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CÁTEDRA

INTERGENERACIONAL
UCO
II PARTE
HAY QUE PENSAR QUE HAY
QUE PENSAR (el estoicismo)
1
El estoicismo
Durante cinco siglos, desde finales del
siglo IV a. C. hasta finales del siglo II d. C.
el estoicismo es la filosofía hegemónica.
Suele hablarse de tres etapa:
1. El antiguo
2. El medio
3. El nuevo

Los estoicos pretenden restituir a la


filosofía el papel fundamental de
comprender el Universo y de buscar el
camino para una vida humana y feliz.
Sus doctrinas teóricas y prácticas se basan
en la convicción indemostrable de que el
universo es un todo ordenado. El ser
humano a través de la razón puede
conocer, a sí mismo y ese cosmos ordenado
del que formamos parte. Zenón de Citio, fundador del estoicismo
333-334 a.C- 311 a.C
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La cuestión del valor
Pese a la idea popular de que el estoicismo consiste en aceptar
el infortunio y apretar los dientes ante él (o lo que es lo mismo
tomarse las cosas con filosofía), el concepto central del estoicismo y
de Séneca es asignar valor sólo a aquello que nadie puede quitarnos.
El valor entonces reside en cosas como la virtud, y no en un abrigo
de piel nuevo o en una tarjeta de crédito. Para los estoicos, el
objetivo es conservar el poder sobre uno mismo. Si usted valora
algo que le pueden quitar, se pone en manos de aquél que quiera o
pueda quitárselo. Piense en la cantidad de poder que tiene un ladrón
de coches sobre aquellos de nosotros que no hemos perfeccionado
una actitud estoica. Sólo aquello que puede ir contigo al salir de un
sitio sin tiempo de coger nada es lo que tiene valor.

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La ESCUELA ESTOICA
• Los estoicos son los que mejor han ejemplificado
la subordinación de la filosofía a la felicidad por
mediación de la virtud.
• Entre el 300 a.C. Y el siglo II d.C. Se distinguen tres
épocas en el desarrollo de la escuela estoica. El estoicismo
antiguo, el medio y el nuevo. Su fundador fue Zenón de
Citio que la estableció en Atenas en el llamado Pórtico de
las pinturas, decorado con cuadros de Polignoto, y este
lugar dio nombre al grupo. Murió de muerte voluntaria. El
gran impulso como doctrina se lo dió Crisipo de Tarso
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Resumen
• Entre las doctrinas que más han influido en la
historia de la filosofía destacan:
• La necesidad de orden cósmico, representada en la
idea de destino y providencia.
• La idea del ciclo cósmico o eterno retorno.
• Dios como alma del mundo.
• En el ámbito de la ética. La idea de la
autosuficiencia y libertad del sabio.
• El deber o hacer lo que hay que hacer. El
cosmopolitismo y el derecho natural.
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Para los estoicos el universo es un organismo vital,
unitario y singular. Todas las cosas singulares son
creaciones de una divina fuerza originaria en permanente y
eterna actividad. Esta teoría opuesta a Aristóteles es un
consciente panteísmo que pretende superar el dualismo
platónico entre lo sensible y lo suprasensible, y neutralizar
la oposición entre necesidad y finalidad, entre materia y
forma.
El cosmos como divinidad es, pues, la causa originaria, la
razón y el sentido del universo, la materia y la forma, la
energía última que incluye en su seno, por igual, la
necesidad y la finalidad de todas las cosas y de todo
acontecer. La subordinación de lo particular a la ley
cósmica
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La cuestión del valor
El emperador Marco Aurelio que había
asumido las doctrinas del estoicismo las mantuvo
en su vida personal y en todas sus actuaciones
como hombre de estado. Las doctrinas estoicas
del valor, de la imperturbabilidad y de la
fidelidad al deber se unen en él para dar la
verdadera grandeza de un señor.
Resistió al delirio y el afán de poder, a la
arbitrariedad, los dispendios, el adocenamiento.
Despreció el lujo y las comodidades, envuelto en
una sencilla capa de soldado, pasó su vida –casi
toda ella en los campamentos de sus legiones-
cumpliendo con su deber y atendiendo a los
cuidados del imperio.
Por eso dice: “Si queremos conocer bien el
exacto valor de las personas, habremos de
estudiar lo que piensan, qué persiguen y cuáles
son las cosas que desprecian. El hombre vale más
o menos según sea el valor de aquellas cosas a las
cuales ha consagrado su vida”.

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SÉNECA DE CÓRDOBA

Los autores antiguos discrepaban sobre la participación en la vida pública.


Séneca recoge las posiciones encontradas de epicúreos y estoicos, yo creo que de
los escépticos también. Para Epicuro el sabio debe ocultarse de la vida pública,
por tanto no debe intervenir en política, y para el escéptico, el sabio debe
mostrarse indiferente frente a las cosas, por tanto debe suspender su juicio y
moverse de acuerdo con el fenómeno, con lo que aparece.
Para Zenón el estoico el sabio no busca el poder por el
poder, y si lo acepta es por los beneficios que puede
aportar a la sociedad. El siente la obligación de servir
a los demás en la vida pública, si las circunstancias no
lo desaconsejan. Pero ha de ser consciente que tal
aceptación irá en contra de su tranquilidad de ánimo,
de su ocio (otium), necesario para la contemplación.
Séneca como ya hemos visto aconseja el
abstencionismo político, pero a pesar de ello, se lanza
de bruces al poder y a la riqueza.
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LA FELICIDAD DEL SABIO

Nacido en Córdoba, un rincón provincial de la Hispania romana, allá por el año 4 a.C.,
Lucio Anneo Séneca fue hijo de un famoso retórico Marco Anneo Séneca (Séneca el viejo
54 a.C.- 39). Al morir su madre se hizo cargo del pequeño su tía que lo llevó a Roma siendo
el filósofo muy joven. Allí estudió retórica y filosofía entre los años 15-25, año en el que
una enfermedad le llevó a Egipto para reponerse, aprovechando que Cayo Valerio esposo de
su tía era prefecto en ese país. Volvió a Roma en el año 31, comenzó una carrera política y
de orador encomiable, fue nombrado cuestor en el 33.

Para darse cuenta del difícil momento histórico que le tocó vivir
sólo hemos de pensar que desarrolló su talento durante el gobierno
de tres de los emperadores más exóticos y crueles del Imperio
romano: Calígula, Claudio y Nerón. Séneca es un pensador
atractivo por su complejidad. Su vida arroja zonas de claroscuro y
su pensamiento tiene ambigüedades, incoherencias, ideales éticos y
políticos y una relevancia fuera de toda duda, como así lo ha
reconocido la historiografía filosófica y moral. Su ambición de
poder y de fortuna contrasta con la elevación de sus miras morales,
con la compasión y el heroísmo ético que desplegó, lo cual le
hacen un pensador atractivo leído y citado sin cesar. .

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La “conciencia” del Imperio
romano
• En este atormentado escenario, Séneca se pregunta con
insistencia la cuestión básica de la conducta moral: qué es
lo bueno, el bien o qué es lo que caracteriza la conducta
correcta. Esta pregunta no es novedosa, Platón, Aristóteles,
Epicuro, Zenón, Pirrón etc. se la plantearon también con
desigual éxito; pero Séneca se da cuenta que sigue siendo
pertinente por dos razones:
• -Porque existen respuestas muy dispares y a veces
contradictorias a la misma cuestión, que impiden concretar
qué es lo bueno.
• -Porque la respuesta teórica que se da, condiciona la
actitud del sabio, o del ciudadano de hoy.

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Nerón y Séneca
• Según Tácito se puede ser un gran hombre, aun
estando sometido al poder del príncipe despótico,
si se sabe actuar moderadamente y con la
suficiente deferencia, eliminando el servilismo
hacia el príncipe.

-Cuando en política es imposible tener


un resultado satisfactorio, ocurre que
se termina por fijar un límite en que la
política se opone a un imperativo
moral.
Cuando Nerón empezó a despojar de
sus riquezas a los santuarios y a
saquear el Imperio, Séneca decidió
pedirle su renuncia para evitar quedar
involucrado en un sacrilegio tan
odioso 11
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HONESTIDAD Y BONDAD
• El estoicismo dio continuidad a dos tradiciones del
pensamiento griego: el problema de la felicidad y el ideal
de la sabiduría. La originalidad de Séneca a esta preguntas
radica en que el bien está ligado a la honestidad, mientras
que en la mayoría de las escuelas filosóficas, la honestidad
nunca aparecía en las definiciones del bien, que surgían
por analogía a partir de experiencias virtuosas y, por lo
tanto, confusas. Para Séneca los términos bueno y honesto
(summum bonum est, quod honestum est) son equiparables;
dicho abruptamente no puede haber bondad sin honestidad
(nihil est bonum, nisi quod honestum est), ambos términos
son inseparables. La honestidad añade un precisión a lo
bueno que lo hace perfecto, por tanto honestidad y bondad
están unidas.
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La comunidad decide quién es feliz
• Pero, a pesar de esta claridad con afirmar que el bien
coincide con lo honesto no hemos todavía proporcionado
una respuesta satisfactoria porque nos queda precisar qué
es lo honesto. Para Séneca el deber vincula el bien y lo
honesto. El sabio debe realizar su bondad en el ámbito de
la obligación, es en la ética en donde se adquiere la
perfección humana. Por ello, dice en la Epistola, 10, 5
“Vive con los hombres como si dios te viera; habla con
dios como si los hombres te oyeran”. El hombre adquiere
esta perfección alcanzando la virtud mediante el uso de lo
que lo hace hombre o mujer: su racionalidad (no sus
sentimientos) común.
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En una sociedad donde prima la sonrisa superflua y la
felicidad aparente es necesario definir la felicidad

• La moralidad forma parte de la felicidad: el sabio será un buen hijo, un


buen esposo y un buen ciudadano, y estos deberes se sitúan en el
mismo plano que la búsqueda de la seguridad personal merced a una
actitud de desprecio hacia la muerte y hacia la buena o mala fortuna;
Séneca no parece establecer ninguna diferencia entre ellos. Ahora bien,
sabemos que una cosa es la felicidad y otra la moralidad, la felicidad es
un estado interior que depende de las circunstancias, de la suerte o del
humor. A veces tenemos lo necesario para ser feliz pero no somos ni
mucho menos felices. El estoicismo no va tan lejos sólo se pregunta
quién tiene todo para ser feliz y qué hace falta para serlo. La razón es
que la felicidad no es un sentimiento interior sobre el que sólo puede
juzgar el interesado: son los otros, la colectividad o la sabiduría de los
otros, quienes deciden si un hombre puede ser declarado feliz.
• Un destino feliz es un destino susceptible de ser envidiado por un
hombre honesto, nos repugnaría proclamar feliz a un villano: nos
asquearía estar en su piel.

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El cosmopolitismo del sabio
• Séneca añora un cosmopolitismo necesario en
política, añora una sociedad sin barreras, construída
sobre el origen común de todos los mortales. Para ello
precisa superar los individualismos y las tiranías hacia
las que los seres humanos tienden. Todos debemos
construir esa sociedad universal, en la que hay un
sentido para lo humano, para lo que es común a todos:
la idea de Humanitas. Esa sensibilidad que nos une a
todos (“somos miembros de un gran cuerpo”, Epist.
95, 52) hace aflorar la conciencia social, los
sentimientos de solidaridad, amor recíproco y justicia.
• El estoico ya sabía que su patria era el mundo, Séneca
advierte que el sabio debe superar cualquier localismo
patriótico ligado a la diferencia. El amor a la
humanidad, la filantropía, es la convicción en la
igualdad entre los hombres que poseen el mismo
origen (Séneca, De otio, 4, 11). Lo contrario, dice
Séneca en De Beneficiis, es comportamiento de
necios.

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El cosmopolitismo del sabio
• La perfección moral es la base de la unidad del
género humano, perfección que afecta al individuo
primero, pero que debe proyectarse hacia la sociedad,
ya que quien trabaja con éxito para sí debe trabajar
para ayudar a la sociedad común. Existe una especie
de solidaridad cósmica muy estoica, que se veía
reflejada en la idea de ciudadanía en un imperio
romano múltiple. En ese escenario la idea de la
humanitas, idea y palabra inexistente entre los
griegos, es el ideal romano difundido por Cicerón,
Séneca y Marco Aurelio.
• La idea fundamental de este cosmopolitismo es que la
unidad entre los hombres genera un deber recíproco
de solidaridad: la actitud altruista. Debemos ser
solidarios, según Séneca, por compartir la misma
naturaleza con nuestros semejantes, porque los
hombres han nacido para amarse los unos a los otros,
y por ello, hasta los esclavos son hombres y antes que
esclavos son seres humanos. Ese es el significado que
concreta con la frase “debes vivir para el otro si
quieres vivir para ti” (Epist. 48, 2).
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La felicidad del sabio
• Los autores antiguos discrepaban sobre la participación en la vida
pública. Séneca recoge las posiciones encontradas de epicúreos y
estoicos, yo creo que de los escépticos también. Para Epicuro el sabio
debe ocultarse de la vida pública, por tanto no debe intervenir en
política, y para el escéptico, el sabio debe mostrarse indiferente frente
a las cosas, por tanto debe suspender su juicio y moverse de acuerdo
con el fenómeno, con lo que aparece. Para Zenón el estoico el sabio no
busca el poder por el poder, y si lo acepta es por los beneficios que
puede aportar a la sociedad. El siente la obligación de servir a los
demás en la vida pública, si las circunstancias no lo desaconsejan. Pero
ha de ser consciente que tal aceptación irá en contra de su tranquilidad
de ánimo, de su ocio (otium), necesario para la contemplación. Séneca
como ya hemos visto aconseja el abstencionismo político, pero a pesar
de ello, se lanza de bruces al poder y a la riqueza.

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La crítica del sabio
• Hay, no obstante, impedimentos que deben alejar al sabio de la
política: la salud, la ancianidad o la inutilidad del esfuerzo. Esto último
es interesante, porque cuando la corrupción hace inviable el esfuerzo
es desaconsejable la participación en asuntos políticos. Cuando la
corrupción de una sociedad convierte en inútil todo esfuerzo político el
sabio debe abstenerse. Esa es la condición del buen ciudadano, y la
constatación de que esta es la situación normalizada de la vida pública,
le lleva a Séneca a cierto pesimismo social que le hace infravalorar las
tares políticas. En estas situaciones el sabio sólo puede ejercer cierta
crítica y resistencia contra la injusticia reinante.
• Todo esto nos lleva a preguntarnos si fue Séneca un filosofo
oportunista que hacía lo contrario de lo que decía en sus escritos, o
bien, atrapado por la corrupción política, tuvo que atenerse a la dura
realidad del poder y soportar estoicamente la imposibilidad de
cambiarlo.

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Vida pública. Contra la tiranía
• Séneca fue consciente de la imposibilidad de conciliar la actividad
política, -y esto es lo que ha recogido la mentalidad popular- con la
posesión de uno mismo, la autonomía y la libertad de pensamiento.
Séneca le recomienda a Lucilio (su amigo) que reserve tiempo para el
ocio en medio de sus múltiples ocupaciones, y sea consciente de que la
dedicación a otros implica la pérdida de uno mismo. Propone recuperar
la propia intimidad, su propio ocio necesario para la propia sabiduría.
La sabiduría que en el fondo es el fundamento de la acción correcta. La
acción política sólo rinde beneficios si va acompañada del otium que
es el humus, la placa base de la reflexión. El ocio en su aparente
inutilidad es una actividad enormemente productiva, el saber retirarse
es productivo pues abre las puertas de la reflexión que beneficia a toda
la humanidad.

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Vida pública. Contra la tiranía
• ¿Comprendió Séneca esto mismo que él explicaba? Las opiniones se
dividen. Existieron críticas por su afán de acumular riquezas, poniendo
en duda su sinceridad ética. Él respondió a sus críticos en el De vita
beata, defendiendo que no es necesario que el sabio prescinda de los
bienes externos. A este propósito desarrolla su teoría sobre el uso de
los bienes, el sabio no ama las riquezas, pues no las considera buenas.
Las prefiere en cuanto materia indiferente, y una vez conseguidas las
convierte en materia de uso correcto. Según el razonamiento estoico,
las riquezas no son un bien ni tampoco un mal en sí mismas, son cosas
indiferentes, el sabio no las coloca en su alma (No hace mejor al
caballo los frenos de oro, Epist. 41, 6) sino en su casa, y las usa
correctamente para ayudar a los demás. El sabio se sirve de las
riquezas mientras que el necio las tiene por sus dueñas (el camino más
corto para alcanzar las riquezas pasa por despreciarlas, Epist. 62, 3).
Un razonamiento impecable que lleva en sí mismo el gérmen de la
desconfianza.

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La melancolía
• Esta es la contradicción que le afectó al final
de su vida. El estoico Séneca se siente
impotente contra el mal y la imposibilidad de
evitarlo, se siente cansado y a un paso del
“aburrimiento moral”. En este sentido,
Séneca fue el primero en la antigüedad que
describió los síntomas del “tedio vital”,
previendo así los principios constitutivos de
una “depresión” típica de la modernidad.
• Séneca distingue entre la melancolía y la
pena: la primera tiene causas diversas,
diferentes y puede haber sido engendrada
por una pena, pero los efectos, los síntomas
se separan del mal que los causó. La pena es
algo más directo, más sencillo y primitivo,
menos sutil. En la pena es el mundo el que
parece que no tiene sentido, nos falta algo y
esa limitación es la responsable de nuestra
indolencia. Pero en la melancolía, se produce
un fenómeno más relevante, pues soy yo
mismo el que no tiene valor, pierdo mi
significado en el mundo, me convierto en un
inútil social y espiritual, he perdido el gusto
de vivir.
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El aburrimiento: mal del siglo
• Estos son los síntomas del tedio vital, el mal
moderno descrito hasta la saciedad por
Freud: el mal sin nombre, la depresión. El
tedio es la enfermedad del tiempo; él traduce
una incapacidad de situarse en el tiempo y
de comprenderlo. Hay que aprender a vivir,
porque toda la vida es breve: “la vida es
como una pieza de teatro: no importa cuánto
tiempo dura, sino lo bien que ha sido
representada” (Epist. 77, 19). Cuando
somos conscientes de ello, somos felices, y
cuando no lo somos debemos ser capaces de
nombrar, de saber comprender la
enfermedad que lo impide. Ese es el trabajo
del filósofo-médico, el de un analista que
detecta los ruidos interiores del alma (Epist.,
56) y los reduce a murmullos inconsistentes
y soportables

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Un poco de historia
• Inicialmente denominada melancolía (del griego clásico μέλας "negro" y χολή "bilis") y
frecuentemente confundida con ella, la depresión (del latín depressus, abatimiento) es
uno de los trastornos psiquiátricos más antiguos de los que se tiene constancia. A lo
largo de la historia se evidencia su presencia a través de los escritos y de las obras de
arte, pero también, mucho antes del nacimiento de la especialidad médica de la
psiquiatría, es conocida y catalogada por los principales tratados médicos de la
antigüedad. El origen del término melancolía se encuentra, de hecho, en Hipócrates,
aunque hay que esperar hasta el año 1725 en el que el británico Sir Richard Blackmore
rebautiza el cuadro con el término actual de depresión. Hasta el nacimiento de la
psiquiatría científica, en pleno siglo XIX, su origen y tratamientos, como el del resto de
los trastornos mentales, basculan entre la magia y una terapia ambientalista de carácter
empírico (dietas, paseos, música...), pero con el advenimiento de la biopsiquiatría y el
despegue exitoso de la farmacología pasa a convertirse en una enfermedad más. De
hecho el éxito de los modernos antidepresivos (especialmente la fluoxetina, más
conocida por uno de sus nombres comerciales: Prozac, y rebautizada como píldora de la
felicidad) ha reforzado el mito del fármaco de la sociedad occidental del siglo XX. La
medicina oficial moderna considera cualquier trastorno del humor que disminuya el
rendimiento en el trabajo o límite la actividad vital habitual, independientemente de que
su causa sea o no conocida, como un trastorno digno de atención médica y susceptible
de ser tratado mediante farmacoterapia o psicoterapia.

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El aburrimiento: mal del siglo
• La filosofía helenística había construido la
figura del hombre ideal en torno al sabio. El
sabio poseía la suprema perfección:
poseedor de la verdad, imperturbable,
autárquico, libre, generoso, clemente, sobrio,
impasible, humano, virtuoso, feliz, etc., y
escribieron algunos textos con instrucciones
claras de cómo podíamos conseguir serlo.
Sin embargo, no es tan fácil ser un sabio y el
propio Séneca en su vida dilatada hasta su
suicidio, por orden del emperador Nerón, fue
un ejemplo de esas tensiones que a modo
miltoniano de paraíso perdido y paraíso
recuperado sufre el ser humano en su eterna
tarea de cumplir su deber con la justicia, con
la ciudad y consigo mismo.

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