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de Seminario de Nobles A Casa de Pobres
de Seminario de Nobles A Casa de Pobres
Calatayud, 1857
21 de agosto de 1857, M. Magdalena Hecho con nueve Hermanas salen del Hospital de
Gracia para tomar la Mensajería camino de Calatayud. Once horas de viaje con parada
en la Almunia. Las acompaña D. Agustín Oliver, presidente del Seminario Sacerdotal
de San Carlos y director espiritual de la Hermandad. La emoción del viaje y el refrescar
de la mañana animan la conversación de las Hermanas. Qué encontrarían en su nuevo
destino, cómo las recibirían, solo H. Magdalena permanece en silencio.
“…S.M. la Reina se ha dignado autorizar a V.S. para que previo el
dictamen de la Junta provincial de Beneficencia y de acuerdo con el
Superior o Superiora inmediato de las Hermanas del Hospital de Ntra. Sra.
de Gracia, proceda a hacer de este Instituto las fundaciones que juzgue
convenientes, dando cuenta a este Ministerio de las que practicare…
Zaragoza 14 de Agosto de 1857.
Francisco Sagarren – Secretario”
Las Hermanas del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia habían escuchado estas palabras
reunidas en la sala de labor, ninguna cosía ni remendaba nada. Contenían la respiración.
Habían esperado más de cincuenta años con fe inquebrantable, con firme esperanza,
viva la llama ardiente del amor para cumplir el sueño del Padre Juan Bonal y María
Rafols.
M. Magdalena ve discurrir las suaves laderas de retama, viñedos, olivos, carrasca y
castaño, se acercan a la Almunia y el calor es ya sofocante. Aún sentía la emoción de las
Hermanas y el temblor de las hojas entre sus manos del comunicado que les había
enviado la Junta de Beneficencia. Las Hermanas más antiguas, aunque sus labios
sonreían, tenían lágrimas en los ojos. Las más jóvenes comenzaron a ofrecerse para las
nuevas fundaciones, mas enseguida se abrazaban con sus compañeras temiendo ser
elegidas. ¡Salir del Hospital! Toda una aventura a mitad del siglo XIX.
Las Ciudades de Calatayud y Tarazona, por medio de Comisionados, habían pedido
Hermanas de la Caridad que fuesen a encargarse de los asilos provinciales de ambas
ciudades. En cumplimiento de la Real Orden H. Magdalena, como presidenta,
acompañada de dos Hermanas más, viajaron a la Ciudad de Calatayud para ver el
Hospicio provincial y Hospital municipal. Terminada la visita y convenido con sus
directores el local y obras necesarias para habitación de las Hermanas, se hizo la
escritura y concluyeron los acuerdos para que las Hermanas se trasladasen
definitivamente a aquella Ciudad.
El alegre pueblo bilbilitano recibió a las Hermanas con repique de campanas cuando
entraron por la puerta de Zaragoza. A su encuentro salieron las Autoridades de la
Ciudad para acompañarlas a la Iglesia Colegial de Sta. María donde las esperaba el
Capítulo eclesiástico con hábitos corales. La torre mudéjar de 62 metros de altura y la
portada plateresca de la Colegiata, la algarabía, el buen humor de las gentes y el calor de
agosto no dejarían indiferentes a las Hermanas. Solemnemente, entraron a la Colegiata
para celebrar la Eucaristía que terminó con el Tedeum.
El 23 de agosto toman posesión de los Establecimientos. Dos edificios que habían sido
ocupados por los Padres de la Compañía de Jesús antes de la pragmática orden del 27 de
febrero de 1767 en la que Carlos III dictaba su expulsión. Edificios magníficos en el
porte, suntuosos en sus armazones, incómodos y húmedos, inconclusos, en definitiva,
pues la expulsión de tan beneficiosa Compañía dejó sin terminar la obra que, con tanto
esmero y con tanta prisa, estaban realizando.
Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia
Andaban los bilbilitanos por el 1568 cuando llegaron los Jesuitas para ocupar los locales
del Colegio de Humanidades y Artes que tan amablemente les habían ofrecido. Tanto
fue el prestigio y honra de esta Orden que el Colegio se les quedó pequeño y se vieron
en la necesidad de proyectar otro espacio, así como de construir a la par una Iglesia
anexa al Colegio. Declarado «Seminario de Nobles de la Corona de Aragón» emerge
como centro cultural y universitario, las obras de ampliación del Colegio y Seminario de
Nobles se ejecutan a un ritmo acelerado, los hijos de nobles y ricos se pasean con sus
criados, pues los hay aún en mayor número que estudiantes. El edificio se proyectaba
cómodo y espacioso si hubiese sido acabado.
Expulsados los Jesuitas, el Consejo de Castilla cedió al Ayuntamiento, a petición de
este, el Colegio de la Compañía para establecer la Casa de Expósitos y concentrar en
este edificio los Hospitales de la ciudad. El Hospital de Nuestra Señora de la
Misericordia u Hospital Municipal es elegido como hospital general.
Al atravesar el regio portón del Seminario de Nobles, desde la Calle San Juan, las
Hermanas admiraron la noble escalera que se abre en dos para dar acceso a los pisos
superiores. Desde el zaguán, sorteando levemente la escalinata, a ambos lados,
pequeñas salas conducen a un soleado patio central donde accedemos a la sala de
autopsias, depósito de cadáveres y bodega. Volviendo sus pasos las Hermanas subieron
la ilustre escalera donde estaban las salas de sarnosos, tiñosos y rabiosos, además de
espacios para sacerdotes, sujetos distinguidos, en la última planta, una sala para
militares. Ayer caminaban por este recinto jóvenes, espada al cinto, con criados que les
portaban los libros, tocados con sobreros, altivos, retórica y verborrea. Hoy el olor
nauseabundo hacía que algunas de sus señorías, que acompañaban a la Hermanas,
sacasen su pañuelo “discretamente”. Silencio roto por el lamento molesto de las quejas.
La humedad, siempre la humedad y el frío a pesar de ser agosto, el frío que hiela los
huesos. Harapos, miradas grandes, extremadamente grandes, tan grandes que a veces
terminan por no cerrarse.
Calatayud, que había llegado a ser capital de provincia entre 1820 y 1833, variaba su
población según la industria. Las obras del ferrocarril en 1856, Zaragoza – Madrid
hicieron aumentar la población, más su finalización llevó a muchos de los vecinos de la
ciudad a la pobreza. La mala alimentación unida a las pésimas condiciones higiénicas
era el perfecto caldo de cultivo para la enfermedad. A esto los galenos unían que
Calatayud es una zona húmeda de continuas nieblas, propicia en esa época para las
fiebres tifoideas, enfermedades de reuma, pulmón y corazón.
Ante la enfermedad y miseria nombrar el Hospital a alguno de los 12.300 habitantes con
los que ya contaba el censo en 1860 era poco menos que hablarles de la sepultura. La
familia prefería mantener a sus seres queridos en las casas y muchos doctores se
inclinaban por esta práctica por temor al contagio de males mayores en el Hospital. A
pesar de ello, la miseria y la penuria era tanta en muchas ocasiones que no quedaba otro
remedio que acudir a la sombra de tan benemérita institución, en ella se le daba los
cuidados, comida y medicinas puntualmente, de ello las Hermanas tenían sobrada
experiencia viniendo del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia.
A las nueve queda de guardia la hermana velante, la cual “con mucha frecuencia y
mayormente de noche, dará vueltas por las Salas” …” dos veces cada noche mirará los
enfermos de calenturas y cirugía que están con viático o en algún peligro próximo”,
“visitará y consolara a los más afligidos”. Con ocasión del reparto de alimentos se
indica se haga con “equidad, caridad y buen modo en el servirlos” Todo ello lo llevan al
extremo de la caridad en esta santa casa, dando una mano al hermano enfermo otra a la
hermana pobreza que nunca dejó de acompañarlas.
La epidemia de tifus de 1865 es una dura prueba a superar. El Hospital que atendía a la
ciudad, pero también a sus pueblos limítrofes tales como el Frasno, Codos, Villafeliche,
Santa María de Huerta, Ciria, además de peregrinos, transeúntes, el ejército…se
encuentra en un estado tan precario que además de recurrir a rifas y a la buena voluntad
de sus vecinos, solicita, ante el aumento de enfermos militares, en 1874, el incremento
en una hermana. Como anécdota decir que no eran gravosas las Hermanas, a las que se
les retribuye con 100 pesetas al semestre. Los médicos cobraban 750 pesetas al año. Ese
mismo año, en marzo, finalizando la primera Guerra Carlista, el Hospital se convierte en
hospital de sangre con capacidad para 50 camas para atender a los posibles heridos.
Sin embargo, nada no es comparable con la terrible epidemia de cólera que azotó en
1885 Zaragoza y toda la comarca, siendo los bilbilitanos después de la capital la zona
más afectada. El 2 de julio se mandó carta del Gobernador para cerrar las escuelas, el
mercado se vacía, su aspecto era desolador. El Capitán General dona el cuartel de la
Merced para hospital de coléricos. La situación se agrava hasta el punto de llegar a
desplazarse a Calatayud una comisión formada por el Gobernador Civil, el
vicepresidente de la Comisión Provincial, Sancho y Gil, y el diputado provincial,
Marquina visitando hospitales, hospicio, lavaderos, depósitos de cadáveres, barrios…se
toma muestra del agua y se lleva a Zaragoza. Inmediatamente, se adoptan medidas para
mejorar la salubridad de la ciudad, pues la principal causa es el uso de los corrales para
la producción de estiércol, contaminando tanto el aire como las aguas. Se procede a la
limpieza y desinfección de barrios, habilitación de un nuevo matadero, mejorar el
depósito de cadáveres y un largo etcétera.
Las Hermanas, como María Rafols, permanecieron día y noche asistiendo a los
coléricos, se olvidaron totalmente de ellas. Enfermeras, maestras, cocineras, todas
atendían a los contagiados sin mirar los riesgos que afrontaban. El 20 de julio de 1885,
la Hna. Dionisia Aran, con 25 años de edad, apenas lleva dos en la Congregación, murió
sirviendo a los enfermos en Calatayud. Quince días más tarde, el 5 de agosto, fallecía en
el Hospicio la Madre Francisca Caballol, de 60 años, pilar de las comunidades de
Calatayud. Vivió más de un año junto a la Madre María Rafols.
Hospital y precariedad parecen dos amigos inseparables, si no faltan colchones, falta
material quirúrgico, cuando no almohadas, las sábanas ya no se pueden coser más veces,
nóminas que hay que pagar…mas la caridad y el ingenio superan las vicisitudes: rifas
para comprar colchones; testamentos que permiten comprar material quirúrgico;
novilladas benéficas, obras de teatro, se adquiere la cocina económica.
Durante el primer tercio del siglo XX la ciudad se vigoriza con la implantación, en
1894, de la compañía del Ferrocarril Central de Aragón, el cultivo de la remolacha que
derivó en las azucareras y producción de alcoholes, la electricidad, desarrollo de
industrias de la construcción. La población crece, y en 1900 ya llega a 15.000
habitantes. El llamado Hospital de pobres de la Misericordia de Calatayud, con sus
cinco o seis Hermanas, seguirá siendo punto de referencia para los bilbilitanos. En él se
atenderá urgencias, accidentes, partos, cirugía menor, crónicos, militares, se realizarán
autopsias…las Hermanas serán el único personal de guardia y casi el personal de
servicio se reduce a la cocinera, la portera y poco más.
Mientras los pueblos aledaños continúan con su ritmo monótono y costumbrista, boina,
botijo y albarcas, trabajando de sol a sol, ya sea dueño o sea peón, los señoritos pasean y
toman las aguas en los baños de Paracuellos de Jiloca, Alhama y Jaraba. Calatayud se
asienta como el centro de la burguesía con los primeros periódicos, los toros, el teatro,
la ópera, los juegos florales, la banda de música, el paseo. Por su puesto los bilbilitanos
no olvidan los centros de beneficencia, a ellos dedican corridas de toros, fiestas florales,
recaudaciones…el Hospital hasta bien entrado el siglo XX vivió siempre de limosna.
Sin embargo, esta desigual prosperidad, el hambre, la injusticia, provocan revueltas,
protestas. El 15 de abril de 1931 se proclamó la República en Calatayud. En 1933 se
quiere incendiar las iglesias, el intento fue frustrado, pero sí se quemó totalmente la
imagen de la Virgen de la Peña. Con el estallido de la guerra la ciudad se convirtió en
un hospital de campaña. Los heridos, primero leves, luego graves, finalmente ya nada se
podía hacer por ellos sino darles cristiana sepultura. A esta labor se unieron las seis
Hermanas del Colegio y las del Hospicio. Se formó un tren hospital dirección Teruel
con quirófano, posteriormente se hicieron viajes también hacia Sigüenza, el ritmo era
trepidante, aún no habían llegado las Hermanas acompañando un convoy que ya partían
asistiendo otro. Llegaron a funcionar en Calatayud hasta tres hospitales, incluyendo el
Instituto. Se habilitó hospital en Alhama, salieron Hermanas a atender el hospital de
Ateca, varias eran novicias, hicieron lo que vieron hacer a sus Hermanas.
Terminó la guerra y Calatayud quedó estrecho, gris y pobre con las lágrimas resecas y
los asustados silencios. Y hubo un tiempo en el que en el Hospital aún tuvieron menos.
1949 llenó Calatayud de soldados, viudas y obreros para trabajar en la azucarera. Los
pueblos vecinos consolidan a Calatayud como centro comercial y punto de referencia
cultural y administrativo.
“Existe un Hospital municipal con quirófano, sala de hombres y de
mujeres, atendido por cuatro médicos, dos practicantes y dos comadronas,
además de nueve monjas de la Caridad de Santa Ana, Orden de gran
raigambre en Aragón”. Emilio Larrodea, 1952
Con el Seguro de Enfermedad esta situación va a cambiar, era necesario. Se comienzan
a construir grandes centros públicos de salud por parte del Estado con unos espacios y
dotaciones instrumentales imposibles de alcanzar por las corporaciones municipales. A
Calatayud le llegó en los años 50, siendo pionera dentro de las erigidas en España. En
un primer momento atendió solo cirugía, pero ya en los años sesenta tenía todas las
especialidades. Algunas Hermanas fueron a fundar a la Seguridad Social dependiente
del INSALUD; otras pasaron, en 1965, al Hospital Psiquiátrico, dependiente de la
Diputación Provincial de Zaragoza y destinado exclusivamente a enfermas mentales.