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III Congreso de la Asociación Española de Ciencias del Deporte

“Hacia la Convergencia Europea”


Valencia, 11-13 de marzo de 2004

VIOLENCIA EN EL DEPORTE: TAREAS PREVENTIVAS

Durán González, Javier


INEF. Univ. Politécnica de Madrid

Gutiérrez Sanmartín, Melchor


FCAFE. Universitat de València

RESUMEN
Que las conductas agresivas y violentas en y alrededor del deporte constituyen un
problema para la sociedad actual, parece un hecho comúnmente aceptado. No obstante,
cabe señalar que el deporte moderno ha eliminado gran parte de los componentes de
violencia física que caracterizaron históricamente la práctica deportiva. En la actualidad, el
deporte espectáculo exalta, a través de los medios de comunicación, otro tipo de
agresividad, aquella que glorifica la competitividad y exige la existencia de ganadores y
perdedores en cualquier ámbito de la vida social. A lo largo de esta ponencia trataremos de
abordar el problema de la violencia en el ámbito del deporte desde una perspectiva amplia,
es decir, analizando el papel de los deportistas, de los medios de comunicación, los
directivos, las fuerzas de orden público y los propios grupos radicales. Para ello,
presentaremos algunas teorías, tanto psicológicas como sociológicas, que intentan explicar
el porqué del fenómeno de la violencia y su permanencia en el tiempo, a la vez que
procuraremos aportar una orientación positiva encaminada a sugerir la reflexión sobre las
líneas más interesantes de prevención de estos comportamientos, incidiendo muy
especialmente en el deporte como medio educativo y de transmisión de valores.
Consideramos que frente a un modelo deportivo cargado de competitividad y búsqueda del
triunfo, debe fomentarse otro modelo de deporte más educativo, a través del cual se enseñe
que lo verdaderamente importante es jugar y divertirse, que el contrincante es el compañero
de juegos, y que los eventos deportivos hay que contemplarlos como festivas
manifestaciones del juego.

INTRODUCCIÓN
Las actuales relaciones humanas se encuentran cargadas de diferentes manifestaciones
violentas, de tal modo que los escenarios más cotidianos ofrecen un panorama en el que la
violencia constituye uno de sus principales ingredientes. Prueba de ello es que no pasa un
solo telediario sin que nos hablen de guerras, atentados terroristas, violencia doméstica,
robos y agresiones, así como de otros sucesos similares. Pero en esta ponencia no
abordaremos ninguno de estos aspectos, ya que nos centraremos en lo que se refiere a la
agresividad y la violencia en el deporte, tanto en lo que acontece dentro de la propia práctica
deportiva como en torno a ella (comportamiento de los espectadores, hinchas y seguidores
de jugadores y equipos).
Informativos televisivos, programas de radio y páginas de prensa facilitan con frecuencia
noticias sobre diferentes disturbios ocurridos en un evento deportivo: jugadores que se han
abofeteado, espectadores que han agredido o lanzado objetos contra jugadores, árbitros

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que han tenido que ser atendidos en hospitales debido a las heridas causadas por
desaprensivos que no han aceptado sus decisiones arbitrales, hinchas de un equipo que
entablan una batalla campal contra los seguidores del otro (con resultado de muerte en
demasiadas ocasiones), jugadores y coches apedreados por los incondicionales de un
equipo que no están satisfechos con el resultado del encuentro, cargas policiales contra
masas de energúmenos (hinchas) dedicados a destrozar el mobiliario urbano y cuanto
encuentran a su paso, y otras muchas noticias de diversa índole.
Pero para poder hablar con propiedad de la violencia en el deporte, una de las primeras
tareas que deberíamos acometer es la definición del término violencia, y procurar ver si ésta
difiere de la agresividad o comparten significados comunes, tarea que no resulta nada
sencilla a la vista de lo que nos ofrecen los diccionarios terminológicos. Así, en diferentes
fuentes encontramos el término “violencia” como la acción violenta o contra el natural modo
de proceder; considerando la agresividad como el comportamiento tendente a agredir a
alguien o a dominar o imponerse. Como puede apreciarse, no existe una barrera nítida que
diferencie ambos términos, por lo que en numerosas ocasiones hablaremos de agresividad y
violencia de forma conjunta. Sí parecen guardar, no obstante, un determinado orden, de
manera que la agresividad estaría primero y la violencia podría venir después. Dicho de otra
manera, diferentes contextos nos permiten deducir que la violencia constituye un grado más
elevado que la agresividad en la intención de un sujeto de causarle daño a otro.
En la Introducción del Dictamen de la Comisión Especial del Senado Español se
entiende por violencia en el deporte lo siguiente: "En el ámbito del deporte, la violencia
consiste en la transgresión de las reglas del deporte por parte de quienes lo practican y en la
violación de las normas cívicas de comportamiento social de los espectadores. La violencia
definida en estos términos no debe confundirse con la combatividad, cualidad indispensable
del deporte, ni siquiera con la agresividad, entendida como energía, fuerza física, moral de
victoria, espíritu de lucha".
La violencia en el deporte no es un fenómeno nuevo ni aislado. Recordemos, por
ejemplo, la brutal manifestación hecha por el futbolista americano Mike Curtis en 1970:
"Juego al fútbol porque es el único sitio donde puedes pegar a alguien impunemente".
Parecen existir dos razones principales para afirmaciones como ésta: a) una parte
importante de la violencia es inherente a todo deporte de contacto; b) ciertas prácticas
agresivas, aunque sean ilegales a los ojos de la ley que rige el deporte en concreto, llegan a
ser toleradas como algo que forma parte del juego (citado en Gutiérrez, 1995).
Señalaba Landry (1983) que el deporte puede ser tan bueno o tan malo como la
sociedad de la que forma parte. Se podría decir que el deporte no es un agente de cambio
en sí mismo, es él el que se acomoda al hilo del tiempo, de los esquemas de valores y de
los códigos sociales que prevalecen. Desde el origen de los antiguos juegos hasta el
deporte contemporáneo, sometido a diversas formas de profesionalismo deportivo, cada vez
más los límites de tolerancia de la violencia van siendo elevados. No sorprenderá, por tanto,
que para encontrar manifestaciones de amateurismo puro y juego limpio haya que buscar en
el deporte privado o no federado. En una sociedad en que la violencia alcanza una
consideración positiva, las cualidades del coraje, audacia y agresividad pueden conducir
fácilmente a la confrontación, la intimidación y la violencia. Se entiende así que el deporte
sea concebido como un microcosmos de la sociedad que lo ha engendrado y lo mantiene.

Existen varios tipos y grados de violencia deportiva. Landry (1983) nos ofrece una
clasificación que se corresponde con la propuesta hecha por el abogado americano Walter
Kuhlman y el profesor canadiense Michael Smith, sobre la base de una interpretación
jurídica del fenómeno. Las cuatro categorías presentadas en esta escala de legitimidad del
comportamiento van en orden decreciente:
1. El contacto físico propiamente dicho. Es inherente al deporte, desde un grado máximo
como en el boxeo o el fútbol americano, hasta un grado menor como en el baloncesto o

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waterpolo. Es aceptado, ya que cuando se participa se acepta por el hecho mismo de
participar, entendiendo que el contacto físico es inevitable, y que existe la posibilidad de
llegar a sufrir lesiones corporales, incluso graves. El contacto físico "normal" o legal puede
degenerar en brutalidad cuando el contacto adquiere una importancia desmesurada en
relación con las exigencias habituales de la tarea deportiva. Los golpes viciados y la
ferocidad son a menudo resaltados a título de cualidades. Su práctica supone un obstáculo
para el desarrollo del fair play, pero no viola necesariamente las reglas oficiales del deporte
en concreto.
2. La violencia impune. Los ataques tienen lugar de manera rutinaria aunque están
prohibidos por los reglamentos. De hecho, son más o menos aceptados por los
espectadores y jugadores (como ocurre en el hockey, el baseball, e incluso algunas
modalidades de atletismo, metiendo el codo en las curvas). Juzgar los comportamientos
corresponde a los árbitros y jueces oficiales, no viéndose implicados en el proceso los
administradores de las ligas ni los consejeros legislativos. Las sanciones raramente van más
allá de breves suspensiones o de ligeras multas. Las razones que sustentan la inmunidad
relativa de las acusaciones y procesos judiciales incluyen: las particularidades de los grupos
subculturales, la solidaridad artificial de los grupos de igual afinidad, el hecho de que el
aparato judicial convencional es juzgado inadecuado para regular los problemas del deporte.
3. La violencia cuasi-criminal. No solamente viola los reglamentos deportivos sino
también las normas informales de conducta de los jugadores. Podría llegar a ocasionar
lesiones graves. Se sitúa bajo la atención de los administradores y es vista en ciertos
medios como un ultraje público, lo que supone que terminen ocupándose de ella las
autoridades legales. Las sanciones van desde la suspensión para varios partidos hasta la
suspensión total. Los recursos jurídicos y procesos criminales, raros en el pasado, tienden a
aumentar rápidamente.
4. La violencia criminal. Esta clase de violencia es tan evidente que sale del terreno
propio de lo que se considera parte del juego, que es dirigida a la competencia y al poder del
aparato judicial. Pueden ocasionarse diversas formas de invalidez física o incluso la muerte.
Hasta aquí, Landry se ha referido principalmente a la violencia en el deporte, pero
quedaría aún por mencionar todas las formas de violencia que pueden tener más o menos
relación con el juego, pero que se desarrollan fuera del mismo (nos referimos al
comportamiento de hinchas y seguidores de los jugadores y equipos).
En un artículo de Trudel y cols. (1992), Pooley (1989) señalaba como factores que
contribuyen al desarrollo de la violencia en el deporte, y más concretamente en el hockey,
los siguientes: la importancia exagerada concedida al triunfo a cualquier precio, el nivel de
violencia permitido en cada deporte, ciertos entrenadores irresponsables, reglamentos
inadecuados, la incompetencia de algunos árbitros, el bajo nivel de habilidad técnica, la
influencia de los medios de comunicación y la ausencia de valores morales.
Ferreira (1984), en el propio título de su trabajo, señalaba la falta de espíritu deportivo y
de ética como razones principales de la violencia en el deporte.
Por otro lado, todos sabemos que los comportamientos agresivos y violentos, muy
frecuentes en y alrededor de los espectáculos deportivos profesionales, de carácter
comercializado, hace un tiempo que vienen ejerciendo una poderosa influencia negativa
sobre el comportamiento de jugadores, espectadores, padres de jugadores y entrenadores
del deporte infantil y juvenil, convirtiéndose las conductas de estos últimos en fiel reflejo de
las manifestaciones de los primeros. Por todo ello, consideramos llegado el momento de
tomarse más en serio este problema e invertir los esfuerzos necesarios para analizar cuáles
pueden ser las causas de todas estas actuaciones violentas y de qué manera se podría
intervenir tanto para erradicar como para prevenir la violencia en las prácticas deportivas y
en torno a ellas.

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PERSPECTIVA HISTÓRICA DE LA VIOLENCIA EN EL DEPORTE
Abordar desde una perspectiva histórica la relación entre violencia y deporte obliga a
referirse al trabajo de Elias y Dunning (1992) “Deporte y Ocio en el Proceso de la
Civilización”. Ambos autores ayudan a superar la idea generalizada que existe en cuanto a
considerar todo proceso de civilización como algo opuesto a cualquier tipo de violencia. La
violencia no desaparece con la civilización, se transforma.
Tras un período de luchas violentas entre reyes y señores feudales se produjo en
Europa el establecimiento de monopolios de gobierno fuertes, estables y efectivos,
sustentados en dos grandes derechos reforzados mutuamente: el derecho a hacer uso de la
fuerza y el derecho a establecer impuestos. Transformaciones sociales que propiciaron
intensos procesos civilizadores y de pacificación en el interior de los nuevos Estados y con
ellos el crecimiento de la riqueza.
Estos cambios en el entramado social dejaron su huella también en la propia estructura
psicológica de los individuos, los cuales al verse desposeídos de sus competencias bélicas,
incluso de defensa (física) personal, desarrollaron mecanismos mentales que les facilitaron
el desempeño de su nuevo rol. Las personas sentían cómo disminuían sus deseos de
protagonizar y presenciar sucesos extremadamente crueles y violentos.
La evolución del deporte es un claro reflejo de este proceso civilizador. Un repaso
histórico por los juegos competitivos de Grecia y Roma Antigua, la Edad Media, el
Renacimiento y finalmente los siglos XVIII y XIX, confirma claramente esta evolución
civilizadora. A pesar de que el moderno movimiento olímpico se ha esforzado por utilizar el
modelo deportivo de la antigua Grecia como ideal de nobleza y ha tratado de identificarse
con él (Barbero, 1993), la mayor parte de los historiadores han puesto de manifiesto que los
ejercicios físico-competitivos realizados en aquella época eran incomparablemente más
violentos que los deportes actuales. El pancracio, modalidad de combate integrada en los
concursos olímpicos antiguos (siglo IV a. de J.C.) es un ejemplo evidente. En ella estaban
permitidos golpes de todas clases: patadas, mordiscos, torceduras, dislocaciones y hasta el
mismo estrangulamiento. El grado de violencia física tolerado era incomparablemente más
elevado que el admitido actualmente en cualquier deporte de lucha.
Si con respecto a Grecia podían existir algunas dudas por la sesgada interpretación que
se ha hecho de su "modelo deportivo", con respecto a los juegos romanos ha existido
siempre una total unanimidad en calificarlos como enormemente crueles. La brutalidad de
los combates de gladiadores son de sobras conocidos. Este clima de violencia no se
limitaba a la arena de los Circos, también afectaba al comportamiento de los asistentes a
dichos espectáculos, que con frecuencia tenían que ser controlados mediante porras y
látigos. Las ya clásicas facciones de "verdes" y "azules" protagonizaron sucesos gravísimos
que llegaron incluso a ocasionar 30.000 muertos (Guttmann, 1986).
Durante la Edad Media, los torneos, ejercicios restringidos a caballeros y señores,
experimentaron asimismo un claro descenso en cuanto a los niveles de violencia real
tolerada en ellos. Los controles para regular los excesos violentos ocasionados con motivo
de estas prácticas fueron cada vez mayores.
En relación a los juegos de pelota practicados en el Renacimiento y considerados por
muchos como los primeros antecedentes de algunos de los deportes actuales más
conocidos como el fútbol o el rugby, se caracterizaban por un escaso nivel de organización.
Esta menor regulación y normalización se evidencia en cuestiones tales como el número
variable de participantes en ellos, llegándose incluso a sobrepasar el millar; la no necesaria
igualdad numérica entre los equipos contendientes; o la enorme variabilidad en las reglas
según las zonas geográficas en las que se practicaba. Pese a esta evidente heterogeneidad
se destaca no obstante un rasgo común a todos estos juegos populares de pelota, y era que
implicaban un nivel general de violencia física mucho más alto que el que hoy en día se
permite en el rugby, fútbol u otros juegos parecidos. Desde nuestra perspectiva actual los
tacharíamos de salvajes y brutales (Dunning et al. 1981, 1988b).

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El progresivo proceso de reglamentación que experimentaron tanto los ejercicios de
caza, de lucha, las propias competiciones atléticas y por supuesto los más modernos juegos
de pelota durante los siglos XVIII y XIX, se encuentra estrechamente relacionado con el
menor grado de violencia tolerada en ellos. Todas las transformaciones sufridas por estas
modalidades las encaminaban hacia formas mucho más organizadas, institucionalizadas,
estables y desde luego menos violentas y más civilizadas. En definitiva, el deporte moderno
emerge como reflejo microcósmico del proceso civilizador general que experimentaron
nuestras sociedades (Dunning, 1990).
A pesar de que siempre que ocurre algún incidente violento grave en los espectáculos
deportivos actuales se alzan voces señalando que el nivel de violencia deportiva está
alcanzando cotas sin precedentes (Carroll, 1980), lo cierto es que el rigor de los análisis
sociológicos muestran con toda claridad el menor grado de violencia física admitido en los
actuales eventos deportivos en comparación con cualquier otro período histórico. La propia
alarma social que origina cualquier tragedia o accidente que sucede en ellos actualmente es
la mejor constatación de esta mayor sensibilidad social existente (Dunning et al., 1988c).
El propio fenómeno del vandalismo en el fútbol, que podría interpretarse como un
retroceso en esta evolución, ha servido para sentar las bases de otro empuje civilizador
todavía mayor en los modernos espectáculos deportivos (Dunning et al., 1984). La tragedia
de Heysel provocó tal reacción social y política, tanto a nivel nacional como internacional
(Rimé y Leyens, 1988), que el problema de la inseguridad en el interior de los recintos
deportivos se encuentra prácticamente en vías de extinción. Ahí están, por ejemplo, las
reformas arquitectónicas obligatorias en los grandes estadios de fútbol europeos, donde
todo espectador debe permanecer sentado durante el evento, e incluso la desaparición
progresiva de las vallas que rodean los terrenos de juego (Dunning et al., 1992).
A pesar de todo lo expuesto hasta aquí, evidenciar el proceso civilizador de nuestras
sociedades no debe interpretarse como una invitación al conformismo o al conservadurismo,
sino todo lo contrario. El progreso humano y social, por su propia esencia, debe hacer de
nosotros individuos cada vez más exigentes con nuestro entorno y con nosotros mismos, no
olvidando nunca cuál es el momento histórico y temporal que nos ha tocado vivir y las
cualidades que deberían caracterizarlo.

TEORÍAS PSICOLÓGICAS EXPLICATIVAS DE LA VIOLENCIA EN EL DEPORTE


La agresividad y la violencia en y alrededor del deporte son aspectos que últimamente
vienen ofreciendo un gran interés, principalmente por la, cada vez mayor, abundancia de
manifestaciones agresivas en la práctica deportiva. De aquí que tanto los psicólogos como
los sociólogos estén preocupados por analizar sus causas y la forma de reducirlo. Terry y
Jackson (1985) nos ofrecían un modelo interpretativo de los determinantes y el control de la
conducta agresiva en el deporte que contempla tres perspectivas fundamentales: la agresión
como instinto, la hipótesis de la frustración agresión, y la agresión como conducta social
aprendida.
a) Teoría de la agresión como instinto. De acuerdo con las teorías de la “agresión innata”,
el deporte serviría de catarsis para la reconducción de dicha agresión. Esta teoría, basada
en las características genéticas de la conducta, resulta insuficiente para explicar muchos de
los comportamientos humanos, reconociendo que existen numerosas influencias externas
que también pueden interactuar como determinantes de la conducta agresiva en el terreno
deportivo.
b) Teoría de la frustración-agresión. Según la hipótesis de la “frustración-agresión”, se
afirma que las conductas agresivas siempre presuponen la existencia de alguna forma de
frustración, y consecuentemente, la frustración conduce a ciertas formas de agresión,
aunque no siempre se conviertan en actos violentos. Así se explicaría, por ejemplo, que los

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perdedores se muestren más agresivos que los ganadores, lo cual no justifica que siempre
que se pierde se deba mostrar uno violento.
c) Teoría de la agresión como conducta social aprendida. Los deportistas están sujetos a
poderosos procesos de socialización mediante los cuales aprenden conductas apropiadas e
inapropiadas. De acuerdo con la teoría del “aprendizaje social”, los fundamentos de la
socialización se apoyan en dos principios: el refuerzo y el modelado, que generalmente
actúan de manera combinada. En el deporte, el refuerzo de los actos violentos emana de
tres fuentes principales: a) el grupo de referencia inmediato a los deportistas, especialmente
los entrenadores, compañeros y familia; b) la estructura del deporte y la ejecución de las
reglas por los directivos y árbitros; c) y las influencias sociales (actitudes de los seguidores,
medios de comunicación, tribunales de justicia y sociedad en general).
El modelado implica la imitación de la conducta, especialmente la que es percibida como
exitosa. Como el deporte, especialmente el profesional, recibe una enorme cobertura
informativa, es muy normal que los deportistas jóvenes intenten imitar las conductas de sus
héroes en las ligas profesionales. El proceso de modelado atribuye al deporte profesional la
responsabilidad de mostrar ejemplos de conductas deseables, debido al gran poder que los
deportistas profesionales poseen hoy día para influir en las futuras generaciones de jóvenes
deportistas. Pero como a su vez, la conducta de los deportistas profesionales se ve también
influida por el refuerzo y las presiones directas por parte de los entrenadores, compañeros,
medios de comunicación, promotores del deporte y ejecutivos, entonces la responsabilidad
de crear unos modelos apropiados de rol, debe repartirse entre todos estos agentes.
Modelo explicativo de la conducta agresiva en el deporte. Es un modelo propuesto por
Terry y Jackson en 1985, que ayuda a comprender la interacción entre diversas variables
que determinan la incidencia de la agresión, con objeto de aislar aquellas variables que
pueden ser manipuladas con éxito para frenar la violencia deportiva. Según este modelo,
cada persona desarrolla un cierto potencial o propensión para la conducta agresiva que es
configurada por una predisposición innata a la agresión que cada cual combina con las
influencias sociales y morales a las que se encuentra expuesto. Se llega a la conclusión de
que el aprendizaje social es el factor dominante a la hora de determinar la propensión de un
individuo a la conducta agresiva. Así pues, la agresión es conceptualizada como el resultado
de la interacción entre la situación y el individuo.
Es evidente que situaciones muy cargadas licitan diferentes niveles de agresión por
parte de los diferentes individuos, lo que supone que cada persona posee una propensión
variada hacia la manifestación de conductas agresivas cuando practica deporte. No
obstante, identificar los determinantes de la agresión, resuelve únicamente la mitad de los
problemas, ya que la tarea más importante consiste en idear estrategias capaces de reducir
los comportamientos agresivos y violentos.
Asumiendo que la predisposición genética de un individuo hacia la conducta agresiva es
una constante, y que los valores morales permanecen relativamente estables, entonces la
dirección más efectiva para reducir la propensión de una persona hacia la agresión es
mediante el aprendizaje social. Una importante característica de este modelo explicativo es
que las consecuencias de la agresión afectan la capacidad de aprendizaje social, en el
sentido de influir sobre la propensión del individuo hacia futuras conductas agresivas. Esto
supone que el sistema de refuerzo mediante recompensas o castigos puede reducir la
probabilidad de la conducta inadecuada; lo cual nos llevaría a castigar con firmeza la
agresión, de manera combinada con una sustancial recompensa del fair play. Pero la
obediencia de las reglas no será internalizada sin el refuerzo aversivo de las acciones
antirreglamentarias derivadas del comportamiento de los entrenadores, compañeros de
equipo, árbitros, espectadores y medios de comunicación.

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UNIDADES PSICOSOCIALES Y FACTORES FACILITADORES DE LA AGRESIVIDAD Y
LA VIOLENCIA
Según Díaz-Aguado (1995) existen unos “rasgos universales” que caracterizan la
personalidad violenta, los cuales surgen como consecuencia de una permanente interacción
con toda una serie de factores sociales o contextuales que es necesario analizar: el
ambiente familiar, el escolar, las pandillas de amigos, los medios de comunicación, ciertos
valores sociales imperantes... etc. Según esta autora: (...) la violencia genera violencia. (...)
convivir con la violencia aumenta el riesgo de ejercerla o de convertirse en su víctima,
especialmente cuando la exposición cotidiana a la violencia se produce en momentos de
mayor vulnerabilidad como la infancia o la adolescencia.
Violencia en el contexto familiar. Una gran parte de la violencia que existe en nuestra
sociedad tiene su origen en la violencia familiar. La familia es muy importante porque en ella,
sobre todo en los primeros años, aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos y con
los demás. Por tanto, aquellas primeras experiencias nos van a influir decisivamente para el
resto de nuestra vida. Si aquella experiencia resultó positiva, como ocurre en la gran
mayoría de niños que crecen amados y respetados, la relación que establecen a lo largo de
su vida con los demás, será positiva y confiada. Por el contrario, aquellos niños que nacen y
crecen en un entorno familiar hostil, aprenden a relacionarse con los demás de una forma
distorsionada, e interpretan las relaciones sociales como si sólo existieran dos papeles, el de
agresor y el de agredido, el de verdugo y el de víctima, el de explotador y explotado (Díaz
Aguado, 1995; Musitu, Román y Gutiérrez, 1996; Rojas Marcos, 1995).
Está demostrado que la mayoría de padres violentos han sido en su niñez víctimas de la
violencia en sus propias familias. Esta transmisión intergeneracional de la violencia no es
algo inevitable. La mayoría de las personas (en torno al 70%) que la sufrieron en su infancia
no la reproducen en etapas posteriores. Para romper este ciclo es muy importante reconocer
las experiencias de maltrato sufridas como tales y expresar a otras personas los efectos
negativos que suscitaron, y establecer vínculos afectivos no violentos que proporcionen
experiencias positivas de uno mismo y de los demás (Díaz-Aguado, 1995).
Existe también una estrecha relación entre la utilización de la violencia contra los niños y
su uso entre los adultos que con ellos conviven. Más del 40% de los padres que maltratan a
sus hijos tienen relaciones violentas entre sí. Los estudios realizados sobre mujeres
maltratadas reconocen que vivir dichas situaciones genera en sus hijos problemas similares
a los que produce el hecho de ser maltratados directamente (Díaz-Aguado, 1996).
Violencia escolar. Los estudios sobre comportamientos antisociales en la juventud y
edad adulta han demostrado que ya en el contexto escolar (entre los 8 y 10 años
aproximadamente) estos individuos manifiestan ciertas características problemáticas: son
rechazados por el resto de compañeros; se llevan mal con los profesores; manifiestan
hostilidad hacia diversas figuras de autoridad; evidencian una baja autoestima; tienen
dificultades para concentrarse, planificar y terminar sus tareas; no se identifican con el
sistema escolar; suelen abandonar prematuramente la escuela (Coleman, 1982; Conger y
otros, 1965; Glueck y Glueck, 1960; citados por Díaz-Aguado, 1996).
Otros estudios han incidido en el hecho de que “los niños y jóvenes con comportamiento
antisocial suelen mantenerlo e incrementarlo porque con dicho comportamiento obtienen la
atención de personas significativas para ellos (compañeros, profesores); atención que tiende
a convertirse en un premio debido a la fuerte necesidad de protagonismo que les caracteriza
y a la ausencia de alternativas positivas para conseguirlo” (Díaz-Aguado, 1999). Una lógica
similar la encontraremos en el reconocimiento que encuentran en los medios de
comunicación, aunque éstos hablen de ellos de forma crítica.
Perfil sociodemográfico. Las investigaciones existentes muestran un enorme paralelismo
en el perfil sociodemográfico de los sujetos que actúan violentamente en el contexto
deportivo y los que ejercen una violencia de naturaleza racista y xenófoba. Suelen ser
adolescentes varones de edades comprendidas entre los 15 y los 20 años, que han

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abandonado la escuela o tienen importantes dificultades en dicho contexto. La vinculación
directa con personas mayores de 30 años en dichos actos de violencia es casi nula y la
ausencia de mujeres prácticamente total.
La importancia de las pandillas/grupos de amigos en la adolescencia: la violencia como
resultado de la obediencia o presión grupal. La adolescencia es un período en la vida del
individuo que se caracteriza por la “incertidumbre sobre la propia identidad”. Por ello el joven
vive con tanta intensidad su pertenencia al grupo de amigos con los que se identifica. La
importancia socializadora que estos "grupos de pertenencia" tienen en esas edades es bien
conocida en el ámbito psico-sociológico. En ellos, los adolescentes buscan y hallan
sentimientos de comunidad y seguridad, de reconocimiento y afirmación, de afecto y calor
emocional.
Es evidente que los jóvenes tienden a repetir en sus pandillas de amigos las mismas
pautas de comportamiento y sociabilidad que reciben en sus ambientes familiares
respectivos. Muy difícilmente un joven que haya crecido en un entorno familiar de estabilidad
emocional y donde haya recibido el cariño y la atención adecuados buscará acomodo en
núcleos juveniles donde los valores fundamentales sean la violencia y la destrucción. Por el
contrario, aquellos niños que han nacido y se han desarrollado en ambientes problemáticos
en los que se les ha podido tratar cruel y violentamente, se sentirán obviamente más
cómodos entre jóvenes de características similares que les faciliten su relación con el
entorno de la única forma en que saben hacerlo, hostilmente. Es más, el dramatismo, la
intensidad y la virulencia con que algunos de estos jóvenes llegan a vivir su vinculación y
dependencia de esos grupos (llegando incluso a dar la vida por ellos) evidencia hasta qué
punto esas pandillas se convierten en verdaderas “familias alternativas” en las que han
encontrado la protección, la atención, el reconocimiento, el amor incluso del que han
carecido.
Hemos verificado que la gran mayoría de los jóvenes que se sitúan en los fondos de los
estadios de fútbol asisten en pandillas, en pequeños grupos de amigos. De hecho esa
“necesidad de sentir que se pertenece a un grupo o el miedo a la exclusión pueden
obstaculizar la autonomía necesaria para resistir a la presión grupal, aunque ésta suponga
comportamientos, como la violencia, que van en contra de las propias convicciones.”
Es interesante en este sentido constatar que la resistencia a la presión grupal aumenta
en ciertas condiciones como por ejemplo “con la presencia de otros compañeros que
también se resisten; y con la proximidad de la víctima así como con la posibilidad de
observar las señales de dolor provocado por la agresión” (Díaz-Aguado, 1995).

Personas que sufren distorsiones cognitivas a la hora de interpretar la realidad. Son


personas que “perciben la realidad de forma dicotómica” (para ellos todo es blanco o negro),
y estereotipada (simplifican de modo extremo la realidad percibiendo a las personas que
forman parte de un grupo como si fueran un único individuo, sin reconocer las múltiples
diferencias que existen entre ellos). Esa percepción les lleva a construir su propia identidad
de forma etnocéntrica, es decir sobre la base de una absoluta diferenciación entre los
“nuestros” (los buenos, los amigos, el propio grupo) y los “otros” (los malos, los enemigos,
contra los que se construye la propia identificación). El conflicto entre grupos lo viven como
algo permanente e irresoluble, sólo existen dos alternativas: dominio o sumisión.
Además, “interpretan las señales ambiguas dirigidas hacia ellos como una muestra
intencional de hostilidad”:
¿Que quiénes son mis enemigos? Pues el tío que tengo enfrente y que me ha tocado los cojones.
Es que no sé de verdad. No hay que darle tantas vueltas porque mañana puede ser uno y pasado
otro. (...) el que se meta con mi novia. Que me vacile. Que intente reírse de mi. Que me tire una copa
encima. Que me empuje. Y sobre todo, claro, que me miren mal. De verdad, lo de la mirada es
fundamental. Porque hay miradas que son provocativas. Y no es porque tengas complejos de
inferioridad ni nada de eso. No, joder. Lo que pasa es que por qué cojones un tío te tiene que estar

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mirando... (Relato de un joven violento, 24 años. "Por qué somos así de violentos"; El Mundo,
28-5-95, pág. 10).

INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICA DE LA VIOLENCIA EN EL DEPORTE


El deporte es un fenómeno social y como tal exige ser aprehendido en su contexto
histórico y sociológico. A mayor comprensión de las claves históricas y de la estructura
social en la que se inserta el hecho deportivo mejor entenderemos éste; y a la inversa, su
conocimiento y estudio mejorará la comprensión de nuestra propia sociedad (Elias, 1992, en
Durán, 1996a).
Para entender en toda su profundidad y complejidad el fenómeno de la violencia en y
alrededor del deporte, nos resulta extraordinariamente útil el modelo figuracional de Norbert
Elias (1992). Lo que Elias plantea es que para entender cómo la violencia en y alrededor del
deporte sigue manteniéndose en el tiempo, debemos ser capaces de aprehenderlo como un
entramado en el que muchos sectores tienen intereses en su continuidad.
Para llegar a entender conflictos sociales duraderos en el tiempo debemos observarlos e
interpretarlos desde la lógica de la interdependencia entre contrarios. Pensemos por ejemplo
en la manera en que observamos un encuentro deportivo. Cualquier juego entre grupos
contendientes evidencia una dinámica en la que “todos” los jugadores integran un conjunto
interrelacional e inseparable, este moverse y reagruparse de los jugadores de “ambos”
equipos de manera interdependiente en repuesta unos a otros constituye la propia esencia
del juego (Elias y Dunning, 1992).
Si alguien concentrara toda su atención sólo en la actividad de los jugadores de un
equipo y cerrara los ojos a la del otro, no podría seguir el juego. Aisladas e independientes
de las acciones y percepciones del otro equipo, serían incomprensibles para ese espectador
las acciones y experiencias de los miembros del equipo que trata de observar. El propio
juego lo componen los dos equipos en un continuo proceso de interacción entre ellos. Si en
el caso de un enfrentamiento deportivo no resulta difícil reconocer la interdependencia entre
los contrarios, la interconexión de sus acciones y, consecuentemente, el hecho de que los
grupos rivales en acción forman una sola estructura, cuando analizamos otro tipo de
conflictos políticos o sociales más generales estas interrelaciones resultan mucho más
difíciles de reconocer y aceptar.
De acuerdo con este planteamiento teórico consideramos que el fenómeno de la
violencia en y alrededor del deporte sólo puede comprenderse como un verdadero
entramado entre diferentes sectores, grupos y estamentos sociales implicados en el mismo,
y sobre todo, analizando los diferentes niveles de interdependencia que se establecen entre
ellos. Dicho de otra manera, aceptando y asumiendo que debajo de las relaciones
claramente conflictivas que este fenómeno genera entre los diferentes elementos del
sistema, se esconde a su vez una compleja red de intereses interdependientes entre ellos.
Analicemos algunos sectores:
La responsabilidad de los clubes y directivos. Desde el origen de este fenómeno, las
interrelaciones entre los grupos de hinchas radicales y las directivas han sido estrechas y
complejas. Lo que en un principio podía parecer como irresponsabilidad, se ha convertido en
auténtica connivencia. Los ultras han pasado a formar parte del espectáculo y del negocio.
Presidentes y directivos del fútbol no pueden seguir lavándose las manos cada vez que
algún fanático ultra comete una fechoría, porque también ellos son en gran medida
responsables de esos actos y tienen enormes responsabilidades: cuando financian a esos
grupos, permiten a un líder de extrema derecha aparcar su coche en el Estadio Santiago
Bernabéu al lado del automóvil del Presidente, hacen declaraciones del tipo “a ese negro le

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corto la cabeza”, o cuando aceptan que todo un estadio guarde un minuto de silencio por la
muerte de un delincuente racista, por muy seguidor del equipo que fuera.
Tal como señala Vázquez Montalbán (1996), estos dirigentes se convierten en:
“caudillos de ejércitos simbólicos que manipulan millares, millones de conciencias. La hinchada
de cada club de fútbol es un ejército simbólico no siempre desarmado. De la naturaleza del líder del
club depende en buena medida el comportamiento de esos ejércitos de soldados que van al campo a
romperle la crisma al adversario, no siempre simbólicamente. Si el presidente del club es un
personaje zafio, marrullero y violento está proponiendo esa norma de conducta como una jerarquía
de valores a asumir por sus seguidores”.
En términos muy parecidos se expresaba el sociólogo Amando de Miguel cuando
afirmaba que son los propios clubes y sus presidentes los que:
(...) fomentan la violencia a través del cultivo de los grupos fanáticos. En la medida en que el
fútbol es ya un programa de la televisión, lo que ocurre en las gradas forma parte del espectáculo. Ya
no son veintitantos los actores del drama, sino decenas de miles. Si no fuera así, los clubes no
ganarían tanto dinero y lo suyo es ganar dinero. Así que nada de escandalizarse farisaicamente con
los excesos de los fanáticos. Son criaturas de la organización (Diario 16, 31-3-95).
Las responsabilidades de los directivos: el fútbol como modelo social. En los últimos
tiempos estamos asistiendo a una profunda transformación liderada por los presidentes de
dos de los grandes clubes de fútbol de este país, el Real Madrid y el Barcelona, que han
asumido a conciencia el objetivo de acabar con los sectores más violentos de sus
hinchadas, y además han suavizado sus mutuas relaciones.
Resulta muy llamativo y esclarecedor observar en este caso cómo una iniciativa de los
máximos responsables se proyecta al resto de la sociedad y cómo los aficionados en
general, y los propios medios de comunicación, suavizan a su vez sus actitudes “imitando”
los comportamientos de estos dos presidentes.
El papel de los medios de comunicación. El papel que juegan los medios de
comunicación ante el fenómeno de la violencia es extraordinariamente delicado y
ambivalente. Por un lado contribuyen decisivamente con su cobertura informativa de estos
sucesos a elevar el fenómeno a categoría de problema social y político, es decir a
concienciar tanto a los dirigentes políticos como a la propia sociedad de estos hechos
(violencia ultra del fútbol, violencia racista y xenófoba, o agresiones en el seno familiar a
niños o mujeres). En este sentido su labor es necesaria y enormemente positiva. Ahora bien,
cuando los periodistas que cubren este tipo de fenómenos no tienen una especial
sensibilidad y una ética profesional, es muy fácil traspasar la frontera que separa una
información de denuncia responsable a un sensacionalismo que contribuye a consolidar o
incluso agravar el fenómeno denunciado (Ingham, 1986; Van Limbergen et al., 1987).
Este tipo de controversias está plenamente vigente por ejemplo en el cine. Existe una
corriente de directores centroeuropeos, comprometidos éticamente, que han optado por
realizar un tipo de película desde una enorme responsabilidad social, es decir midiendo con
enorme precisión las consecuencias de su trabajo, buscando hacer un verdadero alegato
contra la violencia. Para ello, nos muestran toda la violencia pero siempre desde la óptica de
la víctima, tratando de reflejar en toda su crudeza el padecimiento de la persona que sufre la
violencia y por supuesto evitando al máximo recrearse en el papel del agresor. Un magnífico
ejemplo de esto podemos encontrarlo en una película del director austriaco Michael Haneke
titulada “Funny Games”; todo lo contrario al cine, por ejemplo, de Tarantino, que convierte a
los agresores en los verdaderos héroes de la pantalla.
Con el fenómeno del vandalismo en el fútbol ha ocurrido algo similar. La práctica
totalidad de los científicos sociales británicos que estudiaron el origen de dicho fenómeno en
Inglaterra allá por los años 60, coinciden en señalar la enorme influencia que los medios de
comunicación tuvieron en la generalización de estas formas de conducta.

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Cuando a Inglaterra le concedieron la organización de la Copa del Mundo de 1966,
muchos medios de comunicación empezaron a enviar a los estadios de fútbol a periodistas
con el fin de informar específicamente sobre ciertos comportamientos violentos de los
hinchas hasta entonces totalmente minoritarios y prácticamente desconocidos para el
público. Los periodistas empezaron a informar extensa y detalladamente de estos sucesos.
Las consecuencias fueron varias:
La información sobre la violencia sufrió una progresiva "autonomización", es decir pasó
de ser tratada como un aspecto tangencial del juego y estar incluida dentro de las crónicas
de los partidos, a constituirse en un auténtico fin informativo, a convertirse en un auténtico
espectáculo en sí misma, a "disfrutar de una personalidad definida" en dichos medios
(Castro Moral, 1986). Lejos de abordar estas informaciones con la objetividad y la ética que
hubiera sido necesaria, los medios, con su tratamiento del problema sensacionalista,
acabaron por convertirse en auténticos "portavoces sociales" de los hinchas (Harré, 1987).
“Cuando dirigimos nuestra atención al papel de la prensa en el gamberrismo en el fútbol, vemos
que la retórica de los reportajes periodísticos es un reflejo fidedigno de la retórica de los hinchas y no
una descripción precisa de los acontecimientos. Los periódicos, por decirlo así, se confabulan con los
hinchas para crear una atmósfera de peligro físico, con derramamiento real de sangre y rotura de
huesos” (Harré, 1987).
Ni que decir tiene que esa “espectacularidad y sensacionalismo” que caracterizó el
tratamiento informativo de este fenómeno en sus inicios, conectó claramente con la
necesidad de “reconocimiento y notoriedad” que evidenciaban muchos de aquellos jóvenes
que los protagonizaban. Se puede hablar por tanto de una evidente “interdependencia y
retroalimentación” en la relación de los “hinchas” con los “medios de comunicación”. Si para
los primeros los periodistas elevan sus actos a naturaleza de “acontecimiento social” ante
los cuales despliegan toda su simbología y parafernalia, éstos últimos descubren en las
conductas de los anteriores "otro espectáculo enormemente rentable" (Murphy et al., 1990).
Las entrevistas y discusiones de grupo con jóvenes que desarrollamos durante el trabajo
de campo de investigaciones anteriores (Durán, 1996a) con muchos de éstos, evidenciaron
hasta la saciedad hasta qué punto dicha publicidad es sin duda su mayor logro y su principal
refuerzo. Estos grupos llevan auténticos dossieres con todos los recortes de prensa y videos
en los que se les menciona y aparecen. Dicha atención mediática les incita a seguir
actuando de la misma forma e incluso a acentuar su violencia, puesto que la experiencia les
confirma que este modelo de actuación les garantiza la atención social. Con sus acciones
cada vez más espectaculares tratan de no defraudar las expectativas creadas. ¿Acaso no
es eso lo que se espera de ellos? (Ej. del ranking de grupos violentos de la Comisión).
¿Hasta qué punto los medios informan sobre la violencia o la generan? Nuestras propias
observaciones han puesto de manifiesto de manera inequívoca que en muchas ocasiones la
presencia directa de cámaras y periodistas ante ellos les incita a actuar violentamente:
(...) quiero destacar el refuerzo tremendamente negativo que tienen los medios de comunicación
sobre estos jóvenes. Después de un partido que había transcurrido sin ningún tipo de incidentes, y
con una perfecta actuación por parte de todos los estamentos implicados, por la estructura del
Estadio de Las Gaunas hubo que evacuar a todo el público de general (aficionados locales) justo por
la puerta en la que estaba ubicado el grupo Ultras Sur, que como es bien sabido por motivos de
seguridad deben abandonar el campo los últimos. Durante esos largos 15 ó 20 minutos que duró el
desalojo (conviene hacer notar que la única barrera entre unos y otros la formaba un cordón humano
de policías), los cánticos e insultos, iniciados evidentemente por los ultras madrileños pero que
acabaron profiriéndose unos y otros, subieron de tono e intensidad. Bien es verdad que la presencia
de efectivos hizo que en ningún momento hubiese el peligro de enfrentamientos reales. Pues bien, en
esos momentos en que los insultos arreciaban, hicieron automáticamente acto de presencia tres
cámaras de televisión, dos desde el terreno de juego y una desde la grada posterior, dirigidas
directamente a los Ultras Sur (los cámaras no estarían a más de 5 ó 6 metros de ellos). Ni que decir
tiene que su presencia no sólo disparó la agresividad ya de por sí alta de estos chicos, sino que
propició sin duda las escenas más espectaculares de la noche. Algunos de ellos, cubriéndose la cara
automáticamente con sus bufandas, se subieron a las vallas y se dedicaron a hacer "cuernos"

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directamente a la cámara, otros arreciaron sus insultos y gestos obscenos (tocándose "sus partes")
contra los últimos espectadores que estaban saliendo. Ni que decir tiene que ante estos hechos el
público de general en lo último que pensaba era en abandonar el campo, querían seguir asistiendo a
ese "espectáculo" sin duda ciertamente impactante (Durán, 1992).
Todos los periodistas deberían conocer hasta qué punto la cobertura informativa que
conceden a sucesos violentos protagonizados por grupos juveniles representan para
muchos de estos jóvenes sus primeras y quizá únicas “experiencias de poder y
protagonismo social”. Tal vez así cuidarían de modo más responsable la forma de tratar este
tipo de sucesos.
La responsabilidad de los poderes públicos. También los poderes públicos tienen su
parte de responsabilidad cuando no saben hacer otra cosa que enfrentarse al problema con
políticas de represión y de orden público, llevando más policías a los estadios, y no se
plantean limpiar éticamente el deporte profesional o abordar políticas de prevención mucho
más a medio y largo plazo.

PROPUESTAS PARA LA PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA EN Y ALREDEDOR DEL


DEPORTE
Todos coincidimos en que el problema de la violencia en y alrededor del deporte es un
problema serio, en escalada creciente y que, sin duda alguna, debe ser erradicado de los
campos de juego y acontecimientos deportivos. Aunque, como ya se ha señalado con
anterioridad (Durán, 1996a, Gutiérrez, 1995), el deporte de hoy es menos violento que en
épocas pasadas, consideramos que los niveles de agresividad y violencia que manifiestan
actualmente muchos eventos deportivos resultan inadmisibles, por lo que deben proponerse
actuaciones encaminadas a erradicarlo y prevenirlo.
Esta es una idea no exclusiva de un determinado país o grupo social, ni siquiera de una
determinada época, sino que traspasa las barreras físicas y del tiempo llegando a
manifestarse en cualquier momento y en cualquier parte del mundo. Así se pone de
manifiesto en un estudio realizado por Leduc y Moriarty en 1978 sobre cuatro mil
canadienses, en el que preguntaban por la actitud popular frente al fenómeno de la violencia
en el deporte teledifundido. De sus resultados concluyeron que el 75% de los encuestados
consideraba que los gobiernos deberían empeñar esfuerzos en resolver esta cuestión. No
obstante, el público en general estaba de acuerdo en que este tipo de regulación de la
violencia en el deporte sería deseable que fuese, preferiblemente, una autorregulación
promovida por los propios administradores y organizadores de los eventos deportivos, más
que tener que llegar a ser controlados por las autoridades públicas.
Dice Calderón (1999) que para dejar de ser agresivos basta con emplear los medios que
la civilización ha puesto a nuestro alcance: educación, tolerancia, respeto por el adversario,
caballerosidad, etc. Pese a que no existen fórmulas mágicas para resolver la violencia en el
deporte, pues se trata de un problema muy complejo, no estaría de más abogar por una más
completa reglamentación de los espectáculos deportivos, mayor adecuación de los recintos
o estadios y una mejor y más completa educación de los espectadores.
Propuesta "legislativa" para solucionar el problema de la violencia en el deporte. Como
expone García Ferrando (1990) citando alguno de nuestros trabajos (Durán,1985), ya en
1977 el Consejo de Europa patrocinó un Congreso Internacional dedicado al tema de la
violencia en el deporte, que se celebró en Bruselas. En dicha conferencia se trataron los
problemas que posteriormente irían saliendo de nuevo a la luz en todas las posteriores
reuniones. Las intenciones de estas conferencias internacionales han sido siempre loables,
aunque el problema radica en que sus buenas intenciones no se han visto traducidas a
medidas concretas capaces de resolver el problema de la violencia deportiva.

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Dado que el Consejo de Europa no es un órgano ejecutivo, sino consultivo, lo único que
ha podido hacer ha sido debatir el problema de la violencia en el deporte con los
representantes del deporte internacional y proponer una serie de recomendaciones
encaminadas a frenar la escalada de violencia en los campos de juego. Así, en la
Conferencia de Bruselas de 1977 se precisaron los objetivos a seguir:
1) Invitar a las Federaciones Internacionales a tomar medidas directas para paliar la
violencia en el deporte; 2) convencer a las Federaciones para que insten a los clubes en la
toma de medidas encaminadas a frenar la violencia que acompaña la práctica deportiva; 3)
recomendar a los gobiernos la creación de frenos de carácter preventivo o represivo con el
fin de reducir la violencia en el deporte, 4) pedir a los responsables de la prensa deportiva
que eviten en lo posible mostrar la violencia en todas sus formas.
Las resoluciones de la Conferencia de Bruselas señalaron el camino a seguir para
establecer un nuevo modelo de tratamiento de la violencia en el deporte, resaltando los
siguientes aspectos: cooperación nacional e internacional de los poderes públicos para
tomar medidas que frenen la violencia; ampliar las campañas educativas que inculquen
valores de respeto y colaboración ciudadana; adecuar las normas que rigen en cada
modalidad deportiva para evitar la aparición de violencia en el juego; campaña internacional
contra el dopping; reglamentación estricta de los lugares en que se celebran las
competiciones; creación en cada país de un órgano representativo que vele y defienda la
idea del fair play; estudios profundos en materia de educación de la juventud y formación de
altos cargos (Durán, 1985).
Haciéndose eco de estas directrices, por primera vez en la historia española, una ley
específica aborda la cuestión de la violencia en el deporte, se trata de la “Ley del Deporte”,
la cual dedica a este tema un capítulo completo (el IX) y otros parciales (X y XI) (Bayona,
1995). En abril de 1988, el Senado Español acordó crear una "Comisión especial de
investigación de la violencia en los espectáculos deportivos, con especial referencia al
fútbol". La Comisión se planteó los siguientes objetivos: a) contribuir a crear una conciencia
y un clima social de rechazo a la violencia directa y a la complicidad irresponsable, b)
conseguir la aplicación del Convenio de Europa de 1985 sobre medidas para prevenir y
sofocar la violencia en las manifestaciones deportivas, c) reflexionar sobre la vigencia
normativa para proponer las modificaciones legales necesarias.
Tras un tiempo de trabajo, se elaboró un documento en el que se analiza el concepto de
la violencia en el deporte, las razones de la especial violencia en el fútbol y la sociología de
los grupos especialmente violentos. Además de otros aspectos, se profundiza también en el
papel de los medios de comunicación social y las acciones educativas como forma más
adecuada de prevención a largo plazo.
La Ley del Deporte (Ley 10/1990, de 15 de octubre) contiene cuatro grupos de
disposiciones: Unas que se refieren a medidas preparatorias o preventivas de carácter
general, las que contienen medidas preventivas específicas, otras que determinan
prohibiciones de actos o conductas incitadoras a la violencia y, por último, aquellas que
tipifican las infracciones de las medidas de seguridad y sus correspondientes sanciones
(Bayona, 1995). Cada uno de estos cuatro grupos de disposiciones contempla medidas
como las que resumimos a continuación:
a) Medidas preventivas de carácter general: Conceptualización del deporte como factor
fundamental de formación y desarrollo integral de la personalidad; establecimiento de la
educación física y deportiva obligatoria en las enseñanzas no universitarias.
b) Medidas de la prevención de la violencia de carácter concreto: Creación de la
Comisión Nacional contra la violencia en los espectáculos deportivos, constitución de
agrupaciones de voluntarios en los clubes, identificación de los encuentros de “alto riesgo”,
sistema informatizado de control y gestión de venta de entradas, características de las
instalaciones, ...

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c) Prohibición de actos o conductas incitadoras a la violencia: Exhibir símbolos o
pancartas incitadoras a la violencia, introducir en el campo armas y objetos arrojadizos,
introducir y vender bebidas alcohólicas en competiciones deportivas, introducir bengalas y
fuegos de artificio en espectáculos deportivos.
d) Tipificación de las infracciones de medidas de seguridad: Tipificación de infracciones,
graduación de las infracciones, determinación de las correspondientes sanciones.
Como hemos visto, en el primer grupo de estas disposiciones se incluyen propuestas
que conceptúan el deporte como factor fundamental de la formación y desarrollo integral de
la persona, a la vez que se manifiesta que la programación general de la enseñanza incluirá
la educación física y la práctica del deporte, y que la educación física se impartirá como
materia obligatoria en todos los niveles educativos previos a la Universidad.
Propuesta "educativa" para la solución de la violencia en el deporte. Decía Cagigal
(1990) que el hombre de esta sociedad agresiva necesita valores culturales y cívicos para ir
superando su agresividad, y que es importante descubrir algunos de estos valores en los
mismos hábitos y aficiones que espontáneamente practica y vive, una línea cultural-
educativa en la que coinciden todos los tratadistas de la agresión, tanto los defensores de la
teoría instintiva como los más próximos al aprendizaje social.
Desde la psicosociología se ha defendido que si bien la capacidad para la agresión
podría ser heredada, la habilidad para llevarla a cabo es, sin duda, aprendida. Así, los niños,
los adultos y los espectadores aprenden a comportarse de forma agresiva y violenta.
Además, los comportamientos agresivos en el deporte, sean de los jugadores o de los
espectadores, pueden influir sobre la conquista de la victoria, produciendo inevitablemente
la escalada de la violencia. La esencia del tema parece encontrarse en un problema
educativo y cultural que lleva a la progresión de la violencia en el deporte y el papel de
héroes o de modelos desempeñado por los jugadores profesionales, en ciertos deportes,
para los cientos de miles de espectadores. El exceso de violencia en el deporte mina su
potencial como fuerza socializadora, ya que los comportamientos agresivos no ayudan en
absoluto a contener las pulsiones violentas sino que sirven para exacerbarlas.
Parece existir gran coincidencia en considerar que la tarea de repensar el deporte y
cambiar las mentalidades relevantes corresponde al dominio de la educación, y que una
forma eficaz de reducir la violencia es conseguir influir sobre las creencias, hábitos y
comportamiento de los educadores y de los entrenadores en contacto con los participantes y
los espectadores actuales y futuros. Recogiendo las palabras de Landry (1983): "No es
combatiendo la violencia, sino enseñando el fair play, como será posible recobrar el
verdadero espíritu del deporte".
Esta enseñanza y formación concierne a los alumnos y a los profesores, a los
deportistas y a sus entrenadores, a los niños y a los padres, a los administradores del
deporte y a los hombres de ciencia, a los espectadores y a todos nosotros.
También Palacios (1991) coincide en este planteamiento, a la vez que critica la forma en
que se está tratando la violencia en el deporte y dice que, "si se intentara ir más allá de lo
que se hace para eliminar la lacra violenta en el deporte y conseguir lo que realmente somos
capaces de hacer por su erradicación total, el problema estaría solucionado, pero hasta
ahora, las soluciones que se plantean son sólo remiendos". Por eso insiste en que: "la vía
más importante y quizás la única que lleve a la solución del problema de la violencia en el
deporte pasa por la educación", planteamiento que se abordaría desde diferentes frentes
pero siempre contando con el apoyo institucional, tanto a nivel local como autonómico y
estatal, y el apoyo privado de clubes y asociaciones deportivas. La aplicación de esta
propuesta tendría lugar desde tres frentes: a) el centro educativo, b) los medios de
comunicación, c) cada persona a nivel individual y colectivo.
Resalta Palacios su convencimiento en la efectividad de predicar con el ejemplo, de
manera que si cada uno, como profesor, entrenador, directivo o deportista se tomara en

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serio proporcionar un buen ejemplo, se conseguirían resultados mil veces superiores a los
obtenidos mediante campañas.
Recordemos algunas frases que se refieren en el dictamen de la Comisión Especial del
Senado: "entre las causas de la violencia en el deporte se encuentran las declaraciones de
entrenadores, jugadores y dirigentes que caldean el ambiente, llegando incluso a
manifestarse víctimas o vengadores en un clima claramente bélico".
Como contrapartida a este tipo de comportamientos, los profesores de Educación Física
constituyen uno de los colectivos con mayores posibilidades para acabar con los problemas
de la violencia, ya que por sus manos pasan alumnos de todas las edades, deportistas de
todos los niveles y actividades deportivas de todos los tipos, y son ellos quienes están
educando física y deportivamente a quienes, muy pronto, serán deportistas destacados,
dirigentes políticos o deportivos, árbitros y espectadores (Gutiérrez, 1995, 2003).
Haciendo referencia, una vez más, al Dictamen de la Comisión, recordemos algunas de
sus propuestas, en colaboración con el Consejo de Europa: a) Reconocer la Educación
Física como asignatura de la misma categoría que las demás, b) prestar especial atención a
la formación y reciclaje de los profesores de Deporte en lo tocante a saber fomentar una
mentalidad deportiva, c) organizar campañas generales sobre el juego limpio en escuelas,
clubes y federaciones deportivas, d) fomentar la asociación de los jóvenes a clubes
deportivos organizados y otorgarles facilidades para que acojan y orienten a los jóvenes
"difíciles", y e) crear más instalaciones deportivas para el gran público, así como la
infraestructura necesaria para un adecuado uso de las mismas.
Con respecto a los medios de comunicación e información, la televisión, la radio y la
prensa escrita deben también asumir su parte de responsabilidad. A través de ellos debería
existir una auténtica denuncia de conductas violentas, realizando programas en los que se
analice en profundidad el problema, invitando a personas de todos los ámbitos deportivos y
tratando el tema con objetividad, evitando en lo posible el exagerado sensacionalismo que
ahora les caracteriza a la mayoría de ellos. Deberían cambiar su orientación, destacando
más y con mayor frecuencia los comportamientos humanitarios y dotados de valor
ejemplificador y educativo que los habituales, los violentos.
En cada persona, individualmente, hay que llegar a un nivel de compromiso compartido,
considerando la función personal que en cada momento nos toque desempeñar, como
espectadores, jugadores, padres, profesores, entrenadores, directivos, políticos, o varias de
ellas simultáneamente en algunos casos.
Como conclusión de sus aportaciones Palacios (1991) recuerda las palabras de Cagigal
(1981) al proponer que "el deporte se dirija hacia un deporte más depurado dejando de ser
demasiado serio, perdiendo solemnidad, sacudiéndose cuanto antes de los tintes de
tragedia social que está adquiriendo. Termina diciendo que: "eliminando los aspectos
negativos de la práctica deportiva y su espectáculo, ensalzando los aspectos positivos de la
misma y encauzando aquélla por límites razonables y como forma de progreso y bienestar
de la sociedad, llegaremos a comprender la verdadera esencia del deporte. Y, tal vez, la
única vía sea entenderlo de nuevo como juego, volver al juego para volver a la práctica
deportiva con un comportamiento propio de personas equilibradas, volver al juego para
volver al deporte con planteamientos educativos".
A la vista de todo lo anteriormente expuesto, entendemos que si se quiere recuperar la
verdadera esencia del deporte a través de una práctica en la que impere el juego limpio,
deben acometerse algunos de los siguientes planteamientos: a) Revisar y cambiar las reglas
constitutivas, actualizándolas, a medida que evoluciona la práctica deportiva, procurando
evitar la inclusión y generación de nuevas reglas normativas; b) sancionar con rectitud y
precisión la comisión de las faltas, indistintamente de quien las haya cometido; c) revisar la
estructura de refuerzo de cada deporte, evitando en lo posible que los infractores, incluso
aunque sean castigados, terminen obteniendo un beneficio para sí mismos o para el equipo;
es decir, hacer que los riesgos sean mayores que los beneficios para que los infractores del

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juego limpio desistan de tal forma de práctica; d) educar, desde las primeras edades, en el
respeto al fair play, inculcando los valores más positivos de la práctica deportiva.
Como final de este apartado nos gustaría resaltar que frente al deporte antes
mencionado, coexiste el otro modelo, el verdadero deporte educativo, aquel que enseña que
lo verdaderamente importante no es ganar sino jugar y divertirse; que el contrincante no es
más que nuestro compañero de juego; que por encima de los competidores existen, como
en la propia vida, unas reglas que deben respetarse pues garantizan la convivencia; que
perder en una competición deportiva no disminuye un ápice nuestro valor como personas.
Como señalaba Ferreira (1984), las medidas sancionadoras son procedimientos
“curativos” que, si bien deben ser empleados cuando se hacen necesarios, no atenúan ni
eliminan las causas de la enfermedad. Como en medicina, el tratamiento no debe ser
olvidado, pero la prevención es el método más efectivo para evitar la enfermedad, es el
camino preferible, correcto y justo de mantener la salud y el bienestar permanente del
individuo. Citando a Yves Brossard, “lo que hace falta hoy para mejorar el deporte no sólo es
aplicarle un mayor valor educativo, sino la presencia de verdaderos educadores”. Porque,
según Staffo (2001), los profesores y entrenadores que manifiestan conductas agresivas
tienen que llegar a darse cuenta de que ellos forman parte del problema. Sin una
preocupación educativa defensora de la ética, la enorme escalada actual del espíritu
competitivo sobre el espíritu deportivo hará que se pierdan las características culturales y
educativas y, los aspectos comerciales, actualmente bastante dilatados, se desarrollarán
aún más.
Por eso insistimos en que son los verdaderos educadores físico-deportivos los que
realmente pueden guiar a nuestros jóvenes a descubrir el "otro deporte", el verdadero y
auténtico, el que les va a acompañar a lo largo de sus vidas, el que va a ser fuente de salud
y amistad, el que les va a ayudar a conocerse mejor y aceptarse a sí mismos con las propias
y humanas limitaciones, el que hará de ellos mejores personas (Durán, 1996a, b; Gutiérrez,
1995, 2003).

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