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DERECHO DE LOS RECURSOS NATURALES 2.014.

EVOLUCION HISTORICA DEL DERECHO MINERO.

Oro y plata. Esa era la promesa que alentaba a los conquistadores españoles que
años después del descubrimiento de Cristóbal Colón, comenzaron a aventurarse
hasta el nuevo continente, desafiando primero las aguas del Océano Atlántico y
luego las inhóspitas tierras andinas, en busca de la ciudad dorada que suponían,
se encontraba en algún lugar de las montañas.
1
Traían instrucciones precisas. “Todas las minas de oro, plata, plomo que se
encuentren en el dominio del Rey son de propiedad de éste y nadie puede
trabajar en ellas sin su mandato”. Así comenzaba el título de minería del
Ordenamiento de Alcalá, dictado por el rey Alfonso XI en el año 1348, primera
disposición de la legislación castellana que regiría en los nuevos territorios
descubiertos por la corona española.
A falta de una legislación particular, las nuevas autoridades de “Indias”,
recurrirían durante años a estos textos hispanos, para aplicarlos supletoriamente
a las situaciones locales. Esas disposiciones permitían el libre cateo y la
búsqueda de metales, aunque los mineros debían entregar a la Corona las dos
terceras partes de todo el producido.

Pero no fue lo mejor del viejo continente lo que llegó al sur de Méjico, en los
primeros tiempos de la conquista. Cuando en 1544 el Capitan Juan Villarroel
encontró, casi por casualidad, la primera gran veta de plata que tanto habían
buscado, se desataron la codicia y la desorganización entre los mineros. El cerro
rico- bautizado luego Potosí- en el Alto Perú (actual Bolivia), a 4700 metros de
altura sobre el nivel del mar, era finalmente la ciudad dorada y a sus pies se
levantó una villa que en muy poco tiempo desbordó de riqueza las arcas
españolas. Sin embargo, según crónicas potosinas de la época, tan pronto los
conquistadores “encontraron fortunas fabulosas con la explotación de las minas,
se dedicaron a dilapidarlas importando perlas de Ceylan, especias de Malasia y
telas de Oriente…”

Por eso, antes de cumplirse un siglo de la llegada de la Santa María, se hizo


evidente que el nuevo territorio necesitaba una legislación particular para la
minería.

El primero en advertirlo fue Don Francisco de Toledo, virrey de Perú. Toledo


comprendió que aquello “como es cosa natural, ha de acabarse, como todo se
acaba algún día”. En realidad, el virrey vislumbró lo que sólo sucedería casi tres
siglos después, una vez que según las historias más dramáticas, el Potosí se
cobrara la vida de 6 millones de personas, entre indios y esclavos que durante 300
años murieron en la tarea de arrancar los metales de aquel cerro.
Así, Toledo se adelantó a su época y en el año 1574 dictó las Ordenanzas que
llevan su nombre (Ordenanzas de Toledo) y que se convirtieron en el primer
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cuerpo legislativo sobre minería dictado en el territorio americano. De hecho, gran


parte de las normas que luego formaron el Código de Minería Argentino fueron
inspiradas en aquellas ordenanzas.

LA MITA Y EL PUEBLE MINERO

La idea de Toledo, era aprovechar al máximo, la riqueza que brotaba del Potosí.
A raíz de ello, introdujo el método de beneficio de los metales por medio del
azogue, conocido como “sistema de patio de Bartolomé de Medina”. Hasta ese
momento se utilizaba el sistema de fundición a través hornos. A medida que la ley
1 del mineral bajaba, aumentaba la dificultad para obtener la plata. Entonces se
crearon los patios, en dónde se construían estanques rectangulares de madera,
dentro de los cuales se amalgamaba el metal con mercurio y sal.

El virrey también fue el creador de la “mita”, un sistema de trabajo en las minas


por el cual llevó miles de indígenas al Potosí. Este sistema dio luego origen al
“pueble” que durante años rigió en el ordenamiento minero argentino.

Toledo quería evitar que se abandonara la explotación de las minas, y a


consecuencia de ello dedicó el título séptimo de las ordenanzas a señalar los
procedimientos para desapoderar al minero que no trabajara sus pertenencias. A
la obligación de trabajar la mina dentro de los tres meses de registrada y hacer un
pozo de seis varas de hondo y tres de ancho , “para alumbrar la veta”, iba unida la
sanción de considerar la mina como “despoblaba “ y adjudicarla al primero que la
pidiera. Además las ordenanzas eran estrictas con respecto al personal que
obligatoriamente debía ocuparse (8 indios o 4 negros en las minas de 60 varas y 4
indios o 4 negros en las de 30 varas). De no observarse esta prescripción legal
durante seis días contínuos, se la daba por despoblada y se adjudicaba
nuevamente.

Las minas, ingenios, herramientas, metales, esclavos y demás elementos mineros


eran inembargables y los acreedores no podían ejecutarlos. Tampoco podía
encarcelarse a los mineros por deudas, fuera de la localidad en dónde trabajaban.

Pese a las espantosas condiciones de trabajo de los indígenas, Toledo procuró


atenuar los abusos a que se los sometía. Por eso, reglamentó las tareas “los
indios entrarán a trabajar hora y media después de salido el sol y a medio día se
les da una hora para comer y descansar “. Sin embargo, años mas tarde ésta
disposición fue derogada por otras que volvían a establecer el trabajo “de sol a
sol”

En cuanto a los descubrimientos y registros, las ordenanzas toledanas establecían


que ningún minero tuviera más de seis minas en su poder por ningún motivo,
pudiendo denunciarse las “demasías”, pasando éstas a poder del denunciante. En
cuanto a las medidas, el descubridor podía tener una de 80 por 40 varas, más otra
que no fuera contigua de 60 por 30. A continuación de la mina descubierta,
llamada “la descubridora”, se debía dejar una mina para la Corona. Esa era la
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mina “del Rey” o de su Majestad. En caso de que los descubrimientos se hicieren


en fundos privados, el minero estaba obligado a entregarle al propietario del suelo,
el uno por ciento del producido de la mina.

Otro instituto que pasó a nuestra codificación fue la posibilidad de “seguir la veta”
cuando por su inclinación se internaba en pertenencias ya registradas, debiéndose
repartir entre ambos propietarios el metal obtenido.

NUEVA ESPAÑA

1 Sin embargo, dos siglos después de la aplicación en las indias de las ordenanzas
de Toledo, un grupo de mineros mejicanos presididos por don Joaquín de
Velázquez Cárdenas de León, se dirigieron al viejo continente para exponer la
desorganización en que se encontraba la minería del virreinato, la inexistencia de
un gremio organizado de mineros, y la necesidad de formar personal técnico
adecuado para el mejor aprovechamiento de los metales. Fue así como en 1783,
se sancionaron las ordenanzas de Nueva España (Méjico) que vinieron a
reemplazar a las de Toledo, y se aplicaron en varios países de la región, inclusive
en el nuestro.

A estas ordenanzas se le debe la creación de los Bancos de Avíos, para “formar,


conservar y aumentar el Fondo dotal de la Minería”, además de gran parte de la
burocracia que imperó en la materia durante muchos años.

Se establecieron diputaciones mineras, dónde los mineros debían registrar sus


descubrimientos, quedando obligados a realizar dentro de los noventa días, un
pozo de una vara y media de ancho por diez de hondo para que uno de los
diputados, asistido por un escribano de minas, determinara las características de
la mina denunciada.
Existía también un Real Tribunal de Minería para resolver los conflictos que se
presentaban en la actividad. Este tribunal estaba incluso por sobre las
diputaciones mineras. Se crearon además juzgados penales de minería y
Juzgados de Alzada que se integraban con un oidor que nombraba el virrey y dos
mineros, a fin de que se apelaran allí los pleitos de mas de 400 pesos. Había
cuerpos de peritos facultativos de minas y peritos beneficiadores, que
obligatoriamente debían asistir a los mineros en sus trabajos y adecuar éstos a las
reglas de la ciencia mineralógica.

El REGLAMENTO DE MAYO

Las ordenanzas de Nueva España fueron aplicadas casi inmediatamente después


de su sanción, en Méjico, Chile y Perú. Sin embargo, en un principio fueron
resistidas en el Río de la Plata. Aquí se pretendía una legislación propia,
adecuada a estos territorios.
De cualquier manera, pasaron varios años antes de que la Asamblea del año XIII
abordara el problema con decisión, dictando un reglamento conocido como
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“Reglamento de Mayo”. Este, si bien no innovaba con respecto a la vigencia de las


ordenanzas de Nueva España, avanzaba sobre ellas en varios aspectos.

La ley creada por el ministro de Hacienda del Triunvirato, don Manuel José García,
abría un nuevo campo a la industria minera aceptando el provechoso concurso del
extranjero y dando por tierra con las medidas de rigor que contra ellos contenían
las demás legislaciones. Desde el punto de vista económico, se establecían
medidas saludables como la facultad de exportar metales y la posibilidad de
obtener ventajas para el comercio y la explotación.

1 EL BANDO DE BARRENECHEA.

Sin embargo, el reglamento de la Asamblea, no tuvo el éxito esperado. En aquel


momento, la explotación minera nacional no despertaba demasiado interés en el
exterior y los preceptos de Garcia cayeron en desuso.
Fue entonces, cuando alrededor de 1818, el gobernador de La Rioja, Diego de
Barrenechea, se acercó al gobierno central para que éste interviniera en el
“Famatina”, única esperanza local de obtener minerales, luego que en 1815 se
perdiera el Potosí con la creación del Virreinato del Río de la Plata.

Barrenechea aspiraba a que se reimplantaran las ordenanzas de Toledo. El


gobernador no estaba de acuerdo con las normas de Nueva España que le habían
otorgado demasiada autoridad a las diputaciones de mineros, “cometiéndose toda
clase de abusos, ya que estos se hacen de las mejores minas y dejan a los demás
mineros a su arbitrio y sin dirección alguna”

A raíz de ello, el Director Supremo Pueyrredón, aceptó que el riojano dictara un


“Bando o Reglamento “de 27 artículos en el que regulaba la actividad de los
mineros de la zona.

Barrenechea estableció la existencia de un libro o registro, dónde se asentarían


todas las partidas de las posesiones mineras y la obligación de los mineros para
que en el término de 30 días tomen sus pertenencias “y las amparen con sujeción
a las ordenanzas peruanas”.

De ésta manera, regresó al sistema de “pueble” que había creado la normativa del
virrey Toledo.

El Bando de Barrenechea que había sido jurado por los mineros, el 19 de mayo de
1818, recibió duras críticas. Las principales las efectuó el alcalde veedor de
Famatina, don José Victor Gordillo, quien lo acusó de haber sido impuesto por la
fuerza, abochornando a los mineros que se negaron a cumplirlo. Por otra parte,
Gordillo afirmaba que el Bando contradecía las Ordenanzas de Nueva España,
derogando la jurisdicción de los jueces y diputados mineros y obligando a los
propietarios de las minas a llevar las causas ante el mismo Barrenechea. Este,
según las palabras del alcalde, “se hizo juez privativo del gremio, sin haber hecho
saber hasta la fecha los despachos que lo acreditan”
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A partir de 1820 y hasta 1853, el derecho minero patrio entró en un cono de


sombras.
Las provincias actuaban de acuerdo al poder público que las dominaba y cada una
puso en vigencia sus reglamentaciones. O bien ratificaban la vigencia de las
Ordenanzas de Nueva España, o bien le introducían modificaciones, de acuerdo a
los intereses del gobierno de turno.
Según el historiador Joaquín V. Gonzalez, “los antiguos dueños de minas las
conservaban, ya sea porque nadie se aventurase a pleitos de denuncio por
despueble o abandono, ya porque refugiados ellos mismos en las soledades de
1 los montes, sirviesen de amparo a sus propias concesiones.”

EL ESTATUTO DE HACIENDA Y CRÉDITO.

Finalmente, luego de años de vacío legal, la Constitución Nacional de 1853,


encomendó al Congreso la tarea de dictar el Código de Minería. Hasta tanto se
elaborase ese cuerpo legal, el organismo sancionó ese mismo año, el Estatuto de
Hacienda y Crédito de la Confederación, cuyo titulo X estaba dedicado a la
Minería.

Esa norma, creada por el diputado Mariano Fragueiro, comenzaba estableciendo


nuevamente la vigencia en todo el territorio nacional de las ordenanzas mejicanas,
con las modificaciones que hubiesen establecido las provincias.

Pero también introducía la figura del “canon minero” para conservar la propiedad
de las minas, derogando el sistema de amparo, y la obligación de “trabajo”
exigidas por las ordenanzas. El artículo 11 del Estatuto aclaraba: “ No es legal el
título de propiedad sobre una mina, si no está registrado o si no se ha pagado la
contribución. La mina poseída con título legal no puede denunciarse por ningún
otro artículo o disposición de la ordenanzas de minas”.

La aplicación del Estatuto no fue uniforme. Muchas provincias lo ignoraron, y en


otras se suscitaron graves controversias que terminaron en la Corte Suprema de
Justicia. La confusión legislativa era tal, que aún cuando el máximo tribunal
decretó en varios fallos la vigencia de la ley de Fragueiro, las distintas
jurisdicciones continuaron aplicando sus propias leyes.

LA CODIFICACIÓN.

No fue fácil conseguir una ley uniforme, y menos lograr que la misma convirtiera al
país en una nación con minería. De hecho, pasaron muchos años antes de que
esto sucediera.

En 1862, el Poder Ejecutivo, encomendó a don Domingo Oro, la elaboración de un


proyecto de Código Minero. Oro era un destacado político, entendido en
cuestiones de minería, ya que había sido diputado de minas en San Juan.
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El jurista tardó un año en entregar su trabajo. Sin embargo, éste Código nunca se
sancionó.
Según comentarios de Pedro Agote “ la atribución de la propiedad minera a la
Nación, en perjuicio de las provincias en dónde se encontraban los yacimientos,
había sido la causa decisiva de su postergación “sine die”, pues estaba en pugna
con los principios federativos de la Constitución Nacional.”

Sólo veinte años después de aquel intento, - el 1 de mayo de 1887- la legislatura


convirtió en ley el proyecto de Código Minero que había pergeñado el jurista
1 cordobés Enrique Rodríguez.

Rodríguez tomó como base de su obra, el proyecto que había realizado Oro, pero
entre otras cosas, modificó el artículo que otorgaba la propiedad de las minas a la
Nación. En adelante ese párrafo se leería “la propiedad de las minas será de la
Nación o de las provincias, según dónde estén ubicadas”.

Pese a ello, fue severamente criticado. El motivo: No haber logrado superar las
ordenanzas mejicanas que tantos conflictos habían causado en la minería
nacional.

Según el abogado Manuel Sáez, juez de San Luis y uno de los más acérrimos
opositores a la obra de Rodríguez: “el Código, no se separa en un solo punto
importante de la legislación vigente, a la cual hay que atribuir el estado deplorable
de la industria minera en nuestro país, deja sin satisfacer la necesidad que se
manifestó de tener un código para dar impulso a una industria minera muerta, que
puede con una reglamentación distinta, convertirse más o menos tarde, en una
fuente abundante de riqueza nacional”

UN SIGLO DE ATRASO.

El Código de Rodríguez- que con muchas modificaciones, es el que ha llegado


hasta nuestros días- fue concebido en su estructura básica, como un código de
vetas, de la misma manera que lo eran las ordenanzas coloniales en las que se
inspiró, aún cuando ya a fines del siglo pasado eran conocidos los yacimientos de
minerales de baja ley, denominados “yacimientos pobres”.

Así lo expresa un intento de reforma que se produjo en 1889, dos años después
de la sanción del Código, con el objeto de adaptarlo a las necesidades de la
minería a gran escala. Ese intento, no prosperó, pero según autores actuales
como el doctor Edmundo Catalano, “se proponía cambiar el sistema rígido del
Código, por uno más flexible y adelantaba en un siglo las modificaciones
introducidas en su texto, recién en 1993”

Los primeros treinta años que transcurrieron desde la puesta en vigencia del
Código no trajeron ninguna expansión de las actividades mineras.
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La minería quedó relegada a la explotación de canteras y de algunas minas de


cobre, oro y sal, en pequeña escala. Las viejas minas de cobre y oro de Famatina
y Capillitas en La Rioja y Catamarca, dejaron de producir y los establecimientos
de fundición para beneficiar minerales cerraron sus puertas frente a la
competencia introducida en los mercados por los minerales de baja ley.

En su momento, se atribuyó el problema al sistema de “amparo” o “pueble”,


representado por el trabajo obligatorio con operarios como mecanismo para
conservar la propiedad de las minas.

1 Este sistema remitía a la “mita” que había creado el virrey Toledo para organizar el
trabajo de los indios en el Potosí hacía más de tres siglos.

Sin embargo, el amparo recién se eliminó de nuestras leyes en 1917. Se sustituyó


por un sistema mixto, de pago de un canon más inversión de capital.

Pero según Catalano “el problema no estaba allí. Era el propio sistema legal de
concesiones lo que había que reformar, la forma en que se concedían las
pertenencias a particulares, mas que la forma en que se mantenían las mismas”

Durante los años siguientes y hasta la década de los noventa, poco y nada se hizo
en materia de reforma de las leyes mineras. Sólo en los años 1979 y 1980 se
incrementaron los valores del canon, pero el Código de Minería no sufrió grandes
modificaciones.

Recién en los años 90´ se encararon las modificaciones que hoy en día nos rigen
y que significaron una verdadera transformación para la industria minera. La
minería de pequeña escala, de tipo artesanal que se había fomentado durante el
siglo XIX sólo había servido para detectar la presencia de áreas mineralizadas en
nuestro territorio, pero poco había hecho para aprovechar un territorio vasto y rico
en minerales como es la Argentina.

Después de años de quietud, se reemplazó el último estatuto de promoción minera


por la ley 24.196, de Inversiones Mineras. Se introdujeron profundas reformas
en el Código de Minería para borrar de sus normas el corte netamente colonial
con el que había sido creado.

En 1995 la ley 24498 de actualización minera intensificó los cambios, eliminando


las limitaciones de antaño, en cuanto al tamaño de las concesiones de exploración
y explotación. Se modificaron los sistemas para ubicar los pedimentos mineros, se
otorgaron beneficios impositivos para atraer inversores que estuvieran dispuestos
a aportar el capital de riesgo necesario para este tipo de emprendimientos.

También se dictaron leyes de protección ambiental cuyo articulado se incorporó al


Código (ley 24.585) y se promovió la exportación y el comercio de minerales.

Muchos creen que sin embargo, nos encontramos a mitad de camino.


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Si se tardó un siglo en ubicar los yacimientos, otro en conseguir que los mismos
fueran explotados, cuánto habrá que esperar para que finalmente sean motivo de
una verdadera industria en nuestro país?

Inversiones mineras. Ámbito de aplicación. estabilidad fiscal.


importaciones conservación del medio ambiente. Autoridad de
aplicación. Disposiciones reglamentarias.
1.1 Estabilidad Fiscal:
Los emprendimientos mineros comprendidos en el presente régimen
gozarán de estabilidad fiscal por el término de treinta (30) años
contados a partir de la fecha de presentación de su estudio de
1 factibilidad.
La estabilidad fiscal alcanza a todos los tributos, entendiéndose
por tales los impuestos directos, tasas y contribuciones
impositivas, así como también a los derechos, aranceles u otros
gravámenes a la importación o exportación. La estabilidad fiscal
no alcanza al Impuesto al Valor Agregado, el que a los fines de la
actividad minera se ajustará al tratamiento impositivo general.
1.2 Impuesto a las Ganancias:
Se puede deducir en el balance impositivo del impuesto a las
ganancias, el ciento por ciento (100 %) de los montos invertidos
en gastos de prospección, exploración, estudios especiales,
ensayos mineralúrgicos, metalúrgicos, de planta piloto, de
investigación aplicada, y demás trabajos destinados a determinar
la factibilidad técnico-económico de los mismos.
Las inversiones de capital que se realicen para la ejecución de
nuevos proyectos mineros y para la ampliación de la capacidad
productiva de las operaciones mineras existentes, así como
aquellas que se requieran durante su funcionamiento, gozarán del
régimen optativo de amortización en el impuesto a las ganancias
previsto en el Art 13.
Las utilidades provenientes de los aportes de minas y de derechos
mineros, como capital social, en empresas que desarrollen
actividades comprendidas en el presente régimen de acuerdo a las
disposiciones del Capítulo 3 , estarán exentas del Impuesto a las
Ganancias.
1.3 Beneficios a la EXPORTACIÓN:
Las importaciones y adquisiciones de bienes y servicios que tengan
por destino realizar actividades mineras consistentes en
prospección, exploración, ensayos mineralúrgicos e investigación
aplicada., gozarán del beneficio de devolución de créditos
fiscales.
1.4 Avalúo de Reservas:
El avalúo de las reservas de mineral económicamente explotable,
practicado y certificado por profesional responsable, podrá ser
capitalizado hasta en un cincuenta por ciento (50%) y el saldo no
capitalizado constituirá una reserva por avalúo.
La capitalización y la constitución de la reserva carecen de
incidencia a los efectos de la determinación del impuesto a las
ganancias.
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La emisión y percepción de acciones liberadas provenientes de esta


capitalización, así como la modificación de los contratos sociales
o de los estatutos, cualquiera fuera su naturaleza jurídica, en la
medida en que estén determinadas por la capitalización aludida,
estarán exentas de todo impuesto nacional. Igual exención se
aplicará a las capitalizaciones o distribuciones de acciones
recibidas de otras sociedades con motivo de la capitalización que
hubieren efectuado estas últimas.
1.5 Disposiciones Fiscales Complementarias:
Exención del Impuesto sobre los Activos
1.6 Importaciones:
1 Exención del pago de los derechos a la importación y de todo otro
derecho, impuesto especial, gravamen correlativo o tasa de
estadística, con exclusión de las demás tasas retributivas de
servicios, por la introducción de bienes de capital, equipos
especiales o parte o elementos componentes de dichos bienes, y de
los insumos determinados por la autoridad de aplicación, que
fueren necesarios para la ejecución de actividades comprendidas en
el presente régimen.
Las exenciones son también de aplicación en los casos en que la
importación de los bienes se realice por no inscriptos en este
régimen para darlos en leasing comercial o financiero, a
inscriptos en el mismo.
1.7 Regalías:
Las provincias que adhieran al régimen de la presente ley y que
perciban regalías o decidan percibir, no podrán cobrar un
porcentaje superior al tres por ciento (3 %) sobre el valor "boca
mina" del mineral extraído.
Mercaderías Comprendidas
Las actividades comprendidas en el Régimen instituido por la
presente ley son:
Prospección, exploración, desarrollo, preparación y extracción de
sustancias minerales comprendidas en el Código de Minería.
Los procesos de trituración, molienda, beneficio, pelletización,
sinterización, briqueteo, elaboración primaria, calcinación,
fundición, refinación, aserrado, tallado, pulido y lustrado,
siempre que estos procesos sean realizados por una misma unidad
económica e integrados regionalmente con las actividades
descriptas en el inciso anterior en función de la disponibilidad
de la infraestructura necesaria.
Beneficiarios
Personas físicas domiciliadas en la República Argentina, y
personas jurídicas constituidas en ella, o que se hallen
habilitadas para actuar dentro de su territorio, y que desarrollen
por cuenta propia actividades mineras en el país o se establezcan
en el mismo con ese propósito. Los interesados en acogerse al
presente régimen deberán inscribirse en el registro habilitado por
la autoridad de aplicación.
Autoridades de Aplicación
Secretaría de Minería de la Nación o el organismo específico que
lo sustituya.
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Luego de transcurridos 19 años desde la sanción de la Ley de Actividad Minera


24.196, que desarrolló las bases jurídicas necesarias para el desarrollo del sector,
las demandas políticas para su revisión se explican a partir de los cambios
suscitados tanto a nivel económico como político y social desde 1993.

Si bien es cierto que constituye una necesidad el ajuste de la columna vertebral


del sistema minero, no por ello es menos importante considerar que otros países
de la región resultan hoy más apetecibles que el nuestro en términos de
inversiones directas de capitales.

1 El meollo de la cuestión es la distribución de recursos. Se le achaca al sector su


vocación por la renta y su correlato desentendido respecto a la devolución de
beneficios para la comunidad.
El Art. 22 de la Ley 24.196 establece un tope máximo para el cobro de regalías por
parte de las provincias de 3 % sobre el valor “boca mina” del mineral extraído, vale
decir sobre el precio de la primera venta (salvo que sea inferior al de mercado
nacional o internacional, en cuyo caso se aplicará este último) una vez deducidos
los costos directos y/u operativos que infringió el traslado del mineral de boca mina
para llegar a etapa de comercialización (1). No se computan los costos de
extracción.
Tanto municipios como provincias no se sienten parte de los beneficios que el
sector reporta, por ello encuentran justificable propiciar un aumento en las
regalías.
Los proyectos van desde contemplar un tope máximo de 5% o 7% y un mínimo de
3% hasta aquellos que dejan librado a las provincias la facultad de establecer su
propio porcentual eliminando así el régimen del Art. 22 y 22 bis de la Ley 24.196.
En este último caso se hace hincapié en el dominio originario de los recursos
naturales existentes en el territorio que pertenecen a las provincias, regulado por
el Art. 124 de nuestra Carta Magna. Además las regalías asumen la naturaleza
jurídica de retribución pecuniaria debida al Estado, por la extracción y beneficio de
sustancias minerales, que tiene su génesis en el dominio originario del Príncipe-
Estado sobre dichas sustancias.
En este sentido, se trata de una compensación por la extracción de recursos no
renovables. Lo que se discute es el límite de la libertad de regular que tiene la
Nación sobre recursos propios de las provincias. Si bien se invita a las mismas a
adherir a la norma, cabe la posibilidad desde el punto de vista de protección legal,
de avizorar un nuevo nivel de demanda provincial que implique libre determinación
del porcentual de regalías que desee cobrar. En línea con este precepto se
encuentran los proyectos de los senadores Gerardo Morales (Expte. 1475-S-11 de
ley) y Laura Montero (Expte. 551-S-11 de ley).

Si se analiza la carga tributaria de forma comparada con otros países de la región,


se podrá comprender por qué nuestro país no resulta atractivo para las
inversiones mineras.

Bibliografía:
DERECHO DE LOS RECURSOS NATURALES 2.014.-

- Código de Minería Comentado de Edmundo F. Catalano E.D. Zavalia


- www.panoramaminero.com.ar/evolucion.doc

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