuación el sello
de las armas reales de España, y la toma de razón en los libros de confirmación.»
1622. Confirmación del Sr. Rey D. Felipe IV despachada en Madrid a 20
de Abril de 1622, del privilegio de sus altezas D. Fernando y Dña. Isabel,
concediendo a la villa de Avilés un mercado franco los lunes de cada semana.
1622. El mismo rey Felipe IV manda guardar a la villa de Avilés todos sus
privilegios y buenos usos, fueros y derechos, franquezas, gracias y libertades.
Madrid a 20 de Abril de 1622.

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APÉNDICE NOVENO

Acta de enterramiento de D. Pedro Menéndez de Avilés, Adelantado de la


Florida, en la iglesia de San Nicolás (1).

E n la villa de Avilés A nueve de Noviembre año de mil y quinientos y noventa


y un años, yo Tirso de Avilés, canónigo de Oviedo, notario por la autoridad
apostólica, doy fee y verdadero testimonio: como de pedimento de d. Gº
(Gonzalo) de Solis arcediano de BenavenTe en la sglia. (SanTa Iglesia), me fue
mostrado en un ataúd de madera matizado de negro, con un letrero dorado, el
cadáver y huesos de D. Pedro Menéndez de Avilés, adelantado de la Florida,
el cual estaba amortajado en un hábito blanco con su † colorada en el medio,
de la orden de Santiago. El cual fue traído de la villa de Llanes, adonde estaba
(1) D. Ciríaco Miguel Vigil, Asturias Monumental, Epigráfica y Diplomática, pág. 283. -
Este erudito paleógrafo la toma de una copia que cree existe en la Universidad de Oviedo.

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depositado, para ser sepultado en la dicha villa de Avilés, en la iglesia parroquial
de San Nicolás, como e por disposición do una cláusula de su testamento fue
mandado, y traído por el dicho D. G.º de Solis, a lo cual yo fui presente, como
antes de ahora di fee v testimonio deba, al cual me refiero, y en este dicho
dia fue el dicho ataúd llevado de las casas del dicho Adelantado que tenia en
la dicha villa de Avilés por cuatro rexigidores de la dicha villa, a ser sepultado
con la autoridad que se requería de lumbres de cera y misas, por la clerecía y
religiosos del monasterio de San Francisco que hay en la dicha villa, a dicha
parroquia principal de San Nicolás que en ella hay, donde después de la misa
mayor, que fue dicha por el dicho arcediano de Benavente con dos canónigos
que le ministraron de Diácono y Subdiácono, fue puesto el dicho ataúd en un
principal arco, tres varas de medir en alto, que para este efecto fue fabricado,
en la pared dentro de la capilla mayor hacia la parte del Evangelio, el cual arco
estaba también matizado de negro, con tres cruces de la Encomienda de la orden
de Santiago, y en medio del arco encima del, un escudo de las armas (de Valdés?),
y a los lados, dentro del arco, pintadas asimismo las armas del dicho Adelantado,
y entregada la llabe del dicho ataúd a la justicia y rejimiento de la dicha villa. El
gasto de la cual traslación fui certificado ansi de la ida v venida de Llanos cuando
fueron traídos los dichos huesos, como el dia que fueron trasladados a la dicha
iglesia de San Nicolás, fue a costa del dicho arcediano de Benavente, por yo el
dicho canónigo Tirso de Avilés notario haber ido y venido en su compañía a la
dicha villa de Llanes, y hoy dicho día me hallé presente a todo lo que dicho es,
estando presentes por testigos Pedro de Trubia canónigo de Oviedo y Juan de
Avilés arcipreste de Siero y Alonso López de Bolaño vecino de la villa de Navia
y Pedro Álvarez de Valdés y Lois de León y Pedro Martínez Pumarino y Pedro
(Valdés?) de León, regidores, y Dj.º (Diego) de Miranda y Francisco de Garay
vecinos de la dicha villa. En fee de lo cual di la presente, siendo requerido, dia
mes é año susodicho.— Tirso de Avilés, notario.»

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APÉNDICE DÉCIMO

Señores Presidentes del Ayuntamiento de Avilés desde el año de 1647.

1647 D. Miguel de Solís Cascos de Avilés.


1648 D. Nicolás de Mieres.
1649 D. Francisco Carreño.
1650 D. Esteban González de Bango.
1651 D. Nicolás González de Oviedo.
1652 D. Rodrigo de Valdés Ponte.
1653 D. Melchor de Valdés León.
1654 D. Juan de León Falcón.
1655 D. Diego de Miranda Herrera.
1656 D. Alonso Fernández Perdones.
1657 D. Toribio Falcón.
1658 D. Miguel de Solís.
1659 D. Bartolomé Rodríguez Carvajal.
1660 D. Fernando Inclán Valdés.
1661 D. Jacinto de Prendes Solís.
1662 D. Nicolás Valdés León.

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1663 D. Pedro Rodríguez de León.
1664 D. Juan de Valdés Somonte.
1665 D. Francisco Perdones y Carreño.
1666 D. Juan de Prendes Pola.
1667 D. Pedro de Solís.
1668 D. Diego de Miranda Blas.
1669 D. Juan de León Falcón.
1670 D. Sebastián Bernardo de Quirós.
1671 D. Melchor Menéndez Valdés.
1672 D. Alvaro Pérez Navia y Arango.
1673 D. Antonio Valdés Balsinde.
1674 D. Rodrigo de Valdés Ponte.
1675 D. Gaspar de Candamo.
1676 D. Antonio Cuervo Valdés.
1677 D. Alonso Carreño y Bango.
1678 D. Diego de Valdés Balsinde.
1679 D. Lope de Trelles Villamil.
1680 D. Pedro Valdés Granda.
1681 D. Miguel de Prada Cascos.
1682 D. Francisco Carreño Bernardo.
1683 D. Rodrigo de Mieres Cuervo.
1684 D. Toribio González de los Corrales.
1685 D. Francisco Carreño y Bernardo.
1686 D. Juan García Solís Coterón.
1687 D. Juan de Ponte Falcón.
1688 D. Álvaro de Valdés Arango.
1689 D. Rodrigo de Valdés Ponte.
1690 D. Francisco Sánchez Valdés.
1691 D. Alonso Carreño Bango Quirós.
1692 D. Pedro Menéndez Valdés.
1693 D. José Carreño Arango.
1694 D. Alvaro de Valdés Alas.
1695 D. Diego de Miranda.
1696 D. Esteban de las Alas y Valdés.

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1697 D. Pedro Valdés Granda.
1698 D. Fernando de León Falcón.
1699 D. Pelayo Suárez Estrada.
1700 D. Esteban González de Bango.
1701 D. El Marqués de Ferrera.
1702 D. Pelayo Suárez Estrada.
1703 D. Fernando Quirós Cuervo.
1704 D. Rodrigo Ignacio de Mieres.
1707 D. Lope de Miranda Rivera.
1708 D. Fernando de León Falcón.
1709 D. Francisco Carreño Bango.
1710 D. Gaspar Perdones Luera.
1711 D. José Valdés Balsinde.
1712 D. Juan de Llano Osorio.
1713 D. Rodrigo Valdés Ponte.
1714 D. Juan José de León Falcón.
1715 D. Pedro de Candamo Hevia.
1716 D. José Antonio Carreño Bernardo.
1717 D. Jerónimo Carrió Bernardo de Quirós.
1718 D. Francisco Bernardo Valdés Bango.
1719 D. Lope de Trelles Villamil.
1720 D. José Antonio Menéndez Valdés.
1721 D. Pedro de Candamo Ilevia.
1722 D. Pelayo Suárez Estrado.
1723 D. José Antonio Menéndez Valdés.
1724 D. Alonso Velázquez de Bances.
1725 D. Gutierre de las Alas Valdés.
Í72G D. José Benito Trelles y León.
1727 D. Pedro Antonio García del Perrero.
1728 D. Lope Miranda Rivera.
1729 D. Andrés de Preda Cascos.
1730 D. Diego Benito Miranda.
1731 D. Rodrigo Valdés Ponte.
1732 D. Juan Fernández Rozada.

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1733 D. Juan Alonso de Valdés Gendín.
1734 D. Jacinto García Robés.
1735 D. José Antonio Carreño.
1736 D. Marcos Antonio Valdés Salas.
1737 D. Bernardo García Carreño.
1738 D. Pedro José Valdés Ponte.
1739 D. José Antonio Menéndez Valdés.
1740 D. Alvaro Valdés Salas.
1741 D. José Antonio de Peón la Vega Valdés.
1742 D. Bernardo Candamo Hevia.
1743 D. Alvaro Valdés Salas.
1744 D. José Antonio Carreño.
1745 D. Juan Alejos de Llano Ponte.
1746 D. José Antonio Peón la Vega Valdés.
1747 D. Bartolomé de las Alas Valdés.
1748 D. Bernardo Candamo Hevia.
1749 D. Joaquín González Arango.
1750 D. Rodrigo García Pumarino.
1751 D. José Antonio Peón la Vega Valdés.
1752 D. Francisco Antonio Menéndez Valdés.
1753 D. Fernando de León Falcón.
1754 D. Bernardo Candamo Hevia.
1755 D. Francisco Antonio Menéndez Valdés.
1756 D. José Antonio de Prendes Solís.
1757 D. José Antonio de Peón la Vega Valdés.
1758 D. Manuel de Prada Cascos.
1759 D. Alvaro Valdés Salas.
1760 D. Rodrigo García Pumarino.
1761 D. Rodrigo García Pumarino.
1762 D. Francisco Antonio Menéndez Valdés.
1763 D. José Antonio Peón lo Vega Valdés.
1764 D. Jacinto Antonio González Valdés.
1765 D. Francisco Javier Valdés Balsinde.
1766 D. José de Ponte Falcón.

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1767 D. Alvaro Valdés Ponte.
1768 D. Manuel de Prada Cascos.
1769 D. Antonio Jacinto de Llano Queipo.
1770 D. Andrés Fernández Blanco.
1771 D. José Antonio de Peón la Vega Valdés.
1772 D. José Antonio Menéndez Valdés.
1773 D. Antonio Jacinto de Llano Queipo.
1774 D. Rodrigo de Llano Ponte.
1775 D. Alvaro Ramón Valdés Ponte.
1776 D. Esteban Lorenzo de las Alas Pumariño.
1777 D. José de Peón la Vega y Valdés.
1778 D. Juan del Busto Solís.
1779 D. Antonio Jacinto de Llano Queipo.
1780 D. Francisco Fructuoso Peláez.
1781 D. Agustín de Canosía.
1782 D. Fernando de León Falcón.
1783 D. Alvaro Ramón Valdés Ponte.
1784 D. Ramón de Miranda Solís.
1785 D. José Antonio Menéndez Valdés.
1786 D. Alonso de Arando Sierra.
1787 D. Alonso de Arando Sierra.
1788 D. Ramón Miranda Solís.
1789 D. Fernando María de Prada Cascos.
1790 D. José Antonio Quirós Valdés.
1791 D. Matías de Llano Queipo.
1792 D. Ramón Miranda Solís.
1793 D. Antonio Jacinto de Llano Queipo.
1794 D. Francisco Javier de Máquez.
1795 D. Fernando García Basco.
1796 D. Ramón Miranda Flórez.
1897 D. Ramón Miranda Flórez.
1798 D. Fernando García Basco.
1799 D. José de las Alas Valdés Carreño.
1800 D. Ramón Miranda Flórez.

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1801 D. Ramón Miranda Solís.
1802 D. José Fernández Blanco.
1803 D. Fernando de las Marinas Valdés.
1804 D. Fructuoso Valdés Balsinde.
1805 D. José Valdés Bazán.
1806 D. José del Busto Solís y León.
1807 D. García Antonio Gayón Villamil.
1808 D. Benito de Prada Cascos.
1809 D. José Fernández Blanco.
1810 D. José Fernández Blanco. 
1811 D. Francisco Sierra.
1812 D. El mismo.
1813 D. Luis Folgueras Hevia.
1814 D. José Sánchez.
1815 D. Juan Alvarez la Viesca.
1816 D. José María Arguelles y Trelles.
1817 D. Juan Cuervo y Arango.
1818 D. José del Busto.
1819 D. Nicolás González Arango.
1823 D. Juan Cuervo Arango.
1824 D. Juan Cuervo Arango..
1825 D. Manuel de Cueto Antayo.
1826 D. Galo de las Alas Pumariño.
1827 D. Juan Cuervo Arango.
1828 D. Juan Blanco Gendín.
1829 D. Adriano Antonio Troncoso.
1830 D. Alvaro de Navia Osorio.
1831 D. Bernardo González Pumariega.
1832 D. José García San Miguel.
1833 D. Pantaleón Carreño.
1834 D. Luis Folgueras Hevia.
1835 D. Bernardo del Busto.
1836 D. Galo de las Alas Pumariño.
1837 D. Nicolás González Arango.

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1838 D. Modesto Fernández Bango.
1839 D. Bonifacio de las Alas.
1840 D. Galo de las Alas Pumariño.
1841 D. José Rodríguez Villamil.
1842 D. Francisco Manuel Graiño. 
1843 D. Nicolás Arias Carvajal.
1844 D. Ramón González Llano.
1845 D. Ramón González Llano.
1846 D. Francisco Quevedo Heres.
1847 D. Francisco Quevedo Heres.
1848 D. Bernardo del Busto.
1849 D. Bernardo del Busto.
1850 D. Hermenegildo Suárez Solís.
1851 D. Hermenegildo Suárez Solís
1852 D. Fermín Alvarez Mesa.
1853 D. Fermín Alvarez Mesa.
1854 D. Nicolás Blanco Gendín.
1855 D. Nicolás Blanco Gendín.
1856 D. Alvaro Lobo Castañón.
1857 D. Alvaro Lobo Castañón.
1858 D. Hermenegildo Suárez Solís.
1859 D. José García San Miguel.
1860 D. José García San Miguel.
1861 Fernando María de Ochoa.
1862 Fernando María de Ochoa.
1863 Fernando María de Ochoa.
1864 Fernando María de Ochoa.
1865 D. Álvaro Lobo Castañón.
1866 D. Álvaro Lobo Castañón.
1867 D. Simón Fernández Perdones.
1868 D. Simón Fernández Perdones.
1868 D. Francisco Manuel Graiño hasta el 20 de Octubre.
1868 D. Félix Graiño el resto del año.
1869 D. Francisco Manuel Graiño.

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1870 D. Francisco Manuel Graiño.
1871 D. Francisco Manuel Graiño.
1872 D. Atanasio Carreño.
1873 D. Atanasio Carreño, hasta el 23 de Agosto.
1873 D. Melquíades Carreño, el resto del año.
1874 D. Melquíades Carreño hasta el 3 de Julio.
1874 D. Bonifacio Heres Busto el resto del año.
1875 D. Bonifacio Heres Busto.
1876 D. Bonifacio Heres Busto.
1877 D. Bonifacio Heres Busto.
1878 D. Bonifacio Heres Busto.
1879 D. Bonifacio Heres Busto, hasta el 1º de Julio.
1879 D. Feliciano de la Campa, el resto del año.
1880 D. Feliciano de la Campa, hasta el 13 de Marzo.
1880 D. Antonio Pérez y González el resto del año.
1881 D. Antonio Pérez y González hasta el 1º de Julio.
1881 D. Emilio Carreño y Valdés el resto del año.
1882 D. Emilio Carreño y Valdés hasta el 30 de Junio de 1887.
1887 D. Atanasio Carreño hasta el 30 de Junio de 1891.
1891 D. José Cueto y González Carvajal desde el 1º de Julio de 1891
hasta el 31 de Diciembre de 1893.
1894 D.Cesáreo de Silva Inclán desde 1º de Enero de 1894 hasta 30
de Junio de 1897.
1897 D. Florentino Alvarez Mesa desde 1º de Julio

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INDICE

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Dedicatoria...................................................................................................................... 3
Prólogo.............................................................................................................................. 5
Introducción.................................................................................................................... 14

CAPÍTULO PRIMERO
I
Origenes de Avilés..........................................................................................................18
Primeros pobladores
Los celtas
II
Dominación romana......................................................................................................20
Vestigios que dejó en la provincia
Zoela y Noega
Castillo de Gauzón
Aras Sestianas
Murallas de Avilés
Dominación gótica
III
Organización y costumbres de los primeros pobladores.......................................27
de Asturias y en particular de Avilés
Industrias que ejercían

CAPÍTULO SEGUNDO
I
Invasión de los árabes....................................................................................................32
Munuza en Avilés
Monarquia asturiana
Memorias de Gauzón
II
Traslado de la corte a León...........................................................................................36
La nobleza, el clero y estado llano
Fuero de Avilés de Alfonso VI, confirmado por Alfonso VII
III
Examen del Fuero...........................................................................................................38

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Confirmación y otorgamientos ocurridos en los siglos XIV y XV

CAPÍTULO TERCERO
I
Principales acontecimientos ocurridos en los siglos XIV y XV............................54
Guerras de Don Pedro y Don Enrique
El Principado de Asturias
Juntas de nobles asturianos en Avilés
Expulsión de los Quiñones
Reyes Católicos
Renacimiento de la Villa
II
Monumentos histórico-artísticos de Avilés en la Edad Media...........................60
Palacio de Valdecarzana
Casa de Las Alas
Iglesia de Santo Tómas
Iglesia de San Nicolás
Capilla de Las Alas
Iglesia de San Francisco
Iglesia de Santa María Magdalena de Corros
III
Organización municipal de Avilés en los siglos medios.........................................69
Carácter nobiliario y emprendedor de la Villa
Su progreso y riqueza
Su puerto y comercio
Industrias que se explotaron en aquella época

CAPÍTULO CUARTO
I
Sucesos ocurridos en Avilés durante los siglos XVI, XVII Y XVIII...................76
II
Crecimiento de la Villa..................................................................................................80
Obras y monumentos
El «cay» y traída de aguas

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Casa Ayuntamiento
Cárcel y hospitales
La Merced
Palacio de Camposagrado
Palacio de Ferrera
Los canapés
III
Organización municipal que tuvo Avilés en estos siglos.......................................86
Importancia del concejo
IV
Cargos concejiles.............................................................................................................89
Su elección y atribuciones
V
Ordenanzas municipales para servicios públicos.....................................................94
Instrucción pública
VI
El municipio y el culto católico....................................................................................97
Fiestas y regocijos populares
VII
Recursos y hacienda del concejo................................................................................102

CAPÍTULO QUINTO
I
Siglo XIX........................................................................................................................105
Invasión de los franceses y desastres que causaron en Avilés
II
Sucesos políticos
Una fecha triste Viajes regios
III
Cambios en el antiguo régimen municipal.............................................................118
IV
Progreso de la Villa; obras y principales reformas.................................................121
Puerto y muelle
Ferrocarril

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V
Instrucción pública.......................................................................................................128
Escuela de Artes y Oficios y otros elementos de cultura
Industria y comercio
VI
Mejoras locales, parques y plaza de las Aceñas......................................................133
Luz eléctrica
Villalegre
Nuevos proyectos de obras
Ayer y hoy

CAPÍTULO SEXTO
I
Hijos ilustres de Avilés.................................................................................................138
Casa de Las Alas
Nuño Pérez de Quiñones
Rui Pérez
Diego Rodríguez de Avilés
Gonzalo, Lope y Rodrigo Rodríguez de Avilés
Juan Alfonso Sánchez de Avilés y sus hijos Diego y Juan Menéndez de Avilés
Pedro Menéndez de Avilés
Bartolomé Menéndez de Avilés
Alvaro Sánchez de Avilés
Pedro Menéndez Marqués
Esteban de Las Alas
Alonso de Las Alas y Pedro Menéndez Marqués
Antonio Flórez
Pedro Solis
Alonso Rodríguez de León
Juan y Nicolás Almazán
Rodrigo Alonso de León
Tomás de Avilés
Hernando y Martín de Las Alas
Gregorio y Martín de Las Alas

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Gutierre Bernaldo Quirós de Las Alas
Bernardo Valdés de Las Alas
Martín Menéndez de Avilés
Gabriel Menéndez de Avilés
Juan José Alonso Navia, Marqués de Ferrera
Juan Carreño Miranda
Francisco dde Bances Candamo
Benito Miranda Arango
Ramón y Eugenia Miranda
Fernando Valdés y Quiros Sierra y LLano y su hijo Cayetano
Martín Fernández de Avilés
Pedro Lucuce y Ponce
Fray Valentín Morán, Obispo de Canarias
Juan de Llano Ponte, Obispo de Oviedo
Fray Felipe González Abarca, Obispo de Santander
Nicolás Sama Fuerte
Pedro Rodríguez de la Buria
Antonio Alonso
Rafaél González Llanos
Ramón González LLANOS
Simón Fernández Perdones Y Fernando María de Ochoa
Juan De Llano Ponte
Servando Ruiz Gómez
Estanislao Suárez Inclán
José García San Miguel, Marqués de Teverga
Eduardo Carreño Valdés
Estanislao Sánchez Calvo y Ochoa
David Arias
II
Armas de Avilés.............................................................................................................168
III
Conclusión.....................................................................................................................170

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APÉNDICE PRIMERO
Fuero de Avilés de Alfonso VII.................................................................................174

APÉNDICE SEGUNDO
Carta de emplazamiento de Don Alfonso X a las abadesas de
San Pelayo y de la Vega de Oviedo sobre pago de portazgo en Oviedo...........189

APÉNDICE TERCERO
Carta sentencia de Alfonso X en litigio sostenido por los de Avilés con el
Infante Don Alfonso por exigirles el pago de portazgo en Oviedo..................191

APÉNDICE CUARTO
Carta real del mismo rey, dirigida a los portazgueros de Puebla de Gordón
eximiendo a los avilesinos de este tributo................................................................194

APÉNDICE QUINTO
Real carta de D. Alfonso el Sabio mandando se les guarde a los de Avilés la
exención de portazgo y otros impuestos desde la mar a León....................196

APÉNDICE SEXTO
Real carta de Felipe III mandando se anoten en la Contaduría general de
Hacienda los fueros y privilegios de la Villa de Avilés..........................................198

APÉNDICE SÉPTIMO
Comunicación de D. Ciriaco Miguel Vigil a la Real Academia Española en
defensa de la autenticidad de los Fueros de Avilés y Oviedo..............................201

APÉNDICE OCTAVO
Documentos importantes que se conservan en el Archivo municipal
de Avilés..........................................................................................................................207

APÉNDICE NOVENO
Acta de enterramiento de Pedro Menéndez de Avilés en la iglesia de San
Nicolás.............................................................................................................................215

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APÉNDICE DÉCIMO
Presidentes del Ayuntamiento de Avilés desde el año 1647...............................217

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