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Para mediados del Siglo XIX los frutos de la emancipación no se habían comenzado a
cosechar: la conquista de la estabilidad solo se había logrado en tierras marginales del
imperio, y un escaso éxito logrado por minería colonial, se mostraba en México, Perú y
Bolivia.
La consolidación de un nuevo orden latinoamericano comenzó a producirse a partir de
qué la relación con las zonas económicas metropolitanas empezó a cambiar. La
economía metropolitana comenzó a proporcionar un mercado para la producción
tradicional latinoamericana y a proporcionar un mercado para un conjunto de
producciones nuevas, a la vez que ampliaba su capacidad de absorción de los frutos
de las tradicionales, e iba a ofrecer los capitales que eran necesarios para una
modernización de la economía latinoamericana.
La eficacia que el cambio de la coyuntura económica mundial tuvo para Latinoamérica
aumento por el modo en que este se produjo. Una explicación coloca en la base de
ese cambio al descubrimiento del oro californiano. Otros cambios son los puertos de la
nueva ruta. Se presentan ciertos progresos técnicos en las ciudades, el gas reemplaza
al aceite y a la grasa vacuna o equina como medio de iluminación en Buenos Aires. La
navegación a vela es reemplazada por el buque - correo inglés que comienza a
transportar pasajeros. De esta manera terminan las inseguridades y los naufragios
frecuentes con la navegación a vela.
Así América Latina exhibe los signos externos de un progreso, que recién comienza a
llegar.
A mediados del Siglo XIX da comienzo un proceso de asalto a las tierras indias y a las
tierras eclesiásticas. Proceso que se acompaña de la expansión de cultivos para el
mercado mundial. El motor de ese proceso es la agresividad de sectores de nivel más
bajo que los dirigentes tradicionales (aristocracia rural provincial, comerciantes
mestizos, de las ciudades pequeñas, también los indios ricos que hayan prosperado
dentro o fuera de la estructura comunitaria). Lo que hace más atractiva la conquista de
tierra indias, parece ser la expansión de los mercados locales proporcionados por
ciudades y pueblos, ese cambio en el equilibrio entre sectores urbanos y campesinos
comienza a darse antes de que Latinoamérica se vincule con la economía mundial.
Las innovaciones son dos: por un lado, la mayor disponibilidad de capitales, y en
segundo lugar la mayor capacidad por parte de las metrópolis para absorber
exportaciones hispanoamericanas
Con respecto a la primera innovación, esa disponibilidad se vuelca en créditos e
inversiones a gobiernos, que tienen una importancia política considerable, ya que
permiten apresurar la emancipación de los gobiernos con respecto a las fuentes de
ingresos fiscales situadas en las zonas rurales ( de esta manera permitió
complementar la expansión del comercio y la industria extractiva, haciendo posible,
por ejemplo en caso de Perú, el reemplazo del sistema impositivo basado en
contribuciones de la zonas de agricultura de subsistencia por otro sistema basado en
esos sectores en expansión). Está innovación es rica en consecuencias políticas y
contribuye a producir la consolidación del Estado, tan importante para esta etapa (En
Argentina donde los ingresos provenían tradicionalmente de rentas aduaneras
dependientes del comercio ultramarina, fueron los préstamos europeos los que
hicieron más fácil el triunfo de ese gobierno contra las resistencias provinciales. El
monto de esos préstamos cubría el costo de las guerras civiles y de la guerra del
Paraguay, está última había cumplido una función esencial en la afirmación del poder
central). Los préstamos adoptan fórmulas de devolución a largo plazo, y la visión que
se acepta es la que explica que la expansión constante de la economía será la que
resolverá el problema del endeudamiento. Lo que resuelve esto es el crédito externo,
tomándose nuevos préstamos para pagar los intereses de los viejos.
Las inversiones actualizan un esquema de distribución de tareas, la comercialización y
el transporte interoceánico quedan a cargo de sectores extranjeros; mientras que los
localmente dominantes se reservan las actividades primarias. Este esquema empieza
a superarse y se muestra una penetración aún mayor de los sectores extranjeros; así
la minería y las formas de explotación de riquezas superficiales (cómo el caso del
Guano), así como también la red de ferrocarriles comienzan a ser controlados por
extranjeros.
El nuevo pacto colonial transforma a Latinoamérica en productora de materias primas
para los centros de la nueva economía industrial, la hace consumidora de la
producción industrial de las áreas metropolitanas y dejan de ser los artículos de
consumo perecedero los que dominan, para asegurar un flujo variable de bienes de
capital, productos de la renovada metalurgia, y también combustibles. Esa evolución
de la composición del comercio importador es lenta y va a madurar posteriormente.
Las nuevas funciones de América Latina en la economía mundial serán facilitadas por
la adopción de políticas librecambistas. El librecambio es la fé común de los dirigentes
políticos y sectores altos locales, y constituye un factor de aceleración del proceso que
comienza en Latinoamérica, que se amplía gracias a los nuevos hábitos de consumo
de sectores urbanos en expansión, que hace depender de la importación a masas
humanas cada vez más amplias. Estos sectores urbanos pueden impacientarse frente
al monopolio político de las oligarquías exportadores y en etapas tardías llegarán a
amenazarlos. Sin embargo, coinciden con los grupos localmente dominantes en
apoyar las líneas de la transformación que ahora comienza, lo cual permite una
continuidad política marcada. Está coincidencia no excluye que los beneficios
derivados del nuevo orden se hayan distribuidos de manera desigual dentro de la
sociedad. Los beneficios que extraen las clases terratenientes, en cuanto propietarias
de tierras, cuya valorización es una consecuencia del nuevo orden, pero también en
cuanto dotadas de influencia política que le permiten beneficios adicionales. Estás
clases más ricas en tierras que en dinero, frecuentemente endeudadas, constituyen
junto con los políticos de las élites urbanas lo mejor de la clientela de los nuevos
bancos nacionales que van surgiendo en Latinoamérica.
Algunos de los aspectos que comienzan a darse son la inmigración, el crecimiento
demográfico, el crecimiento del comercio internacional, la expansión de la minería y un
boom productivo (cobre y trigo son chilenos, la lana es rioplatense, el guano es
peruano, el café se expande en Brasil, Venezuela, Nueva Granada, Centroamérica,
azúcar en Antillas, México Perú). Otras inversiones resultan necesarias para acelerar
el proceso: lo cual conduce a la creación de sistemas ferroviarios.
A mediados del Siglo XIX en casi todas partes un orden sustancialmente conservador
empieza a estar amenazado por el crecimiento de una oposición que se nutre sobre
todo de las ciudades en crecimiento y muestra el descontento de la plebe urbana, de
los jóvenes de las clases instruidas, pero no ricas.
La historia que se repite desde Bs As a México: el credo liberal es demasiado
satisfactorio a los intereses dominantes para que los recelos que inspiran sus primeros
abanderados sean un obstáculo decisivo. (Sarmiento hizo bien en no fiarse de unos
escritores sin prestigio ni dinero, e hizo bien en apoyarse en hacendados y ricos
comerciantes que le dieron su confianza.
La conversión de los poderosos al nuevo orden solo será posible cuando sus ventajas
se hayan hecho evidentes,
Las fuerzas renovadoras llevan una lucha difícil en los nuevos países
latinoamericanos, mientras que en otros la transición se da sin combates. Estos
procesos requieren ser examinados dentro del marco nacional y en cada nación su
ritmo varía. Además, se presentan límites cronológicos, en tanto que en la etapa que
se combate por el nuevo orden y la etapa en la que ese orden se consolida no
coinciden en uno u otro país. Esa separación entre dos etapas implica la elección de
ciertos signos que marcarán esa transición. Los criterios para establecer esa
separación entre la primera y segunda etapa de afirmación del orden neocolonial son
dos: una disminución en la resistencia a ese orden, y por otro lado la identificación de
los sectores económica y socialmente dominantes con ese orden, que reorienta la
ideología dominante del liberalismo al progresismo, y va acompañada de una simpatía
por las soluciones políticas autoritarias.
Este esquema de desarrollo se presenta muy claramente en MÉXICO. Aquí el punto
de partida es la revolución liberal de 1854, que lleva, junto con el General Álvarez,
figuras influyentes dentro del liberalismo provinciano: Melchor Ocampo, Benito Juárez.
Estos revolucionarios encuentran eco en la capital, donde liberalismo y romanticismo
triunfan juntos entre la juventud letrada.
Los liberales triunfantes ponen en la presidencia a Álvarez y aplican el Plan Ayutla
(este plan es llamado por los mexicanos como la Reforma). La reforma afecta sobre
todo a la Iglesia, y sus propiedades. La Ley Juárez despoja a los eclesiásticos de su
fuero privilegiado. La Ley Lerdo prohíbe el mantenimiento de la propiedad inmueble en
manos de comunidades (lo cual perjudica a la Iglesia y las Órdenes, pero también a
las comunidades indígenas). La oposición conservadora se apodera de la capital y la
guerra civil durará tres años. Los conservadores arman a la plebe indígena y mestiza,
en defensa de la fé amenazada.
Desde 1857 Juárez es presidente y su bando domina Veracruz y el Norte, y por lo
tanto las comunicaciones ultramarinas y la renta anuales. En 1861 los liberales
conquistan la Capital y la resistencia conservadora prolonga la guerra civil en las
provincias.
El gobierno conservador ha acumulado grandes deudas en las casas bancarias de
Francia y Suiza. Las potencias le piden a Juárez que pague, quien alega que México
no puede pagarlas. Las potencias intervienen, los anglofrancoespañoles ocupan
Veracruz a comienzos de 1862. Francia pretende cobrar las deudas y cree haber
encontrado apoyos locales en los conservadores, para afirmar su hegemonía sobre
México.
En 1863 los franceses conquistan la Capital y el gobierno de Juárez comienza su
retirada hacía el Norte. La estabilidad llegará al México conservador a través de la
instalación de una monarquía, con un emperador llamando Maximiliano de Habsburgo.
El imperio había sido creado por los conservadores para deshacer la obra de la
Reforma.
La causa conservadora había dejado de ser l de todos los que tenían algo que perder,
y era cada vez más la causa de una institución que defendía privilegios muy
discutibles. Las clases altas mexicanas se sentían cada vez menos identificadas con
esa causa, a medida que se hacía evidente que el imperio no era capaz de pacificar al
país. Terminada la guerra con Estados Unido, agravada la crisis del equilibrio europeo
por la guerra de 1866, los franceses se retiraron de México. Maximiliano fue asesinado
por orden de Juárez.
La Reforma había triunfado, pero heredaba un México en ruinas. La segunda guerra
de la independencia dejaba una herencia explosiva. Juárez redujo drásticamente las
fuerzas armadas y redujo gastos del Estado, salvo en la rama de educación. México
no superaba el estancamiento económico y la expansión de los cultivos de algodón
había sido una consecuencia momentánea de la guerra civil de EE. UU, luego de su
liberación México debía contar para sus exportaciones con su producción de plata, que
no aumentaba.
En 1871 Juárez era reelegido por el Congreso, luego de que el sufragio popular dio
una respuesta dividida. Uno de los derrotados era el General Porfirio Díaz.
En 1872 moría Juárez y le sucedía Sebastián Lerdo, quien pertenecía al grupo de
letrados liberales que habían acompañado desde el comienzo a la Reforma. Contra el
nuevo presidente volvió a levantarse Díaz, desde Tuxtepec en 1875, y en nombre de
la victoriosa revolución Tuxtepecana iba a ser gobernada México hasta 1910. El triunfo
de Díaz quería ser el punto de partida para una continuación de la Reforma, el jefe
triunfante juraba por sus principios y acusaba al vencido de haberlos traicionado:
condenaba la política de amistad con los Estados Unidos que Lerdo practicaba luego
del gobierno de Juárez.
Con el triunfo de Díaz se daba por finalizada la tradición jurídico- liberal de la reforma,
ahora los objetivos serían provocar la modernización económica que se había
demorado en suceder.