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Era entonces la época en la que Alfonso se había lanzando contra le Península y había tomado

Toledo, no se mostraba conciliador ni después de haberse saciado con los tributos que nosotros le
pagábamos. Tuvo el deseo de apoderarse también de nuestras capitales, después de tomar Toledo,
aprovechándose de la debilidad de esta ciudad, que se había ido acentuando de año en año, se
proponía empelar el mismo procedimiento para con el resto del país. Tenía como normal no sitiar
una fortaleza, ni agotar sus tropas contra una ciudad que pudiera oponerle resistencia; se
contentaba con exigir cada año un tributo y tratarla duramente usando a su antojo de todos los
procedimientos de violencia hasta el momento en que debilitada y caía en su poder, como fue el
caso de Toledo. La noticia de la caída de esta ciudad tuvo una enorme resonancia, llenó de espanto
a sus habitantes y les quitó la esperanza de poder continuar viviendo en el país. Surgieron
numerosos puntos de desacuerdo entre Al Mutamid y Alfonso, y éste le pidió abandonar en su
poder unas plazas fuertes a cuya cesión era preferible la muerte, Al Mutamid, presa de un intenso
miedo, sintió deseos de combatirle, llamando para ello a las bandas de los almorávides; éste fue,
según las condiciones fijadas por la providencia, el origen de la pérdida de nuestros estados
respectivos (...) En cuanto a mí, me apresuré a unirme con él, satisfecho de la marcha de los
acontecimientos y aplicando a la guerra santa todo lo que me fue posible reunir, tanto en dinero
como en tropas. Por otra parte, dirigí regalos al emir de los musulmanes. Cuando me llegó su carta
anunciándome su llegada a Algeciras, hice tocar tambores y ordené festejos públicos, pensando
que su entrada en Al-Ándalus era una señal de la bondad divina, tanto más considerable en lo que
me concernía, pues uno y otro estábamos unidos por lazos étnicos (raza bereber). Además se había
extendido la noticia de que los almorávides eran gentes virtuosas que venían a asegurar el paraíso
en la vida futura y que practicaban la justicia.

Estamos ante un texto histórico de contenido político-militar, que nos relata el fin de las
Taifas tras la toma de Toledo por Alfonso VI. Tras el desarrollo alcanzado por el poder
cristiano con Alfonso VI al frente, llegando a tomar Toledo (1085), los reyezuelos de Sevilla
y de Badajoz, llamarán al rey de los almorávides (que se había consolidado en el norte de
África) Yusuf ben Tasufín, quien se compromete a defender los reinos taifas.

Pero antes de iniciar el análisis del texto, es necesario contextualizarlo. Para ello tenemos
que irnos al 711, año en el que se produce la conquista islámica de la Península Ibérica por
Tariq ben Ziyad, como consecuencia del fenómeno expansivo de los diferentes califatos. En
este caso, se conquista el norte africano y la Península bajo el con el Califato Omeya (661-
750), bajo el mandato del califa Walid I, consiguiendo el imperio islámico su máxima
expansión. A partir de entonces se va a configurar dos realidades diferentes en el territorio
peninsular, caracterizándose por una lucha constante entre cristianos y árabes, estando las
fronteras sujetas a ello.

La península comenzará siendo un waliato dependiente del emirato de Ifriquilla, para


posteriormente convertirse en Emirato (756-929), y luego pasar a Califato con Abderramán
III (929-1031). Con la descomposición del califato cordobés, hacia el 1031, se inician los
primeros reinos taifas, reinos autónomos e independientes, cuyo reyezuelo se convierte en la
máxima figura política y militar, con capacidad para acuñar moneda, momento en el que se
sitúa el texto.

Un hito fundamental fue la toma de Toledo en 1085 por Alfonso VI, símbolo del ideal
neogótico. En la primera parte del texto, nos cuentan como éste no se mostraba conciliador
tras haber conquistado la ciudad, y que lejos de conformarse se disponía a seguir
conquistando las capitales más importantes del reino andalusí. En las líneas 8 y 9, además se
nos relata cómo Alfonso, para no desgatar a sus tropas, en las ciudades donde encontraba
resistencia, realizada un método de parias, es decir, dichas ciudades le pagaban un tributo,
generalmente anual, para no ser atacadas. Este régimen de parias ha sido ampliamente
estudiado por el profesor Lacarra, siendo algo muy habitual en los reinos Taifas, no sólo se
pagaban para no ser atacadas por los cristianos, sino para no ser atacadas por otras taifas
vecinas.

Siguiendo con el análisis del texto, podemos ver como Al Mutamid, rey taifa y Alfonso VI no
llegan a un acuerdo, y ante ello Al Mutamid pide ayuda a los Almorávides, que se estaban
conformando como un imperio en el norte africano, para que defiendan los dominios
islámicos en la península. En la última parte del texto, se nos cuenta como el rey taifa recibe a
los almorávides con alegría, dándole regalos, puesto que los consideraban familia, pues les
unían lazos étnicos, pues ambos eran de raza bereber.

Sin embargo, los almorávides llegan para quedarse, expulsando a los diferentes reyes taifas
de la península. Los Almorávides se caracterizan por su intolerancia con los judíos y los
cristianos, aunque su poder será efímero en al-Ándalus, puesto que en el norte de África se
estaba consolidando un nuevo imperio, los almohades. Los Almohades inician la conquista
de Al-Ándalus hacia 1145, centrándose en Andalucía en primer lugar, conquistando Sevilla
(1147) y teniendo un gran desarrollo en el último cuarto del siglo XII. Alcanzan victorias
como la de Alarcos (1195), donde vencen a Alfonso VIII y quien le devuelve la moneda en la
batalla de Navas de Tolosa (1212), hecho decisivo en el devenir histórico peninsular
medieval y que hará que el poder musulmán no se pueda recuperar. Ahora Al-Ándalus se
divide en las terceras taifas, aunque Fernando III podrá acceder a la conquista del Valle del
Guadalquivir (conquista de Sevilla 1248) y Jaime I a la de Baleares y Valencia. El último
reducto musulmán en la península será el reino Nazarí de Granada, el cual pervivirá hasta el
1492, cuando finalmente, Boabdil entrega las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos.

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