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El 12 de octubre de
1492, muy temprano en
la mañana, los
aborígenes de las
actuales Bahamas
avistaron tres extrañas
siluetas en el horizonte.
Poco a poco las siluetas
fueron cobrando forma y
color, semejando
construcciones de madera que flotaban en el mar.
Mientras tanto, una pequeña embarcación a remos se
acercaba lentamente a la playa.
La expedición proveniente
de Europ a había llegado desde el puerto
de Palos en España, en busca de una ruta
más corta para llegar a las preciadas islas de
las especies en las denominadas
Indias Orientales, hoy India, Borneo,
Sumatra, Ceylan y Filipinas. En efecto,
España y Portugal hace tiempo estaban
empeñadas en establecer lazos comerciales
por vía marítima con estas tierras ricas en
pimienta, clavo de olor, canela o nuez moscada, entre otras especies.
Ello obedecía a la necesidad de los nacientes Estados monárquicos del
Viejo Mundo de beneficiarse de esta actividad comercial muy
lucrativa en aquella época y así acrecentar las escuálidas arcas reales.
A partir del siglo XV,
los portugueses fundaron factorías en
las costas de África y dominaron el
Océano Indico en las primeras décadas
del siglo XVI. España, en tanto, intentó
llegar a las Indias Orientales por una
ruta diferente ideada por el almirante
Cristóbal Colón. Hace mucho tiempo
sabemos que los españoles no llegaron
a las islas de las especies pobladas por
indios, sino que hallaron el continente americano, denominado luego
Indias Occidentales, habitadas por los taínos, aztecas, mayas, incas,
o mapuches, por sólo nombrar a algunas de las etnias nativas. Pero
volvamos al primer encuentro hispano-indígena.
Los aborígenes de las Lucayas no poseían prácticamente nada de lo
que esperaban encontrar Colón y sus hombres, quienes siguieron
navegando hacia el sur. En las Antillas Mayores, Colón consiguió
algo de oro y la hospitalidad del cacique taíno Guacanagarí en la isla
bautizada como La Española. Tras el regreso triunfal del Almirante, la
corona española auspició tres viajes más, en el transcurso de los
cuales los hispanos se asentaron en las Antillas y doblegaron por la
fuerza a algunos cacicazgos taínos. Los principales incentivos para
ocupar
la isla
eran los
asentamiento español
Reacción indígena
La presencia
de los
españoles en
las Antillas
produjo
distintas
reacciones por
parte de los
nativos,
predominando
en el comienzo una acogida favorable y cálida. La hospitalidad hacia
los recién llegados se manifestó, por ejemplo, en los intentos por
establecer un diálogo con Colón, en la entrega de alimentos y
obsequios y el alojamiento los españoles en sus poblados. En La
Española, sobresalió la figura de Guacanagarí, cacique del Marién en
el noreste de la isla, quien trabó amistad con el Almirante y aceptó la
construcción del fuerte Navidad en sus dominios (diciembre de 1492).
Así las cosas, Colón retornó tranquilo a España confiando en una
rápida sumisión de los aborígenes de las Antillas.
El panorama sería muy
diferente al regresar el
Almirante en 1493. Una vez
desembarcado en la isla,
Colón observó las ruinas del
fuerte Navidad, mientras un
acongojado Guacanagarí lo
recibió en su bohío y explicó
lo sucedido. La guarnición se
había comportado en forma
abusiva con los indígenas, especialmente con las mujeres, lo cual
motivó una furiosa reacción de caciques vecinos, encabezados por
Caonabó, quienes incendiaron el fuerte y mataron a los treinta
españoles que allí había. El ataque no pudo ser repelido, a pesar del
apoyo que Guacanagarí y su gente prestaron a los sitiados. Una nueva
realidad cobraba forma: la resistencia al invasor que, en adelante,
sería una constante de todo el proceso de conquista de América, al
igual que la actitud colaboracionista de facciones indígenas con los
españoles.
Respecto a la drástica
disminución de la
población aborigen de las
Antillas, disponemos
únicamente de cifras para
La Española. Dichas cifras,
no obstante, nos permiten
comprender la magnitud de
la hecatombe
demográfica ocurrida en
todo el espacio antillano, que fue la región donde más rápidamente
desapareció la población nativa debido a la irrupción europea.
Según un censo realizado en 1514 por Miguel de Pasamonte y
Rodrigo de Alburquerque en La Española, la isla estaba poblada por
unos 5.000 españoles, repartidos en 14 poblados, y aproximadamente
26.300 indígenas. Considerando que la población
precolombina sobrepasaba los 350.000 habitantes, en apenas veinte
años había desaparecido más de un 90% de los indígenas de La
Española, lo que constituye uno de los casos más dramáticos en la
historia de la humanidad. El decrecimiento de los taínos de esta isla se
presentó de la siguiente manera:
Número de indígenas
Año
1494 377.559
1495 360.699
1496 344.837
1497 329.672
1498 315.171
1499 301.314
1500 288.063
1501 275.395
1502 263.284
1503 251.706
1504 188.780
1505 141.585
1506 106.189
1507 79.642
1508 59.732
1509 44.799
1510 33.523
El proceso de conquista
En la
mente
de
Cortés
cobró
fuerza
una
idea:
Si bien los
hispanos fueron
muy bien
recibidos por
el huey
tlatoani azteca
Moctezuma II,
quien pensó que
se trataba de
seres de otra
naturaleza o teúles, la convivencia pacífica no duró mucho tiempo.
Una feroz matanza perpetrada por los españoles en el Templo Mayor
azteca, seguida de la llamada "Noche Triste", culminó en la huida de
Cortés y sus hombres de Tenochtitlán en julio de 1520.
Asentamiento español
En cuanto a la primitiva
organización
socioeconómica, en México
se impuso un grupo
de conquistadores, de
origen humilde en muchos
casos, sustentados en la
posesión de encomiendas y
la explotación de
yacimientos mineros de oro y, especialmente, plata. Justamente para
contrarrestar el poder de este grupo, la corona envió a sus
funcionarios, oidores, corregidores y visitadores. Por lo tanto, los años
de formación del virreinato mexicano no estuvieron exentos de
pugnas de poder las cuales finalmente se resolvieron en favor de la
corona. Ya desde la segunda mitad del siglo XVI, las actividades
económicas cobraron mayor importancia, lo que se reflejó en la
proliferación de haciendas, estancias y múltiples centros
mineros que imprimieron su sello al período colonial.
Reacción indígena
La profunda creencia
en un regreso del
mítico Quetzalcoátl q
uien, según la
leyenda, volvería para
proteger a los aztecas,
influyó en las
primeras
apreciaciones que
éstos tuvieron acerca
de los españoles. Una serie de presagios, como un rayo que impactó
un templo o la aparición de un cometa, fueron interpretados por los
sacerdotes aztecas como señales de cambios y perturbaciones. En
virtud de ello, las noticias sobre el arribo de extraños seres a la zona
de Veracruz, inquietaron a las autoridades aztecas y al mismo
Moctezuma, el huey tlatoani.
Las
reacciones
inmediatas
consistieron
en el envío
de emisarios
con regalos
para los
recién
llegados,
quienes tras un primer reconocimiento fueron calificados como teúles,
vocablo que designaba a los extraños. Por lo mismo, Cortés fue
recibido con muchos honores en Tenochtitlán y permaneció en la
ciudad por espacio de casi ocho meses, muy bien atendido por los
aztecas. Sin embargo, el verdadero rostro de los conquistadores
hispanos no tardó en manifestarse y muy pronto la avidez por el oro y
el deseo de dominar la ciudad motivaron la sangrienta matanza del
Templo Mayor, liderada por Pedro de Alvarado. A los ojos de los
aztecas los españoles pasaron a ser malos teúles que debían ser
combatidos al igual que aquellos que los apoyaban, como los
tlaxcaltecas y los otomíes.
Surgió entonces la
resistencia armada que
tuvo como gran hito para
los nativos el triunfo en la
llamada "Noche Triste".
Posteriormente se
organizó la defensa de
Tenochtitlán, aplastada
por los invasores después
de casi tres meses de
constantes ataques, donde los aztecas opusieron una capacidad de
aguante que impresiona hasta el día de hoy. Como ya sabemos, la
resistencia fue vencida con un costo humano que alcanzó a la mitad
de la población azteca y aniquiló a su clase dirigente. Las fuentes
indígenas coinciden en señalar que con la caída de Tenochtitlán se
habían acabado los mexicas o aztecas, generándose el
denominado trauma de la conquista.
El proceso de conquista
Asentamiento español
Reacción indígena
En el mundo indígena
del Tahuantinsuyo
hubo diversas
apreciaciones acerca
de los forasteros que
arribaron en 1532.
Para Atahualpa éstos
eran nada más que
extranjeros
andrajosos sin
vestimentas de colores ni distintivos, por lo cual no pertenecían al
imperio. En cambio, para otros como los chancas, huancas y cañaris,
los españoles constituyeron potenciales aliados en sus luchas contra
los incas. En general, en el área andina los hispanos no fueron
considerados seres de distinta naturaleza o dioses, debido a su
apariencia y a su comportamiento voraz a partir del desembarco en la
zona de Tumbez, donde se apropiaron de bienes sagrados del Inca.