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La densidad nacional en la historia

(Reflexiones del Segundo Centenario)


Aldo Ferrer1

Los argentinos debemos preguntarnos porque no hemos logrado, todavía, conformar una
economía avanzada y alcanzar un bienestar social, a la altura de la riqueza del inmenso
territorio nacional y la calidad de los recursos humanos disponibles.

Las transformaciones del orden mundial, a lo largo de los doscientos años transcurridos
desde mayo de 1810, no han cambiado los factores determinantes del desarrollo
económico argentino. Este descansa, como en el resto del mundo, en la capacidad de
participar en la creación de conocimientos e incorporarlos en el conjunto de la actividad
económica y relaciones sociales. El desarrollo económico es un proceso de
transformación de la economía y la sociedad fundado en la acumulación de capital,
tecnología, capacidad de organización de recursos, educación y madurez de las
instituciones, dentro de las cuales, procesamos nuestros conflictos y utilizamos el
potencial de recursos. El desarrollo es acumulación en este sentido amplio y la
acumulación se realiza, en primer lugar, dentro del espacio nacional argentino. A su vez,
la acumulación solo es posible en una estructura productiva diversificada y compleja que
incorpore los sectores portadores del conocimiento y guarde, respecto del resto del
mundo, una relación simétrica y no subordinada en la división internacional del trabajo y el
dominio de los recursos.

Para tales fines, es precisa la existencia de condiciones endógenas, internas, las cuales,
pueden resumirse en el concepto de densidad nacional. La misma abarca la cohesión de
la sociedad, liderazgos con estrategias de acumulación de poder fundado en el dominio y
la movilización de los recursos disponibles, la organización política que sustente la
transformación, instituciones estables y la vigencia de un pensamiento crítico no
subordinado a los criterios de los centros hegemónicos del orden mundial. Cuando estas
condiciones se verifican, es posible desplegar políticas económicas generadoras de
oportunidades para amplios sectores sociales, protectoras de los intereses nacionales y
capaces de arbitrar los conflictos distributivos para asegurar los equilibrios
macroeconómicos.

1
Profesor Emérito de Estructura Económica Argentina. UBA.

1
Desde los tiempos inaugurales de la independencia, el mundo cambió incesantemente y
también la Argentina. El contrapunto entre los cambios del contexto externo y la realidad
interior conformó la densidad nacional, cuya insuficiencia en las sucesivas etapas
históricas, constituye el origen de nuestras frustraciones.

La globalización es el espacio del ejercicio del poder, dentro del cual, las potencias
dominantes establecen, en cada período histórico, las reglas del juego que articulan el
sistema global de comercio, finanzas, inversiones y circulación de conocimientos. Uno de
los principales mecanismos de la dominación radica es la construcción de teorías y
visiones, presentadas como criterios de validez universal, las cuales, en realidad, son
funcionales a los intereses de los países centrales. En el transcurso de los últimos
doscientos años, las asimetrías en el desarrollo económico de la Argentina, respecto de
los países avanzados, resultan del estilo de su inserción en el orden mundial organizado
por las potencias hegemónicas. En última instancia, reflejan la debilidad de la densidad
nacional para responder a los desafíos y oportunidades de la globalización y desplegar un
proyecto nacional. Puede decirse, entonces, que la Argentina tuvo y tiene la globalización
que se merece y que es, todavía, una nación inconclusa.

En resumen, el orden global proporciona un marco de referencia para comprender el


curso del desarrollo argentino de los últimos 200 años. Pero la forma de inserción del país
en su contexto externo, dependió y depende en, primer lugar, de factores endógenos,
propios de nuestra propia realidad interna. La historia del desarrollo económico de la
Argentina puede, entonces, relatarse en torno de la calidad de sus respuestas a los
desafíos y oportunidades de la cambiante globalización a lo largo del tiempo. O dicho de
otro modo, del comportamiento de su densidad nacional.

De la colonia a la economía primario exportadora


En los primeros tiempos de la ocupación del actual territorio argentino, el sometimiento
de los pueblos originarios y la concentración de la propiedad de la tierra, configuraron un
sistema social basado en la desigualdad en la distribución de la riqueza y la subordinación
de las mayorías. Después de la independencia, los criollos de las clases altas heredaron
los privilegios del sistema social de la colonia. Los conflictos políticos y militares, hasta la
Organización Nacional, reflejaron las disputas entre los grupos dominantes en los

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diversos puntos poblados del territorio. El incipiente polo dinámico de crecimiento en la
región pampeana y el control del Puerto, provocó el conflicto de la Provincia de Buenos
Aires con las del Interior. Finalmente, las oligarquías provinciales se acomodaron al nuevo
modus vivendi con el centro hegemónico pampeano.

Tempranamente, la densidad nacional de la nueva República surgió con profundas


insuficiencias, entre ellas, la desigualdad social, la exclusión de las mayorías y la
inestabilidad institucional y política. No fue así posible contar con un Estado nacional y un
régimen federal que permitieran desplegar políticas integradoras del territorio, movilizar el
potencial disponible. y administrar los conflictos distributivos en el marco de equilibrios
macroeconómicos de largo plazo. Esto impidió la temprana puesta en marcha de
procesos amplios de acumulación para aumentar la producción y el empleo, agregar valor
a la producción primaria y participar del proceso de transformación. Procesos que tenían
lugar en otros “espacios abiertos”, países “periféricos”, los cuales, como la Argentina,
también contaban con amplia dotación de tierras fértiles, Es decir, los nacientes Estados
Unidos de América, Canadá y Australia.

En el transcurso del siglo XIX, tuvieron lugar dos acontecimientos, uno externo, otro
interno, cuya convergencia agregaría nuevas vulnerabilidades a la densidad nacional. El
primero, fue la Revolución Industrial y el extraordinario impulso a la globalización bajo el
liderazgo de la primera potencia industrial y tecnológica de la historia, Gran Bretaña.
Hasta entonces, estos territorios del extremo sur del Nuevo Mundo, eran considerados
inútiles por la inexistencia de recursos (minas de plata y oro y tierras para cultivos
tropicales, como el azúcar), que constituían la mayor parte del comercio internacional del
mundo preindustrial. Todo cambió en pocas décadas, al promediar el siglo XIX. La
ampliación de la demanda de alimentos y materias primas en las emergentes naciones
industriales, la rebaja espectacular de los fletes por el desarrollo del ferrocarril y la
navegación a vapor, las comunicaciones en tiempo real a partir del telégrafo y los cables
submarinos, convirtieron a la Argentina en un importante punto de interés para el nuevo
orden mundial. La Revolución Industrial descubrió una nueva Argentina, gran productor y
exportador potencial de lanas, cereales y carnes e importador de manufacturas y
capitales.
El segundo acontecimiento, el interno, fue la expansión de la frontera necesaria para
participar de la expansión del comercio mundial. Los pueblos originarios fueron

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desalojados y las mejores tierras de la región pampeana apropiadas en pocas manos. Los
antiguos grupos dominantes del período colonial y primeras décadas de la Independencia,
renovaron y ampliaron su posición hegemónica, con el control del recurso que sería la
plataforma de un rápido proceso de crecimiento y fuerte inserción del país en el orden
mundial.

Este hecho marca una diferencia fundamental con el proceso de ampliación de la frontera
y poblamiento en los Estados Unidos, Canadá y Australia, los cuales, hacia la misma
época, se integraron al mercado mundial, como exportadores de alimentos y materias
primas. En ellos, fueron, en gran medida, los nuevos colonos los que expandieron la
frontera y retuvieron el dominio de la tierra. Se conformó, entonces, un sistema agrario
con fuerte presencia de medianos y pequeños productores, que contribuyeron a la
construcción de la democracia norteamericana, canadiense y australiana y de una visión
autocentrada del desarrollo.

En la Argentina, cuando llegaron las corrientes inmigratorias desde Europa, a partir de la


segunda mitad del XIX, las tierras más fértiles y cercanas al Puerto, tenían dueño. En
consecuencia, gran parte de los inmigrantes se radicaron en los centros urbanos,
mientras, la mayor parte, de los nuevos pobladores de las zonas rurales se convertían en
peones y arrendatarios. Esto produjo una fuerte concentración de la riqueza y el ingreso y
un sistema político dominado por los intereses hegemónicos. El espectacular aumento de
la renta de la tierra y de la producción agraria, en el marco de la plena inserción de la
economía argentina en la división internacional del trabajo, comandada por Gran Bretaña,
consolidó la convergencia de intereses entre la potencia dominante y la oligarquía
terrateniente vernácula.

La convergencia de estos hechos agravó las debilidades heredadas de la densidad


nacional. Se profundizó la concentración de la riqueza y el ingreso. Los grupos imperantes
establecieron una relación privilegiada con Gran Bretaña y adoptaron su ideología del
librecambio. La temprana simplificación de la estructura productiva basada en la actividad
primaria, el consecuente subdesarrollo industrial y la creciente concentración de la
población y la producción alrededor del Puerto, impidió la emergencia de actores sociales,
económicos y políticos asociados a la transformación de la producción y el empleo. Esto

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mismo, debilitó la construcción democrática desde las mismas bases del sistema
económico, a diferencia de lo ocurrido en los otros grandes “espacios abiertos”.

Eminentes voceros industrialistas, como Vicente Fidel López y Carlos Pellegrini,


propusieron el desarrollo de las “industrias naturales” (manufacturas, como los textiles,
basadas en la transformación de productos primarios). Esta visión parcial del desarrollo
industrial tampoco pudo resistir la avalancha de la economía primario exportadora. El
librecambio era el credo de los grupos dominantes pero, también, de la mayor parte de los
otros sectores sociales. Los partidos opositores, radical y socialista, compartían la
propuesta. Cuestionaban los aspectos distributivos del sistema y el fraude, pero no sus
bases fundacionales. La política arancelaria tuvo solo propósitos de recaudación sin
objetivos persistentes, a lo largo del tiempo, de sustitución de importaciones y desarrollo
industrial. A menudo sucedió lo contrario a través de la “protección negativa”, con
mayores aranceles para las materias primas que para los bienes terminados. En ese
escenario, eran inconcebibles otras medidas promotoras del desarrollo industrial.

Por la misma razón, Argentina padeció crónicamente de la “enfermedad holandesa” a


través de tipos de cambio incompatibles con la rentabilidad de los bienes transables, es
decir, sujetos, a la competencia internacional, más allá de la producción primaria, cuya
elevada productividad, estaba ligada a la extraordinaria dotación de tierras fértiles de la
región pampeana. En un sistema subindustrializado, las variaciones de la paridad de la
moneda repercutían directamente sobre la distribución del ingreso entre los productores y
exportadores de bienes agropecuarios y el resto de la sociedad. En tales condiciones, la
devaluación del peso no abría espacios de rentabilidad propicios a la inversión en la
industria. Simplemente, transfería ingresos al sector exportador y encarecía los precios de
los alimentos vendidos en el mercado interno. La memoria colectiva conserva resabios de
aquella experiencia. A pesar de las transformaciones registradas desde entonces, en el
país y en el mundo, los mismos contribuyen a explicar la dificultad subsistente para
resolver la política cambiaria en el marco de una estrategia de desarrollo nacional.

La matriz estructural de la economía primario exportadora y la concentración del poder


económico, impidieron la diversificación de intereses y actores que, en definitiva, son el
sustento de las sociedades abiertas e inclusivas, políticamente estables. La reforma
política se limitó, entonces, a legitimar el poder a través de la Ley Saenz Peña y a

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viabilizar el ascenso del partido mayoritario e Irigoyen a la Presidencia. Pero una sociedad
dividida, sin mayorías estables con raíces de participación en la estructura productiva y
portadoras de un proyecto viable de desarrollo, no resistió las consecuencias de la crisis
mundial de 1930 y las tensiones internas.

Finalmente el 6 de septiembre, de 1930, colapsó el componente institucional de la


densidad nacional. Este hecho provocó la interrupción del proceso de acumulación de
madurez institucional, inaugurado con la Presidencia de Mitre (1862-68). El problema se
repetiría luego, durante el siguiente medio siglo.

El régimen conservador fue capaz de controlar y de dotar al país de las instituciones


republicanas y la división de poderes, afianzar la seguridad interior y preservar la unidad
del territorio nacional amenazado por las disputas de límite con Chile. Pero el Estado
nacional y el sistema federal, fueron incapaces de impulsar las transformaciones
desatadas por la Revolución Industrial, más allá del crecimiento de la producción primaria
y del comercio internacional. El alto nivel de ingreso alcanzado por la expansión rural
permitió, sin embargo, sostener políticas públicas, principalmente, en la educación, que
contribuyeron a la formación de las clases medias y un nivel cultural relativamente
avanzado.

La estructura de la economía argentina quedo determinada por la convergencia de los


acontecimientos, externo e interno, mencionados. Argentina no era entonces un país
subdesarrollado, en términos de ingreso per cápita o alfabetismo, pero sí
subindustrializado. Diferencia notable con la experiencia de Canadá y Australia, países
que, con menor población que la argentina, lograron, tempranamente, la integración de
sus estructuras productivas, con un desarrollo simultáneo del agro y la industria y un
protagonismo decisivo de los intereses vernáculos en el desarrollo y control de las
cadenas de valor. La causa principal de la diferencia radica en la fortaleza relativa de las
respectivas densidades nacionales, hecho particularmente notable habida cuenta que,
esos dos países, eran formalmente dependencias del Imperio Británico y la Argentina una
república independiente.

El sistema productivo de la época fue un obstáculo insalvable para la formación de una


economía moderna, autocentrada y abierta al mundo, capaz de gestionar el conocimiento

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en todo el frente de las transformaciones impuestas por el avance de la ciencia y la
tecnología. El crecimiento del sistema fue liderado por las exportaciones agropecuarias. A
su vez, el capital extranjero cumplió un papel decisivo en el financiamiento público y en
las cadenas de valor. Mientras la producción de las estancias y las chacras, provenía de
emprendedores locales, el transporte por los ferrocarriles, el comercio internacional, la
banca, los frigoríficos y gran parte de la infraestructura de servicios públicos, pertenecía a
empresas extranjeras. Argentina fue, en la época, uno de los países mas extranjerizados
del mundo, como volvería a serlo en la década de 1990. El nivel de la producción, el
ingreso y el empleo, quedó así determinado por la evolución de la economía mundial.
Sobre la base de esta experiencia, años más tarde, Raúl Prebisch elaboró su tesis la
vulnerabilidad del desarrollo subordinado bajo el modelo centro-periferia.

Estos hechos impidieron poner tempranamente en marcha procesos de acumulación que


endogenizaran las fuerzas transformadoras del cambio tecnológico y ganaran, respecto
del resto del mundo, suficiente autonomía para sostener el proceso de transformación.

La crisis de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial


La gran crisis económica mundial de la década de 1930 transformó radicalmente el
contexto internacional, dentro del cual, se había desarrollado la economía argentina. Los
mercados mundiales de alimentos y materias primas se desplomaron. Las corrientes de
capitales cambiaron de dirección, cuando los países inversores, comenzaron a rescatar
sus colocaciones en el resto del mundo.

La crisis provocó además el descrédito del paradigma liberal. Para restablecer el orden
económico, bajo el liderazgo intelectual de Keynes, Gran Bretaña sustituyó el credo
librecambista por la intervención del Estado. En los Estados Unidos, el New Deal del
Presidente Roosevelt abandonó el canon liberal e instaló a las políticas públicas en el
centro del escenario político del país. Los regímenes autoritarios en Alemania e Italia,
practicaban también un activo intervencionismo del Estado. La Unión Soviética, operaba
con una economía totalmente estatizada y planificada, la cual, parecía provocar el milagro
del crecimiento en un mundo en recesión. Al final de la década, las tensiones
internacionales culminaron en la Segunda Guerra Mundial. La economía de guerra
encuadró, a las de mercado, en el marco de estrictos regímenes regulatorios de
asignación de recursos y distribución del ingreso.

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Desde la crisis, los Estados Unidos sustituyeron a Gran Bretaña como centro ordenador
del sistema. Un país de gran dimensión, con una economía esencialmente autocentrada y
un gran superávit comercial, sin disposición de ser prestamista de última instancia, no fue
capaz, en esa época, de asumir el liderazgo que, bajo el patrón oro y el libre comercio, tan
eficazmente había ejercido la vieja potencia hegemónica.

En1930, a la Argentina, se le vinieron súbitamente abajo el mercado mundial, el centro


hegemónico de referencia y la ideología dominante. El cambio de contexto y la debilidad
del sistema político del país, dieron vuelta la realidad en una fecha precisa. El fatídico 6
de septiembre de aquel año. Uno de sus consecuencias fundamentales fue la instalación
de las Fuerzas Armadas como árbitro, de última instancia, de las tensiones que el sistema
político no podía resolver. Desde entonces, durante más de medio siglo, el componente
institucional de la densidad nacional fue sustituido por un régimen de alternancia cívico-
militar, siempre inestable y sujeto a idas y vueltas del régimen constitucional a los
gobiernos de facto. Una de sus consecuencias fue la inestabilidad de la política
económica.

La densidad nacional siguió acumulando problemas. El desempleo y la caída del nivel de


vida agravaron las desigualdades y las tensiones del orden social. La oligarquía pretendió
sostener la relación privilegiada con Gran Bretaña. Respondió a la política de preferencias
imperiales del Convenio de Ottawa, con un Tratado Anglo-Argentino, el Roca-Runciman,
con concesiones adicionales, a cambio de mantener abierto el mercado británico a las
exportaciones de carnes argentinas. Poco después, el Plan Pinedo, intentó incorporar a
los Estados Unidos como nuevo centro de referencia de la economía argentina. En
cualquier caso, la estrategia oligárquica de retención y acumulación de poder, siguió
desplegándose en un modelo de subordinación periférica. Las instituciones democráticas
colapsaron. El fraude y la alianza entre expresiones políticas diversas, eran incapaces de
administrar la acumulación de tensiones provenientes del resto del mundo y de la propia
conflictualidad interior.

El paradigma liberal no resistió las consecuencias de la crisis mundial. Desde mediados


de la década de 1930, el pragmatismo sustituyó la ideología. También la Argentina
comenzó a crear instrumentos de intervención, como las juntas reguladoras, el control de

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cambios, el Banco Central y el impuesto a las ganancias. La política económica fue
razonablemente eficaz en administrar la coyuntura. Es decir, el impacto de la crisis sobre
la actividad económica interna y los pagos internacionales del país. Pero esto distaba de
constituir una estrategia alternativa de transformación productiva e industrialización. El
régimen se limitó, con bastante eficacia, a sostener las bases del modelo anterior y dar
lugar a un incipiente proceso industrial de sustitución de importaciones, impulsado por la
insuficiencia de la capacidad de pagos externas para sostener los abastecimientos
importados. La capacidad de mano de obra y gestión empresaria, estaba disponible para
abordar el rápido desarrollo de las industrias sencillas, “livianas”, como la textil y la
mecánica ligera.

La estructura productiva se transformó considerablemente. La industria ganó participación


en la generación del producto y del ingreso. Hacia 1945, ya superaba la posición relativa
de la actividad agropecuaria, la cual, acotada, por el colapso del mercado mundial y la
guerra, entró en un prolongado periodo de estancamiento tecnológico y,
consecuentemente, productivo. La economía se volcó más hacia adentro. El mercado
interno gano posición como destino de la producción mientras disminuía la participación
de las importaciones en el PBI. La presencia del capital extranjero quedó cristalizada en
los moldes establecidos hasta la década de 1920 y cayeron las inversiones privadas
directas y los créditos internacionales.

El país comenzó a vivir más con lo suyo, pero muy lejos aún de un sistema autocentrado
realmente dinámico, con una inserción en el mundo simétrica y no subordinada. El
despliegue de la actividad económica en el territorio, reforzó el centralismo en torno del
Puerto de Buenos aires y la región pampeana, heredado de la etapa anterior. Las nuevas
industrias y los servicios, tendieron a instalarse allí donde estaban el mercado y la fuente
de abastecimientos de equipos e insumos importados, es decir, en el Puerto de Buenos
Aires y su zona de influencia. La industrialización promovió el desplazamiento de
población desde las zonas rurales hacia las ciudades. Al finalizar el período, la Argentina
contaba con una sociedad esencialmente urbana.

A comienzos de la década de 1940 estaban dadas todas las condiciones para una nueva
conmoción en la sociedad argentina. En 1943, otro golpe militar sustituyó al gobierno del
régimen conservador. El nuevo gobierno imprimió, a la tradicional neutralidad argentina en

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las guerras mundiales, un sesgo de simpatía hacia las potencias del Eje, lo cual, complicó
las relaciones con los Estados Unidos. Finalmente, el régimen cedió a las presiones y les
declaró la guerra pero quedó abierto un escenario de confrontación y desconfianza con la
nueva potencia dominante.

La conflictualidad social, grupos dirigentes hegemónicos sin intereses ni vocación


nacional, el protagonismo de las Fuerzas Armadas en un sistema político incapaz de
resolver los conflictos en democracia y los cambios mundiales inminentes de la
posguerra, anticipaban las dificultades para enfrentar los nuevos tiempos. Las tensiones
en la política exterior del país agravaron el cuadro de situación. La frágil densidad
nacional argentina volvería a no estar a la altura del desafío. Este incluía, nada menos,
que resolver, definitivamente, si Argentina volvía al pasado del régimen pastoril o se
lanzaba a la construcción de una economía moderna industrializada, con una amplia base
de recursos naturales y de producción de alimentos y materias primas. Y resolver,
también un posicionamiento internacional compatible con la soberanía y el realismo
dentro del nuevo sistema internacional. Nada de esto era posible sin un sistema
institucional estable y un régimen político capaz de tramitar, en paz y en democracia, las
transformaciones en curso.

El primer peronismo
En el seno del gobierno de facto, instalado con el golpe de estado del 4 de junio de 1943,
surgió un jefe que comprendió los reclamos populares contra la injusticia social, el fraude
y la subordinación a la potencia imperial. Reclamo que había sido expresado,
principalmente, desde las filas del radicalismo de filiación irigoyenista, entre otros, por los
militantes de FORJA. El coronel Perón se hizo cargo de la protesta. Desde la cartera
laboral del gabinete, puso en marcha diversas medidas de protección del trabajador, en el
marco de un discurso de contenido nacionalista y reivindicatorio del respeto a la voluntad
popular. El hecho que el caudillo surgiera de un gobierno de facto, autoritario y
sospechado de simpatías con las potencias del Eje, dividió mal las aguas, mezclando, en
el campo opositor, a los representantes del régimen oligárquico con sectores populares
que compartían la protesta social. Las falsas antinomias se repitieron incesantemente y
constituyen, hasta la actualidad, un obstáculo fundamental a la construcción de
coaliciones para sostener el proceso de transformación. El gobierno popular y legítimo de

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Perón, adopto prácticas antidemocráticas que profundizaron la fractura entre sectores
populares y, finalmente, contribuyeron a su caída en 1955.

El primer gobierno de Perón se inició recién concluida la Segunda Guerra Mundial, en


plena reconstrucción de los países beligerantes de Europa y Asia, con una fuerte
participación del Estado y bajo el liderazgo contundente y global de los Estados Unidos.
Hacia la misma época, estallo la guerra fría, Todo el escenario internacional quedo
signado por el enfrentamiento Este-Oeste y la guerra ideológica. Al mismo tiempo,
comenzaban a desplegarse las nuevas fuerzas de la globalización del orden mundial, con
la expansión del comercio, las inversiones de las corporaciones transnacionales y las
corrientes financieras. El predominio de las políticas públicas y del keynesianismo en las
mayores economías, coincidía con la progresiva liberalización del comercio, las
inversiones y las finanzas internacionales.

El Gobierno procuró quedar al margen del conflicto Este-Oeste, asumiendo una “tercera
posición”. Pero el enfrentamiento originario, desde el momento que el Embajador
norteamericano en Buenos Aires, se comprometió en el proceso electoral contra Perón,
generó una situación compleja en la relación bilateral. En ella, el Gobierno corrió el riesgo
de confundir una postura formal antiimperialista con la construcción de una relación
externa, atenta a los problemas concretos de la transformación de la economía del país,
pero suficientemente realista para no abrir conflictos innecesarios. El Presidente Vargas,
en Brasil, proporciona un buen ejemplo de estas políticas de construcción del poder
interno basadas en el realismo nacionalista. Un aspecto importante de la política exterior
argentina en el período, fue el acercamiento a Brasil y Chile, para crear una zona común
de intereses que permitieran insertarse en el mundo en una posición simétrica, no
subordinada. Pero América Latina era una alternativa insuficiente para construir una
inserción viable de la Argentina en el nuevo orden mundial.

Fue en este escenario complejo, interno y mundial, que se desplegó la densidad nacional
en el período. El avance fue notable en el plano de la integración social. Las políticas
sociales, el fortalecimiento de los sindicatos, el aumento del empleo y los salarios reales,
derivados del proceso de industrialización, contribuyeron a reparar agravios del pasado.
Respecto de los liderazgos, desde el mismo Gobierno se impulsaron políticas de
transformación productiva con ambiciosos programas en la frontera tecnológica, como el

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desarrollo nuclear y la industria aeronáutica. Los nuevos grupos de industriales y el propio
sindicalismo, proporcionaron liderazgos asociados al proceso de transformación
productiva y al abandono de la subordinación a la vieja potencia hegemónica. Las ideas
dominantes cambiaron. El paradigma keynesiano surgido al promediar la década de 1930,
fue ampliado con un discurso nacionalista y la participación del Estado como protagonista
decisivo en el proceso económico.

Las políticas del Gobierno de Perón impulsaron la industrialización y una redistribución


progresiva del ingreso, los cuales, fueron sus aportes más notables. La presencia del
Estado fue decisiva en la administración de los resortes fiscales, monetarios y de pagos
internacionales. La nacionalización de los servicios públicos, redujo la participación del
capital extranjero a un mínimo histórico. La masiva intervención del Estado, el control del
comercio y otras transacciones con el exterior, en la Argentina, no era ajena a lo que
sucedía en el resto del mundo. Pero el Gobierno prolongó el protagonismo del Estado
cuando hacían ya falta otras políticas para atender a las nuevas tendencias.

El Gobierno no atendió a los equilibrios macroeconómicos del sistema, es decir, la


solvencia fiscal y externa. La sustitución de importaciones promovió una industria
manufacturera, cuyas importaciones de equipos y materias primas, se pagaban con los
superávit del comercio de productos primarios. A mediados de la década de 1950, la
insuficiencia de divisas instaló el estrangulamiento externo como un problema recurrente,
determinante del proceso de contención y arranque (stop-go) y modelo de
comportamiento de la economía argentina.

El sistema fue acumulando desequilibrios que se manifestaron en crecientes presiones


inflacionarias. La gran sequía del 52, agravó los problemas. Las medidas prudenciales,
políticas de ingresos entre otras, no alcanzaron para resolver el problema. El Gobierno
careció de una estrategia eficaz para sustentar la industrialización y el progreso social,
sobre la base de equilibrios macroeconómicos sólidos y un fuerte impulso exportador, de
productos primarios y manufacturas, indispensable para remover la restricción externa. El
acceso al crédito externo resultó un paliativo que concluyo por instalar a la deuda externa
como otro factor estructural del desequilibrio de los pagos internacionales. A partir de la
crisis del 52, el Gobierno intentó recomponer su relación con el sector agropecuario, el
cual, había soportado la crisis mundial, la guerra y el manejo en su contra de los precios

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relativos. Pero ya era tarde. Ni entonces, ni ahora, ni nunca, pueden construirse procesos
profundos de transformación y de acumulación, de largo plazo, sobre la base del
desorden y la dependencia del financiamiento externo.

En el plano institucional y político, la falta de respeto a las normas esenciales de la


convivencia democrática, de cumplimiento necesario para la estabilidad de un sistema,
aunque el gobierno cuente con amplio apoyo popular, como sucedía, profundizaron las
fracturas en la sociedad argentina. Volvió a surgir una falsa línea divisoria de las aguas.
Cuando cayó el Gobierno, en 1955, amplios sectores populares lloraban la derrota,
mientras otros tantos celebraban lo que consideraban la recuperación de la democracia.
Los más contentos eran los herederos del régimen conservador. En resumen, Perón no
estableció las condiciones políticas democráticas, necesarias, para consolidar, sobre
bases sólidas, las transformaciones que puso en marcha. La acumulación de problemas
económicos y tensiones políticas se reavivaron con brotes de violencia, En este escenario
se gestó el nuevo golpe de estado, en 1955.

Entre dos golpes de estado: 1955-1976


La historia volvió a desplegarse como un contrapunto entre los hechos del sistema
mundial y la realidad interna. Entre los primeros, se destaca la revolución cubana. Su
triunfo a fines de 1958, tuvo una enorme repercusión en América Latina. Abrió, en
sectores contestatarios del orden establecido, la expectativa del cambio social por la vía
armada. La relación establecida entre la Habana y la entonces Unión Soviética, convirtió a
la región en un espacio privilegiado de la guerra fría, la cual, no tenía nada que ver con
los problemas reales del desarrollo económico y social de nuestros países. El resultado
de la amenaza revolucionaria fue el triunfo de la alianza de las sectores conservadores
con los establishment militares, fundada en la “doctrina de la seguridad nacional”,
respaldada por los Estados Unidos.

Hacia la misma época, había concluido la reconstrucción de Europa y Japón y comenzaba


un proceso generalizado de liberalización de las relaciones económicas internacionales.
Al mismo tiempo, el progreso técnico, con el surgimiento de nuevas actividades basadas
en la electrónica, la biotecnología, la energía nuclear y otros conocimientos de frontera,
impulsaba la transformación de las estructuras productivas y del comercio internacional.
La revolución en las comunicaciones y el procesamiento y circulación de datos en tiempo

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real, contribuía a estrechar las relaciones internacionales y a impulsar el proceso de
globalización. En este escenario, Japón registró un extraordinario crecimiento,
simultáneamente con un grupo de otros países de Oriente, los futuros “tigres”, Corea,
Taiwán, Hong Kong y Singapur.

En resumen, hacia finales de la década de 1950, Argentina enfrentaba amenazas a su


seguridad nacional, una nueva fractura del sistema político con la proscripción del
peronismo y la represión violenta de la protesta y, en este escenario, la necesidad de
transformar su estructura productiva para acomodarse a las nuevas tendencias del
desarrollo y del mercado mundial. La globalización penetraba el espacio argentino por la
vía de la presencia de filiales de empresas extranjeras, las restricciones de acceso al
conocimiento por los regímenes de propiedad intelectual y la incipiente presencia de la
especulación financiera, la cual, comenzaba entonces su despegue. El país corría
entonces el riesgo de perder su capacidad de decisión nacional y quedar atrapado en el
juego de fuerzas sin control. Y, también, de volver a reinstalar lo que Prebisch llamó el
“pensamiento céntrico”, es decir, la teoría dominante de los centros de poder mundial,
como fundamento de nuestras propias políticas.

Era indispensable, entonces, mantener a raja tabla los equilibrios macroeconómicos,


remover la vulnerabilidad externa, incorporar las nuevas actividades portadoras del
conocimiento y ampliar el perfil exportador con productos creciente valor agregado y
tecnología. El viejo modelo primario exportador y el relativo aislamiento de la posguerra,
habían dejado de ser viables como modelo de desarrollo. Ambos llevaban a la
vulnerabilidad externa y a la inestabilidad. La cadena agro industrial debía, por lo tanto,
integrarse con un desarrollo industrial de amplia base, diversificar y expandir las
exportaciones. Esto era también indispensable, a escala federal, para resolver el
problema histórico de la concentración de la población y la producción en el viejo centro
hegemónico pampeano y el Puerto de Buenos Aires.

Entre los golpes de estado de 1955 y 1976, la economía registró un considerable proceso
de crecimiento y transformación; en el marco de una volatilidad recurrente. Las disputas
por la distribución del ingreso, inherente a las economías de mercado, tuvieron lugar en
un escenario de cuestionamiento de los avances de la legislación social del peronismo,
cuyos efectos se mantuvieron, en buena medida, a lo largo del tiempo. El punto más

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grave de la fractura de la densidad nacional se asocia al plano institucional y político. La
proscripción del peronismo envenenó las relaciones políticas y las mantuvo
permanentemente al borde del abismo. Los retornos efímeros a la democracia y los
golpes de estado se sucedieron en 1958, 1962, 1963 y l966. Desde finales de la década
de 1960, los alzamientos armados amenazaron la seguridad del estado y crearon un clima
creciente de violencia.

Respecto de los liderazgos, las Fuerzas Armadas mantuvieron su función de arbitraje de


las tensiones que el sistema político no pudo resolver y ellas mismas, en diversos
periodos, cuando ocuparon el poder, fueron portadoras de los diversos proyectos de país
subyacentes en el escenario argentino. A veces, sostuvieron políticas de desarrollo
nacional. Jefes, como los generales Savio y Mosconi y el almirante Quilhialt, son nombres
emblemáticos del desarrollo industrial y la soberanía energética. En otros momentos,
sostuvieron ideas y políticas de filiación liberal, Los liderazgos empresarios oscilaron en
posiciones ambiguas, generalmente cercanas a las posturas conservadoras. Entre tanto,
la militancia sindical presionaba por los aumentos de salarios y los regímenes de
protección al trabajador y, en el plano político, por el retorno de Perón.

Teniendo en cuenta las condiciones extremas de conflictualidad social y política y,


consecuentemente, de inestabilidad macroeconómica, un hecho notable es que la
economía registró un considerable crecimiento en el período. El largo proceso de
industrialización sustitutiva de importaciones, iniciado en la década de 1930 y consolidado
durante la guerra mundial y el primer peronismo, comenzó a dar sus frutos. Ciertas
condiciones necesarias para el desarrollo industrial se mantuvieron y permitieron que, en
la parte final del periodo, según lo miden los censos industriales de 1964 y 1974, la
industria manufacturera argentina alcanzara un considerable grado de madurez y
capacidad competitiva. Al mismo tiempo, había comenzado el repunte de la actividad
agropecuaria. La política económica del periodo abarca la estrategia desarrolista de
Frondizi, el buen manejo macroeconómico de Illia y las variadas políticas de los gobiernos
de facto. La inestabilidad del escenario político se manifestó en el problema crónico de la
inflación y las recurrentes crisis en los pagos internacionales.

El proceso de acumulación volvió a sufrir trastornos graves. Por un lado, la inestabilidad


política y de la macroeconomía, desalentó la inversión y promovió la fuga de capitales. La

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capacidad de respuesta frente a los nuevos desafíos y oportunidades de la globalización
fue muy débil. Poco a poco, las filiales de empresas extranjeras comenzaron a ganar
espacio respecto de las empresas de capital nacional, desalentando la acumulación de
poder económico en el empresariado local que es una condición del desarrollo nacional
en los países exitosos. Sin embargo, en semejante escenario, se registraron algunos
avances tecnológicos significativos en áreas, como las biociencias y biotecnologías, en
las cuales, el país tenía y conserva un respetable acervo. Los sucesivos golpes de
estado, fueron la evidencia de la incapacidad del sistema político de acumular tradición y
práctica democrática en el marco de las normas constitucionales. Un hecho grave de
ruptura de la acumulación, fue la intervención de las universidades en 1966. La agresión
provoco el desmantelamiento de institutos y equipos de investigación en las ciencias
duras y en otras áreas, lo cual provoco un daño gigantesco al acervo científico y
tecnológico del país.

El regreso de Perón al poder, en l973, en el marco de la violencia desatada por los


terrorismos de izquierda y derecha, impuso nuevos desafíos que el caudillo y sus
sucesores, no pudieron resolver y, antes bien, fueron ellos mismos protagonistas del
problema. Comenzó entonces otra historia. En 1930 las Fuerzas Armadas asumieron el
rol de arbitraje. Con el golpe de estado de 1976, para responder a la amenaza subversiva,
sus jefes tuvieron un comportamiento que agravió los derechos humanos y los intereses
fundamentales de la Nación

La demolición de la densidad nacional


A mediados de la década de 1970, convergieron acontecimientos, en el mundo y en el
país, que provocaron un deterioro gigantesco y el derrumbe de la densidad nacional. En el
orden mundial, la especulación financiera se convirtió en el eje dominante de la
globalización. La liquidez internacional aumentó vertiginosamente, mucho más que la
requerida por la economía real del comercio, la producción y las inversiones productivas.
El hecho obedeció al déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos y a otros
factores, como la acumulación de petro dólares en los miembros de la OPEP
(Organización de Países Exportadores de Petróleo). Sobre estas bases, el sistema
financiero de las mayores economías, montó un gigantesco casino para especular con las
variaciones en las paridades, las cotizaciones en los mercados de valores y las tasas de
interés. El 95% de las transacciones en los mercados de cambios, actualmente superiores

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a dos billones de dólares diarios, consiste precisamente en movimientos especulativos de
capitales. El proceso fue facilitado por la revolución informática y, especialmente, por la
desregulación de las transacciones propiciada por gobiernos de las mayores economías,
bajo el liderazgo de los Estados Unidos, cuya moneda, es la referencia de 2/3 del
comercio internacional y otro tanto de las reservas internacionales de los bancos centrales
del resto del mundo.

El mundo del dinero se convirtió en el principal protagonista de la globalización e impuso


su ideología al conjunto del sistema. El credo neoliberal, plasmado en América Latina en
el Consenso de Washington, propició la desregulación y apertura indiscriminada de los
mercados, las privatizaciones, el retiro del estado y los tipos de cambios sobrevaluados, a
través de los cuales, el deficit de los países en desarrollo aumentó la demanda de crédito
internacional.

Mientras tanto, en la Argentina, se desplegaba el drama del alzamiento de las guerrillas


que amenazaban la seguridad del Estado y del asesinato por razones políticas, cometido
desde uno y otro extremo ideológico de la violencia. Como en todo estado organizado, las
Fuerzas Armadas asumieron la responsabilidad de restablecer la seguridad publica pero
su respuesta demolió la densidad nacional. En tres planos. Uno, la imposición del
terrorismo de Estado y la represión al margen de las leyes y de las normas de convivencia
de una sociedad civilizada. Dos, la guerra de Malvinas para recuperar por la fuerza, los
derechos soberanos argentinos en el archipiélago, enfrentado a la potencia ocupante
aliada con la mayor coalición militar de la historia. Tres, adhesión al credo neoliberal que
convirtió a la economía argentina en una sucursal del casino especulativo internacional,
iniciando un proceso incontenible de endeudamiento, desindustrialización, pobreza y
paralización económica.

En el plano social, aumentó la pobreza, el desempleo y la desigualdad en la distribución


del ingreso, profundizando las fracturas de la sociedad argentina. Los liderazgos pasaron
a manos de jefes militares e intereses privados cuyas decisiones desmantelaron el poder
económico de la Nación y la unidad del pueblo, condiciones en las antípodas de las
necesarias para mantener la seguridad nacional. En el plano institucional y político, se
destruyeron las instituciones republicanas y los mecanismos de control de una sociedad
civilizada, provocando una agresión masiva contra los derechos humanos. En el campo

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de las ideas, se entronizó el paradigma neoliberal, subordinando a la política económica a
la versión más retrógrada y destructiva del “pensamiento céntrico”.

Sobre la base de la demolición de los elementos constitutivos de la densidad nacional, la


política económica privilegió la especulación financiera, denominada en los informes del
Banco Central del período, la “industria financiera”. La apreciación del tipo de cambio, vía
el régimen de la “tablita”, provocó una apreciación extraordinaria del peso que arrasó con
la competitividad de gran parte de la industria argentina, incluyendo empresas eficientes
que operaban en la frontera del conocimiento, como las firmas electrónicas. En aquel
entonces, esa industria estaba, en la Argentina, más avanzada que en países como
Corea y Taiwán, que construirían su potencial industrial y tecnológico, sobre esas y otras
manufacturas de frontera. .

El campo, con un endeudamiento creciente, apenas sobrevivió debido a la excepcional


productividad basada en la dotación de recursos naturales. El objetivo de volver a un país
pastoril, preindustrial, sin industrias, trabajadores ni sindicatos, concluyó con una
economía postrada, insolvente y con un deterioro gigantesco de las condiciones sociales.
Salvo en las privatizaciones de empresas públicas, el “pensamiento céntrico” fue aplicado
hasta sus últimas consecuencias. El resultado fue el creciente déficit del comercio
internacional, la cuenta corriente del balance de pagos y las finanzas públicas. Los
préstamos y la deuda y, de eso se trataba, se multiplicaron, hasta que los desequilibrios
del sistema fueron evidentes, se interrumpió el acceso al crédito internacional y el sistema
se desplomó.

La estructura productiva registró las consecuencias de la política económica. En un


sendero de contracción productiva, estancamiento, desequilibrios macroeconómicos y
fuga de capitales, la industria perdió peso relativo en el PBI y el agro mantuvo la suya,
mientras los servicios aumentaron favorecidos por la mejora de sus precios relativos en
contra de la de los bienes transables, sujetos a la competencia internacional. La actividad
financiera hizo su América, mientras algunos recién venidos e intrusos al núcleo
dominante del sistema financiero, fueron destruidos por las normativas del Banco Central.
El aumento del desempleo deprimió los salarios reales y se agravaron la pobreza, la
indigencia y la desigualdad en la distribución del ingreso.

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El proceso de acumulación sufrió nuevas interrupciones. En el plano institucional y
político, se agravaron los problemas inaugurados con el golpe de estado de1930. En la
economía, se fracturaron cadenas de valor, sobre todo, en las actividades complejas y
paralizaron los desarrollos que habían sido revelados por los censos industriales de 1964
y 1974. El sistema nacional de ciencia y tecnología fue agraviado con la persecución de
científicos e investigadores sospechados. Cabe observar que en un país hermano, Brasil,
en la misma época y también con un régimen autoritario, los científicos y tecnólogos,
pensaran lo que pensaran, siguieron trabajando en el desarrollo del país. La acumulación
en la sinergia entre lo público y lo privado, fue liquidada por el comportamiento de un
estado que destruyó núcleos dinámicos de la actividad privada. A su vez, la acumulación
de soberanía, de capacidad autónoma de decisión, que surge de los equilibrios
macroeconómicos y la movilización de los recursos propios, fue sustituida por el
sometimiento de un país endeudado a los dictados de sus acreedores y la hegemonía del
pensamiento céntrico.

El deterioro del posicionamiento internacional fue gigantesco. Argentina ganó


credenciales como un país bárbaro cuyo estado era capaz de violar los derechos
fundamentales de sus ciudadanos. Soportó, por primera vez, en su historia las
consecuencias de la derrota militar por la aventura de Malvinas. Finalmente, en el abismo
de la deuda y del desorden económico, el país pasó a ser un suplicante de la ayuda
internacional, lo cual multiplicó su descrédito. Como cabía esperar, la demolición de la
densidad nacional culminó con un descalabro, en todos los planos, desde el institucional
al económico.

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