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I. A.

5 – LA OPOSICIÓN: EXILIO Y RESISTENCIA INTERIOR

En los últimos días de la guerra cerca de medio millón de españoles abandonaron el país con
destino al exilio. La mayoría volvieron en los años siguientes, pero el resto organizó una
oposición al régimen desde el exilio.
Es de destacar la presencia en el Sur de Francia y en varios países hispanoamericanos,
especialmente México. Las disensiones entre los exiliados continuaron (republicanos, PSOE,
PCE –completamente aislado por los demás) aunque fueron capaces de reconstituir un
gobierno de la República en el exilio con sede en México (1945), en la esperanza de que las
potencias democráticas acabarían interviniendo en España y derrocando a Franco.
El gobierno republicano en el exilio fue perdiendo poco a poco representatividad y apoyos
sociales o políticos a causa de las disensiones internas, del desconocimiento dentro de
España, y de la pérdida de interés de las potencias democráticas en derrocar a Franco. A
pesar de ello se mantuvo nominalmente hasta 1977.
Los escasos opositores monárquicos democráticos se organizaron en torno a la figura de D.
Juan de Borbón. La transición hacia una monarquía parlamentaria fue la opción con más
posibilidades por el apoyo internacional cuando finalizó la II GM. El Manifiesto de Lausana
publicado por D. Juan en 1945 lamentaba la situación de España, afirmaba el fracaso del
proyecto franquista, reclamaba el abandono del poder por el dictador y exigía la instauración de
una monarquía constitucional y democrática. Ante la negativa franquista cambió de táctica, y
tras mantener negociaciones e incluso una entrevista personal con Franco, consiguió que su
hijo, D. Juan Carlos, pudiera trasladarse a España para completar sus estudios.
Durante los años 50 aumentó el desaliento entre la oposición exiliada, viendo cómo el régimen
se perpetuaba y rompía el aislamiento internacional. Los anarquistas fueron desapareciendo
poco a poco. En el PCE, aislado del resto de fuerzas políticas, y mediatizado por Stalin, se
produjo un cambio importante: Santiago Carrillo desplazó de la presidencia a la Pasionaria y
empezó un cambio ideológico hacia el “Eurocomunismo”, más democrático y menos dócil a las
consignas de Moscú.
A principios de los años 60 la oposición en el exilio intentó coordinar sus esfuerzos, por lo que
realizaron luna reunión en Munich en 1962 a la que acudieron representantes republicanos, del
PSOE, PNV e incluso derechistas (Gil Robles) o ex-falangistas desengañados. Pero ni D. Juan
ni el PCE quisieron participar por lo que los esfuerzos resultaron inútiles.

La oposición al régimen dentro de la península fue muy difícil debido a la represión. Si en 1939
había más de 270.000 presos políticos, y en 1942 124.000, todavía en 1950 superaban los
30.000. Los ejecutados estaban entre 40.000 y 50.000. Todo aquel que no expresaba su
afinidad con el régimen era sospechoso de comunista y vigilado, perseguido, aprisionado,
torturado o ejecutado. Bajo el soporte legal de la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939 y
la Ley de Represión del Comunismo y la Masonería se consideraba a los fieles a la República
culpables de la Guerra Civil y se permitía su persecución así como la depuración a todos los
niveles de la administración y la sociedad en general.
A pesar de ello surgió una oposición que hacia 1943 se inclinó por la lucha armada contra el
régimen en forma de partidas de guerrilleros diseminadas por las zonas montañosas, llamados
“Maquis”, de ideología fundamentalmente comunista o anarquista.
Se trataba de ex-combatientes republicanos de la guerra. Los maquis se extendieron por los
Pirineos, Cordillera Cantábrica, Andalucía y Levante. Realizaban acciones de guerrilla como
ataques a puestos de la Guardia Civil, locales falangistas, etc., pero carecieron de coordinación
y nunca fueron una amenaza seria para el régimen de Franco (por no hablar de los intentos de
atentado contra Franco, verdaderas alucinaciones). Participaron unas 10.000 personas, de las
que 2.500 murieron en combate y unos 3.000 fueron apresados, el resto apresados o
abandonaron la lucha. Hacia 1952 los últimos grupos fueron eliminados por la Guardia Civil.

Durante estos años la oposición política en el interior estuvo completamente silenciada, con
graves crisis internas, y bastante desconectada de la oposición en el exilio, aunque el PCE sí
logró una cierta organización. Más interesante resulta la resistencia sindical, influida por los
sindicatos prohibidos por el régimen, pero sobre todo por las malas condiciones de vida y la
explotación a que estaban sometidos los trabajadores, que hicieron aparecer casi
espontáneamente las primeras huelgas en Asturias, Barcelona (1945, 1951), Madrid (1946), y
Vizcaya (1947). El gobierno logró eliminar estas protestas mediante la represión, pero siempre
se mantuvo una cierta protesta obrera (que no salía en los medios de comunicación).
I. B – LOS PRIMEROS INTENTOS DE APERTURA (1951 – 1959)

Al iniciarse la década de los 50 se hizo evidente el estrangulamiento económico, la ineficacia


de la política autárquica y la necesidad de una apertura al exterior.
La Autarquía había fracasado como vía económica (falta de alimentos y materias primas, baja
competitividad de los productos industriales españoles, escasez de divisas, devaluación de la
cotización de la peseta). Provocaba problemas sociales por la miseria en que mantenía a la
mayor parte del país y había aumentado las diferencias sociales. La consecuencia fue el
estallido de las huelgas entre 1945 y 1947, y la gran movilización en Barcelona en 1951.

El cambio en la situación internacional, con el inicio de la Guerra Fría, vino a ayudar al régimen,
al que las democracias occidentales quisieron ganarse para la lucha contra el comunismo.
Como consecuencia de la apertura internacional se iniciaron una serie de cambios políticos y
económicos en el país. Franco decidió realizar un cambio de gobierno en 1951. En el nuevo
gabinete había falangistas, pero ganaban terreno los católicos, no tan comprometidos con la
imagen fascista del régimen, con lo que mejoraba la imagen exterior. También entraba en el
gobierno el mayor asesor de Franco, el almirante Luis Carrero Blanco.

España fue aceptada finalmente en la FAO y la UNESCO; los embajadores de los países
occidentales volvieron a Madrid; se firmaron los acuerdos con EEUU y el Vaticano (1953), y
finalmente España era aceptada en la ONU (1955). El apoyo norteamericano fue muy
importante para el final del aislamiento internacional, mientras los créditos y fondos como
compensación por las bases norteamericanas ayudaban a paliar la situación financiera del
país. A pesar de las ayudas norteamericanas la situación social no mejoró en lo sustancial, por
lo que en 1956-58 aumentó nuevamente la conflictividad en las zonas industriales y entre los
estudiantes universitarios de Madrid y Barcelona.

La necesidad de dar una buena imagen exterior y de realizar algunos cambios por la crisis
interna aconsejaron a Franco a realizar otro cambio de gobierno en 1957, dando entrada a más
ministros católicos, y muy especialmente a una serie de tecnócratas procedentes del Opus Dei.
Se abandonó la política autárquica sustituida por una mayor liberalización económica y se
realizó una mayor apertura al exterior. Se favorecieron las importaciones de productos
industriales y se redujo la intervención estatal.
Franco ni entendía ni estaba de acuerdo con esta liberalización y apertura al exterior, de las
que recelaba por “comunistas” y poco “nacionalistas”, las introdujo casi obligado por las
circunstancias y sus asesores (Carrero), pero luego sí supo explotar en su beneficio el éxito
económico, exaltando las “bondades” de su régimen y su buena gestión económica, cuando
había tenido al país en la miseria durante 20 años.

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