Está en la página 1de 2

El absolutismo adquirio durante el reinado de Luis XIV rasgos de modelo a imitar.

Pero no existe un único tipo de


absolutismo. En la mayor parte de Europa los conflictos internos y las guerras actuaron a favor de la pretensión de
soberanía absoluta y en detrimento de los pactos con los poderes estamentales. Las monarquías absolutas no
fueron la única manera de hacer frente a los conflictos internos y externos: En las Provincias Unidas surgió un
gobierno descentralizado, sin monarca, y con la soberanía en manos de unas provincias constituidas
estamentalmente, unidas en una confederación. El nuevo estado se convirtió en una gran potencia económica y
militar. Inglaterra tras la revolución de 1688, conoció un gobierno monarquico limitado por el Parlamento, en
manos de una nueva aristocracia agraria y una burguesia orientada a grandes negocios de comercio exterior y
expansión colonial.

Los acuerdos firmados en Utrecht (1712-1715) y en Rastadt (1714) pusieron fin a un largo periodo de guerras en
Europa por las pretensiones hegemónicas de Luis XIV. Luis XIV buscó el predominio europeo, con el mayor y
mejor organizado ejercito de Europa, sacó provecho de la critica situación del Sacro Imperio y de la debilidad de la
Monarquía hispánica. Su matrimonio con la infanta María Teresa, hija de Felipe IV, sirvió para justificar
ocupaciones territoriales y reivindicar derechos de sucesión de la monarquía española.

Las aspiraciones de Luis XIV entraron en conflicto con las nuevas potencias emergentes, Inglaterra, Provincias
Unidas, Brandeburgo-Prusia, que hicieron causa común con los muy católicos monarcas de Austria y España.

En los últimos años de Felipe IV y durante el reinado de Carlos II, España perdió varias islas en el Caribe y diversos
enclaves en el continente americano, aprovechados por ingleses, holandeses y franceses. Los comerciantes
angloamericanos suministraron desde Jamaica esclavos y mercancías a la América española y deterioraron de
manera creciente el monopolio de Sevilla.

EL CAMBIO DE DINASTÍA Y EL INICIO DE LA GUERRA

Carlos II de Habsburgo, enfermo desde niño e incapaz de engendrar un heredero, poseía el imperio más extenso
en manos de un monarca europeo. El declive de ese imperio había comenzado en el siglo XVII con la
independencia de las Provincias Unidas y de Portugal y la pérdida de los territorios catalanes del Rosellón y la
Cerdaña en beneficio de Francia. Corservaba los reinos de la Corona de Castilla, Corona de Aragón y de Navarra,
los Paises Bajos meridionales, Luxemburgo, Milán, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y los presidios de Toscana. A esto se
añadía el enorme imperio colonial americano.

Semejante patrimonio parecía lógico que recibiera una atención preferente en las cortes europeas desde que
resultara previsible la extinción de los Habsburgo en España. Tanto Luis XIV como Guillermo de Orange, se
decantaban por la partición de la herencia de Carlos II. La corte de Madrid, en sentido contrario, buscaba apoyos
para el mantenimiento integro de ese dominio. La muerte en 1699 del príncipe elector de Baviera, hizo de la
división un hecho casi consumado. y sus

En un contexto de posible partición del patrimonio, la conciencia de debilidad militar española ayudó mucho a
que en Madrid prevaleciera la aproximación al monarca francés como forma de impedir la partición. En octubre
de 1700 Carlos II firmó su último testamento. Nombró heredero a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV e hijo
segundo del Delfín de Francia, con la condición de que las dos Coronas permanecieran separadas.

El temor a la alianza e incluso a la unión de las dos Coronas trajo un conflicto que el rey de Francia no tuvo interés
en evitar, pues, en contra del testamento de Carlos II, reconoció a Felipe sus eventuales derechos a la sucesión del
trono de Francia.

El testamento de Carlos II obligaba al heredero a respetar las leyes e instituciones de los distintos reinos de la
monarquía española. Felipe V mantuvo al principio la continuidad con el sistema de gobierno de los Austrias. La
monarquía española estaba compuesta de varios estados cada uno con sus propias leyes e instituciones y unidos
todos por el dominio del rey. En la monarquía española el rey ejercía con consejo el poder de gobierno
concentrado en su persona, sin separación entre los aspectos jurídicos, legislativos y ejecutivos. Todos los
consejos (Consejo de Estado, Consejo de Castilla, Consejo de Inquisición, Consejo de Aragón, Consejo de Indias,
Consejo de Italia, Consejo de Flandes, etc.) tenían en común la residencia en la corte y la relación directa con el
rey a través de la consulta. A su llegada a España, Felipe V dejó el régimen tradicional de gobierno mediante
consejo en la forma en que se había establecido durante la época de los Austrias. Convocó cortes en Castilla
(1701), en Cataluña (1701) y en Aragón (1702), con el fin de prestar juramento al nuevo rey.

La defensa del territorio de la monarquía española resultaba endeble por la falta de soldados y el mal estado de
las fortificaciones. Luis XIV envió sus tropas al norte de Italia y a los Países Bajos. En previsión de un ataque a
Cádiz, una parte de la Armada de Luis XIV se dirigió a las costas de Andalucía, y para hacer frente a la invasión
procedente de Portugal, un importante contingente de soldados y oficiales franceses reforzó el Ejército de Felipe
V. Después de dos siglos sin guerra en el interior de la península, Se hacía urgente el refuerzo de las defensas del
amplio litoral español. Los cambios en la tecnología militar también lo hacían necesario (El cañón ligero permitía
disparar balas de hierro con una trayectoria completamente horizontal y destruir con facilidad las antiguas
fortificaciones). El tamaño del Ejército español, en torno a 20.000 soldados, era muy inferior al de Francia
300.000, Austria 100.000 o Gran Bretaña 75.000. Tras los inicios del conflicto sucesorio La Marina española
mostró su incapacidad, sin la ayuda de Francia, para salvaguardar el comercio con las Indias. Los navíos franceses
debieron escoltar a las flotas y los galeones procedentes de la América española. A consecuencia de ello las
pérdidas en mercancías fueron considerables. La guerra obligaba a actuar de inmediato en el doble terreno militar
y hacendístico, pero el tradicional sistema de gobierno de los Consejos resultaba un obstáculo y Luis XIV Decidió
jugar en España a favor del Gobierno directo del Rey.

También podría gustarte