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CAPÍTULO SEGUNDO

HISTORIA DEL DERECHO DE MINERÍA

22. Derecho Antiguo. Al recorrer la historia de la legislación para


buscar en ella las diferentes situaciones jurídicas por las que ha
atravesado el arte de laborear las minas, llama muy particularmente
la atención que los pueblos de la antigüedad no nos hayan dejado
documentos sobre la materia. El derecho minero escrito sólo apareció
en los primeros estatutos que consagraron las libertades comunales
de las ciudades, bastante avanzada la Edad Media.
En lo que a España se refiere, a pesar de la intensa actividad
minera que desde los inicios de la edad histórica desarrollaron los
fenicios, y luego los griegos, existe en sus primeros códigos un si-
lencio casi absoluto en esta materia.

23. Derecho Romano. Con la llegada de los romanos a la Península


Ibérica, las labores mineras se intensificaron y extendieron por su
territorio. El sistema jurídico imperante en la República, que lleva-
ba el principio de la propiedad hasta sus últimas consecuencias y
consideraba al dueño del suelo dueño de todos los yacimientos y
sustancias que se encontrasen en el subsuelo, pasó a España, esti-
mándose las minas como cosas accesorias al suelo superficial y dentro
del dominio de su propietario. La legislación romana no tuvo un
carácter general para la industria, ya que no comprendió las minas
de toda clase de sustancias, no atribuyó su dominio al soberano ni
autorizó a éste en forma explícita para conceder su explotación en
terrenos de propiedad privada, pero en su proceso evolutivo llegó
a dejar establecidas la separación del suelo y del subsuelo mineral y
la participación del Estado en los productos mineros bajo la forma
de canon o regalía.

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CURSO DE DERECHO DE MINERÍA

24. Legislación Española Antigua. Con la invasión de los bárbaros


y la posterior dominación visigótica se abre una época de completo
decaimiento para la minería. Las leyes dictadas por los visigodos no
contienen disposición alguna sobre minería, y de ello son prueba el
Código de Eurico, el Breviario de Alarico o Aniano y el Liber Judiciorum
o Libro de los Jueces, carentes de toda referencia a esta industria.
En el año 711 se produjo la invasión de los árabes a la Península
Ibérica y la consiguiente caída del reino visigótico. Los españoles
cristianos, replegados en las tierras nórdicas de España, siguieron
regidos por el Liber Judiciorum, pero el derecho consuetudinario
triunfa sobre éste y las disposiciones locales contenidas en las Cartas
Pueblas y Fueros Municipales constituyen el derecho imperante en
esta etapa histórica denominada de la Reconquista.
La primera manifestación legislativa sobre minas la encontramos,
precisamente, en el Fuero de Nájera, cuyo origen se remonta a las
Cortes celebradas en esa ciudad en el año 1076. En él se establece
el Señorío del Rey sobre todas las minas bajo cuyo solo mandato
podían explotarse.
El Código de las Siete Partidas (1213) de don Alfonso X el Sabio,
viene a ampliar el concepto de la soberanía real respecto de las
minas y a confirmar la obligación de pagar una renta a la Corona,
quedando así establecida la “regalía”, que fue otra de las caracterís-
ticas del derecho minero español.
En el año 1348 se promulga en las Cortes de Alcalá el Ordena-
miento del mismo nombre, que reafirma el dominio real sobre las
minas metálicas, el que fue seguido por las Ordenanzas de Birbiesca,
dictadas por don Juan I, en 1387.
La expulsión definitiva de los árabes y el descubrimiento casi
simultáneo del Nuevo Mundo influyeron decisivamente en la acti-
vidad económica de España.
Las remesas de oro y plata enviadas por los conquistadores, así como
las noticias de importantes descubrimientos de minas, sirvieron para
despertar un enorme interés por la riqueza minera, aun en el propio
territorio español, y a ello se debe, sin duda, el notable desenvolvimiento
legislativo del siglo XVI.
En el año 1559 don Felipe II, conocido como el “padre de la mi-
nería” por su decidida preocupación por el desarrollo de la industria,
dictó las llamadas “Ordenanzas de Valladolid” o “Ley de Minas de 1559”,
en cuya virtud se reincorporaron a la Corona todas las minas, dejando
sin valor ni efecto las mercedes otorgadas por sus predecesores.

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HISTORIA DEL DERECHO DE MINERÍA

“Las Ordenanzas de Valladolid” fueron ampliadas en la “Pragmática


de Madrid” (1563), la cual fue al poco tiempo derogada por las “Or-
denanzas del Nuevo Cuaderno” u “Ordenanzas de San Lorenzo” (1584),
nombre con el que también se las conoce y que se debe al hecho de
haber sido dadas en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Ellas
constituyen un verdadero Código de Minería que, proyectándose a
través de los siglos, muestra una notoria influencia en las legislacio-
nes hispanoamericanas, en las cuales instituciones mineras y normas
legales reconocen claro origen en esas Ordenanzas.

25. Legislación Hispanoamericana. Las crónicas de la conquista del


Nuevo Mundo abundan en referencias, quizás si exageradas, acerca
de las enormes riquezas que los expedicionarios iban encontrando
en las tierras descubiertas y ello estimuló la preocupación real hacia
el ordenamiento legal minero.
Entre las primeras manifestaciones legislativas para las Indias se
cuenta una Real Cédula dictada por los Reyes Católicos en 1504 y que
dispuso el derecho de “Quintos” en beneficio del Real Patrimonio
sobre todos los metales que se “cogieren o sacaren de cualquier
provincia o lugar”.
Carlos I de España expidió en los años 1525, 1526 y 1534 di-
versas Reales Órdenes relativas al ramo de la minería, y en 1551 se
reconoce a los indios el derecho a descubrir, poseer y labrar minas
como a los españoles.
El activísimo Virrey del Perú don Francisco de Toledo, tenien-
do como base las Ordenanzas de Valladolid y las disposiciones
dictadas para las Indias, hizo promulgar en 1574, en la ciudad de
La Plata, el notable Código que se conoce como las Ordenanzas
de Toledo, que rigieron con el tiempo en todos los dominios de
América del Sur.
Un siglo después, el licenciado don Tomás de Ballesteros efectuó
una recopilación de las diversas leyes vigentes en el Perú, que fue pro-
mulgada en Lima por el Virrey don Melchor de Navarra y Rocaful en
el año 1683 y que se conoce con el nombre de Ordenanzas del Perú.
Entretanto, en Chile la minería tomaba un carácter especial y
este Reino se hacía famoso por su riqueza aurífera en forma de lava-
deros de oro, conociéndose el primer cuerpo legal minero dictado
especialmente para el Reino de Chile, como las Nuevas Ordenanzas de
Minas u Ordenanzas de Huidobro (1754), que de orden del rey redactó
don Francisco García Huidobro, Marqués de Casa Real.

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Aunque se duda de la eficacia legal de las Ordenanzas de Huido-


bro, en el hecho se aplicaron y estuvieron en pleno vigor por más de
treinta años, hasta que se hicieron extensivas a Chile las Ordenanzas
de Nueva España o México.
El Virreinato de México, llamado también de Nueva España, no
contaba con una legislación especial para su gobierno en materia de
minas, rigiéndose la industria especialmente por las Ordenanzas del
Nuevo Cuaderno. En 1761 don Francisco Javier de Gamboa, abogado
de la Real Audiencia de México, hizo la codificación de las leyes en
vigor durante los últimos dos siglos y medio, seguidas de versados
y extensos comentarios en los que establecía el verdadero espíritu
del régimen minero español.
Estos Comentarios a las Ordenanzas de Minas fueron el origen in-
mediato de las llamadas Ordenanzas de Nueva España o México,
expedidas por Carlos III, en Aranjuez, el 2 de mayo de 1783.
Las Ordenanzas de Nueva España constituyen el más importante
cuerpo legal sobre minería que rigió en las Colonias y que, particu-
larmente en Chile, producida ya la Independencia, se mantuvo en
vigor por más de 60 años hasta la dictación del primer Código de
Minería nacional, en el año 1874.
Creemos no pecar de exagerados si sostenemos que prácticamente
no existen instituciones legales mineras, especialmente en nuestro
país, que no reconozcan origen en las sabias disposiciones de estas
Ordenanzas, por lo que hoy nos asombra encontrar, ya entonces,
un esfuerzo tal de inteligencia y penetración.

26. Legislación Chilena. A. Código Civil. Producida la Independen-


cia, los hombres de Estado se dedicaron con empeño a cimentar
la República sobre una base sólida. Diose la Constitución Política
del año 1833 y comenzó la obra de formación y codificación de las
leyes patrias. En el indicado año, frente a las dudas que presentaba
su vigencia, se otorgó a las Ordenanzas de Nueva España o México,
expresamente, valor legal.
Con anterioridad a la dictación del Código Civil, sólo se encuen-
tra sobre minería una que otra disposición legal aislada y de escasa
importancia. El artículo 591 de dicho Código, cuerpo legal que entró
en vigencia en 1857, declaró que las minas eran del Estado, pero que
se concedían a los particulares las facultades de usar, gozar y disponer
de ellas, conforme a las normas del Código de Minería. Al proceder
de esta manera, don Andrés Bello no hacía otra cosa que adaptar

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a las nuevas circunstancias, sin variar su contenido, las normas que


sobre este aspecto básico del derecho minero, cual es la atribución
del dominio de las minas, contemplaban las Ordenanzas de Nueva
España o México.

27. B. Código de 1874. El primer esfuerzo gubernativo para sustituir


las Ordenanzas de Minería de Nueva España por un Código propio
vino a tener lugar en el año 1846, con el nombramiento de una
comisión para que estudiara un proyecto de ley sobre la materia,
intento legislativo que sólo prosperó a fines del año 1874, con la
dictación de nuestro primer Código de Minería.
El Código de 1874 puso serias trabas a la minería, favoreciendo
a la agricultura al reglamentar la investigación minera de una mane-
ra muy detallada y al restringir la denunciabilidad sólo a unas pocas
sustancias minerales, quedando el resto de ellas en el dominio del
dueño del suelo.
En materia de constitución de la propiedad minera, contiene el
Código mencionado una reforma importante, ya que ésta se cons-
tituía en las Ordenanzas en dos etapas: a)la manifestación, y b) la
mensura. La reforma consistió en introducir entre ambas etapas una
intermedia, denominada de la “ratificación”, que otorgaba un “título
provisorio” de propiedad, dejando la mensura de ser obligatoria.
Esta modificación tuvo su origen, según don Alejandro Lira,
en la supresión de las diputaciones de minas, tribunales especiales
mineros que tenían a su cargo todos los asuntos de minas y, entre
ellos, la mensura de la propiedad minera. Suprimidos estos tribunales
especiales, se presentaba la dificultad de encargarles a los Tribunales
Ordinarios de Justicia actuaciones eminentemente técnicas como las
mensuras de pertenencias y a fin de evitar dificultades en la entrega
del título definitivo de propiedad se optó por dar este “título provi-
sorio”, que no obligaba a la demarcación definitiva de la propiedad
y sí facultaba para explotar la mina.
En materia de amparo, esto es, en lo relativo al sistema en cuya
virtud a través del cumplimiento de ciertas obligaciones mantiene
su vigencia la propiedad minera, el Código conserva el régimen de
las Ordenanzas, es decir, el amparo por el trabajo, aunque en ciertos
casos autorizó el amparo por el pago de una patente.
Introdujo también este Código una novedad en cuanto a la forma
de la propiedad o pertenencia. Es así como para el cobre adoptó
el sistema denominado “oblicuo” o “sajón”, en el cual los planos que

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limitan la pertenencia van siguiendo el echado o recuesto de la veta,


en lugar del sistema recto o mexicano que establecían las Ordenanzas
y que le dan a la pertenencia la forma de un paralelogramo recto.

28. C. Código de 1888. No bien fue dictado el Código de 1874, se empezó


a hablar de su reforma y bajo los auspicios de la Sociedad Nacional de
Minería nació un proyecto de ley que, enviado al Congreso Nacional,
fue promulgado en 1888, como nuevo Código de Minería.
En materia de denunciabilidad, este Código amplía considerable-
mente el número de sustancias minerales concesibles, y en cuanto
a la constitución de la propiedad minera, mantuvo las tres etapas del
Código anterior, aboliendo, por los múltiples inconvenientes que
trajo consigo, el sistema oblicuo de pertenencia introducido por el
Código de 1874 para los yacimientos cupríferos.
En lo que toca al amparo, introdujo una reforma radical al régi-
men vigente, sustituyendo el sistema de amparo por el trabajo, por
otro basado en el pago de una patente anual. Se buscaba con esta
modificación la estabilidad de la propiedad minera, resentida por la
existencia de muchos vacíos e imperfecciones del régimen anterior
que causaban la pérdida de la propiedad por diversos capítulos y,
especialmente, por la simple denuncia del incumplimiento de la
obligación de llevar trabajo a las minas, demostrada por el más en-
deble de los medios probatorios, cual es la prueba testimonial.

29. D. Código de 1930. El Código de 1888, como el que le antecedió,


fue objeto, a poco de promulgado, de variadas críticas que incidieron
fundamentalmente en la mantención del “título provisorio”, que
se había demostrado que no protegía debidamente al verdadero
descubridor de un yacimiento.
Antes de que apuntara el siglo pasado, ya se habían elaborado
varios proyectos de reforma, el último de los cuales, cuya redacción
correspondió a una comisión compuesta por los señores Cesáreo
Aguirre, Lorenzo Elguin, Manuel Gallardo y Alejandro Lira, se pro-
mulgó como ley de la República el 25 de enero de 1930.
En materia de investigación y denunciabilidad, el Código de 1930
fue mucho más generoso que el Código que le antecedió, disponien-
do la libre denunciabilidad de prácticamente todas las sustancias
minerales conocidas.
En lo tocante a la constitución de la propiedad minera, el Código
de 1930 introdujo una modificación trascendental: suprimió el título

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provisional y siguiendo el sistema establecido en las Ordenanzas de


Minería de Nueva España, volvió a las dos etapas, esto es, manifes-
tación y mensura, haciendo ésta obligatoria.
La supresión del título provisorio era un aspiración largamente
sentida por los mineros a raíz de los inconvenientes a que éste dio
origen y que tuvieron su expresión en los llamados “pedimentos
giratorios”. Éstos servían para burlar abiertamente el derecho del
descubridor del yacimiento, mediante el subterfugio de efectuar la
mensura en un lugar que correspondía a un descubrimiento ajeno,
aprovechándose de la imprecisión del alinderamiento provisional
del pedimento.4
Por lo que hace al amparo, conservó el basado en el pago de
una patente anual, perfeccionado por la Ley 4.256, que estableció
la caducidad automática de la propiedad minera por el no pago de
la patente en dos períodos consecutivos.

30. E. Código de 1932. Promulgado el Código de 1930, se hicieron


a la Sociedad Nacional de Minería algunas observaciones de escasa
importancia, institución que encargó a la comisión redactora de
dicho Código que se reuniera para conocer su opinión.
Encontrándose empeñada la comisión en ese trabajo, en junio
de 1932 el Gobierno suspendió la vigencia del Código de Minería
respecto de nuevas concesiones y se dispuso que éstas serían otor-
gadas en lo sucesivo por el Presidente de la República.
No obstante, la comisión continuó su labor y propuso al Gobier-
no dos proyectos: uno sobre legislación aurífera, que tenía como
finalidad ayudar a resolver el flagelo de la cesantía, consecuencia
de la crisis económica que azotaba al mundo en esa época, y que se
promulgó como Decreto Ley Nº 491, y el otro, constituido por el
Código de Minería de 1932, que fue promulgado por Decreto Ley
Nº 488, en agosto de ese año.
El Código de Minería de 1932, al decir de don Alejandro Lira,
principal miembro de la comisión redactora del Código de 1930 y
de la revisora, “es el mismo Código anterior, con unos cuantos retoques,
con unas cuantas modificaciones que todo el mundo acepta”. Hasta
tal punto ambos Códigos –agregaba– son iguales, “que se conserva en
las disposiciones del actual la misma numeración que corresponde
a las disposiciones correlativas del anterior”. En suma, el Código de

4
El pedimento en esta legislación corresponde a la manifestación actual.

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1932 difería del que le precedía sólo en aspectos de detalles, sobre


los cuales no tiene interés hacer referencia.

31. F. Código de 1983. Constitución Política de 1980. Ley Orgánica


Constitucional Nº 18.097. La Ley Nº 17.450, de 1971, introdujo un
cambio sustancial en el régimen jurídico minero al modificar la
Constitución Política de 1925 y establecer el dominio del Estado
sobre las minas, dejando a los propietarios mineros en la condición
de meros concesionarios.
Además, la Constitución dispuso en su artículo decimosexto
transitorio, agregado por la ley citada más arriba, que los titulares
de derechos mineros seguirían regidos por la legislación vigente
(Código de Minería de 1932) en calidad de concesionarios, mientras
se dictara una nueva ley (Código), bajo la cual subsistirían, pero en
cuanto a los goces y cargas y en lo tocante a la extinción de tales
derechos, prevalecerían las disposiciones de la nueva ley.
El nuevo Código, que regularía las disposiciones constitucio-
nales referidas, no se dictó y dichas normas fueron modificadas por
la Constitución Política de 1980, que, según veremos más adelante,
estableció en favor del Estado un derecho de dominio especial sobre
las minas y restableció la solidez de los derechos mineros de los
particulares, aun cuando no consagró el principio del dominio
eminente que había recomendado la Comisión de Estudios de
la Nueva Constitución Política de la República, formada en 1973
para proponer una nueva Carta Fundamental. Por otra parte, la
Constitución de 1980 dispuso la dictación de una Ley Orgánica
Constitucional para regular determinados aspectos de su normativa,
la que, sancionada por el Tribunal Constitucional, fue promulgada
en 1982 y lleva el Nº 18.097.
Dicha Ley Orgánica Constitucional sobre Concesiones Mineras,
a su vez, dispuso que ésta entraría en vigor simultáneamente con el
nuevo Código de Minería que habría de dictarse para explicitar sus
disposiciones.
Una comisión nombrada por el Supremo Gobierno que la presi-
dió el autor de este trabajo, a la sazón Ministro de Minería, y que la
conformaron los profesores de Derecho de Minería señores Carlos
Ruiz, Juan Luis Ossa y Carlos Hoffmann y los abogados Antonio
Urrutia y César Vicuña, confeccionó un proyecto de Código de
Minería, que fue promulgado, prácticamente sin modificaciones, el
26 de septiembre de 1983, empezando a regir sesenta días después

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de su publicación. El Reglamento del mismo Código fue publicado


en el Diario Oficial del 27 de febrero de 1987.
Entre las principales características del Código de 1983, que lo
diferencian del anterior, podemos señalar, sólo por vía ejemplar: la
constitución de todos los derechos mineros por resolución judicial,
suprimiéndose la constitución de concesiones mineras por la vía
administrativa dispuesta por la legislación anterior para determi-
nadas sustancias minerales; aumento del número de sustancias mi-
nerales denunciables; reforzamiento y modernización de la concesión
de exploración; atribución al objeto de la concesión de todas las sus-
tancias minerales denunciables; precisión de los terrenos solicitados
en concesión y empleo del sistema de coordenadas U.T.M. en las
mediciones de la cara superficial de la concesión en trámite y de la
constituida; amplia publicidad en beneficio de terceros interesados;
aparte de un sinnúmero de perfeccionamientos de las normas del
Código de 1932, que subsistieron en el Código vigente.
Por otra parte, el procedimiento de constitución del título mine-
ro fue adecuado al propósito de instar a la más pronta constitución
del título y evitar los innumerables litigios a que dieron origen algunas
normas del Código de Minería de 1932, con evidente perjuicio para
la explotación minera.

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