Está en la página 1de 7

República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del poder popular para la Educación


U.N Alonso Ojeda
Carora Edo Lara

Los estoicos

Integrantes
Luis R.Chaviel
Edgardo Bastidas
Introducción

La escuela de filosofía estoica se sitúa cronológicamente entre la filosofía clásica de


Aristóteles y el neoplatonismo. Aristóteles muere en el 322 a. C., finalizando con él un
período de actividad filosófica de grandeza irrepetida, quizás por la relativamente
reducida talla filosófica de sus discípulos, pues todos ellos (Eudemo, Teofrasto,
Dicearco, etc.) distan notablemente del talento de su maestro. Alrededor del 300 a. C.,
Zenón de Citium funda en Atenas una escuela de filosofía, sita en el Pórtico de las
pinturas o Stoa puikilé, una especie de museo decorado con cuadros de Polignoto.
Zenón es un chipriota de origen fenicio que vive como marino comerciante,
discípulo de Crates, Estilpón, Jenócrates, Polemón y Diodoro de Megara. Llega a
Atenas después de haber naufragado y arruinado su negocio, y es entonces cuando
establece la que se convertirá en la escuela estoica. La evolución de la escuela estoica
está marcada por tres períodos; el primero, bajo el liderazgo de Zenón, y más
tarde, de Cleantes de Assos y Crisipo. Algunos eruditos consideran a este último el
verdadero fundador del estoicismo, argumentando las menores capacidades de sus
antecesores. Crisipo escribió, según Diógenes, más de setecientos libros. El resto de
sus contemporáneos tuvo menos trascendencia. La segunda etapa del estoicismo se
extiende desde el siglo II a. C. hasta comienzos del siglo I, y es conocida como
Stoa media. Es una época de profunda influencia del estoicismo en Roma. Esta
etapa se caracteriza por una renovación que modifica el dogmatismo de la primera
hacia un eclecticismo y cierta «romanización». Sus figuras destacadas son Panecio de
Rodas y Posidonio. La última y más fructífera etapa abarca los dos primeros siglos de
nuestra era y es resueltamente romana. Los filósofos que destacan son Séneca,
Epicteto y Marco Aurelio. Llama la atención su muy dispar categoría social: el primero,
abogado, atesoró una gran fortuna; el segundo, esclavo de un secretario del emperador
Nerón, sufrió una azarosa vida; el tercero, famoso emperador, fue, no obstante,
víctima de continuas tribulaciones que soportó con una serenidad elogiable. A la obra de
estos tres filósofos está dedicada esta publicación que esperamos acerque al gran público
el pensamiento y la esencia vital y humana de la filosofía estoica.
Conclucion

escépticos cuando no creemos en algo salvo demostración categórica, y acusamos


de cínicos a quienes se burlan de la moral y las convenciones. Esta reducción de lo
que implicaban en su momento aquellas escuelas resulta algo simplista. También se
podría decir que soportamos socráticamente las dificultades, que somos incrédulos
como los cartesianos, o que nos burlamos positivamente (del positivismo) de las
costumbres sagradas. Ambas formas de expresarse podrían ser igual de válidas. Los
cirenaicos (llamados así por ser Aristipo de Cirene miembro destacado) son los
precursores del epicureísmo; y los cínicos dieron lugar a los estoicos y escépticos.
Diógenes fue la figura más destacada del movimiento cínico por sus extravagancias. Se
afirma de él que vivía como un mendigo en medio de la ciudad, con un tonel por
albergue, y practicaba el sexo a la vista de todos, como los perros. Precisamente, de la
palabra perro (kynos) parece que proviene el nombre de cínico. Por esta y otras muchas
conductas tan deliberadas como respetables fue Diógenes mucho más famoso que
su maestro, fundador de la escuela cínica, Antístenes, discípulo a su vez de Sócrates.
Antístenes preparó la escuela filosófica del escepticismo, pero se atribuye la
consolidación de esta a Pirrón de Elis, un militar de las tropas de Alejandro Magno. Su
posición ante el conocimiento resulta paradójica: parte de la imposibilidad de llegar
a conocer ni afirmar nada con seguridad, y preconiza el silencio (afasia) como mal menor
ante la duda, para conseguir al menos la ausencia de agitaciones y pasiones
(ataraxia). Ante semejante mutismo, la única forma de conocimiento que ha llegado hasta
nosotros no fue, lógicamente, recogida directamente por Pirrón, sino por su discípulo
Aristóteles.
Epíteto

Epíteto nació en el año 55 en Hierápolis de Frigia (actualmente Pamukkale, en el sudoeste


de Turquía), a unos 6 km al norte de Laodicea. En su infancia llegó a Roma como esclavo
del liberto Epafrodito, que a su vez había servido como secretario del emperador Nerón;2
a instancias de Epafrodito, estudió con el filósofo estoico Musonio Rufo.3
La fecha de la manumisión de Epicteto es incierta; se sabe que alrededor del año 93 fue
exiliado, junto con los restantes filósofos residentes en Roma, por el emperador
Domiciano.4 Se trasladó a Nicópolis, en el noroeste griego, donde abrió su propia escuela,
adonde concurrieron numerosos patricios romanos. Entre ellos se contaba Flavio Arriano,
que llegaría a ser un respetado historiador bajo Adriano y conservaría el texto de las
enseñanzas de su maestro. La fama de Epicteto fue grande, mereciendo —según Orígenes
— más respeto en vida del que había gozado Platón.
Epicteto fundó su escuela en Nicópolis,5 a la que se dedicó plenamente, pues él, a
imitación de Sócrates, uno de sus modelos, no escribió nada. Las enseñanzas de Epicteto
tenían su base en las obras de los antiguos estoicos; se sabe que se aplicó a las tres ramas
de la filosofía en la tradición de la Stop, lógica, física y ética. Sin embargo, los textos que se
conservan tratan casi exclusivamente de ética. Según ellos, el papel del filósofo y maestro
estoico consistiría en vivir y predicar la vida contemplativa, centrada en la noción de
eudaimonía ('felicidad'). La eudaimonía, según la doctrina estoica, sería un producto de la
virtud, definida mediante la vida acorde a la razón. Además del autoconocimiento, la
virtud de la razón estoica consiste en la ataraxia ('imperturbabilidad'), apatía
('desapasionamiento') y las eupatías ('buenos sentimientos'). El conocimiento de la propia
naturaleza permitiría discernir aquello que el cuerpo y la vida en común exigen del
individuo; la virtud consiste en no guiarse por las apariencias de las cosas, sino en guiarse
para todo acto por la motivación de actuar racional y benevolentemente, y, sobre todo,
aceptando el destino individual tal como ha sido predeterminado por Dios.
Entre lo poco que se conoce de la física de Epicteto está su noción de la naturaleza de la
inteligencia, a la que consideraba —de manera materialista— una penetración del cuerpo
intangible de dios en la materia. Todos los seres participarían de la naturaleza divina, en
cuanto ésta es la que impone las formas esenciales al caos de la materia; la racionalidad
del hombre le permitiría una forma más alta, autoconsciente de participación. Uno de los
puntos en los que Epicteto hace más hincapié es en la idea de que el estudio de la filosofía
«no es un fin en sí mismo, sino un medio necesario para aprender a vivir conforme a la
naturaleza». Epicteto confía en que sus discípulos aprendan por encima de todo, a
comportarse de acuerdo a los principios que estudian, es decir, distinguiendo lo que
depende del albedrío de lo que no depende de él, y actuando en consecuencia,
preocupándose por lo primero y despreciando lo segundo.
Epicteto, más que un filósofo, fue un moralista, volcado más en la práctica que en la teoría
y pensaba, por ejemplo, que donde el hombre debía probar su valía era en la vida
cotidiana, en el contraste con la realidad. Él trató de ofrecer a sus discípulos un camino
adecuado para alcanzar la felicidad personal. Solamente si hacemos lo correcto se puede
alcanzar una vida plena y feliz. Pero, ¿cómo sabemos qué es lo correcto? Tenemos que
aprender a distinguir qué es lo que podemos cambiar, y de esta forma saber en qué se
puede mejorar. Pero hay muchas cosas que no podemos cambiar, entonces, no nos queda
más que aceptarlas. Aprendiendo a aceptarlas seremos felices, pero también debemos
hacer un buen uso de las «representaciones» o las ideas y así distinguir lo que es útil de lo
que no lo es.
Los seres vivos venimos al mundo con capacidad de formarnos representaciones o ideas
sobre la realidad que nos rodea. Estas representaciones pueden provocar en nosotros el
deseo o el rechazo, el impulso o la repulsión, la negación o la suspensión del juicio. De
este modo, «el objetivo de la filosofía consiste en enseñar a los hombres a hacer un uso
correcto de las representaciones». El bien y el mal afectan a la parte más importante,
mejor y más noble del ser humano: el albedrío, que es la capacidad de elección que tiene
cada ser humano. Para realizar buenas elecciones, Epicteto decía que había que aprender
a distinguir entre los bienes verdaderos (tener deseos, sentir impulsos y aceptar o negar
racionalmente de acuerdo con el bien del albedrío) y los bienes aparentes (salud, riquezas,
posición social, etc.).
Epicteto propuso dos modelos: Sócrates y Diógenes. Para él, estos dos personajes
representan el modelo del sabio estoico, conocedor de la verdad, imperturbable, siempre
acertado en sus juicios y sus comportamientos, modelos que Epicteto se consideró
incapaz de alcanzar y que difícilmente alcanzarían sus discípulos.

Seneca

Lucio Anneo Séneca a (Corduba, 4 a. C.-Roma, 65 d. C.), llamado Séneca el Joven para
distinguirlo de su padre, fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por
sus obras de carácter moral. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue cuestor, pretor,
senador y cónsul sufecto durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón,
además de tutor y consejero del emperador Nerón.23
Séneca destacó como intelectual y como político. Consumado orador, fue una figura
predominante de la política romana durante los reinados de Claudio y Nerón, siendo uno
de los senadores más admirados, influyentes y respetados. Entre los años 54 y 62, durante
los primeros años del reinado de su joven pupilo Nerón, Séneca gobernó de facto el
Imperio romano junto con Sexto Afranio Burro.4 Esto le granjeó numerosos enemigos, y
se vio obligado a retirarse de la primera línea política en el año 62. Acusado, tal vez
falsamente,5 de participar en la conjura de Pisón contra Nerón, su antiguo alumno lo
condenó a muerte, y se suicidó en el año 65.
Como escritor, Séneca pasó a la historia como uno de los máximos representantes del
estoicismo.2 Su obra constituye la principal fuente escrita de filosofía estoica que se ha
conservado hasta la actualidad. Abarca tanto obras de teatro como diálogos filosóficos,
tratados de filosofía natural, consolaciones y cartas. Usando un estilo marcadamente
retórico, accesible y alejado de tecnicismos,6 delineó las principales características del
estoicismo tardío, del que junto con Epícteto y Marco Aurelio está considerado su máximo
exponente.7
La influencia de Séneca en generaciones posteriores fue inmensa. Durante el
Renacimiento fue "admirado y venerado como un oráculo de edificación moral, incluso
Cristiana; un maestro de estilo literario y un modelo para las artes dramáticas."8
El padre de Séneca, Marco Anneo Séneca, era un procurador imperial que se convirtió en
un reconocido experto en retórica, y se casó con una joven noble nacida en Urgavo (actual
municipio de Arjona, Jaén), Helvia. Además de Lucio, Marco tuvo otros dos hijos que a su
manera también alcanzaron cierta relevancia. El primero, Novato, más conocido como
Galión, fue el gobernador de Acaya que declinó ejercer su jurisdicción sobre San Pablo, y
lo envió a Roma. El segundo, Mela, aunque menos ambicioso, fue un hábil financiero
famoso por ser el padre del poeta Lucano,10 quien, por ello, era sobrino de Lucio Séneca.
De la vida de Lucio Séneca previa al año 41 d. C. no se sabe gran cosa, y lo que se sabe es
gracias a lo que el propio Séneca escribió. Sea como fuere, es claro que provenía de una
familia distinguida, perteneciente a la más alta sociedad hispana en una época en que la
provincia de Hispania estaba en pleno auge dentro del Imperio romano.
Parece ser que pasó los primeros años de su vida en Roma, bajo la protección de la
hermanastra de su madre, su tía Marcia. Se afirma que en ese tiempo vivió con humildad
en una habitación en el piso de arriba de un baño público, algo probablemente falso, ya
que Marcia era una persona acaudalada. Durante este tiempo, parece que le fue
enseñada la retórica y fue introducido en el estoicismo por el filósofo Atalo.
Marcia estaba casada con un équite (caballero) romano, quien en el año 16 fue nombrado
gobernador de Egipto por el emperador Tiberio. Séneca acompañó al matrimonio a
Alejandría, en Egipto, donde adquirió nociones de administración y finanzas, al tiempo
que estudiaba la geografía y etnografía de Egipto y de la India, y desarrollaba su interés
por las ciencias naturales, en las que, a decir de Plinio el Viejo, destacaría por sus
conocimientos de geología, oceanografía y meteorología.
Marco Aurelio

Marco Aurelio fue el último de los denominados Emperadores Buenos, o Adoptivos.


Emperadores llamados de esta manera no solo por el período de buenaventura, relativa
paz, tranquilidad y bienestar económico que vivió el Imperio durante su reinado. Sino que
también eran denominados de esta manera ya que sus sucesores eran seleccionados por
sus aptitudes y no por su descendencia sanguínea, algo que termina con el mismo Marco
Aurelio.
Nacido en Roma un 26 de abril del año 121 bajo el nombre de Marco Anio Vero (algunos
historiadores plantean que en realidad toma este nombre al ser adoptado por su abuelo
tras la pronta muerte de su padre), este emperador se caracterizó por sus intereses
literarios y carácter estoico, así como sus intereses por los pensamientos epicúreos que le
permitieron mantener su serenidad de pensamiento y fortaleza de espíritu ante la gran
cantidad de guerras, epidemias y revueltas que enfrentó durante su mandato. Un patriota
de corazón y recordado por sus contemporáneos como «un hombre de gran humanidad»,
poseedor de un temperamento calmo pero que a la vez supo administrar justicia con rigor
y quien prestó gran atención a la economía romana. Gracias a estas cualidades pudo
mantener la paz dentro del estado, ser querido por el pueblo y aplastar las rebeliones que
estallaron, casi simultáneamente, en todo el imperio.
Los historiadores reconocen el fallecimiento de de Marco Aurelio como el punto final del
período de bonanza y progreso conocido como la Pax Romana y el comienzo de una lenta
pero larga decadencia que terminaría corroyendo y destruyendo al Imperio romano siglos
más tarde. f

También podría gustarte