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La felicidad es contagiosa, pero el mal humor


también: antídotos para esquivar las emociones
negativas
La actitud y el estado de ánimo de las personas que tenemos alrededor
nos afecta y en ocasiones puede dañar nuestro bienestar
JUÁREZ CASANOVA

PILAR JERICÓ
12 ABR 2023 - 22:40 COT

Todos hemos tenido la experiencia de estar con personas que nos dan ener­gía y
con otras que parece que nos la arrebatan. Puede ser un compañero de trabajo,
siempre positivo y con el que se disfruta compartir proyectos. O ese familiar,
pesimista y quejum­broso, que te agota después de haber comido con él. Somos
animales socia­les. Como parte de nuestra evolución, no solo estamos
predispuestos a percibir las emociones de los demás, sino que, además, somos
vulnerables a su contagio. Las emociones de las personas que nos ro­dean
influyen en las nuestras y el efecto funciona tam­bién a la inversa, como es de
suponer. Lo que nosotros sentimos y expresamos influye en los demás. Todos
estos procesos suelen ser inconscientes; sin embargo, tenemos la posibilidad de
entrenar antídotos para re­ducir el contagio de aquello que no nos agrada.

“La emoción está en el centro del éxito. Hay que huir de los apáticos”, dice
Vicente del Bosque, entrenador de fútbol que consiguió que España ganara el
Mundial en el año 2010. La explicación es neurológica. Nuestro cerebro capta las
señales faciales y las interacciones de los demás para comprender qué sucede,
para ser más empáticos y para coordinarnos con el resto, como ex­plica la
pionera en este campo, Elaine Hatfield, de la Universidad de Hawái. Por eso, no
es de extrañar que si entramos en una sala donde ha habido una conversa­ción,
podemos percibir el tono en el que se ha llevado, si ha habido tensión, si ha sido
distendida o si es mejor retirarnos. Nuestros radares están preparados para ello.
Además, como necesitamos sentirnos parte del grupo, llegamos a imitar
inconscientemente el estado emocio­nal en el que nos vemos expuestos. Y tanto
es así, que afecta, incluso, a nuestro bienestar.

Si un amigo nuestro aumenta su felicidad y vive a una distancia de hasta una


milla (2,6 kilómetros), incrementa nuestra posi­bilidad de ser felices un 25%,
según un estudio realiza­do a 4.739 individuos desde 1983 hasta 2003. Es decir, se
confirma el dicho de que la felicidad es contagiosa. Des­afortunadamente, este
fenómeno también sucede con las emociones “más oscuras” que dan pie a la
violencia. Gary Slutkin, médico, epidemiólogo y fundador de la organización sin
fines de lucro Cure Violence, trata la violencia como un contagio emocional y,
gracias a ello, ha sido capaz de hacer que esta disminuya en ciudades de
diversos países del mundo.

Nuestra vulnerabilidad al contagio va más allá de las personas cercanas con las
que interaccionamos, como ha demostrado otra investigación con métodos un
tanto controvertidos. El equipo dirigido por un científico de datos de Facebook
analizó las noticias de 680.000 usuarios de la plataforma. A unos se les ofreció
una dieta de noticias positivas; y a otros, más negativas. Después de analizar más
de tres millones de publicaciones, se observó que aquellos que habían sido
expuestos a noticias amables escribían, a su vez, artículos positivos; y los que
habían sufrido la dieta opuesta, eran más tendentes a publicar posts negati­vos.
Todo ello, independientemente de la audiencia que tuvieran o de su trayectoria
en Facebook. Este fe­nómeno también se ha observado con el impacto de lo que
visionamos en YouTube. Así pues, la información que consumimos influye en
nuestro estado de ánimo. Y no solo eso, sino que las interacciones que tenemos
con la inteligencia artificial también nos condicionan, como ya se está
comenzando a estudiar.

Pero tenemos antídotos para el contagio. Aprender a cuidarnos nos ayuda a ser
menos vulnerables a las emociones de otros. El cansancio o el hambre reducen
nuestro nivel de resistencia y aumentan nuestra per­meabilidad. Algunas
alternativas nos las ofrece Sigal Barsade, profesora de Wharton, quien sugiere
realizar un contrataque emocional. Según sus investigaciones, la serenidad es
tan poderosa como las emociones incó­modas. Por eso, en la medida que
entrenemos nuestra serenidad interior, estaremos más preparados para sur­fear
momentos poco agradables. Igualmente, llegado el caso, conversar con la
persona sobre lo que nos está in­comodando, como el familiar del almuerzo,
puede ser una buena estrategia para ayudarlo a tomar conciencia y, quizá, a
salir de dicho estado de ánimo.

Otra técnica poderosa consiste en tomar distancia de la situación, colocarse


como un observador externo, para reducir la implicación afectiva, según la
investigación de Daniel Rempala, de la Universidad de Hawái. Esta estrategia es
especialmente valiosa cuando se vi­ven situaciones con alto desgaste emocional
de manera continuada, como sanitarios o expertos en salud mental.

Por último, también vale la pena asumir que cualquie­ra de nosotros también
somos “contagiadores de emocio­nes”. En la medida que sepamos reconocerlas
en noso­tros, aprender a gestionarlas, tomar distancia y, llegado el caso,
ponernos “en cuarentena” hasta que se nos pase una emoción negativa,
contribuiremos a que nuestro entorno esté mejor y, por ende, nosotros mismos.

Pilar Jericó es autora del blog Laboratorio de felicidad.

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