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La demolición del Antiguo régimen se realizó en esencia en el primer decenio del reinado de
Isabel II (1833-1843), durante las regencias de Mª Cristina y del general Espartero, con una
serie de gobiernos progresistas impuestos por la presión popular.
Cuando en 1833 empieza el reinado de Isabel II y la regencia de Mª Cristina se intentó crear un
gobierno liberal muy moderado (Cea Bermúdez), que aglutinase a la alta nobleza, la jerarquía
eclesiástica, la burguesía conservadora y moderada, y diese al pueblo por lo menos la ilusión
de tener unos principios constitucionales básicos: declaración de derechos, parlamento elegido
mediante sufragio, etc.
La alianza entre burguesía moderada y la Corona se plasmó en el gobierno del liberal Martínez
de la Rosa, quien con el beneplácito de la regente promulgó en 1834 el “Estatuto Real”:
- No es una Constitución, sino una “Carta Otorgada” concedida por la Corona.
- Tiene una sucinta declaración de derechos y libertades.
- La soberanía recae sobre la Corona (Soberanía Real), quien tiene la facultad de hacer
leyes, ejecutarlas, y obligar a su cumplimiento.
- No hay, por tanto, separación de poderes.
- Reconoce la existencia de unas Cortes, elegidas mediante sufragio censitario
masculino muy restringido (sólo puede votar el 0,15 % de la población. Sólo las clases
más acomodadas -nobleza y alta burguesía- tienen derecho de voto. Las Cortes
votaban los presupuestos pero no podían ejercer la acción legislativa sin el beneplácito
de la Corona. Estaban formadas por una Cámara Baja de Procuradores, y una Cámara
Alta de Próceres (aristocrática)
También se llevó adelante una reorganización administrativa, muy centralista, por la que se
creaba una división provincial (49), y al frente de éstas se ponía a un Jefe Político nombrado
desde Madrid.
De 1833 a 1835 el poder lo tuvieron los moderados, pero las dificultades surgidas por la guerra
carlista, junto a las dificultades económicas (coyuntura de crisis en toda Europa), el excesivo
conservadurismo y la lentitud en las reformas del régimen, radicalizaron a las masas populares
en las ciudades, cosa que aprovecharon los progresistas.
En el verano de 1835 se produjeron una serie de motines populares en Andalucía, Barcelona
(quema de conventos y la fábrica Bonaplata), Madrid (donde se envió a la Regente una petición
con las principales exigencias: nuevo gobierno, nueva ley electoral, nuevas Cortes), Valencia,
etc. Las revueltas populares, dirigidas por los progresistas, y canalizadas a través de la Milicia
Nacional (cuerpos de ciudadanos armados, cuya labor debía ser la defensa de la Nación y del
régimen) exigieron una mayor rapidez en las reformas, y la llegada al poder de los progresistas.
La Regente nombró presidente del gobierno al progresista Mendizábal, quien empezó a realizar
rápidas y profundas reformas, entre las que destaca la Ley de Desamortización de los bienes
eclesiásticos de 1836. Estas medidas propiciaron la oposición de los sectores más
conservadores, que consiguieron que la Regente destituyera a Mendizábal. La respuesta
popular fue una nueva serie de motines en el verano de 1836, culminados por el
pronunciamiento de los “Sargentos de la Granja”, palacio en el que se encontraba la Regente,
que la obligaron a volver a llamar al gobierno a los progresistas.
En esta situación, los progresistas acometieron una reforma en profundidad del régimen,
conscientes de las exigencias populares de un auténtico régimen constitucional y una
ampliación del sufragio. El 8 de Junio de 1837 las Cortes promulgaron una nueva
Constitución:
- Tenía una declaración más amplia de derechos y libertades (libertad de prensa, de
opinión, de asociación, etc.).
- Soberanía Nacional: el poder legislativo recaía sobre la Nación, representada en las
Cortes, si bien lo comparte en parte con la Corona.
- División de poderes.
- El poder ejecutivo recaía en la Corona, que veía ampliados sus poderes al poder vetar
las leyes, disolver el Parlamento, nombrar a los senadores, nombrar y cesar libremente
a los ministros.
- El poder legislativo recaía en el Parlamento, formado por 2 cámaras: Congreso de
Diputados y Senado. La ley electoral perpetuaba el sufragio censitario, un poco más
amplio (+ de 25 años y pagar determinados impuestos, el 2,7 % de la población).
- Libertad religiosa, si bien con el compromiso de mantener al clero y culto católicos.
En las elecciones celebradas en 1837 los moderados obtuvieron la victoria (sólo votaban los
más ricos), y durante el periodo 1837-1840 gobernaron dentro del marco constitucional, pero
de un modo más conservador, aunque sin atreverse a ir tan lejos como para provocar otro
estallido de violencia popular. En 1840 prepararon una ley electoral aún más restrictiva,
limitaron la libertad de imprenta, intentaron limitar los efectos de la desamortización de
Mendizábal sobre las propiedades de la iglesia, y redactaron una Ley de Municipios que
permitía a la Corona nombrar a los alcaldes de las capitales de provincia.
Estas medidas, sobre todo la última, contaron con el apoyo de la Regente, y provocaron el
enfrentamiento con los progresistas. Nuevamente en 1840 se produce un amplio movimiento
insurreccional que provocó la dimisión de Mª Cristina. Hacía falta un nuevo regente, y los
progresistas le ofrecieron el cargo al general Espartero, el héroe de la lucha contra el carlismo,
con un gran prestigio popular, y conocido por sus ideas progresistas.
A partir de 1844 empieza el verdadero reinado de Isabel II. Gracias a las prerrogativas que la
Constitución daba a la Corona, los moderados se mantuvieron casi ininterrumpidamente en el
poder. Tras el golpe militar, con el apoyo del ejército, la nobleza y la burguesía moderada,
(terrateniente, castellana y centralista), asustados por las explosiones de descontento social, se
pusieron rápidamente a eliminar cualquier posibilidad de expresión para las masas.
Se volvió a poner en vigor la “Ley de Municipios”, se desarmó a la Milicia Nacional, y se redactó
una nueva Constitución, aprobada en 1845:
- Regulación de derechos muy ambigua. Si bien se mantenían los de 1837, se aclaraba
que serían regulados por una ley posterior, que los recortaba.
- Soberanía conjunta de las Cortes y la Corona.
- Poder ejecutivo reforzado, en manos de la Corona: nombra a los ministros, disuelve las
Cortes cuando la mayoría no le interesa. Comparte con las Cortes el poder legislativo,
y nombra a los senadores.
- Las Cortes comparten el poder legislativo. Formadas por 2 cámaras: Congreso y
Senado (aristocrático, elegido por la reina entre los próceres de la nación). Elegidas por
sufragio muy restringido (1 % de la población) según una nueva ley electoral.
- Limitación de la autonomía de los jueces y supresión de los juicios con jurados
populares.
- Estado confesional, católico, que se compromete al mantenimiento del culto y clero
(medida plasmada en el Concordato con la Santa Sede de 1851).
- Control central de las Diputaciones provinciales y los ayuntamientos.
- Supresión de la Milicia Nacional.
Otras medidas legislativas aprobadas durante este periodo y que acabaron de dar forma al
régimen liberal-burgués moderado fueron:
- Reforma de la Hacienda: (1845. Món). Supresión de algunos impuestos anteriores y
creación de nuevos, como la Contribución (sobre las propiedades rústicas, urbanas, las
actividades comerciales e industriales), y los Consumos (sobre determinados productos
de consumo como jabón, vino, etc.).
- Centralización administrativa. Se realizó la definitiva división provincial. Al frente de
cada provincia estaba un Gobernador Civil, presidente de la Diputación Provincial y
alcalde de la capital. Nombrado por el ejecutivo (Rey). Ley de Ayuntamientos (1845):
Todos los alcaldes nombrados por la Corona (capitales y ciudades de más de 2000
habitantes) o los Gobernadores Civiles (el resto), para tener bajo control a todos los
ayuntamientos. Centralismo: una estructura de la administración piramidal para
garantizar el control central de toda la administración. Sólo el país Vasco y Navarra
conservaban sus instituciones forales, aunque con sus competencias recortadas en
1841 y 1846.
- Concordato con la Santa Sede (1851): Estado confesional, católico, Tras la pérdida de
su patrimonio por la desamortización, el Estado mantiene el clero y el culto, y a cambio
la Iglesia reconoce las expropiaciones.
- Control del orden público: Leyes para el control de la opinión y la prensa, a través de la
implantación de la censura. También se suprimió la Milicia Nacional, mientras para
garantizar el orden se creaba en 1844 la Guardia Civil. Sus funciones eran civiles, pero
su organización era militar, lo que facilitaba su control. Nuevo Código Penal (1851).
- Nuevo sistema de instrucción pública y gratuita en 1857 (niños de 6 a 9 años),
controlado por el Estado central, pero costeado por los municipios. De escaso éxito,
pues en 1890 el 60 % de los niños no estaban escolarizados.
Durante los siguientes 10 años el nuevo régimen fue afianzándose tal y como la burguesía
conservadora deseaba. Las Cortes no tenían poder, y toda la actividad política giraba en torno
al gobierno y la Corona, a través de “camarillas” (grupos de presión). La reina hacía y deshacía
a su gusto, influida por su confesor (Antonio Mª Claret) y Sor Patrocinio.
Los carlistas hicieron un nuevo intento en 1848-49, en la “Guerra dels Matiners”.
El pueblo seguía excluido de la vida política y el recién nacido Partido Demócrata (1849.
Burgués, pero de planteamientos más modernos que los progresistas) se convirtió en una
fuerza de oposición.
En 1854 hubo una serie de escándalos de corrupción económicos y políticos. A esto se sumó
el proyecto de reforma de la Constitución para dar aún más poder al ejecutivo frente al
legislativo. Los progresistas protestaron, pero ante la imposibilidad de llegar al poder por la vía
electoral, en Junio de 1854 el general O’Donell se pronunció en Vicálvaro. Sectores
progresistas contrarios al gobierno firmaron el “Manifiesto de Manzanares” pidiendo el
cumplimiento de la Constitución, la reforma de la ley electoral para ampliar el derecho de voto,
la reducción de los impuestos y la restauración de la Milicia Nacional. A esta petición se
sumaron algunos militares y civiles. La reina, presionada, llamó a Espartero para presidir el
gobierno. Empieza así el “Bienio Progresista” (1854-1855).
Sin embargo las aspiraciones populares desbordaban en mucho a la política del gobierno, a lo
que se sumó una coyuntura de crisis económica y social, por lo que empezó a haber protestas
de los obreros (Barcelona. 1855) y del Partido Demócrata. Sus peticiones, de carácter social,
iban desde la abolición del impuesto de Consumos, la abolición del Servicio Militar, la mejora
de los salarios y la reducción de la jornada laboral. El gobierno presentó algunas reformas
pero no fueron suficientes. Se inició un levantamiento campesino en Castilla que se extendió a
muchas ciudades. La burguesía moderada empezó a temer un excesivo radicalismo, y empezó
una tendencia hacia el conservadurismo. O’Donnell fundó la “Unión Liberal”, partido bisagra
entre moderados y progresistas. Ante la situación de crisis, Espartero dimitió y la reina nombró
presidente del gobierno a O’Donnell, quien reprimió duramente todas las protestas y puso fin al
Bienio Progresista en Julio de 1856.
A partir de esta fecha el régimen burgués continuó con las mismas características de antes del
Bienio, pero con la máscara de la alternancia en el poder entre Moderados y la Unión Liberal.
Se restableció la Constitución de 1845, los impuestos sobre consumos, la censura, se volvió a
paralizar la desamortización, etc. Para distraer a la opinión pública se desarrolló una activa
política exterior, lo que de paso fomentaba la creación de una conciencia nacionalista,
patriótica. Se intervino en los conflictos de Indochina (1858-1862), México (1861-1862), Santo
Domingo (1861-1864) y Marruecos (1859-60). De 1863 a 1868 los moderados gobernaron de
forma autoritaria. La oposición de progresistas, demócratas y republicanos fue en aumento. En
una situación de crisis económica y social, con escándalos de corrupción política, el régimen
moderado y la reina Isabel II entraron en una crisis de la que no pudieron salir.