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INDICE

● EL ORIGEN COMÚN DE LA MALDAD HUMANA


o nueve rasgos oscuros.
o núcleo oscuro.
● ETAPAS DE LA INFANCIA (DESARROLLO FISICO Y PSIQUICO)
o las etapas de la infancia
o Período intrauterino
o Período neonatal
o Período postneonatal o lactante
o Período de la primera infancia
o Período preescolar
o Período escolar
● SIGMUND FREUD: VIDA Y OBRA DEL CÉLEBRE PSICOANALISTA
o Freud y el Psicoanálisis
o La relación de Sigmund Freud con Charcot y Breuer: Origen del
Psicoanálisis
o La mente inconsciente
o Las instancias psíquicas (ELLOS, YO Y SUPER YO)
o Los mecanismos de defensa
o Estadios de la teoría de Freud
o Análisis de los sueños
● LA TEORÍA PSICOSOCIAL DE ERIK ERIKSON
o Los epigenética, etapas psicosexuales y diferencias con Freud
o La psicología del Yo de Erikson
o Etapas del desarrollo psicosocial de Erikson
● Matrimonios separados y disputas de pareja
● Número de miembros de familia
● La teoría de la coerción de Patterson
● Modelo de Wahler
● TIPOS DE FAMILIA
● VIOLENCIA FAMILIAR.
● EL AGRESOR
● TIPOS DE VIOLENCIA VULNERABLE
● La violencia del padre y su repercusión en el hijo adolescente
o EL ADOLESCENTE AFECTADO POR LA VIOLENCIA PATERNA
● PADRES AGRESIVOS, HIJOS VIOLENTOS
● Perfil de mujer maltratada:
o Rasgos de la mujer maltratada
● Perfil del hombre violento
o Dimensión Psicodinámica
● Tratamiento del hombre golpeador
● Tratamiento impuesto por el juez al hombre golpeador
EL ORIGEN COMÚN DE LA MALDAD HUMANA
Se llama Factor D y expresa nueve comportamientos diferentes de egoísmo
extremo
Una investigación ha identificado el origen común de la maldad humana: se llama
Factor D. Agrupa a nueve comportamientos maliciosos que expresan el núcleo
oscuro de la personalidad: el afán de poner por encima de los demás y de la
comunidad, a cualquier precio, los intereses propios.
Una investigación en la que han participado científicos daneses y alemanes ha
identificado el origen común de la maldad humana y lo han llamado el “factor
oscuro de la personalidad” o “Factor D”.
Según esta investigación, el “Factor D”  es la tendencia general a maximizar el
interés individual sin tener en cuenta, de manera malintencionada, el daño que ese
comportamiento puede tener sobre los demás, ni la inutilidad de su
comportamiento.

Todos los rasgos oscuros de la personalidad se explican por esta tendencia


psicológica a poner los intereses personales por encima de cualquier otro interés,
ya sea de otra persona o comunidad, según esta investigación.
Esta tendencia se expresa incluso cuando se disfruta haciendo daño a los demás.
Una  serie de creencias sirven como justificaciones que evitan los sentimientos de
culpa, vergüenza o similares, en las personas que actúan de esta manera
Esta investigación aporta también una compilación de los rasgos oscuros de la
personalidad más frecuentes, acompañados de sus respectivas definiciones.
Pueden agruparse en nueve.
NUEVE RASGOS OSCUROS
El egoísmo es el primero de ellos y puede definirse como la preocupación
excesiva por el beneficio propio a expensas de los demás y de la comunidad. El
segundo es el maquiavelismo, una actitud manipuladora e insensible hacia los
demás, acompañada de la convicción de que el fin justifica los medios.
La desconexión moral es el tercero de los rasgos oscuros de la personalidad y se
define como un estilo de procesamiento cognitivo que permite comportarse de
manera amoral sin sentir remordimiento alguno por ello.
El narcisismo, cuarto rasgo, se define como una auto-admiración excesiva,
acompañada de un sentimiento de superioridad y de una necesidad extrema de
atraer constantemente la atención de los demás.
La creencia persistente de que uno es mejor que los demás y que por lo tanto
merece ser tratado mejor, es el quinto rasgo oscuro de la personalidad y se llama
derecho psicológico. La psicopatía, sexto rasgo, se define como la falta de
empatía y autocontrol, a lo que se le agrega un comportamiento impulsivo.
El sadismo es el séptimo rasgo y se define como el deseo de infligir daño mental o
físico a otros por placer. El interés propio (entendido como el deseo de promover y
destacar el propio estatus social) y el rencor, definido como destructividad y
disposición a causar daño a otros, incluso si uno corre el riesgo de infligirse daño a
sí mismo, son respectivamente el octavo y noveno rasgos oscuros de la
personalidad establecidos en esta investigación.
NÚCLEO OSCURO
La mayoría de estos rasgos oscuros se pueden entender como manifestaciones
de una única disposición subyacente común: el “núcleo oscuro” de la
personalidad. En la práctica, esto implica que, si se tiene tendencia a mostrar uno
de estos rasgos oscuros de personalidad, también es más probable que se tenga
una fuerte tendencia a mostrar otros de los rasgos oscuros.
Ingo Zettler, autor principal de esta investigación, explica al respecto en
un comunicado que en una persona determinada, el Factor D puede manifestarse
principalmente como narcisismo, psicopatía o cualquiera de los otros rasgos
oscuros, o bien como una combinación de varios.
“Nuestra gráfica del denominador común de los diversos rasgos oscuros de la
personalidad, permite establecer que determinada persona tiene un Factor D alto.
Esto se debe a que el Factor D indica la probabilidad de que una persona participe
en el comportamiento asociado con uno o más de estos rasgos oscuros ", dice
Zettler.

En la práctica, esto significa que una persona que exhibe un comportamiento


malévolo particular (como que le gusta humillar a otros) tendrá una mayor
probabilidad de participar también en otras actividades malévolas (como hacer
trampas, mentir o robar).
Aunque los nueve rasgos oscuros pueden dar lugar a tipos específicos de
comportamiento, sin embargo, en su núcleo, generalmente tienen mucho más en
común que lo que los diferencia.
Por ello, el conocimiento de este "núcleo oscuro" puede jugar un papel importante
para los investigadores o terapeutas que trabajan con personas con rasgos
específicos de personalidad oscura, ya que es este “Factor D” es  el que
determina diferentes tipos de comportamientos y acciones humanas imprudentes y
maliciosas.

“Lo vemos, por ejemplo, en casos de violencia extrema, incumplimiento de


normas, mentira y engaño en los sectores corporativo o público. Aquí, el
conocimiento sobre el Factor D de una persona puede ser una herramienta útil,
por ejemplo, para evaluar la probabilidad de que la persona vuelva a delinquir o
participe en conductas más dañinas”, afirma Zettler.
Para llegar a estas conclusiones los investigadores encuestaron a más de 2.500
personas a las que, a través de una intensa batería de preguntas relacionadas con
los comportamientos oscuros, estudiaron sus actitudes hacia la agresión o la
impulsividad y sus comportamientos egoístas y pocos éticos
ETAPAS DE LA INFANCIA (DESARROLLO FISICO Y PSIQUICO)
La infancia es la etapa de la vida que va desde el nacimiento hasta la juventud.
Ahora bien, dentro de esta fase también hay diferentes momentos que marcan los
ritmos del desarrollo del niño o niña, tanto en lo físico como en lo psicológico.

Es por eso que es posible distinguir entre diferentes etapas de la infancia. Esta es


una clasificación que tanto los psicólogos como los profesionales de la salud en
general tienen mucho en cuenta para entender cómo piensan, sienten y actúan los
seres humanos cuando pasan por sus primeros años de vida.

A continuación, daremos un breve repaso a estas etapas de la infancia y a los


cambios físicos y mentales que se producen en el paso de una a otra. 
LAS ETAPAS DE LA INFANCIA
Sin embargo, hay que tener presente que los límites entre estas fases son difusos
y no se producen siempre del mismo modo; cada niño y niña es un mundo. En
todo caso, en todas estas etapas de la infancia se aprecia un desarrollo que va del
procesamiento de la información relativa a los sentidos y al presente, a la
comprensión de conceptos abstractos que trascienden el aquí y el ahora. A no ser
que esté presente alguna condición genética o médica, este desarrollo se
producirá de manera natural si el ambiente de crianza es propicio.
Por otro lado, esta clasificación asume que los pequeños pasan por un proceso de
educación formal en centros escolares; si bien esto no siempre es así, la evolución
del sistema nervioso de los niños y niñas se da de manera similar en todas las
sociedades y culturas.

1. Período intrauterino
Aunque se considera que la infancia empieza en el momento de nacer, en
ocasiones se asume que puede empezar antes, especialmente en los casos de
parto prematuro. Esta fase incluye el periodo fetal precoz y el tardío, e involucra
procesos de rápida formación y perfeccionamiento de los sentidos.
Hay que tener presente que, aunque en esta etapa se depende totalmente de los
demás, ya se producen los principales aprendizajes, especialmente a través del
oído. Sin embargo, estos están sujetos a un tipo de memorización muy simple y
básico. Por ejemplo, en esta etapa las áreas del cerebro que se ocupan de dar
base a la memoria autobiográfica aún no se han desarrollado.
Esta etapa de la vida se caracteriza por el hecho de que ni las estructuras
biológicas del organismo han madurado, ni el niño o niña ha tenido la oportunidad
de aprender a partir de la inmersión en un ambiente social y sensorialmente
estimulante.
2. Período neonatal
Esta fase de la infancia se inicia en el nacimiento y finaliza, aproximadamente, al
final del primer mes. En el período neonatal los bebés aprenden las principales
regularidades del mundo que les rodea y se establece la comunicación más
directa con otros seres humanos, si bien aún no se está en condiciones de
entender el concepto del "yo" y "tú" ya que aún no se domina el lenguaje.
Además, ya desde los primeros días los bebés muestran una asombrosa facilidad
para distinguir fonemas y, de hecho, son capaces de discriminar diferentes
idiomas por cómo suenan. Esta es una habilidad que se va perdiendo en los
primeros meses de vida.
Por lo que respecta a los cambios físicos, en esta etapa de la infancia se empieza
a producir el crecimiento de todo el cuerpo menos de la cabeza. Además, en esta
fase se es muy vulnerable, y la muerte súbita es mucha más frecuente en este
espacio de tiempo.
3. Período postneonatal o lactante
Esta sigue siendo una de las etapas de la infancia más tempranas, pero en este
caso, a diferencia de la etapa anterior, los cambios físicos y psicológicos son más
fáciles de notar, dado que hay más cambios cualitativos en el comportamiento.
En la etapa lactante se empieza a desarrollar una musculatura suficiente para
mantener una postura erguida y, además, hacia los 6 meses se empieza a emitir
balbuceos y falsas palabras. Además, se aprende a coordinar partes del cuerpo
para que sea sencillo moverlos a la vez con precisión (desarrollo motor fino).
Por supuesto, la lactancia es un elemento muy importante en esta fase del
crecimiento, ya que proporciona tanto alimento como un canal de comunicación
con la madre que permite que se estrechen lazos afectivos.
4. Período de la primera infancia
La primera infancia va del primer al tercer año de edad, y coincide
aproximadamente con la etapa en la que los niños y las niñas asisten a la
guardería. Aquí ya se empieza a controlar el uso del lenguaje propiamente dicho,
aunque al principio es un lenguaje telegráfico con palabras sueltas y más tarde se
gana la capacidad de formular frases simples con incorrecciones como la
generalización (llamar "gato" a un perro, por ejemplo).
Por otro lado, en esta fase se empieza a ganar el control de los esfínteres y se
muestra una fuerte voluntad de explorar y descubrir cosas; según Jean Piaget,
esta curiosidad era justamente, el motor del aprendizaje.
Además, en esta etapa el pensamiento es fundamentalmente egocéntrico en el
sentido de que cuesta mucho imaginarse lo que piensan o creen los demás. Eso
no significa que los niños y niñas quieran hacer daño a los demás, sino que su
atención se centra en conceptos que hacen referencia a uno mismo, dado que son
los más fáciles de comprender y de relacionar con las experiencias sensoriales.
En cuanto a los cambios físicos, el tamaño del torno y de las extremidades sigue
creciendo, y la diferencia de tamaño entre la cabeza y el resto del cuerpo se
reduce, aunque este desarrollo es más lento que en las etapas anteriores.
5. Período preescolar
El período preescolar va de los 3 a los 6 años. Esta es la etapa de la infancia en la
que se gana la capacidad de la Teoría de la Mente, es decir, la habilidad de
atribuir intenciones, creencias y motivaciones únicas (que sean distintas de las
propias) a los demás. Esta nueva capacidad enriquece mucho las relaciones
sociales, aunque también permite que la mentira resulte más útil y eficaz como
recurso.
Además, aquí su capacidad para pensar en términos abstractos se desarrolla más,
en parte por la mielinización de su cerebro y en parte porque empiezan a tratar
habitualmente con comunidades amplias que no son únicamente el padre y la
madre. 
Por un lado, la mielinización hace que más partes del cerebro estén conectadas
entre sí, lo cual permite que se creen conceptos más abstractos a partir de la
combinación de ideas de muchos tipos, y por el otro el enriquecimiento del tipo de
interacciones a las que el niño o niña se somete hace que sus capacidades
cognitivas aprendan a desenvolverse en tareas más complejas.
En esta fase se empieza a llegar a pactos, a negociar y a buscar dar una imagen
concreta. Al final de esta, muchas veces se empieza a tratar de ajustar el propio
comportamiento a los roles de género, y los casos de disforia de género aparecen
con frecuencia a lo largo de esta etapa.
6. Período escolar
El período escolar es la última etapa de la infancia y la que da paso a la
adolescencia. Va de los 6 a los 12 años y en esta fase la capacidad de pensar en
términos abstractos y matemáticos se desarrolla mucho, aunque no llega a su
máximo. Esto es debido a que la mielinización del cerebro sigue su curso (y no se
ralentizará hasta la tercera década de vida). Los lóbulos frontales empiezan a
estar mejor conectado con otras partes del encéfalo, y esto facilita un mejor
dominio de las funciones ejecutivas como la gestión de la atención y la toma de
decisiones siguiendo estrategias consistentes.
Además, en la etapa escolar la imagen que se da empieza a tener aún más
importancia, y se trata de ganar la amistad de quienes se considera importantes. 
El círculo social ajeno a la familia empieza a ser uno de los factores que
configuran la identidad de los niños y niñas, y esto hace que las normas familiares
empiecen a ser quebrantadas con frecuencia y teniendo consciencia de ello. Es en
parte esto lo que hace que en esta etapa de la infancia se empiece a ser
vulnerable a las adicciones, que pueden llegar a dejar alteraciones significativas
en el cerebro, como en el caso del consumo del alcohol que en muchos casos
empieza con la pubertad al inicio de la adolescencia.
La impulsividad también suele ser una característica de esta etapa, así como la
propensión a preferir metas a corto plazo que aquellas que se encuentran muy
alejadas en el futuro. Al final del período escolar el cuerpo empieza a manifestar
las señales de la pubertad, marcado por los cambios de voz en los varones y el
crecimiento de los senos en las jóvenes, entre otras cosas.
SIGMUND FREUD: VIDA Y OBRA DEL CÉLEBRE PSICOANALISTA
Sigmund Freud es, quizás, el pensador más famoso, polémico y carismático de la
psicología del siglo XX. 
Sus teorías y su trabajo han dejado una huella importante en el modo en el que
durante décadas se han dado explicaciones sobre el desarrollo en la infancia,
la personalidad, la memoria, la sexualidad o la terapia. Muchos psicólogos han
sido influenciados por su obra, mientras otros han desarrollado sus ideas en
oposición a él.
Freud y el Psicoanálisis
Freud es el padre del psicoanálisis, un método que tiene como objetivo el
tratamiento de enfermedades mentales. El psicoanálisis freudiano es una teoría
que intenta explicar el comportamiento de los seres humanos y se basa en el
análisis de los conflictos sexuales inconscientes que se originan en la niñez. Esta
teoría sostiene que los impulsos instintivos que son reprimidos por la conciencia
permanecen en el inconsciente y afectan al sujeto. El inconsciente no es
observable por el paciente: el psicoanalista es quien debe volver accesibles dichos
conflictos inconscientes a través de la interpretación de los sueños, los actos
fallidos y la asociación libre.
El concepto llamado “asociación libre”, trata de una técnica que busca que el
paciente exprese, durante las sesiones de terapia, todas sus ideas, emociones,
pensamientos e imágenes tal y como se le presentan, sin restricciones ni
ordenamientos. Tras esta apertura, el psicoanalista debe determinar qué factores,
dentro de esas manifestaciones, reflejan un conflicto inconsciente.
La relación de Sigmund Freud con Charcot y Breuer: Origen del
Psicoanálisis
Para entender su teoría, hay que saber que todo empezó en París, donde
Sigmund Freud se encontraba gracias una beca. Allí pasó mucho tiempo al lado
de Jean-Martin Charcot, un famoso neurólogo estudioso del fenómeno hipnótico, y
así comienza su interés en la sugestión y el estudio de la histeria. Una vez
finalizada la beca, Freud regresó a Viena y compartió las teorías de Charcot con
otros médicos, pero todos le rechazaron salvo Josef Breuer, un amigo suyo. 
Además, Breuer tuvo un papel importantísimo en la vida de Sigmund Freud como
figura paterna, aconsejándole en los distintos aspectos de la carrera que
compartían, apoyándole económicamente para que estableciera su consultorio
como médico particular, creando el método catártico y redactando con él la obra
inaugural de la historia del psicoanálisis.
La mente inconsciente
Sigmund Freud desarrolló un mapa topográfico de la mente en el que describió las
características de la estructura y el funcionamiento de la mente. En este modelo,
la mente consciente es solo la punta del iceberg. En la mente inconsciente
descansan muchos de nuestros impulsos y deseos primitivos que están mediados
por la preconciencia.
Freud descubrió que algunos eventos y deseos causaban tanto miedo y dolor a
sus pacientes, que permanecían guardados en el oscuro subconsciente, afectando
a la conducta de manera negativa. Esto sucedía debido al proceso que llamó
“represión”. En su teoría da mucha importancia a la mente inconsciente, ya que el
objetivo del psicoanálisis es hacer consciente lo que está molestando en el
inconsciente.
Las instancias psíquicas
Más tarde, Freud desarrolló un modelo de la mente que estaba compuesto por el
ELLO, el YO y el SUPER-YO, y lo llamó el “aparato psíquico”. Tanto el ELLO,
el YO y SUPER-YO no son áreas físicas, sino conceptualizaciones hipotéticas de
funciones mentales importantes.
● El ELLO opera en el nivel inconsciente. responde al principio del placer y está
compuesto de dos tipos de instintos biológicos o impulsos a los que llamó Eros y
Thanatos. El Eros, o instinto de vida, ayuda a los individuos a sobrevivir; dirige las
actividades que sustentan la vida como la respiración, la comida o el sexo. La
energía creada por los impulsos de vida se conoce como libido. En contraste, el
Thanatos o instinto de muerte, son una serie de fuerzas destructivas que están
presentes en todos los seres vivos. Cuando la energía se dirige hacia otros, se
expresa en agresiones y violencia. Freud pensaba que el Eros tiene es más
poderos que el Thanatos, ya facilita que la gente sobreviva en vez de
autodestruirse.

● El YO (o ego) se desarrolla durante la infancia. Su objetivo es satisfacer las


demandas del ELLO dentro de la aceptación social. En contraste con el ELLO, el
YO sigue el principio de realidad y opera en el consciente y el subconsciente.

● El SUPER-YO (o superego) es el responsable de asegurar que se siguen unos


estándares morales, por lo que actúa con el principio de moralidad y nos motiva a
actuar con un comportamiento socialmente aceptable y responsable. El SUPER-
YO puede hacer a una persona sentirse culpable por no seguir las normas.
Cuando hay un conflicto entre objetivos del ELLO y el SUPER-YO, el YO actúa
como mediador. El YO posee mecanismos de defensa para prevenir la ansiedad
de estos conflictos. Estos niveles o las instancias se superponen, es decir se
integran y de este modo funciona el psiquismo humano. Este es un proceso que
se va desde el momento en que una persona nace.
Cuando uno nace es todo ELLO, sus necesidades de alimentación, higiene, sueño
y contacto deben satisfacerse inmediatamente, porque no posee la capacidad de
espera, es decir se rige por un principio de placer, es impaciente. Poco a poco va
aprendiendo a esperar, percibe que alguien lo alienta, distingue situaciones, es
ese el momento en que surge el YO y a medida que va creciendo continúa con
sus aprendizajes.
Entre estos aprendizajes distingue que hay cosas que no puede hacer y otras que
sí, entonces es cuando comienza a formarse el SUPER-YO. Un niño va orientando
su conducta según lo indicado por los adultos quienes le van otorgando premios o
castigos según responda o no a las normas o indicaciones que estos dan.
Los mecanismos de defensa
Freud nos habla los mecanismos de defensa, como las técnicas del inconsciente,
encargadas de minimizar las consecuencias de eventos demasiado intensos. De
esta manera, a través de estos mecanismos, el individuo es capaz de funcionar
con normalidad. Es una respuesta del YO, que se defiende tanto de la excesiva
presión del ELLO, cuando éste reclama la satisfacción de los impulsos, como del
desmesurado control del SUPER-YO; merced a ellos, el YO también se protege de
la presencia de experiencias pasadas de tipo traumático. 
Los mecanismos de defensa son modos incorrectos de resolver el conflicto
psicológico y pueden dar lugar a trastornos en la mente, la conducta, y en los
casos más extremos a la somatización del conflicto psicológico y las disfunciones
físicas que lo expresan. Estos son algunos de los mecanismos de defensa:

Desplazamiento
Se refiere a la redirección de un impulso (habitualmente una agresión) hacia una
persona o un objeto. Por ejemplo, alguien que se sienta frustrado con su jefe y le
suelte una patada a su perro.
Sublimación
Es similar al desplazamiento, pero el impulso se canaliza hacia una forma más
aceptable. Una pulsión sexual se sublima hacia una finalidad no sexual,
apuntando a objetos valorados socialmente, como la actividad artística, la
actividad física o la investigación intelectual.
Represión
Es el mecanismo que Freud descubrió primero. Hace referencia a que el YO borra
eventos y pensamientos que serían dolorosos si se mantuvieran en el nivel
consiente.
Proyección
Hace referencia a los individuos que atribuyen sus propios pensamientos, motivos
o sentimientos, hacia otra persona. Las proyecciones más comunes pueden ser
comportamientos agresivos que provocan un sentimiento de culpa, y fantasías o
pensamientos sexuales.
Negación
Es el mecanismo por el cual el sujeto bloquea eventos externos para que no
formen parte de la conciencia y trata aspectos evidentes de la realidad como si no
existieran. Por ejemplo, un fumador que se niega a afrontar que fumar puede
provocar serios problemas para su salud.
Estadios de la teoría de Freud
La época en la que el autor de la teoría psicosexual vivió, y en la que era habitual
la fuerte represión de los deseos sexuales, sobretodo en el sexo femenino,
Sigmund Freud entendió que existía una relación entre la neurosis y la represión
sexual. Por lo tanto, era posible entender la naturaleza y la variedad de la
enfermedad al conocer la historia sexual del paciente.
Freud consideraba que los niños nacen con un deseo sexual que deben satisfacer,
y que existen una serie de estadios, durante los cuales el niño busca placer de
diferentes objetos. Esto es lo que llevo a la parte más polémica de su teoría: la
teoría del desarrollo psicosexual.
Etapa oral
Comienza con el nacimiento y continúa durante los primeros 18 meses de vida.
Esta etapa se centra en el placer en la boca, esa es la zona erógena. El niño
chupa todo lo que encuentra porque eso le resulta placentero y así conoce su
entorno. Por lo tanto, en esta fase el niño ya experimenta con su sexualidad. Si el
adulto, por ejemplo, le prohíbe que se chupe el dedo, la mano, etc. le está
obstruyendo la posibilidad de explorarse y explorar su alrededor. Lo cual puede
traer problemas futuros para el niño.
Etapa anal
La fase anal del desarrollo se produce entre los 18 meses y los tres años de edad.
En esta etapa la preocupación del niño y sus padres gira alrededor del ano, es la
etapa del control de esfínteres. El goce sexual para el niño está en la defecación.
Él siente que entrega así, una producción de su cuerpo, una parte de sí mismo y
por ello es tan importante para él.
Es una etapa de gran importancia y es fundamental que el control de esfínteres se
haga progresivamente, sin presiones. Manejar mal esta etapa va a repercutir
negativamente en comportamientos futuros.
Etapa fálica
La fase fálica de la teoría de Sigmund Freud comienza a los tres años y se
extiende hasta los seis años. En esta etapa los genitales son el objeto de placer y
aparece el interés por las diferencias sexuales y los genitales, por lo que es muy
importante no reprimir y manejar debidamente este estadio, ya que se podría
obstruir la capacidad de investigación, conocimiento y aprendizaje general. Freud
asegura que los varones comienzan a experimentar sentimientos sexuales hacia
sus madres y ven a sus padres como competidores, por lo que temen ser
castrados, proceso que resulta en el Complejo de Edipo. Más tarde los niños se
identifican con sus padres y reprimen los sentimientos hacia sus madres para
dejar atrás esta fase.
Etapa de latencia
La fase de latencia de Freud se desarrolla entre los seis años y el inicio de la
pubertad. Coincide con la etapa escolar y durante mucho tiempo se creyó,
equivocadamente, que la sexualidad quedaba adormecida, latente. Lo que sucede
es que durante este período el interés del niño se centra en conocer, aprender e
investigar. Un buen manejo de las etapas anteriores, contribuye muy
favorablemente al éxito escolar.
Etapa genital
Esta fase se da en la pubertad, y una vez más, el centro de atención recae en los
genitales. Los individuos muestran curiosidad por la sexualidad genital y es básico
que encuentren en sus padres y en el mundo adulto la apertura y disponibilidad
para hablar de sexo y para aclarar y responder a sus dudas.

Análisis de los sueños


Freud consideraba que los sueños eran importantes para poder explicar lo que
sucedía en el inconsciente, ya que mientras soñamos las defensas del YO no
están presentes. Debido a esto, mucho material reprimido se hace consciente,
aunque de una manera distorsionada. Recordar fragmentos de los sueños puede
ayudar a destapar las emociones y los recuerdos enterrados. Por lo tanto, los
sueños juegan un papel importante en la mente inconsciente y sirven para dar
pistas de como éste opera.
Sigmund Freud distinguió entre contenido manifiesto (lo que se recuerda del
sueño) y contenido latente, el significado simbólico del sueño (lo que intenta decir).
El primero es superficial y el segundo se manifiesta a través del lenguaje de los
sueños. El autor de la “Teoría de la interpretación de los sueños” menciona que
todos los sueños representan la realización de un deseo por parte del soñador,
incluso las pesadillas. Según su teoría, la "censura" de los sueños produce una
distorsión de su contenido. Así que lo que puede parecer un conjunto de imágenes
soñadas sin sentido, a través del análisis y de su método "descifrador", realmente
puede ser un conjunto de ideas coherentes.
LA TEORÍA PSICOSOCIAL DE ERIK ERIKSON
Se utilizan diversos términos para describir el modelo de Erikson, como teoría
psicosocial teoría biopsicosocial (donde bio se refiere a la biológica, que en este
contexto significa la vida). Pero el ciclo del desarrollo humano que propuso Erikson
se refiere a la teoría psicosocial de las ocho etapas, su obra más distintiva el
modelo más notable.
La palabra “psicosocial” es el término que Erikson quiso atribuir por el significado
de las palabras psicológica (mente) y sociales (relaciones).
Erikson postula que su principio psicosocial es genéticamente inevitable en la
configuración del desarrollo humano. O lo que es lo mismo: ocurre en todas las
personas.
Erikson, al igual que Freud, hacía referencia principalmente a cómo la
personalidad y el comportamiento se ve influenciado a partir del nacimiento del
niño (no antes de nacer) y especialmente durante su infancia.
Erik Erikson publicó por primera vez su teoría de ocho etapas del desarrollo
humano en su libro de 1950 “la niñez y la sociedad”. En el libro incorporó un
capítulo con el modelo titulado ‘Las Ocho Edades del Hombre’. Posteriormente
Erikson amplió y perfeccionó su teoría en los libros y revisiones posteriores, en
particular: Identidad y el Ciclo de Vida (1959); Insight y Responsabilidad (1964); El
Ciclo de Vida Completo: Una revisión (1982, revisado posteriormente en 1996 por
Joan Erikson).
Los epigenética, etapas psicosexuales y diferencias con Freud
Erikson cree que la infancia es una etapa crucial en el desarrollo de la
personalidad. Aceptó muchas de las teorías de Freud, incluido el ello, el yo y el
superyó, y la teoría de la sexualidad infantil de Freud. Pero Erikson rechazó el
intento de Freud de describir la personalidad únicamente sobre la base de la
sexualidad y, a diferencia de Freud, sentía que la personalidad continuaba
desarrollándose más allá de los cinco años de edad.

Todas las etapas de la teoría epigenética de Erikson están implícitamente


presentes en el nacimiento (al menos en forma latente), pero se despliegan de
acuerdo tanto con un esquema innato y con lo que en una familia que expresa a
través de su cultura y valores.
Cada etapa se basa en las etapas anteriores, y allana el camino para las etapas
subsiguientes. Cada etapa se caracteriza por una crisis psicosocial, que se basa
en el desarrollo fisiológico, pero también se basa en las demandas puestas en el
individuo por los padres y / o de la sociedad. Lo ideal es que la crisis en cada
etapa debe ser resuelta por el ego en esa etapa, para que el desarrollo suceda
correctamente. El resultado de una etapa no es permanente, ésta puede ser
alterada por experiencias posteriores. Todo el mundo presenta una mezcla de los
rasgos obtenidos en cada etapa, pero el desarrollo de la personalidad se
considera exitoso si el individuo tiene más rasgos de los considerados “buenos”
que de los “malos”.
La psicología del Yo de Erikson
La teoría de la psicología del Yo de Erikson sostiene ciertos principios que
diferencian a su teoría de la de Freud. Algunos de estos incluyen:
o El ego es de suma importancia.
o Parte del ego es capaz de operar independientemente del yo y el superyó.
o El ego es un poderoso agente que puede adaptarse a las situaciones,
promoviendo con ello la salud mental.
o Tanto los factores sociales como los sexuales juegan un papel en el
desarrollo de la personalidad.
La teoría de Erikson era más amplia que el de Freud, e incluye información acerca
de la personalidad “normal”, así como la personalidad neurótica. También amplió
el alcance del concepto de la personalidad para incorporar a la sociedad y la
cultura, no sólo la sexualidad, en su formación.
Las etapas del desarrollo psicosocial de Erikson responden a una teoría
psicoanalítica integral que identifica una serie etapas por las que un individuo sano
pasa a lo largo de su historia vital. Cada etapa se caracterizaría por una crisis
psicosocial de dos fuerzas en conflicto.
Erikson, al igual que Sigmund Freud, creía que la personalidad se desarrollaba en
una serie de etapas. La diferencia fundamental es que Freud basó su teoría del
desarrollo de una serie de las etapas psicosexuales. Por su parte, Erikson se
centró en el desarrollo psicosocial. Erikson estaba interesado en cómo la
interacción y las relaciones sociales desempeñaban un papel en el desarrollo y
crecimiento de los seres humanos.
Etapas del desarrollo psicosocial de Erikson
Cada una de las ocho etapas descritas por Erikson en su teoría del desarrollo
psicosocial se basa en las etapas anteriores, de modo que facilita el camino para
los siguientes períodos de desarrollo. Así, podemos hablar de un modelo que
señala de alguna manera un hilo conductor vital.
Erikson propuso que las personas experimentan en cada etapa un conflicto que
sirve como punto de inflexión en el desarrollo, como un estímulo para la evolución.
Estos conflictos se centran en desarrollar una cualidad psicológica o no desarrollar
esa cualidad. Durante la etapa, el potencial de crecimiento personal es alto, pero
el potencial de fracaso también lo es.
Así, si las personas se enfrentan con éxito al conflicto superan esta etapa con
fortalezas psicológicas que les servirán para el resto de sus vidas. Pero si, por el
contrario, no logran superar con eficacia estos conflictos, es posible que no
desarrollen las habilidades esenciales necesarias para encarar con acierto los
retos de las siguientes etapas.
Erikson también planteó que un sentido de competencia motiva comportamientos
y acciones. De este modo, cada etapa de la teoría del desarrollo psicosocial
de Erikson se refiere a volverse competente en un área de la vida. Por lo tanto, si
la etapa se maneja bien, la persona tendrá una sensación de dominio, pero si la
etapa se maneja mal, la persona se quedará con un sentido de insuficiencia en
ese aspecto del desarrollo.
Etapa 1. Confianza vs Desconfianza (0-18 meses)
En la primera etapa de las etapas de desarrollo psicosocial de Erikson, los niños
aprenden a confiar -o no confiar- en los demás. La confianza tiene mucho que ver
con el apego, la gestión de relaciones y la medida en la que el pequeño espere
que los demás cubran sus necesidades. Debido a que un bebé es totalmente
dependiente, el desarrollo de la confianza se basa en la confiabilidad y la calidad
de los cuidadores del niño, especialmente con su madre.
Si los padres exponen al niño a una relación de afecto en la que prime la
confianza, es probable que el pequeño también adopte esta postura frente al
mundo. Si los padres no brindan un entorno seguro y no satisfacen las
necesidades básicas del niño, este probablemente aprenderá a no esperar nada
de los demás. El desarrollo de la desconfianza puede llevar a sentimientos de
frustración, sospecha o insensibilidad por lo que ocurre en un entorno del que
esperan poco o nada.
o El desarrollo de la confianza es la primera tarea del ego, y nunca se llega a
completar del todo.
o El niño va a empezar a dejar que la madre salga de su campo de visión sin
la ansiedad y la rabia, porque para él ya se ha convertido en una certeza
interior, así como una previsibilidad exterior de que está cerca o va a volver
pronto.
o El grado la confianza o desconfianza dependerá en gran medida de la
calidad de la relación materna.
Etapa 2. Autonomía Vs Vergüenza y duda (18 meses-3 años)
En la segunda etapa de las etapas de desarrollo psicosocial de Erikson, los niños
adquieren cierto grado de control sobre su cuerpo, lo que a su vez hace que su
autonomía crezca. Al poder completar tareas por sí mismos con éxito, obtienen un
sentido de independencia y autonomía. Así, al permitir que los niños tomen
decisiones y ganen en control, los padres y cuidadores pueden ayudar a los niños
a desarrollar un sentido de autonomía.
Los niños que completan esta etapa con éxito suelen contar con una autoestima
sana y fuerte, mientras que los que no lo hacen suelen quedarse con una
sensación de caminar sobre un suelo demasiado inestable: ellos mismos (su
propio soporte). Erikson creía que lograr un equilibrio entre autonomía, vergüenza
y duda llevaría a la voluntad, que es la creencia de que los niños pueden actuar
con intención, dentro de la razón y los límites.
o El niño empieza su desarrollo cognitivo y muscular, controlando y
ejercitando los músculos que se relacionan con las excreciones corporales
(control esfínteres).
o Si se deniega la autonomía, el niño siente que es incapaz, con dudas, y
esto le lleva a la vergüenza.
o La vergüenza se desarrolla con la auto-conciencia del niño.
o Fomentando el sentido de autonomía en el niño y modificándolo según
avanza en la vida, sirve en un futuro para lograr con éxito la preservación
de la vida económica y disponer de un sentido correcto de la justicia.
Etapa 3. Iniciativa Vs Culpa (3-5 años)
En la tercera etapa planteada por Erikson, los niños comienzan a afianzar su
poder y control sobre el mundo a través del juego, marco de un valor incalculable
para las interacciones sociales. Cuando logran un equilibrio ideal de iniciativa
individual y la voluntad de trabajar con otros, surge la cualidad del ego conocida
como propósito.
Los niños que tienen éxito en esta etapa se sienten capaces y confiados para
guiar a otros. Aquellos que no logran adquirir estas habilidades es probable que se
queden con un sentimiento de culpa, dudas y falta de iniciativa.
La culpa es buena en el sentido de que demuestra la capacidad de los niños para
reconocer cuando han hecho algo mal. Sin embargo, la culpa excesiva e
inmerecida puede hacer que el niño descarte desafíos por no sentirse capaz de
afrontarlos: el sentimiento de culpa no deja de ser uno de los nutrientes más ricos
del miedo.
o La iniciativa se suma a la autonomía para lograr un objetivo, planificando y
mostrándose activo en su consecución.
o Su desarrollo físico e intelectual es rápido, se muestra muy curiosos y
también aumenta su interés por relacionarse con otros niños, poniendo a
prueba sus habilidades y capacidades.
o Si los padres reaccionan de negativamente a las demandas de información
y ayuda de los niños, es probable que les genere sensación de culpabilidad.
Etapa 4. Laboriosidad Vs Inferioridad (5-13 años)
Los niños comienzan a realizar tareas más complicadas; por otro lado, su cerebro
alcanza un grado de madurez alto, lo que les permite empezar a manejar
abstracciones. También pueden reconocer sus habilidades, así como las
habilidades de sus compañeros. De hecho, los niños a menudo insistirán en que
se les den tareas más desafiantes y exigentes. Cuando logran estas tareas,
esperan obtener un reconocimiento asociado.
El éxito en la búsqueda de un equilibrio en esta etapa del desarrollo psicosocial
nos lleva a hablar de competencia: los niños desarrollan una confianza en sus
habilidades para manejar las tareas que se les presentan. Otro logro importante es
que empiezan a calibrar de manera más realista aquellos desafíos que están
preparados para afrontar y aquellos que no.
Si los niños que no pueden desempeñarse tan bien como desean, a menudo
aparece el sentimiento de inferioridad. Si este eco de inferioridad no se aborda
adecuadamente y el niño no recibe una ayuda para la gestión emocional de sus
fracasos, puede optar por descartar cualquier tarea que sea difícil por miedo a
volver a vivir esa sensación. De aquí que sea tan importante considerar el
esfuerzo del niño a la hora de valorar una tarea, separándolo del resultado
objetivo.
o En esta etapa se reemplaza gradualmente a los deseos de juego y
caprichos para ser más productivos y alcanzar objetivos, por ejemplo, en la
escuela.
o Muestran un mayor interés por el funcionamiento de las cosas, intentan
llevar a cabo las actividades por sí mismos, con su propio esfuerzo y
utilizando sus conocimientos y habilidades. En esta etapa es muy
importante la estimulación positiva en la familia, la escuela, o por el grupo
de iguales. Los compañeros empiezan a tener una gran importancia en su
vida social y de aprendizaje.
o En el caso de que haya dificultades en el desarrollo de esta etapa, puede
generar cierta sensación de inferioridad que le hará sentirse inseguro frente
a los demás. El niño puede llegar a ser un esclavo conformista y sin
pensamientos propios, o por el contrario mostrarse cruel e intentar explotar
a sus compañeros.
Etapa 5. Identidad vs Difusión de Identidad (13-21 años)
En esta etapa de las etapas de Erikson, los niños se convierten en
adolescentes. Encuentran su identidad sexual y empiezan diseñar una imagen de
esa persona futura a la que quieren parecerse. A medida que crecen, intentan
encontrar sus propósitos y roles en la sociedad, así como solidificar su identidad
única.
En esta etapa los jóvenes también deben tratar de discernir qué actividades son
adecuadas para su edad y cuáles se consideran ‘infantiles’. Deben encontrar un
compromiso entre lo que ellos esperan de sí mismos y lo que su entorno espera
de ellos. Para Erikson completar esta etapa con éxito supone terminar de edificar
una base sólida y saludable para la vida adulta.
o El adolescente se fija en la apariencia y forma de actuar de los demás.
o La identidad del Yo es la confianza acumulada que le da uniformidad y
continuidad interna propia, ofreciendo con ella un significado para los
demás.
o El adolescente es cada vez más independiente y se va distanciando de los
padres para pasar más tiempo con los amigos.
o Empiezan a pensar en el futuro: qué estudiar, en qué trabajar, dónde vivir,
etc.
o Comienzan a afianzar su propia identidad basándose en sus experiencias.
No es extraño que en esta etapa les invadan las dudas y la confusión sobre
su rol y su propia identidad.
Etapa 6. Intimidad Vs Aislamiento (21-39 años)
En esta etapa del desarrollo psicosocial de Erikson, los adolescentes se
convierten en adultos jóvenes. Al comienzo, la confusión entre identidad y rol está
llegando a su fin. En los adultos jóvenes todavía suele ser una prioridad
importante la de responder a los deseos del entorno y de esta manera «encajar».
Sin embargo, también es una etapa en la que se empiezan a trazar determinadas
líneas rojas de manera autónoma: aspectos que la persona no estará dispuesta a
sacrificar por contentar a alguien.
Es verdad que esto también se da en la adolescencia, pero ahora lo que cambia
es el sentido. Lo que se defiende deja de ser en buena mediad reactivo para pasar
a ser reactivo. Hablamos de iniciativa.
Una vez que las personas han establecido sus identidades, están listas para hacer
compromisos a largo plazo con los demás. Se vuelven capaces de formar
relaciones íntimas y recíprocas, y voluntariamente hacen los sacrificios y
compromisos que tales relaciones requieren. Si las personas no pueden formar
estas relaciones íntimas, puede aparecer una sensación de aislamiento no
deseada, despertando sentimientos de oscuridad y angustia.
Si durante esta etapa las personas no encuentran un compañero, es posible que
se sientan aisladas o solas. El aislamiento puede crear inseguridades y un
sentimiento de inferioridad, ya que las personas pueden pensar que hay algo malo
en ellas. Pueden creer que no son lo suficientemente buenos para otras personas,
y esto puede llevar a tendencias autodestructivas.
o La intimidad se refiere al proceso de consecución de relaciones con la
familia y la pareja o el apareamiento conyugal. Empieza la verdadera
reciprocidad sexual, el dar y recibir tanto a nivel físico como emocional:
apoyo, amor, confianza, y todos los demás elementos que normalmente se
asocian con las relaciones adultas sanas, propicias para el apareamiento y
la crianza de los niños.
o El aislamiento, por el contrario, significa sentirse excluidos de las
experiencias de la intimidad en pareja, el apareamiento y las relaciones de
mutuo amor. Esto lógicamente se caracteriza por sentimientos de soledad,
alienación, aislamiento social y no participación.
o El peligro en esta etapa es que el aislamiento que puede conducir a
problemas de carácter y personalidad.
Etapa 7. Generatividad Vs Estancamiento (40-65 años)
Durante la edad adulta, continuamos construyendo nuestras vidas, enfocándonos
en nuestra carrera y nuestra familia. Generatividad significa cuidar a las personas
más allá de sus seres queridos directos. A medida que las personas ingresan a la
era de ‘mediana edad’ de sus vidas, el alcance de su visión se extiende desde su
entorno directo, que incluye a ellos mismos y a su familia, a una imagen más
amplia y completa que engloba a la sociedad y su legado.
En esta etapa, las personas reconocen que la vida no se trata solo de ellos
mismos. A través de sus acciones, esperan hacer contribuciones que se
conviertan en legado. Cuando alguien logra este objetivo, recibe una sensación de
logro. Sin embargo, si no siente que ha contribuido al panorama general, entonces
puede pensar que no ha hecho o no está capacitado para hacer nada significativo.
La generatividad no es necesaria para que los adultos vivan. Sin embargo, la falta
de ella puede robar a una persona un mayor sentido de logro.
o El análisis de esta etapa de Erikson no estaba totalmente orientada crianza.
Para él la generatividad se extiende más allá de los propios hijos, y también
para todas las generaciones futuras.
o Los resultados positivos de esta etapa de crisis dependen de contribuir
positivamente y sin condiciones a la familia y la sociedad. También
podemos ver esto como un fin de interés personal. Tener hijos no es un
requisito previo para la generatividad, al igual que ser padre no es ninguna
garantía de que se logrará generatividad. El cuidado de los hijos es algo
escenario, pero el éxito en esta etapa depende en realidad de dar y cuidar,
de poner algo nuevo en la vida, en la medida de las capacidades de uno.
o El estancamiento es una extensión del aislamiento, que se vuelve hacia
adentro en forma de auto-interés y auto-absorción. Representa los
sentimientos de egoísmo, la auto-indulgencia, la codicia, la falta de interés
en los jóvenes y las generaciones futuras y el resto del mundo.
Etapa 8. Integridad del ego vs Desesperación (65 años en adelante)
En la última etapa de las etapas propuestas por Erikson, las personas pueden
elegir la desesperación o la integridad. Pensemos que el envejecimiento es en
buena medida una acumulación de pérdidas que demandan compensaciones. Por
otro lado, aparece la sensación de que se ha dejado más tiempo atrás del que
queda por delante.
De esta mirada al pasado puede nacer la desesperación y la nostalgia en forma de
niebla o, por el contrario, la sensación de que las huellas dejadas, lo compartido y
lo logrado, ha merecido la pena. Una mirada u otra marcará de alguna manera lo
que la persona espere del futuro y del presente.
Las personas que alcanzan una visión íntegra de sus vidas no tienen problemas a
la hora de reconciliarse con aquella persona del pasado que quizás en algún
momento no supo estar a la altura. Reafirman el valor de su existencia y
reconocen su importancia, no solo para ellos mismos, sino también para otras
personas.
o En esta etapa el individuo deja de ser productivo, o al menos en parte. Ya
no tiene a hijos menores a su cargo y está entrando en la jubilación.
o El ego en esta etapa es la garantía de la integridad acumulada y de su
capacidad de orden y sentido.
o La desesperación significa miedo a la propia muerte, así como a la pérdida
de la autosuficiencia, amigos y seres queridos.
o Según Erikson, los niños sanos, tienen integridad suficiente como para no
temer a la muerte cuando les llegue el momento.

Matrimonios separados y disputas de pareja


También la ruptura del vínculo conyugal o la separación temprana han sido factores ampliamente
aceptados en la desviación conductual del menor, sobre todo si van acompañados de un ambiente
de miseria económica, moral y social.
La importancia que se atribuye a la familia disgregada como variable determinante de la
delincuencia infanto-juvenil, procede de los estudios sobre los hogares rotos. Según éstos, y a
pesar de la ambigüedad del término o de los métodos que se usan para delimitar su alcance, la
ruptura de la unión familiar puede deberse a una amplia variedad de motivos (muerte, divorcio,
separación, padres que a causa de su trabajo pasan la jornada laboral alejados de sus hijos, etc.)
pero implica, en casi todas sus facetas, multitud de factores nocivos (especialmente, la conciencia
de seguridad y el equilibrio emotivo disminuyen, pueden darse traslados del medio físico y social, y
aumentan los problemas de relación).
Actualmente, sin embargo, se acepta que la ausencia de una vinculación afectiva entre los
miembros del núcleo familiar -calidad de las interacciones- es más relevante que la ausencia de
uno de los padres en la relación familia-antisocialidad. Las investigaciones han demostrado con
consistencia que las relaciones entre los padres de niños antisociales y delincuentes se
caracterizan por la infelicidad, los conflictos y las agresiones. Estén o no separados los padres, lo
que está asociado al riesgo de conducta antisocial y disfunción es el grado de discordia y conflicto
(Mayor y Urra, 1991; Otero-López, Romero y Luengo, 1994; Garrido, 1987).

Número de miembros de familia


Una familia numerosa aumenta el riesgo de conducta antisocial o delictiva. Quizá
la razón de esto esté en que se produce una “fenómeno de contagio” a partir del
cual los hábitos antisociales de cualquiera de los miembros de la familia se
extiendan al resto; también es posible que un gran número de hijos dificulte la
tarea de supervisión de los padres, que como ya hemos comentado, es importante
para evitar que los hijos se impliquen en actividades antisociales.
Sin embargo, la importancia del número de miembros de una familia como factor
de predicción está matizada por el nivel de ingresos. Si la renta familiar y
condiciones de vida son adecuadas, el tamaño de la familia es un factor menos
probable de riesgo. El tamaño de la familia ejerce una mayor influencia en las
familias con menos ingresos donde se presentan el hacinamiento y otros
problemas adicionales.
Lo cierto es que todos estos factores no suelen darse aislados sino que por el
contrario, tienden a aparecer unidos en las familias de clases sociales más
desfavorecidas. Así, los padres de muchos delincuentes suelen ser de escasa
solvencia económica y con poca cultura lo que redunda en una pobre estimulación
social e intelectual de los hijos. Todo esto como es lógico, multiplica el riesgo de la
conducta delictiva en los hijos, un riesgo que todavía es mayor si los padres
mismos tienen antecedentes penales o si sufren alteraciones psicológicas.
Estos estudios están en concordancia con las explicaciones psicológicas que
enfatizan que la delincuencia ocurre cuando el proceso normal de aprendizaje
social basado en las recompensas y castigos de los padres, se ve alterado por
una disciplina errática, una pobre supervisión, hostilidad entre los padres, y
modelos paternos antisociales y criminales.
La manera en que el individuo se relaciona con su entorno, su capacidad de
establecer una comunicación interpersonal sana y gratificante, va a depender de
sus experiencias emocionales durante los años infantiles, especialmente de las
relaciones afectivas en el entorno familiar, del equilibrio, madurez y constancia de
esas relaciones. Por tanto si no se crean fuertes relaciones entre las personas
implicadas en las situaciones de interacción, los castigos y recompensas
mediados interpersonalmente tendrán poca influencia. Esto hace referencia a la
noción de ‘apego’ y su consecuencia más inmediata, el ‘compromiso interpersonal’
que surge en las relaciones humanas sólidas y de calidad.
En el desarrollo de la personalidad, existe una amplia literatura que destaca
especialmente la importancia de las interacciones tempranas entre los padres y
los hijos. De éstas va a depender la capacidad posterior del niño para relacionarse
con los demás y con su entorno. En concreto, un apego seguro favorece un
desarrollo adecuado mediante una exploración e interacción rica con el medio
circundante. Lo contrario, un apego inseguro, puede tener como consecuencia la
aparición de problemas de conducta en la edad escolar y posteriormente
conductas antisociales y delictivas.
Desde una perspectiva distinta también los estudios sobre factores protectores
han señalado una serie de variables vinculadas a la familia que pueden funcionar
como protectores reales ante la presencia de eventos de vida estresantes y
acumulativos: cuidados paternos y atención en los primeros años de vida;
disponibilidad de personas alternativas a los padres capaces de cuidar al niño
(abuelos, tíos...); modelos positivos de identificación; disciplina consistente en el
hogar; y la presencia de una red de apoyo social y emocional (profesores, vecinos,
amigos o compañeros de trabajo) que pueda prestar ayuda a la familia en tiempos
de crisis.
Por lo tanto, si tenemos en cuenta estos resultados debemos intervenir en la
familia para evitar la posibilidad de que precoces problemas de conducta en la
infancia se transformen con el tiempo en comportamiento delictivo: por ejemplo,
creando lazos afectivos sólidos que proporcionen la atención, afecto y apoyo
emocional que necesita el niño; enseñando a los padres pautas de crianza y
reglas claras, sólidas y competentes; y, estimulando la comunicación abierta entre
los miembros de la familia. En definitiva, debemos ser capaces de potenciar en el
niño las competencias psicosociales necesarias que pueden convertirle en un
individuo resistente al comportamiento antisocial y/o delictivo. Y no cabe duda que
en este difícil proceso juega un papel determinante el núcleo familiar, hasta el
punto de que no se pueden esperar cambios positivos y demasiado duraderos con
programas de prevención e intervención, si el niño sigue inmerso en un entorno
familiar problemático en el que no se interviene.
La teoría de la coerción de Patterson
La teoría de la coerción de Patterson (1982) se centra en la búsqueda de los factores que
determinan la ejecución de los comportamientos antisociales en la familia. Los intercambios
conductuales que se producen entre las personas, incluidos los efectuados entre los componentes
de la familia, a menudo se suceden de un modo muy rápido, de forma que los participantes no son
realmente conscientes de cómo se producen los mismos. Por este motivo, las unidades de análisis
sobre las que este autor trabaja son los comportamientos recíprocos que se suceden, de forma
espontánea y rápida, en el seno familiar, con el objetivo de describir sus pautas básicas y su
función en el mantenimiento de la agresión familiar.
Este autor describe cuatro etapas en el proceso de coerción: inicio, contraataque, aceleración por
castigo y continuación. En un contexto interactivo en el cual los miembros de la familia
frecuentemente tienen disputas entre ellos, es más probable que ante conductas neutras o
prosociales, que en otras familias provocarían resultados de este mismo carácter, se den
respuestas agresivas.
Así, como señala Patterson, los miembros de las familias agresivas se caracterizan por su alta
probabilidad de comenzar conflictos, ocurriendo la misma circunstancia en familias con niños
antisociales y familias conflictivas en general. El hecho de que reaccionen de forma aversiva o no
amistosa ante un comportamiento neutro o amistoso puede atribuirse a que estas personas
presentan déficit en el procesamiento de la información, que influyen sobre las interpretaciones
sociales acerca de qué conductas son provocativas. Este déficit lleva al sujeto a interpretar una
gran cantidad de estímulos neutros como amenazantes y, consecuentemente con esta errónea
interpretación, a emitir una respuesta agresiva.
Una vez desencadenado el conflicto, los miembros de las familias agresivas presentan también
mayor probabilidad de responder de un modo agresivo. Esta reacción, denominada contraataque,
corresponde a la segunda de las fases del proceso coercitivo. Existen, entre los miembros de las
familias caracterizadas por la agresión, disposiciones a reaccionar de manera irritable a los
estímulos coercitivos, siendo éste un proceso bidireccional, ya que cualquier miembro de la familia
puede iniciar un ataque y responderlo indistintamente, siendo a su vez este proceso más
frecuente en familias agresivas que en familias sin problemas de relación.
La disposición de los miembros de las familias agresivas a iniciar conflictos y a reaccionar de forma
irritable ante las conductas coercitivas de los demás lleva a una mayor duración de los
intercambios aversivos entre ellos. Esta tercera etapa del proceso coercitivo se denomina de
aceleración ante el castigo. Se ha constatado que en los niños de familias agresivas, comparados
con los niños de familias sin problemas de relación, los castigos tienen un efecto contrario, ya que,
en vez de extinguir una respuesta desviada, incrementan su probabilidad de ocurrencia. Esta
paradoja del castigo se puede explicar por dos fenómenos: en primer lugar, porque este tipo de
familias hace un uso inconsistente del castigo y en segundo lugar porque el tipo de castigo que
utilizan suele ser punitivo y físico. Así, estos padres utilizan castigos inadecuados administrados de
un modo también inadecuado.
Finalmente, la cuarta etapa de este proceso de coerción explica cómo se produce la continuación
de esta cadena de intercambios coercitivos entre los miembros de la familia. Los miembros de las
familias agresivas persisten con mayor probabilidad en sus reacciones de irritación y agresividad
independientemente de la reacción del otro. Así, una vez se ha iniciado el conflicto, tanto los
padres como el niño persisten en sus comportamientos coercitivos. Esta tendencia de los sujetos a
continuar realizando comportamientos en el mismo sentido o con la misma valencia, explica la
larga duración de los episodios conflictivos y su persistencia a través de las situaciones.
En su descripción de los mecanismos que explican el mantenimiento de las relaciones conflictivas,
Patterson señala al refuerzo negativo como el componente más importante y mecanismo clave a
la base de estos procesos de coerción. Los niños agresivos emplean una gran cantidad de
conductas desviadas para controlar a los miembros de su familia. Los padres, dado lo aversivo de
estas conductas infantiles, ceden ante las demandas del hijo y su comportamiento se ve reforzado
negativamente al conseguir que el niño cese de comportarse de ese modo. Así el hecho de que los
padres “cedan” u “obedezcan” ante las demandas aversivas de sus hijos, hace que el
comportamiento negativo infantil se aprenda y se establezca como una respuesta con una alta
probabilidad de ocurrencia en situaciones semejantes. Esta idea la retomará Wahler bajo el
nombre de “hipótesis de obediencia materna”.
Sin embargo, el proceso de coerción es más complejo, puesto que estas cadenas coercitivas
incrementan su intensidad, mediante un proceso denominado escalada coercitiva, que tiene como
consecuencia un considerable aumento de la violencia familiar, posibilitando episodios de abuso
físico infantil. En este proceso de escalada coercitiva, cuando un miembro del sistema aplica
técnicas de control punitivo, los demás aprenderán a través del modelado o por reforzamiento, a
iniciar intercambios aversivos. La teoría de la coerción sugiere que se producen incrementos tanto
en cantidad como en intensidad de las conductas coercitivas. Cuando uno de los miembros de la
díada incrementa en gran medida la intensidad de su respuesta aversiva, el otro probablemente
terminará su ataque. De este modo, las respuestas altamente agresivas se refuerzan (refuerzo
negativo para el que cede, ya que cesa la estimulación aversiva del otro interactor, y refuerzo
positivo para el que ataca, ya que consigue el resultado buscado, es decir, ganar en la
confrontación). Si uno de los miembros no adopta una posición sumisa, ambos se introducirán en
una escalada de violencia, con consecuencias negativas para ambos, aunque sobre todo para el
niño, ya que es el miembro más débil de la díada.
Modelo de Wahler
En la misma línea de estudio de las características de estas familias agresivas y con problemas de
relación, los trabajos de Wahler y su equipo aportan otro punto de vista distinto al de Patterson,
aunque basado asimismo en procesos de refuerzo. Sin embargo, los estudios de Wahler se centran
en la socialización inconsistente como concepto clave para comprender el contexto interaccional
donde se gesta la agresión familiar.
También para Wahler la familia es un sistema dentro del cual sus miembros se comportan de una
manera interrelacionada, formando una cadena conductual de estímulos y respuestas . De este
modo, se producen intercambios bidireccionales de estimulación y control dentro de la familia, de
un modo circular. Así, la conducta del niño es una función de las interacciones con la madre y el
padre. Las reacciones de los padres hacia el niño operan como patrones de refuerzos,
determinando las conductas que el niño hará en el hogar. Como las conductas del niño también
funcionan como refuerzos para los padres, sus comportamientos también dependerán de las
acciones del niño.
Este autor plantea, en la formulación de su hipótesis de predictibilidad, que la conducta aversiva
de los niños agresivos puede estar relacionada con las tendencias de la madre a reaccionar de un
modo inconsistente ante los comportamientos de su hijo. Cuando la madre es inconsistente en sus
respuestas hacia el niño, lo sitúa en un contexto interaccional relativamente impredecible, ya que
puede responder de la misma forma tanto a conductas positivas, negativas o neutras de su hijo,
colocando al niño en un entorno social que es indiscriminado o no contingente respeto a su
comportamiento.
De este modo, si el niño emite una respuesta que consiga reducir en alguna medida su contexto
impredecible, esta respuesta será reforzada de un modo negativo, ya que cesa la estimulación
aversiva producida por la incertidumbre ambiental. Así, si una determinada conducta antisocial del
niño es capaz de reducir la inconsistencia de las respuestas de la madre, logrando una mayor
predictibilidad, esta conducta se reforzará negativamente, existiendo entonces una mayor
probabilidad de que el niño repita la conducta si el ambiente vuelve a ser impredecible para él.
Por otra parte, la hipótesis de obediencia materna (derivada de la teoría de la coerción de
Patterson) también recibe apoyo empírico. Cuando la madre cede ante un requerimiento negativo
de su hijo, la aversividad de la conducta infantil se reduce significativamente, de modo que la
conducta de obediencia materna resulta negativamente reforzada. Si se estudian conjuntamente
ambos tipos de comportamientos de la madre, obediencia e indiscriminación, se observa que
están temporalmente relacionados, llevando a la idea de que ambos procesos pudieran trabajar
en tandem. Así, después de un episodio de obediencia de la madre se sucede uno de
indiscriminación; por tanto, el hecho de que la madre fracase en hacer cumplir sus instrucciones
hacia el niño y ceda ante su conducta aversiva es seguido por una actuación materna más
indiscriminada, que a su vez incrementa el nivel de aversividad de la conducta del niño, la cual se
muestra útil para reducir su incertidumbre ambiental.
TIPOS DE FAMILIAS

Familia nuclear tradicional: compuesta por padre, madre e hijos; se considera


este tipo de familia como la unidad mínima. Puede ser completa o incompleta
(cuando se presenta separaciones, divorcio, fallecimiento de un cónyuge).

Familia extensa: compuesta por tres generaciones que comparten vivienda y


economía, frecuentemente alberga alguno de sus miembros y su grupo familiar
secundario en momento de crisis, puede ser por línea materna o paterna.

Familia monoparental: es una forma de organización familiar que se deriva


de la ruptura de un vínculo inicial, puede ser díada materna (madre con
hijos) o díada paterna (padre con hijos).

Familia superpuesta o recompuesta: conformada por parejas que han


tenido uniones previas, concluidas en rupturas. A esta familia cada cónyuge
puede aportar los hijos de uniones anteriores y los actuales, es decir se conforma
un grupo familiar con hijos tuyos, los míos y los nuestros. Es importante
identificar si se presenta por línea paterna o materna.

Familia pareja sin hijos: díadas conyugales, las cuales no pueden concebir
por razones fisiológicas, no han adoptado o el tener un hijo no se encuentra
dentro de sus planes inmediatos.

Unipersonal: es un hogar o una unidad social de consumo. Son personas


que viven solos, ya sea solteros, viudos, separados pero que viven solos.

Familia nuclear con amantazgo: (noviazgo o convivencia-conducta infiel)


familia que se establece cuando uno de los cónyuges, además de tener
su hogar conformado mantiene una relación permanente con otra persona.
VIOLENCIA FAMILIAR
La violencia familiar es un acto de poder u omisión intencional, dirigido a dominar,
someter, controlar o agredir física, verbal, psicoemocional o sexualmente a
cualquier integrante de la familia, dentro o fuera del domicilio familiar, por quien
tenga o haya tenido algún parentesco por afinidad, civil, matrimonio, concubinato o
a partir de una relación de hecho y que tenga por efecto causar un daño.
EL AGRESOR. -
La VIF se explica desde la disposición de personalidades psicopatológicas, a
menudo con rasgos paranoides, inmersas en estructuras de poder y dominación
patriarcal, cuya praxis violenta complejiza las relaciones al interior de familias, que
culturalmente reproducen un modelo excluyente de masculinidad, «esa misma
cultura les exige a los hombres no sólo cumplir con determinados roles en cada
uno de los ámbitos sociales, sino que les fomenta unos comportamientos y les
reprime otros como estrategia efectiva para sostener, tanto social como
individualmente, la importancia de ser varón»(Palacio, M y Valencia, J. 2001:214).
Otro factor que impacta las dinámicas de los agresores, tiene que ver con una
especie de sistema defensivo interno que se dispara de acuerdo a dos puntos
básicos:
1. la legitimación a través del «derecho maniqueista» de la condición de abuso del
otro, el cual es justificado por el agresor, a través del recurso del legado
generacional y,
2., por motivos de compensación de intensas heridas del pasado, que se anudan
al precario manejo de la culpa después del acto de violencia; en este sentido el
cuidador primario es casi siempre el generador teleológico de la agresión, pues se
escuda en relaciones de poder cuyas premisas defensivas, le imposibilitan
reconocer el origen particular del maltrato del que fue víctima en alguna época de
su desarrollo.

«La VIF permite observar en la intimidad de la agresión, a hombres, mujeres,


adultos/as y jóvenes, divididos en una lucha violenta por la adquisición y
preservación de un espacio de poder, por una oportunidad para el ejercicio de la
autoridad», (Gómez, 2003:4), la lucha por el poder termina maltratándolos a todos,
generando una reproducción constante de dolor, abuso y maltrato que persiste en
la familia y a menudo se reproduce en otros contextos. «En el caso de la violencia
contra los niños/as, las consecuencias del acto violento son generacionales, pues
el patrón de conducta agresiva tiende a repetirse como un modo de vida
aprendida; así, el espiral violento se retroalimenta e incrementa» (ICBF. Girardota-
Antioquia, 2004: 22).
Ésta dinámica maltratado-maltratador no es una condición sine qua non de
reproducción del ultraje, sin embargo, se encuentra que la gran mayoría de padres
o cuidadores agresivos, alguna vez fueron violentados, por lo que los entornos
familiares se ven dinamizados negativamente por uno o más miembros de la
familia que sienten estos espacios inseguros y amenazantes. A razón de lo
anterior, la complejidad de los lugares desde los que se hace la lectura de la VIF,
exige una mirada interdisciplinaria que agrupe la multicausalidad del
fenómeno, «una visión que dé cuenta de los factores culturales y sociales, de las
determinaciones económicas que hacen parte del entorno familiar, pero también,
de las dimensiones individuales que definen la personalidad tanto del agresor
como del agredido» (Rico de Alonso, 1999: 11; citado por Caicedo, 2005:12).
La personalidad del agresor es voluble y está determinada por una dicotomía
afectiva (amor y odio) que se carga de contenidos ansiosos y de frustraciones, por
ello, la poca tolerancia al reconocimiento de las causas de esos sentimientos,
permite que esos contenidos logren descargarse de forma inmediata en el otro,
que actúa en representación de sí mismo a modo de «doble», lo que denota un
salto instantáneo, desde la agresividad natural del impulso, hasta a la
instrumentalización de la violencia. La puesta en marcha de mecanismos
defensivos paranoides motiva la anulación real y simbólica del otro (esposa y/o
hijos etc.) que al existir amenaza su existencia, así, la agresión es retroactiva (de
allí la defensa) y se da con base en la búsqueda de castigo, más que en la
anulación objetiva del otro, «escribe Freud el 24 de enero de 1895 (…) la paranoia
crónica, en su forma clásica, es un modo patológico de defensa, lo mismo que la
histeria, la neurosis obsesiva y los estados de confusión alucinatoria»(Kaufmann,
Pierre, 1996).
Se puede afirmar que esta persona, al no soportar una antigua culpa, «emergente
de sus sentimientos de frustración e impotencia ante el maltrato recibido» la
suprime, levantando una plataforma de protección en la que se siente seguro, ya
que el acto de violencia es la representación de una vivencia insoportable para el
agresor, al tiempo que el agredido se transforma en la negación de su propia
representación, lo que evidencia el autocastigo y la emergencia de sentimientos
de culpa, que requieren de actos violentos para justificar su presencia en el
aparato psíquico, siendo esta condición psicológica un arma de doble filo, pues,
mientras lo protege también, lo lastima internamente.
A causa de lo anterior, la mente del agresor se escuda tras una coraza perversa
en la que se convierte en la ley misma, que compensa sus propias faltas en el
espacio corporal y dialéctico, de un otro que no es reconocido como legítimo, otro
en la relación, porque el agresor sólo registra como efectivo su propio valor; por
eso la noción de respeto parte de las relaciones al interior de las familias, y debe
fortalecerse en la convivencia, primero reconociendo el respeto por sí mismo para
reconocer el respeto del otro, pero «para que eso pase el niño pequeño debe
crecer de tal manera que adquiera conciencia de sí y conciencia del otro en la
legitimidad de la relación social» (Maturana, H. Bogotá, 1991: 52), así, tanto las
madres como los menores violentados generan una baja autoestima, además de
una noción de convivencia y democracia deformada.
La gran mayoría de estas personas proviene de hogares en los que uno de sus
padres abandonó el hogar, no reconoció el embarazo o se desconoce su
procedencia y/o paradero, lo que en la actualidad es de alguna manera, una
constante en muchas relaciones afectivas, «esta ausencia del padre, está
culturalmente afirmada. Parece ‘natural’ que a la madre le corresponda la crianza
de los hijos» (Henao, 1989:19), a razón de lo anterior regularmente es a la madre
a quien se le encomiendan las mayores responsabilidades del hogar, por lo que a
razón de algunas fallas de los hijos, recae también sobre ella el castigo, mientras,
el padre se acomoda a esta situación, se convierte en observador participante, es
excluido o se autoexcluye del proceso de crianza, así, la familia instaura como
regla básica de comunicación y contención, el castigo físico en la figura paterna,
asentando el maltrato como condición cultural y de control familiar a través del rol.
En la psique de esta persona flota una ansiedad con tres connotaciones básicas:
es de tipo paroxística, episódica y acumulativa, como consecuencia el agresor en
su embestida se ve expuesto a las demandas de satisfacción inmediata de estos
«tres amos»; por una parte lo paroxístico guarda relación con la falta de control y
la extrema urgencia del sujeto de perpetrar una descarga inmediata y
descontrolada, lo episódico se refiere a la reproducción de la violencia en el
escenario familiar, la continuidad y focalización de la agresividad en personas y
ambientes específicos, mientras, lo acumulativo es la producción de violencia en
estos lugares; de alguna manera, la producción de violencia sería el punto
extremo de la perversidad y la crueldad, que actúa en un espacio y contexto en el
que se dan los usos y medios, para cultivar y recrear negativamente las diversas
estrategias de sometimiento.
La construcción simbólica del agresor no le permite resignificar la relación
conflictiva a través del diálogo que acoge, ni establecer un lenguaje con base en el
encuentro tolerante y fraternal, en consecuencia, el ambiente familiar le posibilita
una atmósfera de permisividad, sumisión y alienación, en la que su motilidad
impulsiva define la descarga de su frustración recidivante, espacio en el que tanto
hombres como mujeres, niños, niñas, adolescentes y adultos mayores son
violentados; «durante el 2008, el Instituto valoró a 1.175 personas mayores de 60
años que fueron agredidas físicamente por parte de familiares (…) los victimarios
más frecuentes son los hijos, seguido por otros familiares y
consanguíneos» (FORENSIS, 2008: 115).
En este ambiente de intolerancia, especialmente son las niñas, niños y
adolescentes, los más propensos de hallarse triangulados en las relaciones de
alteridad, agresividad y violencia de sus padres, en las proyecciones ansiosas de
un miembro familiar (padres, cuidador, hermanos, etc.), o siendo víctimas de las
descargas afectivas de cualquiera de sus cuidadores, «los papás son las personas
que más lastiman físicamente a niños, niñas y adolescentes. Esta situación se
repite todos los años, las personas que más cerca está de ellos son los principales
victimarios. En 2008, entre ambos totalizaron 61,5%» (FORENSIS: 112).
El agresor encuentra en las relaciones con cierto nivel de continuidad conflictiva, el
espacio ideal para reproducir los diversos estados del obediencia y humillación, ya
que, ve en las reacciones de quienes agrede, indicadores afectivos de respuesta
que pueden presentarse ante sí como seductores, retaliativos o que en su defecto
se presentan como amenazas ante su poder; en los casos de VIF «desde la
violencia psicológica, la evidencia clínica muestra que una vez iniciado el conflicto,
y a medida que se va incrementando, tanto el hombre como la mujer pueden ser
expertos en lanzar golpes psicológicos intensos y muy precisos», aunque respecto
a la visibilización sean las mujeres quienes más acudan a denunciar el hecho.
La poca denuncia del sexo masculino confirma que los hombres temen acercarse
a la comisaría, no se atreven a decirle a ninguno de los miembros de su familia la
situación por la que están pasando y dan las explicaciones más increíbles de sus
lesiones, temen la humillación y el estigma, incluso cuando el abuso de la
violencia es peligroso para su vida.
A menudo, en muchas familias, la necesidad de invisibilización de la VIF por
motivos de presión del agresor, vínculos afectivos, dependencia económica y/o
temores del agredido, son mociones de aislamiento para la víctima, apartándolo a
de redes sociales que pueden constituirse en un apoyo y acompañamiento para
denunciar el hecho y tomar decisiones. A pesar de lo anterior, las mujeres
denuncian o cuentan lo sucedido, aunque aún persista en nuestra sociedad el
silenciamiento como medida de hecho y demostración del poder coercitivo por
parte del agresor.
«La violencia de pareja representa el 67% del total de las agresiones al interior de
los hogares, el rango de casos está comprendido entre los 25 a 29 años (23,4%),
nivel en el que se esperaría que, por la edad temprana, sean parejas de reciente
constitución donde prime la afectividad sobre la conflictividad; respecto la razón de
la violencia, los primeros lugares argumentan problemas que no tienen que ver
con la economía, ubicándose estas en el octavo lugar. La intolerancia (23,7%), los
celos (16,9%) y el alcoholismo (11,2%) ocuparon los tres primeros
lugares» (FORENSIS, 2008:112-120).
La VIF desde el escenario mental del agresor, también tiene que ver con
aprendizajes insigths conexos a experiencias previas de indefensión, con base en
una demanda de amparo, que fue silenciada en repetidas agresiones a través de
rechazos, abandonos y descuidos familiares; lo anterior no se explica mejor, por
su representación proyectiva en el espacio familiar, sino también, por el nivel de
incidencia que aún tienen estos elementos en su estructura de personalidad y su
repercusión en la calidad de sus relaciones psicoafectivas, las cuales, se ven
influenciadas por la falta de gratificación de necesidades psicosociales y
emocionales de la infancia.
Así, para las y los agresores, el desamparo más que un proceso de recapitulación
de un aprendizaje, es un recurso que debe ser descargado en la víctima como
medio de aliviar la carga emocional no elaborada; esta prerrogativa tiene como fin
ulterior, compensar la insoportable indefensión interna a través de la seguridad
patológica que brinda la dominación externa del otro, sujeto al que se le disemina
a partir de la mirada, luego en su cuerpo, y de suyo, a través de la vulneración de
sus derechos fundamentales.
Es importante aclarar que la dominación y el acto de maltrato, son experiencias
extremas que los niños, niñas, adolescentes y, en general todas las víctimas sólo
pueden vivir como humillación. Para el grupo o la persona que reproduce estos
esquemas de autoridad, la agresión y la humillación selectiva, son actos de
legitimidad en su intrínseca disfuncionalidad psíquica y familiar, por consiguiente,
existe a priori un proceso de validación y normalización de estas conductas, que
más tarde se admiten como criterios educativos, reafirmados por imaginarios
sociales y conductas de aprobación del patriarcalismo desde la infancia; lo anterior
se da a través de la estigmatización de roles, la intolerancia frente a los actos de
ternura o de solidaridad, la falta de una comunicación asertiva y de acercamientos
afectivos, además de la agresión física y psicológica sobre el cuerpo y la mente de
las víctimas, como muestra perversa de cuidado, amparo, odio e incluso de una
especie de «amor maltratante», que deforma en la víctima el sentido de la
protección, el afecto y el derecho.
Se puede afirmar que, en pocas ocasiones, la víctima se revela o toma una
posición defensiva, sin embargo, esta «respuesta pasiva» no es en ningún
momento acomodación al castigo o asimilación de las condiciones de opresión, ya
que, la tendencia natural del ser humano es oponerse a la dominación absoluta, lo
que reafirma el grado de libertad originario característico de la dignidad y los
DDHH. Debe considerarse éste lugar psíquico de libertad, como un punto
referencial interno, desde el que las víctimas pueden llegar a elaborar sus
construcciones imaginarias y afectivas respecto a la posibilidad de cambiar su
condición social.
Cabe anotar que la agresividad proyectada a nivel intrafamiliar, puede ser
interpretada como la consecuencia asidua y acumulativa de la ansiedad no
elaborada en los diversos escenarios generadores de estrés, espacios donde la
persona y/o la familia que se agrede, no siente legitimidad ni poder para
desencadenar su violencia, por lo que la familia se convierte en la canalizadora
«de mano» de una frustración insoportable, intensa y descontrolada, trilogía
devastadora que se convierte a posteriori, en un factor de riesgo para la vida de
las víctimas que son agredidas y agredidos constantemente.
TIPOS DE VIOLENCIA VULNERABLES
Física: actos intencionales en que se utilice alguna parte del cuerpo, objeto, arma
o sustancia para sujetar, inmovilizar o causar daño a la integridad física de otra
persona.
Psicoemocional: actos u omisiones consistentes en prohibiciones, coacciones,
condicionamientos, insultos, amenazas, celotipia, indiferencia, descuido reiterado,
chantaje, humillaciones, comparaciones destructivas, abandono o actividades
devaluatorias, que provoquen en quien las recibe alteración autocognitiva y
autovalorativa que integran su autoestima.
Patrimonial: actos u omisiones que ocasionen daño directo o indirecto, a bienes
muebles o inmuebles, tales como perturbación en la propiedad o posesión,
sustracción, destrucción, menoscabo, desaparición, ocultamiento o retención de
objetos, documentos personales, bienes o valores, derechos patrimoniales o
recursos económicos.
Sexual: acciones u omisiones que amenazan, ponen en riesgo o lesionan la
libertad, seguridad, integridad y desarrollo psicosexual de la persona.

Económica: acciones u omisiones que afectan la economía del sujeto pasivo, a


través de limitaciones encaminadas a controlar el ingreso de sus percepciones
económicas y puede consistir en la restricción o limitación de los recursos
económicos.
Contra los derechos reproductivos: actos u omisiones que limitan o vulneran el
derecho de las mujeres a decidir libre y voluntariamente sobre su función
reproductiva, en relación con el número y espaciamiento de hijas e hijos, acceso a
métodos acticonceptivos, a una maternidad elegida y segura, a servicios de
interrupción legal del embarazo, servicios de atención prenatal y obstétricos de
emergencia.
También se considera violencia familiar, la realización de cualquiera de las
conductas descritas contra una persona que esté sujeta a la custodia, guarda,
protección, educación, instrucción o cuidado de otra, o con quien ésta tenga una
relación de hecho o la haya tenido durante dos años anteriores al acto u omisión.
Cuando las agresiones o la omisión de cuidados son graves y constantes son
fáciles de identificar; sin embargo, es importante saber que las conductas violentas
de menor intensidad o frecuencia son igualmente dañinas para la salud física y
psicoemocional de las personas y que también constituyen una transgresión a su
dignidad y sus derechos humanos.
La violencia del padre y su repercusión en el hijo adolescente
Deseo exponer, desde una perspectiva psicoanalítica, el problema que supone
para el hijo varón adolescente la violencia de su padre, en tanto influye en la
asunción de su identidad sexual y en su compromiso con la realidad. La vía
privilegiada a través de la cual el adolescente capta la violencia del padre es la de
la identificación, sea como identificación con el agresor o instalándose el lugar de
víctima pasiva. En este último destino se produce una fijación masoquista en el
adolescente a hacerse pegar, a excitar la violencia del otro, a perderse él mismo.
A través de un caso clínico se muestra que es esencial que en el vínculo
terapéutico se puedan desplegar los fantasmas de la escena primaria, las imagos
materna y paterna que marcan la vida del paciente, para hacerlas conscientes y
poder transformarlas para que el sujeto no quede fijado en la posición de víctima.

EL ADOLESCENTE AFECTADO POR LA VIOLENCIA PATERNA

Deseo exponeros el problema que supone para el hijo varón adolescente la


violencia de su padre. Tal maltrato hiere al adolescente donde más le duele e
influye en la asunción de su identidad sexual y en su compromiso con la realidad.
Pero además quiero plantear que el enfoque de esta situación desde una
perspectiva psicoanalítica implica que el adolescente no quede fijado en su
condición de víctima sino permitirle reconocer sus servidumbres, para que al
liberarse de sus ataduras pueda rescatar su ilusión de crear y de vivir.

En primer lugar hay que dar todo su peso al hecho de que la violencia del padre
ha estado apuntalada en nuestro país, en nuestro medio social, en una mentalidad
autoritaria que ha otorgado al padre un poder abusivo sobre su mujer e hijos. No
debemos olvidar que el marco social y cultural influye sobre el psiquismo
individual, al incidir sobre los modos como se configura la subjetividad. Sabemos
que la mentalidad autoritaria propicia la culpa y el temor al castigo.

Cuando hablo de la violencia del padre sobre su hijo adolescente me refiero a un


conjunto de modalidades, que pueden darse en su totalidad o sólo algunas de
ellas: el maltrato físico y el ejercicio del insulto y de la humillación, así como la
violencia ejercida por la certeza de tener la razón y, por ende, de tratar de
imponerla con rigidez, inflexibilidad e impenetrabilidad. El padre que no se mueve
de su verdad ni se conmueve, que nunca pregunta ni toma en cuenta lo que su
hijo quiere, que no reconoce lo propio de su hijo, está incapacitado para
escucharlo y para ponerse en su lugar. Esta violencia desespera, deshumaniza,
anula al hijo como sujeto y produce una herida duradera en su amor propio.
Precisamente si el adolescente tiende a provocar a su progenitor, en el sentido del
pro-vocare, de la llamada al otro para hacerlo trabajar psíquicamente con sus
retos y sus salidas de tono, y su progenitor se mantiene impermeable a esta
llamada, a esta confrontación que le propone, el adolescente va a sentirse
profundamente herido y decepcionado.

Pero la violencia del padre no va a quedar en una simple decepción. La vía


privilegiada a través de la cual el adolescente capta la violencia del padre es la de
la identificación. Mediante la identificación el padre pasa de ser una figura externa
a formar parte del mundo interno del joven; éste interioriza no sólo ciertos rasgos y
comportamientos del padre sino lo que podríamos llamar el fantasma del padre
violento. La identificación puede manifestarse de diversas maneras, una de las
principales sería como identificación con el agresor, a través de la cual el sujeto
mismo se convierte a su vez en un ser violento. Esta forma de identificación
siempre está presente de un modo manifiesto o latente, pero yo quiero referirme
más bien a identificarse con el lugar de víctima pasiva.

Para el adolescente varón será muy importante poder tomar de su padre o de las
personas que puedan sustituirle y ocupar su lugar, los atributos o las insignias que
le permitan sentirse un hombre y construir su identidad masculina. Este “tomar” al
que me refiero no es algo meramente imitativo sino un proceso que pasa por
cuestionar los ideales transmitidos por el padre para quedarse con algunos y
rechazar otros. Precisamente este proceso puede ser bloqueado por la
incorporación psíquica de un padre violento.
Decía que ser víctima pasiva es uno de los destinos de la identificación con un
padre violento. La pasividad es un concepto complejo y rico en sentidos, yo me
refiero a la actitud pasiva que consiste en no tomar iniciativas, esperar que el otro
diga lo que uno es y lo que uno ha de hacer, amoldarse y complacer a los otros,
no enfrentarse y no decir “no” por miedo. Esta pasividad tiene grandes
consecuencias en todas las actividades propias del joven, pero en especial en la
relación con sus compañeros y con sus amigos. El adolescente pasivo puede
sentirse como un niño débil y su conciencia moral juzgarlo como un ser inocente
que conserva un mundo infantil idealizado y protegido de la sexualidad genital. A
causa de esto es muy fácil que pueda convertirse en blanco de bromas y burlas
sin poder responder a ellas y, en general, estar expuesto a ser excesivamente
influido por lo que puedan decir o pensar los otros. Si uno no puede decirle “no” a
otro tampoco puede creer en sus propios juicios, defender sus propias ideas y
confrontarlas con los demás disponiendo de un sitio propio para pensar y para
decir.

La posición de ser víctima pasiva lleva aparejada una inhibición de la agresividad,


de esa agresividad necesaria para vivir, para respetarse y ser respetado. Es
preciso diferenciar la violencia de la agresividad, la primera tiene un fuerte
componente destructivo y la segunda está al servicio de la necesaria
discriminación del otro y de la vida. El hecho de vivir en el papel de objeto
marcado por la violencia paterna puede favorecer que la emergencia de los
impulsos agresivos inconscientes pueda ser experimentada por el sujeto como la
posibilidad de que se realicen en la realidad y ante ello han de ponerse en marcha
urgentes medidas defensivas que inhiben radicalmente toda agresividad. Un
arañazo producido en una pelea con un compañero de clase puede despertar el
miedo de haberle sacado un ojo y acompañarse de un terrible sentimiento de
culpa.

Una de las tareas fundamentales de la adolescencia es la de representarse el


adolescente como un sujeto producto del encuentro de dos deseos, el de su
madre y el de su padre. Los psicoanalistas llamamos a esto construir internamente
una escena primaria, en la que el sujeto pueda imaginarse excluido de la relación
sexual entre sus padres pero a la vez pueda rescatar la curiosidad y los deseos
activos que le suscita esta escena. La escena primaria está configurada por la
imago materna y por la imago paterna y por la conjunción entre ambas. La imago
sería la construcción de una figura animada por el deseo inconsciente. Los
materiales con los cuales se construyen las imagos son restos de cosas vistas u
oídas, es decir, restos de percepciones de los vínculos con los padres que son
transformados por los deseos inconscientes.

El padre violento contribuye a que el hijo construya una escena primaria sádica y
violenta entre sus padres, a menudo la figuración de un padre que trata mal a una
mujer, con la cual el hijo se siente fuertemente identificado. Pienso que la imago
paterna está hecha de una mezcla de idealización del padre, orgullo paterno,
temor y profundo rechazo y odio al padre. Ese padre es inalcanzable, tocado a
veces por la suerte del genio; autosuficiente y orgulloso, jamás se rebaja, no
necesita de nadie; ese padre es un deus ex machina, causa de todo. Pero
asimismo es muy difícil expresar lo que es, puesto que a menudo el joven tiene la
convicción de que es preciso haber sufrido en propia carne la violencia para
hacerla creer. Esta imago le deja al adolescente ante la necesidad de protegerse
en la madre, pero a la vez queda inerme ante una imago materna omnipotente. En
la relación cotidiana con la madre si su hijo se altera, se enfada, grita o se
descontrola y su madre le dice: “eres como tu padre”, este juicio rápidamente le
lleva al hijo a imaginarse como un padre que maltrata, dificultando y mucho el
proceso de separación psíquica de su madre. A menudo el hijo adolescente insiste
en que la madre le ve a veces como su pareja, como si fuera su padre. La
manifestación de los afectos en la relación con la madre puede verse seriamente
comprometida. Todo esto va a tener un profundo efecto en la relación con las
chicas, como si una maldición o una compulsión a repetir un fracaso se hubiera
instalado ahí. El adolescente puede sentir por ejemplo que si toca a las chicas las
rebaja, les falta al respeto.

He mencionado antes que la identificación con el padre como hombre es esencial


para que el adolescente construya una identidad masculina; ahora bien, para que
se produzca esta identificación es condición que el adolescente ame a su padre y
que ese amor se transforme en una identificación con él. Sabemos que desde la
mentalidad autoritaria no está bien visto que los hombres manifiesten sus afectos.
La violencia paterna coadyuva a la inhibición radical de este amor y facilita una
intensa erotización inconsciente que se degrada en un vínculo sado-masoquista.
¿Cómo se manifiesta este vínculo? Especialmente por una fijación masoquista en
el adolescente a hacerse pegar, a excitar la violencia del otro, a experimentar
situaciones que le conducen a perder cosas, a perderse él mismo, a ser en
ocasiones el hazmerreír.

Desde la perspectiva del psicoanálisis no podemos contentarnos con exponer los


efectos de la violencia paterna, dejando a nuestro adolescente fijado al estatuto de
víctima; ya que ser víctima es una forma de ser. Recuerdo una entrevista a un
preso en la que ante la pregunta: ¿Quién eres?, repetía una y otra vez: “yo soy
pirómano”: era su orgullosa identidad. Es preciso por tanto trascender este lugar
de víctima. Como decía Bárbara Dürhkop, viuda del senador Enrique Casas,
asesinado por ETA, en El País del 27 de Enero de 2006: “La grandeza de las
víctimas está en trascender el propio dolor para lograr ver otro camino, quizás
largo y doloroso, pero viable y esperanzador, intentando superar odios y
rencores”.

Como psicoanalistas hemos de tener la suficiente sensibilidad y capacidad de


contención para que el adolescente sienta confianza para animarse a compartir su
dolor. Pero asimismo tenemos la responsabilidad de ayudarle a trascender su
papel de víctima. En primer lugar favoreciendo que pueda mostrar su genuina
agresividad para confrontarse con su padre y con los otros, que pueda rescatar su
propio amor propio y su carácter para enfadarse y decir “no”, saliendo de la
situación pasiva de complacer a los demás o de vivir satisfacciones masoquistas.
Pero además es esencial que pueda desplegar sus fantasmas de la escena
primaria para ser consciente de ellos y poder transformarlos: el paciente que
presento más adelante tenía la fantasía “de ser hijo de una Virgen madre unida a
un Dios que pone los niños dentro de ella”. En esta fantasía inconsciente Dios
Padre es quien premia y castiga y no hace falta que el adolescente sea
responsable de sus actos, ya que tal responsabilidad está proyectada en Dios.
Asimismo nos hallamos en muchas ocasiones ante la disyunción: “o con mamá o
con papá”, por la que irse con papá es alejarse de mamá que se queda sola y a la
que puede pasarle algo, e irse con mamá es estar seguro pero quedarse
encerrado en ella y pensar como ella piensa. Podemos constatar como el
adolescente no encuentra en esta alternativa su propio lugar como sujeto.
También deseo incluir aquí la fantasía de que la misión del adolescente sea matar
al padre tirano.

Es vital esclarecer este mundo de fantasías para que el adolescente pueda asumir
una posición activa ante los estudios y ante la vida. En esta perspectiva podemos
situar la construcción y disolución de la fantasía: “que la madre, como hada buena,
me rescate del padre-ogro”, haciéndose cargo de las cosas del adolescente,
sacándole “las castañas del fuego”. Esta fantasía conduce al adolescente a
esperar la salvación de la madre, la protección de ella del principio de realidad,
inhibiéndose frente a dicha realidad. Al elaborar esto, nuestro joven cae en la
cuenta de que se había apoyado en la omnipotencia de la madre para defenderse
de la situación con el padre, pensando que la madre iba a sacarle de cualquier
apuro, pero a condición de dejar las cosas en sus manos, sintiendo que las cosas
no son para sí sino para ella, por ejemplo el estudio. Descubre que ha buscado
esta protección porque el padre ha representado una ley de vida que a él le
producía miedo a la vida, figuración de un mundo hostil como principio de realidad.
Por ello es preciso que el adolescente elabore la hostilidad hacia el padre para
tener una relación creativa con la realidad.

Finalmente es muy importante para el adolescente hacer el trayecto que va desde


“mi madre me ve a mí como su pareja” al descubrimiento de “me da vergüenza
reconocer que a veces siento que mi madre no es mi madre, es otra cosa, es
como mi cónyuge, puede ser que por eso no puedo decirle que está guapa o que
voy a echarla de menos”. Dar este paso significa reconocer el deseo edípico
incestuoso que anida en el corazón del adolescente, para así poder renunciar a él
y poder amar a una chica. Este camino complejo y hermoso pasa también por
reconocer al padre, echarle de menos en lo que puede aportar y darse cuenta de
que aquel hombre temible pero ideal ha envejecido, y que por tanto el hijo
adolescente ya no es un niño, puede morir un día y ahora puede confrontarse de
tú a tú con el padre.

PADRES AGRESIVOS, HIJOS VIOLENTOS


Así como los padres, generalmente, se esfuerzan por formar hijos responsables,
sensibles y generosos, lamentablemente, también existe la otra cara de la
moneda, cuando los progenitores, tal pareciera, son promotores de los hábitos
negativos y de actitudes que van construyendo hijos cargados de rencor,
resentimiento y agresividad que descargan en los demás.
Se trata de reproducir un patrón de conducta que el hijo imita de alguno de los
padres, o a veces de ambos, porque su modelo está en casa, no obstante que no
cumpla con sus expectativas, por lo que, inconscientemente, desde que nace, va
absorbiendo cada una de las enseñanzas que recibe cotidianamente, aunque no
todas sean de su agrado pero que acepta porque no tiene otra opción.
Normalmente, los padres violentos, a su vez, también vienen arrastrando y
heredando una serie de episodios que marcaron su carácter con sus respectivos
progenitores, quienes influyeron en su momento para forjar su personalidad con
un perfil de agresividad que se reafirma y se transmite generacionalmente cuando
forman su propia familia, con las consecuencias que ello implica.
Conforme los hijos van creciendo y se relacionan con personas ajenas al entorno
familiar, surgen confrontaciones con pequeños de su edad, e incluso menores o
mayores, debido a que carece de los elementos mínimos para entablar una
relación de amistad porque no los adquirió en el hogar, de tal forma que si se
presenta un problema busca solucionarlo por medio de la agresión y la violencia,
tal como observa que sus padres lo hacen en casa.
Los rasgos de violencia que muestran los pequeños van desde agresiones
verbales hasta psíquicas, cuando infunden temor en sus pares con patadas,
golpes con los puños, arañazos, gritos, empujones y la utilización de palabras
altisonantes que aprenden en el hogar, con lo que amagan a sus interlocutores,
los que muchas veces no saben cómo reaccionar ante un ataque de esa
naturaleza, impropio de su edad.
De acuerdo con especialistas, los hijos, cuando nacen, traen impulsos amorosos y
agresivos que, con el tiempo y luego de la convivencia con sus padres, tras
construir vínculos afectivos, se controlan, en tanto que predominarán unos sobre
otros, una vez que sus progenitores vayan coadyuvando a que su carácter se
oriente a estrechar lazos afectivos con los demás, en lugar de dirigir su conducta a
lastimar a quienes le rodean por medio del ejemplo que le dan con sus actitudes
de agresión constante.
En el lapso de a uno a tres años de edad, los hijos comienzan a construir lazos
afectivos a partir de su conocimiento del entorno que les rodea, por lo que esta
fase de su crecimiento es determinante para el desarrollo de relaciones
personales, pues en la medida que se sientan amados, atendidos y protegidos por
sus padres, comenzarán a construir su personalidad, la que podría estar matizada
por rasgos de cordialidad, amistad, efusividad y amor; o por el contrario, podría
caracterizarse como un niño(a) hostil, reservado, desafiante y dispuesto(a) a
agredir a quien lo contradiga o enfrente.
Por ello, está comprobado que la familia es uno de los elementos más relevantes
dentro del factor sociocultural del niño, a tal grado que la considera su mundo, lo
es todo para él. De la familia surge su modelo de actitud, de disciplina, de
conducta y de comportamiento, por lo que los padres son igualmente
corresponsables del hecho de que sus hijos sean agresivos o no.
Un ejemplo: si el padre es hostil, poco exigente y constantemente está reprobando
y castigando físicamente a sus hijos, además de amenazarlos por cualquier
motivo, estará fomentando en ellos conductas agresivas que explotarán en
cualquier momento, incluso sin motivo aparente.
Además, hay que tomar en consideración que si los hijos presencian en el hogar
constantes discusiones, e incluso enfrentamientos físicos entre sus padres con un
lenguaje subido de tono, este entorno propiciará que los primeros aprendan que
los problemas entre adultos se solucionan con agresiones físicas y verbales y
cuyo modelo reproducirán en la primera oportunidad que se les presente, pues
inconscientemente se estará promoviendo la violencia.
En este contexto, los padres tenemos la grave responsabilidad de educar con
valores como la tolerancia y el respeto, los que no servirán como bases para que
la comunicación y el diálogo entre los integrantes de la familia sean los únicos
medios para resolver las diferencias que surjan entre padres e hijos, entre los
mismos progenitores y entre los hermanos.
Si bien es cierto, a veces, no es fácil controlar los sentimientos de frustración,
coraje, impotencia, miedo, entre otros, que en ocasiones arrastramos los padres
por los problemas cotidianos, sí podemos hacer un esfuerzo para controlar los
impulsos que nos hacen perder los estribos y actuar con agresividad, pues
recordemos que, finalmente, con estas actitudes no estamos más que fomentando
la violencia en nuestros hijos.

Perfil de mujer maltratada:

El maltrato continuado genera en la mujer proceso patológico de adaptación


denominado “Síndrome de la mujer maltratada”. Este síndrome se caracteriza por:

Indefensión aprendida: Tras fracasar en su intento por contener las agresiones,


y en un contexto de baja autoestima reforzado por su incapacidad por acabar con
la situación, la mujer termina asumiendo las agresiones como un castigo
merecido.

Pérdida del control: Consiste en la convicción de que la solución a las


agresiones le son ajenas, la mujer se torna pasiva y espera las directrices de
terceras personas.

Baja respuesta conductual: La mujer decide no buscar más estrategias para


evitar las agresiones y su respuesta ante los estímulos externos es pasiva. Su
aparente indiferencia le permite autoexigirse y culpabilizarse menos por las
agresiones que sufre, pero también limita de capacidad de oponerse a éstas.

Identificación con el agresor: La víctima cree merecer las agresiones e incluso


justifica, ante críticas externas, la conducta del agresor. Es habitual el “Síndrome
de Estocolmo”, que se da frecuentemente en secuestros y situaciones límite con
riesgo vital y dificulta la intervención externa. Por otra parte, la intermitencia de las
agresiones y el paso constante de la violencia al afecto, refuerza las relaciones de
dependencia por parte de la mujer maltratada, que empeoran cuando la
dependencia también es económica.

¿Por qué no le abandona?

La violencia se establece progresivamente en la pareja. La mujer se deja


maltratar, en algunos casos, porque se considera la principal responsable del buen
funcionamiento del matrimonio y cree que éste depende de sus propias
habilidades para evitar conflictos y situaciones de violencia o ruptura matrimonial.

Ante los actos de violencia se culpabilizan y sienten que merecen ser castigadas
por cuestionarse los valores ideológicos que sostienen la familia, por no asumir
adecuadamente su papel de madre y esposa. Por eso intentan adaptarse a los
requerimientos de su marido para ser aceptadas y no maltratadas, asumiendo un
papel de subordinación, con las falsas expectativas de que si ella se comporta
bien no dará lugar a que su marido la maltrate. “Su pareja les ha repetido tantas
veces que no sirven para nada que terminan creyéndolo y se culpabilizan.” Afirma
una psicóloga.

La principal razón que demora o impide el abandono de la víctima es el temor a


las represalias, seguida de la dependencia económica y el miedo a perder los
hijos.

Rasgos de la mujer maltratada:

– Edad: entre 26 y 40 años.

– Estado civil: casada.

– Número de hijos/as: de dos a cuatro.

– Formación: estudios primarios.

– Ocupación: parada y/o ama de casa

– Tiempo de maltrato: de 5 a 1O años (La frecuencia del maltrato es diaria o


semanal).

– Los malos tratos comenzaron al inicio de la convivencia o al nacer el primer hijo


o hija.

1) Las situaciones de maltrato prolongadas van minando la autoestima de la


mujer.

2) Los sentimientos de la mujer hacia el agresor son ambivalentes, ya que siente


hacia él rabia (en los periodos de violencia) y afecto (en los periodos de remisión
de la violencia).
3) La mujer debe enfrentarse a la ansiedad que te provoca la marcha, ya que esta
conlleva aceptar el fracaso familiar y hacerse cargo de los hijos/as.

4) En numerosas ocasiones, el medio la culpabiliza por el fracaso conyugal.

5) Tiene que hacer frente a las consecuencias económicas de la marcha.

6) Tendrá que afrontar la soledad, para la que pocas mujeres han sido
preparadas, ya que no se las educa para vivir autónomamente y sólo se conciben
funcionando ligadas a un hombre.

7) También aparece un sentimiento de indefenso, se siente desprotegida y


asustada ante el temor de ser agredida de nuevo por la pareja que en numerosas
ocasiones sigue acosándola.

Perfil del hombre violento:

E l perfil del hombre violento no puede ser categorizado por variables tales como:
edad, clase social, nivel educacional, ocupación, religión, lugar de residencia, etc.,
debido a que puede configurarse con cualquiera de las variables mencionadas, lo
cual no implica dejar de reconocer que, la asociación entre algunas de ellas,
puede potenciar el riesgo de conductas violentas.

Investigadores de distintos países, incluido el nuestro, han elaborado importantes


aportes a fin de ir conociendo el perfil del hombre violento. En tal sentido, pueden
ser consideradas, a los fines analíticos, en cinco dimensiones:

Dimensión comportamental: comprende la gama de conductas, amenazas,


agresiones verbales y físicas que realiza una persona.

● Deseo de control: vive obsesionado por ejercer el dominio entre quienes lo


rodean, especialmente hacia su mujer e hijos/as. Argumentan: “yo controlo
todo, para vivir bien”, en proceso de recuperación reconocen: “tenía todo bajo
control porque tenía miedo”.
● Celos: pueden convertirse en una obsesión. Sonkin señala: “Los celos deben
entenderse como un indicador significativo de su potencial homicida”.
● Doble fachada: por lo general, en público es seductor, simpático, amable,
pero en la intimidad de su hogar puede llegar a ser muy agresivo y violento.
No es extraño caer en la seducción de su discurso, incluso para jueces,
policías, profesionales, amigos y parientes.
● Aislamiento: impone el aislamiento social de su entorno familiar, una vez que
se ha cerrado el cerco se acrecienta el dominio sobre su víctima, y no es
casual que la mujer exprese que su casa se convierte en una verdadera
“cárcel”, se asegura que ella no se irá quitándole el dinero, las llaves del auto
y dejándola encerrada hasta que él llegue, es decir prácticamente un
secuestro en el propio hogar. Una mujer relata: llegó un momento que ni al
almacén podía ir, otra comenta: antes de salir me dejaba desconectado el
teléfono y me encerraba en casa, estaba embarazada y una vecina me
alcazaba la comida por la ventana.
● Abuso de alcohol/drogas/medicamentos: cabe destacar que no es la causa de
un comportamiento violento, a pesar de lo cual se ha comprobado una
frecuente asociación, ya sea porque potencia el enojo y la peligrosidad o
porque inhibe el autocontrol.
● Repetición del ciclo de la violencia: cuantas más denuncias y episodios de
violencia en períodos más cortos de tiempo, mayor peligrosidad del agresor e
indefensión en la mujer.
● Violencia hacia terceros: cuanto mayor desenfado e inhibición ante jueces,
policías y terceros, más riesgo para la mujer y los/as hijos/as.
● Violentos con las mascotas: pueden llegar a recibir maltratos a causa de la ira
del agresor.
● Violencia al volante: el auto puede llegar a convertirse en trampa mortal para
sí y terceros, abusa del riesgo y la velocidad.
● Posesión de armas: se presenta en este perfil de hombre una mayor
frecuencia en la posesión y uso intimidatorio de armas de fuego, no obstante,
lo cual cualquier objeto hogareño especialmente los cuchillos pueden
convertirse en armas mortales, como así también utilizar los puños y los pies
u objetos como escobas, cinturones, almohadones (para asfixiar), hierros
calientes (planchas) cigarrillos. La peligrosidad aumenta cuando ya las ha
usado o ha amenazado con ellas a su entorno íntimo.
● Desencadenantes de la violencia: hechos triviales, que por lo general más
tarde no se recuerdan.
● No cumple las promesas: ni los pactos, tiene dificultades para acatar normas
y límites, incluso los impuestos por el juez.
● Conductas poco asertivas: es decir con dificultad para ejercer sus derechos
sin atropellar los de los demás.
● Golpes físicos: algunos con marcas imperceptibles y otros llegan a ser
invalidantes (especialmente en la cabeza, en el cuello, y área abdominal
durante el embarazo.
● Cambio súbitos e impredecibles de humor: en un momento está bien y
rápidamente explota. Al llegar al hogar la mujer y los niños comienzan a
inquietarse porque …hoy no sabemos cómo va a llegar papá.
● Destruyen objetos: principalmente aquellos significativos para la mujer y los
chicos (Por.ej. romper los títulos originales de médica, abogada, destruir
diccionarios y libros de texto a profesoras, juguetes a los hijos/as).
● Espionaje: en algunas ocasiones emplea tácticas de espionaje o contrata a
terceros, graba las conversaciones o desgrava el contestador telefónico,
controla las salidas y las amistades de su mujer a través de sus hijos,
compañeros de trabajo, familiares y amigos.
● Auto reforzamiento del comportamiento violento: una vez iniciado se potencia
a sí mismo, y no se sabe cómo puede terminar (Donald DUTTON).
● Inmadurez: por momentos sorprende por su agresividad y en otras ocasiones
por sus conductas infantiles.
● Irregularidades en el manejo del dinero: desbordes de ganancias y pérdidas
y/o estafas. Decisiones arbitrarias en la distribución de recursos, suelen no
pagar con regularidad la cuota de alimentos, pero compran una computadora
o proponen vacaciones en el exterior.
● Simulacros de irse … y volver.
● Simulacros y/o amenazas de suicidio u homicidio hacia su pareja, sí mismo e
hijos/as, situación extremadamente peligrosa.
● Amenazas: a fin de que sus comportamientos no trasciendan al exterior.
● No concurre a solicitar ayuda: por propia iniciativa, sino a pedido del juez o
ante la posibilidad de abandono por parte de su mujer o ante una situación
que percibe como límite.
● “Divide y reinarás”: utiliza la estrategia de enfrentamientos a fin de obtener
beneficio personal.
● Discrimina y genera competencia entre sus hijos/as.
● Familia de origen: cuando la mujer intenta averiguar, especialmente en el
noviazgo acerca de las relaciones entre los miembros de su familia origen
evita hablar del tema o da una versión falaz.
● Mentiras: es frecuente que sus dichos no sean ciertos, sino adaptados a su
conveniencia.
● Quiebran la conversación: pasando de un tema a otro.
● Mensajes telefónicos: no comunica los mensajes o la borra del contestador
telefónico.
● Incapacidad de alternativas al conflicto: por lo general reacciona de inmediato
y con violencia, con escasa posibilidad de recursos para soluciones pacíficas.
● Lenguaje confuso: a fin de poder engañar y desdecirse de sus dichos.
● Busca aliados: en su entorno hace proselitismo para su causa. Utiliza a los
hijos de mensajeros o espías de las actividades de la madre. Trata de
comprometer e intenta la complicidad de los profesionales y coordinadores de
los grupos de ayuda mutua.
● Usa frecuentemente el sexo: como señal de poder, recriminando a la mujer lo
que en realidad son sus propias falencias y/o problemas (insultos frecuentes:
frígida, lesbiana, puta, atorrante). El lenguaje a menudo presenta un
contenido sexualizado y codificante hacia la mujer.
● Dificultades y conflictos en el ámbito laboral: con sus compañeros y/o
personal jerárquico.
● Selecciona a la víctima: escoge el lugar y forma de ataque.
● Recurre al acoso: como una manera de tomar contacto con la víctima, y hasta
persigue a la mujer en el trabajo o cuando está con sus amistades o nueva
pareja.
● Anónimo: no siempre se identifica, a veces, recurre a terceros para enviar
mensajes, o recurre a llamados telefónicos anónimos (o llama y cuelga), o
envía misivas sin firmar.
● Regalos: obsequia regalos de manera interesada, inoportuna, y para lograr el
perdón

Dimensión Psicodinámica: comprende las esferas psíquicas, conscientes e


inconscientes. Integran esta dimensión los afectos, los sentimientos y las
emociones.
● Baja autoestima: se sienten inseguros, tanto en el papel de hijos como en el
de padre, amante y/o esposo.
● Pensamiento mágico: proyectos irreales, faraónicos, muchos de los cuales
terminan en frustraciones. Cuando ingresan a un grupo psicoeducativos
pretenden solucionar su problema con la violencia de manera rápida y
definitiva.
● Expectativas irreales: esperan que sus esposas e hijos cumplan con sus
deseos no explicitados, tienen dificultades para verbalizar sus sentimientos, y
luego están, como ellos mismos, dicen “decepcionados”. (Por ejemplo,
planifican un viaje sin consultar a su esposa, y querer darle una sorpresa o
comprar algo que no condice con lo que ella desea).
● Dificultad para expresar sus sentimientos: en algunas ocasiones lo hacen a
través de sus conductas, “desde que se fue no fumo, no duermo bien.”.
● Desarrolla largos monólogos: pueden durar varias horas, especialmente en
horarios nocturnos, pregunta y se contesta a sí mismo, no espera una
respuesta, no escucha pese a decir que desean dialogar, se tornan
situaciones prolongadas peligrosas e irritantes. Puede llegar a ser con el
tiempo muy destructivo a nivel emocional para la víctima. Doble mensaje: “te
hablo, te ignoro”. Aparentemente busca una solución consensuada, pero no
se apartan de su rigidez conceptual.
● Omnipotencia: ¿Para qué vas a ir al médico, si nadie te conoce como yo? “Lo
digo yo y basta”.
● Narcisismo: “se mira en el espejo y dice: mira que lindo que soy tengo los ojos
celestes, en cambio vos estás cada vez peor”.
● Obsesividad: “Cuando llegaba a casa, lo primero que iba a controlar era que
los soldaditos de colección estuvieran alineados”.
● Emocionalmente empobrecido y vulnerable.
● Gran capacidad de persuasión.
● Dependencia emocional de la mujer: esta dependencia puede ser fatal
cuando la mujer decide abandonarlo: “ella es todo para mí, si se va no
respondo de las consecuencias”.
● Depresión: es frecuente que sufran estados depresivos.

Tratamiento del hombre golpeador


Todo acto de violencia masculina aparentemente individual se inscribe dentro de
una sociedad patriarcal que favorece el desarrollo de una personalidad de
agresividad excedente, y cuya vía privilegiada de expresión es la violencia contra
las mujeres. (Corsi, s.f)

El hombre violento ejerce sobre sus víctimas amenazas; actos violentos; agravíos
directos e indirectos; verbalmente en persona en voz baja; por teléfono,
aparentando afecto con acompañamiento, apretando la mano o abrazando y
ejerciendo presión; seduciendo frente a terceros; incumpliendo en las obligaciones
elementales y alimentarias; sofocando económicamente; abandonando a la pareja,
poner escollos; mitomanías con convencimiento de los hechos irreales que
imagina y los vierte como auténtico. En fin toda clase de violencia física o psíquica
tendiente a inmovilizar al otro para manejarlo y manipularlo a su arbitrio. (Sirkin,
2008)

Los tratamientos de hombres violentos contra la pareja se justifican socialmente


por la oportunidad que hay que dar a los agresores para cambiar su conducta, por
la necesidad de protección a las víctimas actuales, muchas de las cuales siguen
conviviendo con el agresor, y por la evitación de la extensión de la violencia a los
hijos. Se trata así de interrumpir la cadena de transmisión intergeneracional y el
aprendizaje observacional por parte de los hijos. (Echeburúa & Corral, 1998)

La intervención clínica con los maltratadores se hace aún más necesaria cuando
el riesgo de violencia grave contra la pareja es alto, es por esta razón el
tratamiento de los agresores debe darse más aún por el carácter crónico de la
violencia contra la pareja, al tratarse de una conducta sobre aprendida por parte
del maltratador, la cual está consolidada en su repertorio de conductas por los
beneficios logrados, como la obtención de la sumisión de la mujer y sensación de
poder, entre otras.
De los profesionales que intervienen de forma activa en la detección y protección
de las víctimas, se encuentran los médicos forenses que, al atender casos de
violencia sobre la mujer, deben llevar a cabo la valoración de las lesiones físicas y
psicológicas con el seguimiento periódico de las víctimas. (Casas & Rodríguez,
2010)

Así mismo la asistencia médica debe detectar de manera oportuna conductas,


actitudes y motivaciones en un individuo violento teniendo presente que su
comportamiento puede hacer daño a otros, a sí mismo o a su entorno físico, este
comportamiento va en forma escalonada, apareciendo señales a medida que se
va haciendo más grave. (Folino, 2006)

Se debe tener en cuenta que los agresores domésticos deben cumplir con unos
previos requisitos antes de comenzar propiamente con la intervención psicológica,
reconociendo la existencia del maltrato y asumiendo la responsabilidad de la
violencia ejercida, así como la del daño producido a la pareja, mostrando una
motivación mínima para el cambio y, por último, aceptando los principios básicos
del tratamiento. (Babcocka & Charles & Greena & Robieb, 2004)

Los tratamientos obligatorios, sin una implicación adecuada del agresor, resultan
muy limitados. Por lo cual algunos maltratadores no acuden a la consulta o llegan
tardíamente bajo condiciones de presión, siendo las principales: las amenazas de
divorcio por parte de la pareja y denuncias judiciales. Estas condiciones, reflejan la
resistencia al cambio, ya sea por el temor a la pérdida de la pareja, de los hijos, el
temor a un futuro en soledad, así como el miedo a las repercusiones legales con
una pérdida de poder adquisitivo. (Echeburúa, 2013)

De manera que las tasas de éxito en personas derivadas del juzgado y sometidas
obligatoriamente a terapia son bajas, porque el maltratador no tiene una
motivación genuina para que se produzca un cambio sustancial en su
comportamiento.

La mirada del golpeador sobre el tratamiento compulsivo


Para muchos hombres el tratamiento que se hace al imponer terapias bajo la
advertencia de aplicar sanciones en caso de negativa o incumplimiento resulta un
procedimiento coactivo que carece de eficacia porque no hay libre voluntad, ya
que la coerción induce a tolerar el tratamiento con el solo fin de evitar un mal peor.
En otros términos, el motor que impulsa a la persona hacia el cambio exige una
demanda espontánea de ayuda. (Núñez, 2013)

El tratamiento es visto por muchos golpeadores, como una motivación inicial, para
reconocer que existe un problema; darse cuenta de que el sujeto no lo puede
resolver por sí solo, y valorar que el posible cambio va a mejorar el nivel de
bienestar actual. No obstante suele ser débil e inestable, sobre todo en aquellos
que acuden al tratamiento por vía judicial.
Para otros, es un simple compromiso fijado legalmente, para asistir a un
tratamiento psicoterapéutico y evitar la exclusión del hogar conyugal, evitando
procedimientos judiciales de mayor repercusión, dando marcha atrás con la
decisión de separarse, resistiéndose a asistir a este tipo de grupos, si los
encuentros no se adecuan a sus horarios, sin considerar que tienen que cambiar
su conducta.
Muchas de estas posturas son avaladas por las costumbres históricas, de que a
los hombres se les ha enseñado que tienen derecho a golpear y obtener sus
propósitos en forma rápida imponiendo la violencia a la persona vulnerable, en
este caso la mujer. Valores y comportamientos que se esperan de unos y otros
bajo los valores que maneja el Patriarcado. (Gorjón, 2010)

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