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LOS LIBROS POÉTICOS O SAPIENCIALES

 Job
 Salmos
 Proverbios
 Eclesiastés
 El Cantar de los Cantares
 Sabiduría
 Eclesiástico

A los libros históricos sigue, en el Canon del Antiguo Testamento, el grupo de los libros llamados
didácticos (por su enseñanza) o poéticos (por su forma) o sapienciales (por su contenido
espiritual), que abarca los siguientes libros: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los
Cantares, Sabiduría, Eclesiástico. Todos éstos son principalmente denominados libros
sapienciales, porque las enseñanzas e instrucciones que Dios nos ofrece en ellos, forman lo que
en el Antiguo Testamento se llama Sabiduría, que es el fundamento de la piedad. Temer ofender a
Dios nuestro Padre, y guardar sus mandamientos con amor filial, esto es el fruto de la verdadera
sabiduría. Es decir, que si la moral es la ciencia de lo que debemos hacer, la sabiduría es el arte de
hacerlo con agrado y con fruto. Porque ella fructifica como el rosal junto a las aguas (Ecli. 39, 17).

Bien se ve cuán lejos estamos de la falsa concepción moderna que confunde sabiduría con el
saber muchas cosas, siendo más bien ella un sabor de lo divino, que se concede gratuitamente a
todo el que lo quiere (Sab. 6, 12 ss.), como un don del Espíritu Santo, y que en vano pretendería el
hombre adquirir por sí mismo. Cf. Job 28, 12 ss. La Liturgia cita todos estos libros, con excepción
del de Job y el de los Salmos, bajo el nombre genérico de Libro de la Sabiduría, nombre con que el
Targum judío designaba el Libro de los Proverbios (Séfer Hokmah).

Los libros sapienciales, en cuanto a su forma, pertenece al género poético. La poesía hebrea no
tiene rima, ni ritmo cuantitativo, ni metro en el sentido de las lenguas clásicas y modernas. Lo único
que la distingue de la prosa, es el acento (no siempre claro), y el ritmo de los pensamientos,
llamado comúnmente paralelismo de los miembros. Este último consiste en que el mismo
pensamiento se expresa dos veces, sea con vocablos sinónimos (paralelismo sinónimo), sea en
forma de tesis y antítesis (paralelismo antitético), o aún ampliando por una u otra adición
(paralelismo sintético). Pueden distinguirse, a veces, estrofas.

Al género poético pertenece también la mayor parte de los libros proféticos y algunos capítulos de
los libros históricos, p. ej. la bendición de Jacob (Gén. 49), el cántico de Débora (Jueces 5), el
cántico de Ana (I Rey. 2), etc.

ORACIONES Y SALMOS EN ISRAEL Y EL ANTIGUO ORIENTE


Domingo Cosenza OP
Si queremos resumir en poco espacio las amplias exposiciones que Israel escribió sobre su historia
y quedarnos con lo fundamental, deberíamos mencionar las dos grandes intervenciones de YHWH
que dieron a su pueblo el fundamento de la salvación. La primera de estas intervenciones la
constituye toda una serie de acciones, recogidas en la historia de salvación narrada en los
primeros libros de la Escritura, desde Abraham hasta Josué. La segunda intervención fue la
ratificación para siempre de David y su descendencia en la ocupación del trono de Israel.
Frente a las acciones salvíficas de su Dios, Israel no permaneció mudo. Se dirigió personalmente a
YHWH, lo alabó, le formuló preguntas, se lamentó ante él de sus sufrimientos. Porque YHWH no
había eligido un pueblo como objeto pasivo de su voluntad histórica, sino para dialogar con él.
INDICE
 El Dios que obra en la historia.
 El libro de los Salmos.
 Géneros y teología de los Salmos.
 Los Salmos en la religiosidad judía en el tiempo de Jesús.
 El Salterio en la primitiva predicación cristiana.
BIBLIOGRAFIA CONSULTADA.

I. El Dios que obra en la historia


La respuesta de Israel al Dios que le habla en su historia nos muestra la conciencia que este
pueblo tiene de lo que YHWH va obrando en él. Nos descubre como fue entendiendo su relación y
proximidad con su Dios. Nos muestra también cómo se comprendió a sí mismo Israel y cómo se
veía ante sus ojos cuando se acercaba a dialogar con él. Por eso podemos encontrar en la
alabanza de Israel una imagen del hombre ante el Dios vivo, y no tan sólo una variante más de los
tantos modelos antropológicos que el hombre se ha fabricado a sí mismo.

La respuesta a las intervenciones de YHWH.


La más antigua alabanza fue sin duda el canto de victoria en las tiendas de los justos, que
celebraba las intervenciones guerreras de YHWH. El canto de Moisés junto al Mar Rojo conserva el
recuerdo de un puro milagro: "Canto a YHWH pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo
y carro. Mi fortaleza y mi canción es YH. Él es mi salvación. Él, mi Dios, yo le glorifico, el Dios de
mi padre, a quien exalto" (Ex 15,1-2). Ningún israelita intervino.
Muy diversa es el canto de Débora. Nos describe con gran lujo poético la llegada de Dios a la
batalla: "¡Escuchad, reyes! ¡Prestad oídos, príncipes! Yo a YHWH, yo voy a cantar. Tocaré el
salterio para YHWH, Dios de Israel. Cuando saliste de Seír, YHWH, cuando avanzaste por los
campos de Edom, tembló la tierra, gotearon los cielos, las nubes en agua se fundieron. Los montes
se licuaron delante de YHWH, el del Sinaí, delante de YHWH, el Dios de Israel" (Jue 5,3-5). El
canto no se detiene a pensar sobre el modo cómo Dios intervino. Más bien, fueron las tribus
presentes en el combate las que ayudaron a YHWH: "Maldecid a Meroz, dice el Ángel de YHWH,
maldecid, maldecid a sus moradores: pues no vinieron en ayuda de YHWH, en ayuda de YHWH
como los héroes" (Jue 5,23).
Es sobre todo en el culto donde Israel ha celebrado con su alabanza las intervenciones de Dios en
la historia. Los himnos históricos dependen de una esquema canonizado de la historia salvífica
cuya forma primitiva subsiste en el credo de Dt 26,5s: "Mi padre era un arameo errante que bajó a
Egipto y residió allí como inmigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y
numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre.
Nosotros clamamos a YHWH Dios de nuestros padres, y YHWH escuchó nuestra voz; vio nuestra
miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y YHWH nos sacó de Egipto con mano fuerte y
tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra
que mana leche y miel. Y ahora yo traigo las primicias de los productos del suelo que tú, YHWH,
me has dado". Un ejemplo de este tipo de himnos lo encontramos en el salmo 136, a modo de una
simple enumeración de los hechos de la creación y de la historia salvífica. En virtud de su amor
eterno estableció una continuidad entre la creación y la salvación: "El solo hizo maravillas... Hizo
los cielos con inteligencia... sobre las aguas asentó la tierra... Hizo las grandes lumbreras... el sol
para regir el día... la luna y las estrellas para regir la noche... Hirió en sus primogénitos a Egipto... y
sacó a Israel en medio de ellos... con mano fuerte y tenso brazo, porque es eterno su amor
"(136,4-12).
Estos poemas no se limitaron únicamente a enumerar y celebrar las intervenciones de YHWH, sino
que tomaron también como objeto de su contemplación a Israel, su actitud e incluso su defección.
Así, YHWH había encomendado a Israel el cultivo de la tradición "para que pusieran en Dios su
confianza, no olvidaran las hazañas de Dios, y sus mandamientos observaran" (Sal 78,7). Pero a
cada comprobación de las obras salvíficas de Dios corresponde un acto de desprecio o rebelión
por parte del pueblo: "generación rebelde y revoltosa, generación de corazón voluble y de espíritu
desleal a Dios... Pero ellos volvían a pecar contra él, a rebelarse contra el Altísimo en la estepa; a
Dios tentaron en su corazón reclamando manjar para su hambre... Mas con todo pecaron todavía,
en sus maravillas no tuvieron fe... ¡Cuántas veces se rebelaron contra Él en el desierto, le irritaron
en aquellas soledades!... Pero ellos le tentaron, se rebelaron contra el Dios Altísimo, se negaron a
guardar sus dictámenes, se extraviaron, infieles, lo mismo que sus padres, se torcieron igual que
un arco indócil: le irritaron con sus altos, con sus ídolos excitaron sus celos" (78,8. 17s.32.40.56s).
Y mucho más sombría es la imagen que presenta el Sal 106, donde se describe la infidelidad
continua de Israel sin intervalos de arrepentimiento y vuelta a Dios.
Aún así, estos himnos jamás perdieron su carácter de alabanza. El mismo verbo ydh significa tanto
alabar como confesar, trátese en este caso de la fidelidad de YHWH como de la infidelidad de su
pueblo.
La glorificación del Juez
Tanto Israel como el antiguo Oriente conocía otra especie de confesión de alabanza totalmente
diversa, es decir, aquella que se refería a un castigo divino. Se trata de una doxología judicial. El
mejor ejemplo lo tenemos en la alabanza que pronuncia Akán antes de su ejecución. Mediante la
suerte se había averiguado que Akán había violado el anatema decretado contra las personas y los
bienes de Jericó. La amabilidad de Josué que lo invita a la alabanza y la sinceridad de Akán para
confesar su delito hacen pensar en la posibilidad de perdón: "Hijo mío, da gloria a YHWH, Dios de
Israel y tribútale alabanza; declárame lo que has hecho, no me lo ocultes" (Jos 7,19). Sin embargo
la ejecución se lleva a cabo sin el menor asomo de compasión, siendo apedreado él, su familia, su
toro, su asno y su oveja, y seguidamente quemados en la hoguera. La doxología del culpable no
era un recurso tendiente a atenuar la pena, sino el reconocimiento de la justicia del castigo: "En
verdad, yo soy el que ha pecado contra YHWH, Dios de Israel; esto y esto es lo que he hecho"
(7,20).
Pero la confesión, además de reconocer la justa pena, tenía la función de concluir el proceso
abierto. En el caso de Akán significaba el fin de la desgracia de todo el pueblo y el retorno de la
protección divina: "Yo no estaré ya con vosotros, si no hacéis desaparecer el anatema de en medio
de vosotros... El anatema está dentro de ti, Israel; no podrás mantenerte delante de tus enemigos
hasta que extirpéis el anatema de entre vosotros" (Jos 7,12s). Lo mismo expresa la oración de
Salomón durante la inauguración del Templo de Jerusalem: "Cuando tu pueblo Israel sea batido
por su enemigo por haber pecado contra ti, si se vuelven a ti y alaban tu Nombre, orando y
suplicando ante ti en esta Casa, escucha tú desde los cielos y perdona el pecado de tu pueblo
Israel y vuélvelos a la tierra que diste a sus padres" (1 Re 8,33s).
En algunos casos el orante tiene la oportunidad de alabar a la vez la justicia y la misericordia de
Dios que ha experimentado personalmente: "Yo te alabo, YHWH, pues aunque te airaste contra mí,
se ha calmado tu ira y me has compadecido. He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo,
pues YHWH es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación" (Is 12,1s).
Lo esencial de estas alabanzas está en que siempre se da la razón a Dios. Tal vez el ejemplo más
dramático sea el himno que entona ante el Señor inaccesible y escondido el desesperado Job, que
está convencido tanto de la justicia de Dios como de su propia inocencia: "¿cómo ante Dios puede
ser justo un hombre? A quien pretenda litigar con él, no le responderá ni una vez entre mil. Entre
los más sabios, entre los más fuertes, ¿quién le hizo frente y salió bien librado? ... Que él no es un
hombre como yo, para que le responda, para comparecer juntos en juicio. No hay entre nosotros
árbitro que ponga su mano entre los dos, y que de mí su vara aparte para que no me espante su
terror. Pero hablaré sin temerle, pues yo no soy así para mí mismo" (Job 9,3-4.32-35).

La acción de gracias
La acción de gracias individual constituye el reverso luminoso de la sombría doxología judicial. En
ella se hace referencia a un acto salvífico de experiencia personal. Por eso, de una forma u otra, la
narración de lo incluido siempre forma parte de dichos cantos. El orante se hallaba en una
situación difícil de resolver, invocó a YHWH, le prometió un sacrificio e hizo voto de alabarlo y
YHWH lo ayudó: "Con holocaustos entraré en tu Casa, te cumpliré mis votos, los que pronunciaron
mis labios, los que en la angustia pronunció mi boca" (Sal 66,13s).
Ahora bien, para hacer esta confesión no se dirige ya a Dios, sino a la comunidad: "Venid a oír y os
contaré, vosotros todos los que teméis a Dios, lo que él ha hecho por mí" (66,16). El orante desea
manifestar ante la comunidad lo que solo él ha experimentado en la intimidad de su persona,
porque en una situación semejante todos han de comportarse como él, todos deben atreverse con
YHWH: "¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!: "Los que a
YHWH teméis, dadle alabanza, raza toda de Jacob, glorificadlo, temedle raza toda de Israel".
Porque no ha despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, más
cuando le invocaba lo escuchó" (Sal 22,23-25). Es como si tal experiencia de salvación le hubiera
sido concedida al individuo únicamente para que la transmitiera a la comunidad, como si
perteneciera a ella y no a la persona directamente beneficiada.
El reconocimiento ante la comunidad de tales acciones de Dios y su justa y necesaria celebración
se convierte con frecuencia en una ocasión de enseñanza moral para toda la asamblea: "Amad a
YHWH, todos sus amigos; a los fieles protege YHWH, pero devuelve muy sobrado al que obra por
orgullo. ¡Valor, que vuestro corazón se afirme, vosotros todos que esperáis en YHWH!" (Sal 31,24-
25).
Existió en Israel, además, otro modo de cantar la acción de gracias particular a YHWH. Un modo
de agradecer más permanentemente la intervención del Dios que da la vida. No se entonaba un
himno, sino que se imponía a un recién nacido un nombre que hacía referencia a la situación de
sus padres antes, durante o después del nacimiento. Así Isaac (Yitzjaq) es la forma abreviada de
Yitzjaq-El, que significa: Dios ha sonreido, en alusión a la risa de Abraham ante el increíble anuncio
de su nacimiento (cf. Gn 17,17). Cuando Isabel tuvo su hijo en la vejez, sus vecinos se
congratulaban con ella porque "YHWH le había hecho gran misericordia" (Lc 1,57). Por eso se
empeñó en que había de llamarse Yw-Hanan (hebr. Misericordia de YHWH = Juan) a pesar de que
nadie en su familia llevase ese nombre. Otra forma del mismo nombre es Hanan-Yah (Ananías). La
misma intención estaba involucrada en el nombre fenicio del famoso militar cartaginés Hani-Baal
(misericordia de Baal: Aníbal). Otros nombres que reconocen el don de Dios en un hijo son Natan,
Yw-Natan y Natan-Yah (hebr. YHWH ha dado: Jonatán y Natanías), o sus variantes El-Natan y
Natana-El (hebr. Dios ha dado). El reconocimiento del consuelo de un nuevo hijo ante la pérdida
anterior de otro niño se expresaba con el nombre de Nehem-Yah o Nahum (hebr. YHWH ha
consolado: Nehemías). De todos estos modos la vida misma de esos hombres era un
reconocimiento de la bondad que Dios había tenido con sus padres.
En todo momento el orante israelita recordaba, en su acción de gracias personal, las principales
obras salvíficas de YHWH en favor de su pueblo: "Venid y ved las obras de Dios, temible en sus
gestas por los hijos de Adam: él convirtió el mar en tierra firme, el río fue cruzado a pie" (Sal 66,5-
6).

Las alabanzas al Creador


La actividad de YHWH en la naturaleza es, junto a la historia de la salvación, el otro gran tema de
los himnos de Israel. Cuando Israel canta la creación del mundo utiliza con toda naturalidad las
concepciones fuertemente mitológicas de la lucha contra el caos, a diferencia del modo más
teológicamente sobrio del relato sacerdotal de la creación. En Gn 1 el caos primordial es ordenado
por la palabra divina que hace aparecer todas las cosas: "La tierra era caos y confusión y
oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas... Dijo
Dios: "Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de las otras". E hizo
Dios el firmamento; y aparto las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima
del firmamento" (1,2.6-7). En cambio, en las oraciones se evoca un combate de Dios con las aguas
arrogantes y con el dragón que las personifica: "Tú domeñas el orgullo del mar, cuando sus olas se
encrespan las reprimes; tú machacaste a Rahab lo mismo que a un cadáver, a tus enemigos
dispersaste con tu potente brazo" (Sal 89,10-11).
Se trata de imágenes análogas a las usadas por los pueblos vecinos que pretenden ilustrar la
victoria del orden de la creación sobre las fuerzas descontroladas. Un canto cananeo presentaba el
enfrentamiento entre el beneficioso ritmo de las lluvias (personificado en Baal) contra la inmensidad
caótica del mar y las inundaciones catastróficas (personificadas en Yam). Baal lo derrota con el
trueno: "Saltó la maza de las manos de Baal, como un águila de sus dedos; golpeó en la mollera al
Príncipe Yam, en la frente al Juez Naharu, y así se desplomó Yam, cayó en tierra; se doblaron sus
artejos, y se desplomó su rostro" (UT 137).
Otras veces, sin embargo, la alabanza emplea la imagen sobria de Gn 1, sin combate alguno
contra el caos: "Por la palabra de YHWH fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca toda su
mesnada... Pues él habló y fue así, mandó él y se hizo" (Sal 33,6.9).
Podría decirse que la presentación más mitológica corresponde a las formas de alabanza más
antiguas, como una adaptación del culto agrícola cananeo realizada por las tribus de pastores
hebreos recién llegados al país. En estos cantos se insiste en el aspecto puramente externo y
prodigioso de las relaciones entre YHWH y el mundo, e incluso, en su aspecto demoledor. El
Salmo 29 es el ejemplo más imponente de esta forma de alabanza; al son de siete truenos avanza
sobre la tierra la tempestad destructora de YHWH sobre la tierra: Qol YHWH. Más allá del tumulto
terrestre, en el cielo los hijos de Dios y en el Templo su pueblo cantan ¡Gloria! (29,1.9). Esta
alabanza a YHWH como Dios de la tormenta señala la probabilidad de que se haya transmitido un
himno cananeo a Baal, con su descripción de una teofanía, sin una revisión radical por parte de la
tradición israelita. En Babilonia los himnos también celebran la poderosa voz de Enlil y Marduk que
resuena como trueno: "La palabra que allá arriba hace que los cielos tiemblen; la palabra que hace
que acá abajo se estremezca la tierra; la palabra que aniquila a los Anunnaki... Su palabra hace
temblar los cielos, hace estremecerse la tierra... La palabra del Señor es la inundación que surge
por una tormenta, que oscurece el rostro; la palabra de Marduk es una inundación que vence a la
presa. Su palabra arrastra grandes arbustos de loto; su palabra es tempestad, lo carga todo con
pesadez. La palabra de Enlil viene como huracán, sin que el ojo la vea" (citado en H-J. Kraus, Los
salmos I, Salamanca, 1993, p.531).
En cambio, se puede decir que, en general, los himnos más recientes se orientan más bien hacia el
suave y admirable orden establecido por Dios, la fidelidad del mundo a sus propias leyes, el curso
de los astros, la variedad de los fenómenos meteorológicos y los frutos que brotan de la tierra. Si
tomamos el Sal 104, podremos percibir que su autor recibió una inspiración semejante a la del
redactor de Gn 1. En ambos textos se aprecia el interés por el aspecto técnico de la actividad
creadora de Dios, abundando en los detalles concretos. Por tanto revela una mentalidad más
racional acorde al pensamiento científico de la época, tal como aparece consignado los catálogos
de realidades naturales redactados en Egipto.
De un modo muy particular el Sal 104 presenta una estrecha vinculación con el pensamiento
egipcio. El himno al Sol del faraón Amenhotep IV (Akhen-Aton), grabado en la pared de una tumba
en Tell El-Amarna, precede varios siglos a nuestro salmo: "¡Cuán numerosas son tus creaciones!
Están ocultas al rostro de los hombres, oh Dios único, al que ningún otro es semejante. Tú creaste
la tierra según tu deseo cuando estabas solo: hombres, rebaño, pequeños animales, todo lo que
hay en el suelo y camina sobre sus patas, lo que está en el aire y vuela con sus alas, los países
extranjeros: Siria, Sudán y el país de Egipto. Tú pones a cada uno en su sitio y creas lo que
necesita. Cada uno tiene lo que necesita para comer y la duración de su vida está calculada" (cf.
Sal 104,24-28).
Pero no debemos pensar que estos himnos testimonian una mentalidad puramente racional,
apenas barnizada de religiosidad. En el himno de Akhen-Aton es clara la dependencia contínua del
mundo respecto al Disco Solar: "Cuando te pones en el horizonte occidental, la tierra está en
tinieblas, como en la muerte. Los hombres duermen en sus habitaciones, la cabeza velada;
ninguno de ellos puede ver a otro... Los leones salen de sus cuevas, las serpientes duermen. La
oscuridad es la de un horno. La tierra yace en silencio, pues el que la ha creado descansa en su
horizonte... La tierra ha venido a la existencia por tu mano, pues la has creado. Cuando te levantas,
se vive; cuando te acuestas, se muere. Tú mismo eres la duración de la vida; se vive de ti".
También nuestro Salmo enuncia desde la fe que el mundo en cada momento necesita ser
sustentado por Dios. Si YHWH se alejara del mundo por un instante, todo se desvanecería de
inmediato: "Escondes tu rostro y se anonadan, les retiras su soplo, y expiran y a su polvo retornan.
Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra" (104,29-30).
También es importante señalar que YHWH no sólo es alabado a causa de la creación, sino que
también ella misma es la ejecutora de dicha alabanza: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra
de sus manos anuncia el firmamento; el día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche
transmite la noticia. No es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír; mas por toda la
tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo" (Sal 19,2-5). Más tarde, al
testimonio de la creación se asoció el testimonio de la historia salvífica, completando el canto con
una alabanza de la torah: "La ley de YHWH es perfecta, consolación del alma, el dictamen de
YHWH, veraz, sabiduría del sencillo" (19,8). Puesto que el testimonio de la creación no se puede
escuchar con palabras, por eso Israel le dedicó esta alabanza a la revelación personal de YHWH a
su pueblo en particular.

Las alabanzas al Rey eterno

Existe una serie de cantos que contienen la aclamación "¡YHWH reina!". Éstos son los siguientes:
Sal 24,10: "YHWH Sebaot, él es el rey de gloria".
Sal 47,3: "Porque YHWH, el Altísimo, es terrible, Rey grande sobre toda la tierra".
Sal 93,1: "Reina YHWH, de majestad vestido, YHWH vestido, ceñido de poder, y el orbe está
seguro, no vacila".
Sal 96,10: "Decid entre las gentes: "¡YHWH es rey!" El orbe está seguro, no vacila; él gobierna a
los pueblos rectamente.
97,1-2: "Reina YHWH! ¡La tierra exulte, alégrense las islas numerosas! Nube y Bruma densa en
torno a él, Justicia y Derecho, la base de su trono".
98,5-6: "Salmodiad para YHWH con la cítara, con la cítara y al son de la salmodia; con las
trompetas y al son del cuerno aclamad ante la faz del rey YHWH".
99,1-2: "Reina YHWH, los pueblos tiemblan; se sienta en querubines, la tierra se estremece;
grande es YHWH en Sión".
Para entender estos cantos es necesario observar que en algunos textos importantes la expresión
reina se aplica también a señores terrenos. La proclamación del nuevo rey se realizaba, por
ejemplo, con esta invocación: "Absalón es rey en Hebrón" (2 Sa 15,10) o "Jehú es rey" (2 Re 9,13).
La expresión "decid entre las gentes: "¡YHWH es rey!" permite concluir que en los cantos
mencionados se tenían presentes las palabras del anuncio de la proclamación de un soberano.
Tales cantos celebran, por consiguiente, la entronización de YHWH.
La idea de que alguien sea constituido rey aparece ya en el poema babilonio de la creación:
"Cuando los dioses, sus padres, vieron el resultado de su oráculo, se alegraron y le rindieron
homenaje, diciendo: "Marduk es rey". Le impusieron luego la corona, el cetro y el manto" (citado
por H. Gunkel, Introducción a los salmos, Valencia 1983, p.111). La misma idea fue aplicada a
YHWH por los profetas en Israel, poniendo su esperanza en el dominio definitivo de Dios en la
ciudad santa: "Se afrentará la luna llena, se avergonzará el pleno sol, cuando reine YHWH Sebaot
en el monte Sión y en Jerusalem, y esté la Gloria en presencia de sus ancianos" (Is 24,23).
El hecho de que los cantos sitúen la frase es rey en un lugar destacado y que estén llenos de
imágenes características de la ceremonia de entronización, permite suponer, no sólo que aprueban
la aplicación del título de rey a YHWH, sino también que se inspiran en los poemas reales y
trasladan sus motivos a un plano espiritual.
Las particularidades de esta fiesta son todavía una cuestión discutida, pero dos cosas parecen
probables: la fiesta celebraba en forma de drama la entronización de YHWH sobre el mundo, y era
además una fiesta desbordante de alegría. El Salmo 24 nos puede ofrecer, a través de los
versículos 7-10, una muestra del ceremonial de esta fiesta. Un grupo de participantes en el culto se
halla de pie ante las puertas del santuario. Solicitan que se abran las puertas para que "entre el
Rey de la gloria" (v. 7.9). A este grupo reunido para una procesión se le pregunta dos veces:
"¿Quién es el Rey de la gloria?" (v.8.10). Esto supone un canto antifonal muy probablemente
conectado con la entrada del Arca en el templo de Jerusalem, y es la ocasión para proclamar
"YHWH Sebaot, él es el rey de gloria". También era la ocasión de recordar al pueblo las
condiciones para ser admitidos en el recinto sagrado: "El de manos limpias y puro corazón, el que
a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura. Él logrará la bendición de YHWH, la justicia del
Dios de su salvación. Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh Dios de
Jacob" (v.4-6).

El sacrificio de alabanza
En algunos textos podemos percibir claramente que el canto de himnos acompañaba el
ofrecimiento de los sacrificios. Con referencia a la restauración cultual del rey Ezequías leemos: "Al
comenzar el holocausto, comenzaron también los cantos de YHWH, al son de las trompetas y con
el acompañamiento de los instrumentos de David, rey de Israel. Toda la asamblea estaba postrada,
se cantaba cánticos y las trompetas sonaban. Todo ello duró hasta que fue consumido el
holocausto. Consumido el holocausto, el rey y todos los presentes doblaron las rodillas y se
postraron. Después, el rey Ezequías y los jefes mandaron a los levitas que alabasen a YHWH con
las palabras de David y del vidente Asaf; y ellos cantaron alabanzas hasta la exaltación, e
inclinándose, adoraron" (2 Cro 29,29-30). Y cuando el sacerdote Simón II (220-195 a.C.) ofrecía las
libaciones sobre el altar "todo el pueblo entonces de repente, en masa, caía rostro en tierra, para
adorar a su Señor, al Todopoderoso, Dios Altísimo. Y los salmistas también le alababan con sus
voces, el son vibrante formaba una dulce melodía" (Eclo 50,17-18).
Pero en algunos textos, el sacrificio de alabanza es mencionado en situación de superioridad
respecto al sacrificio sangriento: "No es por tus sacrificios por los que te acuso: ¡están siempre
ante mí tus holocaustos! No tengo que tomar novillo de tu casa, ni machos cabríos de tus
apriscos... El que me ofrece sacrificios de acción de gracias me da gloria, al hombre recto le
mostraré la salvación de Dios" (Sal 50,8-9.23). Otras veces como equivalente del sacrificio
vespertino: "Valga ante ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la
tarde" (Sal 141,2). Le agrada a Dios más la música que la carne de los animales: "El nombre de
Dios celebraré en un cántico, le enzalsaré con la acción de gracias; y más que un toro agradará a
YHWH, más que un novillo con cuernos y pezuñas" (Sal 69,31-32).
Estas aclamaciones provienen de las tradiciones de los cantores del templo, quienes, sin duda,
tenían sus buenas razones para oponer su concepción un tanto revolucionaria del culto a la
defendida entonces por la clase superior, los sacerdotes. Tales afirmaciones eran, pues,
exageradas y, seguramente, sus mismos autores las consideraban radicales, aptas para sacudir
del pueblo esa seguridad que amenazaba incesantemente el culto sacrificial. Pero eso no
significaba que se pretendía una sustitución de los sacrificios materiales. No hay que olvidar que
los profetas a veces condenan tanto el sacrificio sangriento como los cantos cuando no hay una
adecuada actitud de corazón que los respalde: "Si me ofrecéis holocaustos no me complazco en
vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. ¡Aparta de mi
lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas!" (Am 5,22-23).

Una vida en la alabanza


Algunas afirmaciones, curiosas para nosotros, ponen en estrecha relación la alabanza a Dios y la
muerte. Insisten en afirmar que en la muerte no existe alabanza posible: "Porque en la muerte
nadie de ti se acuerda; en el sheol, ¿quién te puede alabar?" (Sal 6,6). "¿Acaso para los muertos
haces maravillas, o las sombras se alzan a alabarte?" (Sal 88,11).
Con la muerte terminaba la participación del individuo en el culto; los muertos se hallaban excluidos
de la alabanza que se daba a Dios en sus obras: "No alaban los muertos a YHWH, ni ninguno de
los que bajan al Silencio; nosotros, los vivos, a YHWH bendecimos desde ahora y por siempre"
(Sal 115,17). En este sentido es más optimista la antropología egipcia, con su clara creencia en la
vida ultraterrena. Para los egipcios, los muertos sí pueden alabar a sus dioses: "Los que duermen
cantas juntos tu belleza, cuando brilla ante ellos tu rostro... cuando pasas de largo junto a ellos, les
rodea la oscuridad y cada uno yace de nuevo en su féretro" (texto citado en G. von Rad, Teología
del Antiguo Testamento I, Salamanca 1993, p.452).
Frente a la muerte, la fe yahvista se postraba intransigente. La muerte separaba para siempre al
hombre de YHWH. Por eso no era extraño que el orante gravemente enfermo le recordara a
YHWH que su muerte perjudicaba en primer lugar a la gloria de Dios: "¿Qué ganancia en mi
sangre, en que baje a la fosa? ¿Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad?" (Sal 30,10). Pero
esta visión pesimista en torno a la muerte es, al mismo tiempo, una consideración de la alabanza
como la forma de vida más propia del hombre: "nosotros, los vivos, a YHWH bendecimos desde
ahora y por siempre" (Sal 115,18). Por tanto, alabar a Dios y no alabarle se contraponen como la
vida y la muerte. La alabanza se convierte en el más elemental de los signos de vida.

II. El libro de los Salmos


Entre los judíos de habla hebrea o aramea el libro que contiene 150 cantos se conoce con el título
de tehillim, que significa cánticos de alabanza. Cuando nos encontramos con ese nombre
masculino sabremos que se está designando exclusivamente el libro canónico, porque la forma
corriente para decir cánticos de alabanza es el femenino tehillot.

El nombre del libro y su lugar en el canon


Entre los judíos de habla hebrea o aramea el libro que contiene 150 cantos se conoce con el título
de tehillim, que significa cánticos de alabanza. Cuando nos encontramos con ese nombre
masculino sabremos que se está designando exclusivamente el libro canónico, porque la forma
corriente para decir cánticos de alabanza es el femenino tehillot.
La versión griega de los LXX llama a este conjunto de 150 cánticos psalmoi (transferido al
castellano como salmos) y en Lc 20,42 y Hech 1,20 es mencionado como biblos psalmon (gr. Libro
de los Salmos). Algunos códices lo denominan psalterion, que literalmente designa a un
instrumento de cuerda. De este modo nuestro nombre salterio estaría evocando una colección de
cantos que se interpretaban con acompañamiento instrumental.
Este libro suele tener una ubicación distinta en el canon de acuerdo a la tradición textual que
represente. Las ediciones impresas en lengua hebrea colocan casi siempre el libro de los tehillim al
comienzo de la tercera parte del canon, es decir, de los ketubim (hebr. Escritos). Este criterio, que
es el adoptado por la versión argentina llamada El Libro del Pueblo de Dios, es que siguen los
judíos de Europa central. Por el Talmud de Babilonia (Baba bathra 14b) nos enteramos también de
que el libro de Rut, entre otros, se colocaba directamente antes del libro de los Salmos.
Evidentemente se quería subrayar de manera especial la ascendencia del salmista David: "Booz
tomó a Rut, y ella fue su mujer; se unió a ella, y YHWH hizo que concibiera, y dio a luz un niño...
Las vecinas le pusieron un nombre diciendo: "Le ha nacido un hijo a Noemí" y le llamaron Obed. Es
el padre de Jesé, padre de David" (Rut 4,13.17).
En la Biblia griega (LXX) el libro de los Salmos encabeza el segundo volumen, correspondiente a
los Poetas y Profetas.
Más complejidad que la ubicación dentro del canon provoca la diferencia de numeración de los
salmos entre la versión hebrea y la griega. A eso se debe la doble numeración que nuestras
ediciones asignan a la mayoría de los salmos. La tabla de corespondencia es la siguiente:

Texto Hebreo Texto Griego

Sal 1-8 Sal 1-8

Sal 9-10 Sal 9 a-b

Sal 11-113 Sal 10-112

Sal 114-115 Sal 113 a-b

Sal 116,1-9 Sal 114

Sal 116,10-19 Sal 115

Sal 117-146 Sal 116-145

Sal 147,1-11 Sal 146

Sal 147,12-20 Sal 147

Sal 148-150 Sal 148-150

La liturgia romana sigue la numeración de la Biblia griega.


Una complicación más es debida a la repetición de algunos Salmos dentro y fuera del Salterio. Las
equivalencias son las siguientes:

Sal 18 2 Sam 22

Sal 14 Sal 53

Sal 70 Sal 40,13-17

Sal 108 Sal 57,8-12 y Sal 60,7-14


A pesar de que llamamos al Salterio el libro de los Salmos, en realidad es la agrupación de cinco
libros de Salmos. Podemos conocer exactamente la extensión de esos libros, porque cada uno de
ellos termina con una fórmula de glorificación a Dios. El siguiente cuadro nos permite tener una
visión de conjunto:
I. 1-41: "¡Bendito sea YHWH, Dios de Israel, desde siempre hasta siempre! ¡Amén! ¡Amén!"
II. 42-72: "¡Bendito sea YHWH, Dios de Israel, el único que hace maravillas! ¡Bendito sea su
nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! ¡Amén! ¡Amén! Fin de las
oraciones de David, hijo de Jesé."
III. 73-89: "¡Bendito sea YHWH por siempre! ¡Amén! ¡Amén!"
IV. 90-106: "¡Bendito sea YHWH, Dios de Israel, desde siempre hasta siempre! Y el pueblo
todo diga: ¡Amén!"
V. 107-150: "¡Todo cuanto respira alabe a YaH! ¡Halelu-Yah!"
¿Cómo llegó a formarse la colección de cinco libros? A veces se sugiere que durante el proceso de
canonización del Salterio, es decir, de reconocimiento del carácter inspirado del texto, se buscó
una analogía con la Torah, que comprendía también cinco volúmenes (de ahí el nombre griego de
Pentateukhos). Esta comparación es válida sólamente en cuanto a la estructuración, puesto que no
existe ningún tipo de correspondencia que permita comparar cada libro de la Torah con cada libro
del Salterio.

Época de composición de los Salmos


¿Cuándo fueron compuestos los cánticos que han llegado hasta nosotros en forma de Libro
canónico? Ciertamente la tradición judía simplificó la realidad al buscar atribuir a personas famosas
de su historia la autoría de determinados textos sagrados. Algo semejante ocurriría después,
cuando la tradición cristiana atribuya cada libro del Nuevo Testamento a alguno de los apóstoles.
El Talmud de Babilonia ofrece este esquema cronológico: "Moisés escribió su libro, la sección de
Balaam y Job. Josué escribió su libro y los últimos ocho versículos de la Torah. Samuel escribió su
libro, Jueces y Rut. David escribió el libro de los Salmos con ayuda de diez ancianos (el primer
Adam, Melquisedec, Abraham, Moisés, Heman, Yedutún, Asaf y los tres hijos de Coré). Jeremías
escribió su libro, Reyes y Lamentaciones, Ezequías y su grupo escribieron Isaías, Proverbios,
Cantar de los Canteres y Eclesiastés. Los hombres de la Gran Sinagoga escribieron Ezequiel, los
Doce, Daniel y el rollo de Ester. Esdras escribió su libro y las genealogías de Crónicas hasta la
suya propia" (baraíta de Baba Bathra 14b-15a).
A pesar de este testimonio el autor de cada uno de los salmos sigue siendo una de las cuestiones
más difícil de responder, puesto que originariamente toda la poesía sálmica se transmitió de
manera anónima. Tal vez sólo los salmos compuestos personalmente por David llevaran
originalmente la anotación correspondiente.
Los salmos más antiguos pueden reconocerse por el lenguaje arcaico y sus imágenes que nos
remontan al mundo cananeo. Esto lo vemos en las alusiones a "YHWH que desgaja los cedros del
Líbano" (Sal 29,5), a "Shadday que dispersa a los reyes" (Sal 68,15). Podrían remontarse a los
siglos XII y XI a.C., es decir, a los tiempos de los jueces.
Los dos grandes conjuntos de tradición en torno a la Salida de Egipto y a la Revelación del Sinaí,
en cuanto historia de salvación, se iban actualizando constantemente en el culto: "Escucha mi ley,
pueblo mío, tiende tu oído a las palabras de mi boca; voy a abrir mi boca en parábolas, a evocar
los misterios del pasado" (Sal 78,1-2).
Por eso la mención de esos temas no significa necesariamente una composición de épocas muy
antiguas. Es muy posible que la poesía cultual de un período más reciente recogiera esos
acontecimientos contenidos ya en una tradición canónica y los reprodujera, y que incluso llegara a
citar al Pentateuco en su forma escrita (siglo V a.C.).
La época de David en el Salterio, es uno de los acontecimientos históricos fundamentales a los que
se hace referencia constantemente. El hecho de que David trasladara a Jerusalem el arca de la
Alianza, foco sagrado de la confederación de las doce tribus de Israel, significó la institución de
Sión como centro del culto: "David estableció los levitas que habían de hacer el servicio delante del
arca de YHWH, celebrando, glorificando y alabando a YHWH, el Dios de Israel. Asaf era el jefe;
Zacarías era el segundo; luego Uzziel, Semiramot, Yejiel, Mattitías, Eliab, Benaías, Obededom y
Yeiel, con salterios y cítaras" (1 Cro 16,4-5).
Seguramente es históricamente válido el elogio que Ben Sirá hace de David: "Con todo su corazón
entonó himnos, mostrando su amor a su Hacedor. Ante el altar instituyó salmistas y con sus voces
dio dulzura a los cantos" (Eclo 47,8-9). En la narración de la historia de David se conservaron
algunos salmos que forman también parte de la colección canónica: "David dijo a YHWH las
palabras de este cántico el día que le salvó YHWH de la mano de todos sus enemigos y de la
mano de Saúl" (2 Sa 22,1ss // Sal 18); "Aquel día David, alabando el primero a YHWH, entregó a
Asaf y a sus hermanos este canto" (1 Cro 16,7 // Sal 105, 96 y 106). Pero los transmisores y
compiladores de salmos hicieron un uso bastante generoso de la rúbrica Salmo de David. Para
realzar suficientemente el hecho de David compositor, proporcionaron a casi todos los cánticos de
oración de un individuo (cánticos cuya fecha y circunstancias se podría ubicar en cualquier lugar de
la historia) el título leDavid (hebr. De David).
Los llamados Salmos del Rey corresponden casi con seguridad a la época de la monarquía, y
probablemente la mayoría de los cánticos de oración de individuos y los cánticos de alabanza son
anteriores al destierro.
Algunos Salmos evocan la destrucción de Jerusalem y la cautividad consecuente: "Prendieron
fuego a tu santuario, por tierra profanaron la mansión de tu nombre (Sal 74,7); Oh Dios, han
invadido tu heredad las gentes, han profanado tu sagrado Templo; han dejado en ruinas a
Jerusalem, han entregado el cadáver de tus siervos por comida a los pájaros del cielo, la carne de
tus amigos a las bestias de la tierra (Sal 79,1-2); A orillas de los ríos de Babilonia estábamos
sentados y llorábamos, acordándonos de Sión; en los álamos de la orilla teníamos colgadas
nuestras cítaras" (Sal 137,1-2). Podríamos decir que los cánticos de oración de la comunidad, en la
mayoría de los casos, se refiere a este suceso desolador.
Otros salmos, en cambio, cantan la alegría del retorno: "Propicio has sido, YHWH, con tu tierra,
has hecho volver a los cautivos de Jacob; has quitado la culpa de tu pueblo, has cubierto todos sus
pecados, has retirado todo tu furor, has desistido del ardor de tu cólera" (Sal 85,2-4); "Cuando el
Señor hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos" (Sal 126,1).
Finalmente, los salmos que contienen reflexiones en torno a la torah podemos suponer que son los
más tardíos, puesto que reflejan la piedad del período post-exílico.

Los artífices de la formación del Libro de los Salmos


Es difícil, por tanto, afirmar quiénes han sido realmente los autores de los salmos. Podríamos partir
del supuesto de que la gran mayoría de los salmos fueron obra de sacerdotes y de cantores del
Templo, que preparaban las liturgias y los formularios, ya que el Templo era el ámbito habitual
donde se cantaban los salmos. En el caso de los cánticos de oración y de los cánticos de acción
de gracias de los individuos, podemos suponer que los sacerdotes y los cantores del Templo se
inspiraban para escribir en lo que testimoniaban los que habían estado en una situación
desgraciada y habían salido de ella.
Sacerdotes y cantores, además, ejercían una función de dirección litúrgica cuando alguna persona
llegaba al Templo para su oración o su acción de gracias: le proporcionaban formularios
disponibles, redactados anteriormente en base a las desgracias y beneficios de algún otro orante.
Un israelita que se había visto libre de su desgracia hacía que el relato de su situación desgraciada
y su acción de gracias se tradujera, por ministerio de los sacerdotes y cantores, en un cántico de
oración, y hacía que se dejara constancia de todo ello en una estela o en un rollo, como podría
estar insinuando el siguiente texto: "Dije entonces: Heme aquí, que vengo; en el rollo del libro se ha
escrito sobre mí" (Sal 40,8).
Podemos confirmar esas funciones de los sacerdotes y cantores del Templo si lo comparamos con
la consigna respecto al extenso "Cántico del testimonio": "Y ahora escribid para vuestro uso el
cántico siguiente; enséñaselo a los israelitas, ponlo en su boca para que ese cántico me sirva de
testimonio contra los israelitas" (Dt 31,19). Escribir, enseñar y poner en boca de los orantes
habrían sido las funciones de los cantores del Templo.
Podríamos preguntarnos también cuándo llegó a ser conocida la colección de 150 Salmos. Algunas
pistas nos permiten aproximarnos a una fecha antes de la cual el Salterio ya debía ser una
colección completa:
* El Salterio ya era una colección de escritos sagrados en la época de Jesús. En efecto, él los
menciona como una unidad literaria al mismo nivel que las dos grandes partes de la Biblia hebrea:
"Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los
Salmos acerca de mí" (Lc 24,44).
* El Salterio canónico debía estar ya concluido antes de la aparición de los llamados Salmos de
Salomón, que no fueron incluidos como parte del mismo, sino en un volumen aparte. Por lo tanto el
Salterio de 150 salmos ya estaba finalizado antes del 63-30 a.C., fecha en que fueron compuestos
estos nuevos salmos por los fariseos.
* El prólogo del traductor del Eclesiástico usa para denominar a la Sagrada Escritura la expresión
"la Ley, los profetas y los otros libros de los antepasados" (8-10). Podría suponerse que el Salterio
completo formaba ya parte, y tal vez encabezaba, el tercer grupo de este canon en la época en que
el nieto de Jesús Ben Sirá traduce el escrito de su abuelo (190 a.C.).
En el Templo de Jerusalem el tesoro de los viejos himnos y oraciones de Israel debió grabarse de
nuevo en la asamblea que celebraba sus cultos. Por eso puede decirse que esta colección formada
a lo largo de un milenio era el himnario y libro de oración de la asamblea postexílica.

III. Géneros y Teología de los Salmos


IV.
Si quisiéramos hacer una clasificación por su forma literaria de los 150 cánticos que en la Biblia
aparecen agrupados en una colección, podemos esquematizarla del siguiente modo:

Cánticos de Alabanza (tehillah)


a- Himno Imperativo.
Su contexto vital es el culto habitual; su motivación es la experiencia de la actuación histórica de
YHWH con Israel y el poder manifestado en la creación. Constituye una interpelación a la
conciencia nacional de Israel desde la acción divina que lo ha favorecido como pueblo.
 Sal 96: "¡Cantad a YHWH un canto nuevo, cantad a YHWH, toda la tierra, cantad a YHWH,
su nombre bendecid! Anunciad su salvación día tras día, contad su gloria a las naciones, a
todos los pueblos sus maravillas. Que grande es YHWH, y muy digno de alabanza, más
temible que todos los dioses. Pues nada son todos los dioses de los pueblos. Mas YHWH
los cielos hizo; gloria y majestad están ante él, poder y fulgor en su santuario".
 Sal 98: "Cantad a YHWH un canto nuevo, porque ha hecho maravillas; victoria le ha dado
su diestra y su brazo santo. YHWH ha dado a conocer su salvación, a los ojos de las
naciones ha revelado su justicia; se ha acordado de su amor y su lealtad para con la casa
de Israel".
 Sal 100: "¡Aclamad a YHWH toda la tierra, servid a YHWH con alegría, llegaos ante él
entre gritos de júbilo! Sabed que YHWH es Dios, él nos ha hecho y somos suyos, su
pueblo y el rebaño de su pasto".
Con este último Salmo culmina una serie (93ss) que tiene por objeto el reinado de YHWH: "Reina
YHWH, de majestad vestido, YHWH vestido, ceñido de poder, y el orbe está seguro, no vacila" (Sal
93,1). El contenido de estos salmos evoca en varias ocasiones el final de la última parte del libro de
Isaías al final del exilio y en los primeros años después del retorno. Incluso pudieron inspirarse en
algunos de esos versos proféticos: "Cantad a YHWH un cántico nuevo, su loor desde los confines
de la tierra. Que le cante el mar y cuanto contiene, las islas y sus habitantes... YHWH como un
bravo sale, su furor despierta como el de un guerrero; grita y vocifera, contra sus enemigos se
muestra valeroso" (Is 42,10. 13). De este modo un profeta en el destierro cantaba y celebraba por
anticipado la gloria del Dios que devolvería a su pueblo la libertad, como ya lo había hecho en el
pasado. Y si recordaba los sufrimientos de los justos era para reconocer su valor expiatorio en
orden a la salvación que Dios estaba por obrar. Pero su mensaje central era el reinado de Dios que
se manifestaba en esa próxima liberación: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del
mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que anuncia salvación, que dice a Sión:
"Ya reina tu Dios!" (Is 52,7).
Israel había sido purificado por la experiencia del destierro. La adversidad lo había llevado a
examinar su conciencia y buscar sinceramente al Dios de la Alianza. Tal arrepentimiento lo expresó
muy bellamente un salmista en aquellos primeros tiempos postexílicos: "Te haces encontradizo de
quienes se alegran y practican justicia y recuerdan tus caminos. He aquí que estuviste enojado,
pero es que fuimos pecadores; estamos para siempre en tu camino y nos salvaremos... Pues bien,
YHWH, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos
todos nosotros. No te irrites, YHWH, demasiado, ni para siempre recuerdes la culpa" (Is 64,4.8).
Pero más allá de las expectativas, no se encontró a la llegada la prosperidad anunciada por el
profeta cuando estaban aún en Babilonia: "¡Despierta, despierta! ¡Revístete de tu fortaleza, Sión!
¡Vístete tus ropas de gala, Jerusalem, Ciudad Santa! Porque no volverán a entrar en ti
incircuncisos ni impuros" (Is 52,1). Los extranjeros que habían ocupado el país durante su
ausencia sintieron aversión hacia los repatriados, ya que éstos llegaban protegidos por el nuevo
imperio, que había designado a un príncipe judío como gobernador de la provincia (Esd 1,8): "los
utensilios de oro y plata de la Casa de Dios que Nabucodonosor había quitado al santuario de
Jerusalem y había llevado al santuario de Babilonia, el rey Ciro los mandó sacar del santuario de
Babilonia, y entregar a un hombre llamado Sheshbassar, a quien constituyó sátrapa; y le dijo:
Toma estos utensilios; vete a llevarlos al santuario de Jerusalem y que sea reconstruida la Casa de
Dios en su emplazamiento" (Esd 5,14-15).
Toda esta situación amargó considerablemente la vida de los judíos recién llegados. Por eso el
ánimo decayó, la división y el odio a los extranjeros se apoderó de los corazones de muchos, otros
se sintieron atraídos hacia los ídolos, y cada cual buscó individualmente su propia supervivencia
sin interesarse del prójimo. Sin embargo, en medio de la decepción generalizada, algunos
creyentes siguieron confiando en la salvación anunciada por el profeta exílico y se decidieron a
continuar su mensaje, para contagiar su entusiasmo a los decaídos. Fue como si la voz de Isaías
resonara por tercera vez en la historia israelita.
No había que decepcionarse por las penurias que habían encontrado ni había que extrañar la
prosperidad en la que se podían encontrar los que se quedaron en Babilonia. Un futuro mejor
aguardaba a la pobrecita Jerusalem: "porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las
naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá...
Los barcos se juntan para mí, los navíos de Tarsis en cabeza, para traer a tus hijos de lejos, junto
con su plata y su oro, por el nombre de YHWH tu Dios y por el Santo de Israel, que te hermosea.
Hijos de extranjeros construirán tus muros, y sus reyes se pondrán a tu servicio, porque en mi
cólera te herí, pero en mi benevolencia he tenido compasión de ti" (Is 60,5-6.9-10).
No había que cansarse de esperar y no había que dejar de gritar a YHWH hasta que él realizara la
glorificación de Jerusalem: "Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalem no descansaré,
hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación brille como antorcha" (Is 62,1). Más allá
de lo difícil de la readaptación y de la precariedad que se vivía en ese momento, Dios no apartaría
su corazón de esa tierra tan pobre por entonces, porque estaba en verdad enemorado de ella: "No
se dirá de ti jamás "Abandonada", ni de tu tierra "Desolada", sino que a ti se te llamará "Mi
Complacencia", y a tu tierra "Desposada". Porque YHWH se complacerá en ti, y tu tierra será
desposada. Porque como se casa un joven con una doncella, se casará contigo tu edificador, y con
gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios" (Is 62,4-5).
Por tanto, el canto de estos Salmos durante la época del Segundo Templo, una época marcada por
la dominación extranjera y el anhelo de la redención de Israel, mantenía viva la confianza del
pueblo en YHWH el Rey del mundo y Señor de las naciones, más allá de la falta de autonomía
nacional.
 Sal 136,1-3: "¡Dad gracias a YHWH, porque es bueno, porque es eterno su amor! Dad
gracias al Dios de los dioses, porque es eterno su amor; dad gracias al Señor de los
Señores, porque es eterno su amor".
Con estas alabanzas llenas de gratitud la comunidad postexílilica conmemoraba las grandezas de
YHWH en la creación y en la historia: "Él solo hizo maravillas, porque es eterno su amor" (ki le
olam hasdó, 136,4). Tales expresiones se caracterizan por su concentración exclusiva sobre la
acción divina. Israel es el objeto mudo y pasivo de la actividad de YHWH. H. Kraus supone que la
enumeración de las grandes hazañas de YHWH las cantaba un solista, mientras que la formula de
acción de gracias constantemente repetida era cantada por la asamblea de la comunidad (op. cit.
II, p.731).
Este himno litánico podía formar parte de una liturgia de proskynesis (gr. Postración) ante YHWH,
tal como aparece indicado expresamente en otros Salmos de la serie 93ss: "Entrad, adoremos,
prosternémonos, ¡de rodillas ante YHWH que nos ha hecho!" (Sal 95,6); "Exaltad a YHWH nuestro
Dios, postraos ante el estrado de sus pies, santo es él" (Sal 99,5). Pero este gesto de postración
en el Templo ante la gloria de YHWH aparece atestiguado también por el Cronista, autor asimismo
de los libros de Esdras y Nehemías y teólogo de la restauración cultual durante el retorno del exilio.
Así, relata que durante la dedicación del Primer Templo, "todos los hijos de Israel, viendo
descender el fuego y la gloria de YHWH sobre la Casa, se postraron rostro en tierra sobre el
pavimento y adoraron y alabaron a YHWH porque es bueno, porque es eterno su amor... Los
sacerdotes atendían a su ministerio, mientras los levitas glorificaban a YHWH con los intrumentos
que el rey David fabricó para acompañar los cánticos de YHWH, porque es eterno su amor,
ejecutando los cánticos compuestos por David. Los sacerdotes estaban delante de ellos tocando
las trompetas, y todo Israel se mantenía en pie" (2 Cro 7,3.6).
La concentración de temas relativos al Éxodo y a la travesía por el desierto lo hacía especialmente
indicado para la fiesta de la Pascua. La Biblia de Jerusalem señala que era llamado Gran Hallel (cf.
la aclamación Halelu-Yah) y era recitado después del pequeño Hal-lel (Sal 113-118).

b- Himno del Individuo.


La alabanza parte de todo hombre que se maravilla contemplando la condición que Dios le ha dado
y el lugar al que lo ha destinado en medio de todas sus demás obras.
Sal 8,2.4-7: "¡Oh YHWH, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra!... Al ver tu cielo,
hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te
acuerdes, el hijo de Adam para que de él te cuides? Apenas inferior a los dioses le hiciste,
coronándolo de gloria y esplendor; lo hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por
ti bajo sus pies".
Todo lo enunciado por este salmo, como así también por Gn 1, es una referencia a una ordenación
divina válida e irrevocable. Allá donde YHWH sale del ocultamiento con su Nombre, donde se
manifiesta con su gloria, allá donde él es ensalzado como Adoneinu (Señor nuestro) y allá donde él
"de el hombre se acuerde, y del hijo de Adam se cuide", allí se reconoce con asombro y admiración
el milagro de la existencia humana. El hombre pertenece al mundo de Dios y Dios lo ha bendecido
con increíbles derechos para ejercer dominio.
Podemos preguntarnos: ¿La culpa no ha deteriorado ese destino original? Las palabras del Salmo
51,7 parecen apuntar a una condición pecadora connatural al hombre desde su mismo nacimiento:
"Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre". Sin embargo esta consideración no
mostraría que el hombre se halla en un pecado fatal, sino en la fatalidad de su pecado, en el
sentido de que "no hay justo en la tierra que haga sólo el bien y no peque" (Ecl 7,20). Mostraría,
más que una condición recibida, una situación de debilidad y falibilidad por el simple hecho de ser
creatura.
En efecto, la historia del Jardín de Edén, ciertamente narrada en referencia al hombre en sentido
colectivo (adam), no relaciona la condición mortal de todo hombre como consecuencia de una
culpa heredada. El relato muestra una distinción entre la muerte que uno ha merecido
culpablemente y la que se debe al ser de creatura. De hecho, por pura misericordia de Dios, la
muerte con que se había amenazado, no se ejecutó, aunque se había incurrido en la culpa al
comer del fruto prohibido: "el día que comieres de él, morirás sin remedio" (Gn 2,17). Más bien, la
muerte que acaba algún día por llegar se explica expresamente mediante el recuerdo de la
creación del hombre: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues
de él fuiste tomado. Porque polvo eres y al polvo tornarás" (3,19). Posteriormente se recalca que
vivir para siempre no es algo propio del hombre sino de Dios, y que en el hombre ésa es una
pretensión que Dios no debe permitir: "¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de
nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome
también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre" (3,22). La vida para siempre no se
consigue, pues, ni por arrogancia ni por robo.
Para la teología del antiguo Israel el morir ancianamente después de una vida colmada pertenece a
la condición creada del hombre, mientras que la muerte prematura sí corresponde a la culpa
merecida: "¿Vas a seguir tú la ruta antigua que anduvieron los hombres perversos? Antes de
tiempo fueron aventados, cuando un río arrasó sus cimientos. Los que decían a Dios: "¡Apártate de
nosotros! ¿Qué puede hacernos Shadday?" (Job 22,15-17). Los que no tienen en cuenta a Dios y
no lo alaban con su vida "mueren en plena juventud, y su vida en la edad juvenil" (36,14).
Por eso, más allá de su existencia perecedera, el salmista tiene conciencia de que el hombre está
destinado a alabar a Dios. El hombre que ha descubierto su superioridad sobre las demás
creaturas es incapaz de expresar este hecho alabándose a sí mismo. Sólo encuentra palabras de
alabanza dirigida a Dios, como son las del estribillo de comienzo y final de este salmo de alabanza
individual: "¡Oh YHWH, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra!" (8,10). Porque
también es conciente que su coronación para que sea administrador del mundo dista mucho de ser
obvia ni está fundamentada en él mismo, ya que es sumamente pequeño y desvalido en medio de
la inmensidad del universo creado por Dios. De ahí que se pregunte admirado: "¿qué es el hombre
para que de él te acuerdes, el hijo de Adam para que de él te cuides?" (8,5).
 Sal 104: "¡Alma mía, bendice a YHWH! ¡YHWH, Dios mío, qué grande eres! Vestido de
esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto".
Este salmo, representativo de la consideración israelita del universo, nos muestra el mundo de un
modo muy distinto respecto a la imagen que tiene del mismo la cultura occidental. No trata de la
naturaleza, que es un objeto de observación, un ser regido por leyes estables que manifiestan su
armonía. Israel piensa en el mundo, no como un cosmos ordenado, sino como un obrar contínuo
de Dios. El mundo vive de la acción creadora de Dios, que obra renovadamente y sin cesar. Sin él
muere: "les retiras su soplo, y expiran y a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y
renuevas la faz de la tierra" (103,29-30).
La gloria de Dios que se manifiesta en sus acciones en su creación hace anhelar la luz de un
mundo nuevo y distinto, en el que no haya ya lugar para los malvados. En ese mundo el hombre no
podrá menos que reaccionar con una alabanza cotidiana por las obras de YHWH, conciente de la
dependencia en que vive: "A YHWH mientras viva he de cantar, mientras exista salmodiaré para mi
Dios. ¡Oh, que mi poema le complazca! Yo en YHWH tengo mi gozo. ¡Que se acaben los
pecadores en la tierra, y ya no más existan los impíos! ¡Bendice a YHWH, nefesh mío!" (33-35).

Cánticos de oración (tefillah)


a- Oración del Individuo.
En las primeras palabras aparece la invocación a YHWH, seguida, a veces, de una autodescripción
de la desdicha del orante, de la súplica o el deseo ardiente. También se expresa la confianza o la
inocencia del orante.
 Sal 16,1-3: "Guárdame, oh Dios, en ti está mi refugio. Yo digo a YHWH: "Tú eres mi Señor,
mi bien, nada hay fuera de ti"; ellos, en cambio, a los santos que hay en la tierra:
"¡Magníficos, todo mi gozo en ellos!"
El orante busca protección y YHWH ha respondido dando una palabra de consejo que lo confirma
en la confianza. Por medio de esa palabra se ha revelado al Salmista como quien señala siempre
hacia la vida, como un Dios bondadoso. Por eso el orante edifica exclusivamente su existencia
sobre ese fundamento que es YHWH mismo: "pongo a YHWH ante mí sin cesar; porque él está a
mi diestra, no vacilo" (16,8).
 Sal 23,1s.4: YHWH es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me
apacienta... Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo;
tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.
El transfondo de este salmo de confianza lo constituye un peligro concreto. El orante tiene
enemigos, su vida está amenazada y perseguida. Pero en el Templo, el perseguido encuentra
protección para su vida. Tenemos dos ejemplos de personas que, temiendo a su enemigo,
buscaron resguardar su vida en el Santuario: "Adonías tuvo miedo a Salomón, se levantó y se fue y
se agarró a los cuernos del altar" (1 Re 1,50). Joab haría poco después lo mismo (1 Re 2,28-35),
pero en su caso el Santuario no le garantizó seguridad, según lo indicado en la Ley, puesto que
había asesinado a sangre fría a Abner y a Amasá: "al que se atreva a matar a su prójimo con
alevosía, hasta de mi altar le arrancarás para matarle" (Ex 21,14). Así se entienden como asilo
protector las palabras del Salmo: "Sí, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi
morada será la casa de YHWH a lo largo de los días" (22,6).
YHWH pasa a ser así el anfitrión que, de acuerdo a las normas de hospitalidad oriental, garantiza
la seguridad de su huésped, como Lot con los enviados divinos en Sodoma o como el forastero
habitante de Guibeá con el levita de Efraím (Jue 19,23). Ambos habían ofrecido a sus hijas
vírgenes para que se abuse de ellas con tal que se respetara a sus huéspedes: "Mirad, aquí tengo
a dos hijas que aún no han conocido varón. Os las sacaré y haced con ellas como bien os parezca;
pero a estos hombres no les hagáis nada, que para eso han venido al amparo de mi techo" (Gn
19,8).
YHWH protege a su huésped agasajándolo y honrándolo magníficamente. La expresión: "Tú
preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios", podría referirse a un convite festivo que
acompaña el sacrificio de acción de gracias. Pero toma una fuerza especial cuando se tiene en
cuenta la situación de persecución padecida por el orante. En este sentido una carta dirigida por un
príncipe vasallo al faraón (¿Amenhotep IV?) nos ofrece una imagen viva de un perseguido que
busca protección al amparo de un poderoso: "¡Conceda el faraón regalos a su servidor, mientras
nuestros enemigos lo contemplan!" (Knudtzon, El-Amarna-Tafeln, 100,33-35). En este caso debe
tratarse también de un gesto ostensible del faraón que haga ver a los enemigos: el príncipe de esa
ciudad se halla bajo la poderosa tutela del rey de Egipto. El orante, con ocasión del sacrificio
presenciado por sus enemigos, podía estar seguro de encontrarse bajo la protección de Dios.
 Sal 7,2-6.17: YHWH, Dios mío, a ti me acojo, sálvame de todos mis perseguidores,
líbrame; ¡que no arrebate como un león mi vida el que desgarra, sin que nadie libre!
YHWH, Dios mío, si algo de esto hice, si hay en mis manos injusticia, si a mi bienhechor
con mal he respondido, si he perdonado al opresor injusto, ¡que el enemigo me persiga y
me alcance, estrelle mi vida contra el suelo, y tire mis entrañas por el polvo!
Se trata de una situación semejante a la del Salmo anteriormente estudiado, pero en este caso
hay, no sólo un pedido de protección, sino también una apelación al Juez justo que todo lo ve y
conoce la inocencia o la culpa. El que ha huido al Santuario afirma su inocencia y se somete,
mediante esta fórmula de juramento de purificación, al juicio divino, aceptando cualquier desgracia
como justo castigo en el caso de ser culpable, pero también solicitando a Dios esos mismos males
para su acusador en caso de ser él inocente: "cavó una fosa, recavó bien hondo, mas cae en el
hoyo que él abrió; revierte su obra en su cabeza, su violencia en su cerviz recae" (7,16-17).
Esta situación cultual se describe en la oración pronunciada por Salomón el día en que el Arca de
la Alianza fue introducida por primera vez en el Santuario: "Cuando un hombre peque contra su
prójimo y éste pronuncie una imprecación sobre él haciéndole jurar delante de tu altar en esta
Casa, escucha tú desde los cielos y obra; juzga a tus siervos, declarando culpable al malo, para
hacer recaer su conducta sobre su cabeza y declarando inocente al justo para darle según su
justicia" (1 Re 8,31-32).
 Sal 62: En Dios sólo el descanso de mi alma, de él viene mi salvación; sólo él es mi roca,
mi salvación, mi ciudadela, no he de vacilar. ¿Hasta cuándo atacaréis a un solo hombre, le
abatiréis, vosotros todos, como a una muralla que se vence, como a pared que se
desploma?
Nuevamente un refugiado en el Templo apela al juicio de Dios. Allí debe aguardar la sentencia
absolutoria de Dios. Ante la comunidad se acoge al juicio inminente, pero manifiesta su inocencia y
su confianza: "Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza, tuyo,
Señor, el amor; y: Que tú pagas al hombre con arreglo a sus obras" (62,12-13). Aprovecha la
oportunidad, también, para persuadir a todos los oprimidos que ningún poder humano puede hacer
frente al justo juicio de Dios: "Un soplo solamente los hijos de Adam, los hijos de hombre, una
mentira" (62,10). Y a los opresores les advierte: "No os fiéis de la opresión, no os ilusionéis con la
rapiña; a las riquezas, cuando aumenten, no apeguéis el corazón" (62,10).

b- Oración de la comunidad.
Después de la invocación a YHWH, se ofrece una retrospectiva histórica que contempla la labor de
salvación realizada por YHWH en tiempos anteriores y que culmina con un llamamiento al Dios de
Israel para que confirme su fidelidad salvadora. La descripción de las desdichas, los clamores
pidiendo ayuda, las reflexiones y las preguntas determinan la parte principal de la oración.
 Sal 44: "Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos, nos lo contaron nuestros padres, la
obra que tú hiciste en sus días, en los días antiguos, y con tu propia mano".
De un modo similar al caso de la súplica individual, aquí es la nación entera la que se encomienda
al juicio de Dios en una situación de fracaso ante una agresión extranjera: "Y con todo, nos has
rechazado y confundido, no sales ya con nuestras tropas, nos haces dar la espalda al adversario,
nuestros enemigos saquean a placer" (10-11). También el pueblo en su conjunto tiene conciencia
de su inocencia: "Nos llegó todo esto sin haberte olvidado, sin haber traicionado tu alianza. ¡No
habían vuelto atrás nuestros corazones, ni había dejado nuestros pasos tu sendero, para que tú
nos aplastaras en morada de chacales, y nos cubrieras con la sombra de la muerte!" (18-20).
La comunidad orante sabe muy bien que su propia existencia se funda en un acto gratuito de
salvación divina en la época de sus antepasados: "Para plantarlos a ellos, expulsaste naciones,
para ensancharlos, maltrataste pueblos; no por su espada, conquistaron la tierra, ni su brazo les
dio la victoria, sino que fueron tu diestra y tu brazo, y la luz de tu rostro, porque los amabas" (3-4).
Por eso permanece fiel y constante en la alabanza, confiando en que YHWH también seguirá
manteniendo su promesa: "¡Alzate, ven en nuestra ayuda, rescátanos por tu amor!". La hostilidad
que se padece no hace más que evidenciar la pertenencia del pueblo a YHWH: "Por ti se nos mata
cada día, como ovejas al matadero se nos trata" (44,23).
Este versículo hizo concluir a muchos que la situación es la de una persecución religiosa a causa
del cumplimiento de la Ley. El Talmud (Sotá 48a) refiere que durante la época de los macabeos los
levitas cantaban diariamente: "¡Despierta ya! ¿Por que duermes, Señor?" (Sal 44,24a). También
Calvino en su Comentario de los Salmos escribió: "No sabemos con seguridad quién fue el autor
del salmo. Pero, eso sí, consta claramente que fue compuesto por alguien distinto de David. Las
lamentaciones que contiene encajan muy bien en la época desgraciada y calamitosa en la que
hacía sus estragos la tiranía brutal de Antíoco, a menos que queramos darle mayor amplitud a la
época, ya que, después del regreso del destierro, no hubo prácticamente ningún tiempo que
estuviera libre de grandes calamidades".
 Sal 126,1-3: "Cuando YHWH hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos
quedamos; entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de gritos de alegría.
Entonces se decía entre las naciones: ¡Grandes cosas ha hecho YHWH con éstos! ¡Sí,
grandes cosas hizo con nosotros YHWH, el gozo nos colmaba!"
La visión retrospectiva que nos presenta el comienzo de este Salmo nos remite de un modo
clarísimo al regreso del destierro babilónico después del año 538 a.C. El contraste enunciado en
los vv.5-6: "al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas",
guardan correspondencia con la situación de llanto y con la negación a cantar durante el exilio
afirmada en un Salmo rezado durante el destierro: "A orillas de los ríos de Babilonia estábamos
sentados y llorábamos, acordándonos de Sión; en los álamos de la orilla teníamos colgadas
nuestras cítaras... ¿Cómo podríamos cantar un canto de YHWH en una tierra extraña?" (137,1-
2.4). Al regreso sí se podía cantar con alegría.
¿Cómo entender, entonces, la súplica: "¡Haz volver, YHWH a nuestros cautivos como torrentes en
el Néguev!" (v.4)? ¿Cómo se puede celebrar el retorno si, a la vez, se lo está suplicando? La
situación descrita con motivo de los Salmos de alabanza imperativos explica que, a pesar del
regreso, las esperanzas abrigadas durante el destierro no se habían cumplido todavía. Si la
alabanza expresaba la confianza en YHWH que reina y movía a la esperanza, la súplica confirma
una vez más esa confianza que YHWH cambiará la situación como se transforma el desierto al
llegar la estación de lluvias, llenándose sus wadi de corrientes impetuosas.

c- Acción de gracias del individuo (todáh).


Estrechamente unido a la súplica, supone que se ha producido la salvación que lo saca de la
desgracia.
 Sal 30,2-4: "Yo te ensalzo, YHWH, porque me has levantado; no dejaste reírse de mí a mis
enemigos. YHWH, Dios mío, clamé a ti y me sanaste. Tú has sacado, YHWH, mi alma del
sheol, me has recobrado de entre los que bajan a la fosa".
El Salmo nos describe cómo el orante, debido a una grave enfermedad, había sido arrancado de
una felicidad sin preocupaciones hasta llegar a tener la terrible experiencia de sentir el
ocultamiento de Dios: "Y yo en mi paz decía: "Jamás vacilaré". YHWH, tu favor me afianzaba sobre
fuertes montañas; mas retiras tu rostro y ya estoy conturbado" (vv.7-8). Pero finalmente ha sido
sanado y puede cantar la maravillosa transformación que ha experimentado su suerte: "Has
trocado mi lamento en una danza, me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría; mi corazón
por eso te salmodiara sin tregua; YHWH, Dios mío, te alabaré por siempre" (vv.12-13).
 Sal 32,1-2: "¡Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado!
Dichoso el hombre a quien YHWH no le cuenta el delito, y en cuyo espíritu no hay fraude".
En presencia de un grupo de personas el orante se dirige a Dios recordando su desgracia y
agradeciendo la gracia recibida. No se trataba de una enfermedad y su respectiva curación, sino
que una situación de pecado y el perdón obtenido son las realidades que experimenta
sucesivamente como desgracia y gracia: "Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: "Me
confesaré a YHWH de mis rebeldías". Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado" (v.5). Es
probable entonces que el Salmo haya estado asociado en su origen a alguna ceremonia de
sacrificio por el pecado, tal como éste es descrito en sus causas y procedimientos en el libro del
Levítico (4-5): "el que es culpable en uno de estos casos confesará aquello en que ha pecado, y
como sacrificio de reparación por el pecado cometido, llevará a YHWH una hembra de ganado
menor, oveja o cabra, como sacrificio por el pecado. Y el sacerdote hará por él expiación de su
pecado" (Lev 5,5-6).
Cánticos del rey (maasay lemélek)
Tratan de temas reales, tales como la entronización. Los antiguos privilegios de los reyes jebuseos
de Jerusalem son transferidos a los descendientes de la dinastía davídica.
 Sal 2,6: "Ya tengo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo". Voy a anunciar el decreto
de YHWH: Él me ha dicho: "Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy".
 Sal 110: "Oráculo de YHWH a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus
enemigos el estrado de tus pies. El cetro de tu poder lo extenderá YHWH desde Sión:
¡domina en medio de tus enemigos! Para ti el principado el día de tu nacimiento, en
esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud. Lo ha jurado YHWH y no
ha de retractarse: "Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec".
Estos Salmos los estudiaremos en detalle al considerar la relectura de la que fueron objeto en
épocas posteriores.
 Sal 72,1-2: "Oh Dios, da al rey tu juicio, al hijo de rey tu justicia: que con justicia gobierne a
tu pueblo, con equidad a tus humildes".
La atribución a Salomón en el título se explica a partir de la mención ben-mélek (hijo del rey) en el
primer verso, puesto que lo más frecuente era atribuir a David mélek la mayoría de los Salmos. Se
consideró entonces que el orante era el mismo hijo de David, sucesor suyo, que pedía sabiduría y
justicia para su reinado. Pero sabemos bien que la expresión hijo de rey, e incluso hijo de David se
aplicaba a cualquier rey de la dinastía davídica. Por ejemplo se dice del rey Amasías, hijo de Joás:
"Hizo lo recto a los ojos de YHWH, pero no como su padre David; hizo en todo como su padre
Joás" (2 Re 14,3).
El Salmo contiene una intercesión y un deseo de bendición en favor del monarca elegido por
YHWH. Los bienes deseados responden a un ideal de realeza para todos los tiempos. Las
experiencias históricas de frustración en la realización de este ideal llevaron a interpretar esta
oración en un sentido de esperanza futura, por eso judíos primero, y cristianos después, lo
entendieron como un Salmo mesiánico.
Sin embargo no debemos dejar de notar que el Rey Mesías esperado en los últimos tiempos no
necesita las oraciones y los deseos, y menos el deseo de que haya paz y prosperidad en su reino.
Con él la espera habrá concluido porque su poder será efectivo. Por eso es más probable que el
sentido original haya sido el de una bendición sobre el rey en el momento de ser coronado o en
alguna fiesta en su honor.
Estos deseos corresponden muy bien a la conciencia que tenían generalmente los soberanos
orientales de ser depositarios de una misión divina. Así Hammurabi, rey de Babilonia en la época
de los patriarcas hebreos, escribió de sí mismo en su famosa estela: "Los grandes dioses me han
nombrado y soy yo el pastor que protege, cuyo cetro es justo. Mi sombra bienhechora se ha
extendido sobre mi ciudad; he tenido en mi seno a las gentes del país de Sumer y de Acad; han
prosperado gracias a mi Buena Fortuna; los he gobernado en paz, los he protegido con mi
experiencia. Para que el fuerte no oprima al débil, para hacer justicia al huérfano y a la viuda, en
Babilonia, la ciudad cuya cima han elevado Anu y Enlil, en el Esagil, el templo cuyos fundamentos
son tan estables como los cielos y la tierra, para pronunciar los juicios relativos al país, para tomar
las decisiones relativas al país, para hacer justicia al oprimido, he escrito mis palabras preciosas en
mi estela y la he levantado ante mi estatua de rey de justicia" (Ham. Epílogo). El orante tiene
deseos semejantes para el hijo de David.
¿Habrá que descartar como caduca toda interpretación mesiánica? Si el Salmo contuviera nada
más que deseos, ciertamente no son necesarios para el Mesías. Pero en la medida que el Salmo
contiene claras certidumbres, hay que leer estas seguridades como anuncios proféticos que
responden muy bien a las expectativas mesiánicas del judaísmo postexílico y rabínico.
 Sal 132,1: "Acuérdate, YHWH, en favor de David, de todos sus desvelos".
Este Salmo hace pensar en la existencia de una fiesta, tal vez anual, dedicada a la memoria de la
fundación de la casa real y de su santuario. En ese día se podría haber celebrado una liturgia en la
cual se representaba escénicamente a través de una procesión cómo David había trasladado el
Arca a Jerusalem: "Mirad: hemos oído de Ella que esté en Efratá, ¡la hemos encontrado en los
Campos de Yaar! ¡Vayamos a la Morada de él, ante el estrado de sus pies postrémonos!
¡Levántate, YHWH, hacia tu reposo, tú y el Arca de tu fuerza!" (v.6-8). También se escucharía en
dicha liturgia un oráculo pronunciado en nombre de YHWH por el que Dios prometería bendecir en
ese lugar a David y a su descendencia regia: "Juró YHWH a David, verdad que no retractará: "El
fruto de tu seno asentaré en tu trono. Si tus hijos guardan mi alianza, el dictámen que yo les
enseño, también sus hijos para siempre se sentarán sobre tu trono". Porque YHWH ha escogido a
Sión, la ha querido como sede para sí: "Aquí está mi reposo para siempre, en el me sentaré, pues
lo he querido... Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi mesías; de
vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará su diadema" (v.11-14.17-18).
Nuevamente debemos tener en cuenta que estas bendiciones se esperaban para el mesías
inmediato. La caída de la monarquía judaíta y la esperanza de su restauración llevó a aguardar las
mismas, de un modo cada vez más ideal, para la época del Mesías futuro y definitivo.

Cánticos de Sión (shir zyion)


Se trata de salmos que glorifican a Sión, la montaña santa de Jerusalem donde YHWH está
presente. Al parecer, los mismos extranjeros conocían un conjunto de salmos cantados por los
judíos desterrados que llevaba ese nombre: "¡Cantad para nosotros un cantar de Sión!" (Sal
137,3). Tanto más doloroso es el canto de la gloria de Sión en cuanto fue destruida en su mayor
parte por los ejércitos caldeos.
 Sal 48: "Grande es YHWH, y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios; su
monte santo, de gallarda esbeltez, es la alegría de toda la tierra; el monte Sión, confín del
Norte, la ciudad del gran Rey: Dios, desde sus palacios, se ha revelado como baluarte".
 Sal 76: "En Judá Dios es conocido, grande es su nombre en Israel; su tienda está en
Salem, su morada en Sión, allí quebró las ráfagas del arco, el escudo, la espada y la
guerra".
A Sión se la suele designar como el monte en el Norte (Saphon). Más que ser ésta una indicación
geográfica (sería incorrecta), alude al monte de los dioses que se eleva hasta el mundo celestial.
Un texto mitológico cananeo de la ciudad de Ugarit llama con el mismo nombre al monte donde
Baal se revela: "Yo conozco el rayo que los cielos ignoran, una palabra que los hombres no
conocen, que las multitudes de la tierra no comprenden. Ven y yo te me revelaré en mi montaña, el
divino Sapón, en mi santuario, en la montaña de mi patrimonio, en el lugar placentero, en la altura
majestuosa" (citado en Equipo Cahiers Evangile, Oraciones del Antiguo Oriente, p.62). Y el profeta
condena la arrogancia de un rey extranjero con aspiraciones divinas, que pretende reinar desde
monte: "Tú que habías dicho en tu corazón: "Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de
Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el confín del norte. Subiré a las
alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo ¡Ya!: al sheol has sido precipitado a lo más hondo
del pozo" (Is 14,13). Tal vez se trate de Senaquerib de Asiria, asesinado por sus hijos al regreso de
la campaña contra Jerusalem.
Se consideraba a Sión el centro del mundo y se le daba el nombre de ombligo (Ez 38,12). Según
esta perspectiva reflexionó la tradición recogida en un libro judío escrito entre 150 y 100 a.C.:
"Conoció Noé que el jardín de Edén es el santo de los santos, y la morada del Señor; y que el
monte Sinaí es el centro del desierto; y que el monte Sión es el centro del ombligo de la tierra;
estos tres fueron creados como lugares santos que se miran y contemplan entre sí mutuamente"
(Jubileos 8,10-12).
Esta alta estima por la ciudad del Santuario movía desde las más lejanas tierras a los peregrinos
que querían encontrarse con el Dios de Israel en su propia Casa. Los Salmos animaban la marcha,
sobre todo en sus últimos tramos, cuando ya podía avistarse la ciudad. Tal es el caso del canto del
peregrino a la fiesta de las Tiendas, cuando comenzaba la estación de las precipitaciones después
del seco y caluroso verano, y el agua de la lluvia aliviaba al extenuado caminante:
 Sal 84,2-3.7-8: "¡Qué amables tus moradas, oh YHWH Sebaot! Anhela mi alma y
languidece tras de los atrios de YHWH, mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el
Dios vivo... Al pasar por el valle del Bálsamo, lo hacen un hontanar, y la lluvia primera lo
cubre de bendiciones. De altura en altura marchan, y Dios se les muestra en Sión".
También otro Salmo servía para expresar el gozo del peregrino que después de una fatigosa
travesía llegaba a la ciudad santa:
 Sal 122: ¡Oh que alegría cuando me dijeron: Vamos a la Casa de YHWH! ¡Ya estamos, ya
se posan nuestros pies en tus puertas, Jerusalem! Jerusalem, construida cual ciudad de
compacta armonía, a donde sube las tribus, las tribus de YHWH, es para Israel el motivo
de dar gracias al nombre de YHWH.

Poemas didácticos (hokmot - tebunot)


En las demás categorías de salmos aparecen los motivos sapienciales, pero de un modo especial
en algunos que reflexionan sobre la torah.
 Sal 1: "¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los
pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la Ley
de YHWH, su ley susurra día y noche!"
 Sal 119: "Dichosos los que van por camino perfecto, los que proceden en la ley de YHWH.
Dichosos los que guardan sus dictámenes, los que le buscan de todo corazón, y los que
sin cometer iniquidad, andan por sus caminos."
Es importante tener en cuenta el alcance de la expresión torah. La traducción frecuente de Ley
mueve a una comprensión legalista que ve en ella una codificación de preceptos. Para esta
realidad el hebreo utiliza la palabra mitzvá. En cambio, Torah es instrucción, en el sentido de
revelación de la voluntad salvífica de Dios. Por eso los primeros cinco libros de la Escritura, que
narran los acontecimientos salvadores que Dios obró en medio de su pueblo, son leidos y
meditados como Torah, aunque su contenido sea mayormente narrativo y no preceptual.
El que se dedica a meditar esta Instrucción de YHWH (la historia salvífica y la voluntad divina
contenida en ella) es un hombre feliz. Su vida tiene sentido y plenitud: "Es como un árbol plantado
junto a corrientes de agua, que da fruto a su tiempo, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace
sale bien" (Sal 1,3). Para llegar a ser tal, el sabio egipcio Amenemope propone una actitud, que es
la reserva y el silencio que carcteriza al sabio: "El hombre verdaderamente silencioso se mantiene
aparte. Es como árbol que crece en un jardín. Florece y produce doble fruto: Se halza ante su
señor. Sus frutos son dulces; su sombra, placentera; y envejecerá en el jardín" (citado en Krauss,
op.cit. I p.188).

Salmos de fiestas
Son los cánticos vinculados a la celebración litúrgica de alguna de las festividades religiosas del
calendario israelita. La principal era la fiesta de las Tiendas, para el año nuevo.
Sal 50,1-3.5-6: "El Dios de los dioses, YHWH, habla y convoca a la tierra desde oriente hasta
occidente. Desde Sión, la hermosa sin par, Dios resplandece, viene nuestro Dios y no callará...
"¡Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron!" Anuncian los cielos
su justicia, porque es Dios mismo el juez".
Sal 81,3: "¡Entonad la salmodia, tocad el tamboril, la melodiosa cítara y el arpa; tocad la trompeta
al nuevo mes, a la luna llena, el día de nuestra fiesta! Porque es una ley para Israel, una norma del
Dios de Jacob; un dictamen que él impuso en José, cuando salió contra el país de Egipto".
Estos dos Salmos podían ser parte de una gran fiesta en la que el pueblo se reunía en un lugar de
culto para celebrar la renovación de la alianza con Dios. En el marco de la misma se oía la lectura
de las cláusulas del pacto y se hacía el propósito de renovarlo de todo corazón. Detalles de estos
Salmos evocan la escena de la manifestación de YHWH en el Sinaí : "Delante de él, un fuego que
devora, en torno a él, violenta tempestad; convoca a los cielos desde lo alto, y a la tierra para
juzgar a su pueblo" (50,3-4). El contenido de la Alianza es el del pacto sinaítico: "No haya en ti dios
extranjero, no te postres ante un dios extraño; yo, YHWH, soy tu Dios, que te hice subir del país de
Egipto; abre toda tu boca, y yo la llenaré" (81,10-11).
Celebrada en los antiguos santuarios israelitas del norte primero (¿en Siquem?), tal vez después
en Jerusalem, esta fiesta era la ocasión para que los levitas ofrecieran una instrucción al pueblo
congregado.

IV. Los Salmos en la religiosidad judía


en el tiempo de Jesús

Los ministros del culto del Templo


Las fuentes rabínicas y los historiadores judíos de la antigüedad indican con bastante precisión el
lugar que la liturgia del Templo de Jerusalem otorgaba al canto de los salmos. La importancia que
se le asignaba a este canto está indicada por el hecho de que ni los laicos ni cualquier levita
podían formar parte del grupo de los cantores. ¿Quiénes cantaban, entonces?
Los levitas constituían el Clero menor del Templo. Considerados inferiores a los sacerdotes, no
podían tener acceso a los ámbitos interiores del Santuario ni podían acercarse al altar, puesto que
de hacerlo incurrían en una grave falta, según las instrucciones dadas a Aarón: "Los levitas
atenderán a tu ministerio y al de toda la Tienda. Pero que no se acerquen ni a los objetos sagrados
ni al altar, para que no muráis ni ellos ni vosotros... Como un servicio gratuito os doy vuestro
sacerdocio. El laico que se acerque morirá" (Nm 18,3.8).
Los levitas antiguamente oficiaban en los santuarios que estaban dispersos por el país antes de la
reforma del rey Josías. Hasta entonces no había diferencias y se los identifica como sacerdotes:
"Los sacerdotes levitas, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad con Israel: vivirán de los
manjares ofrecidos a YHWH y de su heredad... Si el levita llega de una de tus ciudades de todo
Israel donde reside, y entra por deseo propio en el lugar elegido por YHWH, oficiará en el nombre
de YHWH su Dios, como todos sus hermanos levitas que se encuentran allí en presencia de
YHWH; comerá una porción igual a la de ellos" (Dt 18,1.6-8).
La situación cambió cuando el rey Josías unificó el culto, suprimiendo todos los santuarios y
dejando al Templo de Jerusalem como único lugar de culto: "hizo venir a todos los sacerdotes de
las ciudades de Judá y profanó los altos donde quemaban incienso, desde Gueba hasta Bersheba"
(2 Re 23,8). Pero, ante la superpoblación clerical amontonada en Jerusalem, los sacerdotes de la
capital se opusieron a fin de que se les reconociera sólo un rango subalterno: "Con todo, los
sacerdotes de los altos no podían acercarse al altar de YHWH en Jerusalem, aunque comían los
panes ázimos en medio de sus hermanos" (23,9).
Ezequiel dará, durante el destierro, la justificación teológica a esta discriminación: "En cuanto a los
levitas, que me abandonaron cuando Israel se descarriaba lejos de mí para ir en pos de sus
basuras, soportarán el peso de sus culpas. Serán en mi Santuario los encargados de la guardia de
las puertas de la Casa y ministros del servicio de la Casa... Pero los sacerdotes levitas, hijos de
Sadoq, que cumplieron mi ministerio en el santuario cuando los israelitas se descarriaban lejos de
mí, ellos sí se acercarán a mí para servirme, y estarán en mi presencia para ofrecerme la grasa y la
sangre, oráculo del Señor YHWH" (Ez 44,10s.15). Por eso la tradición sacerdotal del Pentateuco,
inspirada en la predicación de Ezequiel, retrotrae esta distinción a la época de Moisés: "Donarás
los levitas a Aarón y a sus hijos en concepto de donados. Le serán donados de parte de los
israelitas. A Aarón y a sus hijos los alistarás para que se encarguen de sus funciones sacerdotales.
El laico que se acerque, será muerto" (Nm 3,9-10).
En los comienzos, los cantores del templo no formaban parte de los levitas, sino que constituían un
grupo aparte, según se desprende de la lista del retorno del exilio: "Levitas: los hijos de Josué, y de
Cadmiel, de los hijos de Hodavías: 74. Cantores: los hijos de Asaf: 128" (Esd 2,40s). Pero poco a
poco, los cantores y los porteros se fueron incluyendo entre los levitas y fueron ocupando un lugar
cada vez más protagónico: "El encargado de los levitas en Jerusalem era Uzzí, hijo de Baní, hijo de
Jasabías, hijo de Mattanías, hijo de Miká; era uno de los hijos de Asaf que estaban encargados del
canto según el servicio de la Casa de Dios" (Neh 11,22). Más tarde se otorgó el mismo privilegio a
los porteros, y el Cronista hizo que en su historia unos y otros decendieran del patriarca Leví (1 Cro
6,16ss).
A causa de la gran cantidad de sacerdotes que había en tiempos de Jesús para oficiar en un único
Templo, la clase sacerdotal se dividía en 24 grupos, cada uno de los cuales ejercía su ministerio de
sábado a sábado. Terminado el turno semanal, sus 300 miembros regresaban cada cual a su
respectivo lugar de residencia. Por ejemplo, Zacarías, el padre del Bautista, era uno de los 300
sacerdotes del grupo de Abías (Lc 1,5). También un grupo de levitas, formado por cantores,
porteros y otros servidores, acompañaba a cada grupo de sacerdotes en sus funciones. Sabemos
que cada tarde se necesitaban al menos 20 porteros para cerrar cada una de las 10 puertas de
aproximadamente 15 m de altura. Puesto que según 1 Cro 23,5 era el mismo el número de
cantores que el de porteros, habría que calcular cerca de 200 cantores por turno semanal, es decir
4.800 en total.

Los cantores de salmos


Los cantores y los músicos constituían la clase superior de los levitas. A ellos les era exigida la
prueba de un origen sin mancha cuando querían ser nombrados para un puesto. Al igual que la
dignidad sacerdotal, la levítica se transmitía por herencia y no podía ser adquirida por ningún otro
camino. Era, por tanto, de la mayor importancia conservar la pureza de la descendencia, a lo cual
contribuía primeramente una cuidadosa anotación de las genealogías y, en segundo lugar, unas
reglas severas para los casamientos. En la sala de las piedras talladas, en el Templo, "se sentaban
y examinaban las genealogías de los sacerdotes y de los levitas" (Toseftá Sanhedrín VII,1).
¿Cuándo un sacerdote o un levita músico era de origen puro? Siempre que procedía del
matrimonio de un sacerdote o de un levita con una mujer de la misma condición de pureza legal
que él. Al casarse era necesario al sacerdote o levita examinar la genealogía de su mujer, con el fin
de que un nacimiento legítimo asegurase a los descendientes la dignidad sacerdotal o levítica. La
Mishná ofrece indicaciones precisas al respecto: "Si un sacerdote se quiere casar con la hija de un
sacerdote, ha de inquirir por cuatro madres, que son ocho: su madre, la madre de su madre, la
madre del padre de su madre, la madre de ésta, la madre de su padre, la madre de ésta, la madre
del padre de su padre y la madre de ésta. Si es la hija de un levita o de un israelita, se le añade
todavía otra más" (Quidushim IV,4). En el caso de que la mujer fuese hija de un ministro en
funciones no era necesario el exámen, puesto que su padre ya había tenido que probar su origen
legítimo al entrar en funciones: "No es necesario inquirir sobre la genealogía de los que sirven en el
altar ni de los que subían al estrado ni de los que forman parte del sanhedrín" (Quidushim IV,5).
Quedaba excluído cualquier matrimonio considerado impuro: "No tomarán por esposa a una mujer
prostituta ni profanada, ni tampoco una mujer repudiada por su marido" (Lev 21,7).
El cantor, además, debía contar con una edad mínima para entrar en funciones, fijada de manera
variable por la tradición, pero que rondaba en los 30 años: "se hizo el censo de los levitas de treinta
años para arriba" (1 Cro 23,3).
Entre los músicos del Templo y los servidores del mismo había, desde el punto de vista social, un
abismo, el cual se explica por la evolución histórica de los ministerios. Los cantores habían sido los
primeros en conseguir su integración en la corporación de los levitas y, por eso, se ubicaron por
encima del rango respecto a los porteros cuando también éstos llegaron a formar parte de los
levitas. La distancia que, en la época de Jesús, separaba a ambos grupos, aparece reflejada en la
siguiente anécdota: "Un día, Rabí Yoshúa ben Hananya quiso ayudar a Yohanán ben Gudgeda a
cerrar las puertas. Yohanán le dijo: hijo mío, vuelve, pues tú eres de los músicos y no de los
porteros" (Talmud de Babilonia, Arakhin 11).
Es instructivo en este contexto la búsqueda de reivindicación social que los levitas sostuvieron con
éxito en el año 64 d.C. Arroja una luz sobre la separación en el seno de los levitas, pero también
sobre el resentimiento de los levitas contra los sacerdotes. Flavio Josefo nos transmite la noticia de
este reclamo: "Los levitas -una de nuestras tribus-, que cantaban los himnos, pidieron al rey
(Agripa) que reuniera al Sanhedrín y les permitiera utilizar, al igual que los sacerdotes, una túnica
de lino, pues pretendían que durante su reino tenía que llevar a cabo una innovación memorable.
Tuvieron éxito en su pedido, pues el rey, con el consentimiento de los que formaban el Sanhedrín,
concedió a los cantores que abandonaran su antigua vestidura y se pusieran una de lino, como
pedían. Y como una parte de la tribu estaba al servicio del Templo, permitió que aprendiera los
himnos, tal como lo pedían. Todo esto se había llevado a cabo en contra de lo que ordenaban las
costumbres patrias, cuya violación reportaría los castigos que se merecían" (Antigüedades de los
judíos XX, 9,6). El relato de esta innovación, inadmisible para el pueblo, muestra una vez más a los
cantores en el estrato superior de los levitas y aspirando a la igualdad respecto a los sacerdotes, a
la vez que a los demás servidores del Templo en la misma aspiración respecto a los músicos.

Las funciones de los cantores


Los cantores tenían por función el acompañamiento musical, cantando y tocando instrumentos, del
culto diario de la mañana y de la tarde y con ocasión de fiestas particulares. Los instrumentos
utilizados eran los címbalos (dos discos de bronce semejantes a nuestros platillos), arpas (de doce
cuerdas ejecutadas con la mano) y liras (de diez cuerdas, ejecutadas con el plectro).
¿Cuántos intervenían en cada oficio religioso? "No había menos de doce levitas de pie sobre el
estrado, aunque su número podía aumentar hasta el infinito" (Talmud de Babilonia, Arakhín II,6).
¿Cuántos instrumentos y en que ocasiones se utilizaban? "No se tocaban menos de dos arpas ni
más de seis, ni menos de dos flautas ni más de doce. Doce días al año se tocaba la flauta delante
del altar: el día de la inmolación de la primera Pascua de la inmolación de la segunda Pascua, el
primer día festivo de Pascua, el día festivo de la fiesta de Pentecostés y los ocho días de la fiesta
de las Tiendas. No se tocaba una flauta de cobre, sino de caña, debido a que el sonido de ésta era
más agradable. No se ponía punto final a la pieza musical, sino con una sola flauta, ya que esto
permitía un final más bello... No había menos de dos trompetas, pero su número podía ser
aumentado hasta el infinito. No había menos de nueve liras, pero su número podía ser aumentado
sin límite. Sin embargo, sólo había un címbalo" (Arakhín II,3.5).
Los levitas cantores nunca se situaban en el atrio de los sacerdotes, el cual estaba reservado
exclusivamente a éstos y protegía el edificio del Santuario. Únicamente podían, como cualquier
laico, "entrar en él cuando es necesario: para la imposición de las manos, para la inmolación y para
la agitación ritual" (Kelim I,8). Es decir, para imponer las manos "sobre la cabeza de la res ofrecida"
(Lev 3,2) o para llevar "con sus propias manos los manjares que se abrasarán para YHWH" (Lev
7,30) cuando él quería ofrecer un sacrificio de comunión.
El sitio que propiamente ocupaban los levitas cantores era un estrado ubicado en "límite entre el
atrio de Israel y el atrio de los sacerdotes. R. Eliezer ben Jacob dice: había una grada de un codo
de altura sobre la que estaba colocado el estrado y que tenía otras tres gradas de medio codo cada
una. Resultaba, pues, que el atrio de los sacerdotes era dos codos y medio más alto que el atrio de
Israel" (Middot II,6). Los levitas, por tanto, se ubicaban 40 cm por encima del resto del pueblo, y 1
m por debajo del nivel del altar, permitiendo la visión del sacrificio.
Ambos atrios estaban ubicados a continuación del atrio de las mujeres: "Desde allí subían quince
gradas hasta el atrio de Israel, correspondiendo a los quince salmos graduales" (Sal 120-134) "y
sobre los que los levitas entonaban sus cantos" (Middot II,5). Se discute si la anotación shir
hama’alot ("canción de las subidas") con la que comienzan estos salmos debe entenderse
simplemente en este sentido de distribución coral ("canto de las gradas" o "gradual") o, más bien,
como cantos de peregrinación (subida a Jerusalem). En apoyo de este sentido está el saludo a las
puertas de la ciudad por parte de aquellos que con alegría aceptaron visitar la Casa de YHWH:
"¡Ya estamos, ya se posan nuestros pies en tus puertas, Jerusalem!... Por amor de mis hermanos y
de mis amigos, quiero decir: ¡Shalom!" (Sal 122,2.8).
Pero estas gradas eran ocupadas ciertamente por los levitas en el curso de las alegres fiestas
nocturnas que formaban parte de la festividad de las Tiendas, de la que participaban una gran
multitud de peregrinos que habían subido a Jerusalem expresamente para dicha celebración. Era
la fiesta de la luz y del agua para los campos: "El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús
puesto en pie gritó: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí", como dice la
Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva... Jesús les habló otra vez diciendo: "Yo soy la luz
del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn
7,37s; 8,12).
Esta fiesta era la más popular: "Los piadosos y los hombres de acción danzaban delante del
pueblo teniendo antorchas encendidas en sus manos y recitaban delante de ellos canciones y loas.
Los levitas con arpas, liras, címbalos, trompetas y otros numerosos instrumentos musicales
estaban en las quince gradas por las que se baja del atrio de Israel al atrio de las mujeres y que
corresponden a los quince cantos graduales del salterio; los levitas suelen estar de pie sobre ellas
con instrumentos musicales y entonan cantos" (Sukka V,4). A pesar de que duraba ocho días, el
Talmud refiere que "mientras duraba esa fiesta no dormían. ¿Qué hacían? Al alba, el sacrificio
tamid. Después la oración. Después, el sacrificio añadido (por la fiesta). Después, las oraciones
festivas. De ahí a la casa de estudio. Después a comer y a beber. De ahí a la oración de la tarde.
Después el sacrificio del atardecer. De ahí en adelante, a la fiesta de Bet Hashoevá" (Sukká 53).
Los instrumentos musicales contribuían de modo fundamental a crear el clima festivo: "El sonar de
la flauta, cinco o seis días. Es la flauta que se tocaba en la fuente que no desplaza ni al sábado ni
al día festivo. Se solía decir que quien no ha visto la alegría en la recogida del agua de la fuente no
ha visto jamás alegría" (Mishná Sukka V,1).
Ni las mujeres ni los niños podían traspasar la puerta de Nicanor, que estaba al final de las 15
gradas. A veces se podía hacer excepciones: "Ningún menor podía entrar en el atrio del Templo
para realizar una función litúrgica a no ser cuando los levitas estaban en pie cantando. Tampoco
podía ningún menor acompañar el canto con arpa o con lira, sino sólo con la boca, para dar
armonía al canto. R. Eliezer ben Jacob decía que aquellos no entraban a formar parte del número
ni se ponían de pie sobre el estrado, sino que se colocaban de pie sobre el suelo, con sus cabezas
entre los pies de los levitas. Se les llamaba los atormentadores (var.: pequeños) de los levitas"
(Arakhín II,6), puesto que con su timbre obligaban a los levitas a alzar su voz.

La asignación de salmos para cada día


El Talmud de Babilonia nos informa qué salmo se debía cantar cada día de la semana en el
Templo: "R. Yuda decía, en nombre de R. Aqiba: estos son los salmos que se cantan durante la
semana: el primer día el Sal 24, porque Dios ha adquirido y dado adquisiciones, y él gobierna todo
el universo. El segundo día: el Sal 48, porque dividió sus obras y reinó sobre ellas. El tercer día: el
Sal 82, porque en este día ha develado la tierra en su sabiduría y ha establecido el universo para
su asamblea. El cuarto día: el Sal 94, porque en este día creó el sol y la luna, y castigará a los que
lo adoran. El quinto día: el Sal 81, porque creó peces y pájaros para glorificar su nombre. El sexto
día, el Sal 93 porque acabó sus obras y reinó sobre ellas. El séptimo día el Sal 92 por el día que es
sábado" (Rosh ha-shaná 31a).
Por su parte, la versión de los LXX, que en el Salterio difiere mucho respecto del texto hebreo,
coincide con este dato rabínico en las notas que encabezan cinco de estos salmos mencionados:
 Sal 24 (23): Psalmós tö Dauid. Tës mías sabbátön.
 Sal 48 (47): Psalmós ‘odës tois huiois Kore. Deutéra sabbátou.
 Sal 94 (93): Psalmós tö Dauid, tetrádi sabbátön.
 Sal 93 (92): Eis tën hemeran tou prosabbátou.
 Sal 92 (91): Psalmós odës, eis tën hemeran tou sabbátou. Este es el único salmo que en
su texto hebreo conserva la indicación del día: mizmor shir leyom ha-shabat.
Aparte de estos salmos asignados a los días de la semana para el sacrificio del holocausto, otros
estaban indicados para otras ceremonias, y especialmente para las grandes solemnidades. Éste es
el caso del Halel, el grupo formado por Sal 113-118. La secuencia psálmica se cantaba
principalmente en la fiesta de Pascua. En primer término durante la inmolación del cordero de cada
familia. Por razón de la cantidad de víctimas inmoladas, el espacio del atrio resultaba escaso, y por
tanto el sacrificio se realizaba en tres turnos. A partir de las dimensiones J. Jeremías calcula que
en cada turno llegaban a ingresar al atrio 6400 hombres, cada uno con un cordero. En cada pascua
se inmolarían alrededor de 18000 animales (cf. Jerusalem en tiempos de Jesús, Madrid 1977,
p.100). La Mishná nos relata que en cada uno de los turnos "recitaban el Halel. Cuando
terminaban, lo repetían por segunda vez y cuando completaban esta segunda recitación, volvían a
recitarlo por tercera vez, aunque nunca ocurrió que pudieran terminarlo en la tercera vuelta. R.
Yehudá dice: jamás los del tercer grupo llegaron hasta amo al Señor porque me oye, ya que estaba
formado por poca gente" (Pesahim V,7).
También se cantaba durante la cena: "En la primera pascua se exige la recitación del Halel en la
comida, mientras que en la segunda no es necesario. Pero tanto en una como en otra se recita el
Halel durante la celebración" (Pesahim IX,3). También lo cantó Jesús en su última cena: "Y
cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos" (Mc 14,26).
El Halel naturalmente no podía estar ausente en la más gozosas de las fiestas. Durante la fiesta de
las Tiendas "uno está obligado a la recitación del Halel, al jolgorio y a hacer los honores al último
día de la fiesta como a los restantes días de la misma" (Sukka IV,8). El último salmo del Halel
expresaba la gratitud de todo el pueblo ante los beneficios de YHWH, "¡porque es eterno su amor!"
(Sal 118,1). En una procesión con ramas y frutos de la última recolección se imploraba la bendición
de los sacerdotes: "¡Ah YHWH, da la salvación (hoshiah na = "Hosanna")! ¡Ah, YHWH, da el éxito!
¡Bendito el que viene en el nombre de YHWH! Desde la Casa de YHWH os bendecimos. YHWH es
Dios, él nos ilumina. ¡Cerrad la procesión, ramos en mano, hasta los cuernos del altar!" (118,25-
27). También se cantaba el Halel en la fiesta del Año Nuevo (Rosh Hashaná IV,7).

La relectura de los Salmos


Al considerar la práctica litúrgica del Templo que acabamos de describir no debemos dejar de tener
en cuenta un hecho importante. La historia de Israel ha conocido dos épocas muy distintas,
divididas por la destrucción de su capital y de su Templo y por la cautividad de sus dirigentes en
Babilonia. Por eso se suele designar ambos períodos históricos como época del Primer o del
Segundo Templo. La consecuente existencia de dos modalidades en la liturgia que se celebraba en
ellos tuvo también repercuciones importantes sobre los textos reguladores de los ritos y sobre los
cantos que animaban las celebraciones. Si antes de la cautividad la figura de mayor relieve era el
rey davídico consagrado por la unción divina, en el período del Segundo Templo ocupó la primacía
el sumo sacerdote, autoridad suprema de la nación autónoma, protegida por los imperios sucesivos
(persa, helenista o romano).
Así, la comunidad cultual del Templo de Jerusalem fue considerada, en cierto modo, como la
realización de la soberanía de Dios en el presente: "Te darán gracias, YHWH, tus obras todas, y
tus amigos te bendecirán; dirán la gloria de tu reinado, de tus proezas hablarán, para mostrar a los
hijos de los hombres tus proezas, el esplendor y la gloria de tu reino. Tu reino, un reino por todos
los siglos, tu dominio, por todas las edades" (Sal 145,10-13). Según Flavio Josefo, la comunidad de
Jerusalem era una teocracia: "Algunos legisladores han permitido que sus gobiernos estuviesen
sometidos a monarquías, otros los sometieron a oligarquías, y otros a una forma republicana; pero
nuestro legislador no consideró ninguna de esas formas, sino que ordenó nuestro gobierno según
lo que, a través de una expresión un poco forzada, podría ser denominado Theocracia, atribuyendo
la autoridad y la potestad a Dios, y persuadiendo a todo el pueblo a que le obedezca como al autor
de todos los bienes disfrutados en común por la humanidad, o por cada uno en particular, y de todo
lo que ellos mismos obtuvieron mediante la oración en las grandes dificultades" (Contra Apión
II,164ss). El modo concreto de realizar esta teocracia era a través de la aristocracia sacerdotal,
recomendada, según él, por el mismo Moisés: "La aristocracia es lo mejor...; en ella, las leyes son
soberanas y hacéis todo de acuerdo con ellas. Porque Dios debe bastaros como soberano" (Antig.
IV,223).
Las corporaciones de cantores del siglo IV a.C. había recopilado textos tanto pre-exílicos como
postexílicos, y, por lo mismo, textos con perspectivas temáticas muy diferentes. La consecuencia
de este cambio fue que si se conservaron los textos preexílicos en la liturgia, éstos ya no podían
utilizarse bajo la misma óptica después del destierro; se hacía necesario una relectura que
adaptase más o menos su sentido para la nueva situación. Las palabras empleadas recibían
entonces una sobrecarga de sentido. La fe de Israel había girado siempre en torno al porvenir de
Dios. Pero las decepciones experimentadas en una historia caótica condujeron progresivamente el
pensamiento de los creyentes a poner ese porvenir más allá de un límite marcado por el juicio
soberano de Dios: las promesas divinas, referidas a los últimos tiempos, al final del tiempo
presente, se hacían escatológicas, y la relectura de los textos que alimentaban la fe y la oración
integraba esta nueva dimensión bajo las palabras que traducían anteriormente la fe y la esperanza.
Esto quedaba especialmente en evidencia en el caso de los llamados Salmos reales. Puesto que
ya no regía a Israel un soberano de la Casa de David, el Rey aludido en dichos Salmos no podía
ser ya más que un rey ideal con el que soñaban las esperanzas judías para un futuro desconocido.
Un ámbito de relectura de la Escritura fue la proclamación litúrgica en las sinagogas. Para hacer
inteligibles los libros sagrados a las gentes que ya no leían hebreo, se traducían los textos al
arameo que se hablaba corrientemente, y se le agregaban amplificaciones considerables que
pretendían explicar el sentido actualizado de los mismos. La práctica se remontaba a los tiempos
de Esdras: "Los levitas exponían la Ley al pueblo, que se mantenía en sus puestos. Ellos leían el
libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la
lectura" (Neh 8,8). El resultado fue la elaboración paulatina de unos escritos llamados targumim.
Los añadidos al texto original nos permiten conocer hoy la interpretación que se hacía del mismo
en el período del Segundo Templo y en los primeros siglos después de la destrucción del mismo.
Los Salmos también fueron objeto de esta traducción interpretativa, con una libertad tal en el orden
de la alegoría que desaparecía a veces el sentido literal u original. Tal es el caso del Sal 45, que en
su sentido literal fue un canto nupcial de un rey, pero que la tradición targúmica transformó en una
imagen del desposorio entre el Mesías y la comunidad de Israel: "(7) El trono de tu gloria lo ha
establecido YHWH por los siglos de los siglos. Tu cetro real es un cetro de rectitud. Y ati, oh rey
mesías, como has amado la justicia y odiado la impiedad, YHWH tu Dios te ha consagrado con el
óleo de alegría con preferencia a tus compañeros. (10) Las provincias de los reinos vienen a visitar
tu rostro en el tiempo fijado. El libro de la Ley está a tu lado derecho, escrito en tu copia espléndida
lo mismo que en oro fino procedente de Ofir. (11) Escucha, asamblea de Israel, la ley de su boca, y
verás las maravillas de tus obras. Inclinarás tu oído hacia las palabras de la ley; olvidarás las obras
malas de los impíos de tu pueblo y la casa de los ídolos que serviste entre tus padres. (12) Y así el
rey deseará tu belleza, pues él es tu señor y tú lo adorarás. (13) Y los habitantes de la ciudad de
Tiro vendrán a presentarse a ti, las más ricas de las naciones se apresurarán hacia tu santuario.
(14) Todo lo mejor, lo más hermoso, lo más deseable de las riquezas de las provincias, y los
tesoros de losreyes que están ocultos en su interior, los ofrecerán en oblación ante el rey y en
regalo a los sacerdotes con vestidos multicolores de oro brillante. (15) En vestiduras bordadas
ofrecerán sus oblaciones ante el rey del mundo, y el resto de sus compañeros que están dispersos
entre las naciones serán llevados con alegría delante de ti a Jerusalem. (16) Serán llevados con
alegría y regocijo y entrarán en el templo del rey del mundo".

Los Salmos en la existencia de Jesús


Jesús participó con frecuencia en las peregrinaciones al Templo y escuchó desde pequeño el canto
de los Salmos. Gracias a la repetición de los mismos podía muy bien conocerlos de memoria.
Además, el modo especial de relación que mantenía con Dios en su oración personal ("¡Abbá,
Padre!") daba resonancias particulares a su recitación de los Salmos, según los temas que en ellos
se iban tocando. Las disposiciones interiores que nos hacen vislumbrar los consejos que dio en el
sermón de la montaña, en las parábolas y en otros lugares, hacen pensar que no concedía el
mismo valor a los Salmos de confianza en Dios que a algún que otro pasaje que, para exigir
justicia, daba paso a los deseos de venganza: "Recuerda, YHWH, contra los edomitas, el día de
Jerusalem, cuando ellos decían: "¡Arrasadla! ¡Arrasad hasta sus cimientos!". ¡Ciudad de Babel, la
devastadora, feliz el que te devuelva el mal que nos hiciste! ¡Feliz el que tome a tus hijos y los
estrelle contra las rocas!" (Sal 137,7-9). Este texto ha sido directamente eliminado de la oración
litúrgica cristiana. Tampoco a las imprecaciones: "que mis acusadores se cubran de oprobio, y la
vergüenza los envuelva como un manto" (Sal 109,29). Más bien, la oración de Jesús debía
corresponder a sus propios consejos: "Bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os
maltraten" (Lc 6,28).
Por consiguiente, debemos pensar que su rezo de los Salmos suponía un complemento de sentido
e incluso eventualmente una rectificación de ese sentido, en función de su experiencia interior. El
complemento de sentido tenía que ver con la preocupación que Jesús manifestó hacia los pobres y
los atribulados y la bienaventuranza que proclamó en favor de ellos. En su nombre podía rezar
aquellos Salmos que traducían su aflicción y sus desdichas: el "Yo" de esos Salmos conservaba en
los labios de Jesús la dimensión comunitaria y solidaria.
¿Cómo comprendería los antiguos Salmos reales? La lectura judía los había transformado en una
celebración anticipada del Mesías esperado. Seguía apegada a ellos la esperanza judía, pero la
inspiración interior de Jesús era de otro orden. Las representaciones simbólicas de la victoria de
Dios sobre el mal de los hombres bajo sus diversas formas mantendrían su valor a sus ojos, pero
no le correspondería a él ser el artífice de esa victoria por medios políticos, como se imaginaban
los partidarios de la violencia, que no faltaban en los ambientes galileos. Por eso ofrecerá en los
milagros el signo de que el Reino había llegado ya: "Si yo expulso a los demonios con el poder del
Espíritu de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Mt 12,28).
Los relatos de los Evangelios, con sus descripciones tan detalladas de los episodios de la vida de
Jesús, nos reflejan de manera concreta y objetiva las vivencias interiores de Jesús. En la medida
que el lenguaje de los Salmos es utilizado para presentar gráficamente estas vivencias, podemos
aproximarnos a los sentimientos que inspiraban en Jesús la recitación de esos Salmos. Si el Sal 2
evocaba a cualquier judío la promesa hecha por Dios a David y a sus descendientes y su
cumplimiento definitivo en el Mesías esperado, a Jesús le evocaría su misión personal de parte de
Dios manifestada en su bautismo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi
predilección" (Lc 3,22).
Si el Sal 91 expresaba la seguridad de cualquier creyente que se confía a la protección divina, ese
sentimiento se presenta de un modo muy especial en los momentos de prueba de la vida de Jesús.
Él no se deja arrastrar de un modo imprudente e irreflexivo por esa seguridad, a pesar de su
confianza en que el Altísimo "dará órdenes a sus ángeles para que ellos lo cuiden, y que ellos lo
llevarán en sus manos para que su pie no tropiece con ninguna piedra" (Lc 4,10-11). Si el Sal 40
era una acción de gracias hecha pública y documentada por escrito, en boca de Jesús, según la
carta a los Hebreos en la versión de los LXX, expresaría su disposición total para hacer la voluntad
divina hasta la inmolación de su cuerpo: "Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me
has preparado un cuerpo" (Heb 10,5).

V. El Salterio en la primitiva
predicación cristiana
Uno de los problemas esenciales que se planteó a los predicadores y a los autores de los escritos
apostólicos fue el de encontrar un lenguaje adecuado para presentar a Jesús y hacer comprender
el misterio subyacente a su vida entre los hombres y a su glorificación más allá de la muerte.
Puesto que tanto Jesús como los primeros anunciadores de la Buena Noticia eran judíos
arraigados en la cultura judía de su tiempo, las Escrituras y la tradición viva vinculada a ellas
constituían el terreno en que se fundaba su pensamiento, su oración y toda su vida. Éstas fueron la
fuente esencial del lenguaje que tenían a su disposición para traducir el mensaje que tenían la
misión de anunciar. Entre todas las Escrituras, los Salmos ocuparon un lugar muy importante.

La relectura de los Salmos según su sentido pleno


Para poder conocer el sentido literal de la Escritura de cada texto, es decir, el sentido que
correspondía a su contexto histórico primitivo, la ciencia bíblica ha recurrido al método histórico
crítico. Éste consiste en precisar la situación espacio-temporal de los destinatarios (a través de la
forma literaria de los textos), para comprender mejor la intención de cada autor y el mensaje
concreto que habría dirigido a dichos lectores. "Es el método indispensable para el estudio
científico del sentido de los textos antiguos. Y puesto que la Sagrada Escritura, en cuanto palabra
de Dios en lenguaje humano, ha sido compuesta por autores humanos en todas sus partes y todas
sus fuentes, su justa comprensión no sólamente admite como legítima, sino que requiere la
utilización de este método" (Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia,
15 de abril de 1993).
Ya hemos señalado la existencia de un desarrollo de la revelación en Israel y en el judaísmo
posterior al destierro, con las etapas que marcaron el derrumbe de las instituciones israelitas en el
año 587 a.C. y luego con la restauración tras el destierro que atrajo las miradas de los creyentes
hacia un porvenir evocado como promesa. Debemos tener en cuenta, además, la crisis de la época
griega que desembocó en una situación en la que la esperanza judía se fue diversificando según
varias corrientes de pensamiento y partidos religiosos.
Esta multiplicidad de contextos, sin embargo, no anuló unidad interna que existe en la Biblia,
puesto que los escritos posteriores se fueron apoyando con frecuencia sobre los escritos
anteriores, proponiendo relecturas que desarrollaron nuevos aspectos del sentido, a veces muy
diferentes del sentido primitivo, o inclusive se refirieron a ellos explícitamente no sólo para
profundizar su significado, sino también para afirmar su realización.
Eso significa que la relectura no quedó reducida simplemente a comentarios extrabíblicos
relativamente tardíos, sino que, puesto que ya había sido comenzada en la misma tradición bíblica,
quedó en muchos casos canonizada como Escritura Sagrada. Así, el oráculo de Natán, que
prometía para la descendencia de David relaciones filiales con Dios (cf. 2 Sam 7,12-16), es
recordado en otros textos: "Voy a anunciar el decreto de YHWH: Él me ha dicho: "Tú eres mi hijo;
yo te he engendrado hoy" (Sal 2,7). Y queda abierto, en los tiempos en que no parece verificarse, a
un cumplimiento pleno para un futuro todavía desconocido: "Acontecerá aquel día -oráculo de
YHWH Sebaot- que romperé el yugo de sobre tu cerviz y tus coyundas arrancaré, y no te servirán
más los extranjeros, sino que Israel y Judá servirán a YHWH su Dios y a David su rey, que yo les
suscitaré" (Jer 30,8-9).
Otras veces la relectura es crítica respecto a los textos anteriores. La experiencia inmediata
frecuentemente chocó con la afirmación fundamental de la justicia retributiva de Dios respecto al
justo: "Es como un árbol plantado junto a una corriente de agua, que da a su tiempo el fruto, y
jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien" (Sal 1,3). Por eso el justo que sufre no
tiene reparos en contradecir este principio: "Mi pie se ha adherido a su paso, he guardado su ruta
sin desvío; del mandato de sus labios no me aparto, he albergado en mi seno las palabras de su
boca. Mas él decide, ¿quién le hará retractarse? Lo que su alma ha proyectado lleva a término"
(Job 23,11-13). Vale decir que las primeras relecturas de los Salmos ya habían sido incorporadas a
la Escritura desde tiempos antiguos.
Jesús nació en una época de renovación del judaísmo que, ante la presión de la cultura helenística
dominante, intentaba conservar o replantear su identidad. En este marco predicó y en él entró, por
su resurrección de entre los muertos, en el mundo nuevo anunciado por los profetas. Este
testimonio transmitido por sus discípulos se insertó, pues, en la esperanza judía de la época,
transformando la comprensión de sus bases bíblicas y de su objeto.
Una de las expresiones más antiguas del anuncio apostólico que se consigna en un texto escrito es
la de la primera Carta de Pablo a los Corintios. Se trata de lo que él mismo ha recibido
anteriormente de la comunidad y, a su vez, les ha enseñado a los corintios: "Les he transmitido en
primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura.
Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y luego a
los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la
mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los
apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo" (1 Co 15,3-8).
Cada uno de los artículos propuestos en este anuncio (muerte redentora, sepultura y resurrección)
son afirmados como sucedidos "de acuerdo con las Escrituras". La primitiva comunidad ha tenido
necesidad de explicar que lo sucedido en la muerte de Jesús respondía a un plan trazado por Dios.
Había que disipar el escándalo que producía entre los judíos la predicación de un Mesías que
había sido ejecutado como delincuente (1 Cor 1,23). Si Jesús había muerto y había sido sepultado,
esto había sucedido así porque las Escrituras ya lo habían anunciado. En ellas se podía encontrar
el testimonio de que la obra de salvación se realizaría a través de la humillación y del sufrimiento
de un siervo de Dios: "Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido
curados... indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el
pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes" (Is 53,5.12).
Por eso uno de los problemas esenciales que se planteó a los predicadores y a los autores de los
escritos apostólicos fue el de encontrar un lenguaje adecuado para presentar a Jesús y hacer
comprender el misterio subyacente a su vida entre los hombres y a su glorificación más allá de la
muerte. Puesto que tanto Jesús como los primeros anunciadores de la Buena Noticia eran judíos
arraigados en la cultura judía de su tiempo, las Escrituras y la tradición viva vinculada a ellas
constituían el terreno en que se fundaba su pensamiento, su oración y toda su vida. Éstas fueron la
fuente esencial del lenguaje que tenían a su disposición para traducir el mensaje que tenían la
misión de anunciar: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en
los Profetas y en los Salmos acerca de mí" Y entonces, (Jesús) abrió sus inteligencias para que
comprendieran las Escrituras, y les dijo: "Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de
entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los
pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalem" (Lc 24,44-47).
Entre todas las Escrituras los Salmos ocuparon un lugar muy importante. De las 436 citas y
referencias al Antiguo Testamento que indica la edición del Nuevo Testamento Griego de Nestle-
Aland (1983), 107 corresponden a los salmos. Pertenecen a 48 salmos, entre los cuales el
versículo más citado es Sal 110,1: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, mientras yo
pongo a tus enemigos como estrado de tus pies". Este texto era el que mejor expresaba el
contenido del mensaje pascual: "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros
disteis muerte colgándole de un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y
Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados" (Hech 5,30-31).

La pasión de Jesús
No todos los aspectos del misterio del Mesías Jesús se presentan reflejados en los textos del
Salterio a los ojos de los autores de la Tradición apostólica. La concepción virginal de Jesús no
figura en ellos para nada; para expresar este misterio recurrieron a los escritos de los profetas. Sin
embargo, la consideración global del misterio que se desplegó en su vida impone la relectura de
varias categorías de salmos: salmos reales, salmos del justo doliente, salmos de sabiduría. Es el
examen de estos textos lo que mostrará cómo la oración de Israel ofreció un lenguaje para
expresar lo esencial de la doctrina cristiana.
Como lo exigía la formulación del anuncio pascual, los relatos de la pasión de Jesús hacen
constantes referencias a los lugares de la Escritura donde los primeros creyentes encontraron la
explicación del escándalo de la cruz. Estos relatos no son narraciones biográficas ni apologéticas,
sino narraciones teológicas, hechas desde la fe, en los que se expone la dimensión profunda de los
hechos, accesible solamente para el creyente.
Los autores no muestran ningún interés por hacer un relato exhaustivo de los hechos. Pasan por
alto muchas escenas y dejan otras en la penumbra. Quien pretenda leer los textos con ánimo de
historiador podrá quedar insatisfecho al comprobar las grandes lagunas que existen en la narración
y los desacuerdos entre los cuatro relatos.
Los autores tampoco quieren hacer una apologética frente aquellos que llevaron a Jesús a la
muerte. Es verdad que la figura de Jesús resplandece por su inocencia frente a la perversidad de
sus jueces y sus acusadores. Pero en ningún momento se encuentra una palabra de condena
hacia los responsables. Por el contrario, el relator va señalando implacablemente el proceder
mezquino y culpable de los mismos seguidores de Jesús.
Los relatos de la pasión se dirigen a lectores creyentes, como una profundización del contenido del
anuncio pascual. Los autores narran los incidentes de la pasión de Jesús y los ilustran con citas y
alusiones de las Escrituras, para que se advierta que todo lo sucedido está en conformidad con
ellas. De este modo se detienen en aquellos hechos que encuentran resonancia en la Escritura,
aunque puedan ser de menor interés en otro orden (por ejemplo el reparto de los vestidos, el
vinagre como bebida), omitiendo otros detalles que los historiadores juzgarían como más
importantes (por ejemplo la precisión cronológica, la forma de la cruz, el modo como Jesús fue
fijado en ella). En una lectura atenta de la pasión en los cuatro evangelios se pueden encontrar
varias referencias a los salmos, entre los que se destacan especialmente el 22 y el 69.
El Salmo 69.
¿Qué sugiere en sí mismo el texto completo del Salmo leído desde su sentido literal? El salmo
evoca una situación de angustia de un acusado injustamente de robo: "Son más que los cabellos
de mi cabeza los que sin causa me odian; más duros que mis huesos los que me hostigan sin
razón. ¿Lo que yo no he robado tengo que devolver?" (v.5). Tal vez el orante también fue
encarcelado a causa de la falsa acusación: "Porque YHWH escucha a los pobres, no desprecia a
sus cautivos" (v.34). La descripción de sus padecimientos "en el cieno del abismo, sin poder hacer
pie" (v.3) podría ser más que una imagen metafórica, si tenemos en cuenta la prisión de Jeremías
en una cisterna fangosa (Jer 38,6). Él también tuvo que ser salvado antes que el agua de las
lluvias lo ahogaran. Una súplica análoga de parte de un prisionero encontramos en una oración
mesopotámica: "Tu siervo está arrojado a una catástrofe. ¡Retira tu castigo! ¡sácalo del fango!
¡rompe su cadena, desata sus ataduras; aclara sus alucinaciones, entrégalo al Dios que lo creó!
¡concede a tu siervo la vida, para que él alabe sin cesar tus hazañas guerreras, para que glorifique
tus proezas en todas las moradas!" (Citado por Kraus, H.-J., Los Salmos II, p.98).
Este sufrimiento se estaría sumando a uno que viene padeciendo anteriormente, tal vez una
enfermedad: "acosan al que tú has herido, y aumentan la herida de tu víctima" (v.27). Esa dolencia
puede ser lo que daba pie a la acusación, puesto que en la comprensión de la vida existente en el
mundo antiguo la conexión causal entre la culpa y el sufrimiento funcionaba como un dogma
religioso de primer orden que trataba de explicar el escándalo de innumerables desgracias y
conflictos. A la vista de las graves aflicciones y pruebas a las que se ve sometido, el orante, seguro
de su inocencia ante los cargos de sus acusadores, pero conciente de su condición pecadora ante
Dios, acoge el sufrimiento como purificación y se confía al poder protector y salvífico de YHWH:
"Tú, oh Dios, mi torpeza conoces, no se te ocultan mis ofensas" (v.6); "¡tu salvación, oh Dios, me
restablezca!" (v.30).
La época de composición del salmo puede deducirse de los v.36s: "Salvará Dios a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá: habitarán allí y las poseerán; la heredará la estirpe de sus
siervos, los que aman su nombre en ella morarán". Puede tratarse de la época que siguió
inmediatamente al destierro. La afirmación: "me devora el celo de tu casa" (v.10) podría estar
señalando al orante como uno de aquellos que anhelaban la reedificación del Templo, a diferencia
de la gran mayoría de indiferentes que se burlan de él: "Este pueblo dice: "¡Todavía no ha llegado
el momento de reedificar la Casa de YHWH!" ¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en
vuestras casas artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas?" (Ag 1,2.4). El celo del orante es
visto como fanatismo religioso por los indiferentes: "Si mortifico mi alma con ayuno, se me hace un
pretexto de insulto; si tomo un sayal por vestido, para ellos me convierto en burla, cuento de los
que están sentados a la puerta, y copla de los que beben licor fuerte" (v.11-13).
Este salmo es el cántico de un siervo de YHWH que sufre por amor de su Dios: "Por ti sufro el
insulto, y la vergüenza cubre mi semblante... no retires tu rostro de tu siervo, que en angustias
estoy, pronto, respóndeme" (v.8.18). Él es ejemplo y testimonio para todos los que, como pobres,
buscan y esperan la ayuda de YHWH. Con él y en él están en juego la confianza y la esperanza de
otras personas: "¡No se avergüencen por mí los que en ti esperan, oh YHWH Sebaot! ¡No sufran
confusión por mí los que te buscan, oh Dios de Israel!" (v.7). Su salvación demostrará la realidad
salvífica de Dios y dará confianza y alivio.
Si tenemos en cuenta que estos enunciados singulares superan ampliamente toda referencia
individual, podremos comprender inmediatamente por qué la comunidad primitiva vio anunciada en
este salmo la actividad y el sufrimiento de Jesús. Después de la purificación del Templo, "sus
discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu casa me devorará" (Jn 2,17). En el
relato joánico se concentra la totalidad de la pasión de Jesús en el cumplimiento del Sal 69,5: la
oposición de los adversarios de Jesús "es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: Me
han odiado sin motivo".
En el momento de la llegada al Gólgota, el evangelista Mateo dice: "le dieron a beber vino
mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo" (27,34). Marcos presenta una
variante: "Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó" (15,23). En este caso se trata de una
referencia con apoyo histórico, puesto que existía la costumbre de administrar a los condenados a
muerte un narcótico que atenuara sus padecimientos: "Rabí Jiiá hijo del Rabí Ashí dijo en nombre
de rabí Jisdá: Al condenado que se lleva a ejecutar se le da un poco de incienso en una copa de
vino, para entorpecerle el conocimiento, como dice lo escrito: "Dad bebida embriagante al
desfallecido, y vino a los de ánimo amargado" (Prov 31,6). "Y además se ha enseñado: Las
mujeres distinguidas de Jerusalem solían donarlo y traerlo. Cuando ellas no lo donaban, ¿quién lo
proveía? Es razonable que lo proveyera la comunidad, porque el versículo dice dad, es decir, con
lo de ellos" (Talmud de Babilonia, Sanhedrín 43a). Por eso Marcos niega que lo haya tomado,
como una forma de asumir los padecimientos hasta el final.
Pero la bebida de vino con hiel que Jesús "probó" según Mateo tiene su transfondo en el libro de
los Salmos. Efectivamente, está citando el Sal 69,22 según los LXX donde, en lugar de la
expresión "pusieron veneno en mi comida" del texto hebreo, traduce: "Me dieron hiel como
alimento, para mi sed me dieron a beber vinagre" (68,22).
También Pablo acude a Sal 69,10 para exhortar a los fieles a la generosidad: "pues tampoco Cristo
buscó su propio agrado, antes bien, como dice la Escritura: Los ultrajes de los que te ultrajaron
cayeron sobre mí" (Rom 15,3). Y hasta en la suerte que corrió Judas se ve un cumplimiento de Sal
69,26: "Pues en el libro de los Salmos está escrito: Quede su majada desierta, y no haya quien
habite en ella" (Hech 1,20).
Mediante el sufrimiento de Jesús, el Siervo de Dios, queda desvelado el misterio del mensaje del
Sal 69. Para los cristianos el contenido esencial de este Salmo no será accesible de ahora en
adelante por ningún otro camino. El cumplimiento llena de sentido el anuncio del antiguo salmo,
que ya trascendía todo individualismo. Junto con Is 53, Sal 22 y Sal 118 (y Sab 2) se convierte en
una profunda predicción de la pasión de Jesús.
El Salmo 22.
Las burlas de los circunstantes se describen en los tres relatos de la pasión de Jesús de los
evangelios sinópticos. También en este caso Mateo presenta algunas particularidades que
encuentran su respaldo en el Salterio: "Los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos
se burlaban de él diciendo: "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Es Rey de Israel: que
baje de la cruz ahora, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que lo salve ahora, si es
que de verdad lo quiere" (Mt 27,41-43). Se trata de una cita del Salmo 22: "todos los que me ven
se mofan de mí, tuercen los labios, menean la cabeza: "Se confió a YHWH, ¡pues que él lo libre,
que lo salve, puesto que lo ama!" (22,8-9).
Este mismo Salmo está en el transfondo del reparto de las vestiduras de Jesús en el Calvario (Mt
27,35; Mc 15,24; Lc 23,34), aunque sólamente el cuarto evangelio cita textualmente Sal 22,19:
"Para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica.
Y esto es lo que hicieron los soldados" (Jn 19,24).
En el momento culminante del relato de la pasión, "Jesús gritó con fuerte voz: "¡Elí, Elí! ¿lemá
sabactaní?", esto es: "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46). Según la
costumbre rabínica, al presentar a Jesús diciendo las palabras iniciales, los evangelistas dan a
entender que recita todo el salmo. Por eso conviene repasar el texto completo y la intención del
orante que por primera vez lo entonó para comprender la intención de Jesús al proclamarlo en el
momento de su muerte.
En este salmo el orante ve acumulados sobre sí multitud de sufrimientos. El cuerpo del orante está
desfigurado por la enfermedad: "Y yo, gusano que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del
pueblo, todos los que me ven se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza" (v.7s). En medio de
la fiebre, sufre los dolores anticipados de la agonía: "Como el agua me derramo, todos mis huesos
se dislocan, mi corazón se vuelve como cera, se me derrite entre mis entrañas. Está seco mi
paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta; tu me sumes en el polvo de la muerte"
(v.15-16). Ve ya que su muerte se da por supuesta: "se reparten entre sí mis vestiduras y se
sortean mi túnica" (v.19). En consecuencia, la aflicción de encontrarse olvidado de Dios se está
viviendo en una enfermedad mortal.
Sin embargo el Salmo cambia de tono; de lamentación se transforma en acción de gracias entre
los vv. 22 y 23. Una palabra discutida podría estar marcando la transición: ‘annitani = "tú me has
respondido" o ‘anniyyati = "mi pobre ser". Una lectura difícil siempre tiene más garantía de ser la
expresión original, puesto que los copistas tienden a corregir lo que suena incomprensible. Con
esta palabra se estaría finalizando el reclamo comenzado en el v.3: "Dios mío, de día clamo y no
respondes". El orante ha escuchado el "no temas" de Dios, tan frecuentemente dirigido a sus fieles
y enviados, y luego la garantía de que YHWH no lo abandonaría, estaría con él y sería su ayuda.
El orante presenta su lamentación y acción de gracias de forma pública: "¡Anunciaré tu nombre a
mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!" (v.23; LXX 21,23: en meso ekklesías
hymneso se); "De ti viene mi alabanza en la gran asamblea" (v.26; LXX 21,26: en ekklesía
megalé). Es posible que el orante haya hecho su aparición durante una gran fiesta y haya
entonado su canción en el atrio del templo. Tal vez el salmo se haya cantado en un banquete
asociado con un sacrificio, al cual habrían sido invitados los pobres y éstos se habrían congregado:
"mis votos cumpliré ante los que le temen. Los pobres comerán, quedarán hartos, los que buscan a
YHWH le alabarán: "¡Viva por siempre vuestro corazón!" (v.26-27).
Es posible que en épocas diferentes, diversos orantes dejaron su huella en esta lamentación y
oración. Particularmente en los versículos finales, el salmo muestra vestigios de ampliación y de
nuevas formulaciones: "Y para aquél que ya no viva, le servirá su descendencia: ella hablará del
Señor a la edad venidera, contará su justicia al pueblo por nacer: Esto hizo él" (v.30-32). Por eso,
será muy difícil señalar la fecha de su composición.
El Sal 22 atraviesa, pues, dimensiones inimaginables. Desde las profundidades del abandono
divino, el cántico de la persona salvada se eleva hasta las alturas de himno universal que incluye
también a los muertos en un gran homenaje a YHWH. Tal vez sea éste el sentido más profundo
captado por la primitiva comunidad cristiana al referir el Salmo a la pasión de Jesús, y no
sólamente la correspondencia de detalles que estaría anunciando por anticipado las circunstancias
de la crucifixión. En efecto, aquí no se habla, como en Is 53, del sacrificio expiatorio llevado a cabo
por el Siervo doliente en calidad de víctima; más aún, ni siquiera se habla del Mesías. Más bien se
estaría diciendo que la muerte, intensificada hasta la más profunda experiencia del sufrimiento,
conduce -con la actuación de Dios que salva de la muerte- a la irrupción del Reino de Dios. Aquel
que proclamó en su vida este Reino, lo introdujo por medio de su muerte y resurrección.
La Cena de comunión instituida por Jesús está asociada inseparablemente a la alabanza de
YHWH, al reconocimiento de Dios como el Salvador mediante el memorial de la pasión. La Cena
del Señor es también la todah, la eukharistía, la acción de gracias del Resucitado que se sienta a la
mesa con sus discípulos en cada una de sus manifestaciones pascuales. Debemos, por tanto,
aplicar todo el Salmo a Jesús, y no sólamente algunos detalles como la perforación de sus
miembros, el reparto de sus vestiduras o el grito de abandono antes de expirar.

La resurrección y exaltación de Jesús


En la primera predicación apostólica se hablaba de la resurrección de Jesús según las Escrituras.
Por eso debían referirse continuamente los textos que mostraran esa correspondencia.
El Salmo 16.
En concreto, Pedro organiza su primer discurso en torno al comentario del Sal 16: "Pero Dios lo
resucitó, librándolo de los dolores del Hades, porque no era posible que quedase bajo su dominio;
porque dice de él David: "Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para
que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi
cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no abandonarás mi alma en el Hades, ni dejarás
que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás
de gozo en tu presencia". Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca
David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él
era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un
descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue
abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción" (Hech 2,24-31).
El autor de Hechos utiliza la versión griega de los LXX para comentar el Salmo 16, que se aparta
varios momentos del original hebreo. En particular difiere del v.10, donde el texto hebreo dice: "No
me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro". ¿Quién habría sido el orante
que entonó por primera vez el Salmo y en qué circunstancia lo habría compuesto?
Parecería que el lugar propio al que remite el texto es el recinto del santuario: "Guárdame, oh Dios,
en ti está mi refugio" (16,1). El orante ha buscado refugio en la zona de protección del Templo.
Podríamos suponer también que se trata de un sacerdote o de un levita, puesto que parece que el
salmista tiene el deber de realizar acciones de carácter cultual, intercediendo ante Dios en favor de
otras personas. Pero está dispuesto a hacer únicamente en favor de los que confían en YHWH y
no de los idólatras: "Sus ídolos abundan, tras ellos van corriendo. Mas yo jamás derramaré sus
libaciones de sangre, jamás tomaré sus nombres en mis labios" (16,4).
También la mención de la heredad recibida remitiría a su condición levítica: "la cuerda me asigna
un recinto de delicias, mi heredad es preciosa para mí" (16,6). En efecto, en el reparto de la tierra
prometida la tribu de Leví había recibido un privilegio singular: "YHWH es su heredad" (Dt 10,9) y
por lo tanto no vive, como los demás, del cultivo del suelo, sino de la participación en los sacrificios
y de las otras ofrendas del culto. En YHWH este orante ha recibido el fundamento que sustenta su
vida y por eso pone toda su confianza en él.
El cantor del Salmo expone la importancia de la cercanía de Dios que abarca toda la existencia del
hombre, y lo hace examinando los peligros concretos que amenazan al ser humano. La vida física
está guardada por el Dios presente. Al decir: "no has de abandonar mi alma al Sheol, ni dejarás a
tu amigo ver la fosa" (16,10), está afirmando su confianza de verse preservado de una mala
muerte. En un mundo donde la supervivencia corre peligro de hacerse cada vez más improbable, la
comprensión del destino del hombre es para el salmista el fundamento para una nueva esperanza
de la vida. Eso es lo que Dios quiere para él.
El discurso de Pedro muestra que la confianza ilimitada del salmista puede sobrepasar incluso la
frontera suprema de la muerte porque Dios cumple en Jesús la esperanza proclamada en esa
oración. Pero debe utilizar la versión griega de este anhelo: "tú no abandonarás mi alma en el
Hades, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción", porque Jesús sí conoció la oscuridad de un
sepulcro. La intervención divina, pues, no lo preservó de la muerte, sino que hizo que ella no fuese
definitiva ni que su cuerpo experimentara la corrupción. El "camino de la vida" (v.11) fue la realidad
definitiva que Dios concedió a Jesús.
El Salmo 110.
El texto privilegiado en el que la generación apostólica vio expresada la glorificación de Jesús es el
Salmo 110. Ha sido citado en el mismo discurso del libro de los Hechos: "Pues David no subió a
los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a
tus enemigos por escabel de tus pies" (2,34-36). Pedro concluye que esa palabra dicha por Dios no
tuvo por destinatario a David, cuyos restos permanecían aún en el sepulcro, sino a aquel otro que
no había experimentado la corrupción: Jesús, el crucificado que había sido resucitado por Dios.
Pero, ¿en quién había pensado concretamente el Salmista? Debemos responder, en primer lugar,
¿quién es el que habla? Se trataría de un profeta puesto que es alguien que, en un determinado
acontecimiento litúrgico, emitió en presencia del rey ("mi Señor") una serie de oráculos de parte de
YHWH:
1. "¡Siéntate a mi derecha, hasta que yo haga de tus enemigos escabel de tus pies!" (v.1).
2. "Sobre santas montañas, del seno de la rosada aurora, te he engendrado como rocío"
(v.3).
3. "¡Tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec!" (v.4).
Con motivo de la entronización de algún monarca, estaría atribuyendo al rey de Jerusalem los
antiquísimos privilegios del famoso rey de Salem y le estaría aplicando las antiquísimas tradiciones
cultuales de la monarquía jebusea. El profeta declara, de parte de Dios, la facultad del heredero
davídico para ejercer la soberanía real juntamente con YHWH. Le atribuye al entronizado un
nacimiento celestial, en el sentido de una adopción divina. Lo declara sacerdote, como lo era todo
monarca jebuseo. Promete que por medio de él, YHWH, el juez del universo y héroe de la guerra,
vence a todos los enemigos.
El Salmo, sin embargo, ha sido leído tanto por la tradición judía como por la cristiana en un sentido
mesiánico, tal como lo muestra el siguiente comentario rabínico: "En el tiempo futuro Dios hará
sentar al Rey Mesías a su derecha, como se dice en el salmo: Dijo YHWH a mi Señor: siéntate a
mi derecha" (Midrash Tehillim 18,29). Esta interpretación estaba ya presente en tiempos de Jesús,
ya que él mismo reconoció que el Salmo hablaba del Mesías cuando planteó a los escribas la
dificultad de interpretación que éste ofrecía: "¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de
David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi
derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. El mismo David lo llama Señor;
¿cómo entonces puede ser hijo suyo?" (Mc 12,35-37).
La Iglesia apostólica encontró en el texto de este Salmo un testimonio importante sobre la
resurrección de Jesús, ya que ésta significaba su exaltación como Señor y Mesías, a la vez que el
comienzo del triunfo sobre la muerte: "la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los
creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, es la que Dios desplegó en Cristo,
resucitándole de entre los muertos y sentándolo a su diestra en los cielos, por encima de todo
Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo
sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema
de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo" (Ef 1,19-22). "Porque él
debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser
destruido será la muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies" (1 Co 15,25-27).
Hay que reconocer que el mensaje del salmista profeta, sin importar hasta qué punto se aplicara al
monarca entonces reinante, es un mensaje abierto, como todo mensaje profético, hasta su
supremo cumplimiento. El cumplimiento de las promesas por parte de Dios siempre sobrepasa las
expectativas de las esperanzas que se formó el creyente.
Pablo realizará una distinción que permite resolver la cuestión sobre la filiación del Mesías y su
Señorío sobre David. Presenta al Mesías como "nacido del linaje de David según la carne,
constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de Santidad, por su resurrección de entre los
muertos, Jesús Mesías Señor nuestro" (Rom 1,3-4). Pablo es el primero de quien el libro de los
Hechos dice que utilizó el título de Hijo de Dios aplicado a Jesús apenas fue bautizado: "Estuvo
algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar a Jesús en las
sinagogas: que él era el Hijo de Dios" (Hech 9,19-20). La tradición sinóptica, a partir de aquí,
llamará a Jesús Mesías "hijo de David, hijo de Abraham" (Mt 1,1) e "Hijo de Dios" (Mc 1,1).
¿Qué textos de la Escritura le permitían a Pablo semejante atribución? El mismo libro de los
Hechos nos presenta un discurso detallado de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, donde
apoya su argumentación en el Salmo 2: "También nosotros os anunciamos la Buena Noticia de que
la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús,
como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy" (Hech 13,32s).
El Salmo 2.
Se trata de uno de los llamados Salmos del Rey. Podría tratarse de un cántico que entonaba el rey
al ocupar su trono en el palacio. La rebelión de las naciones que antes estaban sometidas era una
constante en la historia del antiguo Medio Oriente con ocasión de un cambio de monarca en el
trono, para sacudirse el yugo de los poderes que los esclavizaban. El salmo sería la expresión
ritual de la afirmación de que el rey de Jerusalem es inatacable e invencible gracias a YHWH. Por
eso, en los primeros versículos tenemos el contraste de una nueva rebelión caótica de las
naciones, pero de una rebelión que, a causa precisamente del poder de YHWH que subyuga el
caos de las naciones queda dominada desde el principio: "¿Por qué se agitan las naciones, y los
pueblos mascullan planes vanos? Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados
contra YHWH y contra su Ungido: "¡Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo!" El que se
sienta en los cielos se sonríe, YHWH se burla de ellos. Luego en su cólera les habla, en su furor
los aterra: "Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo" (Sal 2,1-6).
El trono de David había recibido una directa legitimación sagrada mediante la profecía de Natán.
Según ella, Dios aseguraría para siempre el reinado de la dinastía davídica sobre Israel y le
ofrecería relaciones filiales. Porque YHWH quiso ser padre del Ungido, éste se convertirá en su
hijo: "Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la
descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de tu realeza. El construirá una
casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre y
él será para mí hijo. Si hace mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres, pero
no apartaré de él mi amor, como lo aparté de Saúl a quien quité delante de mí. Tu casa y tu reino
permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme eternamente" (2 Sa 7,12-16). Es la
respuesta de Dios ante el proyecto de David de construir una casa para el Señor. Ya que el
Creador de todas las cosas es inabarcable, es el hombre quien debe acogerse al abrigo divino sin
buscar construir por sí solo su propio destino. Por eso va a ser YHWH quien edifique una casa para
David.
A partir de entonces, se pondrá en evidencia el lugar que ocupa el rey Mesías en la fe de Israel. En
virtud de esa promesa, cada rey que deciendera de la dinastía de David sería considerado
legítimamente el Mesías por el cual Dios cumpliría los designios relativos a su pueblo. Puesto que
YHWH había realizado una Alianza Eterna (berit olam) con David, se tenía la seguridad de que
Dios nunca dejaría de perpetuar su dinastía. Existía pues, entre YHWH y la casa de David, un
contrato de favor que establecía una base jurídica para las futuras relaciones entre los
contrayentes.
La elección de Dios sobre el rey era una idea común a todo el Oriente antiguo. En la subida al
trono de los faraones esta predilección era expresada a través de un documento escrito por la
divinidad en persona, como consta en las palabras de Amón-Re de Karnak a Hatschepsut: "Mi hija
querida... yo soy tu padre amado. Yo establezco tu dignidad como señor de ambos países. Yo te
escribo tu protocolo" (citado por G. Von Rad, El ritual real judío, en Estudios sobre el antiguo
testamento, Salamanca 1976, p.194). En estas ceremonias debió inspirarse el posterior ritual de la
subida al trono de los reyes de Israel, tal como se describe en la coronación de Joás por el
sacerdote Yehoyadá: "Hizo salir entonces al hijo del rey, le puso la diadema y el Testimonio y lo
ungió. Batieron palmas y gritaron "¡Viva el rey!" (2 Re 11,12). Y tal vez el contenido del testimonio
sea el decreto referido por el rey en el Sal 2,7-8: "Voy a anunciar el decreto de YHWH: El me ha
dicho: "Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en
propiedad los confines de la tierra".
En virtud de la Alianza pactada, la divinidad asumía la defensa del rey ante sus enemigos. Por eso
el faraón Ramsés II dirigió su oración al dios Amón cuando luchaba contra los hititas en Kadesh,
conocida a través de una inscripción del templo de Karnak: "¡Yo te llamo, padre mío Amón! Estoy
en medio de pueblos numerosos que no conozco. Todas las naciones se han unido contra mí.
Estoy solo, ningún otro conmigo. Mis soldados innumerables me han abandonado. Ni uno solo de
mis aurigas ha mirado hacia mí. No he dejado de gritar hacia ellos, pero ni uno solo me ha oído
cuando los llamaba. Veo que Amón vale más para mí que miles de infantes y que centenas de
millares de carros, más que diez mil hermanos e hijos, todos unidos en un corazón. ¡No es la obra
de hombres numerosos lo que cuenta! ¡Amón es mucho más útil que ellos! He llegado hasta aquí
por orden de tu boca, oh Amón. No he transpasado tus deseos" (citado en Equipo "Cahiers
Evangile", Oraciones del Antiguo Oriente, Estella 1979, p.74). Del mismo modo el rey de Israel
suplicaría confiadamente cuando también él se encontrara en peligro: "¿Por qué se agitan las
naciones, y los pueblos mascullan planes viles? Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos
conspiran aliados contra YHWH y contra su Ungido" (Sal 2,1-2).
Pero, a pesar de los llamativos paralelismos del ritual real israelita con respecto al ritual egipcio,
existe una profunda diferencia. En Egipto se entendía la cualidad de hijo de dios del faraón en un
sentido físico e inmediato. Un himno dedicado al dios-sol Atón, conservado en una pared de la
tumba de Ay en El-Amarna, expresa esta convicción del soberano Akhénaton: "Cuando te levantas,
haces crecer todas las cosas para el rey. La prisa se apodera de toda pierna apenas has
organizado la tierra y la has hecho surgir de tu hijo, salido de tu cuerpo, el rey del Sur y del Norte
que vive de verdad, Akhénaton... y la gran esposa real a la que ama, Nefertiti" (citado en Equipo
"Cahiers Evangile", Oraciones del Antiguo Oriente, Estella 1979, p.71). Por el contrario, esto era
impensable en la fe de YHWH, según la cual el rey es hijo sólo por adopción. Al recibir la corona, el
rey davídico recibía de YHWH el encargo de gobernar con justicia y sabiduría y de pastorear al
pueblo de Dios.
En este sentido, la idea de adopción contenida en el Salmo se acerca más a la expresada en el
antiguo código legal babilónico de Hammurabi, donde un padre reconoce a los hijos de la esclava
con las siguientes palabras: "Si la primera esposa de uno le da hijos y si su esclava le da hijos, si el
padre, en vida, les dice a los hijos que la esclava le había dado: "¡Vosotros sois mis hijos!", y si los
ha puesto en el mismo rango que a los hijos de la primera esposa, cuando el padre haya ido ha su
destino, los hijos de la primera esposa y los hijos de la esclava se repartirán por igual los bienes del
patrimonio paterno, (pero) el heredero, hijo de la primera esposa, tomará la parte de su elección"
(Ham 170). Por eso, el "hoy" del Sal 2,7 hace referencia a la subida al trono y a su acto de
declaración.
Es importante no perder de vista otros contextos de relación padre-hijo. Entre YHWH e Israel se da
también un acto de elección: "Dijo YHWH a Moisés: "Cuando vuelvas a Egipto, harás delante de
Faraón todos los prodigios que yo he puesto en tu mano; yo, por mi parte, endureceré su corazón,
y no dejará salir al pueblo. Y dirás a Faraón: Así dice YHWH: Israel es mi hijo, mi primogénito. Yo
te he dicho: ‘Deja ir a mi hijo para que me dé culto’, pero como tú no quieres dejarle partir, mira que
yo voy a matar a tu hijo, a tu primogénito" (Ex 4,21-23). Esta relación de elección es la que obliga
al pueblo a la obediencia filial: "Hijos sois de YHWH vuestro Dios. No os haréis incisión ni tonsura
entre los ojos por un muerto. Porque tú eres un pueblo consagrado a YHWH tu Dios, y YHWH te ha
escogido para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre
la faz de la tierra" (Dt 14,1-2).
Volviendo al contexto de la elección divina del rey, las palabras contenidas en el libro del Im
manu’El también evocarían el decreto afirmado en Sal 2,7: "Una criatura nos ha nacido, un hijo se
nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre Maravilla de Consejero,
Dios fuerte, Siempre Padre, Príncipe de Paz" (Is 9,5). Esta proclamación de una serie de nombres
corresponde al rito egipcio de coronación. Así, por ejemplo, el citado faraón Akhenaton
(Amenhotep IV) había recibido entre sus títulos protocolarios el de "NeferkheperuRe’-WanRe’": Ra
perfecto en manifestaciones - el único de Ra. También la investidura de José como visir de Egipto
va acompañada de una imposición de título protocolar: "Dijo Faraón a José: "Mira: te he puesto al
frente de todo el país de Egipto". Y Faraón se quitó el anillo de la mano y lo puso en la mano de
José, le hizo vestir ropas de lino fino y le puso el collar de oro al cuello... Dijo Faraón a José: "Yo,
Faraón: sin tu licencia no levantará nadie mano ni pie en todo Egipto". Faraón llamó a José Safnat
Panéaj (Dios dice que esté vivo) y le dio por esposa a Asnat, hija de Poti FeRa, sacerdote de On"
(Gn 41,41s.44s). Por tanto, en un terrible momento de crisis, cuando se temía la caída de
Jerusalem a manos de efraimitas y arameos, el oráculo del profeta Isaías aseguraba la
supervivencia de la realeza de Judá más allá de la guerra y del monarca por entonces reinante.

El Señorío de Jesús, Mesías


La finalidad del Salmo 2 era, pues, describir el reinado y la misión del rey ungido a partir de la
gloria que le viene de Dios: esta gloria podía mostrarse en cualquier momento. A lo largo de la
historia del reino de Judá esa gloria se fue ocultando cada vez más, hasta hacerse imperceptible
en los últimos reyes anteriores al destierro, pasando luego a una mera esperanza futura, y
llegando, finalmente, a manifestarse en el escándalo de la cruz de Jesús, velada entonces por la
mayor oscuridad. Según los testigos del Resucitado, a él "se le ha dado todo poder en el cielo y en
la tierra" (Mt 28,18). Él ha salido triunfador gracias al poder de Dios, a pesar de las alianzas de los
poderes de esta tierra: "Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio
Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido,
para realizar lo que en tu poder y en tu sabiduría habías predeterminado que sucediera" (Hech
4,27-28).
Pero resulta muy difícil evidenciar este triunfo y encontrar la correspondencia entre los testimonios
apostólicos y las afirmaciones del Salmo 2. Resulta extraña para la imagen del Crucificado la de un
rey que con maza de hierro quebranta a las naciones. En el contexto del Sal 2 la imagen de hacer
añicos las vasijas de barro tiene el sentido de hacer resaltar la autoridad absoluta que tiene el hijo
para juzgar, por haber recibido en herencia el mundo y las naciones que hay en él. Esta imagen
correspondía muy bien al reinado de David y de Salomón, el hijo que había engendrado con
Betsabé: "Dominaba en toda la Transeufratina, desde Tafsaj hasta Gaza, sobre todos los reyes de
más acá del Río (Eufrates); tuvo paz en torno a todas sus fronteras. Judá e Israel vivieron en
seguridad, cada uno bajo su parra y bajo su higuera, desde Dan hasta Bersheva, todos los días de
Salomón" (1 Re 5,4-5). Pero no a la mayoría de los reyes siguientes, que perdieron efectivamente
el control de muchos territorios cuando sus estados vasallos se rebelaron. En el caso de Jesús, la
imagen de la realeza sólo engendra burla y es convierte en el motivo principal de acusación. En la
cruz "estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: "El Rey de los judíos" (Mc 15,26).
Sin embargo Pablo, al referir el Salmo 2 como promesa cumplida en el presente en Jesús, refiere
el "yo te he engendrado hoy" como un acto de entronización a la derecha de Dios en virtud de la
resurrección. Esto queda manifestado no sólo en el saludo de la carta a los Romanos (1,3-4), sino
también en el himno de la Carta a los Filipenses. Allí la exaltación por parte de Dios que sigue a la
muerte de cruz está implicando la imposición de un nombre, como era habitual en el rito de
coronación real: Cristo "se humilló a sí mismo. Obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por
lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de
Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que
Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre" (Flp 2,8-11). Este modo de entronización evoca
más la historia de José, vendido por sus hermanos y encarcelado por su amo en un pozo, pero
exaltado por encima de todos en Egipto, que la historia de David el conquistador.
La correspondencia del mensaje apostólico con el Ungido triunfador del Salmo 2 reside en el
ultimatum, en el llamamiento expresado en el nuevo testamento, que proclama que las naciones se
encuentran bajo el poder de Dios y de su Mesías: "Oí entonces una voz fuerte que decía en el
cielo: "Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su
Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba Día y noche
delante de nuestro Dios. Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero y a la palabra de
testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte. Por eso, regocijaos, cielos y los
que en ellos habitais" (Ap 12,10ss). No hay margen ya para una vida independiente y alejada de
Dios, u hostil a él. En el estado definitivivo del nuevo pacto, todo se halla intensificado hasta el
extremo: ¡Felices todos los que buscan refugio en Dios!
Los escritos apostólicos fueron progresando en la interpretación de dicho poder entregado por Dios
a su Mesías Jesús. Así como Pablo vinculaba el "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy" al acto
de la resurrección por obra del Espíritu de Dios, el evangelio de Lucas lo vincula al descenso del
Espíritu en el momento del Bautismo (Lc 3,22). Aunque el mismo evangelista situaba el descenso
del Espíritu Santo sobre María haciendo que el niño nacido por esta causa fuese llamado Hijo de
Dios (cf. Lc 1,35). La carta a los Hebreos, en cambio, va mucho más lejos en su referencia, puesto
que supone el acto de engendrar al Hijo antes de "introducir a su Primogénito en el mundo" (Heb
1,6). Si tenemos en cuenta que Jesús de Nazaret no es un rey judaíta que fuera a ser entronizado,
entonces se comprende que los ecritos apostólicos interpreten que el "hoy" es el día de Dios que
no se puede fijar cronológicamente, el ahora de la eternidad de su elección que se proclama en
nuestro presente.

Lectura personal del Salterio


Después de estas reflexiones sobre las distintas lecturas de los Salmos, trataremos de ver cómo es
posible leer hoy estos textos respetando a la vez las exigencias de la crítica histórica y las de la
teología, que tiene por objeto el misterio de Jesús el Cristo. Los salmos son textos de oración: por
tanto no es cuestión de ver solamente qué luz puede sacarse de ellos en el orden de la cristología,
sino que hay que ver cómo se los puede rezar, es decir, incorporarlos a una contemplación y a una
súplica que tienen por objeto a Dios mismo con quien entramos en relación concreta por la
mediación de Cristo. Mientras no consigamos eso, nos quedaremos en la supeficie de unos textos
sobre los que hemos emprendido un estudio erudito con los medios que ofrece la cultura de
nuestro tiempo.
Para esta operación no existen recetas prefabricadas. Cada persona que reza la realiza tal como
ella la entiende, bajo la forma que corresponde a sus posibilidades intelectuales y a sus
disposiciones interiores, a su espíritu y a su corazón.
Nos puede ayudar tener presente, en primer lugar, que los Salmos no solamente cantan al
Crucificado Resucitado, sino también que son cantados por él mismo en representación de todo su
Cuerpo.
También debemos tener presente que es el Espíritu el que no sólo nos ayuda a confesar a Jesús
como Señor, sino también el que ora en nuestro interior, porque nosotros no sabemos cómo pedir.
Cuando rezamos los Salmos estamos utilizando las palabras que muchos hombres en la historia
de Israel usaron para dirigirse a Dios en situaciones muy diversas, a veces desesperadas. A veces
atravesamos por esas mismas circunstancias, por lo cual en la salmodia debemos revivir los
mismos sentimientos de confianza que inspiraron esos versos en un momento concreto. Además,
muchísimas otras personas que atraviesan las mismas dificultades o experimentan alegrías
semejantes, no saben o o están dispuestas a orar. Nuestras voces ejercen entonces un oficio
sacerdotal de intercesión y de sustitución.
Algunos textos de S. Agustín nos pueden ayudar:
"En este Salmo, si es que pertenecemos a sus miembros y a su Cuerpo, según nos atrevemos a
creerlo diciéndonoslo él, debemos reconocer nuestra voz, no la de un extraño. Y no dije nuestra,
como si fuese sólo la de aquellos que actualmente estamos aquí, sino nuestra entendiéndola por la
de los que nos hallamos desde el oriente al occidente. Todos nosotros somos en Cristo un solo
hombre; él es cabeza de este único hombre, la cual está en los cielos, más sus miembros aún
sufren en la tierra" (Comentario al Salmo 61).
"Este Salmo habla en persona de Cristo nuestro Señor, es decir de la cabeza y de los miembros
(...) El es nuestra cabeza, nosotros somos sus miembros. Toda su Iglesia, que se halla diseminada
por el mundo entero es su cuerpo, del cual él es la Cabeza. Todos los fieles, no sólo los actuales,
sino también los que existieron antes que nosotros y los que después de nosotros han de existir
(...) pertenecen a su cuerpo. (...) Cuando oímos su voz, debemos entenderla como procediendo de
la cabeza y del cuerpo, porque todo cuanto padeció, también lo padecimos nosotros en él y,
asimismo, lo que padecemos nosotros, él lo padece en nosotros. (...) Luego con razón su voz es
nuestra voz, y la nuestra, la de él. Oigamos ya el Salmo, y en él entendamos a Cristo que habla"
(Com. al Salmo 62,3).
"Cuando hablamos con Dios en la oración, el Hijo está unido a nosotros, y, cuando ruega el cuerpo
del Hijo, lo hace unido a su cabeza; de este modo, el único Salvador de su cuerpo, nuestro Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ora por nosotros, ora en nosotros y, al mismo tiempo es a él a quien
dirigimos nuestra oración: Ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros como
cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios.
Reconozamos pues, nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros. Y, cuando hallemos
alguna afirmación referente al Señor Jesucristo, sobre todo en las profecías, que nos parezca
contener algo humillante e indigno de Dios, no tengamos reparo alguno en atribuírsela, pues él no
tuvo reparo en hacerse uno de nosotros" (Com. al Salmo 85,1).

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.
1. Equipo Cahiers Evangile, Oraciones del Antiguo Oriente, Estella, 1979.
2. P. Grelot, El misterio de Cristo en los Salmos, Salamanca, 2000.
3. H. Gunkel, Introducción a los salmos, Valencia 1983.
4. J. Jeremías, Jerusalem en tiempos de Jesús, Madrid 1977.
5. H-J. Kraus, Los salmos I-II, Salamanca, 1993.
6. H-J. Kraus, Teología de los salmos I-II, Salamanca, 1996.
7. L. Rivas, Los Salmos en el Nuevo Testamento, en AAVV, Los Salmos en la Liturgia
Romana, Buenos Aires, 1994.
8. Schürer, E., Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús (Vol I), Madrid, 1985.
9. G. Von Rad, Estudios sobre el antiguo testamento, Salamanca 1976.
10. G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento I, Salamanca 1993.

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