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DE SEMINARIO DE NOBLES A CASA DE POBRES

Calatayud, 1857
21 de agosto de 1857, M. Magdalena Hecho con nueve Hermanas salen del Hospital de
Gracia para tomar la Mensajería camino de Calatayud. Once horas de viaje con parada
en la Almunia. Las acompaña D. Agustín Oliver, presidente del Seminario Sacerdotal
de San Carlos y director espiritual de la Hermandad. La emoción del viaje y el refrescar
de la mañana animan la conversación de las Hermanas. Qué encontrarían en su nuevo
destino, cómo las recibirían, solo H. Magdalena permanece en silencio.
“…S.M. la Reina se ha dignado autorizar a V.S. para que previo el
dictamen de la Junta provincial de Beneficencia y de acuerdo con el
Superior o Superiora inmediato de las Hermanas del Hospital de Ntra. Sra.
de Gracia, proceda a hacer de este Instituto las fundaciones que juzgue
convenientes, dando cuenta a este Ministerio de las que practicare…
Zaragoza 14 de Agosto de 1857.
Francisco Sagarren – Secretario”
Las Hermanas del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia habían escuchado estas palabras
reunidas en la sala de labor, ninguna cosía ni remendaba nada. Contenían la respiración.
Habían esperado más de cincuenta años con fe inquebrantable, con firme esperanza,
viva la llama ardiente del amor para cumplir el sueño del Padre Juan Bonal y María
Rafols.
M. Magdalena ve discurrir las suaves laderas de retama, viñedos, olivos, carrasca y
castaño, se acercan a la Almunia y el calor es ya sofocante. Aún sentía la emoción de las
Hermanas y el temblor de las hojas entre sus manos del comunicado que les había
enviado la Junta de Beneficencia. Las Hermanas más antiguas, aunque sus labios
sonreían, tenían lágrimas en los ojos. Las más jóvenes comenzaron a ofrecerse para las
nuevas fundaciones, mas enseguida se abrazaban con sus compañeras temiendo ser
elegidas. ¡Salir del Hospital! Toda una aventura a mitad del siglo XIX.
Las Ciudades de Calatayud y Tarazona, por medio de Comisionados, habían pedido
Hermanas de la Caridad que fuesen a encargarse de los asilos provinciales de ambas
ciudades. En cumplimiento de la Real Orden H. Magdalena, como presidenta,
acompañada de dos Hermanas más, viajaron a la Ciudad de Calatayud para ver el
Hospicio provincial y Hospital municipal. Terminada la visita y convenido con sus
directores el local y obras necesarias para habitación de las Hermanas, se hizo la
escritura y concluyeron los acuerdos para que las Hermanas se trasladasen
definitivamente a aquella Ciudad.
El alegre pueblo bilbilitano recibió a las Hermanas con repique de campanas cuando
entraron por la puerta de Zaragoza. A su encuentro salieron las Autoridades de la
Ciudad para acompañarlas a la Iglesia Colegial de Sta. María donde las esperaba el
Capítulo eclesiástico con hábitos corales. La torre mudéjar de 62 metros de altura y la
portada plateresca de la Colegiata, la algarabía, el buen humor de las gentes y el calor de
agosto no dejarían indiferentes a las Hermanas. Solemnemente, entraron a la Colegiata
para celebrar la Eucaristía que terminó con el Tedeum.
El 23 de agosto toman posesión de los Establecimientos. Dos edificios que habían sido
ocupados por los Padres de la Compañía de Jesús antes de la pragmática orden del 27 de
febrero de 1767 en la que Carlos III dictaba su expulsión. Edificios magníficos en el
porte, suntuosos en sus armazones, incómodos y húmedos, inconclusos, en definitiva,
pues la expulsión de tan beneficiosa Compañía dejó sin terminar la obra que, con tanto
esmero y con tanta prisa, estaban realizando.
Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia
Andaban los bilbilitanos por el 1568 cuando llegaron los Jesuitas para ocupar los locales
del Colegio de Humanidades y Artes que tan amablemente les habían ofrecido. Tanto
fue el prestigio y honra de esta Orden que el Colegio se les quedó pequeño y se vieron
en la necesidad de proyectar otro espacio, así como de construir a la par una Iglesia
anexa al Colegio. Declarado «Seminario de Nobles de la Corona de Aragón» emerge
como centro cultural y universitario, las obras de ampliación del Colegio y Seminario de
Nobles se ejecutan a un ritmo acelerado, los hijos de nobles y ricos se pasean con sus
criados, pues los hay aún en mayor número que estudiantes. El edificio se proyectaba
cómodo y espacioso si hubiese sido acabado.
Expulsados los Jesuitas, el Consejo de Castilla cedió al Ayuntamiento, a petición de
este, el Colegio de la Compañía para establecer la Casa de Expósitos y concentrar en
este edificio los Hospitales de la ciudad. El Hospital de Nuestra Señora de la
Misericordia u Hospital Municipal es elegido como hospital general.
Al atravesar el regio portón del Seminario de Nobles, desde la Calle San Juan, las
Hermanas admiraron la noble escalera que se abre en dos para dar acceso a los pisos
superiores. Desde el zaguán, sorteando levemente la escalinata, a ambos lados,
pequeñas salas conducen a un soleado patio central donde accedemos a la sala de
autopsias, depósito de cadáveres y bodega. Volviendo sus pasos las Hermanas subieron
la ilustre escalera donde estaban las salas de sarnosos, tiñosos y rabiosos, además de
espacios para sacerdotes, sujetos distinguidos, en la última planta, una sala para
militares. Ayer caminaban por este recinto jóvenes, espada al cinto, con criados que les
portaban los libros, tocados con sobreros, altivos, retórica y verborrea. Hoy el olor
nauseabundo hacía que algunas de sus señorías, que acompañaban a la Hermanas,
sacasen su pañuelo “discretamente”. Silencio roto por el lamento molesto de las quejas.
La humedad, siempre la humedad y el frío a pesar de ser agosto, el frío que hiela los
huesos. Harapos, miradas grandes, extremadamente grandes, tan grandes que a veces
terminan por no cerrarse.
Calatayud, que había llegado a ser capital de provincia entre 1820 y 1833, variaba su
población según la industria. Las obras del ferrocarril en 1856, Zaragoza – Madrid
hicieron aumentar la población, más su finalización llevó a muchos de los vecinos de la
ciudad a la pobreza. La mala alimentación unida a las pésimas condiciones higiénicas
era el perfecto caldo de cultivo para la enfermedad. A esto los galenos unían que
Calatayud es una zona húmeda de continuas nieblas, propicia en esa época para las
fiebres tifoideas, enfermedades de reuma, pulmón y corazón.
Ante la enfermedad y miseria nombrar el Hospital a alguno de los 12.300 habitantes con
los que ya contaba el censo en 1860 era poco menos que hablarles de la sepultura. La
familia prefería mantener a sus seres queridos en las casas y muchos doctores se
inclinaban por esta práctica por temor al contagio de males mayores en el Hospital. A
pesar de ello, la miseria y la penuria era tanta en muchas ocasiones que no quedaba otro
remedio que acudir a la sombra de tan benemérita institución, en ella se le daba los
cuidados, comida y medicinas puntualmente, de ello las Hermanas tenían sobrada
experiencia viniendo del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia.
A las nueve queda de guardia la hermana velante, la cual “con mucha frecuencia y
mayormente de noche, dará vueltas por las Salas” …” dos veces cada noche mirará los
enfermos de calenturas y cirugía que están con viático o en algún peligro próximo”,
“visitará y consolara a los más afligidos”. Con ocasión del reparto de alimentos se
indica se haga con “equidad, caridad y buen modo en el servirlos” Todo ello lo llevan al
extremo de la caridad en esta santa casa, dando una mano al hermano enfermo otra a la
hermana pobreza que nunca dejó de acompañarlas.
La epidemia de tifus de 1865 es una dura prueba a superar. El Hospital que atendía a la
ciudad, pero también a sus pueblos limítrofes tales como el Frasno, Codos, Villafeliche,
Santa María de Huerta, Ciria, además de peregrinos, transeúntes, el ejército…se
encuentra en un estado tan precario que además de recurrir a rifas y a la buena voluntad
de sus vecinos, solicita, ante el aumento de enfermos militares, en 1874, el incremento
en una hermana. Como anécdota decir que no eran gravosas las Hermanas, a las que se
les retribuye con 100 pesetas al semestre. Los médicos cobraban 750 pesetas al año. Ese
mismo año, en marzo, finalizando la primera Guerra Carlista, el Hospital se convierte en
hospital de sangre con capacidad para 50 camas para atender a los posibles heridos.
Sin embargo, nada no es comparable con la terrible epidemia de cólera que azotó en
1885 Zaragoza y toda la comarca, siendo los bilbilitanos después de la capital la zona
más afectada. El 2 de julio se mandó carta del Gobernador para cerrar las escuelas, el
mercado se vacía, su aspecto era desolador. El Capitán General dona el cuartel de la
Merced para hospital de coléricos. La situación se agrava hasta el punto de llegar a
desplazarse a Calatayud una comisión formada por el Gobernador Civil, el
vicepresidente de la Comisión Provincial, Sancho y Gil, y el diputado provincial,
Marquina visitando hospitales, hospicio, lavaderos, depósitos de cadáveres, barrios…se
toma muestra del agua y se lleva a Zaragoza. Inmediatamente, se adoptan medidas para
mejorar la salubridad de la ciudad, pues la principal causa es el uso de los corrales para
la producción de estiércol, contaminando tanto el aire como las aguas. Se procede a la
limpieza y desinfección de barrios, habilitación de un nuevo matadero, mejorar el
depósito de cadáveres y un largo etcétera.
Las Hermanas, como María Rafols, permanecieron día y noche asistiendo a los
coléricos, se olvidaron totalmente de ellas. Enfermeras, maestras, cocineras, todas
atendían a los contagiados sin mirar los riesgos que afrontaban. El 20 de julio de 1885,
la Hna. Dionisia Aran, con 25 años de edad, apenas lleva dos en la Congregación, murió
sirviendo a los enfermos en Calatayud. Quince días más tarde, el 5 de agosto, fallecía en
el Hospicio la Madre Francisca Caballol, de 60 años, pilar de las comunidades de
Calatayud. Vivió más de un año junto a la Madre María Rafols.
Hospital y precariedad parecen dos amigos inseparables, si no faltan colchones, falta
material quirúrgico, cuando no almohadas, las sábanas ya no se pueden coser más veces,
nóminas que hay que pagar…mas la caridad y el ingenio superan las vicisitudes: rifas
para comprar colchones; testamentos que permiten comprar material quirúrgico;
novilladas benéficas, obras de teatro, se adquiere la cocina económica.
Durante el primer tercio del siglo XX la ciudad se vigoriza con la implantación, en
1894, de la compañía del Ferrocarril Central de Aragón, el cultivo de la remolacha que
derivó en las azucareras y producción de alcoholes, la electricidad, desarrollo de
industrias de la construcción. La población crece, y en 1900 ya llega a 15.000
habitantes. El llamado Hospital de pobres de la Misericordia de Calatayud, con sus
cinco o seis Hermanas, seguirá siendo punto de referencia para los bilbilitanos. En él se
atenderá urgencias, accidentes, partos, cirugía menor, crónicos, militares, se realizarán
autopsias…las Hermanas serán el único personal de guardia y casi el personal de
servicio se reduce a la cocinera, la portera y poco más.

Mientras los pueblos aledaños continúan con su ritmo monótono y costumbrista, boina,
botijo y albarcas, trabajando de sol a sol, ya sea dueño o sea peón, los señoritos pasean y
toman las aguas en los baños de Paracuellos de Jiloca, Alhama y Jaraba. Calatayud se
asienta como el centro de la burguesía con los primeros periódicos, los toros, el teatro,
la ópera, los juegos florales, la banda de música, el paseo. Por su puesto los bilbilitanos
no olvidan los centros de beneficencia, a ellos dedican corridas de toros, fiestas florales,
recaudaciones…el Hospital hasta bien entrado el siglo XX vivió siempre de limosna.
Sin embargo, esta desigual prosperidad, el hambre, la injusticia, provocan revueltas,
protestas. El 15 de abril de 1931 se proclamó la República en Calatayud. En 1933 se
quiere incendiar las iglesias, el intento fue frustrado, pero sí se quemó totalmente la
imagen de la Virgen de la Peña. Con el estallido de la guerra la ciudad se convirtió en
un hospital de campaña. Los heridos, primero leves, luego graves, finalmente ya nada se
podía hacer por ellos sino darles cristiana sepultura. A esta labor se unieron las seis
Hermanas del Colegio y las del Hospicio. Se formó un tren hospital dirección Teruel
con quirófano, posteriormente se hicieron viajes también hacia Sigüenza, el ritmo era
trepidante, aún no habían llegado las Hermanas acompañando un convoy que ya partían
asistiendo otro. Llegaron a funcionar en Calatayud hasta tres hospitales, incluyendo el
Instituto. Se habilitó hospital en Alhama, salieron Hermanas a atender el hospital de
Ateca, varias eran novicias, hicieron lo que vieron hacer a sus Hermanas.
Terminó la guerra y Calatayud quedó estrecho, gris y pobre con las lágrimas resecas y
los asustados silencios. Y hubo un tiempo en el que en el Hospital aún tuvieron menos.
1949 llenó Calatayud de soldados, viudas y obreros para trabajar en la azucarera. Los
pueblos vecinos consolidan a Calatayud como centro comercial y punto de referencia
cultural y administrativo.
“Existe un Hospital municipal con quirófano, sala de hombres y de
mujeres, atendido por cuatro médicos, dos practicantes y dos comadronas,
además de nueve monjas de la Caridad de Santa Ana, Orden de gran
raigambre en Aragón”. Emilio Larrodea, 1952
Con el Seguro de Enfermedad esta situación va a cambiar, era necesario. Se comienzan
a construir grandes centros públicos de salud por parte del Estado con unos espacios y
dotaciones instrumentales imposibles de alcanzar por las corporaciones municipales. A
Calatayud le llegó en los años 50, siendo pionera dentro de las erigidas en España. En
un primer momento atendió solo cirugía, pero ya en los años sesenta tenía todas las
especialidades. Algunas Hermanas fueron a fundar a la Seguridad Social dependiente
del INSALUD; otras pasaron, en 1965, al Hospital Psiquiátrico, dependiente de la
Diputación Provincial de Zaragoza y destinado exclusivamente a enfermas mentales.

El Hospital paulatinamente va dando un giro en sus destinatarios para atender


únicamente a crónicos derivando finalmente en residencia asistida de la tercera edad. En
1989 se le da el nombre de Residencia Geriátrica Asistida. A pesar de esto hay un
querer al Hospital, un cordón umbilical de los bilbilitanos con el hospital que, hasta casi
cerrando sus puertas, muchos de ellos acudían allí a que las manos sanadoras de las
Hermanas les curasen.
A lo largo del período y para acomodar mejor a los ancianos, se bajaron los techos, se
puso calefacción e incluso se renovaron las dependencias de las Hermanas, lo cual
agradecieron mucho al Ayuntamiento, pues hasta entonces habían dormido donde
habían podido. Claro que si no había una gotera eran dos. La limpieza no se lucía. Del
depósito de cadáveres no se iban porque ya no podían, y es que necesitaba una buena
mano de pintura. La humedad era tanta que una mañana cedió el falso techo del
dormitorio de hombres, no hubo víctimas, Dios trabajó siempre a fondo en el Hospital,
pero tuvieron que trasladar camas, colchones y ancianos al Hospital psiquiátrico donde
los acogieron con verdadero cariño. A pesar de ello eran felices.
— ¿Se acuerda usted de mi tío? El del bombo, pues lo “tie” que conocer.
Las Hermanas se adaptaron a las nuevas necesidades. Se preparó la comida y cena para
los presos y para el Centro de Día de minusválidos y deficientes. Se habilitó un espacio
como albergue para transeúntes, donde se les daba ropa, podían asearse y pasar la
noche. La Ciudad de Calatayud es un lugar habitual de paso, siempre hay transeúntes o
mendigos. Cáritas les había buscado acomodo en hoteles o pensiones, pero llega un
momento en que estos establecimientos se niegan a recibirlos, es entonces, otoño de
1988, cuando se baraja la opción de habilitar los bajos de la Residencia Asistida. El
Ayuntamiento cede estas dependencias y la caridad de los bilbilitanos colabora para
adecuar las instalaciones. No es tarea fácil, sino más bien arriesgada y de gran
generosidad mas las Hermanas no dudan aceptarla. Al finalizar el año 1989 son ya 560
transeúntes que han pasado por esta Casa y han encontrado un “hogar caliente” donde
reponer sus fuerzas.
El Hospital lo dio todo, hasta tal punto que tienen que desalojar a los ancianos mientras
construyen un nuevo edificio para albergarlos. Los reparten entre el edificio de la
Seguridad Social y el psiquiátrico, allí las Hermanas de ambos centros los atienden con
verdadero esmero. El Ayuntamiento levantará en 1994 un nuevo edificio adaptado a las
necesidades de los ancianos. Este responde a las nuevas exigencias sanitarias. A los
ancianos les acompañarán de nuevo las Hermanas pasando a llamarse “Residencia San
Íñigo” en honor al Patrono de la ciudad de Calatayud.

La casa hospicio de la Misericordia


El 28 de noviembre de 1857, las Hermanas llevaban tres meses en el hospicio de
Calatayud, tuvo lugar el nacimiento de Alfonso XII de España, «el Pacificador». Unos
días antes de su nacimiento, según la costumbre de la época, los facultativos del Palacio
Real habían buscado ama de cría para el recién nacido.
La suerte del pequeño Alfonso, primer y único varón de la reina Isabel II que
sobrevivió. No se puede comparar su suerte con la de los paupérrimos hospicianos
también criados por amas. Ya su bisabuelo Carlos IV había dictado en la Real Cédula de
1784, movido a compasión por el trato inmerecido que sufrían estas inocentes criaturas.
“…Me hallo bien informado de la miserable situación en que están los
niños Expósitos de casi todos mis dominios, muriendo anualmente de
necesidad no pocos millares por las dilatadas distancias desde los pueblos
donde se exponen, hasta las casas de caridad o Inclusas, en que son
recibidos, y por el modo inhumano con que son tratados en los caminos y
después por muchas de las amas…”
Injusticia y miseria son las razones de este abandono. El abandono del niño se produce
por miedo o vergüenza, al ser hijo nacido fuera del matrimonio, o por no tener medios
para criarlo. Los progenitores o familiares dejaban al niño en el torno de la Casa de
Expósitos o acudían a la puerta de la Casa de Expósitos donde el niño era acogido. Este
acto se realizaba de noche o a la madrugada. ¡Cuántos niños recogieron las Hermanas
de meses, días u horas! Inevitablemente un sentimiento maternal se despertaba en la
Hermana al recibir a ese niño, algunos aún con el cordón umbilical de la madre. ¿Quién
no hubiera sentido una infinita ternura ante tanto abandono?
En aquellos lugares donde no hubiera hospicio el bebé era abandonado a la puerta de
una Iglesia, alguno en la misma calle. Hay quien lo dejaba con nombre o algún dinero y
quien envuelto en harapos o ya cadáver y lo devoraban los perros. Estos niños eran
trasladados como fardo a lomos de una mula por algún arriero apalabrado para tal fin
que cargaba a los infantes en su serón e iba acompañado por una o varias amas para
alimentar a los niños por el camino, mas a veces algún niño por estar enfermo quedaba
sin amamantar ya que el ama temía el contagio, o si lloraban eran callados con vino. La
mayoría de los pequeños morían por el camino.
En Calatayud, había gran necesidad de abrir una casa de expósitos, tanto para la ciudad
como para los pueblos de alrededor, pues era lugar de mucho tránsito y muchos niños
morían por no poder sobrevivir hasta Zaragoza. En 1797 se pone en marcha la
institución, admitiéndose únicamente a niños huérfanos o en extrema necesidad. Si eran
lactantes se les buscaba ama de cría en el entorno o se le atendía en la propia casa, a los
de desvezo se les lleva al Hospital General de Zaragoza. En 1800, ante las quejas y los
retrasos en la apertura del Centro, la Real Orden de 8 de enero hace saber al obispo de
Tarazona y al corregidor de Calatayud la necesidad de activar la adjudicación de los
fondos de cofradías, legados y obras pías de Calatayud y pueblos de su entorno que
S.M. asignó como parte de la dotación del nuevo hospicio de Calatayud durante los años
1797 y 1798.
El niño expósito en la sociedad del siglo XIX provocaba sentimientos controvertidos.
Por una parte, de ternura y filantropía, por otra debía de ser útil a la sociedad y a sí
mismo. En el hospicio el niño trabajaba para aprender un oficio y para su manutención,
de ahí que en la Casa se contase con talleres de alpargateros, sogueros, sastres, pelaires
y tejedores… También se les enseñaba a leer, escribir y contar, siempre que no sea en
exceso y no pasen muchas horas en la escuela, para que no se “acostumbrasen”. Si era
importante salvar la vida de los pobres casi más lo era mantener el orden social.
A éstos, a todos, de ambos sexos, de todo el Partido de Calatayud o de fuera de él, quién
lo sabía, acogió el inmenso caserón de tres plantas que había sido Colegio de Jesuitas.
Para su mantenimiento el Ayuntamiento concedió en 1804 utilizar y usufructuar todas
las aguas minerales, que no fueran de dominio particular, en el partido de Calatayud. En
1829 cede la plaza de Cantarranas, donde se construiría la antigua plaza de toros. En
1839, la Junta de Beneficencia de Calatayud solicita la iglesia y sacristía del convento
de la Trinidad para convertirla en teatro del Hospicio y Casa de Expósitos.
Pero las cuentas no salen y las deudas superan a los gastos del coste de la plaza. Por los
toreros no quedó: Francisco Montes "Paquiro" mató nada más y nada menos que a
dieciocho toros, a nueve por día, tres por la mañana y seis por la tarde. Se organizan
bailes, rifas…El Hospital de la Misericordia ha tenido que anticipar dinero al Hospicio
¡Cómo estaba el patio!
En 1847 pasa a depender de la Diputación Provincial e intenta compensar al Hospital.
El censo de acogidos en 1854 es de 81 niños lactantes, 82 de desvezo y 343 internos,
casi todos niños. En estas condiciones pasarán a hacerse cargo de la casa nuestras cinco
Hermanas en 1857.
Los niños lactantes eran criados por sus nodrizas hasta los dos años, dentro o fuera de la
Casa. Las Hermanas formadas en la escuela de María Rafols conocen bien la
importancia de que las amas estén bien alimentas y cobren puntualmente su salario de
manera que puedan amamantar a los niños sin robar la comida para atender otras
necesidades. Como María Rafols visitan las casas de los niños acogidos una vez al mes,
así evitan maltratos y descuidos frutos más de la pobreza que de la maldad. Algunas
familias incluso creaban un fuerte vínculo con el niño que criaban y realizaban los
trámites para su adopción teniéndolos como hijos propios.
En el Hospicio se atendía, si la necesidad lo requiere, a mujeres embarazadas o partos,
aunque nunca funcionó como maternidad. Los acogidos podían ser huérfanos o bien
niños provenientes de familias en extrema necesidad. Este hogar contaba también con
talleres que tenían una doble finalidad: abastecer y sufragar parte de los gastos del
establecimiento y enseñar a los acogidos un oficio. Los talleres se ordenan alrededor de
un patio interior, según la tradición de la arquitectura civil del S. XVII
Cuando a partir del 1861 se empieza a oír el rumor de la reorganización de los Centros
de Calatayud, Tarazona y Zaragoza, el Ayuntamiento de Calatayud manifiesta su
desacuerdo pues desea mantener su independencia. De nada le sirve, por Ley Provincial
de 1870 serán las diputaciones provinciales las que se harán cargo de la beneficencia
provincial y por tanto de los establecimientos. Sobre 1875 la Diputación Provincial
prolongó el Hospicio construyendo un nuevo edificio en los terrenos de la plaza del
Hospicio o de Cantarranas, con el fin de destinarlo a inclusa, comunicándolo a través de
un corredor metálico sobre la calle del Hospicio, aunque de breve vida como Inclusa ya
que en 1888 se ocupa como sede de los Tribunales de Justicia y cárcel, albergó en la
planta baja la biblioteca “Baltasar Gracián”, año 1926, fue psiquiátrico entre los años
50-60 significativo por lo que atañe a nuestras Hermanas, compañeras inseparables de
los enfermos psíquicos.
Calatayud se dedicaría a los niños de primera infancia provenientes de la maternidad y
de la inclusa de Zaragoza, también se acogería a niños huérfanos, de ambos
progenitores o de uno de ellos, o procedentes de familias muy pobres.
Las edades de los internos variaron según la época. En el año 1899 se modifica el
acuerdo por el cual los niños debían permanecer en el centro hasta los ocho años,
acordado en 1889, ampliando la edad hasta los diez años. Por lo tanto, los niños
vendrían desde Zaragoza a Calatayud a los 2 años hasta los 10 años, para luego volver
de nuevo a Zaragoza. A partir del siglo XX, la estancia en Calatayud se vuelve a reducir
quedando definitivamente establecida en el periodo de 2 años, cuando los niños y niñas
habían terminado su periodo de lactancia, a los 8 años que los niños hacían la primera
comunión.
La Junta Provincial de Beneficencia era la que se ocupaba del funcionamiento de la
Casa, y lo hacía mediante el personal administrativo y las Hermanas de la Caridad que
eran quienes, en la práctica, se encargaban del contacto diario con los niños y niñas, su
educación, la alimentación, las salidas, el ejercicio físico…Además de ellas estaban al
frente de la institución, el director, un administrador, un secretario y un capellán.
También había asignados a la Casa un practicante y un médico de la localidad.
Terminada esta etapa volvían a Zaragoza al Hogar Pignatelli.
Los disciplinados niños y niñas supervivientes de nuestras, a veces, caóticas sociedades
(hoy hay más asepsia, gracias a Dios, lástima que ni siquiera tengamos supervivientes),
decía, que nuestros héroes, hoy son ellos los protagonistas, habían pasado por la
maternidad, amamantados por pechos extraños, ¿los habrían amado?, mecidos y
besados por las Hermanas y arrancados del único calor que conocían a los dos años.
Consolados y canturreando aprendieron algunas letras, silabearon rezos, durmieron en
catres de hierro y jergones de maíz y paja, colchones estrechos con poca lana y sábanas
ásperas que secaban mal las lágrimas. Las niñas un babero de indiana y los niños a los
cinco años ya “vestirán de hombre” y no llorarán y tragarán las penas.
A los tres años comenzaban a acudir a la escuela. Las clases eran impartidas por las
Hermanas siempre supervisadas por un profesor facultativo. Entre las actividades se
incluía, a partir de los cinco años, un mínimo de una hora de ejercicio diario físico. Y es
que las Hermanas no olvidaban principios pedagógicos tan importantes como el “Mens
sana in corpore sano” o el de educar con firmeza y con ternura. Los dormitorios eran
grandes salas de las que también se cuida una Hermana.
El buen funcionamiento del Hospicio queda patente en diversas congratulaciones que se
hacen a las Hermanas en periódicos locales, así como a iniciativas de algunos de los
docentes. También hay una preocupación institucional por mejorar la calidad de vida de
los acogidos, en el año 1931 estos Centros pasan a tomar el nombre de “Hogar Infantil”,
la Guerra, como toda guerra, aportó destrucción, involución y muerte. Así entre 1936-
1939 el centro se vio obligado a improvisar y a buscar soluciones teniendo que llevar a
los niños a Paracuellos del Jiloca para poder atender a los heridos.
El hogar infantil de Calatayud también quedó herido de muerte. El hambre que todos
padecieron, el estado en que quedó el edificio después de ser usado como hospital, los
nuevos planes de enseñanza… en 1971, ya se ha construido la Ciudad Escolar Pignatelli
y a ella fueron traslados los niños con cuatro Hermanas, el 16 de octubre de 1973 salió
el resto de la Comunidad. El antiguo Hogar Infantil de Calatayud se convierte en
escuelas profesionales para chicos mayores de 14 años.

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