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PILAR JERICÓ
12 ABR 2023 - 22:40 COT
Todos hemos tenido la experiencia de estar con personas que nos dan energía y
con otras que parece que nos la arrebatan. Puede ser un compañero de trabajo,
siempre positivo y con el que se disfruta compartir proyectos. O ese familiar,
pesimista y quejumbroso, que te agota después de haber comido con él. Somos
animales sociales. Como parte de nuestra evolución, no solo estamos
predispuestos a percibir las emociones de los demás, sino que, además, somos
vulnerables a su contagio. Las emociones de las personas que nos rodean
influyen en las nuestras y el efecto funciona también a la inversa, como es de
suponer. Lo que nosotros sentimos y expresamos influye en los demás. Todos
estos procesos suelen ser inconscientes; sin embargo, tenemos la posibilidad de
entrenar antídotos para reducir el contagio de aquello que no nos agrada.
“La emoción está en el centro del éxito. Hay que huir de los apáticos”, dice
Vicente del Bosque, entrenador de fútbol que consiguió que España ganara el
Mundial en el año 2010. La explicación es neurológica. Nuestro cerebro capta las
señales faciales y las interacciones de los demás para comprender qué sucede,
para ser más empáticos y para coordinarnos con el resto, como explica la
pionera en este campo, Elaine Hatfield, de la Universidad de Hawái. Por eso, no
es de extrañar que si entramos en una sala donde ha habido una conversación,
podemos percibir el tono en el que se ha llevado, si ha habido tensión, si ha sido
distendida o si es mejor retirarnos. Nuestros radares están preparados para ello.
Además, como necesitamos sentirnos parte del grupo, llegamos a imitar
inconscientemente el estado emocional en el que nos vemos expuestos. Y tanto
es así, que afecta, incluso, a nuestro bienestar.
Nuestra vulnerabilidad al contagio va más allá de las personas cercanas con las
que interaccionamos, como ha demostrado otra investigación con métodos un
tanto controvertidos. El equipo dirigido por un científico de datos de Facebook
analizó las noticias de 680.000 usuarios de la plataforma. A unos se les ofreció
una dieta de noticias positivas; y a otros, más negativas. Después de analizar más
de tres millones de publicaciones, se observó que aquellos que habían sido
expuestos a noticias amables escribían, a su vez, artículos positivos; y los que
habían sufrido la dieta opuesta, eran más tendentes a publicar posts negativos.
Todo ello, independientemente de la audiencia que tuvieran o de su trayectoria
en Facebook. Este fenómeno también se ha observado con el impacto de lo que
visionamos en YouTube. Así pues, la información que consumimos influye en
nuestro estado de ánimo. Y no solo eso, sino que las interacciones que tenemos
con la inteligencia artificial también nos condicionan, como ya se está
comenzando a estudiar.
Pero tenemos antídotos para el contagio. Aprender a cuidarnos nos ayuda a ser
menos vulnerables a las emociones de otros. El cansancio o el hambre reducen
nuestro nivel de resistencia y aumentan nuestra permeabilidad. Algunas
alternativas nos las ofrece Sigal Barsade, profesora de Wharton, quien sugiere
realizar un contrataque emocional. Según sus investigaciones, la serenidad es
tan poderosa como las emociones incómodas. Por eso, en la medida que
entrenemos nuestra serenidad interior, estaremos más preparados para surfear
momentos poco agradables. Igualmente, llegado el caso, conversar con la
persona sobre lo que nos está incomodando, como el familiar del almuerzo,
puede ser una buena estrategia para ayudarlo a tomar conciencia y, quizá, a
salir de dicho estado de ánimo.
Por último, también vale la pena asumir que cualquiera de nosotros también
somos “contagiadores de emociones”. En la medida que sepamos reconocerlas
en nosotros, aprender a gestionarlas, tomar distancia y, llegado el caso,
ponernos “en cuarentena” hasta que se nos pase una emoción negativa,
contribuiremos a que nuestro entorno esté mejor y, por ende, nosotros mismos.
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